Nuestro querido Robert Altman
Germán Uribe
Tratándose de homenajes o reconocimientos, en muchas ocasiones
pasamos de agache. O porque cuesta
trabajo decir algo de aquel a quien no reconocemos como lo
reconocen los demás, o porque lo impiden la inercia o los
obstáculos para publicitar a quien se quiere enaltecer. En lo
personal, para el primer caso, confieso, por ejemplo, a Borges,
a quien dejo en los demás la tediosa y controversial tarea de
exaltarlo. Para el segundo caso, al diablo lo uno o lo otro,
inercia y obstáculos mediáticos cuando, como ahora, es una
soberbia figura de la cinematografía mundial como Robert Altman
quien, fallecido hace apenas un poco más de un año, me enrostró
con su muerte una deuda de admiración, entusiasmo y enseñanzas
imposibles todas ellas de negarme a pagar.
Por los años setentas padecí por su culpa de un acentuado vicio:
M.A.S.H. Vicio éste que como el del cigarrillo, tenía la doble
habilidad de apropiarse de mis sentimientos y emociones para
excitarlos o deprimirlos a su antojo. Aquel seriado que tuvo
como inspiración su formidable película -Palma de Oro del
Festival de Cannes 1970 y varias nominaciones a los Oscar-, me
facilitaba con su graciosa y delicada sátira la comprensión
política de una guerra, mientras iba induciéndome, sin
proponérselo de manera explícita, a tomar partido, a hacer
conciencia de lo esencial en temas tales como el espectro
tentacular del término imperialismo. Con el prolongado M.A.S.H.
televisivo, entrañable producto universalmente "patentado" por
Altman, los adolescentes que disciplinadamente nos adentrábamos
en aquella serie, tuvimos a nuestro servicio y en medio de
lecciones del mejor humor, un ocurrente cursillo alrededor de un
tema grave: la política manipulando los hilos de la guerra.
¡Cómo no resaltar aquello!
Para señalar su importancia en el cine mundial baste decir que,
queriendo aludir a alguno de sus filmes, el público y la crítica
terminaron por cambiar aquel desgastado calificativo de "obra
maestra" por el de película de Robert Altman. Así, simplemente.
Su nombre era una impronta y sus películas una especie de
"momento detenido" que si no cobraba entusiasmo, al menos
acusaba respeto.
A quien había transitado por casi todos los géneros del séptimo
arte, incluido el cómic -recordar a "Popeye"-, habría que
concedérsele que su valía no se ceñía únicamente a sus grandes
atributos cinematográficos sino, y muy particularmente, a su
concepción crítica de la sociedad, fustigando a la clase media y
al sistema. Qué si no fueron entonces M.A.S.H. y Gosford Park:
soberbios vapuleos a la guerra de Corea y a la falsa moral y
doble vida de la aristocracia, en este caso recreándola en medio
de la decadencia del Imperio Británico.
Y algo más. Deberá destacársele por parte de quienes escriben la
historia del cine, que como incitador del tránsito de la
televisión al cine y de la pantalla grande a la televisión,
alcanzó a vislumbrar lo que terminó siendo el espléndido cine
independiente norteamericano. Allí ha quedado inscrito su nombre
sin que ni siquiera los adeptos cinéfilos que no lo tienen
dentro de sus preferencias, puedan alegar algo distinto.
Cuando
en 2006 y poco antes de su partida final se le entregara el
Oscar por el conjunto de su obra que cuenta con más de 80
películas como director, 39 como productor y 37 como guionista,
y tras haber sido nominado como mejor director en cinco
oportunidades y mejor película en dos, expresó lo que retrataba
bien al anciano insurrecto: "Prefiero recibirlo por todo lo que
he hecho, a ganármelo por un par de cosas". Pero su rebeldía en
aquel acto le cedió el paso a la dulzura enseñando unos gestos
enternecedores como cuando, entre otros, al recibir la
estatuilla, todas las miradas del público pudieron advertir,
conmovidas, las manos temblorosas del anciano acariciando las de
Meryl Streep y Lily Tomlin...
Nacido en Kansas City en 1925, vino a morir a los 81 años en la
noche del 20 de noviembre de 2006 en un hospital de Los Ángeles
a consecuencia de un cáncer.
No todos quienes amamos el cine estamos en la obligación de
recordar la totalidad de su filmografía de más de cuatro
décadas, aquella cuyo contenido de aparentes largos
documentales, infiere a un mismo tiempo indocilidad, dignidad y
provocación. Pero mi inquietud, a manera de homenaje al hombre
que tanto quise y que de cine tanto me enseñó, es esta: ¿Quién
de nosotros, los fervientes seguidores de este maravilloso arte
no encuentra regocijo y gratitud y porfía en su admiración por
este Robert Altman cuando evoca o vuelve a ver, digamos, Short
Cuts, Nashville, The Player, Tres mujeres, McCabe y Mrs. Miller,
Prêt a porter, Gosford Park y Kansas City?
Este, pues, y en pocas palabras, fue nuestro querido Robert
Altman.