The finer workers in stone are not copper or steel tools, but the gentle touches of air and water working at their leisure with a liberal allowance of time. (H.D. Thoreau)
Es una frase que trata de describir la belleza de los paisajes que recorrimos durante nuestras recientes vacaciones en el oeste de los Estados Unidos, y no lo hace tan mal; al menos no violenta el silencio con una pompa que atentaría contra la sublime impasibilidad de la roca sutilmente tallada por esos agentes incorpóreos a la luz del sol implacable.
Los Estados: California, Arizona, Nevada, Utah, Wyoming, Idaho y un pedacito de Montana. Las ciudades: Los Angeles, Las Vegas, Salt Lake City, San Francisco. Los pueblos: Demasiados para enumerarlos.
Entre los bosques asolados por fuegos devastadores no logramos ver osos; sólo logramos distinguir algunos altivos alces de elegante cornamenta y varios pequeñuelos celosamente acompañados de sus madres en las hermosas praderas. Las manadas de bisontes pastaban con mayor o menor modorra cerca de riachuelos o de hordas de fotógrafos más o menos improvisados a orilla del camino. Los géiseres proferían sus elocuentes chorros ora estrepitosos, ora vacilantes, pero siempre con la consecuencia de un esterito que se deslizaba hasta juntarse con otros hasta formar un río caudaloso. Hermosas terrazas de cal formadas lenta y pacientemente por pocitas de agua sulfurante y bullente se mezclaban con multicolores pozuelos semiextinguidos, formando un paisaje de aridez policromada en medio de las coníferas expectantes.
Los parques: Joshua Tree, Monument Valley, Grand Canyon, Red Canyon, Bryce Canyon, Zion, Grand Teton, Yellowstone, Great Basin, Yosemite, Pink Coral Dunes, Muir Woods.
El pueblo de nuestra señora de los ángeles de la porciúncula es un conglomerado poco atractivo de malls y shopping centers indistinguibles a primera vista; bloques de cemento esmeradamente ornados y hechos atrayentes para los consumidores constituyen gran parte de la ‘porciúncula’. El centro de la ciudad hace la competencia a algún pueblito de artesanos latinoamericano en su parte mexicanizada y a una ciudad del siglo XXIII en su parte ‘de negocios’; edificios altos sin ninguna referencia exterior a habitación o habitabilidad alguna por seres antropomorfos, calles desiertas... El automóvil: Uno de esos americanos ‘medianos’ que en Suiza no podría ni virar en las esquinas. Sin embargo, ¡qué delicia conducir por esas carreteras anchas y largas, qué sensación casi desconocida ésa de poder estacionar, cambiar de pista, detenerse para ver el mapa sin neuróticos detrás o al lado maldiciendo a diestra y siniestra!
Secoyas — árboles cuya edad los científicos (dendrocronología — qué palabra tan pesada) estiman en más de dos mil, algunos quizás hasta de tres mil años. Curioso, contemplar a un turista asiático de rudimentarios conocimientos de inglés a través de su snappy junto a una tímida acompañante mientras desaparece a los pies de uno de esos gigantes milenarios de piel roja (redwood — impregnada de una sustancia que los protege de incendios, parásitos y enfermedades) cuyas ramas a veces superan el grosor de los troncos de los árboles aledaños. Me sonríe a lo lejos, hace un par de gestos que interpreto como tentativa nerviosa para explicarme que debo descubrir el lente antes de inmortalizarlos ínfima, fugaz y ridículamente al lado del sequoiadendron giganteum que encontraron mientras compraban poleras, polerones, gorritos y oseznos de peluche cuya principal gracia consiste en su elevado precio — y esa ominosa inscripción en caracteres de estética irrelevante; su razón de ser es permitir al portador pronunciar las palabras mágicas yo estuve ahí, que le permiten cambiar de casta en su lugar de origen (digamos, de la 25B a la 25A, o quizás incluso a la 23C), he ahí el alquímico efecto de las runas dibujadas en el vientre del osito made in Hong Kong que hacen olvidar los árboles esos que esperan allá afuera — si esperaron 2700 años pueden esperar a que decida si quiero la polera roja o la verde, ¿o no? Sí, un poco más arriba, para que salga toda la copa del árbol (el lente de la snappy es todopoderoso, sin duda), pero no tanto, para que se vean las zapatillas de ambos, sí, así, ahora sólo falta apretar el botón de la derecha, tenquiu, tenquiu. Extraña combinación, a veces, de flora y fauna en estos parques, a ratos distrae tanta variedad; o quizás es mi limitación la que me impide disfrutar aful en esos momentos. No tengo la paciencia de las secoyas, me faltan quizás algunos cientos de años e iluminación a otro nivel para admirar el devenir del cosmos a través de la flor del cerezo, arrullado por el viento de la tarde, con un rostro de jade.
Un genius loci ominoso y oscuro pulula casi por doquier en ese enclave que interrumpe el desierto para herir la vista y el espíritu con moles gigantescas de dudoso gusto que albergan centros de culto por demás prodigiosos; una multitud de sacerdotes con títulos nobiliarios (con criterio formado, parte del mundo civilizado, blancos, con cultura y educación —quizás más de uno universitaria—, acomodados) sacrifica horas de su tiempo y cientos de dólares en altares de forma moderna, de vivos colores y hermosa música algo repetitiva, seguramente también con un significado ritual. El dios que habita la máquina reacciona siempre favorablemente al dinero y tiempo inmolados sin derramamiento de sangre, combinando sus tres ojos (ídolo trinitario en la tradición rosacruz) de diversas maneras, provocando una suerte de trance en el sacerdote; éste repite el sacrificio varias veces, hasta la culminación del ritual con la ruidosa eyaculación de algunas monedas por parte del deus in machina, la cual es ciertamente muy poco frecuente y de una profusión modesta; muchas veces el oficiante interrumpe el ciclo ritual para dirigirse a otro altar o a un sacrificio combinado con adivinación, como una tarotmancia modernizada o la ecuomancia, que en vez de leer el futuro en el vuelo de las aves lo hace en el trote de los potros. A pesar de que la naturaleza del dios no la logré captar del todo, me pareció una lección sumamente interesante.
Otros científicos dicen que el Gran Cañón tiene una antigüedad igual a la mitad de la del planeta, lo cual lo hace un objeto de estudio elocuente y provechoso. A mí no me impresionó tanto su edad hipotética como su evidente belleza, las capas de roca deshaciéndose en el ocaso, los arreboles arremolinados al final del horizonte, el viento al bajar por senderos pedregosos. Valió la pena marearme en el helicóptero mientras los audífonos me obligaban a escuchar Vangelis y lugares comunes acerca de la naturaleza con un rápido y distorsionado acento alemán del norte especialmente preparado por la XY Inc., para decir tenemos tours en varios idiomas, porque la vista era fantástica. No habría hecho una buena película si hubiese tenido cámara, ni tampoco buenas fotos si mi estómago y el vehículo no se hubieran movido tanto; nada es capaz de captar esa hermosura amplia y profunda del cañón. De todos modos, on ne voit bien qu'avec le coeur; l'essentiel est invisible pour les yeux.
Los hoteles: Muy buenos, a veces quizás demasiado caros, pero venían así en el paquete que compramos en Suiza, no los elegimos nosotros. Algunos con piscina y spa o whirl-pool, todos con máquina hielera (más o menos cerca de nuestra habitación y con mayor o menor estruendo por parte de su cuerpo de resonancia); en Las Vegas con alfombras, cortinas y demás componentes impregnados del delicado y agradable olor del tabaco fumado recientemente; en Twin Falls con pequeños vampiros invisibles que encontraron rastros de chocolate suizo en nuestro torrente sanguíneo, muy de su gusto al parecer; en Page con cocina y refrigerador, muy prácticos; en Ventura con unos twin falls en el jardín, imitando la incomparable melodía del agua corriendo; en West Yellowstone con la excelente idea de paredes lo más delgadas posible, con tal de favorecer el mutuo entendimiento entre los pueblos del orbe, representados por nosotros, egregios embajadores de nuestros países (quizás amerite el premio Nobel de la paz algún día). Muy buenos, los hoteles.
San Francisco es una ciudad con carácter. Algo sucia en ciertas áreas, pero de bellísimos parques, barrios que podrían ser pueblos de exóticos lugares remotos (Japantown, Chinatown, Italian Town), hermosas casas de madera... Quizás los puertos se vean favorecidos con una arquitectura más noble y una atmósfera más acogedora que las megápolis, no sé cuál será la razón. En el Fisherman's Wharf, un músico de ascendencia africana pulsando las cuerdas amplificadas de un sorprendente instrumento, el Chapman stickboard, una tabla de jacarandá con cinco cuerdas para el bajo y cinco para la melodía, que más que tañer como una guitarra se ‘toca’ como un teclado, con ambas manos además, produciendo muy buen funk y pegajoso new age. La comida: Excelentes restaurantes chinos, buenos restaurantes ‘neutrales’, los infaltables McDonald's, KFC y Pizza Hutt, un restaurante indio (el curry me mata, creo que no iré nunca más a uno de ésos). Buena fruta y verdura, no malas carnes y pescados, buen vino (a pesar de que no existe una cultura enológica ni remotamente tan desarrollada como Suiza o Francia). No pudimos, no obstante, acostumbrarnos a esos destruye-hígados que llaman allí desayuno (excepto los buenísimos frosties y waffles).
Sólo se oye el crujir del viento entre los abetos. Una alondra rasga el celeste infinito.
—Hi folks, how are you today?
La voz se mueve, camina por el sendero del que nos hemos apartado sólo unos pasos y nos sonríe amistosamente sobre la polvorienta mochila, esperando respuesta.
—Fine, and you?
El rostro se ilumina más aún, buscando la sombra de algún arbusto esquivo.
—Great, man. All right! Have a nice day, folks!
El diálogo podría haber evolucionado de otro modo:
—Switzerland, oh great! That’s Stockholm, right? Oh, yeah, chocolate, banks, I got it. Gotta be a gorgeous place, huh? I come from Pasadena, you know, it’s pretty nice, too...
Y de ahí a conocerse y compartir algo. ¡Qué contraste con Suiza, donde el saludo es sólo un reflejo del diafragma al caminar frente a otro ser animado! O con Chile, donde el preguntar por el otro (¿Koh–tái?) es un gruñido que espera una respuesta tan concreta como el ‘gr-gr-gr’ del alce al cruzar el camino. Buena onda, los gringos.
El vuelo: No tan asesino como a Chile, sólo once horas de vuelo sin escalas, en un buen avión md11 espacioso y confortable. La pantalla para los que quieren ver noticias cnn o películas es pequeña y se repite un par de veces en cada sección del avión, lo cual es ideal para los que no quieren ver la película o las noticias, o los que excéntricamente prefieren tratar de dormir en silencio y a oscuras. Buena comida y buena atención de Swissair, que vuela diariamente a los Angeles. La diferencia de horario (8 horas) se siente por algunos días, pero incluso a eso nos pudimos acostumbrar.
El desierto, con sus hermosos colores, la amplitud desconocida para un suizo, con pueblos y colinas cada diez pasos, y para un chileno, con un mar y una cordillera a cada lado; los bosques interminables para la vista, las praderas ondulándose en todas direcciones, la nieve cercana, las dunas y el Pacífico desde otro punto de vista; la tierra, los árboles y arbustos que recordaban a la zona central de Chili; el cielo azul, las nubes portentosas y vigilantes; el silencio; el viento; la luz.
Los navajos dejaban el hogan que había sido alcanzado por un rayo y construían otro para habitar, porque juzgaban maldito al primero. Este mundo era el quinto en el que vivían, después de haber sido prácticamente expulsados de los anteriores mundos inferiores por seres excelsos. Estructura social marcadamente matriarcal, respetuosos de la madre tierra, con propiedad privada claramente definida y mantenida, ritos complejos y muy largos llamados cantos, de manera que cada chamán se concentraba en sólo un par de ellos para el desempeño de su profesión, ya que el exacto desarrollo de los mismos era esencial para su eficacia. Estos y muchos otros pueblos habitaban estas tierras antes de la llegada de los hombres de cara pálida; los primeros forasteros hablaban una lengua que ellos no conocían, muy similar a la que yo escribo ahora, y buscaban en las entrañas del suelo una sustancia brillante que, decían, cambiaría sus vidas; luego llegaron otros, de lengua también desconocida para ellos, parecida a la de Merlín, que gracias a papeles demoníacos habían dividido la madre tierra en porciones, y se la adjudicaban unos a otros, al parecer guardando alguna relación con el polvo brillante que habían buscado los primeros forasteros. Como si la vasta madre pudiese parcelarse, como si pudiese ‘pertenecerle’ a alguien...
Sorprendentes, las etapas intermedias que crea la erosión. Hace mucho, grandes y macizas montañas inamovibles; en el futuro, valles o tal vez lagos; hoy, formaciones rocosas inefables. Un juego intelectual, caminar por serpenteantes sendas entre lo que de lejos son ciudades, burgos, Samarkandas en ocre y crema, con espléndidos torreones, arcadas, balaustradas y terrazas, de cerca sólo polvo apretado y erguido con caprichoso e inexplicable diseño. Qué inasible, el momento en que mi automatismo guestáltico me traiciona y empieza a ver almenas donde hasta recién sólo había formas abruptas de la roca e imagina un torneo de caballeros andantes donde sólo hay un cuervo que juguetea con la brisa bajo los pétreos dinteles a la luz del atardecer; o el instante en que el proceso se revierte, y donde mi mente condensaba o extendía líneas y arcos para que calzasen en mis recuerdos algo en mí los suelta, los arroja de vuelta adonde estaban para volver a mi mirada envejecidos y rejuvenecidos, sin significado pero con contenido, sin gloria pero con alabanza.
Las fotos: Cinco rollos de imágenes que nunca podrán congelar esos colores cambiantes, proyectar esos espacios inagotables, retratar el vuelo de la gaviota, acompañar la niebla mientras cubre el Golden Gate. Utah está lleno de monumentos históricos de mentira. Brigham Young, importante sucesor de Joseph Smith, diseñó muchos de los templos que pueblan la hermosa campiña, incluido el gran templo de la plaza en Salt Lake City; allí pasamos laaargas horas dejándonos guiar por las diferentes dependencias de la Meca de los mormones (que en inglés ocupan la sigla LDS, no sé si despertará ecos sicodélicos en algunas mentes). Corteses y amistosos jóvenes que no muestran saber ni pensar mucho más allá de lo que les enseñan. Como los testigos de Jehová, dicho sea de paso, pero bastante (bastante) más ignorantes tanto acerca de la Biblia como del mismo libro de Mormón, sin la espléndida retórica, organización ni cuño de atractivo más internacional de los primeros, pero con la mística y su tradición de colonos.
Interesantísimo, reparador y hermoso viaje. Fueron poco más de tres semanas las que pasamos recorriendo algo más de 4500 millas (7200 km, más que la recta Punta Arenas-Caracas que es toda Sudamérica), algo cansador de conducir, pero que valía la pena para conocer lugares realmente inolvidables y de gran belleza, como pueden imaginarse por la cantidad de veces que he repetido esta palabra. Podría seguir delirando sobre Disneyland, Berkeley, Beverly Hills u otros lugares, pero no lograría transmitir lo que sólo se puede percibir in situ. Para Franziska fue un poco repetición de plato la mayoría de los lugares, para mí fue todo nuevo. Aprendí más de mí mismo, de Estados Unidos, de América, de Suiza, de economía, de Chile, del mundo, de Dios. A él le agradezco el regalo de este viaje tan inspirador y revitalizador.