Los montes metálicos




Algo que produce esa eterna no meditación

y que sabe devolver un sentido inauténtico a las cosas,
por bajo, como cabe lo falso
y se interpretan conceptos al azar vertidos
y quién sabe para qué cegados
en el pozo imposible de lo roto
y que no empiezan.

Vertical por derecho y por creación.
Mantenida y mantinente en autoespera
de derrumbe y enreciado de absolutos,
clavando ideas con el doloroso esfuerzo que da el pragmatismo
ni siquiera sentido,
autoasimilado por la vía de lo fijo.

Forjada a golpes te has dado tu imagen.

De arboladura alzada levantaban los elogios
forzadamente temidos y sentidos con provecho.
Por suplir y detener deformaron los estruendos,
se enteraron nuevamente del descenso.

¡Qué premio gobernaba con sus rayos
las depuestas decepciones salvadoras!

Rapidez imposible, estirpe muda
de fatigas y de agobios franqueados.
Dinámicamente hablando
no compensa parte a parte tanta luz
ni la voz ni el vigor que usabas tanto.
Trenzabas discos con la mano fácil
del triángulo al parquet que nos sustenta.
Muertas febrilmente tantas fechas,
queda el aire enrarecido, ionizado.

Ocurrió que se izaron las proezas,
¿o no sabes ya parar metamorfosis?
Marchadora pertinaz y persistente,
siempre plazos infalibles, planeados.

Perdidamente oceánica,
toda orilla y tan profunda.
Te definen siluetas tan nudosas
que la yedra te rodea. Es sólo aire.

Postración inveterada como invicta,
tanto se te da por lo que va y por lo que viene.
Ir viviendo, fuera el ruido,
tan despacio.

Incesante, penosa fue la claridad
caballera en un incendio pavoroso.
No defino,
no defino ni un instante
ni coloco las ideas con su forma.

Pero cosecho umbríamente tu barniz impenetrable,
transparente.

Cuando una frente provoca sensación
y atruena incluso ruidos superiores
y se corre palmo a palmo por la calle
mirando cara a cara a cada uno,
cuando el recuerdo es fucsia de cintas en el pelo
y se mueve a la memoria cada hecho
y no veo, no veo.
Yo,
tan heliotrópico.

Es y se siente como fango,
avispa muerta en una estufa de petróleo.
Decires de cantar pueblos
como tú y yo supusimos.

Pinté a lápiz y a rasguños cada mueca,
magno fardo que entresurca de compases.
Y conexiones besé que estañaron vanamente
estructuras exaltadas que no fueron nunca efigies.

Por adversos reafirmé timones y hasta palabras
y apareciste dormida como en aquella mañana.

Impulsabas invencible extremas célticas danzas
extrínsecamente tú,
comunera de obras nuevas.

A medianoche jamás
tú te convertiste en nada,
todo el mundo lo hace siempre
y por eso te negabas,
por serena incluso ibas
negando cada mañana.

¡Qué chasquido consumimos al darle sabor al clima!
Ni esplendor ni zarandajas,
que no hubo sino grietas
y dibujos.

Por la acción surgieron vanamente las impunes
marqueterías desceñidas de tus uñas
y marcabas ritmos con golpes de tus dedos
en la cromática mesa inolvidable.

Tu juglaría,
que te jactas bien de ella,
me recuerda formaciones autoimpuestas
sin sentirlo,
jadeante de la prisa de sólo haber una vida
y ser fuerza vivirla a modo,
por tí misma.

Y sin embargo, qué cosas,
qué fuerte pisas, qué fuerte
te agarras al suelo,
a las baldosas artificiales,
que no al gneiss
o al granito.

Nunca podrás morir, lo sabes,
siempre se sobrevive:
vivir es otra cosa.

Que sentido fue de verdad cada momento a tu lado
y asimilado gota a gota como vino
te digo ahora
y lo enraízo a tí y lo encadeno.

Rasgo a rasgo fuiste disuelta en tiempo
y resistías,
te hacías como mi carne y penetrabas por mis ojos,
por mis uñas.

La espiral con que usaba circundarte da las últimas vueltas,
las definitivas y nómadas vueltas,
trazo la rúbrica que terminará implacable, con llaneza
y no habrá tiempo de presentir ni rebatir designios ni nexos
ni ninguna otra cosa.

Radical motivación en descenso supones para mí,
la cuña anclada
de metal blanco y más blanco.
Por los bordes rebosa lo exterior en movimiento,
confluye
y se mete piel a piel por los costados
y tiemblo.

Repetir se hace como flor o como epístola,
cada día más de aquello,
de lo acuático, rígido y ambiental,
fervor de sangres
y según todo y cada vez de amarillo o amarillo.
Nada más.

Calma de cuero, tal vez
calma de cuero.

Serpenteando con la noche poblada, digna de todo lo mayor siempre,
tan palpable,
asimilable,
fue como raíz de asfalto mojado, regreso,
regreso
rasgo tras rasgo
a mí.
Regreso como algo obligatorio, injusto.

Cada cosa por cada cosa en lo que es en sí misma, dentro y fuera,
mientras la implosión se agudiza,
vibra todo un cuerpo
al retornar miembro a miembro a su sitio de siempre
cero.

Y queda un simple rostro grabado como piedra en la memoria,
como siempre,
a lo lejos
y una voz clavada, precisa y directa,
atenuándose, sin eco.
Un tono de voz justo,
síncrono conmigo
y eso es todo.
O nada.

Golpes sentidos, ruidos exactos como han de ser y fueron,
luces, ya luces,
días,
días.

A brazadas aportaste la fricción
y te fuiste cabo a cabo fogueando.
Como un oráculo máximo sugeriste los misterios
pero en concepciones plásticas me di al moho y cuando estabas
pulcra como lo previo exige
no peleamos en sólido y sí sellamos sepulcros.

Vamos a ver si también
vas a fermentar de nuevo.

Feudalmente has corregido
toda aquella divergencia
y no obstante reiteraste oscurantismos y rótulos.

Con rúbrica de sentidos amenazaste rudezas
y se quedó de futuro tu sombra pintada al óleo.

Cumplimos punto por punto
tu obstinación aleatoria
y ornamentamos de orígenes
cada ruta y cada fórmula. Te investiste inútilmente como margen,
como ruido.

Y quedó tan solamente tu alta talla indefectible.
Obturaste lo penoso como cegando la ofrenda
que te envolvió de paciencia
al nacer.
Y te plegaste.
Pero el liquen de los años se despega cada ciclo
y recomienza tu historia.

De pronto surgió luz
de dentro a fuera
y casi,
casi todas las cosas
se cambiaron ante ello.

Pero quedaban los misterios yermos
de resplandores o cantos
y renació otra vez el sentido de las cosas.

Movimiento a movimiento penetró circundante
luz como presencia
más dulce que el vino
y el soplo fresco del aire con olor a piedra suelta.

Y quedarán siempre así ya eternas
la voz vieja decisiva,
la frente como cera y las manos apuntando hacia adelante.

Todo se hizo plano, convergente.

Y volvió por agua
la mañana al río de la noche
y el encuentro fue más.
Fue como sed
y largo, largo se extendió por dentro.

Se colgaron a la vez mil y mil días,
hermanados, reabsorbidos, subyacentes,
investidos netamente de colores y de huellas.
Renacieron credenciales que dolían,
espinosos caracteres,
hundimientos,
afirmaciones tangibles y mudas,
complacientes.
Por el aire avanzó cautelosa, doblegada,
la doble y única voz sentida,
la roja luz de la arena y las hogueras,
el tallo verde y el sol.

Se pudieron deducir silencios en la mañana,
mundos de madera,
cánticos y dialectos.
Dibujos de las jornadas,
plazos y contraluces motivados firmemente.

Y tu stress borboteando
que concuerda y es conciso
y exacerba cada hueco
y genera las premisas.

La gama de intolerables que abanderas puramente
ni la juegas ni sabrías.

Marcharé como la leche de las ubres.






Sin título

Busco una definición satisfactoria
para tu reliquia enterrada y pequeña,
dominada muy hondo entre las grietas
dominante a la vez de blancas zonas.
Me cubre tu voz de niebla y de presencia
inesperada como siempre entre las sombras.

Para la aguja nortes y caminos
que te irradian las tierras y los torsos,
las paredes colocadas, equilibrio
de redes y agonías.
Deposito
los colores expresados cuidadosos
para días caminantes y sentidos.

Estoy despierto, dolorido
necesito
la llegada familiar de tu presencia,
tus espigas como siempre, tu alimento,
tu palabra terminante, tu silencio,
tu mirada de papel, tu complacencia,
las palmeras singulares de tu aliento.

Viertes por los ojos cristal fundido
vocerío de rosales y de máquinas.






Cobre

Horizontalmente se ha sentido por tiempos y tiempos algo circundante por el pecho, apretado y exaltante y exultante.
Instantáneo, de presencia sólo, sin acción, sin movimiento.
No mágico ni psíquico, presente, obsesionante.
A veces pierde su linealidad y gana extensión plana, oscilante,
se mueve por delante de nosotros, sube un poco, baja, vibra
y acompasa su sensación con nuestras rodillas
y nervio a nervio vuelve a ascender hasta el pecho
y se va y quedamos como siempre, como somos siempre momento a momento,
sin defensa.

Es cuando se toma conciencia de lo que la inmovilidad significa,
cuando sentimos presente todo,
tan curvo como ayer descendí hasta la mirada que me diste
y que fue la confluencia de algo y otra cosa.

Líneas que
contribuyen sólo, pesadamente,
motivo tras motivo,
ametrallando por las clavículas como presa o como luz.
Las formas que parecen alardear de su existencia
neta, penetrante, casi óptima.

Preferencias son o acaso más que eso,
vida, vida pura, espíritu de vida, blanca, algodonada, raíz.

La base, los cimientos férreos que me afirman, están cubiertos de hierba seca,
de raspaduras secas, de polvo seco,
de sequedad.
Es el páramo abandonado que algo dejó así súbitamente,
la Atlántida sumergida en frío, o en calor o en cualquier otra cosa.

Y la sed de color ya vuelve por todo a reclamarlo
y allí apareces, como recta y casi de cuero o corteza rota desconchada
y hacia los lados te viertes y te cruzas o caes de rodillas,
hablando, con los ojos juglares del estímulo
y si es doble la vida y tú y yo recelamos,
volveremos como siempre por las huellas a los pasos.

De imitación a imitación puntearon nuestro tiempo,
la impostura exorbitante rarificó nuestro esfuerzo
y si llevan a obtener respiraciones o mármoles
como pretiles de acero el vigor lo hará floresta.

La claridad insumisa volvió a adueñarse serena
de la estancia en que me encuentro y el aire me supo a viento.
Y así vine desde arriba, desde arriba a hacerte llena
de ahora, de cada instante, de este preciso momento.

Tiempo por tiempo estriado, tiempo por tiempo te siento
asida siempre al futuro como prendida a la escena
que quiero ver o no sé, solamente como en negro
y si lo vas serenando sedimento a sedimento
¡qué otra cosa! No o sí.
Todo es motivo de sonrisa.






Triásico

Auspicios vienen a decirme las historias
que borré de mi conducta soñolienta.
Impensado fue tu encuentro que dibuja amaneceres cerca de la noche
y remueve enterezas temporales en mis brazos.

Tengo tiempo de mirar,
ganas de verificarme, ansiosos deseos de estar aquí mismo.
Con un elemental sentido de las cosas
y un silencio definido
colocado en mis ojos.
Directamente solo,
vierto, vacío mi memoria de pequeñas cosas.
La presión se anuda en torno a mí a veces,
renuncio al movimiento
y al gesto.






Las edades

Una -ésta- luz oprime voces
aplastadas.

El oficio de arrastrar tiempos
sobre mi espalda cruje
con rápidas oleadas de figuras recortadas entre niebla y luz,
con mundos visionarios girando en torno a la tarde.

Las criaturas no realizadas
y las concebidas a la vez que muertas,
las series de ternuras y remansos,
de corazas y de máscaras,
todo
es demasiado poco.






Cámbrico

Se broquelaron mis manos de vacío cuidadoso,
me surgieron colocaciones dedicadas
a la luz del sol filtrada entre hojas y reflejos.
Pies descalzos sobre piedra,
sol en los ojos,
absorto.

Mundos de mares someros avanzando y retirándose
desiertos fuera y a través de meses no marinos.
Vida confinada en tiempo y en espacio
a relojes en febril movimiento
húmedo.

Se han resquebrajado todos los gestos
resbalando en ladrillos encerados.






Sin título

En una tarde de cerveza y pan pasó rápida una sombra,
iban
dos ojos por dentro de esa sombra,
unos hombros bañados en mares nocturnos, plegados
hacia islas llenas de palomas rojas,
una raíz volante y unas
manos
de escarcha.

Indirectamente pasaban lunas y aureolas
a la vez que nos brotaban encuentros y reencuentros,
ratificando azares, volando entre encinas
la voz rotunda del agua aprisionada.






La imagen

¡Cómo ves la bruma ensangrentada
por caballos y aguas!
Tu ratificación consolidada en cenizas,
en árboles nuevos,
en deshielos sucesivos.
Tus ropas deshechas por el tiempo,
las voces fijas,
la luz quieta entre el sol del mediodía.
Los pasos siempre en torno de lo mismo,
en mi memoria invisibles y pequeños.
Una piel envuelta en aire,
la frente impenetrable,
la dorada, tan dorada, permanencia.
Las tardes entre gestos,
la pintura derrotada por las grutas
de mis ojos.
Tres mil hojas
del otoño insinuadas
entre ritos.

Pocas veces entreabierta,
aflorada por los pliegos de las fiestas,
tú, victoria que vencías con tu presencia
noches largas, inconscientes,
como inviernos.
Relaciones de sucesos,
línea no quebrada nunca, la ignorancia,
la pregunta
informulada, informulable:
¿Dónde van tus manos,
tus rodillas,
tu palabra escrita,
tus sombras, tus madrugadas,
tus uñas,
tus ideas?








Ropaje

Sumergida, sumergida en la lluvia de hojas otoñales,
entre colores en pugna,
con tus pasos de lana y cáñamo entrañables,
con tu acento, tu voz,
con tus palabras en la tarde,
mi mirada azul, oculta,
inexpresable.

Vivir entre tus manos y tus hechos,
radical, amante
de tu cuerpo, de tu sombra, del concepto
de tí misma, del ropaje
de esperanza incandescente que me viertes.








Quedarán

Quedarán llenas de mar las rayas de tus manos
rebosando atardeceres por tus uñas,
mujer creada de salinas negras,
olivo mojado por tantas brasas frías.

Y así,
entre miles de sueños de regazos protectores,
tu rostro de miel y cáñamo
como una evocación de un infinito
perpetuamente presente y amable.

Y cómo no,
tu mezcla de pasos y palabras
y ese avanzar constante en tu mirada
deliberadamente desvalida,
lanzada a explorar cada mundo que descubres
con la vehemencia
cerrada
de la sed.

Hete aquí. Como has estado siempre,
asiendo cada pared y cada rostro acercable,
quitando a las cosas
sus nombres erróneos. Inmóvil, tejiéndote
palmo a palmo
un único mundo de ventanas inmensas.








Para salir de aquí

Para salir de aquí,
para poner en marcha realidades,
espacios, resistencias,
para ser y estar persona indivisible,
para oír los pasos con firmeza.

Yo cito a las personas que pasaron por mí mismo,
reclamo
ver de nuevo en contraluz cada silencio
otorgado, cada respiración de mi vida,
cada gota de sangre,
cada lágrima.
Exijo ver en pie cada crepúsculo,
erguirse en tono airado cada abrazo,
caminar,
caminar cada secreto. Necesito
que me llueva en la cara todo el agua que he bebido.

He de volver a sentir el mar distante,
las noches de agosto, las mañanas claras,
la realidad cuando fue dura,
los fracasos, las amargas rebeldías.

Repetir las palabras pronunciadas,
trozo a trozo repetir las impaciencias
recordadas, las imágenes, la voz,
el aire consumido.

Tensar de nuevo el arco de los odios,
arrancar los adjetivos mal usados,
las claves de otro tiempo,
vertebrar situaciones y momentos:
ecos de amor, amor, amor, amor amable.

De las miradas extraer las consecuencias
imprevistas, los deseos,
esa clase de firmeza inexpresable,
radical.

Para salir de aquí, para sentir
el calor de la sangre de mis manos
y llamar a las cosas por su nombre.
Para vaciarme de voces y llamadas,
para quitarme el barro de la cara
y despertar.

Convocaré a todos mis gestos, mis costumbres,
pondré en pie cuanto creé,
mis razones, mis creencias. Nos iremos
sonrientes por calles nocturnas,
por canciones conocidas,
por cuerpos casuales,
por amigos,
por amantes.








Sedal

Con la implacable luminosidad de las palancas quietas
y la sal mineral en labios y ademanes,
tensa la bóveda
de las extenuaciones generales,
con inscripciones en lenguajes muertos
sobre
tu piel de forja y edificios.

Tus estancias y tus ejes, tus tejidos
moldeados en atónitas urdimbres de inercia,
maridaje intermitente
de mareas y diluvios torneados.
Tu voz
como asalto o como introito.

Caminos y perezas abiertos a gritos y salidas
y obligaciones de léxicos,
con un plan riguroso de gritos en la selva de tu idioma
de fría arena de cualquier playa nocturna,
de lunas húmedas y férreas exigencias de legítimos presagios.
Hay gruesas cuerdas anudadas con desorden
en torno a tu cabeza,
un desafío imposible con alma de cartón
junto a tus gestos
y el coro crispado de algo inútil y enemigo
en tus huellas sobre el barro.
Dulces y duros sedales en tus ojos.







Reconstrucciones

Observa la voz, el rumor, la raíz, el surco.
Cuanto mueve la vida y la define, analiza los embates
de versos y tormentas,
su gritar por la existencia, su estallido,
su batir ante puertas selladas.

Porque resulta fácil, amable, encontrar espejos en las calles,
encontrar arena en los caminos,
tener siempre la edad de los árboles cercanos,
la risa de los ríos,
la envidiable altura de los soles.

Nuevas velas alzadas al viento nuevo de la tarde,
imágenes de sal a las cuerdas de mi rumbo.
He aquí las luces de mi norte errante
inventando cada instante, cada pulso, cada gesto
la salida del aéreo laberinto.

Días claros de un amanecer ingrávido
unían en cúpula las noches entre sí y se daban
razones a los pasos y a las claves.
Alzaban incesantes los telones,
reclamaban la única existencia de los campos de batalla
entre los ecos dormidos de la sangre inderramada.

Para que crezca un poco más cada mañana el tiempo,
para que empuje con más fuerza
la raíz hacia dentro del planeta.
Para que la atmósfera rodee al espacio de blandura
y penetre la sal en el océano,
para que los ojos almacenen sus miradas,
existirás siempre aunque nada te obedezca.
Tendrás el derecho a la perplejidad
pero no otro alguno.

Para que durmieran sequedades, soñaran mis acordes cercanos,
olvidara cada luz la existencia de lo oscuro,
tejí palabras o más bien signos y señales
entre velos rasgados por un viento imperceptible.
Se fueron alejando el humo, las raíces, los anhelos.
Tomando la voz del alba hablaron alto los metales.

Tal vez se deslizó todo el agua del torrente
exigiendo desiertos que fecundar con su presencia,
mitos que alimentar de esperanza,
pétalos por los suelos agrestes de las mismas,
eternas montañas.
O tal vez fue al fin el acabar de su caudal amable
razón de los caprichos del deshielo impuesto.
Evidencias demandadas por los dedos.

Pasaron por encima de los puentes los ejércitos vencidos.
En solemne comitiva los príncipes triunfantes, por los cielos soles intuidos.
Rozaron con sus alas los pájaros, todos los pájaros, las copas de los árboles.
Pero yo vi cada cosa transformada en quietud y en presagio
extraje tiempo del caudal vegetal de la tierra, de los mágicos
telares de los trigos. Lo esparcí elevándome
una y otra vez sobre encima de nieblas y de nieves.
Olas en calma acariciaban mi cuerpo.

Abarcar es tarea de gigantes,
de dioses colonizadores de imperios vacíos,
de hielo salado.
Cuando se logra crear esa llama blanca contrastada con la noche,
surcada por vuelos poco más transparentes que un tejido de humo,
entonces,
entonces se despega el suelo de la atmósfera,
amenazan temblores en toda aquella tierra hasta entonces tenida por firme.
Y corren alados pensamientos de pánico.
Y ocurre que la escasa tierra se puebla de organismos vivos
simulando la descomposición orgánica
a la espera de librarse de la inmensa amenaza que supone la resurrección de la carne.

Desde la altura implacable de la reunión mineral
de la lluvia y la tierra
uniré vida y presente cuanto sea necesario.
Buscaré ramas de árboles intactos a cubierto de miradas anhelantes,
súbitas llamaradas de tormentas.
Palidece ese murmullo de cercanos mundos,
oscurece su color la noche incluso,
tras mis pasos cerrados, tras las apariciones
espaciadas del volumen creado.

Siempre, siempre cabrán riadas en mis manos
de tan abiertas, temerosas, pobladas, receptivas.
En cada paso, en cada gesto,
la aberración toma cuerpo de ley inexorable:
se te abre una escala de triunfos
en batallas sin enemigo,
tan sólo para crear la ilusión del contraste.

Pero vuelve,
ha de volver una y otra vez la noche
a anular cualquier pretensión
de eternidad.
Arriba y abajo se entrelazan firmamentos y raíces, estrellas y cavernas
en el enlace de la vida inmóvil.
Es el rincón de la eterna espera,
del tiempo
recortado y detenido,
de los segundos que se acercan y observan,
para acabar por retirarse de nuevo.

Aquí estás, lo ves, esperando,
en la región altísima de los planos fecundos
y los cristales de millones de caras talladas,
de la tiranía de los sonidos y la piedra.
Aquí sólo se habla el lenguaje imposible de la quietud y de la vida
y ningún otro es tenido en cuenta.

Me llueve ahora mismo por dentro.
Agua tibia
en lentas gotas que lavan un suelo inesperado.
De su unión premiosa en solidez de ríos
se origina una cadena de ritos,
la transfiguración de un orden evidente
que yo desconocía por completo.


Vicente Olmos

Madrid, España

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