Elsa Triolet en un instante
Por Germán Uribe
En
1970, cuando Elsa Triolet murió, en la
página internacional del periódico
aparecía una lacónica noticia: "UPI,
junio 17..." y cuatro líneas con frases
de cajón. Sobrecogido, no por la
mezquindad de aquel medio sino por la
noticia, releí: "Elsa Triolet falleció
de un ataque cardiaco…". Lancé el
periódico al suelo haciendo un esfuerzo
por no repetir la expresión de siempre:
"no puede ser". Busqué, como a todos nos
sucede en tales casos, en otros
periódicos. Y por ningún lado. Nada.
"Mañana se ampliará", me dije sin
sospechar que sería inútil.
Y era que no podía
creer que se repitiera la historia. Algo
similar me había sucedido con la muerte
de Arguedas, el espléndido escritor
peruano. Cuando José María Arguedas se
pegaba un tiro en su querida Lima, la
prensa local lo reseñaba sin mayor
realce. Al parecer, hacían caso omiso de
la trascendencia de la noticia y de la
categoría del personaje, simplemente
porque al morir había dejado un
testamento "candente" en donde se
reflejaba una clara postura política
perturbadora para el establecimiento
peruano y, por añadidura, una que otra
expresión de simpatía hacia Cuba y hacia
la valiente lucha del pueblo
vietnamita.
Había coincidido
aquello con mi visita a la capital Inca
en la primera semana de diciembre de
1969. Fui entonces testigo directo del
impacto en el pueblo raso -taxistas,
meseros, etc.- y de los lamentos de los
indios de todos los rincones de su
patria que alcancé a percibir en unos
pocos medios de izquierda. Días después
traje a Colombia, ampliada, la noticia.
La dejé nítida y fiel en un suplemento
dominical en donde incluí apartes de los
testamentos literarios del suicida y las
demostraciones conmovidas de sus
seguidores y allegados. No obstante, al
otro día en el diario El Tiempo, mi
amigo Uriel Ospina, en diez renglones,
accedía a reconocer aquella pérdida para
las letras americanas acotando a lo mío:
"Evidentemente murió Arguedas, se pegó
un tiro…" Y acentuaba para insinuar no
sé qué cosa: "Sufría de serios
trastornos mentales". ¡Eso fue todo!
Pero volvamos a la
Triolet. En aquel instante de 1970, tras
su fallecimiento, se despertó
en mí una profunda tristeza que me llevó
a largas lecturas de su obra y, en
consecuencia, cautivado, a irla
queriendo y admirando cada vez más. Las
letras francesas, Louis Aragón, de quien
fue al decir de Jorge Edwards su mujer y
su musa, la izquierda intelectual y el
pueblo de Francia habían sufrido una de
sus más irreparables pérdidas.
Ella Kagan, su
verdadero nombre, o Elsa Bougmolov, fue
un ser humano extraordinario y una
novelista consagrada. Nació en Moscú el
12 de septiembre de 1896 y murió el 16
de junio de 1970 en la casa del Molino
que le había comprado Aragon en Saint-Arnould-en-Yvélines,
Francia. Comenzó a escribir y a publicar
en 1924. En 1928, en el café "La Coupole"
de París, se encuentra con Aragón, a
quien acompañará por el resto de sus
días. Primero en ruso y más tarde en
francés, escribe numerosos libros, entre
ellos su trilogía "Rosas a crédito",
"Las intrigas" y "El alma". En 1945
recibe con "El primer desliz cuesta
doscientos francos", el premio Goncourt.
Además están "Nadie me quiere", "Los
fantasmas armados", "La historia de
Anton Chejov", "La cita de los
extranjeros", "El monumento", "Rosas a
crédito", "Luna-Park", "Vean y
escuchen", "La puesta en palabras" y,
publicado el mismo año de su muerte, "El
ruiseñor calla al alba".
Como traductora
acomete una obra de excepcional
importancia para la cultura universal:
vierte del ruso al francés, por primera
vez, la poesía de Maiakovski, su cuñado.
Asimismo, traduce el teatro de Chéjov y
dirige la publicación de una antología
de la poesía rusa.
Fue presidenta
honoraria del Comité Nacional de
Escritores Franceses en plena
Resistencia (1941) y cofundadora de la
revista "Lettres françaises". Su
actividad intelectual rebasaba los
límites de la cultura de biblioteca.
Actuó apasionadamente en las luchas
políticas de su tiempo. Pensó con Fanon
y Sartre que la guerra de Argelia no era
una guerra de Argelia solamente, sino
una guerra universal de los desposeídos
contra los opresores. Fue militante sin
titubeos y, siempre más cerca de la
excitación partidista que del reposo
burgués, vino a morir a los 73 años.
Elsa Triolet dejó
la lección de una vida de entrega
absoluta a su trabajo y la imagen de una
mujer integral que, como Simone de
Beauvoir con Sartre, forjó ella también
con Aragón el modelo de pareja de
escritores más destacados del siglo XX.
Elsa, pues, aquel
16 de junio le había ofrendado sus ojos
a la eternidad, aquellos mismos ojos que
todo tuvieron que ver con la poesía y
que le hicieron escribir a Louis Aragón,
el portentoso poeta, el amante, el
novelista, el político y el pensador,
las páginas más bellas que enamorado
alguno pueda dedicar a su compañera.
Pero también, aquellos ojos hicieron
cantar. Difícil encontrar canción más
emotiva que "Elsa", el poema de Aragón
interpretado por Leo Ferré.
A quienes no la
conocen va dirigido este instante de
evocación íntima, invitándolos a acceder
a la vida y obra de esta exquisita mujer
que, como Simone de Beauvoir, también
hiciera del siglo XX su siglo inmortal.