vía crucis a las ocho
comentario de Roberto Cabrera
Tomar la filosofía como un género literario no supone la superioridad del discurso literario, inválido quizá para evadir problemas filosóficos como los que pudieran plantearse al personaje de esta novela de Emilio Farrujia.
De Man y otros aplican la categoría de "literario" a todo lenguaje: filosófico, crítico, psicoanalítico o poético. Lo inverso supone igual dificultad.
Para algunos, el crítico no puede describir simplemente el funcionamiento del lenguaje figurativo dentro del texto sino que también debe contar con la posibilidad de la representatividad de todo discurso , y por lo tanto con las raíces figurativas de enunciaciones "literales".
Todo ello presupone desde la óptica de las "modernas" hermenéuticas, que se deben leer las obras literarias como tratados retóricos implícitos que realizan en términos figurados un razonamiento sobre lo literal y lo figurativo. Vía Apia o Vía Crucis: sensualidad o sacrificio.
Emilio Farrujia de la Rosa, un día nos invita a un carnaval de imágenes entrelazándose como el número 8 en esotérico simbolismo del mago que bate incansable su pócima narrativa como un ansiolítico, en su almirez y con sus matraces a la busca de la piedra filosofal de su vida. La estereovisión del novelista comienza comprimida por el capirote de los modelos aprenhendidos.
Por eso sus merodeos cada vez serán menos ingenuos. No le vale el historicismo como modelo que lo arroje como un producto al final de la larga noche filosófica. Mientras va sintiendo a los otros como fantoches del Ku klux klan , recrea estrategias para subvertir el paisaje de una ciudad hecha con cartesianismo y caprichosa blasonería al eclécticismo popero de Catedral 69 (Arozarena. El omnibus pintado con cerezas) y elipsis del piquete de proletarios en transporte del carro del Santo Gladiador.
Enumeración de los imagineros insulares. La memoria entonces es una forma de mimetismo que se articula sobre el concepto de verdad necesario para hacer patente lo que ha estado escondido. Así aprovecha un día de Semana Santa y el Vía Crucis a las 8, para hacer ver cómo la sotana no hace al monje.
Juan Jacobo nos convoca a la plaza mayor, va a dar comienzo la representación , como en un pequeño coliseo romano al aire libre. Lo que se salva es un Cristo magnánimo que parece leer en los muros: "hijos que tenéis hijos, cuando aprenderéis a ser padres", por encima de las mordazas de sus esclavos. Ejército, Cruz Roja y cuerpos especiales, aparecen en una caricatura. Las faldas del trono que ocultan la marginalidad y la economía sumergida manejada por el clero.
Evidentemente el texto se enlaza con un paisaje marrubial de inquisidoras prácticas. Tambien nos trae la Laguna antigua, una ciudad más vieja que la Habana, y a Tubalcaín 70 veces 7 del escritor tinerfeño José Antonio Padrón. El neófito incrédulo se mofa sin empacho de todo este mundo de cerámica la cartuja y comienza a rezar a Nietzche.
Entre autoalienación y pensamiento vicarizado va la novela rampa arriba tras el trono que rueda. La música interior de la mendacidad atenaza los herrumbrosos dilemas del anticristo. Hijos de masones y filosofía pederasta. El pensador de Rodin y angelitos enanos en collages con viejas hocicudas que rendijean y trajinan en sus húmedas madrigueras.
Entre el hueco que dejan las dudas al sarcasmo se va introduciendo peligrosamente este ingenuo feligrés, que a medida que se calza los zapatos filosóficos se ha tornando un Giordano Bruno radicalizándose a la vista de los graffitis de una ciudad precaria en cosmopolitismo y asfixiada de rigorismos monacales.
Testigos de Jehová y desventuras domésticas de idéntico calado, pero más allá de pamemas y filosofemas va al encuentro del amor canallesco al que puede aspirar un carmelita descalzo como el que se nos presenta a través de un ojo clínico circunspecto, en un ejercicio de sinceridad que es lo que se pide en una obra cínica y atrevida como la que Ferrujia se compromete a espetarnos después de su Opera Prima.
El personaje nos lleva al límite donde a veces se comprende el escaso nivel de autoexigencia general que nos condena. El celibato kantiano que pudiera ser intermedio salvador tampoco gusta a este dialéctico transgresor de categóricos imperativos . El capirote sarcástico con que se inviste parece provocarnos la catarsis, y hacernos marchar tras la rueda del carro del manisero hacia los muelles de Añaza y sisar unos cuantos cossíos y libros metafísicos del Nava la Salle.
Más que otra cosa por hacer la ruindad, por escapar de los dudosos devotos que nos acompañan, con militares movimientos y giros de requetés: "en una ciudad lacustre, hay un caserón ilustre donde vive un mono sabio, a quien lleva por el labio, un cancerbero feroz", es la cita obligada para una copla editada en La Habana en forma de libelo contra aquellos poderes clericales que lucharon denodadamente contra quienes aplicaban criterios de librepensamiento.
La Laguna, ciudad lacustre con un caserón ilustre: el obispado, el Obispo licencioso y Fray Albino como cancerbero de todo aquello. De avatares así está llena la historia, baste leer a Berthelot y como se mantuvo en la ignorancia el pueblo gracias al "buen trabajo" de dominicos etc.
La caterva de canónigos no incluye a los paisanos doceañistas, ni a los buenos fumadores de habanos, al dean Rivero, ni afortunadamente los pasadizos de las Claras, aunque sí a la Santa milagrera a cuyos prodigios Ferrujia dedica unos pasajes de su recorrido de pasión, encuentro, muerte y resurrección.
Son cuadros pintados en el alma de la cultura y de sus creencias. También por ello aparecen los últimos vestigios de la vieja nobleza, los últimos moradores legítimos de esos cascarones mohosos, como llama a las viejas construcciones de la urbe, por cuyas callejuelas los transeuntes confunden a los cofrades con actores de la Escuela de Teatro, extrañados de no ver al de los zancos.
Para Juan Jacobo, la ciudad está enferma como denota la fachada picada de viruela del palacio de Nava. Va a ocurrir el milagro, el cuerpo del visualizador nocturno está suficientemente castigado como para tener acceso a experiencias místicas. La revelación del destino, la sublime comprensión del criterio de razón suficiente , ciertos flirteos entre determinismo y azares que pesan, parecen resolverse en una comprensión autoesclarecedora del sentido de la existencia y la libertad.
El individualismo conservará sólo los gestos de la tradición, a la que despide por la señal de la santa cruz de nuestros enemigos.... Juan Jacobo pasa ahora junto al Club Náutico y la Casa del Mar, María Jiménez y la B.P. se lleva a su amante hacia aquellas arenas para romper. Oye música irlandesa y se tropieza con unos cuantos empleados y amigos de la infancia, vistos ahora desde el escepticismo más exasperante.
De la fe a la razón y de ésta a un relativismo a la deriva. Ferrujia da un certero puntapié con esta obra a la determinación de los tópicos y a la molicie de las llagas de un tiempo que siente como perdido mientras él se despeina en las lomas de la sensualidad.
Vía Crucis a las 8 |
Emilio Ferrujia de la Rosa |
Colección Nuevas Escrituras Nº31 |
Vicec. de Cultura del Gobierno de Canarias |