Panorama de la
poesía Canaria del siglo XX.
Introducción La poesía del siglo XX en Canarias surge de la dual sinfonía orquestada entre Morales y Alonso Quesada. Si intentamos definir las tendencias de la poesía durante la primera etapa, que va desde principios de siglo hasta nuestra guerra civil. La generación posterior intenta su expre- sión desde un punto de vis- ta más surrealista y diná- mico. Las revistas de Tenerife fueron un medio de contribuir a la unificación literaria ; desde la modernista Castalia, hasta la surrealista Gaceta de Arte, pasando por las no menos significativas del Gongorismo literario, como La rosa de los Vientos y Cartones, donde cola- boraban poetas y narradores, críticos y ensayistas. La natural separación de las Islas no afectó lo más mínimo a la manifestación del Arte que se proclamaba en la época, sino todo lo contrario. Avanzando en el tiempo se suceden las publicaciones literarias, al- gunas se dedicaban a poetas ya ve- teranos, otras ayudaban a los principiantes en su primera palabra poética.
Alonso Quesada (Rafael Romero Quesada). Después de varios intentos en verso y prosa satírica, en contacto con Una- muno llega a crear una poesía honda y angustiada como se manifiesta en su primer libro El lino de los sueños, en el que descubre a través de él "el aislamiento, la soledad del mar y de la isla".
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La Primera Vanguardia. (1920-36).
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LA GENERACION DE 1956:La poesía ultima canaria.
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LA TRANSVANGUARDIAS DE FIN DE SIGLO.
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LA CABRA FAUVE
Como uñas largas y progresividad de movimientos, malévolamente las testas acaban por mostrarse tenaces estiletes de capricho o feminidad. Con un candil parecido a la virginidad infantil, las oscilaciones de las llamas recorro. Ellas habrán transido a otros, no a mí, con su puñal de cuerno de cabra para los ritos. A mí las cabras me llaman, me llaman al guaguancó. A la ternura de sus llamadas acudo, ¿no son las cabras, del Edén, frente a rostros epigonales o agónicos embalsamados, y en los infiernos de nuestra heredad? Cabras en rojo bañadas en el río Jordán, de cuitas eróticas u olas viscosamente rojas de desasosiego contemporáneo. En los sueños es más fácil contar ovejas que cumbres de desaparecidos y carne de muertos de nuestro tiempo. Está tan cerca de la locura la baifa como la maldad del perro. Son los golpes más bajos e inútiles de escanciar en los vasos mirrynos de Sadashiva, la cabrera de lo indómito con el rostro de lo perverso femenino. Amazonía tan ágil del reino animal, si nos atenemos al mito popular que refería el escritor grancanario Pancho Guerra, hubo sardónicos animales entre estos que aprendían a hablar -incluso varios idiomas- al engullir su ración de periódicos. Por ello siento el temor de que estas cabras peinetas, al natural, tengan la tentación de empacharse de mis lujurias argumentales y teodiceas de catálogo, palpándose las chivas sobre el suyo y mío tránsito y sus gestos salvajes.
Pero más aparece lo lúdico, la estereomirada y la lateralidad, lo festivo inmanente; por tanto una vindicación del arabesco, el brinco y el remedo de revuelos. Elementalidad cabramacha topando morradas, frente a discurso cabral. Si lo simbólico en el chivato es fálica desproporción tántrica y fecundación, en la hembra es asta de vidente que asoma sobre la mirada. Uno
agradece frente a la estética taurina, la de esta cabra
descodificada de violencias gratuitas. Rupestres colores
y rústicas texturas. Bocas seriales. Lomos de axilas
favoritas, patas desjarretadas y sexos ornamentales en
animales disolutos, astados de expresión vital y en
paisajes compulsivos y cabocos. Aguerridos soportales de
hambrunas, que estrenan en la intimidad de nuestra
imaginería interior, su vestuario de redomas. Cabras
bailarinas y cabras nómadas apoyadas en un pie, en un
tarro, en la espontaneidad, en el tempo. Jairas
ambulantes y zíngaras sin el circense pedestal. Escucho el sonido de los dulces cencerros, los balidos y el golpeteo de sus topadas bajo la mirada lejana del pastor. Su áspera naturaleza bañada en el mar del beñesmen. La raza extraviada en el hinojo de los makaronésicos islotes madeirenses. En el monte de su enunciación púbica sin ubres. Reclamando más que su rebaño, su febrífuga liberación centáurea. Levantemos las cornucopias y brindemos con leche de las cabras míticas en las ceremonias de los Cenobios.
texto
de la presentación de la exposición NATURA CANARIA de
Rosa HERNANDEZ Sala CAJACANARIAS La Laguna. |
el guardián de
los libros
a Isidora Méndez
Morales, Leticia y José Miguel Zamora Méndez
Una sospechosa y afortunada complicidad, me indica que a José Zamora Reboso, médico y escritor, no le hubiera desagradado la misión de custodiar las infinitas bibliotecas del universo. Las largas estancias perfumadas de ideas , podrían atestiguar su vehemencia de eterno adolescente que descubre una tras otra las agridulces páginas de la vida. Porque Zamora Reboso se entregaba con fruición espiritual a devorar infinidad de libros, sin olvidar el comentario agudo , el acento preciso y la nota original que sólo una persona inteligente puede trasmitirnos en sdu idioma de hombre esencialmente bueno. Pero la realidad puede caer en las viciadas redes del tópico y ser conducida a la censura vital que (¿logra?) intenta la muerte. Sin embargo de nada ha servido pues José Zamora Reboso sabía justamente dónde estaba la palabra que amordaza al silencio crepuscular, tendiéndole astuta e inteligente trampa: su fortaleza residía en los libros. La intuición, destelleante camino claustral, persevera en dos textos : Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, novela de obligada lectura, y Auto de fe, de Elías Canetti, texto que tambien invita a ser leido. ¿Es ese mundo impreso , imaginativo y sugerente la auténtica patria de Zamora Reboso ? En las novelas de Bradbury y Canetti, los libros son los protagonistas, la raíz inspiradora, la profunda metáfora que quiere explicar la existencia humana como el continuo relevo de la palabra y la imaginación (Fahrenheit 451, es a tal respecto, todo un símbolo) y donde se sitúa la feroz crítica a una sociedad paranoica que apologetiza el resumen banal de la laminada cotidineidad. El homenaje al libro y la inmolación del hombre, dos evidencias que Zamora Reboso había captado desde hacía muchos años. En su razón vital, nuestro escritor concitaba el escepticismo y la euforia (el periodista y crítico literario Alfonso Gonzalez Jerez ha resaltado acertadamente: "En sus fábulas, con un punto de delirio que a veces estallaba incontroladamente, se podía apreciar el influjo de los autores que más y mejor leyó: los novelistas españoles y extranjeros del siglo XIX y principios del siglo XX ", La Gaceta de Canarias, página 24, 1 de septiembre de 1996). Y es que la escritura que desplegaba estaba abarrotada de la compulsión del filósofo, de la persona que vive preguntándose sobre los más variados misterios de la contradictoria contumacia de la condición humana. De ahí que sus cuentos estén marcados por el dolor, el pesimismo del solitario, la desesperación de quien conoce los entresijos biológicos, y una tensión extrema que define la mayor parte de sus entregas literarias, y casi siempre, desde una perspectiva limítrofe con el vértigo intrapersonal. Ideas, insomnios, obsesiones personales y búsqueda incesante de la claridad, es decir, lo que está latiendo en el lado oscuro del ser humano. Afortunadamente, su obra, entre el realismo más descarnado y la paripecia mental del explorador que va más allá de lo usual, no es remedo de los pretenciosos puzzles engarzados por intelectuales de salón y barra dorada, consagrados solapistas, algunos de los cuales adoptan posturas de matones culturales y hambrientos engullidores de síntesis que les vienen como contraportada al dedo. La lealtad, las siete letras traicionadas dorsal y conscientemente por esta epidérmica sociedad, era una de las condiciones más contundentes de su personalidad. Lealtad a la literatura - a la buena literatura- y a quienes la ejercían. Su veneración entrañable por Isaac de Vega, que se trasladaba en la lectura crítica de sus obras, o el reiterado recuerdo de Francisco Umbral (quien premió uno de sus cuentos), era constante referencia para el hombre médico y escritor que vive confinado en la prisión insular. Pero también sonaban los nombres de Rafael Arozarena, Antonio Bermejo, Luis Alemany, Víctor Ramírez, Julián Ayala y Ricardo García Luis, entre otros. Proclive a la mirada ancha, leía concienzudamente a la narrativa canaria última, tales como Roberto Cabrera, Juan Manuel Torres Vera, Víctor Alamo de la Rosa, y quien escribe éstas líneas. Evidentemente, no se detenía en la producción literaria del archipiélago; iba, incansablemente, buscando novedades, distintos autores nacionales y extranjeros, acrecentando su memoria literaria. Para un hombre inquieto y profundamente crítico, le era difícil vivir en la narcótica felicidad del estúpido que goza en este circo postmoderno. José
Zamora Reboso conocía mucho de la mirada aguda del
médico, de la condición rebelde del escritor, y de la
vulnerabilidad del ser humano, como para no sentirse
incómodo. ¿Que tarea encomendarle?. ¿Ser algo así
como un centinela, un guardián de los libros, hombre que
almacena en su mente el esfuerzo imaginativo de miles de
escritores y de su propia tarea de escritor?. Sospecho
que tal labor de Guardián de Libros, no le iba a
desagradar, muy al contrario: podría servirle para leer
y escribir sobre el ir y venir del minúsculo ser humano.
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