Trabajo y Sociedad Indagaciones sobre el empleo, la cultura y las prácticas políticas en sociedades segmentadas Nº 4, vol. III, marzo-abril de 2002, Santiago del Estero, Argentina ISSN 1514-6871 |
¿Qué cultura requiere el desarrollo? Necesidades de desarrollo científico y tecnológico en la región noroeste*
Alberto
Tasso[1]
y Luis Ponce[2]
CONICET, UNSE-El
Colegio de Santiago. tasso@arnet.com.ar
UNSE. ponceluis@yahoo.com
Deseamos proponer una reflexión en torno al tema
de “la cultura del desarrollo”, esto es, un examen de las características
culturales que requiere el desarrollo en nuestro país, y más específicamente en
nuestra región. Pude decirse que es un tema muy recurrido –aunque no en los
términos que acabamos de exponer- pero quizá insuficientemente debatido, y
sobre el cual no hemos visto muchas contribuciones recientes.
Nuestra proposición central es que, durante
períodos de transformación rápida, las sociedades registran cambios en los
modos de hacer y convivir que inevitablemente repercuten sobre ese marco de
regulación más estable que denominamos cultura, y que esos cambios no sólo se
producen espontáneamente sino que también pueden ser impulsados por la propia
sociedad, mediante diversos medios.
La intervención deliberada sobre la cultura de
una comunidad dista de ser un tema nuevo. Fue planteada a lo largo de la
historia numerosas veces, y es visible que una de las funciones de los
intelectuales de épocas muy diversas consiste en recomendar cambios, o en
señalar sus peligros. Para citar dos ejemplos clásicos de distintos momentos
dentro de la cultura hispanoamericana: el Facundo de Sarmiento y La rebelión de
las masas de Ortega y Gasset aparecen como representativos del estímulo a los
cambios y de la advertencia sobre sus riesgos, respectivamente.
A su vez, las políticas de una sociedad tienen
una fuerte orientación hacia la permanencia o hacia la transformación. La
historia de la Argentina en el período independiente presenta casos muy claros
de estas conductas gubernamentales, y así como la etapa rivadaviana intentó una
fuerte renovación, la etapa de Rosas operó como una reacción conservacionista.
En el breve y profundo estudio sobre las relaciones entre El mundo y el Occidente, Arnold Toynbee examinó las conductas de
los gobernantes rusos, turcos y chinos a lo largo de los siglos XVII a XIX,
para re-posicionar a sus respectivas sociedades ante el impacto de los embates
militares de los países occidentales, generando procesos complejos de
asimilación cultural, modernización de sus estructuras sociales, y defensa
militar. La tensión entre estas fuerzas contrapuestas suele ser muy fuerte,
pues involucran sentimientos y valores con los cuales nos sentimos
identificados tanto en forma personal como colectiva.
El caso argentino de la última década es
especialmente representativo, pues el impacto de los cambios “globales” y la
rapidez con que se intentó reubicar al país en un nuevo escenario no sólo
modificó las condiciones de vida de la población sino que también ejerció, y
continúa ejerciendo, un impacto considerable sobre distintos planos de la
cultura de nuestra sociedad.
Desde un punto de vista técnico, el tema de cómo intervenir y hasta de cómo producir cambios sociales fue un tópico que registró atención y también controversias. Ya durante los 50, en la literatura de las ciencias sociales, principalmente estadounidense, gozaban de buena salud los enfoques funcionalistas y difusionistas, que proponían el camino de la modernización social y cultural como única ruta hacia el cambio social que permitiría el desarrollo, con énfasis en el cambio de actitudes personales y de grupos (Eisenstadt, Hoselitz, etc.). Más tarde fueron sucedidos por planteos más matizados, que al menos en América Latina ponían un énfasis mayor en los marcos estructurales, y especialmente en el sistema político.
Ahora que la experiencia democrática
afortunadamente se ha consolidado en nuestros países, me parece oportuno
retomar esta discusión, proponiendo como escenario de análisis a la Región
Noroeste de Argentina, que puede ser caracterizada como rezagada en su
desarrollo económico, con altos niveles de pobreza, y en una relación
desfavorable en lo que se refiere a los términos de intercambio doméstico, o
interregional.
“Cultura” y “desarrollo” son dos universales del
código lingüístico de esta época, y en tanto tales requieren de periódicas
revisiones y hasta de re-definiciones. Cuando hablamos de desarrollo, recogemos
distintos sentidos que se le asignaron en el tiempo, girando gradualmente desde
un sentido estrictamente económico hacia otro más amplio, comprendiendo también
aspectos sociales. Inicialmente, hacia mediados del siglo XX, por desarrollo se
entendía un mayor control del aprovechamiento de los recursos naturales. Esto
connotaba la aspiración a la industrialización, reproduciendo el modelo de las
sociedades europeas durante los dos siglos anteriores.
En las últimas dos décadas, han aparecido nuevos
énfasis. Uno de ellos se refiere a la capacidad de gestión de cada sociedad en
la movilización de sus propios recursos, incluyendo en esto la capacidad de
transformarlos, y eventualmente crearlos, y movilizarlos mediante el comercio
internacional más allá de sus fronteras.
Otro, que aparece como una palabra clave dentro
de una visión ambientalista cada vez más difundida, pone énfasis en la
sustentabilidad del desarrollo, en un intento por superar la relación perversa
entre el hombre y la naturaleza, difundida precisamente por la difusión del
concepto industrialista europeo.
Finalmente, una tercera nota se refiere a la
equidad social y a la calidad de vida en la sociedad que avanza hacia el
desarrollo. Estos dos últimos aspectos ponen énfasis en aspectos directa o
indirectamente políticos, y hasta de ética política. En efecto, si una sociedad
alcanza altos niveles de crecimiento y producción económicos pero mantiene
grandes desequilibrios en la distribución, población marginal en condiciones de
explotación o pobreza, difícilmente sería calificada de desarrollada.
La realidad latinoamericana abunda en estos
ejemplos. En la mayoría de los países de la región se observa, además, un
fuerte desequilibrio entre regiones “ricas” y “pobres”, calificado de dualismo
estructural por la escuela cepaliana.
Debe anotarse, además, que las nociones de
desarrollo que circulan en nuestros países han surgido, o bien de los países
centrales, o bien de los organismos internacionales. En general, nunca se ha
producido debates fuertes en torno a los conceptos económicos y sociales
implicados en la noción de desarrollo. En cambio, el escenario latinoamericano
presenció desde los años 70 una discusión teórica importante en relación con
los aspectos políticos del desarrollo, expresada principalmente por la entonces
difundida teoría de la dependencia.
La década de los 90 pareció aplacar las controversias
mencionadas en último término. El auge neoliberal, el impacto arrollador de la
globalización, y el surgimiento de gobiernos democráticos tras los períodos
dictatoriales de los 70-80, nos han acostumbrado a elencos políticos de tipo
“moderno”, más parecidos a los existentes en los países europeos, y, en todo
caso, más cercanos a los perfiles socialdemócratas o aún a los estrictamente
liberales. En países donde la izquierda había calado muy hondo treinta años
antes, no deja de ser curioso que estos gobiernos realicen ahora intentos muy
decididos de ingresar al club de los llamados países desarrollados. El caso del
menemismo argentino es emblemático en este sentido.
Pero, sea cual fuere la orientación ideológica de
políticos o intelectuales, las décadas de la experiencia democrática muestran
una coincidencia mucho mayor que las anteriores en torno a considerar la
experiencia del desarrollo como deseable, diferenciándose en un ala más
complaciente y con más énfasis economicistas por parte de quienes pueden ser
definidos como liberales ortodoxos, y otra más crítica, con énfasis en los
aspectos de equidad, en quienes están más cercanos a la izquierda.
En relación con el concepto de cultura, lo
entenderemos como un sistema relativamente estable, alimentado históricamente,
y con capacidad de auto-reproducción. Su función consiste en orientar la
conducta social, adaptándola a las circunstancias que la sociedad enfrenta. Por
lo tanto, es inevitablemente cambiante, pero al mismo se nos presenta como
requiriendo una cierta continuidad en el tiempo, necesaria para el
mantenimiento de las identidades colectivas.
No es fácil precisar, hablando en términos generales, los componentes de la cultura necesitados de cambio y los que requieren estabilidad, o la medida en que cada componente combina cimientos estables y arquitectura cambiante. Pero sabemos que existen algo así como planos o niveles, uno más profundo y relativamente permanente, y otro más superficial o instrumental, también más permeable a las modificaciones. El lenguaje representa bien esta dinámica de la cultura: mientras el idioma permanece en períodos considerables, y hasta prolongados, los modos de hablar y de la expresión escrita están muy expuestos a las necesidades funcionales de la comunicación.
Nos planteamos conceptualmente el problema de
cómo intervenir en este campo, y el de quienes lo hacen. En principio, toda
sociedad y cada individuo en particular, aún en edades tempranas, son
protagonistas de este proceso, en la medida en que la acción social siempre
involucra, de modo consciente o no, un por qué. En la respuesta a ese por qué
está el orden social, y las cambiantes formas de contrato en que aquel se nos
manifiesta. Las relaciones entre pares, entre padres e hijos, entre patrones y
asalariados, entre gobernantes y ciudadanos, para poner sólo unos pocos
ejemplos, refieren siempre a un sustrato de valores y de normas sobre el que
existen acuerdos o controversias.
Los momentos controversiales son especialmente
representativos de las etapas de cambio social, las cuales invitan a revisar
los presupuestos culturales de la acción social y eventualmente a debatir sobre
ellos. Esta es una tarea colectiva compleja y difícil. Los que perciben las
necesidades de los cambios pueden ser pocos o muchos, con diferentes grados de
poder o influencia. Es sabido que la inercia de los sistemas sociales y de las
culturas es considerable, y que la introducción de cambios conlleva numerosos
dificultades, pues ello supone introducir nuevas legitimidades y derechos
dentro de una trama de otros derechos adquiridos previamente, que casi nunca se
ceden voluntariamente, y deben ser laboriosamente demolidos al tiempo que se
construyen los nuevos. Aunque los ejemplos no faltan, citaremos la conquista de
los derechos de la mujer como uno de los más interesantes procesos de este tipo
operados durante el siglo XX.
El historiador Douglass North (1992) ha sostenido
que la incorporación de cambios en la economía enfrenta a menudo el obstáculo
de instituciones sociales que resisten la incorporación de nuevas conductas
económicas, y de este modo conspiran contra los procesos de desarrollo.
Esta idea es particularmente aplicable al caso
del Noroeste argentino, región donde el orden social del período colonial echó
raíces profundas, cuya supervivencia es aún visible. Especialmente
representativa es la provincia de Santiago del Estero, en la cual aquellas
aparecen bajo las formas del patronazgo (Vessuri, 1971; Tasso, 1999) y de un
campesinado cuya cultura tradicional lo orienta hacia la sujeción a la tierra,
a formas de producción arcaicas, y a la subordinación hacia la explotación
social por parte del estado y los terratenientes (Forni, Benencia y Neiman,
1986; Paz, 1991).
En este escenario, los últimos años numerosos
signos de transformación, algunos pocos operando desde las políticas públicas,
otros emprendidos por empresarios de tipo moderno, y otros promovidos por
organizaciones no gubernamentales que apoyan a grupos de base mediante la asistencia
técnica y la capacitación.
En el plano político se observa la fuerza de
gobiernos cuyo estilo político es clientelar (Tasso y Zurita, 1980; Auyero,
1999), manteniendo una forma de dependencia que inhibe la autogestión y vuelca
hacia el estado la responsabilidad de las iniciativas (Zurita, 1999).
Este contexto de cultura tradicional arraigada,
donde la dominación social de los grupos sociales privilegiados ha encontrado
nuevas formas de control y donde los cambios sociales son aún incipientes, es
especialmente apropiado para plantear los términos de nuestra reflexión.
El desarrollo económico y social aparece para
muchos como un bien deseable, pero una discusión sobre las formas que ha de
adquirir suscitará de inmediato desacuerdos. Desde una visión conceptual amplia
como la que planteamos al principio, la conquista de condiciones de calidad de
vida equitativas y dignas –de acuerdo a los parámetros contemporáneos- requiere
cambios en la cultura y no sólo en la economía. También, modificaciones en la
conciencia de sí mismos que tienen los sectores sociales subordinados, que les
permitan ganar confianza en sus propias fuerzas y autogestionar la movilidad
social.
En esta línea de razonamiento, nos enfrentamos a
varias áreas de la vida social en las que existen restricciones institucionales
a los cambios, que los obstaculizan y retardan. En este apartado consignaremos
algunas de estas áreas-problema, como las denominamos, considerándolas
escenarios particulares en los que es posible concentrar los esfuerzos
dirigidos a promover cambios sociales que puedan conducir al desarrollo.
No nos hemos basado sólo en nuestro propio
criterio para confeccionar el siguiente cuadro: también hemos tenido en cuenta
el registro de demandas sociales tal como se plantean en los medios de difusión
(García, 2000) y los documentos de base del Plan Estratégico para la capital
santiagueña (1998), surgidos de una instancia participativa de numerosas
instituciones intermedias bajo la forma de talleres.
Aunque la mayoría de las áreas remiten a más de
un sector, hemos señalado en la primera columna aquellos a los que remiten en
primera instancia, en una clasificación convencional. La enunciación de
problemas contenido en la columna derecha es meramente indicativa de una lista
que podría ser más extensa.
Desde ya que un listado de esta naturaleza remite a distintos tipos de actores sociales de mayor o menor escala o magnitud. Así como los problemas urbanos remiten genéricamente a los habitantes de la ciudad, involucran también a las asociaciones intermedias y a los estados municipales. Virtualmente, no existe ningún área problema que pueda ser considerado ajeno al estado en sus distintos niveles jurisdiccionales, pero, del mismo modo, no existe ninguno que pueda ser considerado ajeno a cada individuo y a las organizaciones en los que estos se expresan colectivamente.
De este modo, así como los bajos niveles de eficiencia en la gestión estatal repercuten sobre todos las áreas-problema, las debilidades de la participación social constituyen también una restricción común. Estos problemas, planteados en ambos extremos del conjunto de la sociedad, debilitan la capacidad conjunta de toda la sociedad en su autogestionamiento.
Sector |
Área |
Problema |
Estado |
Sistema político |
Bajos niveles de participación. Autoritarismo. Baja competencia y
representatividad de los dirigentes. |
Sector público |
Falta de modernización en el sector público. Ineficiencia en la gestión. |
|
Economía |
Gestión empresaria |
Deficiente formación técnica de los empresarios. Falta de equipamiento
tecnológico. |
Comercialización |
Falta de capacitación. Débil sistema de información, comunicaciones y
transporte. Escasa orientación a la exportación. |
|
Sociedad |
Vida urbana |
Debilidad de la gestión municipal. Crecimiento anárquico de las
ciudades. Inseguridad. |
Vida rural |
Escasa capacidad de nucleamiento y organización. Marginalidad y
pobreza. |
|
Servicios sociales |
Falta de equidad en el acceso a bienes y servicios sociales. |
|
Conocimiento |
Innovación tecnológica |
Escasa investigación científica y tecnológica aplicada a la producción
de bienes y servicios. |
Transferencia de CyT |
Falta de comunicación entre el sector de CyT y el de la producción. |
|
Cultura strictu-sensu |
Identidad socio-cultural |
Tradicionalismo ideológico. Degradación de la cultura tradicional.
Escasa permeabilidad a los códigos de la cultura contemporánea. |
Relación con el medio ambiente |
Deterioro de los recursos naturales. Falta de conciencia ambiental.
Deficiente sustentabilidad de los emprendimientos productivos. |
A la búsqueda de una síntesis interpretativa que permita una lectura integrada de las áreas-problemas que acabamos de enunciar, señalaremos cuatro ejes que resumen los núcleos en los cuáles puede centrarse la acción cultural en el contexto de la región.
El énfasis en la comunicación propio de la vida actual dista de ser un mero medio o un instrumento, convirtiéndose en un requisito para la comprensión de los otros, tanto como del complejo comunitario y societal en el que como personas y grupos estamos insertos. El aislamiento es un obstáculo, tanto material como mental, en el camino hacia la construcción de una cultura comunicacional. Instalado en las sociedades de la región como resultado de la dispersión poblacional propia de las varias zonas de frontera que existen en el noroeste, así como resultado de los procesos de aculturación forzada que debilitaron las culturas preexistentes, el aislamiento constituye una restricción seria, una rigidez de las sociedades locales que va mucho más allá de los sectores populares. En estos, se ve incrementado por el escaso acceso a la formación educativa, a la escolarización; en los grandes centros urbanos, se ve incrementado por la marginalidad de grandes conjuntos humanos que tienen un acceso muy limitado a los canales de comunicación colectiva que una ciudad moderna debe aspirar a desarrollar. En los sectores sociales más elevados, el aislamiento gravita también como resultado de la insularización provinciana. En el marco de la experiencia histórica regional, las minorías creadoras (Toynbee) más dinámicas –tanto en la política como en la cultura- fueron las que pudieron capitalizar su conocimiento de extramuros y volcarlo al medio mediante emprendimientos que unieron el adentro con el afuera.
La dependencia es el residuo más fuerte de la dominación social y cultural que se produjo en la región durante la etapa colonial. Como tal, fue un instrumento de explotación de las capas superiores hacia las subordinadas. La “verdad” más fuerte de la dependencia es la conciencia de la propia incapacidad para actuar por sí mismo, según la cual sólo una fuerte conducción de otro, externo a mí mismo, y a mi propio grupo o comunidad, puede garantizar. Aunque fue la cultura tradicional la que ha galvanizado el sentimiento de las propias limitaciones, la aparición de formas modernas posteriores no siempre logró destruirlo, y en mucho casos se apoyó en él para recrear nuevos mecanismos de subordinación social, como sucedió al reciclar la institución patronal del medio rural al medio urbano, trasvasándola de un vínculo asociativo entre clases agrarias a una relación política entre dirigentes y masas. La autogestión aparece como la solución de la continuidad en el círculo vicioso de la dependencia, requiriendo al mismo componentes psicológicos y la construcción de nuevos lazos sociales capaces de sustentarla, en un contexto relacional auténticamente comunitario, asumiendo la idea de comunidad como un constructo consciente, orgánico –en el sentido durkheimiano- y fruto de un proceso de participación.
El fuerte acento comunitario de la tradición cultural local constituye un recurso disponible valioso. Potenciarlo requiere no sólo actualizar su capacidad instrumental con técnicas organizativas actuales, sino también enriquecer la conciencia de un sí mismo personal, fortaleciendo la potencia creadora de cada sujeto con la mediación de la experiencia comunitaria.
De un modo semejante, la tradición –no el tradicionalismo- constituye una reserva histórica acumulada que enriquece culturalmente a la población de la región. Sin embargo, el reconocimiento de los saberes tradicionales se ve debilitado por el escaso acceso a una educación apropiada, por la pobreza y la marginalidad. La educación básica apropiada, y especialmente esa forma específica que asume bajo la forma de la capacitación, resultan indispensables para re-elaborar y re-funcionalizar la cultura tradicional, haciéndola más permeable a la innovación y al cambio, rasgos de la vida social contemporánea que deben ser asumidos, no como valores en sí mismos, sino como patrones o marcos de referencia, sin los cuales no resulta posible pensar en una sociedad que se construya y reconstruya permanentemente, al ritmo histórico del presente.
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* Trabajo elaborado en el marco del PIP Conicet Nº 4290 / Proyecto CICyT UNSE 23/D039. Noviembre 2000. Una versión preliminar fue presentada y expuesta en el Foro I del Curso de Formación de Recursos Humanos en Gestión de Ciencia, Tecnología y Desarrollo Regional, Proyecto FOMEC Nº 843, 14 y 15 de abril de 2000, Universidad Nacional de Tucumán.
[1] CONICET, UNSE. Fundación El Colegio de Santiago. E-mail: tasso@arnet.com.ar
[2] UNSE. E-mail: ponceluis@yahoo.com
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