Este es Michaux,
querida Gabriela
Germán Uribe
Querida Gabriela:
Luego
de que leyeras en el diario La Nación de Costa Rica mi artículo
sobre Keats
en
el que invoco con entusiasmo a Henri Michaux, me escribes desde
Miami esa bella carta que me apremia a compartir contigo mis
percepciones sobre el poeta francés, pero ante todo, en fin,
como bien lo dices, quién era él, por qué él y un ansioso y
comprometedor etcétera. Y olfateo ahí mismo, en la averiguación,
entre tus palabras y el trasfondo de tu curiosidad, al perverso
tufillo de las vergüenzas injustificadas. Yo también indagué en
mi tiempo sobrecogido por la timidez, y heme aquí ahora
compartiendo contigo. Pues bien, te voy a hacer una breve y
pública síntesis, advirtiéndote de antemano, eso sí, de que irá
sin los recurrentes recursos de la retórica vacía, o del
sospechoso ceñimiento a las falsas invocaciones desde el
sahumerio, por cierto, inútiles con él, con alguien de quien ya
se sabe, está catalogado universalmente como un poeta altivo,
hermético y particularmente difícil.
Para
empezar, debo decirte que en el intento de acercarnos a Michaux,
y luego para ingresar y compenetrarnos con su mundo, debemos
hacernos a la idea de que no recorreremos un camino
relativamente fácil como el que nos puede conducir a un Neruda,
o a un García Lorca, o a un José Asunción Silva o, incluso a un
Darío. No, Michaux es un poeta complejo que reúne en su obra una
mezcla de verbo y pintura, realismo e imaginación, cordura y
locura, que hizo afirmar a un estudioso suyo que sus palabras,
desligadas de su uso común, se emplean para transmitir más un
impulso que un significado. Además, fue un sobresaliente
exponente de la "investigación espiritual" que iba siempre
detrás del conocimiento de sí mismo privilegiando aquello por
sobre la indagación de los demás. Su vida y su obra fueron un
viaje alrededor de su propio espacio interior, de lo suyo por
dentro esforzándose para que aquella implosión de conciencia y
sentimientos tuviera un remedio desde su expresión artística.
Pero
con todo, querida Gabriela, excéntrico y enmarañado, fue un gran
poeta y pintor francés -a quien se le tiene generalmente como
tal, no obstante haber nacido en Namur, Bélgica, en 1899-, quien
tras viajar por África, América y Asia, vino a radicarse en
París en 1928 en donde inicialmente se involucró con el
surrealismo, con Klee y con Ernst, pintando formas y colores muy
semejantes a las de ellos. Abandonó la medicina, estudió
literatura y dirigió la revista Hermès, la que asumió con febril
pasión entregándole en abundancia todo lo suyo que pudiese dar,
sus calidades intelectuales, la cualidad de su amplia cultura,
sus recursos económicos, su tiempo y el soberbio brillo de su
inteligencia.
Y fue
el crítico J. Paulhan, el mismo que introdujo a Sartre a la
editorial Gallimard para que le fuesen publicados sus primeros
libros, quien lo presentó por aquellos años con sus iniciales
trabajos poéticos.
Michaux
escribió también novelas como "Ecuador" y "Un bárbaro en Asia".
Agudeza imaginativa y viajes nutrieron y marcaron sus primeras
incursiones en la novela y la poesía. Luego, metido ya de lleno
en la producción poética, excitada su inteligencia y atizada su
inventiva por los alucinógenos y la mescalina y bajo la
influencia de Lautréamont y Rimbaud, ofrece al público una
opción llena de rebeldía y crueldad. Publica "Paz en los
quebrantes", "El infinito turbulento" y "Conocimiento en el
abismo", hasta llegar a "Momentos" (1973), obra esencial de su
largo quehacer expresivo que terminó por apuntalarlo ante los
más exigentes observadores.
Fue
respetado y consentido por una élite de intelectuales y críticos
de su tiempo que terminaron por asignarle un encumbrado lugar en
la historia de la literatura y el arte. André Gide, vehemente,
lo proclamaba en 1941 y Jorge Luis Borges se jactaba de su
amistad y de su "irrecuperable música intensa de un duradero
placer".
Llegué a él a través de un merodeo similar al tuyo por allá en
los años sesentas siendo estudiante de Filosofía y Letras en la
Sorbona de París, pero básicamente atraído por la para mí
exultante fama de precursor del existencialismo que le
endilgaban algunos textos universitarios.
Michaux, uno de mis más entrañables poetas en lengua extranjera
junto a Baudelaire, Keats, Hölderlin y Whitman, muere en 1984, a
los 85 años, viejo y famoso, pero muy poco conocido por la
opinión no especializada fuera de Francia.
Este
es pues, mi querida Gabriela, el Michaux que yo conozco, mi
Michaux.
Recibe el afectuoso abrazo de tu amigo,
P.D.:
Pero cómo dejarte así, preguntándote, ¿Y? Pues bien, no te
esfuerces por alcanzar una lectura reverencial, déjate llevar
por él... y métete en su alma, en su cuerpo, en su maravillosa
y, en últimas, aterrizada imaginación:
Llévame...
Llévame en una dulce carabela,
en
una vieja y dulce carabela,
en su
casco o, si quieres, en la espuma
y
piérdeme allá lejos, en la bruma,
en
los vagos remolques de los siglos futuros,
o en
la felpa engañosa de las montañas yertas,
en la
tropa extenuada de ramas y hojas muertas
o en
el coro de aullidos de los perros oscuros.
Y,
sin quebrarme, llévame en los besos,
en
los pechos que se alzan respirando la vida,
en el
sol de la mano, sonreída,
en
los túneles largos de los huesos,
o en
los pliegues ocultos de la piel.
Arrástrame, o entiérrame, más bien.
Los que fui
Estoy habitado; hablo a los que fui y los que fui me hablan.
Experimento a veces la molestia de sentirme extranjero. Los que
fui constituyen ahora toda una sociedad y acaba de ocurrirme que
ya no me entiendo a mí mismo.
-¡Acabemos! –les digo-. Yo he ordenado mi vida, no puedo ya
prestar oídos a vuestros discursos. Que cada cual se tome su
trozo de tiempo: vosotros habéis sido, yo soy. Yo trabajo,
escribo una novela. Comprendedlo. Y mandaos mudar...
-¡Publícame, por favor!... –me espeta uno.
-¡Vaya!... ¡Hay cada pobre loco en mí!
-Vosotros vivisteis un año, dos años a lo sumo, en común en mi
pellejo y ahora queréis venir a dominarme, a mí, que soy.
-Yo no quiero morir –dice uno que fui.
“Yo no quiero morir”, y es sin embargo un escéptico.
Es
así como uno se deja engañar. Y es también así como se pierden
tantas oportunidades. Se tiene el deseo de escribir una novela y
se escribe sobre filosofía. Nunca se está solo en su pellejo.