Compañía de Jesús - Colombia, S.A.


Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios - CIRE

Un cuento que escuché alguna vez y que transcribí después sobre la locura del amor.

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La Herida del amor

"No es indispensable que el bebedor abdique de su razón,
pero el amante que conserva la suya
no obedece del todo a su dios".
Memorias de Adriano
M. Yourcenar

Cuentan que antes de que Dios creara a los hombres y a las mujeres, estaban las virtudes y los defectos en el paraíso sin nada que hacer; pasaba el tiempo y se aburrían muchísimo sin trabajo.

Un buen día, la locura, que siempre andaba toda loca, propuso a sus amigos y amigas un juego: "-Vamos a jugar al escondite", les dijo... "Yo cuento hasta mil y mientras tanto cada uno se esconde donde quiera... Después os buscaré y así nos entretenemos un poco".

Todos estuvieron de acuerdo y comenzó el juego; mientras la locura iba repitiendo números tan rápidamente que no se entendía lo que decía, la ternura se escondió en el cachito de luna que comenzaba a asomarse por el horizonte. Por su parte, la pereza, lentamente y sin hacer mucho esfuerzo, miró a su alrededor y se metió debajo de la primera piedra que encontró, quedándose muy pronto dormida.

El orgullo pensó muchísimo dónde meterse, pero nada lo dejaba contento; siempre creía que podría haber algo mejor para él; por fin resolvió esconderse entre una gran flor que le parecía era la más bella de todo el jardín.

La tristeza, que siempre andaba meditabunda y cabizbaja, sabía que iba a ser la primera que iban a encontrar... No tenía ganas de jugar y le parecía que todos habían llegado a un acuerdo con la locura sin contar con ella. De modo que se escondió entre unas cenizas que había dejado el fuego del día anterior.

Y así, las virtudes y los defectos se fueron escondiendo por el jardín; el amor, un poco distraído, se entretuvo mirando dónde se escondían los otros y cuando se dio cuenta ya la locura iba llegando a mil... De manera que salió corriendo y se metió entre el rosal; pensó esconderse en una de las rosas rojas, pero sabía que lo encontrarían muy pronto; pensó también en las espinas, pero le pareció muy poco romántico; de modo que cuando la locura dijo mil, lo único que acertó a hacer el amor fue meterse bajo la tierra que rodeaba el rosal... y allí se quedó.

La locura comenzó a buscar y muy pronto encontró a la pereza bajo la piedra: "Un, dos tres por la pereza", que siguió durmiendo y no se dio ni cuenta que había sido descubierta. La ternura ya iba un poco más arriba colgada del cachito de luna y la locura la vio también con facilidad. Al orgullo no fue difícil encontrarlo, pues se le veía muy campante entre una gran flor de colores llamativos en el sitio más alto del jardín. La tristeza se puso a llorar sin que la hubieran encontrado y la locura corrió a decir: "Un, dos, tres por la tristeza..." Y así siguió el juego durante un buen rato.

El único que faltaba era el amor que no aparecía por ninguna parte; la locura había revisado cada rincón del jardín y lo único que faltaba era ver debajo de la tierra; de modo que se hizo una horqueta con la rama de un árbol y comenzó a hurgar el suelo palmo a palmo...

Cuando la locura llegó junto al rosal, el amor sintió sus pasos y trató de mirar hacia arriba para saber en qué momento debía salir corriendo a decir un, dos, tres por mí... Pero sucedió que en ese mismo momento en el que el amor volvió su cara hacia arriba, la locura clavaba la horqueta en la tierra y le sacó los ojos de un solo golpe...

El grito del amor fue espantoso... todos salieron corriendo a ver qué había pasado y encontraron a la locura sacando de entre la tierra al amor que sangraba por sus dos ojos y lloraba desconsolado. La locura estaba completamente atemorizada y llena de vergüenza por lo que había hecho... No sabía qué decir ni qué hacer.

Después de curarle un poco las heridas, la locura le dijo al amor: por haber hecho yo esto, me comprometo a servirte de lazarillo para siempre. Estaré a tu lado para guiar tus pasos y compensar con ello mi error...

Y desde ese día, el amor es ciego y lo guía la locura...

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Tomado de una tradición oral

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