Acerca de los piropos
El
"adiós mamacita" ha llegado a su fin
Germán Uribe
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mujeres congresistas de diversas tendencias culturales,
religiosas, políticas e ideológicas, algunas de ellas de armas
tomar, han resuelto unificar esfuerzos alrededor de sus
desasosiegos -netamente femeninos- elevando una audaz propuesta
que, en apariencia, muy pronto terminará siendo una rígida ley
de la República.
Quien
acose, reza uno de los aspectos más sobresalientes de su
iniciativa, asedie física o verbalmente, hostigue o persiga a
una mujer, incurrirá en el nuevo delito de acoso sexual y
maltrato no intrafamiliar, debiendo ser castigado con penas que
van de uno a tres años.
"El
ejercicio de la superioridad y el poder que conlleva a que la
mujer se sienta perseguida", es para la senadora Alexandra
Moreno Piraquive lo esencial de esta nueva norma. Gina Parody,
entre tanto, esforzándose por diferenciar entre acoso y piropo,
hace hincapié en que debe tipificarse el delito cuando la
"persecución" lleve implícitos fines sexuales no consentidos,
debiendo "existir una relación de jerarquía entre acosador y
acosado."
La
cárcel, pues, advierten estas decididas señoras en el más
publicitado y candente de los diversos y muy serios puntos del
proyecto, para aquellos que desplieguen sobre ellas -las
mujeres todas- su prepotencia en el no siempre sano o romántico
vicio de corretear a las damas confundiéndolas o
desestabilizándolas, al tiempo que, probablemente en el intento
de moverles el piso, desafían y a veces violan su justo derecho
a vivir en paz y libres en medio de sus muy respetables y
eclécticos deseos.
La
iniciativa, que ya ha avanzado un buen trecho como quiera que
pende de tan sólo dos debates para su definitiva "coronación",
conlleva, no obstante, un peligroso ingrediente. De lo que hasta
ahora se conoce, únicamente se puede colegir, para que ésta sea
entendible y acertada, que se refiere a casos agravados, porque
de lo contrario un azaroso camino
hacia los grillos, las cadenas, los barrotes y las "esposas" se
abre para aquellos juglares que por miles y millones revolotean
a su alrededor desde las zarzas de la pleitesía, la avidez
comprensible o la simple sana admiración.
Ojo,
pues, príncipes del piropo que entonando toda clase de
requiebros, galanterías, madrigales y, en fin, halagos
multicolores, numerosos de ellos encarnación del incontenible
deseo sexual, y otros, meras lisonjas nacidas del impulso de la
rendición admirativa, y sin más poder dañino que el que pueda
hacerle el pétalo de una rosa al esculpido cuerpo de una hermosa
mujer, pueden terminar tras las rejas.
Porque es que ni el más sabio de los jueces, ni el más intrépido
de los magos, podría estar seguro cuando al poder de su juicio o
su prodigio llegue el alegato que lo constriña a dirimir entre
lo que no es más que un recto coqueteo de algún inspirado locuaz
o el arrebato carnal de algún loco desesperado que ante la
tentación se deshace de la razón para abrirle camino al acoso
sexual.
Por
lo tanto, el temor por los fallos no siempre justos que
necesariamente vendrán a causa de la nebulosidad y la finura de
esta
temible frontera, amaga por hacer desaparecer una milenaria
costumbre de los hombres con unas consecuencias terribles: el
fin de los piropos.
Todo
indica que sus días están contados y su destino fatal será el de
envejecer y morir tras los fríos e inhóspitos barrotes de una
cárcel
El
"adiós mamacita" ha llegado a su fin.