ALGUIEN QUE SE DEJO MOLDEAR POR EL ESPIRITU SANTO

por el H.Aureliano Brambila de la Mora

Se me ha pedido un artículo sobre el Padre Champagnat y el Espíritu Santo. Parece un tema obligado para este año litúrgico dedicado a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Este espacio de tiempo forma parte del trienio preparatorio a la celebración del año 2000. En el número anterior de esta revista se abordó el tema Champagnat y Jesucristo. Se estaba en ese momento en el año dedicado a la Segunda Persona Trinitaria, Jesucristo, totalmente Dios y totalmente Hombre.

¿Qué decir pues, en este artículo de ahora? ¿Cómo relacionar a Marcelino con el Espíritu Santo, o viceversa?

Lo primero que se le ocurre a uno es ir a buscar citas pertinentes del Padre Champagnat (en sus cartas, en su legislación,... ). Esto es, indagar lo que dijo Marcelino sobre esa divina persona. He aquí algunos de los hallazgos:

“Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunicación del Espíritu Santo esté siempre con ustedes. Soy muy afectuosamente en Jesús y María su muy cariñoso Padre.” (PS 318, Carta Circular a todos los Hermanos, Febrero de 1840)

“Estaba en Lavalla cuando me enteré por el P. Bédoin, Cura de la Parroquia, que el P. Champagnat estaba muy enfermo, y le acompañé en la visita que hacía al moribundo. El Hermano no quiso dejarme entrar, pero por orden del P. Champagnat entré en la habitación y me dirigí para abrazarlo. “Pobrecillo, me dijo, abrazas a un cadáver”. Y oí que decía al P. Bédoin: “Me hubiera gustado que Dios me hubiese llamado a su seno el día de la Ascensión; según parece, no estaba yo aún suficientemente purificado. Pero confío que el santo día de Pentecostés estaré allá arriba para ver descender al Espíritu Santo sobre mis buenos Hermanos”. (Testimonio del Pbro. Pedro Jomard, SUMM 508)

“No es mi intención abandonaros, por supuesto, pero sabéis que la preocupación por los asuntos materiales me absorbe más de la cuenta y, a pesar de mi buena voluntad, no puedo hacer por vosotros cuanto quisiera. Por eso es necesario que otro se ocupe de instruiros y formaros en la piedad. Así pues, pedid nuevamente las luces del Espíritu Santo, la protección de María, pensadlo mejor que antes, despojaos de toda consideración y sentimiento humano, y volved a votar.” (Biografía del P. Champagnat, H. Juan Bautista, cap. 13, p. 139)

“Consolaron al Padre Champagnat las buenas disposiciones de estos Hermanos y la sugerencia que le traían. Les manifestó su satisfacción, elogió su buen espíritu y docilidad y, tras un momento de reflexión, les dijo: “Dejadme sólo unas horas para que examine ante Dios qué debo hacer. Pedid también vosotros para que el Espíritu Santo me ilumine e inspire lo que debo aconsejaros. Os llamaré cuando haya examinado este asunto.” (Biografía del P. Champagnat, H. Juan Bautista, cap. 16, p. 171)

“Por fin, se recomendó a los Hermanos que, con fervientes oraciones, implorasen las luces del Espíritu Santo y la protección de María para conocer la voluntad de Dios en una elección de tanta trascendencia y que despojasen de toda consideración humana, espíritu propio y ambición o intriga.” (Biografía del P. Champagnat, H. Juan Bautista, cap 20, p. 226)

“El jueves y el domingo, después del examen se recita el Veni Creator, se leen los Mandamientos religiosos y los medios de perfección; se tiene a continuación el Capítulo de Culpas y se termina la oración.” (Regla de 1837, núm. 02, 41)

“La víspera del retiro, después de la oración de la noche se recitará el Veni Creator.” (Regla de 1837, núm. 04, 05)

“Al comienzo de la clase se reza el Veni Sancte Spiritus, el Ave maría y el ofrecimiento a Dios de las obras del día.” (Regla de 1837 núm. 06, 04)

“Al medio día menos diez minutos, quien preside recita el “Veni Sancte Spiritus” y el “ Ave María”; después se dedican 5 minutos al examen particular y los otros 5 a la lectura del manual de examen de conciencia.” (Regla de la Casa del Hermitage, núm. 18, 40)

“A la segunda señal se recoge cada uno un instante, y se comienza la oración con el Veni Sancte Spiritus”. (Regla de la Casa del Hermitage, núm. 27, 2)

“Nuestros cuerpos deben considerarse como los miembros de Jesús y templos del Espíritu Santo.” (Regla de la Casa del Hermitage, núm. 28, 3)

Después, por método deductivo, trataría uno de buscar lo que debió ser el ambiente cultural religioso en que vivió Marcelino. Aquí sería obligada la reflexión sobre los parámetros de la “Escuela francesa de espiritualidad”. Todo ello nos llevaría a examinar, por lo menos, el pensamiento del Cardenal de Bérulle, del P. Olier y de San Juan Eudes. Sin duda alguna que Marcelino, por provenir de una formación sulpiciana, tanto en el Seminario de Verrières como en el de Lyon, habría heredado muchos rasgos tocantes al Espíritu Santo de esa escuela de espiritualidad. Elementos no faltarían, pero prefiero no entrar mucho por ahí. Es un método que trabaja mucho con lo conjetural. Aunque es cierto que el tipo de oraciones que rezaba Marcelino y que aparecen en el “Manual de Oración”, al uso por los primeros Hermanos, contiene todos esos mecanismos de interiorización y contemplación tan típicos del eudismo: la oración “Oh, Jesús, que vives en María...”

Pero, hay otro filón para nuestras pesquisas que ya no es de corte documentario, ni contextual, sino existencial. Me refiero a la verdad elemental de que Marcelino era un ser habitado por el Espíritu Santo, como cualquier otro cristiano. En efecto, los bautizados gozamos de la inhabitación de ese Santo Espíritu que nos hace “hijos de en el Hijo y hermanos en el Hermano”. Todo esto se dio en nuestro Marcelino. Además, recibió el sacramento de la confirmación y el del Orden Sacerdotal. Reiteración y mayor abundancia de una presencia. Su misma evolución espiritual personal que lo va conduciendo hacia la santidad es fruto, en primer lugar, de la acción de ese Espíritu divino.

“El Espíritu (soplo, fuerza) de Dios crea y anima a los seres, se apodera de los hombres para dotarles de un poder sobrehumano, especialmente a los profetas. Los tiempos mesiánicos se caracterizarán por una efusión extraordinaria del Espíritu. que alcanzará a todos los hombres para comunicarles carismas especiales. Pero el Espíritu será para cada uno de forma más misteriosa el principio de una renovación interior que le hará apto para observar fielmente la ley divina. Será así el principio de la nueva alianza, como agua fecundante, hará germinar frutos de justicia y santidad que garantizarán a los hombres el favor y la protección de Dios. Esta efusión del Espíritu se efectuará por medio del Mesías, que será su primer beneficiario para realizar su obra de salvación.” (Biblia de Jerusalén, nota a pie de página Ezequiel 36/27)

Nuestro Fundador es de los hombres cuya propia vida es el mejor libro que escribieron. La acción del Espíritu Santo se ve en sus vidas. Me importa más saber cómo caminó Marcelino que dónde puso sus pisadas.

“Nos hablaba a menudo del cuidado que la divina Providencia tiene de aquellos que confían en ella, y en particular por lo que se refiere a nosotros. Y cuando nos hablaba de la bondad de Dios y de su amor por nosotros, nos comunicaba ese fuego divino del cual él estaba lleno, y en tal medida y fuerza que las penas y los trabajos de la vida, con todas sus miserias, no hubieran sido capaces de desquiciarnos.” (Testimonio del H. Lorenzo, OM 756)

Sin embargo lo más específico de este hombre es que se trata de un cristiano carismático, en el sentido teológico de la palabra. Es alguien particularmente al servicio de ese Santo Espíritu para fundar una nueva familia en la Iglesia y establecer una determinada espiritualidad, como camino a Dios. Se experimenta a sí mismo como tomado de algún modo por una inspiración divina, que no puede ahogar.

“Tengo siempre la firme creencia de que Dios quiere esta obra en este tiempo en que la incredulidad hace tan espantosos progresos; pero quiere quizá otros hombres para asentarla.” (PS 004, Carta a Simón Cattet, Vicario General de Lyon, Mayo de 1827)

Hemos de quitarnos ideas equivocadas acerca de nuestro Fundador. Con frecuencia insistimos demasiado en los aspectos de su riqueza humana, a veces reales, otras, simplemente imaginarios (auténticas autoproyecciones). Y así, hacemos depender el establecimiento del Instituto de su fuerza de voluntad, de su constancia, de su firmeza, de su tesón, de su alegría... Si no vamos un poco más profundo, todo esto sería quedarse en la periferia, pues ciertamente no somos la excrecencia de una exuberancia visceral, ni el eructo de un hombre satisfecho. Algunos ideólogos de la “visión de futuro” nos quisieran hacer pensar que todo depende de la grandeza de nuestros sueños y de la habilidad de llevarlos a cabo. Sin embargo, hay mucho más, sobre todo en las obras de Dios...

El Señor tomó a Marcelino desde su pobreza y lo fue haciendo a la medida de la misión que le iba a confiar. Dios lo fue preparando poco a poco. Cuando llegó el momento previsto por su Providencia, Champagnat se dedicó a la fundación del Instituto con toda naturalidad y sencillez así como con gran decisión y energía. Él muchas veces dijo que Dios se complacía en utilizar a los poca cosa, pues así quedaba más de manifiesto que la obra era sólo suya (esto es, de Dios).

“Se presentan también muchos novicios, pero casi todos pobres y muy jóvenes. Sin embargo tres tienen la edad de la razón, pues han pasado ya los treinta años. Uno es hombre de negocios, otro zapatero y el tercero, hombre de nada. Pero con nada hace Dios grandes cosas.” (PS 001, Carta al H. Juan María Granjon, Enero de 1823)

La desproporción entre la misión encomendada y las capacidades personales le resulta evidente a nuestro Marcelino, y eso desde su aceptación del llamado a la vida sacerdotal. De ahí que la frase más recurrente en su pluma y en sus pláticas vaya a ser “Nisi Dominus....” (Si el Señor no edifica la casa, en vano se cansan los albañiles)

“Termino rogándole que no me olvide en sus oraciones, pues veo más que nunca la verdad de lo que dice el profeta rey: Nisi Dominus aedificaverit domum, in vanum laboraverunt qui...etc”. (PS 003, Carta al P. Filiberto Gardette, Mayo de 1827)

La vida de Marcelino siguió la ruta de la del “Siervo de Yavé”, que actúa aún contra sus gustos e intereses personales. Todo lo soporta por llevar adelante el designio de Dios, aún su propia muerte.

“El P. Champagnat tuvo sus penalidades; yo las conocía bien. Sin embargo, él continuaba de frente con su obra con el valor de siempre, caminando con un corazón ligero por en medio de un sinnúmero de vicisitudes; [y es que él] apuntaba por encima de sus intereses personales, y no soñaba sino en trabajar por Dios y para Dios solo. Uno de los grandes merecimientos de este sacerdote era su paciencia en las dificultades y su silencio en la amargura [del sufrimiento].” (Carta del Pbro. José Luis Duplay, Director espiritual de Marcelino Champagnat, Verano de 1840)

Y su gran capacidad de amar “a lo Jesús”, venía del Espíritu Santo, quien nos hace amar con el amor de Dios.

“Si yo interrogo a mi corazón, a mis sentimientos, al dolor que me causa la menor de sus desgracias, a sus angustias que son las mías, a sus fracasos que son motivo de mi angustia, a los veinte años de mi solicitud, todo eso supone que yo pueda con valor y sin temor dirigirles las palabras que el discípulo muy amado pone al principio de todas sus cartas: “amados míos, amémonos unos a otros, porque la caridad viene de Dios.” (PS 079, Carta Circular a los Hermanos, Enero de 1837)

Nuestros primeros Hermanos pudieron haber dicho, parafraseando el testimonio del P. Terraillon, “a través de la existencia del P. Champagnat pasó Dios hasta nosotros. No sabía leer bien, y nos enseñó a leer. No sabía escribir bien, y nos enseñó a escribir. De nosotros, analfabetas, hizo maestros”.

“El 25 de noviembre de 1850, el P. Terraillon, echando una mirada retrospectiva, junto con un Padre Marista (Mayet mismo) , para contemplar la mano de Dios en los orígenes de la Sociedad, le decía: “¡El P. Champagnat reunió un grupo de Hermanos para formarlos; y sin embargo, él [personalmente] ignoraba lo que les enseñaba. Les enseñaba a leer, y él mismo no sabía leer [bien]; a redactar, y él no ponía atención a las reglas gramaticales cuando escribía!...” (P. Terraillon, OM 701)

Sí, el Espíritu actuaba desde la persona de Champagnat. Su enorme mérito fue haberse dejado hacer, voluntariamente, por Dios como aquélla que dijo: “He aqui la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Lo que algunos denominamos, el “Angelus de Marcelino”:

“Un Párroco de la diócesis de Lyon, condiscípulo en el Seminario Mayor del P. Champagnat, decía, a unos 25 años de distancia de la fundación de los Hermanos, lleno de asombro: “Dios lo escogió y le dijo: ‘Champagnat, haz esto’; y Champagnat lo hizo...” No podía explicar de otra manera un éxito tan asombroso.” (P. Terraillon, OM 701)

La expansión del Instituto fue algo semejante a la narración de los Hechos de los Apóstoles. Como en la Iglesia, también en el Instituto se dio la presencia del Espíritu. Las dificultades presentadas por las diversas mentalidades plantearon sin duda el dilema a los Hermanos de las diversas épocas: ¿Mantenerlo todo rígidamente (confundiendo lo esencial con lo contextual), o ir adaptando las cosas según las diversas culturas? Y se fue produciendo esa maravillosa unidad de que somos testigos, en la diversidad.

“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.... Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con vosotros. Os dejo a todos, confiadamente, en los Sagrados Corazones de Jesús y de María, hasta que tengamos la dicha de vernos juntos en la eterna bienaventuranza.” (Testamento Espiritual del P. Champagnat, 18 de mayo de 1840)

Al término de estas reflexiones me pregunto ¿Hay alguna relación entre Marcelino y el Espíritu Santo? Bueno, me respondo, no podría concebirse un Marcelino ni su obra (el Instituto) sin la presencia continua del Espíritu. Simplemente fue un hombre trabajado, modelado por ese Espíritu, fuerza de Dios...

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