Despedida a Jean Delannoy
Por
Germán Uribe
Habrá críticos serios que se encarguen
de valorar su trayectoria con
objetividad y aplomo y no
como lo hicieron con tan mala leche en
su momento los Cahiers du Cinema o
algunos de los representantes de la
Nouvelle Vague francesa, en especial
Francois Truffaut y Jean Luc Godard que,
con todo y ser ellos notables cineastas,
quisieron hacer con él aquello de "matar
y comer del muerto" sólo porque lo suyo
no se ceñía a los cánones nuevos que
ellos intentaron imponer e inmortalizar.
Hoy el juicio riguroso de la historia
velará, no lo dudo, porque se le de la
razón a cada quién por su aporte, se
preserven los valores de todos y se les
honre como se lo merecen.
En
mi caso personal, me ocuparé de Delannoy
a partir de mi experiencia directa con
sus realizaciones durante la época en
que viví en París por allá en los años
sesenta cuando, con la fiebre
incontrolable del cinéfilo, asistía a la
cinemateca a funciones que bien podían
extenderse entre las 11 de la mañana y
las 9 de la noche con la opción de ver
entre tres y cinco cintas diarias. Y
entre ellas, naturalmente, estaban
algunas este gran director. Pero fue en
concreto el filme Les jeux sont faites o
La suerte está echada(1947), con guión
de Jean-Paul Sartre, lo que me acercó a
él, aunque también su trabajo conjunto
con el poeta y dramaturgo Jean Cocteau (L'Eternel
Retour, 1943, variación sobre el tema de
Tristán e Isolda), o con André Gide
quien inspirara con su novela la tan
aplaudida Sinfonía pastoral que le
permitiera a Michelle Morgan alcanzar el
premio de mejor interpretación femenina
en la primera edición del Festival
Francés de Cine y que le diera esa
enorme satisfacción que fue para él la
Palma de Oro a la Mejor película del
Festival de Cannes en 1946. Fue, pues,
esta mixtura de personalidades, premios
y éxitos fílmicos lo que extendió mi
curiosidad hacia quien recurría a tan
altas expresiones de la cultura y el
pensamiento francés para desarrollar sus
proyectos.
Nacido
el 12 de enero de 1908 en París, Jean
Delannoy acaba de morir a la edad de
cien años en su casa de Guainville, en
el noroeste de Francia. Probablemente su
trabajo no sea particularmente
reconocido en Colombia por el gran
público, aunque quienes acostumbraban
las salas de cine entre los años de 1950
y 1980 deben retener en la memoria al
famoso Jean Gabin interpretando el papel
del comisario Maigret, o a Anthony Quinn
y Gina Lollobrigida en esa sobresaliente
adaptación histórica del clásico de
Victor Hugo, Nuestra Señora de París
(1956) que le diera con tanto éxito la
vuelta al mundo y acentuara el
reconocimiento general de aquel que
murió, según el presidente francés,
Nicolas Sarkozy, allí donde era feliz
mientras el mundo del cine continuaba
visitándole.
Premio del Jurado internacional del
Festival de Venecia con Dieu a besoin
des Hommes (1950), y más tarde
distinguido por la Academia de Cine
francesa con el César honorario a su
carrera, había comenzado primero como
decorador y luego como actor en
películas mudas al lado de su hermana,
la actriz Henriette Delannoy, pero fue a
partir de 1938 cuando luego de
experimentar en los estudios de la
Paramount, en Joinville, se dedica de
lleno a lo suyo, el montaje y los
guiones de sus propias obras.
Susan Sontag, la brillante novelista y
ensayista norteamericana, amante y
exigente conocedora del cine como quiera
que ella misma incursionara en él, en
una entrevista concedida a Vicente
Molina Foix en enero de 2004, el mismo
año de su muerte, se refería así a
Delannoy:
Cuando tenía trece años, mi familia se
trasladó a Los Ángeles, y allí había un
cine pequeño que pasaba películas
extranjeras. La primera que vi era de un
director francés, Jean Delannoy, y se
llamaba La Symphonie Pastorale. Era una
adaptación de una novela menor de André
Gide, con Michèle Morgan. Y la vi en
aquel cine, con trece años -estamos
hablando del final de los cuarenta-, y
pensé: "Vaya, esto es algo totalmente
distinto de las películas con Bette
Davis y Joan Crawford y Lauren Bacall.
¡Esto es completamente distinto!". Fue
parte de mi descubrimiento de Europa.
Así que antes de que el cine se revelara
como forma, las películas (las que yo
amaba) significaron el descubrimiento de
Europa. Aquellas películas eran una
alternativa a Hollywood, y desde
entonces dejé de apreciar las películas
de Hollywood.
Con
esta definitiva partida suya, Jean
Delannoy deja atrás un estilo y una
concepción de hacer cine muchas veces
discutida pero con sello propio y
definidas nociones técnicas y
argumentales que le merecen,
ciertamente, admiración y respeto. Él
quiso hacernos ver todo aquello que
creía que deberíamos ver mientras se
solazaba recreando trozos relevantes de
la historia.
Su
presencia en la filmografía mundial, tan
ensalzada por unos, como vapuleada por
otros, se mantendrá en todo caso dentro
de los anales inflexibles e inequívocos
del siglo XX.