POSTULACIÓN DE LA SOLEMNE BEATIFICACIÓN
DEL VENERABLE SIERVO DE DIOS
MARCELINO JOSÉ BENITO CHAMPAGNAT
SACERDOTE, FUNDADOR DE LOS HERMANOS MARISTAS
AL CARDENAL FEDERICO TEDESCHINI
ARCIPRESTE DEL CAPITULO VATICANO
POR EL PRELADO SECRETARIO DE LA SAGRADA CONGREGACIÓN DE RITOS
EMlNENTISIMO PRINCIPE:
Muchos miles de Hermanos Maristas y miles de millares de los que son o fueron sus discípulos, difundidos por todo el orbe de la tierra, exultan hoy de gozo inefable porque su Padre, gloria de LYON y de toda la Iglesia Católica, amantísimo devoto de la excelsa y bienaventurada Virgen María, por mandato del Sumo Pontífice, debe ser hoy elevado al honor de los altares en esta Sacrosanta Basílica Patriarcal.
El Venerable Marcelino Champagnat, decimos, cuyas heroicas virtudes declaró Su Santidad Benedicto XV, de santa memoria, y de quien Su Santidad Pío XII, felizmente reinante, aprobó dos milagros de los obrados por su intercesión, declaró que podía en consecuencia procederse a su beatificación, a cuyo efecto mandó expedir las Letras Apostólicas selladas con el anillo del Pescador, para que se puedan celebrar las solemnidades de la Beatificación en esta Sacrosanta Basílica Vaticana.
Estas Letras, Eminentísimo Príncipe, en nombre del Prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos, venimos a ponerlas reverentemente en vuestras manos y os rogamos ahincadamente mandéis que sean leídas, para que se cumpla el deseo ardentísimo de los Hermanos Maristas y de toda la Iglesia.
A esta súplica contestó el eminentísimo Cardenal Tedeschini con voz alta y clara: LEGANTUR. Que se lean. He aquí la traducción de dicho «Breve":
LETRAS APOSTÓLICAS BEATIFICACIÓN DEL SACERDOTE Y FUNDADOR DEL INSTITUTO DE HERMANOS MARISTAS
MARCELINO JOSÉ BENITO CHAMPAGNAT
PIO PAPA XII PARA PERPETUA MEMORIA
Es sin duda excelente ejercicio de la caridad cuidar el cuerpo de los necesitados y procurarles alivio; pero trabaja mucho más en provecho del prójimo aquel que informa las almas en la religión y en la caridad, al decir de San Bernardo, Doctor de la Iglesia, de cuya boca procede esta frase más dulce que la miel: así es obra piadosa proporcionar al cuerpo su alimento, es señal de mayor misericordia darlo al alma, cosa que corresponde propiamente a los maestros Serm. I en la Nativ. del Señor; P. L., CLXXXIV, 829.
Arte tan preclara, si va de mano con la virtud, suele convertirse en no pequeña ventaja para los hombres y es bien justificado el pregón encomiástico tributado a quienes a ella se dedican por imperativos de religión.
Ocupa entre ellos lugar destacado Marcelino José Benito Champagnat, fundador de la Congregación de Hermanos Maristas, al que hemos determinado honrar en el día de hoy con los honores delos Bienaventurados. A este egregio varón deben imitar tomándolo por modelo, todos cuantos se proponen adoctrinar y educar a los jóvenes, precisamente en esa edad en que las almas de los niños se ven frecuentemente comprometidas por halagos de corruptelas o por prejuicios de falsas opiniones.
Este maestro, tan piadoso como experto, vio la luz primera el día veinte de mayo de 1789 en un pueblo de Francia llamado Marlhes, que entonces pertenecía a la diócesis Aniciense de Puy, aunque ahora está adscrito a la arquidiócesis de Lyon.
Sus padres, Juan Bautista Champagnat y María Chirat, aunque no contaban con una fortuna demasiado grande, se entregaban con el mayor afán al cuidado de educar a sus diez hijos, si bien consideraban las virtudes domésticas como la principal salvaguardia de la familia.
Tuvieron buen cuidado de lavar a su hijo en las aguas bautismales el día siguiente de su nacimiento que, aquel año, coincidió con la fiesta solemne de la Ascensión del Salvador a los cielos. Por cierto que ello aparece cual favorable presagio, ya que este nuevo hijo de la Iglesia no había de perseguir las cosas huidizas de este siglo, sino buscar siempre las cosas celestes y sempiternas.
Tanto su madre como una tía del neófito, muy piadosa por cierto, se propusieron con todo ahínco grabar en el tierno corazón las más útiles enseñanzas y adaptarlo desde el principio a las normas de la sabiduría cristiana. Formado, pues, en semejante doméstica disciplina, Marcelino José Benito iba desarrollando su vida desde la edad más tierna bajo el imperio único de la virtud, ofreciendo a los demás el brillante ejemplo de su conducta.
Niño tan religioso y de tan buenas costumbres, a la edad de once años se disponía a recibir por primera vez, con rica cosecha de frutos espirituales, el alimento divino de las almas.
Instruido algún tanto en las primeras letras, sin salir de su propio domicilio, ayudaba a sus padres en las labores del campo, así como en las de un modesto comercio, siempre con su característica prudencia. Y aunque no pensaba dedicarse a ministerios sagrados de vocación superior, fue Dios mismo quien le llamó para que, en calidad de público ministro suyo, recabara otras ganancias preciosas e inmensas.
Impulsado por cierto sacerdote, este joven de quince años cumplidos determinó inscribirse entre los clérigos. Luego de permanecer algún tiempo en casa de un pariente suyo que le enseñó los primeros rudimentos de las letras, pasó al Seminario vulgarmente conocido con el nombre de Verrières, a fin de informarse en las disciplinas menores; cultivó con todo esmero su inteligencia durante siete años, sin olvidar por ello el enriquecimiento del corazón con el ornato de las virtudes, objetivo el más principal de su esfuerzo.
Pasado este período, se trasladó al llamado Seminario mayor, donde había de llevar a cabo no pequeños progresos en la ciencia de las cosas divinas. Y si es verdad que se lanzó con todo entusiasmo a la consecución de la ciencia, su preocupación principal consistió en apartar su alma de las cosas del siglo y levantarla a las cosas celestes, sujetando su lengua en el silencio, para mejor entregarse a la meditación de la vida superior.
Como por otra parte, desde su más tierna edad había honrado de mil maneras a la Santísima Virgen María, en aquel centro deformación se mostró siempre como su más amante devoto y su mejor pregonero.
Por esa razón unos cuantos aspirantes al sacerdocio, óptimos en verdad, entre los cuales se contaba el Siervo de Dios, después de reunirse a menudo para ocuparse de la Madre de Dios en sentidos coloquios, determinaron fundar una Sociedad que tendría como finalidad especial extender y aumentar la gloria de María y ampliarlas fronteras de la religión, tanto por la instrucción de los niños como por medio de expediciones misionales a los pueblos gentiles.
Y en estos círculos o sesiones, Marcelino José Benito insistía en la idea, y por fin llegó a convencerlos, de que habían también de reclutarse hermanos legos que llevaran a cabo esta egregia misión, enseñando a los niños los primeros elementos de las letras, y sobretodo ]a doctrina cristiana. Sus piadosos compañeros le designaron para que llevase a la realidad este tan acariciado proyecto.
Después de obtenido el elogio de alumno eximio en las ciencias sagradas, el Siervo de Dios fue elevado a la dignidad sacerdotal el día 22 de julio del año 1816.
Antes de entregarse a las tareas apostólicas, acudió a Fourvière, sede insigne de devoción mariana, y allí con gran profusión de lágrimas, se consagró y consagró su vida entera a la Virgen augusta.
Poco después, por disposición de sus Superiores, fue enviado al curato de La Valla, para que fuese auxiliar del párroco.
No hay que olvidar que en aquella zona su ministerio tropezó con no pocas dificultades, ya que la parroquia estaba enclavada en la pendiente de una montaña, y que muchas aldehuelas de su pertenencia se hallaban dispersas acá y allá, y sin medios de comunicación. De ahí venía el que la mayor parte de sus habitantes estuvieran sumidos en profunda ignorancia de las verdades cristianas.
Mas he aquí que este joven, recién ordenado sacerdote, se lanza con impetuoso afán a formar la niñez en las normas de la fe, a escuchar incansable las confesiones, a predicar sin descanso las verdades divinas exponiéndolas en discurso sencillo y atrayente.
Cual pastor vigilante, se propone trabajar sin desmayo hasta desarraigar las costumbres malignas, principalmente los bailes tan arraigados, la lectura de libros perversos, la afición a la embriaguez y la infernal costumbre de lanzar contra Dios la execrable blasfemia.
Para afianzar su empresa, sobre todo en lo relativo a la instrucción religiosa de la juventud, buscó y requirió la ayuda de hermanos legos, proyecto que había acariciado en su corazón desde que se alistó en las sagradas milicias, como ya indicamos más arriba.
En efecto, al asistir, por razón de su cargo, a un jovencillo en peligro de muerte, advirtió que desconocía los puntos principales de la doctrina cristiana; llegó, es verdad, a disponerlo convenientemente para el último trance, pero ya no se dio punto de reposo hasta encontrar remedio a semejante mal.
Para ello acogió a un joven llamado Juan Bautista Audras, recomendable por sus costumbres puras y por su amor a la virtud, el cual, junto con Juan María Granjon, vino a ser el primer miembro de la Sociedad religiosa de Hermanos Maristas, que se instaló en una casa humilde y carente de casi todo en las comodidades de la casa parroquial: en realidad plantó un tallo sumamente tierno que acabaría siendo un árbol prócer. En efecto, fue singular beneficio de Dios que día a día se fueran añadiendo otros muchos individuos conformes con el mismo proyecto y partícipes de los mismos desvelos.
E1 piadoso sacerdote, cual pastor amantísimo, cuidóse de modelar y moldear a los alumnos que había congregado, y con sus consejos, con sus mandatos, y, sobre todo con su ejemplo, los impulsó a buscar la santidad y los preparó para el recto desempeño de sus oficios. Con razón Nuestro Predecesor San Gregorio Magno hace esta afirmación: “Penetra más suavemente en el corazón de]os oyentes, aquella palabra que recomienda la conducta misma del que la dice” Reg. Past., c. 3; P. L. LXXVII, 28.
Abrió, pues, en muchos lugares, escuelas en que los niños tenían por maestros a Hermanos Maristas, cosechando con ello no pequeños frutos.
Y como quiera que aumentaba constantemente el número delos Hermanos, el Siervo de Dios escogió una sede más amplia que vendría a ser como la cabeza y el centro del Instituto, poniéndola en un lugar retirado, que vulgarmente se llama Hermitage. Y no dudó el Fundador en lanzarse a los trabajos de construcción tomando parte en ellos como un albañil.
De la misma manera que suele emplearse la prueba del fuego para poner de manifiesto la bondad del oro, así también se sometió a dura prueba la virtud y la constancia del Siervo de Dios. No pocas veces fue víctima de odios vehementes y objeto de tremendas inculpaciones; pero en medio de tantas angustias que le oprimían, a todos ofreció el eximio espectáculo de su paciencia y su modestia.
Más tarde, cuando en el año 1824 se le autorizó para que abandonara el cargo de coadjutor de la parroquia, dedicó todo su talento y entusiasmo a incrementar y perfeccionar su amada Sociedad; no le apartó de su noble empeño la enfermedad tremenda que le aquejaba; ni la marcha de algunos de los Hermanos que se volvían al siglo, ni el peso de las deudas que a veces le oprimían; como tampoco quebraron la esperanza de quien únicamente en Dios confiaba, los repetidos fracasos de las gestiones al intentar el público reconocimiento de la Sociedad.
Para afianzarla, escribió letra por letra sus Constituciones, llenas de prudencia, y en 1826 se obligó ante Dios, y ligó a sus hijos con la emisión de los votos.
También ayudó extraordinariamente a aquel: insigne varón llamado Juan Claudio Colin, gran amigo suyo desde que ambos convivieron en el Seminario de Lyon, en la fundación de la Sociedad de María Padres Maristas, de suerte que se le considera como su segundo Fundador. Era, en efecto, deseo suyo muy ardiente, el que una gran Familia religiosa que comprendiese a los Sacerdotes de esa Sociedad y a los Hermanos Maristas, militando siempre bajo las banderas de la Madre de Dios, se dedicase por doquier a propagar y extender la gloria de María.
Pero poco después se tomó el acuerdo de que cada una de las partes de esta asociación fuese independiente, teniendo al frente su respectivo Moderador supremo.
Faltando ya las fuerzas y agravándose la enfermedad, el infatigable ministro de Dios y de su Madre se iba acercando velozmente a su fin; mas antes de llegar a la meta, sus compañeros eligieron quien les mandara, de modo tal que antes de la muerte del padre legislador y fundador quedaran resueltos convenientemente todos los detalles.
Marcelino José Benito no sólo dio a conocer multitud de hechos insignes y dignos de recordación relativos a la vida activa, sino que en cuanto a los íntimos sentimientos del alma se mostró varón perfecto y de aquilatadas virtudes. Solía emplear mucho tiempo en la contemplación de las cosas divinas, fijando y como clavando su pensamiento únicamente en Dios.
Jamás inició obra alguna sin dirigir al Señor las más fervientes preces, trayendo muchas veces a su memoria estas palabras del Salmista: así el Señor no edificare la casa, trabajan en vano cuantos la edifican Ps. CXXVI, 1. Enriquecido también con dones sobrenaturales y muy amante de la vida religiosa, cultivó sobretodo sus virtudes fundamentales, a saber: pobreza, castidad y obediencia. Es más. estaba tan enamorado de la pobreza voluntaria que apartaba a sus hijos del esmero o excesivo cuidado en el vestido, en la comida o en el menaje.
Ajeno a toda fastuosa arrogancia, siempre juzgó bajamente de sí mismo y solía atormentarse con todo género de mortificaciones, principalmente con el ayuno, el frío y la incomodidad de los viajes, que siempre realizaba a pie.
Reflexivo y prudente, siempre firme en sus determinaciones, acomodó su vida entera únicamente a la voluntad de Dios; alegre lo mismo en la prosperidad que en la adversidad, tuvo el mayor interés en que los miembros de su Instituto sirvieran a Dios con alegría en el corazón. Un amor verdaderamente impetuoso le llevaba a la Madre del cielo, a la cual consideraba como la Moderatriz suprema de su Familia, y a la que apellidaba amorosamente su “Ordinario Recurso”.
Un sábado, víspera de la solemnidad de Pentecostés, el 6 de junio de 1840, a este hijo suyo confortado con los auxilios todos dela religión, en el fin de su vida, le acogió la Señora en amoroso abrazo, recompensando con regalos inenarrables al siervo bueno y fiel.
Lloraron con llanto general la muerte del piadosísimo sacerdote todos aquellos compañeros a quienes, antes de morir, como si hiciere testamento, había exhortado al ejercicio de la virtud. Su cuerpo fue depositado de momento en una sepultura del cementerio contiguo, de donde fue trasladado a la capilla el año 1889.
Por lo que se refiere a la fama de singular santidad con que cada día se hacía más célebre el nombre de este Siervo de Dios, parece que Dios mismo se dignaba comprobarla con prodigios celestes. Y esta fue la razón de que se iniciase la Causa encaminada a conseguir se le tributaran a su tiempo los honores que se dan a los Bienaventurados y que, después de los llamados procesos ordinarios, el día 9 de agosto de 1896, Nuestro Predecesor de inmortal memoria León Papa XIII designara ya la Comisión introductoria de la Causa en que había de entender la Sagrada Congregación de Ritos.
Más tarde, cuando ya se habían concluido definitivamente las inquisiciones apostólicas, se inició la discusión sobre las virtudes teologales y cardinales del Venerable Marcelino José Benito Champagnat; y, después de maduro examen, Nuestro también Predecesor Benedicto Papa XV, de feliz memoria, por decreto de 11 de julio de 1920, proclamó que el Venerable las había observado en grado heroico.
Tratada luego la cuestión de los milagros que decían haberse obtenido del Señor por la invocación del nombre del Venerable, y examinado el asunto con toda diligencia en las sesiones pertinentes, Nos, el día tres de mayo del año en curso 1955, declaramos solemnemente que consta con certeza de dos de ellos.
Solamente quedaba por discutir si el Siervo de Dios debía ser clasificado seguramente entre los Bienaventurados gloriosos. Pronto tuvo ello cabal realidad. En efecto, todos los Padres purpurados de la Sagrada Congregación de Ritos, así como los Padres consultores, afirmaron unánimes que esto era posible.
Una vez que hubimos recibido los mencionados votos, el día l9 de mayo del año en curso, Nos hubimos de decretar que podía procederse tuto (con toda seguridad) a la solemne Beatificación del Venerable Siervo de Dios Marcelino José Benito Champagnat.
Y siendo esto así, Nos, dando cumplimiento a los fervientes deseos del Instituto de Hermanos Maristas, por virtud de estas letras y por Nuestra Autoridad Apostólica, facultamos para que al Venerable Siervo de Dios Marcelino José Benito Champagnat, sacerdote, pueda en adelante otorgársele el título de Beato, y para que puedan exponerse a la pública veneración de los fieles, pero no llevarse en procesiones solemnes, su cuerpo y sus restos o reliquias, así como que las imágenes del Beato puedan adornarse con nimbo de rayos luminosos.
Igualmente, con la misma Nuestra Autoridad, concedemos el que cada año pueda rezarse el Oficio de Común de Confesores no Pontífices con lecciones propias aprobadas por Nos, y que se celebre igualmente la Misa del mismo Común de Confesores no Pontífices, con las oraciones propias también aprobadas, y de conformidad con las rúbricas del Misal y Breviario Romano. Ahora bien, únicamente concedemos que pueda hacerse la recitación de este oficio y celebración de esta misa en la diócesis del Puy, a que en otro tiempo pertenecía el lugar natalicio del Beato, y en la de Lyon, dentro de cuyo territorio acabó sus días; de la misma manera, en los templos y capillas de cualquier parte del mundo que estén al servicio, tanto de los Hermanos Maristas como de la Sociedad de María, concedemos el rezo del oficio a todos los cristianos obligados a las horas canónicas, y con respecto a las Misas, a todos los sacerdotes que concurran a templos o capillas en que se celebre fiesta en honor de este Beato.
Finalmente, otorgamos Nuestra Autorización para celebrar Fiestas de Beatificación del Venerable Siervo de Dios Marcelino José Benito Champagnat en los templos y oratorios arriba mencionados, durante los días que añade la legítima autoridad eclesiástica dentro del año, si bien, después que se hayan celebrado las solemnidades en la Sacrosanta Patriarcal Basílica Vaticana.
Sin que obsten Constituciones y Ordenaciones Apostólicas, así como los Decretos publicados de non cultu, ni cualesquiera otros contrario.
Queremos, por otra parte, que a las copias de estas Nuestras, aunque sean impresas, con tal que estén firmadas de mano del Secretario de la Sagrada Congregación de Ritos y selladas con el sello de la misma Congregación, se les otorgue la misma fe que se daría a la expresión de Nuestra voluntad si se mostraran Nuestras mismas letras.
Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día XXIX de mayo, Domínica de Pentecostés, del año MDCCCCLV, de Nuestro Pontificado año décimoséptimo.
De especial mandato del Santísimo.
Por el Señor Cardenal de Negocios Públicos de la Iglesia
GILDO BRUGNOLA, de Breves Apostólicos
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