Trabajo y Sociedad
Indagaciones sobre el empleo, la cultura y las prácticas políticas en sociedades segmentadas

Nº 4, vol. III, marzo-abril de 2002, Santiago del Estero, Argentina
ISSN 1514-6871

 


 

La geografía de la protesta

 

Javier Auyero

Departamento de Sociología

State University of New York at Stony Brook

Stony Brook, NY 11794-4356

Auyero@aol.com

 


 

 

 

“Las contradicciones socio-políticas se realizan espacialmente” Henri Levebvre (1991:365)

 

“Era como que todo el mundo entendía que había que quemar 
la legislatura” Mariano, Santiago del Estero, Agosto 1999.

 

Introducción: Policías espacialmente sensibles

 

El 16 de diciembre de 1993, la ciudad de Santiago del Estero fue testigo de lo que el New York Times (18/12/93:3) denominó “la peor revuelta social en años”. Tres edificios públicos --la casa de gobierno, los tribunales, y la legislatura-- y una docena de residencias privadas de políticos y funcionarios locales fueron invadidas, saqueadas e incendiadas por cientos de empleados públicos y habitantes de Santiago. Empleados estatales y municipales, maestras primarias y secundarias, jubilados, estudiantes, dirigentes sindicales, y otros reclamaban el pago de sus salarios, jubilaciones y pensiones (adeudados desde hacía tres meses), protestaban contra la implementación de políticas de ajuste estructural, y expresaban su descontento con la generalizada corrupción gubernamental. Un activo participante en este episodio, que pasó a conocerse como Santiagueñazo, me lo resumió en el verano de 1999: “No aguantábamos más”. Otra protagonista del incendio y el saqueo --una “agitadora subversiva” como en su momento el presidente Menem denominó a los manifestantes-- trabaja ahora en los tribunales. En forma secreta, me hizo una fotocopia del reporte que la policía provincial hizo de la revuelta. Lo que sigue es una versión editada de dicho reporte escrito en la noche del 16 de diciembre (el subrayado es mio):

 

“personal de las distintas comisarías...en actitud de prevención efectuaron desplazamientos formando un vallado...cubriendo los alrededores de la Casa de Gobierno....Pasados los minutos comenzaron a arribar por distintas arterias los manifestantes que pertenecían a diversos gremios, sumándose a ellos en forma espontánea la mayoría de los empleados públicos, incrementándose en forma considerable (mas de 5000 personas) las que en su mayoría estaban concentradas sobre la explanada del Palacio Gubernamental y el resto en la parte posterior. Transcurrido el tiempo los concurrentes comenzaron a proferir insultos a las autoridades gubernamentales actuales, como así también a ex-funcionarios, legisladores, jueces, etc. a la vez que agredían verbalmente a las fuerzas policiales....el clima de protesta se fue incrementando (y) algunos sectores trataban ya de avanzar sobre el vallado policial, que a todo esto con ingentes esfuerzos contenían a la multitud, siempre en actitud preventiva y solicitando la calma y prudencia.... no obstante ello comenzaron a arrojar elementos contundentes (ladrillos, palos, botellas, etc.) contra el personal policial y el edificio, a la vez que comienzan a avanzar... (dadas) estas circunstancias y siendo imposible contenerlos se dispone que el personal de seguridad entre en acción con la autorización del uso de agresivos químicos para tratar de dispersar; el objetivo se logró a medias, ya que los manifestantes se replegaron varios metros, pero volvían reagrupados repitiéndose esta situación con mayor agresividad arrojando toda clase de elementos en varias oportunidades....la situación era casi insostenible, llegándose al contacto físico entre los manifestantes que pugnaban enardecidos por acercarse a la Casa de Gobierno.... ante la gravedad de los hechos, carencia absoluta de elementos de contención de disturbios, se comenzó el repliegue por algunos metros, mientras que otro grupo de policías ingresaban a la Casa de Gobierno tratando de prevenir cualquier intento de ingreso de los manifestantes....los manifestantes comienzan a ingresar por distintos lugares al interior de la casa de gobierno, arrojando bombas incendiarias hacia el interior del edificio....los manifestantes destruían todo elemento que se econtraba a su alcance, sillas, mesas, vidrios, ventanas, documentación, etc....las fuerzas policiales...trataban de realizar un nuevo esfuerzo por controlarlos, lo que resultó imposible por la superioridad numérica, y el estado enardecido de la gente....no obstante se logró incautar algunos elementos que eran producto del saqueo que en ese momento se estaba efectuando. Simultaneamente y en un número estimativo a mil quinientos manifestantes en igual proceder adoptado en la Casa de Gobierno, se desplazaron hacia el Palacio de Tribunales ubicado a escasos metros de allí, donde también el personal policial apostado fue superado y como este edificio resulta ser más vulnerable, por la existencia de ventanales amplios con vidrios y varios accesos, previo destrozarlo, ingresaron y procedieron también allí a producir incendios en distintas oficinas....al mismo tiempo se producían corridas y desplazamientos en alrededor de doscientos metros a la redonda, no pudiéndose determinar a esa altura de los acontecimientos la cantidad de personas en el lugar, puesto que se sumaban en forma acelerada distintos contingentes provenientes de los barrios especialmente periféricos de la ciudad, de transeuntes ocacionales quienes aprovechaban todo tipo de transportes para llegar hasta el lugar de los hechos, lo cual dificultaba aun más la tarea de recuperación....mientras la Casa de Gobierno y los tribunales se consumían en llamas... los revoltosos agrupados en número estimativo entre quinientas a seicientas personas comenzaron a desplegarse por el casco céntrico de la ciudad, y otros en número de entre 200 y 300 se desplazaban por distintas arterias y en distintas direcciones, siendo imprevisible el destino de los mismos....un grupo se ubicó frente a la Legislatura Provincial... y empleando similar método que en los edificios públicos anteriores, ingresaron, destruyeron y quemaron distintos mobiliarios y documentación, y saqueo de distintos elementos... (se logró) secuestrar efectos que portaban producto del saqueo. ...otros grupos en un número aproximado de 400 a 500 personas recorrían arterias de la ciudad y que posteriormente ingresaron a domicilios particulares de funcionarios y ex-funcionarios...grupos...recorrían enardecidos distintos puntos de la ciudad...”

 

Las entrevistas que llevé a cabo durante el verano de 1999 con veinte participantes en el “estallido”, con varios periodistas, con el juez encargado del arresto de 144 personas, y con un agente policial, así como las crónicas periodísticas del momento, dan cuenta de que el reporte policial es bastante preciso y cierto en lo que hace a la descripción del desarrollo de los eventos. Al principio, grandes grupos de personas atacaron la casa de gobierno, luego los tribunales y la legislatura. Cuando el saqueo y el incendio se traslada a las residencias de políticos y funcionarios locales, si bien el tamaño de los grupos decrece de los miles a los cientos, su “estado enardecido” continua inalterado.

            Nótese la preocupación del reporte con el movimiento, las rutas de acceso, la ubicación, la distancia, las diferencias entre los lugares. Las partes que seleccioné y subrayé demuestran la sensibilidad policial hacia un aspecto de la “revuelta” al que los estudiosos de la acción colectiva están, lentamente, comenzando a prestar debida atención: sus dimensiones espaciales. Es bastante claro que, para la policía, el espacio era importante: la protesta giró alrededor del control y uso del espacio. En este trabajo examinaré cómo, para los manifestantes, el espacio también fue crucial. Centrándome en las prácticas espaciales antes, durante y después de este “día de furia” (Dargoltz 1994), voy a examinar este episodio de beligerancia popular como una práctica colectiva espacialmente estructurada y espacialmente estructurante. El objetivo de este trabajo no es explicar el evento en su totalidad --empresa por otra parte imposible-- sino identificar algunos “mecanismos y procesos imbrincados espacialmente y espacialmente influyentes” (Tilly 2000:5) en el corazón del Santiagueñazo, y así contribuir a una “interpretación de la acción colectiva espacialmente contextualizada” (Routledge 1997:83). Un análisis de la dimensión espacial de esta protesta debería, espero, ayudarnos a reflexionar en términos más amplios sobre la relación entre geografía y protesta.

 

            Durante la última década, y siguiendo los trabajos pioneros de Foucault (1979, 1980) y Lefebvre (1991), geógrafos y teóricos sociales han insistido en la necesidad de incorporar el “espacio” en nuestras interpretaciones y explicaciones de los fenómenos sociales (Soja 1989; Pred 1990; Massey y Allen 1984; Massey 1994; Harvey 1989; Giddens 1984; Gottdiener 1985; Urry 1996). El espacio ha sido “reafirmado” en la teoría y análisis social contemporáneo (Soja 1989) de tal manera que, hoy, las proposiciones “lo social y lo espacial son inseparables” y “la forma espacial de lo social tienen efectividad causal” (Massey 1994:255) son ampliamente aceptadas entre geógrafos y sociólogos. “La sociedad”, escribe la geógrafa Doreen Massey (1994:254) “está necesariamente construida espacialmente, y ese hecho --la organización espacial de la sociedad-- hace una diferencia en la manera en que esta opera”. Esto quiere decir que lo espacial debe ser abordado no simplemente como producto de procesos sociales, (esto es, el espacio como “socialmente construido”), sino también como parte de la explicación de estos procesos sociales (esto es lo social como “espacialmente construido”). Como nos dice Massey (1984:4):

 

“Las distribuciones espaciales y la diferenciación geográfica pueden ser resultado de procesos sociales, pero también afectan la manera en que estos procesos operan. ‘Lo espacial’ no es sólo un resultado; es también parte de la explicación...(es importante) que quienes hacen ciencias sociales incorporen el hecho de que los procesos que ellos estudian son construidos, reproducidos y transformados en maneras que necesariamente involucran distancia, movimiento y diferenciación espacial.”

 

A pesar de la ampliamente aceptada afirmación sobre la “significancia interpretativa del espacio en los históricamente privilegiados confines del pensamiento crítico contemporáneo” (Soja 1989:11), la investigación sobre la acción colectiva ha sido sorpresivamente lenta en admitir la constitución geográfica de la acción beligerante. En una reciente y abarcadora reseña, los geógrafos Miller y Martin (1998:3) notan que entre los estudiosos de los movimientos sociales “la ausencia de atención a la estructuración geográfica” de la acción colectiva es, aún hoy, una “significativa brecha”. Como todo otro proceso social, la acción colectiva ocurre en contextos geográficos particulares y esta constitución espacial afecta la manera en que esta práctica colectiva situada (Pred 1990) funciona. El espacio no sólo opera como una barrera a la acción colectiva; está “involucrado en la producción de dicha acción” (Pred 1990:9).

            El llamado a una más profunda atención analítica a la especificidad geográfica de la acción colectiva también proviene investigadores con larga tradición en el estudio de esta. En un reciente trabajo, Charles Tilly (2000:5), asegura que “las dinámicas espaciales usualmente resaltan en las descripciones de la política beligerante, pero raramente juegan un papel significativo en las explicaciones que el analista realiza sobre lo que está pasando”. El invita a los investigadores a “examinar las confrontaciones entre el poder de arriba y el poder de abajo” mediante la identificación de “mecanismos y procesos imbrincados espacialmente y espacialmente influyentes” (Tilly 2000:5; ver también Pile 1997; Routledge 1997, y Davis 1999). Aceptando esta invitación --y las intuiciones de la policía santiagueña-- debemos incoporar el espacio en nuestra comprensión y explicación de la beligerancia. La pregunta es cómo. El análisis que sigue sugiere un punto principal sobre las maneras en que podemos integrar la dimensión espacial en el análisis de la acción colectiva popular. Para usar una imágen espacial, debemos ubicar a la geografía en ambos extremos del análisis. Usando al Santiagueñazo como un ejemplo, examino cómo el espacio físico y simbólico estructura (esto es constriñe y facilita) la protesta, prestando particular atención a la construcción del itinerario de la revuelta, a la selección de sus “blancos”, y a la geografía del policiamiento. También exploro cómo la protesta estructura al espacio, tanto físico como simbólico, centrando mi atención en las acciones creativas de los manifestantes durante ese día, en sus experiencias, y en los significados con los que tiñeron al saqueo.

 

Itinerarios espaciales

 

Lo que los diarios nacionales y periódicos locales, funcionarios y políticos, refieren como “estallido” (una sociología rigurosa de estas formas de acción colectiva debería comenzar por cuestionar estas categorías entre políticas, periodísticas y policiales de “estallido” o “explosión”), como una revuelta repentina, había estado gestándose desde comienzos de 1993. Maestras de escuelas primarias y secundarias, empleados públicos de distintas reparticiones, estudiantes y jubilados habían estado organizando marchas, demostraciones, y huelgas durante el año, protestando contra la amenaza de ajustes en el gasto público y reclamando sus salarios, jubilaciones y pensiones impagas. En la ciudad de Santiago del Estero, casi la mitad de los asalariados (45,7%) son empleados públicos, incluyendo trabajadores de la administración pública, maestros y profesoras, policías, trabajadores del sector salud, entre otros (Zurita 1999); salarios impagos y reducción en el gasto público están destinados a tener un fuerte impacto en la ciudad. Como muchos manifestantes me expresaron: “Esta ciudad vive al ritmo de la administración pública, si algo pasa ahí, todo el mundo lo siente”. ¿Cómo se expresaba este “sentimiento”? Los meses previos al 16 de diciembre ven la escalada de la protesta callejera a niveles nunca antes vistos en la ciudad. La escalada fue de siete manifestaciones públicas y huelgas en el mes de julio a casi treinta en las primeras dos semanas de diciembre.

            Esta creciente movilización estaba, como diría Henri Lefevbre, “inscripta en el espacio” bajo la forma de decreciente distancia entre manifestantes y objetos de demandas. La espacialidad de las acciones beligerantes previas a la revuelta llamaron la atención de un periodista local. Así describía la situación en una entrevista en la que me relató la confección de su video “Santiago en Llamas”:

 

Yo esto que pasó en diciembre, es un proceso que un año atrás lo venía siguiendo. Primero porque me gustan todos estos temas, y segundo esa curiosidad periodística de que sabe que vas a filmar algo pensando que ese algo de hoy va a ser diferente a las otras veces. Iba también con esa esperanza. Porque hoy han llegado hasta esta vereda, mañana la manifestación llegó hasta la esquina, después llegó...o sea, iba in crescendo la cosa. Se iban poniendo cada vez más explosivas las manifestaciones. Todos los días había una marcha. Todos los días, y yo todos los días estaba ahí. Y filmaba, y veía y participaba (mi subrayado).

 

Para este periodista, la ola de protesta no sólo se estaba tornando más “explosiva”, sino que también se acercaba cada vez más a la casa de gobierno. La acción beligerante previa a la “explosión” final involucró la liberación de ciertos espacios urbanos mediante el corte de calles, la elección de ciertos lugares específicos para la quema de cubiertas (residencias de políticos y edificios públicos), tomas simbólicas de estos últimos, e intentos de forzar la entrada en otros. La beligerancia también consistía en protestas simbólicas como apagones en los que los comercios expresaron su distatisfacción con el gobierno; al decir de la cámara de comercio: en reclamo de una solución a la crisis económicas y de medidas para reparar el “orden moral”.

            Esta constentación en y del espacio expresaba otro proceso que, junto a la escalada, precedió a la “explosión”: la creciente polarización. Mientras que la distancia física entre reclamantes y objetos de reclamos decrecía, el espacio político entre ellos se ensanchaba. Los líderes de los sindicatos más importantes perdían poder para controlar a sus miembros. Como admitía el secretario general del sindicato de judiciales: “Si, por ahí, en algún momento, las cosas se nos fueron de las manos”. Nuevos actores como los “autoconvocados” --fracción disidente del sindicatos docente más importante de la provincia-- se sumaron a la coalición denominada “Frente Gremial de Lucha”. Esta coalición abarcaba nueve de los miembros más activos: Obras Sanitarias, Asociación Bancaria, CISADEMS, AMED, SADOP -maestros, ASEJ -empleados del poder judicial, ATAD y UOEM. Estos esfuerzos organizativos y de intermediación entre distintas fuerzas ocrurrían en medio de la expansión de la militancia de los trabajadores: “Venía gente que nunca antes había ido a asambleas”, me comentaba Nana, una activa participante de los eventos; y Mariano, otro manifestante, agregaba: “Esas eran las asambleas más grandes que se hayan visto”.

            Escalada y polarización ocurrían en medio de esfuerzos de intermediación (mecanismos y procesos que McAdam, Tarrow y Tilly [2000] identifican como centrales en varias formas de beligerancia) y transformaban radicalmente el aspecto físico de la ciudad. El principal diario local describía a Santiago como “una ciudad bombardeada” (El Liberal 2/9/93) en referencia a la casi diaria quema de cubiertas y cortes de calles.

            En marzo, dos mil maestras y maestros marcharon por las calles de la ciudad y “ocuparon simbólicamente la casa de gobierno y la legislatura” (El Liberal 23/3/93). El 13 de abril, profesores secundarios sitiaron la casa de gobierno, protestando contra las reformas del sistema educativo. Maestras tuvieron repetidos enfrentamientos con la policía en los meses que siguieron cuando intentaron acceder a la casa de gobierno para “hablar con las autoridades competentes”. Durante el año, otros edificios públicos fueron objeto de “invasiones” por “enardecidos” empleados públicos. El 23 de junio, empleados municipales interrumpieron una sesión del concejo deliberante con “insultos, gritos y amenazas” contra la posible reducción de sus salarios. De acuerdo al reporte periodístico, los trabajadores amenazaron con saltar el vallado que separaba al público de los concejales. La policía intervino para “calmar” a los manifestantes quienes les gritaban a los funcionarios: “Ustedes de acá no se van...son unos corruptos y sinvergüenzas...deberían dejar sus salarios!” Una semana más tarde, este mismo grupo de trabajadores arrojaba piedras al edificio municipal, rompía sus ventanas, quemaba cubiertas en su frente, e intentaba entrar al edificio por la fuerza.

            El 1, y nuevamente el 4, de septiembre la casa de gobierno fue “virtualmente sitiada” por manifestantes. Esta vez, estudiantes, empleados estatales, jubilados/as, maestros/as, y miembros del sindicato de transportes. Arrojaban objetos y quemaban cubiertas y, por primera vez, intentaron prender fuego a la puerta principal del edificio. Esa misma semana, los empleados estatales y trabajadores municipales irrumpieron en el consejo deliberante, cortaron la electricidad, y exigieron la presencia de los consejales para discutir una “política salarial justa”.

            La legislatura también fue objeto de “tomas simbólicas”. El 15 de octubre, “maestros visiblemente irritados...irrumpieron en la casa de gobierno y la legislatura...insultando a funcionarios, rompiendo vidrios y los papeles de la mesa del secretario de trabajo” (El Liberal 16/11/93). Una semana más tarde, las maestras intentaban nuevamente entrar en la legislatura pero fueron contenidas por las fuerzas policiales que “crecían en número...para resguardar la crecientemente amenazada casa de gobierno” (El Liberal 23/11/93). Los enfrentamientos más violentos con la policía ocurrieron en los días previos a la “explosión” final cuando el parlamento local sancionó la ley de ajuste, llamada Ley Omnibus que resultaría en despidos masivos de todos los empleados estatales contratados, suspensión retroactiva a febrero de 1993 de todos los incrementos salariales, desregulación de actividades públicas y privadas, decentralización de los servicios públicos, y decidido impulso a la privatización de estos. Ese día, empleados públicos intentaron entrar a la legislatura durante la sesión, arrojando piedras, botellas y huevos a la policía. Fueron reprimidos con gases lacrimógenos y balas de goma. Tres policías y dos manifestantes sufrieron heridas.

            En estos repetidos enfrentamientos, los lugares que la multitud habría de atacar el 16 de diciembre fueron colectivamente acordados, de tal forma que transladarse de un “blanco” al otro durante ese día aparecía como “natural”. Así es cómo un manifestante describía lo que él denominó la “procesión” a través de las calles santiagueñas:

 

Cuando estábamos en la casa de gobierno, los empleados públicos aplaudían la quema, pareció natural trasladarse a tribunales. Cuando nos ibamos trasladando a tribunales, la sensación era que tenía que ser lo mismo....La legislatura era donde más bronca se había acumulado porque los empleados iban a pedirle a los diputados que no votaran la ley ómnibus que los perjudicaba y que había sido muy discutida….La gente tenía mucha bronca. Yo me acuerdo que estuve frente a la legislatura cuando los puteaban. La gente tenía bien ubicado que los legisladores no hacían nada por defender al pueblo. Y entonces les pareció natural, que habiendo arreglado cuentas con casa de gobierno y tribunales, lo que faltaba era la legislatura. Por el centro era como una procesión a la legislatura.

 

Otro manifestante hablaba del carácter “natural” de las acciones de la multitud en términos de “necesidad”:

 

Era como que se entendía que era necesario ir a la legislatura, porque todavía había mucha bronca por la represión del día que aprobaron la ley óminbus

 

Un participante tras otro se refería a las residencias de políticos y funcionarios como lugares que “merecían ser quemados”. Luego de pasar por la legislatura, algunos manifestantes volvieron a sus casas o a la plaza principal, pero “un grupo muy dinámico”, recuerda un activo participante en los hechos, comenzó a trasladarse por la ciudad en motos y bicicletas. Junto a su relativamente pequeño tamaño, la disposición geográfica de la ciudad facilitó este movimiento. No existen barreras espaciales que separen barrios periféricos de los residenciales, o del centro de la ciudad, hecho que está indudablemente relacionado con la facilidad con la que cientos de personas invadieron y quemaron más de una decena de edificios públicos y residencias privadas en un día. Cuando llegaba a la casa de un político, a este “dinámico grupo” se le sumaban vecinos, quienes protagonizaban el saqueo y la quema. Así es cómo una persona arrestada por los hechos describió sus acciones a la policía; detalla el saqueo de la casa de quien, en ese momento, era senador provincial y es ahora gobernador de Santiago. No necesitamos creer en toda la verdad de la “confesión” para darnos cuenta de cuán importantes fueron la proximidad de, y el fácil acceso, a los “blancos”:

 

“DECLARA: Que se domicilia a escasas tres cuadras del domicilio del Senador Juarez....Que alrededor de las dieciseis horas, la gente comenzó a hacerse presente en el domicilio del citado Senador, y llegaban de todas partes, a pie, en vehículos, y hasta en 'carros'. Ante esto, el que habla decidió acercarse a aproximadamente una cuadra de la finca del Dr. Juarez, y desde allí, junto a su amigo R. J., veían lo sucedido, como 'curiosos'. Poco después vió que toda la gente que había ingresado a esa casa, sacaban diversos objetos, moblaje, etc. unos los llevaban y otros los dejaban en la calle. Que en determinado momento vió que sobre la calle Añatuña, que corre colateral a la casa de Juarez, varias personas dejaron sobre la vereda, una mesa de hierro, una alfombra y un par de respaldares. Que ante ellos, de común acuerdo con R.J. decidieron llevar tales objetos a la casa del declarante....”

 

La proximidad y la accesibilidad fueron cruciales en facilitar tanto el saqueo de las casas, como la concentración de los manifestantes en la plaza principal y la invasión final de la casa de gobierno:

 

Y cuando llegué estaba rodeada la casa de gobierno por multitudes, eran 5, 6, 7 mil personas, eran todos los empleados públicos. Mas la negrada que se junta, la muchachada que le decimos, que esta limpiando autos o haciendo cualquier cosa. Aquí los barrios periféricos están muy cerca del centro, van y vienen caminando, o en bicicleta. La muchachada desocupada, marginal, está muy cerca del centro. Transita el centro todo el dia. Cuando ví eso realmente era sorprendente, algo nunca visto.

 

“La organización espacial de las actividades represivas y su evasión”, escribe Charles Tilly (2000:9), “afecta significativamente la viabilidad de distintas formas de política beligerante”. Las acciones de los manifestantes de Santiago fueron no sólo facilitadas por la geografía de la ciudad sino también por la geografía de la acción policial. Parafraseando al manifestante citado más arriba, el accionar policial durante la revuelta fue, también, “realmente sorpresivo”. Como narra el reporte citado, las fuerzas policiales intentaron, al principio, defender la casa de gobierno. Así es como Nana recuerda el episodio. Nótese la importancia del movimiento y la distancia en su descripción:

 

(Cuando la policía empezó a tirar gases) Nos replegamos, bueno, la gente corre hacia las cuatro puntas. Volvimos, volvimos inmediatamente, habrán pasado cinco minutos. No todos quizás, pero muchos volvimos. Bueno seguía el despelote.... yo disparé hacia tribunales la primera vez, volví hacia el otro lado de la plaza y ya empezaban a tirar cualquier cosa, la gente a defenderse, con piedras, rompían, sacaban las lajas de la vereda de la plaza y con eso apedreaban. Con cualquier cosa.... En ese ir y venir que avanzábamos y que retrocedíamos, ya se escuchaban disparos que no eran de goma, que eran disparos disparos....(Luego) había una manifestación sobre la parte de atrás de la casa de gobierno, porque se decía que las autoridades iban a ser abandono de la casa. En ese momento, que fue el de mayor riesgo porque estabamos a seis metros de los canas y nos apuntaban así, con las pistolas, nos decían que nos repleguemos.

 

Luego de que los manifestantes entraron a la casa de gobierno y a excepción de unos pocos y menores intentos de contención en algunas residencias, la policía abandonó la protesta.[1] Lo que sigue es la descripción que Roberto hace sobre la interacción de unos pocos policías y los manifestantes mientras estos intentaban entrar a la casa del ministro de obras públicas:

 

La gente se empezó a concentrar frente a la casa de Casanegra, un hombre que en un año había levantado un palacete en pleno centro, y era muy exhibicionista, agarraba licitaciones, subsidios. La gente estaba agolpada frente a la casa de él como si fuera a decirle, “aquí estamos.” Y la negrada, empezó a golpearle la puerta, vino la policía.... Eran dos carros de policía que venían a salvarlo al ministro de obras públicas. Pero vos le veías la cara a la policía de satisfacción de que ese hombre seguramente los habrá relajado a ellos, estuviera en la situación que estaba, porque estaba con dos mil personas en frente de la casa. Yo también estaba ahí, no me perdía ninguna, quería verlo. Estaba todo el mundo, ahí. Era divino ver esa escena, porque en un momento dado, la policía que estaba conteniendo esto ya no aguantaba más porque tenía que disparar de nuevo contra la gente y eso no lo iba a hacer, porque ya medio era una fiesta, era una joda, ya no había más que defender en esta provincia. El gobierno se había ido a la mierda ¿Qué estaba haciendo la policía? Entonces, descubrimos que estaba adentro el tipo y que había que sacarlo. Se hace un pacto. La negrada, los muchachos que estaban el frente dicen, “sáquenlo pero se van.” Estaban muy agrandados.... Y la policía también está debilitada, no puede disparar, son diez tipos contra dos mil que están ahí. Una situación medio de complacencia, de compinche, de complot. “Déjennos que lo saquemos” (decía la policía). “Bueno, sáquenlo pero nos dejan la casa”, eso se escuchaba. Entonces la policía (dijo) si, si. La policía contribuyó a humillarlo a Casanegra, cuando le abrió la puerta, llovieron los piedrazos. Fue muy humillante, Casanegra salió agachado así con la mujer, y se metieron en el auto. Y la policía nos saludó como quien dice, “hagan lo que quieran, no hay problema.” Y se fueron, y ahí entró a la casa, que era de las más lindas, les robó todo.

 

Así como los edificios públicos, las residencias que los manifestantes atacaron, saquearon y quemaron el 16 de diciembre también habían sido definidas como “blancos” en los meses previos. La “precisión” con la que la multitud se movió de una casa a la otra –“precisión” en la que algunos funcionarios y periodistas vieron la prueba de la presencia “agitadores”-- ilustra, en realidad, la existencia de un itinerario tácito, una suerte de mapa señalando a aquellas residencias que, en palabras de otro participante, “merecían ser quemadas”. ¿Cómo sabían los manifestantes quienes 'merecían' y quienes no? La cartografía del fuego había sido construida en los meses previos mediante los reiterados escándalos de corrupción descriptos en abundancia por el principal periódico local:[2] “Lo que pasa es que en ese momento los blancos eran perfectamente visibles. Uno sabe quién es quién aquí en Santiago. Es chico, te conoces, los medios resaltan quién es quién....Era como que todo el mundo entendía que teníamos que ir ahí,” me explicaba Mariano a seis años de los hechos. Si bien la gran mayoría de la élite política local era retratada como corrupta (“los funcionarios mejor pagos en una de las provincias más pobres”, al decir de El Liberal), no todas las casas fueron saqueadas. Algunos ataques eran negociados en el acto. Cuando cientos de manifestantes arribaron a la casa del diputado Washerberg,

 

El tipo estaba recagado de miedo, con los hijos al fondo, y salió la mujer a defenderlo, que por favor, lloraba, arrodillada, que no entren a la casa. De todas maneras, el fue el tipo que se oponía a la ley omnibus, y salieron esa noche a dar explicaciones que ellos se iban a oponer, con su voto negativo, para que no se apruebe la ley.... Después que la mujer llora 5 litros de lágrimas, no entran a la casa...(Mariano)

 

Otros, cuyas casas “merecían ser quemadas”, fueron salvados por razones logísticas:, “El proximo objetivo”, me comentaba Mariano, “era la casa del sindicalista de Juarez, Corvalán. No le queman la casa porque vive en un complejo habitacional, por temor a los vecinos que se incendien las casas colindantes”. Al final de nuestra entrevista, Mariano me ofreció lo que considero la mejor ilustración de la manera en que el itinerario de la protesta fue determinado por la interacción entre: a) el tamaño de la ciudad, b) la intermitente represión, y c) el significado con el que las residencias privadas fueron imbuídas por los manifestantes. En otras palabras, el itinerario fue, en buena parte, el resultado de la interacción entre el espacio físico y simbólico. Su testimonio encapsula el carácter espacialmente estructurado de la revuelta:

 

Santiago es una ciudad chica. Acá nos conocemos todos, cada uno sabe quién es quién... Salimos de la legislatura, y nos vamos a la casa de Lobo (gobernador). El vive en un primer piso, pero como es un departamento de clase media, no tenía ningún tipo de lujos, ni nada, le causan unos destrozos y salen. Y por la Urquiza, nos vamos a la casa de Crámaro (funcionario), una casa linda, con mucha madera, mucha cosa linda adentro. Entran y la hacen bolsa, me acuerdo que esa madera ardía. Por ahí viene un piquete de la Gendarmería y nos saca corriendo y nos vamos por Belgrando... De ahí, todas las columnas, van caminando o en bicicleta hasta la casa de Juarez.... la casa de Iturre, también una casa espectacular, con pileta y quincho, también la saquean y la incendian. Después alguien dice, vamos a la casa de Granda (diputado)...él estaba adentro, sólo. Entran a la casa, a él ni lo tocan, pero la saquean y le prenden fuego. Empiezan a sacar, a volar la plateria, bandejas, teteras. Lo gracioso es que sacan de un freezer un lechón congelado, parecía que era una cosa de cerámica, y lo mostraba uno así (risas)...Era como un momento de algarabía, era sacarle a los tipos que habían expoliado al poder durante tantos años.

 

¿Qué nos dice entonces esta reconstrucción de la revuelta sobre la relevancia del espacio? Las descripciones de testigos y protagonistas nos demuestran que esta y los eventos previos no se desarrollaron, citando nuevamente a la geógrafa Doreen Massey, “sobre la cabeza de un alfiler, en un mundo a-espacial, geográficamente indiferenciado” (1984:4). Tanto antes como durante la protesta, el espacio es una dimensión explanatoria fundamental. ¿Cómo figura el espacio en la revuelta? La topografía de la ciudad interactuó con la geografía de la acción policial permitiendo a los manifestantes moverse de un objetivo a otro con relativa facilidad. El esparcimiento del fuego también siguió un patrón espacial. Este fue definido en interacción colectiva durante los meses previos al 16 de diciembre cuando algunos lugares fueron dotados de un particular significado simbólico, esto es, definidos como lugares que “merecían” ser saqueados y quemados. La dimensión espacial llegó a ser parte del repertorio de los manifestantes de tal manera que, cuando llegó el momento, “todo el mundo entendió” lo que hacer.

            “Un momento de algarabía”, “una fiesta”, un momento en el que se sentían “agrandados”: de las descripciones , no sólo damos con la manera en que el espacio estructuró la protesta; también podemos acceder --siempre de manera mediada y elusiva[3]-- a la manera en que la revuelta fue vivida y experimentada, al decir de E.P. Thompson. Un atención cuidadosa a esta dimensión vivida de la protesta nos permite explorar otra dimensión espacial central de la beligerancia transgresora (Tilly 2000): los procesos que afectan al espacio, procesos que tuvieron lugar durante ese día de furia; más específicamente, nos permite examinar la inventiva espacial de los manifestantes.

 

Haciendo espacio

 

La protesta no sólo tiene lugar en el espacio, también trata de apropiarse del espacio: los manifestantes tratan usualmente de reclamar y recortar un espacio para sí mismos (Pile 1997). Las calles principales de Santiago se convirtieron en el escenario de una performance colectiva espacialmente imbrincada; los manifestantes se apropiaron la geografía de la ciudad: “Por una vez, Santiago fue nuestro”, recuerda Nana. Esa adquisición era vivida como “una fiesta”, “un momento de algarabía”. “No reímos como locos, fue muy cómico”, recuerda Roberto.

            Marcelo, en ese momento un joven periodista, recuerda la atmósfera festiva de los saqueos:

 

Si....si...hay mucha gente que ha ido de espectadores. Cuando estábamos en la terraza era algo risueño, divertido, porque la gente estaba sentada en la terraza con sombrilla, porque hacía mucho calor, viendo lo que estaba pasando. Y se comentaba, 'miralo aquel como sale con esa valija, miralo a aquel con el chanchito'....Sacaban puertas, sillas, valijas, con ropa adentro...

 

El espectáculo a ser observado y la fiesta vivida se confunden cuando los manifestantes recuerdan sus itinerarios. La diferencia entre curioso espectador y furioso manifestante, se disuelve en la descripción que Renée hace de sus (espaciales) acciones.

 

Como a las 3 de la tarde, por televisión veíamos que seguían quemando las casas. Y la televisión y la radio transmitían como si fuera un partido de fútbol: 'Ahora se dirigen a la casa de...' (risas) Entonces por la TV alcanzamos a ver que le estaban incendiando la casa a Juarez. Yo estaba con mis tías. Y se veían espectadores que miraban con satisfacción. Las cargué a mis tías en mi Citroën, y me fui al barrio Belgrano a mirar. A media cuadra de la casa, la gente de aquí del centro que se había agolpado en sus autos, mirando todo como se hacía...La gente festejaba...Yo también (risas)... claro... si nos estaban masacrando....

 

La descripción encapsula también la manera en que, durante este festivo saqueo, los manifestantes transformaron a la lucha callejera y al castigo contra a los corruptos en acción festiva y cómo, por un día, dieron vuelta las jerarquías sociales y políticas locales.

 

Yo te cuento lo que yo he vivido cuando me iba a la casa de Juarez. Estaba gente conocida, nos saludábamos mientras veíamos el fuego. Y la gente que salía con sillas. Gente como nosotros.... Entonces con el Citroën agarramos por una calle para volver, y nos cruzamos con un automóvil de la policía, con cuatro o cinco policía. Ellos tocaron bocina, y saludaron. Y yo también. Primera vez en la vida, porque generalmente los rechazo. Toqué bocina y nos saludamos. Como hermanos, no sé (risas).

 

Luego de un inexitoso intento de protejer la casa de gobierno con balas de goma y gases lacrimógenos, la policía dejó la escena, apareciendo esporádicamente para protejer a algunas de las víctimas de los saqueos. Los manifestantes tuvieron a partir de allí la oportunidad de gozar de una experiencia entretenida, incluso placentera, que contrasta con la tensión vivida en la plaza principal. En otras palabras, cuando se relajan los controles represivos, la “fiesta” de la que varios hablaban, dió comienzo. Era una celebración que utilizó el espacio físico y simbólico de manera creativa. Una de las imágenes más citadas entre los entrevistados es aquella de un manifestante sentado en la silla del gobernador, sus brazos abiertos, saludando a la multitud desde los balcones de la casa de gobierno. “Eso realmente me impresionó”, recuerda René; “eso fue lo que más me impactó”, afirma Juana. Abajo, la gente pintaba con aerosol las paredes del edificio con insultos y amenazas a las autoridades: “X traidor. Te vamos a matar”; “Que Dios me perdone, Obispo sos un hijo de puta”. Episodios de profanación ritual también son recordados como cómicos: “Este tipo le meó toda la cama a Nina y a Juarez...toda, así...fue tan cómico”.

 

Si bien el Santiagueñazo no fue, en términos estrictos, una carnaval (DaMatta 1991), las maneras en que los manifestantes revirtieron el orden político en y a través del espacio ciertamente habla de una dimensión carnavalesca de este episodio de protesta. La forma espacial que tomó esta fue particularmente relevante para desenmascarar y exhibir los sentimientos de la multitud para con las élites dominantes. La “procesión” ilustra la “suspensión temporaria de todas las distinciones y barreras jerárquicas” (Bakhtin 1984:10); lo que hicieron en cada caso --invasión, saqueo y quema-- también expresa un idioma carnavalesco. No se requiere de un esfuerzo deconstructivo particular para ver en el fuego un símbolo repleto de un “pathos de cambio y renovación” (Bakhtin 1984:11; ver también Burke 1978; Stallybrass y White 1986; Darton 1991). O en palabras de una manifestante: “Fue un fuego purificador...un momento de liberación”.

            La dimensión carnavalesca y, en términos más generales, los procesos espacialmente estructuradores que ocurrieron durante ese día, pueden ser mejor percibidos en los objetos del saqueo. Seis años luego de los eventos, fuí a Santiago por primera vez. En mi primer día allí, un historiador local me presentó a Osvaldo, un artesano y músico de unos cincuenta años, quien “estuvo en la plaza el 16 y puede contarte todo”. Al principio renuente, Osvaldo me describió su itinerario durante ese día poniéndo particular énfasis en los objetos que la gente sacaba de los edificios públicos y residencias privadas. Esas eran las cosas que Mariano decía los manifestantes querían sacarles a “los tipos que habían expoliado al poder durante tantos años”. Estos eran los objetos a los que el reporte policial se refiere como “confisaciones”. Incluyen sillones, mesas de comedor, alfombras, electrodomésticos, máquinas de escribir, ventiladores, acondicionadores de aire, estufas, bicicletas, computadoras, teléfonos, armas, aparatos de video, ropas de vestir. Los manifestantes tomaron esos objetos, o los “robaron” como me dijo el juez encargado del arresto de las 144 personas, y aún los conservan como “souvenirs de aquel día”. Cada uno de mis entrevistados conserva algún recuerdo de aquél día: un cristal de la araña de la casa de gobierno, un apoya-brazos de una banca de diputado, un diskette de los tribunales. Un dirigente sindical describe así el momento en que la multitud entraba a la casa de gobierno y salía con distintos objetos:

 

Era algo irreal. Miles de personas en la casa de gobierno destruyendo todo...Todo el mundo se llevó algo, máquinas de escribir, cualquier cosa. Teléfonos...algunos chicos se llevaron cuatro sillas y el sillón del ministro.

 

Lo que las autoridades describen como “saqueo”, como “objetos de incautación”, los manifestantes definen como “recuerdos” o “souvenirs”. Muchos de estos objetos aún desprovistos de valor material, fueron tomados como “trofeos”:

 

Yo me llevé un souvenir del congreso: dos manijas de puerta que todavía tengo, el apoya-brazos de una banca. Me los llevaba como recuerdos. También me llevé una patente de auto (Roberto).

 

Yo me acuerdo que un compañero me da un teléfono que se había afanado de la casa de gobierno. Y lo pongo debajo de mi campera, que todavía tengo la ropa del 16, y lo pongo aquí, lo abrazo el teléfono y me pongo a correr porque otra vez (la gente decía que) se venía la cana. Me acuerdo yo corriendo con el teléfono en mano. Si lo tiro, el otro me putea, porque vaya a saber porque lo agarró, querrá llevar un souvenir a la casa. Como muchos que se llevaron souvenirs (Nana).

 

Cuando concluíamos nuestra conversación informal, Osvaldo, sin admitirlo explícitamente frente a un extraño, se refirió implícitamente a “su trofeo” --indicando además gráficamente uno de sus posibles significados: “¿Te imaginás lo lindo que es cagar en el inodoro de la Nina (esposa de Juarez)?” Los manifestantes invadieron, saquearon y quemaron los “símbolos del poder y la corrupción”, afirmó Nana. No contentos con ello, los despedazaron y se llevaron parte de ellos a sus casas. Los restos de la protesta sirven para mantener viva la degradación simbólica de --y el desprecio por-- las élites dominantes; una degradación que tiene lugar --literalmente-- en el espacio.

 

Conclusiones

 

“El espacio es fundamental en cualquier forma de vida comunal; el espacio es fundamental en todo ejercicio de poder” Michel Foucault (1984:252)

 

“Del puente no nos vamos”: esta era una de las tantas cosas que gritaban los manifestantes en la provincia de Corrientes en diciembre de 1999, un año y un día luego del Santiagueñazo. Cientos de manifestantes habían bloqueado el puente General Belgrano que conecta Corrientes con Resistencia. Cientos de empleados públicos, nuevamente demandando sus salarios impagos con deudas de entre tres y cuatro meses, interrumpieron con el bloqueo el comercio mercosureño. Seis meses antes, distintos grupos habían formado una coalición y acampado en la plaza principal de Corrientes, frente al congreso local, rebautizándola “Plaza del aguante y la dignidad”. La plaza se convirtió en el símbolo de la determinación de los manifestantes y la expresión espacial de sus esfuerzos organizativos. Marchas callejeras, cortes de calles, rutas y puentes fueron planeados en esa plaza. Mecanismos y procesos similares a los que tuvieron lugar en Santiago (fragmentación de la coalición dominante, generalización de la corrupción y creciente incapacidad gubernamental, intentos por implementar “ajustes estructurales”, escalada de la acción colectiva, polarización del campo político, etc.) estuvieron en la raíz de la “explosión correntina”, aunque esta vez la respuesta represiva fue distinta. Dos muertos, cincuenta heridos y treinta arrestos resultaron del ataque de la Gendarmería Nacional.

            Corrientes y Santiago no son hechos aislados. Con la crisis de las economías regionales, la generalizada corrupción de los gobiernos provinciales, y los recurrentes intentos de los gobiernos nacionales por imponer el “ajuste estructural” en la provincias, nuevas formas de beligerancia popular están generalizándose y volviéndose bastante frecuentes, convirtiendo al interior del país en lo que Miller y Martin (1998) denominarían un paisaje de protesta colectiva violenta, o de lo que Tilly (2000) recientemente llamó “transgressive contention.” El recurrente uso de bloqueos de calles, rutas y puentes, de ataques a edificios públicos y a residencias de funcionarios y políticos locales, el uso de las plazas para acampar en señal de protesta, nos indican que debemos prestar atención a las dimensiones espaciales --estructuradas y estructurantes-- de la protesta, esto es, a las maneras convergentes y divergentes que la beligerancia popular tiene lugar en la geografía, pero también crea geografía. El interior argentino ofrece una gran variedad empírica para el estudio comparado de procesos y mecanismos en el centro de las “revueltas espaciales”.

 


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[1] Excede los límites y objetivos de este trabajo explorar las razones de la (in)acción policial; sus propios reclamos salariales junto a feroces disputas internas, sin embargo, han sido reiteradamente mencionados por periodistas como causas de esta.

[2] Para una reseña de los múltiples casos de corrupción, vease Curiotto y Rodriguez (1994).

[3]Sobre las limitaciones de la historia oral, ver Roy (1994), Passerini (1987) y James (1997).

 

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