Solsticio de verano


Siempre he leído desde una considerable distancia emocional todo lo relacionado con ritos, monumentos y mitos que tuvieran que ver especialmente con los solsticios. El de verano fue ayer, y yo lo pasé con mucho calor en un sitio de lo que por aquí llaman Costa del Noroeste: la pequeña pero acogedora ciudad de Eugene.

No es que descrea de la importancia cósmica del comienzo de la vida, del año, o de los amores perros. Después de trece años viviendo permanentemente fuera de Chile y en confines donde el invierno es más bien prolongado, aun yo he aprendido a añorar el sol. Nada mejor que un día de cielo azul y quizás algo de brisa para diluir manías depresivas y otras de esas tonterías en las que los tipos como yo se enredan de vez en cuando.

Tampoco es que me haya creído todo el cuento del progreso científico, las supersticiones paganas y el oscurantismo. Bueno, al respecto dos precisiones: soy, como muchos, hijo de la segunda mitad del siglo XX, y por lo tanto era probable que el avance tecnológico (noten que no digo científico) me terminara infectando. La otra precisión es que sí me creí el cuento cuando era joven e indocumentado. Tuve que desaprender tantas cosas...

...así que, a partir de ayer, el año no hace sino morir. Como yo, que no hago sino morir desde que nací, o desde que mi cuerpo comenzó a andar por el mundo como pidiendo algo prestado. De algún modo íntimo y misterioso, me siento conectado con el año. Al menos en el hemisferio norte.

Y qué hermosos son los cerros lejanos en el atardecer de Eugene, todos cubiertos de oscuros bosques verdes. Muchos de ellos no mueren en invierno porque son inmortales. A diferencia de nosotros, que los talamos para fabricar revistas de automóviles, papel higiénico o volantes publicitarios. Me siento conectado con los bosques, también, sobre todo cuando los visito. Siento que tardan un buen rato en acogerme, y que la hostilidad —más bien, el escepticismo— viene de ellos hacia mí en forma brutalmente unilateral. Pero efímera, al fin y al cabo.

De qué más se puede escribir un día como hoy, pienso ahora que veo nubes por doquier.


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