Herminia Arrate, una gran mujer y una gran pintora José María Palacios, Diario La Segunda, agosto 1974 Para mi sorpresa -los jóvenes de espíritu siempre nos sorprendemos-, he encontrado a más de alguna persona que me ha dicho: Y quién es Herminia Arrate? Y he debido responder: una gran mujer y una gran pintora. De veras? Claro que sí! Vea usted. En diciembre de 1940, y a raíz de una grave enfermedad que entonces sufría, estando en Washington como esposa de Carlos Dávila, el Presidente de los Estados Unidos, Franklin Délano Roosevelt, "mediante un decreto ejecutivo -seguimos al diario Times de la época- , prescindiendo del reglamento del ejército que determina que las mujeres no pueden volar en aeroplanos militares, puso un bombardero Boeing, de cuatro motores, a disposición de la señora de Dávila. Y así, en los primeros días de diciembre, acompañada de una tripulación de ocho personas, de su esposo, de un cirujano del ejército y de una enfermera, la señora de Dávila realizó su vuelo en una fortaleza aérea". Venía a morir en Chile, Io que ocurrió eI 12 de marzo de 1941: Qué otra mujer ha logrado algo semejante? Herminia Arrate nació en Santiago el 1 de julio de 1895 y muy joven ingresó a la EscueIa de Bellas Artes, donde fue alumna de don Pablo Burchard, quien declararía sobre ella: "Era de un temperamento exquisito, de gran emotividad artística, comprensiva al máximo. Alma igual no he encontrado en el trayecto de mi vida". Tenemos ya la respuesta afirmativa, con subrayado particular, al por qué decimos que fue una gran mujer y una gran pintora. En julio de 1974, a iniciativa de Dolores Mujica -actual Directora del Museo de Arte Contemporáneo-, se ofreció en el Departamento de Extensión Cultural de! Ministerio de Educación una muestra de sus obras, y con ella tenemos otra reafirmación, la definitiva, de por qué es una gran artísta. Es bueno no olvidarlo. Vicente Huidobro, el gran poeta, escribió después de la muerte de Herminia: "Con emocíón escribo sobre la pintura de aquella noble amiga que fue Herminia Arrate de Dávila. Sin embargo, su obra no necesita de las benignidades de la aimistad; el juicio puro no necesita ser perturbado por el afecto. Tan evidente es la calidad de los cuadros que nos dejó como para que no olvidáramos Ia belleza de su espírtu. Qué seriedad, qué amor de su oficio, qué gracia concentrada y sin ruido en esas telas tan suavemente melancólicas!" La pura verdad. Una verdad que descubrimos en 1974, cuando su exposición retrospectiva ya aIudida, y que fue una revelación. Se trataba sólo de 30 obras. No rnás. Pero ya lo hemos repetido: no importa el artista, importan las obras. Y allí, en esa Sala del Ministerio de Educación, había una artista formidable, desconocida entonces, desconocida ahora, pero cuya calidad como lo decíamos en artículo anterior sobre Henriette Petit, es preciso defender. Y es que Herminia Arrate es como una hermana menor de Henriette, pero no tanto. Henriette estuvo en París en los comienzos de la década del 20; Herminia en sus finales. No obstante, se herrnanan en su cosecha: la misma fuerza, el mismo vigor, la misma mirada sensible, un espíritu agudo que tomaba conciencia plena de cómo sentir lo nuevo. Herminia lo captó, a su manera. De aquí su originalidad. Fue una artista estupenda, de poca obra -otra hermandad con Henriette-, pero con más poesía. Romera dice que parece seguir su huella, pero no nos convence, porque Herminia divagaba más, tenía mayor ensueño y menos sensualidad. Ella, como dijo Alfonso Bulnes, tuvo una "atmósfera de elegía, que bien pudo también traducirse en poerna o en sonata". Era otro el tono. Sea como fuere, ahora, entre misses y misses frívolas, que no saben quién es quién, que ignoran incluso el valor del sentir primaveral u otoñal, Herminia Arrate resurge como ejemplo de ese extraño fenómeno que afloramos los hombres: la femineidad. En la pintura hecha por mujeres en Chile, fenómeno que no nos cansaremos de exaltar, Herminia Arrate conjuga a Inés de Suárez y Gabriela. Fuerza y pureza, mujer y pasión. Recato y expresión. Un fenómeno que humanamente debemos esperar sea recuperado. Es un buen deseo de quien supone y confía que el pasado aún tiene algo que decir y defender. Volver a Prensa |