Editorial Un frío e inciertamente soleado día de otoño hago a un lado mi pesar y me siento al computador para contarles un poco acerca de cómo se ven las cosas desde Eugene. Partamos con lo anecdótico: el fin de semana pasado fue Halloween. Los estudiantes y otros muchos jóvenes adictos a los amagos de excesos tuvieron sus fiestas —algunas de ellas de disfraces— en todos sitios. Por la noche nos visitaron en casa niños pequeños acompañados de sus padres, disfrazados y en búsqueda de golosinas que uno tenía que tener preparadas si había cometido el error de colocar un zapallo plástico con iluminación en algún lugar visible. Eso sería Halloween, por lo que a nosotros respecta. Sigamos con lo terrible, lo funesto, lo que cuesta nombrar: los resultados de las elecciones sugieren sin mucho lugar a dudas que el presidente durante los próximos cuatro años será George Bush, uno de cuyos apodos menos insultantes es "Dubya", es decir, algo así como "Douleé"... Es posible que sea debido a que aún me encuentro en estado de shock, pero lo que me queda claro es que siento, si bien no demasiado profundamente, una importante pena —tristemente acompañada de impotencia. No conozco a George Bush, así que me abstengo de formular juicios acerca de su persona. Como presidente de EEUU me parece detestable desde el punto de vista de lo que les espera a los ciudadanos, eso sí, y como el tipo que ordena invasiones con la mayor impunidad que le pueda caber a un individuo y que determina, junto a otros sujetos de características lamentablemente similares, políticas comerciales y medioambientales a nivel mundial, es una catástrofe. Estoy plenamente de acuerdo con que, al menos en teoría, podría ser peor. Aun así: no me cabe duda que en la práctica —como sugería una popular calcomanía— cualquiera habría sido mejor. Confío en que no se me malinterpretará. Esta editorial no es un manifiesto político ni muchísimo menos; apenas, un modo dudosamente eficaz de transmitirles mi fundamental sensación de estar viviendo en un tiempo y un lugar donde pertenezco a una minoría despreciada de manera ignorante e insolente. Después de una interesante conversación acerca de la invasión de Iraq con un amigo marino quizás no esté de más enfatizar que mis reparos no son al modus operandi sino a la cuestión de fondo —aunque, claro, peco de al menos una moderada cuota de idealismo al imaginar que un mundo alternativo habría sido posible. Ya no hay vuelta atrás, sin embargo, y sólo me queda tener esperanza en que los otros países ricos del planeta puedan ejercer cuando menos una presión nominal llegado el momento de acuerdos o resoluciones conjuntas. Después de lo que he visto con mis propios ojos en EEUU, me reuslta imposible seguir teniendo confianza en la mayoría de los ciudadanos de este país. Si fuera cineasta, seriamente reconsideraría la opción, comentada con un amigo músico hace poco, de mandarme hacer una polera con el texto putalahueá punto com. Pero no soy cineasta, y me doy cuenta de que me voy haciendo viejo, porque estoy tentado de decir a mi edad algunas cosas ya no se pueden tomar a la broma. La vida continúa, incluso en la Costa del Noroeste después de este deplorable resultado. Y la mayoría de ustedes está lejos de aquí, en sitios donde acaso la principal preocupación sea "en qué sentido se beneficia o perjudica Chile —es decir, las exportaciones, y tal vez uno o dos puntos más— con este resultado" o "cómo intentará obtener cierto co-protagonismo la Unión Europea en las próximas mesas de negociaciones". De todo corazón deseo que el mundo les duela menos que a mí, ahora. |