PATRIMONIO ESPIRITUAL MARISTA |
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HERMANITOS DE MARIA |
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TRAS LAS
HUELLAS DE |
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MARCELINO
CHAMPAGNAT |
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MARCELINO
CHAMPAGNAT |
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Artículos
del Hermano Pierre Zind |
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TRADUCIDOS Y CAPTURADOS POR EL HERMANO |
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JAIME JUARISTI MILANESIO |
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CEPAM |
Guadalajara, Jal., México
1998
A GUISA
DE INTRODUCCION |
Es muy importante situar los personajes y los hechos de
la historia en su contexto. Nuestro Marcelino no podría ser bien comprendido
desprendido de todo lo que formaba su mundo, bajo todos sus aspectos. A
continuación presento el erudito trabajo del H. Pierre Zind al respecto. Ha
sido traducido con admirable meticulosidad y constancia por el H. Jaime
Juaristi Milanesio. El mismo realizó la captura original de lo que esto es sólo
transcripción a Word 6 realizada en CEPAM.
Desde luego que el asunto de los contextos es inmenso,
prácticamente inagotable. Son muchas las dimensiones que hay que tomar en
cuenta. El acceso a libros y otros puntos de referencia que nos sitúen mejor es
de suma importancia.
Agradecemos al H. Jaime Juaristi su magnífica y enorme
cooperación en la difusión del patrimonio marista, desde su ambiente
contextual.
H. Aureliano Brambila de la Mora
Guadalajara, Jal., México, 1998
CAPITULO I |
ANTES DE LA
REVOLUCION. |
004 |
CAPITULO II |
EN LOS
ALBORES DE UNA VIDA NUEVA. |
007 |
CAPITULO III |
EN EL
DESCONCIERTO DE LOS ESPIRITUS. |
010 |
CAPITULO IV |
LA
DESCRISTIANIZACION REVOLUCIONARIA. |
014 |
CAPITULO V |
MARLHES BAJO
EL TERROR DEL AÑO II |
017 |
CAPITULO VI |
REACCION
TERMIDORIANA EN MARLHES |
020 |
CAPITULO VII |
MARLHES BAJO
EL DIRECTORIO. |
023 |
CAPITULO VIII |
FINAL DEL
SUEÑO REVOLUCIONARIO. |
026 |
CAPITULO IX |
EL ESCOLAR
REBELDE. |
030 |
CAPITULO X |
LA PRIMERA
COMUNION. |
032 |
CAPITULO XI |
LA LLAMADA
DE DIOS. |
035 |
CAPITULO XII |
ORIENTACION
ESCOLAR DISCUTIDA. |
038 |
CAPITULO XIII |
FUNDACION DE
VERRIERES. |
042 |
CAPITULO XIV |
EN LOS
ALBORES DE UN DESTINO COMUN. |
046 |
CAPITULO XV |
PROGRESO
ESPIRITUAL. |
049 |
CAPITULO XVI |
EN LA CLASE
DE FILOSOFIA. |
053 |
CAPITULO XVII |
EL SEMINARIO
MAYOR DE SAN IRENEO. |
056 |
CAPITULO XVIII |
SEMINARISTA
MAYOR EN 1813. |
060 |
CAPITULO XIX |
EL
REGLAMENTO DEL SEMINARIO. |
064 |
CAPITULO XX |
MARCELINO
SUBDIACONO (6 de enero de 1814). |
067 |
CAPITULO XXI |
CAIDA DEL
IMPERIO. |
070 |
CAPITULO XXII |
CLAUDIO
MARIA BOCHARD . |
073 |
CAPITULO XXIII |
EL SEMINARIO
MAYOR EN 1814-1815. |
074 |
CAPITULO XXIV |
LOS CIEN
DIAS. |
077 |
CAPITULO XXV |
EN LOS
ALBORES DE UN MUNDO NUEVO. |
080 |
CAPITULO XXVI |
NECESITAMOS
HERMANOS. |
083 |
CAPITULO XXVII |
MARCELINO,
ORDENADO SACERDOTE. |
086 |
CAPITULO XXVIII |
VICARIO EN
LA VALLA |
089 |
CAPITULO XXIX |
CRISTIANIZACION DE LA VALLA. |
092 |
CAPITULO XXX |
EL CONTEXTO
ESCOLAR. |
095 |
CAPITULO XXXI |
LA
FUNDACION. |
099 |
CAPITULO XXXII |
JUAN
BAUTISTA AUDRAS. (Hermano Luis) |
102 |
CAPITULO XXXIII |
LA CUNA DE
LA VALLA |
105 |
CAPITULO XXXIV |
EL NOVICIADO
DE LA VALLA. |
108 |
CAPITULO XXXV |
EL CAMINO A
LA SANTIDAD. |
112 |
CAPITULO XXXVI |
EL METODO
PEDAGOGICO. |
115 |
CAPITULO XXXVII |
PRIMERA
ESCUELA NORMAL EN EL LOIRA (1818) |
119 |
CAPITULO XXXVIII |
LAS DOS
PRIMERAS ESCUELAS DEL INSTITUTO. (1819). |
122 |
CAPITULO XXXIX |
CONSOLIDACION DE LA SOCIEDAD DE MARIA. |
126 |
CAPITULO XL |
SOMBRAS Y
LUCES. |
129 |
CAPITULO XLI |
MEJORA LA
ORGANIZACION INTERNA. |
132 |
CAPITULO XLII |
SAINT-SAUVEUR-EN-RUE. |
135 |
CAPITULO XLIII |
LA
CATEQUESIS EN EL BESSAC. |
138 |
CAPITULO XLIV |
PRIMERAS
CONTRADICCIONES ECLESIASTICAS. |
142 |
CAPITULO XLV |
PRIMEROS
ENFRENTAMIENTOS BOCHARD-CHAMPAGNAT. |
145 |
CAPITULO XLVI |
ABUNDANCIA
POR DOQUIER; ESCASEZ EN LA VALLA. |
148 |
CAPITULO XLVII |
BOURG-ARGENTAL. (2-II-1822) |
151 |
CAPITULO XLVIII |
RECLUTAMIENTO IMPREVISTO. |
155 |
CAPITULO XLIX |
UN FUNDADOR
EN APUROS. |
158 |
CAPITULO L |
EXPANSION
DEL NOVICIADO. |
160 |
CAPITULO LI |
LA
UNIVERSIDAD Y LOS HERMANITOS DE MARIA. |
163 |
CAPITULO LII |
MARCELINO Y
LA UNIVERSIDAD. |
166 |
CAPITULO LIII |
LA
UNIVERSIDAD DESCUBRE LA SOCIEDAD DE MARIA. |
169 |
CAPITULO LIV |
CORRESPONDENCIA
MARISTA CON ROMA |
172 |
CAPITULO LV |
LOS HERMANOS
DE VALBENOITE. |
176 |
CAPITULO LVI |
PROYECTO
NACIONAL DE UNIFICACION. |
179 |
CAPITULO LVII |
LOS
INTERESES DE LA ADMINISTRACION. |
182 |
CAPITULO LVIII |
CONFLICTOS
CON BOCHARD. |
184 |
CAPITULO LIX |
SITUACION
CADA VEZ MAS CRITICA. |
188 |
CAPITULO LX |
TIEMPOS MUY
MALOS. |
191 |
CAPITULO LXI |
EL ACORDAOS
EN LA NIEVE. |
194 |
CAPITULO
I: ANTES DE LA REVOLUCION. |
Todo
destino humano, por más prestigioso que sea, tiene sus raíces en un territorio
determinado, en una línea muy personal, que poco a poco la hacen germinar, la
modelan y explican sus características, aunque no manifiesten plenamente el
misterio de la gracia y de la libertad. Remontándonos a los orígenes vivos del
Bienaventurado Marcelino Champagnat, sin duda podremos descubrir su verdadera
fisonomía, a la vez más sencilla, más cercana y más seductora.
1.- EL
PAIS NATAL.
En 1789,
Marlhes se localizaba en el extremo noreste de la provincia de Velay, muy
cercana de Forez, de la región Vienesa y del Vivarais. En el suelo, una roca
triangular, llamada "Piedra de los tres obispos", marcaba otra
convergencia, la de las diócesis de Lyon, Puy y Vienne. La tradición relataba
que una comida fraternal unía anualmente a los tres obispos, comiendo cada uno
en su propia jurisdicción. El prelado del Puy gozaba de los beneficios de la
parroquia de Marlhes, unida a la arquidiócesis de Monistrol-l'Evêque,
actualmente Monistrol-Loira.
Apostólicamente,
la parroquia se extendía hacia el sur, cosa que la unía a la grafía ocitana de
su nombre.
Políticamente,
la mayor parte del territorio dependía del Norte: Lyon. De la jurisdicción de
Saint-Etienne, y los alrededores de Bourg-Argental. Siete pequeños poblados,
entre los cuales Poyet, Planche y Pont habían sido desgajados del Puy. En la
época de la administración real, formaban parte de los "Derechos Señoriales"
del barón de la Faye, del señor Chovet (Chovai) y del Hospital de Temple, heredado
de la antigua Orden de los Templarios.
Un lugar
agradable...
Los 2700
habitantes se agrupaban en numerosos caseríos: Horme, Chaux, Eccolay, Rozey,
Faye, Faurie, Marlhes, Coin, los dos territorios del Temple, etc. El pueblo, a
pesar de su iglesia dedicada a San Saturnino, tenía poca relevancia.
Sin
embargo, al menos dos mil años antes, la localidad de Marlhes había sido
ocupada por los Galos. Al principio del siglo XIX, excavaciones realizadas,
pusieron al descubierto los vestigios de un templo druida con una forma bien
definida. Había sido testigo de sacrificios humanos, ya que entre las ruinas se
desenterró un osario; los restos, medio carbonizados permitieron determinar las
diferentes edades de las víctimas. Hermosos bosques celtas, que la Revolución
no había logrado arrasar, daban un aspecto muy agradable a estos parajes.
... Pero
una vida muy dura.
Con
frecuencia, desde las alturas del Pilat, soplaban fuertes vientos, que eran
remplazados por otros más violentos procedentes del sur, ocasionando verdaderos
estragos en los cultivos. La altura explica las heladas tardías: el 1 de junio
de 1791, el termómetro marcaba bajo 0 y el frío heló las espigas recién
formadas.
Los
habitantes disponían de fuentes de ingresos complementarias: los pastizales,
también sensibles a las heladas y la papa para entonces muy generalizada. Desgraciadamente,
un nuevo flagelo devoraba este valioso tubérculo: el Tártaro. De esta manera,
la vida campesina de Marlhes estaba duramente comprometida por los rigores de
la naturaleza; los habitantes no encontraban contra ella otro recurso posible
mas que el del Creador.
Conforme a
la civilización ocitana, la vida social de la parroquia se desarrollaba en el
interior de la Iglesia, gracias a la famosa fraternidad de los Penitentes del
Santísimo Sacramento, de la que la Revolución sacaría sus administradores. En
1789, su máxima autoridad era Juan Bautista Champagniat, padre de nuestro
Beato.
2.- LA
FAMILIA.
En
realidad, los orígenes de los Champagnat no se encontraban en Marlhes, sino un
poco más al interior de Velay, en el caserío de La Mure, en el dominio de la parroquia
de San Victor Malescour, actual Alto Loira.
Los
ascendientes aparecen en las actas notariales a principios del siglo XVII, primero
con la grafía de "Champagnac" luego con la de "Champagniac"
y algún tiempo después "Champagniat"; y finalmente, en el siglo XIX
se impuso "Champagnat".
Juegos del
amor.
El amor
llevó a la familia a Marlhes. En efecto, el 15 de septiembre de 1716, año de la
muerte de san Grignion de Montfort, un tal Juan Bautista Champagniat, nacido el
8 de junio de 1683, originario de San Víctor Malescours, contrajo matrimonio en
Marlhes con Luisa Crouzet, de la Faurie. Uno de sus hijos, Juan, nacido el 23
de noviembre de 1719, año de la muerte de san Juan Bautista de La Salle, dejó
el pueblo de La Faurie por el del Rozey, cuando el 25 de enero de 1752, se
desposó con María Ana Ducros, residente del lugar. Es curioso el constatar que
el bisabuelo y el abuelo del Padre Champagnat, se habían casado bastante tarde,
a la edad del uso de la razón: los dos a los 33 años.
El abuelo
Juan tuvo 5 hijos: tres niñas: la primera, Luisa (10-XII-1752-13-V-1824) y la
última, Catalina (22-XI-1758-1798), vivieron y murieron como religiosas de San
José; y dos muchachos, uno de ellos, Juan Bautista, llegaría a ser el rector de
los Penitentes del Santísimo Sacramento.
Este
último, padre de nuestro bienaventurado, nació el 16 de julio de 1755. Se casó
muy joven, a los 19 años, con María Teresa Chirat, que tenía diez años más que
él y que vivía en Malcoignière, el 21 de febrero de 1775.
Emprendedores
y cultivadores.
La
profesión de los jóvenes esposos era la de comerciantes en telas y encajes. A
medida que crecía la familia, complementaban su negocio con el cultivo de la tierra
y las artesanías. El padre, explotaba un pequeño molino de agua conocido
vulgarmente en la región con el evocador nombre de "Escucha si
llora". Parece, sin embargo, que los trabajos del campo se impusieron como
principal actividad.
A falta
del retrato físico de la madre, María Teresa Chirat, contamos con el del padre.
De talla se puede decir pequeña, medía 5 pies 2 pulgadas, o sea 1.68 m. Cabellos
y cejas castaños, ojos grises, frente ancha, mirada lejana y triste, nariz
gruesa, boca mediana y barba redonda.
Para su
tiempo y lugar en que vivió, Juan Bautista Champagniat era un hombre muy
instruido. Sin embargo, ignoramos cómo pudo estudiar; las investigaciones del
profesor Marthouret descartan el célebre colegio de Tournon, relativamente
cercano, al que se pensaba podía haber asistido. Su escritura legible, regular,
ágil, y prácticamente sin errores Tenía la habilidad de saber hablar en
público, sabía conducir personas, pero parece ser que carecía de carácter. Más
tarde, se dejará mangonear por su primo Ducros y el comisario Trillard, dos
feroces jacobinos.
Una
"hermosa" descendencia!
El mismo
año de su matrimonio, el 11 de diciembre de 1775, floreció la primera de las
diez sonrisas infantiles: María Ana, que se casó con el ex-seminarista que llegó
a ser instructor en Saint-Sauveur, Benito Arnauld; fue luego la abuela de los
Hermanos Tarsicio (muerto en 1890) y Theonas (muerto en 1902). Por entonces
nadie se preocupaba en variar los nombres, y de las cinco hermanas del Beato,
nada más dos tenían nombres diferentes. Así, a María Ana, la mayor, se añadieron
en 1779 Ana María, tercer hijo, y en 1786, Ana María séptimo vástago quien
murió siendo muy joven. Las otras dos hijas se llamaban Margarita Rosa: la primera
de ellas nació en 1782, quinto hijo y no vivió mucho tiempo: la segunda vio la
luz del día en 1784 como sexto hijo de la familia.
Tres de los
hombres se llamaron Juan. Juan Bartolomé, 2º en orden de nacimiento, nacido en
1777, sucedió a su padre en 1804; pero se endeudó al grado de verse obligado a
vender la casa familiar; su sexto hijo murió como Hermano Marista con el nombre
de Hermano Regis. Juan Bautista, cuarto en orden, nacido en 1780, murió a corta
edad. Juan Pedro, el octavo, nació en 1787, heredó el molino paterno y tuvo
nueve de familia.
Los otros
dos muchachos se llamaron José Benito, prueba de una cierta influencia de san
José Benito Labre, que acababa de morir en Roma en 1783, puesto que con
anterioridad ningún Champagnat había llevado tal nombre. Eran el noveno y el
décimo. Este último, nacido el 27 de octubre de 1790, una semana antes de
Lamartine, murió pronto. Su hermano del mismo nombre nació 17 meses antes, el
20 de mayo de 1789. Se llamó Marcelino José Benito y llegó a ser el Beato Fundador
de los Hermanitos de María.
CAPITULO
II : EN LOS ALBORES DE UNA VIDA NUEVA. |
Desde
algunos años se notaba ya, que Francia iba a cambiar el rumbo de su historia.
Las continuas protestas religiosas y sociales, comenzadas cuando la Reforma,
continuadas por los controvertistas de ambos campos y vulgarizadas por los
enciclopedistas, darían pronto su venenoso fruto. Pero ¿quién, al terminar el
siglo XVIII, habría podido adivinar su terrible engendro?
NACIMIENTO
DE MARCELINO
Juan
Bautista Champagnat no lo sospechaba, ni mucho menos. El 5 de mayo de 1789, se
abrieron en Versalles los Estados Generales con alborozo de todos.
Dos
semanas más tarde, su mujer, María Teresa, le daba un nuevo retoño, el noveno
de la numerosa prole. Coincidió con el miércoles de rogativas, día en que la
Iglesia implora del Creador, buenas cosechas.
SEÑALADO
EN LA FRENTE POR EL AGUA Y EL OLEO SANTO.
Al día
siguiente, según costumbre en la familia, recibió el santo bautismo en Marlhes,
actuando de madrina su prima Margarita Chatelard y de padrino, su tío Marcelino
Chirat, de quien heredó el nombre, completado por los de José Benito. Estos dos
últimos, en memoria del santo Labre, muerto seis años antes en Roma. Juan Pedro
Ducros, primo y, pronto, mala sombra del dichoso padre, firmó como testigo, así
como Fappat, un amigo de la familia.
Coincidió
el feliz acontecimiento con el jueves de la Ascensión. En la misa mayor, el
cura Allirot cantaría en el Evangelio: "Id al mundo entero, predicando la
Buena Nueva a toda criatura. El que crea y sea bautizado se salvará, pero el
que no crea se condenará". Poco antes, en la epístola, ya había pregonado:
"Recibiréis el fuego del Espíritu Santo y seréis mis testigos hasta los
confines del mundo". Tanto la misión, "Id por el mundo
entero..." como la promesa: "Recibiréis al Espíritu Santo..."
simbolizaban, providencialmente, la vida y obra de Marcelino.
... Y EN
EL CORAZON POR EL FUEGO DEVORADOR.
Cuando,
por primera vez, pudo abrazar y examinar su madre, con ojo escrutador, propio
de las madres, a su nueva criatura, descubrió, impresa, sobre el pecho de su
hijo, una flor. Al menos, es lo que declaraba haber oído contar en Marlhes, Margarita
Vialette, quien, al igual que Marieta Bergeron, añadían que, siendo ya mayor
Marcelino, se decía corrientemente: "No es extraño que haga tanto bien,
cuando nació tenía la señal de santo".
No fue la
única sorpresa para la mamá: Varias veces observó sobre la cuna de su hijito,
una luz, que, saliendo del pecho, revoloteaba en torno a la cabeza del bebé, se
elevaba y se repartía por toda la habitación. Eran llamas blancas como la nieve.
Asustada,
al mismo tiempo que gozosa, la buena señora llamó un día a Catalina Crozet,
joven de 15 años, para que viera las luces que salían de la cuna, pero cuando
llegó la vecina no pudo observar nada, porque las llamas habían desaparecido.
TESTIGOS
RESPONSABLES.
Este
prodigio lo atestiguan Felipe Arnaud, hijo de Mariana, la hermana mayor de
Marcelino, la cual, en 1789, contaba ya con 14 años. Lo mismo sostiene María
Clermondon, esposa de Juan Bartolomé Champagnat, hermano de Marcelino. Juan era
el segundo de la familia y contaba, por consiguiente, con sus 12 abriles al
nacer Marcelino.
También lo
afirmó la vecina Juliana Epalle, que se lo había oído a Catalina Crozet.
Podríamos añadir, aún, a la madre de Juan Pedro Riocreux de la Faye y a los
Hermanos Maristas Teófano, Gerásimo, Gentianus, Aidant, María Abrahán, el Venerable
Hermano Francisco y otras personas de confianza.
En 1856,
el Hermano Juan Bautista anota en la biografía del Fundador, ese rumor tan
prodigioso y corriente entre los habitantes de Marlhes.
Algo
parecido cuentan los seguidores de William Brandam, jefe de una secta protestante.
Cuando nació dos días después, parientes y amigos creen haber visto sobre su
cabecita una columna de fuego. El hecho parece haberse repetido en 1933, ante
4000 personas. En enero de 1950 fue fotografiado el prodigio en el gran coliseo
de Houston, afirmando su autenticidad el jefe del F.B.I., doctor George Lacy.
Cada uno
es libre de aceptar o rechazar lo anteriormente expuesto, pero la madre de
Marcelino se convencía cada día más, de que Dios tenía designios particulares
en el porvenir de su hijito.
Por su
parte, el Hermano Gentianus creía ver en ello la luz evangélica derramada en el
alma de los niños por medio del Instituto que Marcelino fundó más tarde.
EL CORONEL
J. B. CHAMPAGNIAT.
Mientras
María Teresa Chirat, a la edad de 44 años, arrullaba, fajaba y amamantaba al
pequeño, el padre de familia tomaba parte activa en los grandes acontecimientos
nacionales.
El 17 de
junio, el Tercer Estado se proclamó Asamblea Nacional, y el 9 de julio se
transformó en Constituyente. Las nuevas municipalidades sucedían a las antiguas
parroquias.
El 14 de
julio caía La Bastilla, símbolo del poder real. Esta escalada de tan imperiosos
acontecimientos perturbadores, produjeron gran miedo y pánico en toda la
nación... Todos se armaban para combatir un peligro que nadie veía claramente
pero que todos presentían.
LOS
"LEVITAS" DE LA REVOLUCION.
En esta
repentina mutación político-social, los dirigentes de cofradías religiosas que,
anteriormente, habían participado en la redacción de quejas y reclamaciones,
fueron encargados, sin buscarlo ni pretenderlo, de la dirección administrativa
y de las responsabilidades locales. A esto se debió que, el presidente de los
"Penitentes del Santísimo Sacramento", Juan Bautista Champagniat,
fuera nombrado nada menos que "Coronel de la Guardia Nacional" para
el cantón de Marlhes. Vestido con pantalón y chaleco blancos y "levita
azul", ejerció, en medio de la inseguridad reinante, la función local de
mayor responsabilidad.
El triunfo
de la Guardia Nacional Regional se llamó "Fiesta de la Federación". Para
celebrarla, se reunieron en el "Gran Campo" de Lyon -Les Broteaux-,
el domingo de la Trinidad, 20 de mayo de 1890, las 300 delegaciones cantonales.
Habiendo
desaparecido los documentos de Marlhes, relativos a los años 1789 y 1790, no
podemos establecer con seguridad, si el coronel Champagniat participó en esa
ceremonia patriótica; es muy probable que asistiera.
ESE GRAN
DIA.
Son las 4
de la madrugada; comienzan a distinguirse uniformes militares con sus bayonetas
coronadas por divisas y emblemas. Desfilan durante tres horas, hasta formar un
abigarrado cuadro en torno al inmenso monumento ideado por el arquitecto
Cochet. Se han reunido 40 000 federales y flotan al aire 418 banderas tricolores.
El
monumento representa una gran roca escarpada, rematada por una LIBERTAD que
mide 8 metros, esculpida por el artista Chinard. Cuatro frontis griegos, sostenidos
por seis columnas dóricas, remedaban el templo de la Concordia, y daban entrada
a las respectivas escalinatas interiores. Diversas cascadas, genialmente
distribuidas, significaban el torrente de la fecundidad.
Terminado
el desfile que pone orden en la muchedumbre, comienza la fiesta. Retumban los
cañones, redoblan los tambores, suena la música imponente, y sigue un profundo
silencio. El párroco de San Jorge sube al altar para celebrar la Misa Mayor.
Concluida,
Dervieux de Villard, general del ejército federal lionés, pronuncia al pie del
altar el juramento de fidelidad. Cada coronel repite la fórmula frente a sus
hombres, los guardias, levantando el brazo derecho, gritan: "lo
juro".
El
entusiasmo desborda hasta tirar los sombreros al aire. Se lee una felicitación
a la Constituyente y una carta a La Fayette, General de la Guardia de París,
todos aplauden en señal de aprobación.
Ha cesado
la lluvia, el sol declina rápidamente. Cada uno toma de la mano a su vecino,
entrando todos en la gigantesca farándula.
La
ceremonia ha durando no menos de 12 horas. Van a terminar con fuegos artificiales,
iluminación general y baile para coronar el gran día popular.
Pensaban
que la Revolución estaba terminada; pero solamente había comenzado.
CAPITULO
III: EN EL DESCONCIERTO DE LOS ESPIRITUS. |
Así como
el sueño suspende la conciencia individual, la gran Revolución adormeció las
fuerzas de orden, la tradición, la autoridad y los motivos que estructuraban la
antigua sociedad, dejando el campo libre a movimientos incoherentes, innovadores,
emancipadores e ilógicos, surgidos de las masas populares. Espiritualmente
fueron una loca explosión de anarquía, de fiestas a veces sangrientas que trastornaron
fundamentalmente tanto el Estado como la Iglesia.
Muchos
intuyeron esos tiempos de confusión, siendo uno de ellos Corbert, obispo de
Monstpellier: "Todo anuncia, escribía, que el universo se apresta al
estallido de algo extraordinario. Estamos en vísperas de grandes
acontecimientos. El misterio de iniquidad avanza vertiginosamente; pronto todo
estará consumado.
LOS
BEGUINOS DEL FOREZ.
Lo
irracional se manifestó particularmente en los medios jansenistas ya en decadencia.
Una falsa mística multiplicaba entre ellos profetas y escenas de convulsión.
En las
montañas de Saona de Loira, durante todo el siglo XVIII, las Ursulinas de
Charlieu (Loira) tuvieron que socorrer a muchos "iluminados
convulsionarios". En sus reuniones se practicaban escenas de tortura, no
por superchería, sino por un deseo de sacrificio y de llagas semejantes a las
de Jesucristo.
Y EN LA
REGION DE DOMBES.
Trasladémonos
a Fareins, pueblo cerca de Ars (Ain). En él sucedió un caso "teatral"
muy conocido: El 12 de octubre de 1787, en la capilla de la Santísima Virgen,
de la iglesia parroquial, ante unos veinte testigos, entre ellos el dominico
Caffe, el cura Francisco Bonjour y su vicario Farlay, presenciaron la
crucifixión de Etieniette Thomasson. Sus manos fueron cosidas a la pared y sus
pies en el suelo con clavos de 12 cms.
El mismo
señor cura Bonjour dirigía espiritualmente a Claudine Dauphan, joven y
agraciada viuda de 35 años. El Jueves Santo de 1791 contó haber tenido una visión
en la iglesia de Ainay (Lyon). Jesucristo la tomaba por esposa y le confiaba la
"promesa del fruto divino" que restablecería todas las cosas: el
"Espíritu Santo".
Efectivamente,
el 18 de agosto de 1792, nació Israel Elías, que sería de mayor el
"Espíritu Santo" o sea, el "Paráclito".
EN EL
FOREZ JANSENISTA.
En las
cercanías de Saint-Etienne (Loira), Drevet, cura de San Juan Bonnefonds, era
uno de los adeptos a la secta de Bonjour. Ganó para su causa nada menos que a
nueve religiosas de San José.
El 3 de
junio de 1792, fiesta de la Santísima Trinidad, predicaba, ante una recogida y
numerosa concurrencia "la próxima venida del Mesías", precedida de
Elías y el retorno a la naturaleza. La ley quedaría abolida, no habría
sacramentos, ni oración, ni ayunos. La Iglesia de Jesucristo, habiendo
finalizado, sería reemplazada por la del Espíritu Santo y predicada por mil
enviados.
El mismo
Espíritu Santo la inauguraría cuando fuera mayor. Un millón de niños educados
en la misma escuela y de la misma edad tocarían trompetas hacia los cuatro
puntos cardinales.
En 1804,
el Vicario General señor Courbon, escribía todavía: "La secta ha predicado,
durante unos 12 años, la generación del Espíritu Santo, de Elías y de la familia
de los elegidos. Hombres, mujeres, muchachos y muchachas, sacerdotes y laicos,
se entregaban a la prostitución pública. Sus cabezas, fanatizadas por algún
sacerdote impío, pretendían hacer la obra de Dios.
En el año
1794, los beguinos quisieron fundar la "Nueva Jerusalén" o
"República de Jesucristo". Hombres, mujeres y niños, disfrazados con
nombres bíblicos, se reunieron en el monte Pilat, entre los grandes bosques,
especialmente en el llamado ahora desfiladero de la República. Allí entonaban
canciones patrióticas y se entregaban a la penitencia, esperando la venida del
profeta Elías. Sacerdotes depravados, por ejemplo Fialin y Drevet, distribuían,
como reliquias, partículas de un lienzo empapado en sangre procedente de alguno
de ellos, del nacimiento del profeta.
Como éste
tardara en manifestarse, Fialin les recomendó no mirar ni a derecha ni a
izquierda, ni arriba ni abajo... Cuando lo consiguió, se arregló para
escamotear el dinero y se fugó a París.
El 6 de
noviembre de 1794, la Guardia Nacional irrumpió en esos lugares, arrestando a
cuantos pudo encontrar. Algunos días después, la municipalidad de Marlhes
dispuso que se procediera a registrar todas las casas para detener a los culpables
de reuniones nocturnas por fanatismo. En aquella circunstancia, el jefe de paz
era Juan Bautista Champagniat.
ACTIVIDAD
REVOLUCIONARIA DE JUAN BAUTISTA CHAMPAGNIAT.
Un año
después de la gloriosa fiesta de la Federación Lyonesa, Champagniat aceptó el
cargo de secretario del juzgado, con promesa de retribución.
La primera
de sus actividades fue un tanto penosa. El 3 de julio de 1791, los electores
debían trasladarse a Saint-Etienne para determinar los reemplazantes de los
curas no juramentados. La convocatoria tenía que leerla el párroco desde el
púlpito. Como el titular Allirot se negó, la lectura le correspondió al
secretario Champagniat.
ACTUACION
MAS GLORIOSA.
Más
agradable fue la conmemoración del 14 de julio. A eso del mediodía, el coronel
Champagniat, luciendo impecable uniforme de gala, escalaba las gradas hasta el
"Altar de la Patria", levantado por el ayuntamiento para renovar el
juramento a la Constitución.
"Nuestros
derechos, dijo, estaban anulados; ahora los hemos recuperado. La libertad, que
todo hombre aprecia, nos había sido arrancada en tiempos de despotismo; ahora
la vemos restablecida. Nuestros augustos representantes en la Asamblea Nacional
nos han reconquistado esos derechos sagrados. Procuremos mantenerlos y
demostremos fidelidad a esa Constitución que nos acarrea esa felicidad para
todos".
No hubo
alusión alguna a Luis XVI que acaba de ser arrestado en Varennes.
Pocos días
después le toco perseguir a los "bandidos" que arruinaban los bosques,
y también ocuparse en verificar las pesas y medidas de comerciantes y
vendedores.
El 23 de
noviembre de 1791, redactó un edicto "prohibiendo a hoteles, cantinas,
tabernas, etc., servir comidas y bebidas, los domingos y fiestas, a los
habitantes de la parroquia, durante los oficios divinos".
Luego de
la caída de la monarquía, durante una sesión que prolongó unas cinco horas,
Juan Bautista Champagniat ascendió a comisario de distrito para Saint-Etienne.
El 17 de agosto de 1792, en el primer escrutinio, salió electo para designar
los diputados a la Convención. En la segunda vuelta triunfó Antonio Linossier,
cura juramentado de Jonzieux, quien, andando el tiempo, reclutaría a Marcelino
para el seminario.
OTRAS
ACTUACIONES ENOJOSAS.
Llega el
27 de agosto. Como la patria peligra, el Comisario Champagniat preside la
elección de cuatro "voluntarios" para el ejército del sur, y el
décimo de la población para el ejército territorial. Después de una muy
patriótica arenga, "ponderando la razón del patriotismo, etc., etc."
consiguió designaran como voluntarios a dos jóvenes de 19 años, un tercero de
22 y el cuarto, un hombre de 34 años.
Pero no
pudo vencer la oposición a diezmar la población. Todos, por unanimidad, dijeron
que preferían ir en masa, mejor que determinar el diezmo de los ciudadanos,
porque, tanto unos como otros, nadie quería ir voluntario. Algunos se verían
retenidos por la familia y otros por la hacienda, y los que nada tenían,
tampoco querían ir los primeros.
Por más
razonamientos y ruegos que presentaron los ediles para persuadir, todo fue en
vano, y la sesión se disolvió sin tomar ninguna decisión.
Sin
embargo, dos semanas más tarde, Juan Bautista Champagniat se vio obligado por
las autoridades superiores, a nombrar 12 granaderos-cañoneros y 4 comisionados
para censar los granos, harinas y armas particulares.
Desgraciadamente,
desde principios de la nueva era, los impuestos aumentaron considerablemente.
En 1790, Marlhes pagaba 20385 francos al fisco; en 1791 subió la contribución a
45187 francos, y en 1792, el Estado se chupaba la mitad de las rentas
particulares de los ciudadanos. Es evidente que el negocio se arruinaba...
CAPITULO
IV: LA DESCRISTIANIZACION REVOLUCIONARIA. |
La
Revolución, comenzada con entusiasmo por todas las clases sociales del pueblo
francés, pronto se degradó.
Los nobles
rehusaron torpemente pagar los impuestos, y sobrevino la revolución de los
monárquicos constitucionales y la burguesía. Aboliendo los derechos señoriales
y el diezmo eclesiástico, dieron una nueva Constitución al Estado, medida
acertada, y otra a la Iglesia galicana, error trágico.
Por
último, la toma del castillo de las Tullerías por la Comuna insurgente de
París, el 10 de agosto de 1792, puso la Revolución en manos de un hato
heteróclito de plebe y chusma de los bajos fondos que tomaron la dirección de
la política nacional.
I.-
SUPRESION DE LOS HERMANOS DE LAS ESCUELAS CRISTIANAS.
Una semana
había transcurrido, cuando el 18 de agosto, después de oír al exoratoriano
Gaudin y al obispo Torné, la Asamblea Legislativa votó radicalmente la supresión
de todas las Ordenes Religiosas.
Los
Hermanos, útiles...
El vocero
de la Asamblea declaraba: "El Comité espera poder clasificar, entre las
instituciones útiles, a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, encargados en
varias ciudades, de enseñar escritura, lectura, aritmética y rudimentos de comercio.
Siempre han desempeñado esas funciones con eficacia, e, incluso, dirigen algunos
pensionados que gozan de la confianza pública. Lástima que esta asociación,
formada a la manera de los jesuitas, fomente el fanatismo y la intolerancia.
Por lo tanto, no puede continuar como corporación".
En vano,
el 6 de abril anterior, Monseñor Le Coz había tomado la defensa diciendo:
"Creo que las congregaciones que desempeñan en la actualidad funciones de
instrucción pública, no serán suprimidas sin que se siga un gran perjuicio para
la sociedad.
Ichon,
otro exoratoriano, le interrumpió brutalmente. Marant declaró, como conclusión,
que los Hermanos sembraban en los espíritus de los niños, "el veneno de la
aristocracia y del fanatismo". En consecuencia, varios apartados del
decreto-ley del 18 de agosto de 1792 concernían directamente a los Hermanos de
las Escuelas Cristianas.
... pero
quedan suprimidos.
Se les
prohibe la enseñanza pública, pero quedan obligados a seguir en sus puestos
hasta que lleguen los sustitutos. El hábito religioso queda abolido bajo pena
correctiva. Sus bienes fueron confiscados, pero la ley les otorga una pensión
proporcional a los años que llevan en la Congregación e igual a la mitad de la
que gozan los religiosos sacerdotes. Naturalmente, esos religiosos debían,
además, prestar el juramento cívico.
Para
cumplir tal requisito, Marcelino Favier, antiguo Hermano de las Escuelas
Cristianas, juró ante el Consejo Municipal de Marlhes. El secretario, Juan
Bautista Champagniat, redactó el acta oficial, el 6 de abril de 1793, sin
sospechar, siquiera, que su hijo Marcelino, niño entonces de 4 años,
completaría, un cuarto de siglo más tarde, la obra resucitada de Juan Bautista
de la Salle.
II.- JUAN
BAUTISTA CHAMPAGNIAT Y LA DESCRISTIANIZACION DE MARLHES.
Eliminada
la monarquía, el personal de la municipalidad de Marlhes cambió el 20 de
noviembre de 1792, pero Champagniat conservó su puesto de secretario, por lo
que le cupo desempeñar algunas misiones poco honrosas.
A la caza
de los federales.
El 8 de
octubre de 1793, un tal Beraud, Comisario del pueblo, le propuso que, siendo
comisario de distrito, procediera a la incautación de todos los bienes pertenecientes
a los "criminales" en todo el distrito de Marlhes, es decir,
confiscar, en nombre de la municipalidad, lo perteneciente a los que
simpatizaban con Lyon sublevado.
Sucedió
que, al día siguiente, la capital regional francesa, Lyon, que, en junio, se
había levantado contra París, sucumbió, asaltada por los ejércitos jacobinos.
A
Champagniat le repugnaba esa intromisión apuntada en párrafos anteriores, y
daba largas al asunto para que los afectados pudieran salvar lo esencial.
Viendo que
no obraba con la prontitud requerida, el comisario departamental, Benito
Pignon, le señaló, como socio adjunto, a Juan Pedro Ducros, de Jonzieux, su
primo, y firmante, como se indicó, en el bautismo de Marcelino. De este modo,
Ducros será el funesto acicate de Juan Bautista Champagniat.
A los des
se les confió la vigilancia de las municipalidades de Marlhes y limítrofes,
levantar proceso verbal contra los delincuentes, arrestar, sellar los papeles y
requisar los bienes de todos los que presidieron asambleas ilegalmente
convocadas o que fueron miembros de la Comisión popular de Lyon. Igualmente a
los que hayan juramentado desde julio último, y a todos los que tomaron las
armas en favor de los rebeldes de Lyon.
Pignon,
por su cuenta, añadió aún que detuvieran a todos los que, desde julio, habían
ido a Lyon, y que llevaran a la cárcel de Saint-Etienne a todas las beatas o
fanáticas (léase catequistas), junto con todos los sacerdotes refractarios que
encontraran.
Se les
autorizaba para solicitar todas las fuerzas necesarias. Y por último, tenían
que entregar una lista de todos los sospechosos, ya sea por sus escritos, o por
sus discursos. Asimismo, lista de todos los que han predicado incivismo, fanatismo,
monarquismo o federalismo criminales.
El 12 de
noviembre de 1793, enviaron a Ville-d'Arme próximo a Saint-Etienne, dos
campanas parroquiales, una de 5 quintales y otra de 2 quintales y 16 libras. El
17, Juan Bautista Champagniat asistió oficialmente a la quema de los títulos
feudales del ciudadano Courbon, natural de Saint-Genest-Malifaux.
El culto a
la Diosa Razón.
Llegó el 1
de abril de 1794. Con gran aparato se recordó a todos los ciudadanos y
ciudadanas de Marlhes, las patrióticas obligaciones de lucir escarapela
tricolor, arrasar toda señal exterior de culto, colocar a los pobres casas de
los ricos, leer las leyes todas las décadas a las 10 de la mañana en los
templos de la Razón, y, por último, observar rigurosamente los decenarios.
El 18 de
mayo siguiente, (29 floreal, año II) Juan Bautista Champagniat "pontificaba"
desde el púlpito de la iglesia, convertida en templo de la Diosa Razón. Llamó
la atención sobre la hermosura de los sembrados, atribuyendo mérito y gloria a
la Diosa. Pero, antes del siguiente decenario, 24 de mayo de 1794, una helada y
una buena nevada arruinaron completamente la tan cacareada cosecha. Naturalmente,
los ciudadanos de Marlhes renegaron contra orador tan inoportuno.
También
acusaron a Champagniat de haber llevado personalmente los ornamentos
parroquiales para ser quemados en Armeville. Pero podemos apuntar a su favor,
que salvó la iglesia de Saint-Genest-Malifaux a punto de ser demolida. Además,
dio asilo a su hermana Luisa, religiosa de San José, y toleró que sus familiares
asistieran a la misa nocturna que celebraba un señor cura, escondido en una
aldea cercana.
CAPITULO
V: MARLHES BAJO EL TERROR DEL AÑO II |
En esta
época, Marcelino tenía cinco años. A esa edad no se daría cuenta de la
actuación política de su padre. Este frisaba en los 40, y era ciertamente
"jacobino" con todos los compromisos que le exigían la vida
provinciana y sus relaciones personales.
Juan
Bautista Champagniat, miembro influyente en la municipalidad, no dejó de
cumplir todas sus funciones e, incluso, las penosas misiones que le encomendaron,
aunque, a veces, desaparece en los registros oficiales, bajo la capa prudente
del anonimato.
Pero si
los funcionarios de Marlhes no podían evitar ser jacobinos, los ciudadanos lo
eran muy poco o nada. Y no por opinión política reflexiva, sino por motivos personales:
para poder sobrevivir.
MARLHES Y
EL ABASTECIMIENTO.
La
primavera de 1794 se presentaba mal; se presentía el hambre. Para prevenir sus
funestos efectos, el comisario del distrito procedió a censar los granos, y
Marlhes se veía obligada a distribuir 528 quintales entre los indigentes.
Negativa
general:
No
solamente no se efectuó la entrega, sino que, además, las 35 familias responsables
se negaron a segar las mieses cuando maduraron en junio. El municipio se vio
obligado a contratar segadores, y las gavillas tomaron el camino de Armeville.
Juan
Bautista Champagniat dejó la secretaría y pasó a ser Juez de Paz en los
primeros días del mes Termidor. ¡Buen trabajo le esperaba! El 23 de septiembre,
los jornaleros de Marlhes no quisieron ir a trillar el trigo requisado. Minaire
alegó que no quería dejar a sus seis hijos y a su mujer enferma. Padel dijo que
su señora tenía miedo espantoso a la soledad. Cornillón presentó que tenía una
pierna mala. Suzat se había contratado ya con la viuda Carrot. La madre de
Bouche era muy anciana y sobrecargada de trabajo. Por último, Riscreux pretextó
tener dos hijos de corta edad y a su mujer encinta.
"Considerando
injustas las negativas de los trabajadores, y, por otra parte, muy costoso el
encarcelarlos, y que, además, no proporcionaba mano de obra para la
trilla", la municipalidad acordó convocarlos de nuevo al día siguiente.
Testarudez
de mala ley:
Era un
callejón sin salida. Los concejales, no pudiendo obligar ni castigar, ensayaron
otra táctica. Prometieron pagar, de su propio bolsillo, por estar vacía la caja
municipal, 10 francos a cada voluntario.
Pronto se
presentaron siete, entre ellos Padel y Suzat, pero a condición de que la paga
fuera de 18 francos y que, si no regresaban para la cosecha de las trufas, el
Ayuntamiento se responsabilizaría. Esas sugerencias parecieron justas y fueron
aceptadas.
No
obstante, el asunto no se resolvió completamente. Dos días después de la llegada
a la Commune d'Arme (Armeville), se regresaron a Marlhes dos de los comprometidos,
pretextando estar enfermos. Los cuatro que habían sido enviados a Sury, tomaron
las de villadiego a los pocos días de estar allí, porque decían, les faltaba
comida. El séptimo del grupo, Reynaud, aguantó diez días, al cabo de los cuales
también se fue, diciendo a todos: "¡Que otro resista lo que yo
aguanté!" Ninguno accedió a volver a la trilla y todos se negaron a
devolver los francos recibidos. No les quedó otro recurso a los municipales que
las amenazas.
Escamoteo
de productos.
La
dificultad no fue menor con relación a los otros productos de la región. Los comisarios
se dieron cuenta de que se cosecharía poca avena, porque el grano estaba
defectuoso y el pedrisco había causado mucho daño.
Todo
acaeció en tal forma que en 1795 sufrió una gran penuria. Hubo que abrir una
subscripción para comprar de 1500 a 2000 quintales de granos en el Ródano,
Loira, Isère, o en Saona-y-Loira, aunque allí el famoso trigo de Macon se
vendía muy caro.
Por si
fuera poco, la mantequilla y el queso de Marlhes se esfumaban como por encanto,
con asombro de los inspectores. Los productos lácteos no llegaban a Commune
d'Arme, porque el mercado negro, o sea los revendedores lo acaparaban hábilmente
en los caseríos de la comarca para venderlo a precios más altos.
Y no sólo
escapaban al mercado oficial los productos alimenticios; otro tanto sucedía en
la industria. Veamos: El 16 floreal del año II (5 de mayo de 1794) la municipalidad
procedió a la requisa de viejos lienzos y trapos de toda especie en vista de la
escasez de papel. Al cabo de dos semanas se quejaba del poco interés y se vio
forzada a obligar a los recalcitrantes.
Poco
después, la requisición se extendió al ganado porcino. Primero pidieron la
octava parte de los cerdos mayores de 3 meses; luego, todos los cerdos machos.
El decreto
del 18 germinal, año II, que disponía la requisa del 1/25 de los caballos y el
1/10 de las mulas, supuso un verdadero quebradero de cabeza para los ediles,
porque en Marlhes existían solamente 30 caballos y 2 mulas.
LA VIDA
CIVICA DE MARLHES.
Hacia el
14 de septiembre de 1793, el cura de Marlhes, el señor Allirot desapareció
oficialmente. Las autoridades locales quedaron así más libres para reemplazar
los oficios religiosos por actos cívicos obedeciendo el decreto jacobino de
París.
La década
revolucionaria sustituía al domingo tradicional. Todos los días decenarios,
reunidos los ciudadanos en asamblea general, desde las diez de la mañana hasta
las cuatro de la tarde, en el templo de la diosa Razón, escuchaban la lectura
de las Leyes, efectuada por alguna autoridad del pueblo.
Castigo
ejemplar.
Llegó el 3
floreal, año II (22 de abril de 1794). La autoridad municipal decidió castigar
a los que trabajaban en las décadas. Si se trataba del jefe de familia, pagaría
multa de 50 francos; para muchachos o empleados, la multa sería de 10 francos.
Además, la primera infracción implicaba ocho días de arresto; si reincidían,
les esperaba la policía correccional. La libertad degeneró en tiranía.
Para que
nadie pudiera escudarse en ignorancia sobre el nuevo ordenamiento, alguno
propuso confeccionar un cartelón, enumerando en él las disposiciones. La
propuesta quedó rechazada porque "la mayoría de los individuos de este ayuntamiento
son tan tercos y tan ignorantes, que todavía ignoran que tenemos un gobierno
republicano". Algunos no saben leer, otros interpretarán el texto en sentido
contrario. Fue necesario comunicárselo de viva voz e individualmente, de casa
por casa.
Consecuencia
de todo lo expuesto anteriormente, fue que al día siguiente, los ciudadanos de
Marlhes fueron parcialmente desarmados. Tenían que devolver, contra reembolso,
el abigarrado uniforme de Guardia Nacional y el sable correspondiente bajo pena
de 300 francos en multa y fama de sospechosos.
Los
motivos del descontento se multiplicaban. A la obligación de llevar la escarapela
tricolor, se sumó, el 15 termidor, año II (2 de agosto de 1794), la prohibición
de trabajar el domingo anterior y distribuir vino ese mismo día.
Salitre o
voluntarios.
Las
guerras revolucionarias transforman los campos en arsenales. El 20 vendimiario,
año II (11 de octubre de 1794), se comunicó a la ciudadanía que debía ocuparse
en colar las cenizas, quemar los brezales, retamas y helechos par obtener el
"salitre para la pólvora victoriosa".
La
Asamblea de la década fue muy accidentada, ruidosa y discutida. La gente
alegaba: "En el municipio hay muy poca retama, casi ningún helecho y nada
de brezo. Además, los helechos y la retama tierna los emplean los pobres para
fabricar canastos y jergones; e incluso, cuando falta la paja, también los
ricos cortan esas plantas para sus animales. La retama gruesa la utilizan los
indigentes para leña cuando no pueden conseguir otra cosa." Aceptadas las
reclamaciones. Pero no pudiendo Marlhes suministrar salitre, tendrá que
proporcionar soldados. El 22 fructidor, año II (8 de septiembre de 1794), la
municipalidad proporcionó alojamiento a 21 familias, por tener un miembro
"defensor de la Patria".
En
realidad, los jóvenes no se preocupaban lo más mínimo de ir al frente, y los
prófugos abundaban. Por lo que tres comisarios se encargaron de sellar muebles,
enseres y animales pertenecientes a padres con algún hijo "insumiso".
De este
modo consiguieron reunir en la primera leva 31 muchachos para el frente. Los
enviaron hacia Commune-d'Arme, pero no se les vio más el pelo.
En el
camino se declararon parte de la resistencia con todo y su equipaje. El Ayuntamiento
envió guardias en su persecución, pero sin ningún resultado.
CAPITULO
VI: REACCION TERMIDORIANA EN MARLHES |
La caída
de Robespierre, el 9 de termidor, año III (27 de julio de 1794) provocó la reacción
antimontañesa.
Juan
Bautista Champagniat, que era juez de paz y consejero municipal, vio inmediatamente
el peligro y comprendió que debía protegerse.
El 13
termidor, tres días después de haber sido decapitado el tirano, solicitó el secretario
“certificado de residencia, civismo y no detención”. El 16 del mismo mes, se lo
concedieron. Este acto de prudencia no fue inútil.
JUAN
BAUTISTA CHAMPAGNIAT CESANTE.
Durante el
mes de enero, año 1795, el Consejo Municipal de Marlhes sufrió cambios. El 19
de febrero los comités revolucionarios quedaron suprimidos. El 21, un decreto
restablecía la libertad de cultos. El 24 de mayo (4 germinal del año III), Juan
Bautista Champagniat cesaba en sus funciones, reemplazado por Pedro Colomb y,
al día siguiente, toda la guardia nacional de Marlhes se reorganizaba en tres
compañías, sin el antiguo coronel Champagniat.
Desde la
perversidad...
Juan Pedro
Ducros habitaba la aldea Reouchouse. Había demostrado ser jacobino
profundamente perverso, y consiguió que Juan Bautista Champagniat siguiera sus
huellas en períodos anteriores. No pudiendo resignarse al cambio, pretendía
seguir atemorizando la comarca. Pero el motín parisino del 1 pradial año III
(20 de mayo de 1795) puso punto final a la dictadura montañesa. Ducros fue
detenido y encerrado en la cárcel de Saint-Etienne, posiblemente en el antiguo
convento de los Mínimos.
Durante
una visita, su mujer le proporcionó un puñal, y, cuando los guardianes entraron
en su celda para trasladarlo arremetió contra el primero, lo apuñaló e intentó
huir. Los otros carceleros lograron bloquearlo y reducirlo en su misma celda.
Como siguiera oponiendo resistencia, abrieron un boquete en el techo y por allí
lo acribillaron a balazos como a perro rabioso.
Champagniat,
antiguo colega del matón, fue citado ante el tribunal de Feurs. Pero tuvo
suerte, porque un decreto del 10 pradial (30 de mayo de 1795) disolvió la instancia.
... hasta
el candor.
Es muy
posible que fuera en esta penosa circunstancia familiar, cuando el niño
Marcelino oyó la conversación en la que su mamá y su tía se lamentaban de los
estragos y lágrimas que ocasionaba la Revolución.
La tía,
Luisa Champagniat, tenía 42 años, y era religiosa de San José, como su hermana
Catalina. Arrojada de su escuela, encontró asilo en casa de su hermano, el
jacobino Champagniat.
Marcelino
contaba 6 años. Candorosamente preguntó: -Tía, ¿qué es la Revolución? ¿es una
persona o una bestia?
Pobre
sobrino, respondió la religiosa entre lágrimas y sollozos. Dios te conceda la
gracia de no experimentar nunca lo que es. Es más cruel que ninguna de las fieras
que hay en el mundo.
LA REACCION
MONARQUICA.
Pronto la
reacción termidoriana se convirtió en Terror Blanco para el sureste de Francia.
En Marlhes fue muy moderada. El acontecimiento más sonado se registró durante
la noche del 3 al 4 fructidor año III (20 a 21 de agosto de 1795).
A eso de
la media noche, los vecinos del pueblo oyeron una potente voz que gritaba:
-¡Que nadie se mueva! El que salga de casaa será balaceado.
Eran los
cinco hermanos Causses, de Jonzieux, monárquicos acérrimos, de los cuales, el
mayor escapó milagrosamente de la guillotina el año anterior, en Lyon. Se
desahogaron derribando el árbol de la Libertad, plantado varios años antes, y
que ya medía 15 metros
Del árbol
de la discordia...
Con furia
y lluvia de hachazos lo troncharon a 65 centímetros del suelo. Luego lo
descortezaron en siete partes distintas del tronco para utilizarlo. El gorro
frigio que había ostentado con orgullo en su picota, desapareció, así como la
barra de hierro que lo sostenía. La conservaron como trofeo de familia los
Causses hasta finales del siglo XIX.
Nadie pudo
ver lo que pasaba, ni quiénes fueron los leñadores nocturnos. Al día siguiente,
el alcalde con su consejo y notables del pueblo, se personó en el lugar del
siniestro. Midió meticulosamente los dos trozos del árbol derribado. Seguidamente,
con toda solemnidad, levantaron acta de la “defunción”, sin sollozos, sin duelo
ni luto.
También
resultó imposible reunir la nueva Guardia Nacional. Convocada por los ediles el
5 vendimiadario año IV (21 de septiembre de 1795), y esperados desde las 10 de
la mañana hasta las 5 de la tarde, no se presentó ni un solo capitán, ni un
solo guardia de las tres compañías existentes.
... hasta
los bosques de mala fama.
Los
sacerdotes no juramentados, alentados por el decreto de libertad de cultos,
reaparecieron más o menos abiertamente. Seis de ellos se reunían regularmente
en la granja de la familia Chausses, localizada en Roucouse. Entre ellos el
cura Rouchon quien en 1819, tratará de fundar una Congregación de Hermanos de
Valbenoîte.
Los
bosques fueron el refugio ordinario de los soldados desertores o prófugos que
formaban el “maqui”. Cuando los inspectores recorrían casa por casa preguntando
por los hijos en edad militar, siempre recibían la misma respuesta: -Está en el
frente. Los agentes anotaban en el informe: “Arrestar a los padres sería muy costoso
y no proporcionaría defensores a la República. Los hemos amonestado severamente”.
Finalmente,
como los habitantes de Marlhes se oponían a la ley del pasaporte, que obligaba
al documento de identidad, con nombre, apellidos, domicilio, lugar y fecha de nacimiento,
la municipalidad los inscribió como “vagabundos”.
Colocado
entre bastidores por la fuerza de los acontecimientos, (sin haber perdido la
cabeza bajo la guillotina) Champagniat esperaba el momento favorable para
saltar al escenario político y recuperar su poderío en Marlhes.
CAPITULO
VII: MARLHES BAJO EL DIRECTORIO. |
A partir
del 3 de noviembre de 1795, Francia dependía de un gobierno ejecutivo colegiado
de 5 Directores. Los jacobinos que, durante la reacción termidoriana, se habían
eclipsado, levantaron poco a poco la cabeza -los que tuvieron la buena suerte
de conservarla- y reaparecieron en la escena política.
En 1796,
el general Bonaparte consiguió en Italia prestigiosas victorias. Al año siguiente
creó la República Cisalpina e impuso "su paz" de Campo-Formio, no solamente
a los austríacos, sino también al Directorio.
Juan
Bautista Champagniat, repuesto de sus reveses, recibió la misión de Comisario
Inspector. El favor público le sonreía de nuevo.
1.-
PRESIDENTE DEL CANTON DE MARLHES.
La
Constitución del año III (22 de agosto de 1795) elevó por primera vez en Francia,
el cantón a división administrativa. Algo así como nuestra actual agrupación de
comunidades en ayuntamientos o municipios.
El 9
nivoso, año VI (29 de diciembre de 1797) un comunicado del Directorio nombraba
a Juan Bautista Champagniat, Presidente administrativo del cantón de Marlhes.
Aparentemente, el nuevo funcionario no mostró mucho entusiasmo por el
nombramiento, puesto que demoró en aceptarlo hasta el 23 pluvioso, año VI (11
de febrero de 1798).
Entre
Caribdis y Escila...
En una
declaración, firmada de su puño y letra, se declaraba incapaz:_ "Mis conocimientos
son muy confusos para poder cumplir las funciones que implica". Tenía
mucha razón, porque resultaba muy difícil con tantos cambios continuos y notables.
Prosigue señalando: "Sin embargo, deseoso de obedecer las órdenes gubernamentales,
acepto el cargo y juro odio a la monarquía y fidelidad a la Constitución del
año III".
Así como
había sido manipulado por su primo Ducros, lo será ahora por el antiguo alumno
oratoriano Trillard, revolucionario muy celoso y Comisario para la administración
municipal de Marlhes.
Trillard
resultó un verdadero tirano para Marlhes, y Juan Bautista Champagniat fue su títere.
...para
servir a una República tirana...
Desde el
11 ventoso, año VI (1 de marzo de 1798), a requerimientos de Trillard, "la
administración, considerando que siempre será poco el celo para ejecutar las
leyes relativas a los jóvenes reclutas y a los sacerdotes refractarios",
dispone que se proceda al registro domiciliario en todo el territorio de
Marlhes. El Comisario y la Guardia tienen esa obligación, decía Trillard.
Una semana
después, el mismo Trillard urgía la erección de los árboles de la libertad,
ordenada por la ley de 24 nivoso año VI. Concedía 5 días de plazo, transcurridos
los cuales, se tomarían medidas contra las administraciones negligentes.
Consiguientemente,
Juan Bautista Champagniat procedió a plantar, en la plaza pública de Marlhes y
de Jonzieux, sendos árboles de la libertad.
...que
quiere imponer su libertad.
El 15 de
marzo de 1798, fecha límite, presidió Champagniat la ceremonia, rodeado de la
multitud ciudadana. Se plantaron dos: primero un abeto sin raíces, que medía 78
pies (26 metros), coronado por el gorro tricolor de la libertad; en segundo
lugar, un sicomoro con sus raíces, que sería el definitivo. Todos gritaban gozosos:
¡Viva la República! A continuación se entonaron canciones patrióticas acompañadas
por los tambores que retumbaban por todo Marlhes.
2.-
FIESTAS CIVICAS.
En
adelante, las "liturgias cívicas" se multiplicaron a la sombra de
esos árboles.
A partir
del 20 de marzo (30 ventoso, año VI), cumpliendo la ley del 16 de febrero, Juan
Bautista Champagniat dispuso se celebrara la fiesta de la ancianidad. A las 11
de la mañana, un cortejo imponente, formado por numerosos ciudadanos, caminaba
hacia el "árbol de la Libertad". Los ancianos lo encabezaban,
precedidos por 4 jóvenes que los mismos ancianos habían elegido. Se entonaron
diversas canciones patrióticas, probablemente la Carmañola, y por la tarde hubo
bailes. "Todo, dice el acta, en completo orden!.
Los
sucedáneos de la Religión...
Las
fiestas se sucederían como si las gentes quisieran compensación por los sustos
anteriores.
El 26
mesidor año VI (14 de julio de 1798), Marlhes festejó la Toma de la Bastilla.
La Guardia Nacional organizó el desfile, y todo terminó con bailes y juegos
patrióticos junto al "árbol de la Libertad"
Pronto
llegó el aniversario del 9 termidor (27 de julio) y fue celebrado de modo
semejante al anterior. Al día siguiente, la fiesta de La Libertad reunió gran
afluencia popular, con mucha alegría. Por fin, el 23 termidor (10 de agosto de
1798), toda la ciudadanía recordó, con alborozo general, la caída de la
Monarquía. El día se coronó levantando el Altar de la Patria, junto al Arbol de
la Libertad.
El
calendario de festejos siguió el 18 fructidor (4 de septiembre), el 1
vendimiador (22 de septiembre), etc. Siempre con el mismo ceremonial: desfile,
discursos, lectura de decretos, canciones patrióticas y baile. Detallemos un
poco la fiesta del 2 pluvioso año VII (21 de enero de 1799).
... que
atiza el odio.
El desfile
de la Guardia Nacional y de las autoridades civiles, presididas por
Champagniat, se inició como a las 10 de la mañana. Enfilan hacia el "Arbol
de la Libertad" para celebrar la fiesta del "justo castigo"
impuesto al último rey de Francia. La pompa fue extraordinaria, las canciones
muy seleccionadas, las diversiones y danzas más abundantes, la frase victoriosa
¡Viva la República! se repetía a profusión. No faltó la lectura de una carta
firmada por Francisco Neufchataux Ministro del Interior, con fecha 30 frimario
y que fue coreada con imprecaciones contra los perjuros.
Acto
seguido, las autoridades y funcionarios pasaron al Templo de las Décadas,
delante de la iglesia, para renovar el juramento de odio a la realeza y a la
anarquía, y de fidelidad a la Constitución de la República del año III. Juan
Bautista Champagniat leía frase por frase, repitiendo a coro todos los demás.
El
Comisario Trillard tomó la palabra: "¡Ciudadanos! Hoy celebramos el
aniversario de la fundación de la República Francesa. Día solemne al que la
Providencia señaló con el nacimiento de la Libertad Universal. Francia la
disfruta, la primera. Gracias sean dadas al Ser Supremo que tiene en sus manos
los destinos del mundo. Celebremos esa querida libertad, esperando que aparezca
también para el resto de las naciones".
"¡Ciudadanos!
Un perjuro es un cobarde. Un verdadero republicano nunca jura en falso. Apelo a
los espíritus de Régulo, Bruto, Guillermo Tell, Signey, Voltaire y Rousseau. El
temor a los suplicios no logró hacerlos perjurar."
"Imitemos
el ejemplo de esos héroes, imitemos a los estoicos en su fidelidad a lo
jurado... Palideced, mortales temerarios, si osáis atacar nuestra Constitución.
Y vosotros, indiferentes, que no os esforzáis en vivirla y defenderla, corred a
los pies de vuestros pérfidos reyes, id a servirles como esclavos. Ya es hora
de que nuestra gran nación no se vea hollada por vosotros".
"En
cuanto a nosotros, la sangre de Bruto corre por nuestras venas; la libertad y
el fuego sagrado que se nos ha confiado con la Constitución del año III, es el
acta inmortal en donde aprendemos nuestros derechos y deberes!. ¡Viva la
República!
Todos, a
coro, repitieron: ¡Viva la República!
El Beato
Marcelino contaba, a la sazón, 9 años, y vio las funciones presidenciales de su
padre. Es muy posible que asistiera a la mayoría de esas fiestas, y puede ser
que se acordara cuando, joven vicario de La Valla, perseguía los bailes públicos
y clandestinos.
CAPITULO
VIII: FINAL DEL SUEÑO REVOLUCIONARIO. |
El año
1799 fue verdaderamente un desastre militar para los soldados de la Revolución.
El 25 de marzo, Jourdin fue vencido en Stokarch; el 5 de abril sufrió derrota
Scherer en Magnano; el 27 del mismo mes le tocó a Moreau en Cassona; durante el
mes de mayo Bonaparte evacuó Siria; del 17 al 18 de junio la buena suerte
abandonó a Macdonald en Trevio; el 15 de agosto le llegó el turno a Jouvert en
Novi, y los ingleses desembarcaron en Holanda; la invasión se cernía sobre Francia.
1.-
ULTIMAS ACTUACIONES PUBLICAS DE J. B. CHAMPAGNIAT.
Esas
derrotas no afectaron mucho, o muy poco, a los habitantes de Marlhes, pero no
fue lo mismo cuando se enteraron de la matanza de diplomáticos franceses el 28
de abril de 1799.
Juan
Bautista Champagniat presidió el 9 de junio, la fiesta funeraria del cantón.
Los administradores y autoridades se reunieron junto al templo de las décadas,
y desde las 10 de la mañana, la Guardia Nacional los escoltó hasta el árbol de
la libertad.
La
ceremonia se celebró, según lo expresó el presidente, “con ese carácter lúgubre
y de duelo que debe sentir todo buen republicano”. La pena se notaba en todos
los rostros, y con gritos alarmantes, juraban odio a la monarquía y pedían
“vengar a nuestros ministros asesinados”. Increpaban execración contra la horrible
Casa de Austria, y declaraban, al mismo tiempo, estar dispuestos a defender la
patria para no permitir que el suelo francés fuera pisoteado por los bárbaros
austríacos y sus aliados.
Violencia
verbal...
Acto
seguido, Juan Bautista Champagniat desplegó en la sala de sesiones, antigua
casa parroquial de Marlhes, convertida en casa del pueblo, una pancarta con
inscripción en gruesos caracteres que decía “El 9 de florial, año VII, a las 9
de la noche, el gobierno de Austria asesinó cobardemente a los
plenipotenciarios de la república francesa, Bonnier, Roberjot y Jeandebri,
encargados por el Directorio Ejecutivo de negociar la paz en Rastardt”.
El
entusiasmo patriótico y los buenos propósitos se esfumaron cuando la municipalidad
terminó el “requiem” revolucionario, fijando en el templo de las décadas los
nombres de los llamados a filas. Una vez más, el pueblo se negaba a tomar las
armas.
Apenas
pasados tres días después de la emotiva ceremonia fúnebre, Trillard levantó un
oficio declarando lo siguiente: “El Comisario Ejecutivo, indignado, porque,
después de varias invitaciones y requerimientos efectuados por esta administración
municipal, no ha tenido éxito ninguno con relación a la partida de reclutas y
demás ciudadanos obligados al servicio militar. Considerando que esos cobardes
no se han dignado presentarse para recibir la hoja de ruta: Considerando que
esos flojos son posiblemente inducidos al error por fanatismo, Dispongo y exijo
el cumplimiento del artículo primero de lo prescrito el 14 pradial”.
...
producen poco efecto.
Ya podían
Trillard y Champagniat multiplicar las fiestas patrióticas con el entusiasmo
propio de revolucionarios convencidos, jurar adhesión a la República y muerte a
los tiranos; el ardor bélico de los habitantes de Marlhes se apagaban siempre
con los “farolillos venecianos”
El 22 de
marzo de 1800, engalanado con su escarapela, ante la Guardia Nacional reunida
frente al árbol de la libertad, el presidente Champagniat invitaba solemnemente
a todos los desertores, reclutas y demás obligados a las armas, que se
apresuraran a engrosar los ejércitos de la República francesa y poder así “cosechar
los frutos de la paz”.
Al día
siguiente se repitió la misma ceremonia con la misma solemnidad y con el mismo
resultado negativo.
Furioso
Trillard ante esos repetidos fracasos, quiso imponer su autoridad. El 28 de
abril, año 1800, trató de negligentes al presidente y concejales. Considerando
que la pusilanimidad e hipocresía habían llegado al colmo, publicó otro oficio
en el que obligaba a todos los solteros a presentarse a tomar las armas.
Pero fue
ya tarde, porque desde el 18 brumario, año VIII (9 de noviembre de 1899),
Francia tenía un nuevo jefe en la persona del Primer Cónsul, Bonaparte. Este
promulgó nueva Constitución el 13 de diciembre, y el 15 de abril de 1800,
ampliando la ley del 28 de pluvioso (17 de febrero de 1800), estableció nuevas
prefecturas.
Por esta
reforma, el 15 de abril de 1800, la alcaldía de Marlhes cesó en sus funciones;
Juan Bautista Champagniat perdió su título de presidente, y Marlhes, el rango
de cabeza cantonal que pasó a Saint-Genest-Malifaux.
El nuevo
consejo municipal comenzó su mandato cinco meses más tarde, el 30 de septiembre
de 1800. Entre los concejales aparece todavía Juan Bautista Champagniat quien,
en esta ocasión firmó el registro por última vez en su vida. Su hijo Marcelino
contaba 11 abriles.
2.-
SITUACION ESCOLAR EN FRANCIA.
Al
presentar a los franceses su Constitución, el 24 frimario año VIII, Bonaparte exclamó:
“¡Ciudadanos! La Revolución queda fija según los postulados que la comenzaron.
¡Ha terminado!”
Pero, ¡qué
atolladero en el ramo de la enseñanza! “Se esperaba mucho, mucho se había
prometido; pero no se hizo nada, son palabras del escritor Guizot. Todo era una
ruina”.
Todo había
desaparecido...
El
ministro Chaptal solicitó de los nuevos prefectos y consejeros generales, un informe
sobre este asunto. Todos, ya fueran hostiles, indiferentes o admiradores del
nuevo orden, todos respondieron en el mismo tono. El señor Ministro resumió las
aportaciones en los siguientes términos: “Antes de la Revolución, las escuelas
primarias abundaban en todo el territorio nacional. Todas han desaparecido”.
Los
consultados se expresaban del modo siguiente: El de Cher: “La situación de las
escuelas aquí es, poco más o menos, la misma que en los otros departamentos, es
decir, que el primer grado de enseñanza es nulo”.
El de
Charente: “El campo no tiene medios para la instrucción, ni modo de restablecerla”.
En
l’Hérault: “Los instructores de primaria diseminados por el campo, son, por lo
general, ineptos o vagabundos”.
En los
Dos-Sevres: “Las escuelas primarias son nulas, incluso en los pocos lugares
donde existen. Durante 20 años no saldrá de ellas ni un solo hombre que sepa
leer ni escribir, y no podrá funcionar autoridad municipal”.
El de
Vaucluse se limitó a decir: “La instrucción primaria es nula”.
Y para
terminar, el de Pas-de-Calais: “La mayoría de los instructores en enseñanza primaria
son incapaces”.
...
Cediendo el paso a la depravación.
En el
último informe citado se añadía: “La juventud está expuesta a la ignorancia
absoluta y a una disipación alarmante”.
El
prefecto del Jura dice: “La niñez cae en la insubordinación e indisciplina, de
donde será difícil sacarla”.
El de Ain
afirmaba: “Los niños viven en una ociosidad peligrosa, sin noción de lo que es
justo e injusto, de donde se deriva una conducta arisca, bárbara, feroz”.
“Expuesta
desde la cuna a la tiranía de las pasiones, -anotaba el consejo administrativo
de Corbeil- la juventud se encuentra sin apoyo contra su fogosidad, de donde
resulta una inmoralidad escandalosa, y el orden social expuesto a continuos
atentados”.
Los
documentos tienen su valor. Durante la Revolución la enseñanza había decaído;
el cierre de escuelas fue mucho más numeroso que la apertura de nuevas, y la
evasión de los maestros, más frecuente que la de nuevas vocaciones para la
enseñanza. Francia estaba envenenada y enferma. Su plaga era la juventud.
CAPITULO
IX: EL ESCOLAR REBELDE. |
El 15 de
diciembre de 1799, el general Bonaparte, primer Cónsul, promulgó, en París, la
Constitución del año VIII, poniendo fin al paréntesis de la anarquía revolucionaria.
Pocos meses después, el 2 de abril del año 1800, se escuchaba en Viena una
sinfonía insólita en do mayor. El acorde inaugural ofrecía un doble descaro:
era discordante y extraño al tono principal. Lwidig Beethoven presentaba su
primera sinfonía. Un mundo nuevo comenzaba a lucir: el siglo XIX, el siglo de
las escuelas.
MARCELINO
CHAMPAGNAT APRENDE A LEER.
La familia
Champagniat decidió confiar a Marcelino al maestro del pueblo. Por razones
económicas pensaron tomar antes otra medida.
La tía
Luisa, a la sazón de 48 años, religiosa de San José, y que la Revolución había
echado de su convento, vivía, desde 1792, en casa de su hermano, el jacobino
Juan Bautista Champagniat. Parecía natural que tratara de formar a su sobrino
en la lectura.
La
jocosidad del alfabeto.
Desgraciadamente,
los esfuerzos no dieron resultado. Pudo ser por haber comenzado tardíamente la
alfabetización; el muchacho razonaba ya mucho.
Que una
“o” se pronunciara o, que una “i” se lea i, de acuerdo, no hay nada que alegar.
Pero ¿por qué alquimia verbal, la reunión de la “o” y de la “i”, deletreadas
o+i, se ha de leer “ua”? ¿qué se ha hecho de la “o”? ¿en dónde está la “i”? ¿de
dónde vienen la u y la a? Misterio.
En vano
tía Luisa explicaba: Existen 5 vocales simples: a, e, i, o, u; pero al acercarse
unas a otras, provocan fenómenos raros, v.gr., las tres vocales “e, a, u” juntas,
no debe pronunciarse ninguna de ellas, sino una cuarta resultante, por arte de
magia: o.
El estudio
de las consonantes multiplicaba las dificultades. Así, la palabra “craie” se
deletrea trea cé + er + a + i + e”, pero, al pronunciarse, la “c” se hace k, la
“er” pierde la e, que toma el lugar de la a; la “i” y la “e” desaparecen
enteramente, resultando “kré” ??? Más que nada desaparecen las consonantes:
“ils aiment” se leerá il zem; “ils mentent” será il man.
Marcelino
no comprendía absolutamente nada de tales metamorfosis y escamoteos. Y la pobre
tía Luisa, que lo encontraba tan natural y sencillo, no comprendía por qué su sobrino
se hacía bolas y se quedaba sin entender.
En la
escuela del pueblo.
Era una
vergüenza que el hijo del jefe cantonal no supiera leer. Así, pues, Marcelino
se puso en manos del maestro de Marlhes, Bartolomé Moine.
Contemplemos
al chiquillo, un día cualquiera, caminando desde el Rosey hasta la población.
Asistirá a clase por primera vez. Tal vez lo acompañó su mamá o la tía.
Ya en
clase, el maestro le señala un puesto: “Póngase allí”. Marcelino, de por sí
tímido, tiembla de pies a cabeza. Había bancos para los que sabían leer, y unas
mesar rudimentarias para los que ya escribían. El maestro solía colocarse cerca
de una de las ventanas. Poco a poco iban pasando los alumnos ante el maestro,
ya fuera para leer, ya para presentarle alguna página de escritura.
Cuando
casi todos han pasado, libre el maestro, piensa en su nuevo discípulo y lo
llama: “Marcelino”. Este, un poco aturdido, no se mueve; piensa: “¿Habrá otro
Marcelino”? Y sucedió que, en el entretanto, otro niño corrió al lado del
maestro... ¡Paff! una magistral bofetada sonó, y no en el aire, sino en la
mejilla del intruso.
Llevado de
un movimiento de vivacidad, o, tal vez, creyendo ganar la confianza del nuevo
alumno, defendiendo su derecho, el maestro abofeteó al imprudente y lo plantó
llorando al fondo de la sala.
Este acto
de brutalidad asustó más al recién llegado, el miedo se le centuplicó y su
espíritu se rebeló interiormente. Se dijo para sus adentros: “No volveré a la escuela.
El maltrato que ha caído sobre ese compañero, me revela todo lo que yo puedo
esperar. En la primera ocasión seré yo la víctima; no quiero ni sus lecciones
ni sus castigos”.
Regresando
a casa, Marcelino comunicó a sus padres la firme resolución de no poner más el
pie en la escuela. El Padre, la madre, la tía, extrañados, y con muy buenas
razones, lo invitaron a volver atrás sobre su decisión. Su primer día de escuela
en Marlhes fue el último.
En la
escuela de la vida.
A
continuación de este fracaso escolar, nuestro jovencito se puso en la escuela
de su padre. Lo seguía por todas partes: al campo, a los prados, en el molino,
en el horno...
Su padre
era muy hábil, conocía muchos trucos y realizaba cualquier tarea. El contacto
con la realidad agrícola le devolvía el equilibrio, un tanto disminuido en la
contienda política. Enseñó a su hijo menor carpintería, albañilería, a poner la
teja, y naturalmente, todo lo necesario para la buena marcha de una granja tradicional.
Un
temperamento dinámico y fuerte, junto con el amor al trabajo, llevaron a Marcelino
a dedicarse a esas ocupaciones rurales con verdadero entusiasmo.
Y, a decir
verdad, acertaba maravillosamente: la lógica de la naturaleza es muy distinta
de las fantasías del alfabeto.
Además del
gusto por la vida activa y las labores concretas, Marcelino poseía un buen
carácter. Era afable en comparación con los rudos habitantes del Pilat de
aquella época. Y las mamás, siempre ansiosas de hijos juiciosos más que de
hijos sabios, lo proponían como modelo a los suyos. “Si fueras tan sensato como
el pequeño Champagnat” era la cantinela conocida de los traviesos niños de
Marlhes.
Evidentemente,
la piedad y la virtud, en las que el papá no se distinguía, las adquirió
Marcelino en la escuela de la mamá y de la tía.
CAPITULO
X: LA PRIMERA COMUNION. |
El 29 de
agosto de 1799, después de cuarenta días de estrecha reclusión en el castillo
de la ciudadela, murió en Valence (Drome), el Papa Pío VI. La administración
central de la Iglesia quedó casi anulada. Los Cardenales, unos dispersos en el
exilio; otros, después de encarcelados, fueron deportados a distintos países;
dos más, renunciando al estado eclesiástico, se secularizaron.
La
incredulidad triunfante proclamaba orgullosamente que el papado había desaparecido
para siempre.
1.- LA
IGLESIA EN FRANCIA AL TERMINAR LA REVOLUCION.
Cerca de
30000 sacerdotes franceses se acogieron a distintos países europeos, escapando
de la dictadura jacobina que mandaba en París. Unos 6000 se refugiaron en
Italia, otros tantos en España; como 2000 en los estados alemanes, sobre todo
en Baden y Westfalia. Inglaterra, protestante, acogió a 31 obispos y más de
10000 eclesiásticos. Todos ellos dieron buen ejemplo en piedad, espíritu de sacrificio
y buenas costumbres. Supieron mantener la disciplina y aceptar la penosa situación
como saludable penitencia.
Marlhes
entre dos Iglesias rivales.
Dos
Iglesias se repartían los pocos fieles de Francia. La iglesia oficial era la
constitucional, aunque la Convención había decretado la separación entre la
Iglesia y el Estado. Por eso no recibía pensión, ni alojamiento, ni honores.
Por consejo de su jefe, Gregorio, sus obispos publicaron una encíclica,
repudiando a los sacerdotes casados y dando normas para que fueran admitidos
los “traidores”, o sea, los secularizados.
Según esta
iglesia, Marlhes pertenecía a la diócesis de Ródano-Loira; pero, desde que, el
29 de septiembre de 1793, arrestaron a Lamourette, la diócesis quedó vacante
hasta la llegada a Lyon de Claudio Primat, el 2 de marzo de 1800.
En el
cuadro de la antigua organización, la única reconocida por el Papa, seguía
Marlhes bajo la jurisdicción del Puy. Su titular, Monseñor de Galard, vivía
desterrado en Suiza, o en Austria, o en Baviera.
Esta
Iglesia “refractaria” organizaba misiones clandestinas. Un superior, nombrado
por el obispo desde el destierro, tenía poderes espirituales y actuaba como Vicario.
Delegaba sus poderes en otros sacerdotes no juramentados, ni adscritos a una
parroquia, sino que recorrían el país como misioneros, bautizando, catequizando
y cumpliendo los otros ministerios eclesiásticos más o menos clandestinamente.
Tenían potestad para absolver los casos reservados al Obispo o al Papa, excepto
el delito de cisma o apostasía.
Principio
de Renovación.
Desde su
estancia en Florencia, Pío VI firmó la bula de 1798, declarando que, excepcionalmente,
el derecho de elegir su sucesor pertenecía al grupo de Cardenales que fuera más
numeroso en país católico, y suplicaba en ella a los demás Cardenales se
sumaran al grupo.
Exigía
tres condiciones: seguridad del lugar, libertad para la elección y los dos tercios
de votos válidos para ser elegido Papa. Dos soberanos ofrecieron sus servicios
al angustiado Pontífice: Carlos IV de España y Francisco II de Austria. Podían
haberlo hecho también Fernando de Nápoles, pero le interesaba más apoderarse de
Roma que restaurar el papado.
El 30 de
noviembre de 1799, se reunieron en cónclave, en el convento benedictino de la
Isla de San Jorge (Venecia) 35 cardenales de los 46 que vivían aquel año.
Francia sólo envió al cardenal Mauri, embajador de Luis XVIII.
El 14 de
marzo de 1800 Chiaramonti resultó electo por unanimidad, salvo un solo voto, y
tomó el nombre de Pío VII.
Tres meses
después, tras la victoria de Marengo (14 de junio de 1800) Bonaparte mandó
cantar el Te Deum en Milán, y felicitó al clero local. El día 25, encargó al
arzobispo de la ciudad que comunicara al Papa su deseo de Concordato.
Cuando el
Primer Cónsul regresó a Francia, se apresuró a devolver la libertad a la
Iglesia y, prácticamente, restablecía el domingo al suprimir las décadas revolucionarias.
Una alborada nueva se vislumbraba para la Iglesia.
2.- LA
TRADICION RESTABLECIDA.
En
Marlhes, el señor cura Allirot, que oficialmente había desaparecido el 14 de
septiembre de 1793, se multiplicaba ahora a la cabeza de su parroquia, ayudado
por su vicario Laurent. ¡Había mucha tela que cortar! Se preocupó, en primer lugar,
de catequizar a la juventud: trabajo ingrato pero fundamental.
Un
Catecismo tormentoso.
Muchos
niños no sabían ni leer, entre ellos Marcelino Champagnat. Por otra parte, el
vicario Laurent se veía tan sobrado de celo como falto de pedagogía. La chiquillada
se disipaba y, como el resultado era escaso, el clérigo comenzaba a desesperarse.
Cierto día
apostrofó airadamente a un revoltoso, le propinó un coscorrón y le dio un
sobrenombre ridículo. Su actuación fue coreada por todo el grupo, que, a la salida,
rodeó al infeliz y lo molestaba repitiendo el apodo. El pobre muchacho bajó los
ojos, se irritó, prorrumpió en amenazas que enardecieron más a los compañeros.
Para salir de aquel atolladero, no le quedó otro remedio que huir, retirarse,
no volver al catecismo o asistir a escondidas. Como resultado se convirtió en
un niño sombrío, duro, difícil, casi salvaje.
Marcelino
recibió un impacto muy desagradable: “Ved ahí, decía más tarde, frustrada la
educación de un niño y expuesto, por su mal carácter, a ser la desdicha de su
familia y una pesadilla para todo el mundo. Todo, como consecuencia de una
palabra no pensada en un momento de impaciencia”.
La
Profesión de fe.
¿Cuándo y
cómo fue la primera Comunión de Marcelino? No hay documento que nos lo señale.
Podemos
suponer que la profesión de fe del nuevo comulgante, sería igual o muy
parecido, a la que empleaban en la diócesis vecina de Vienne, limítrofe con Marlhes.
Un recuerdo de primera comunión, usado comúnmente en la región, nos ha
conservado las promesas que los niños tenían que pronunciar al pie del altar: “Para
no alejarme nunca de la fe que profesaron mis padres y vivir en su religión hasta
la muerte, estaré siempre sumiso y unido al Sumo Pontífice, Vicario de Jesucristo
y Jefe de nuestra santa religión; a Monseñor (De Galard, obispo del Puy) y a
sus legítimos sucesores. No trataré con ningún sacerdote que no haya recibido
de ellos su misión y sus poderes. Huiré, en materia de religión, de aquellos
que, por el juramento a la Constitución Civil del Clero, sin haberse
retractado, ejerzan sus funciones, a pesar de la prohibición del Papa,
apartados de su obediencia. Nunca asistiré a su misa, nunca recibiré de ellos
los sacramentos. En una palabra, jamás trataré con ellos de cosas
espirituales”.
.
CAPITULO
XI: LA LLAMADA DE DIOS. |
Una
multitud innumerable se apiñaba el 18 de abril de 1802, en las naves de Nuestra
Señora de París. ¡Pascua!...
Bajo el
dosel de honor y en traje de gran gala, con palma de oro, el primer Cónsul,
Bonaparte, se santiguaba al mismo tiempo que el orador sagrado. Era éste el
mismo que pronunció el discurso para la coronación del infortunado Luis XVI,
veintisiete años antes.
La
ceremonia suponía la reconciliación de la Iglesia y el Estado, fijada en la Convención,
fechada el 26 mesidor, año IX, y más tarde denominada “Concordato de Napoleón”.
La situación religiosa y política se veía transformada en Francia y en toda
Europa.
VOCACION
DE MARCELINO.
El 2 de
enero de 1803, Monseñor José Fesch, tío del mandamás, tomaba posesión de la
gran diócesis que abarcaba tres departamentos: el Ródano, Loira y Aine. Dos
semanas después, Pío VII lo nombraba Cardenal.
Los
seminarios menores.
El
principal objeto de la inquietud era entonces el reclutamiento de sacerdotes.
El
martirio, el cisma, la apostasía y la edad avanzada, habían ocasionado muchas
bajas en las filas eclesiásticas, y, durante los 15 primeros años del siglo
XIX, el total de nuevos sacerdotes igualaba escasamente a los que se ordenaban
en un solo año antes de la Revolución.
En 1803,
el total de sacerdotes franceses menores de 40 años, llegaba escasamente a 933.
¡Era una lástima! Uno de los mayores deseos del nuevo Cardenal fue incrementar
los seminarios menores que los misioneros clandestinos habían iniciado
secretamente durante la Revolución.
El mismo
año 1803 estudiaban 150 alumnos en Saint-Jodard, a orillas del Loira; otro
centenar, en una granja y diversas casas particulares de La Roche, en la región
del Forez. Los jóvenes estudiantes de Meximieux ocupaban el castillo de Blonay,
en la región de los Dombes.
Estos
establecimientos tenían como objetivo preservar a los futuros sacerdotes del
contagio de la impiedad que dominaba en la opinión pública, y mantener en sus
corazones el fuego sagrado de la fe.
Monseñor
Fesch comenzó enviando socorros pecuniarios y aumentando el personal directivo.
Otros seminarios menores se añadieron a los que existían durante el período heroico:
Verrières, en 1804 y Alix en 1807.
Ahora se
necesitaba aumentar los efectivos. Para ello, tanto los profesores del
seminario mayor como los de los menores, fueron invitados a reclutar durante
las vacaciones.
Tienes que
ser sacerdote.
A mediados
del verano de 1803, dos sacerdotes visitaron al señor cura de Marlhes. ¿Quiénes
eran? Tal vez el sulpiciano J. J. Cartal y Antonio Linossier. Este era natural
de Saint-Genest-Malifaux, licenciado en ambos derechos, antiguo cura juramentado
en Joncieux y muy conocido en Marlhes.
Luego de
los saludos usuales y de las habladurías corrientes en la diócesis, los dos
mensajeros inquirieron si habría algún candidato para el seminario menor.
Por de
pronto, respondió pensativo el párroco Allirot, no tengo conocimiento de caso
alguno... Poco después añadió: -Tal vez podrían ensayar en la familia
Champagnat, tiene muchachos que me parecen bastante formales, aunque nunca me
han comunicado que quieran estudiar. ¡Tendré el gusto de acompañarlos allá! -El
jefe de la familia recibió a los tres sacerdotes respetuosa y afablemente.
Cuando le declararon el motivo de la visita, respondió sorprendido: -Mis hijos
nunca me han manifestado deseos de estudiar latín.
Y como
Juan Bartolomé, de 26 años se encontraba presente, a él se dirigió diciendo:
-¿Oyes lo que dicen estos señores? ¿Qué tee parece? Tímidamente y un tanto
encendido el rostro, respondió: -Eso no es para mí.
En ese
momento regresaban del molino Juan Pedro, de 16 años, y Marcelino de 14. El
padre les propuso: -Miren, estos señores vienen para llevarlos a estudiar latín.
¿Quieren ir? Un “no” rotundo se oyó de Juan Pedro. Marcelino balbuceó algunas
palabras ininteligibles.
Los
solicitantes se le acercaron para examinarlo mejor, y, ganados por la ingenuidad,
modestia y franqueza del joven, le dijeron al despedirse: ¡Animo, muchacho!
Tienes que estudiar latín para llegar a ser sacerdote. ¡Dios lo quiere!.
La
vocación de Marcelino se declaró y fijó en ese providencial momento, y nunca se
volvió atrás.
Cambio de
orientación.
Hasta este
memorable encuentro, el adolescente Marcelino nunca había pensado en vocación
sacerdotal, y, sin esta providencial visita, es posible que jamás se le hubiera
ocurrido.
Disposición
para los negocios.
Sus sueños
habían sido instalarse cómodamente en este miserable mundo y triunfar en los
negocios con una familia muy unida.
Si recibía
dinero, lo guardaba cuidadosamente, sin permitir que nadie lo tocara, ni para
comprar su ropa. Le parecía que, trabajando en la granja familiar, era la familia
la que debía atenderlo.
Sus
padres, satisfechos por ese espíritu de orden y economía, le regalaron un par
de corderos, para que, después de engordarlos, los vendiera si quería. Así lo
hizo Marcelino, después de haberlos atendido cuidadosamente, vendiéndolos y comprando
otros con el beneficio obtenido.
Este
comercio, aunque pequeño, junto con sus ahorros, llegaron a la suma de 600
francos oro. Mucho para un chiquillo. Lo logrado le infundía esperanza de hacer
fortuna el día de mañana. Es más: tenía planeado asociarse con su hermano Juan
Pedro, y lanzarse a negocios más lucrativos, permaneciendo unidos durante toda
la vida.
En una
hora providencial, todos esos “castillos en el aire” se derrumbaron.
De todos
modos, la mamá, que conocía bien a su hijo menor, lo tranquilizó con relación a
lo que podían costar sus estudios: -Haremos todo lo que podamos, le dijo. Algo
tengo ahorrado y te lo entregaré para ese fin.
MUERTE DEL
PADRE.
Resuelto
lo económico, según lo anterior, quedaba otra incógnita más grave sin resolver:
¡Los estudios!.
Marcelino,
todavía analfabeto, ¿cómo podría abordar el aprendizaje del latín? Precisaba,
como mínimo, saber leer y escribir en francés.
Durante
todo el año procuró el padre que su hijo volviera a su vida anterior. Le recordaba
con frecuencia, las dificultades que encontró en la escuela, el poco gusto por
los trabajos intelectuales. Todo en vano: el muchacho no sentía ya atractivo
por los trabajos del campo ni por su floreciente negocio. Su suerte estaba
echada: no pensaba más que en el sacerdocio.
La vida en
la familia Champagnat transcurría normalmente. En febrero de 1804, Ana María,
su hermana, contraía matrimonio con Juan Lachal, de Marlhes.
Después
llegó lo imprevisto.
Acababan
de celebrar la fiesta del Sagrado Corazón cuando, en la mañana del 13 de junio
de 1804 (20 pradial, año XII), encontraron a Juan Bautista Champagniat difunto
en la cama.
Una
apoplejía, sin duda, sobrevino inesperadamente al viejo jacobino, a la edad de
49 años.
Después de
sus funerales, que cuestionan brutalmente la finalidad de la vida humana, Juan
Bartolomé se responsabilizó de la hacienda familiar.
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CAPITULO
XII: ORIENTACION ESCOLAR DISCUTIDA. |
Pocas
semanas antes de su muerte supo Juan Bautista Champagniat que un "senatus-consulto”
proclamaba a Bonaparte Emperador de los franceses, con el nombre de Napoleón I.
Ignoramos
la reacción del antiguo jacobino al recibir la noticia. Nos consta, en cambio,
la del gran Beethoven, el cual, con gran cólera exclamó: "¿Pasa, acaso, de
ser un hombre ordinario? Ahora pisoteará todos los derechos humanos y tendremos
que someternos a todas sus ambiciones". Y furioso, se precipitó sobre su
mesa de trabajo, para romper, airado, la cubierta de su tercera sinfonía que, momentos
antes, había terminado de componer. Por eso, la "Sinfonía Grande Intitulada
Bonaparte", se llamó "Sinfonía Heroica".
EN
SAINT-SAUVEUR-EN-RUE (1804-1805) La súbita desaparición del padre, dio, en
cierto modo, luz verde a Marcelino para seguir su vocación.
El bastón
de san Francisco Regis.
Para ello
se imponía comenzar los estudios por la base: lectura y escritura del francés.
Nuestro joven aspirante tenía cumplidos los 15 años.
Providencialmente,
el 5 de febrero de 1799, la hermana mayor de Marcelino, Mariana, se había
casado en Marlhes con Benito Arnaud, antiguo seminarista, quien ostentaba el
pomposo título de "Director de Colegio", y, en aquellos años, daba
clases en Saint-Sauveur. (Loira) Decidieron enviarlo a casa de su cuñado, para
que aprendiera escritura, lectura y rudimentos de latín. En cierto modo, seguía
en la familia, ya que, en casa de su hermana, encontró una sobrina, María
Eugenia, que, de mayor, será la madre de dos Hermanos Maristas. También estaba
un sobrinillo, Juan Bautista Arnaud, que sólo contaba un año.
Además,
vivía también en el pueblo, su tía Magdalena, gemela con el padre de Marcelino
y casada con Carlos Chirat quien, además de ser primo, era, al mismo tiempo,
cuñado de la madre de Marcelino. Carlos Chirat ya había muerto, dejando a su
mujer con tres hijos.
Todavía
tenía otra tía materna, Margarita Chirat, esposa de José Pauze, en el cercano
caserío de Coignet. Esta tía de Marcelino guardaba una célebre reliquia de San
Juan Francisco Regis.
Sucedió
que, en 1638, ocho años antes de morir el santo, en la Louvesc (Ardeche), se
hospedó en casa de los Pauze y, al irse, olvidó su bastón. Al darse cuenta en
la casa, los Pauze corrieron en su búsqueda para devolvérselo. "No, dijo
el santo, guárdenlo; es todo lo que puedo darles por los amables y buenos
cuidados que me han dispensado".
Pronto la
reliquia fue venerada por todos los devotos del gran santo del Vivarais.
En la
escuela de B. Arnaud.
La escuela
que frecuentará ahora Marcelino eran restos de un priorato benedictino del
siglo XI. En 1061, un señor llamado Artaud d'Argental, donó a Dios, en manos de
san Roberto, primer abad de la "Chaise Dieu" (Casa de Dios), la
Iglesia de Saint-Sauveur, con todas sus dependencias, a condición de establecer
allí un priorato con un mínimo de cuatro religiosos.
En 1607,
el priorato pasó a los Jesuitas de Tournon (Ardeche), condicionado a que pagaran
a dos maestros que enseñaran religión y latín.
Cuando la
expulsión de los Jesuitas, en 1764, les sucedieron los Oratorianos. La
Revolución lo arruinó todo, excepto la casa del maestro. En 1810 todo pasó a la
Universidad de Francia, Academia de Lyon.
Durante
todo el curso 1804-1805, su cuñado no escatimó ni tiempo, ni cuidados, ni
paciencia a favor de Marcelino. Desgraciadamente, los progresos fueron escasos,
por lo que Arnaud, creyendo obrar bien, procuró desalentar al muchacho, asegurándole
que no eran para él estudios tan largos. "Tarde o temprano los abandonarás,
con el pesar de haber gastado mucho tiempo y mucho dinero, y, tal vez, la salud".
Marcelino
reflexionaba, rezaba, comulgaba todos los meses, invocaba a san Francisco
Regis, ayudaba al maestro en el canto litúrgico de la iglesia, tal vez fungía
de monitor en la escuela. Pero los consejos de su cuñado no lograron que el
estudiante cambiara de opinión.
Cuando el
señor Arnaud lo devolvió a la mamá, expresó claramente que no le parecía
práctico enviarlo al seminario: "Tu hijo se empeña en estudiar; creo que
no debes consentirlo; tiene poco talento para poder acertar".
SI TIENES
FE COMO UN GRANO DE MOSTAZA.
Cuantos
más obstáculos se amontonaban en su camino, tanto más se afianzaba Marcelino en
su vocación al sacerdocio.
Peregrinación
a La Louvesc.
La
devoción a la Santísima Virgen aumentó en él sensiblemente; rezaba todos los
días el rosario y pedía constantemente luces e inteligencia para acertar mejor
en sus estudios.
Los que lo
trataban lo encontraban cada día más y más recogido, modesto y desprendido de
lo terreno. Ahora sí, más que nunca, las madres lo proponían como modelo a sus
hijos.
En vistas
a la determinación de su hijo, doña María Chirat propuso una peregrinación a La
Louvesc. Lo que el bastón de san Francisco Regis no había obtenido en
Saint-Sauveur, podría ser que lo efectuara su sepulcro. Convencida de que el
santo no los abandonaría en esa pena, se fue allá con Marcelino.
Pasaron
por Riotord y St-Bonnet-le-Froid. Para recorrer los cincuenta
kilómetros que separan a Marlhes de La Louvesc necesitarían tres días de viaje,
por lo menos.
Regresados
a casa, Marcelino dijo a sus familiares: "Preparen mi ajuar. Quiero ir al
seminario y acertaré, porque es Dios quien me llama".
Como
pusieran alguna dificultad para completar su equipo, les dijo Marcelino:
"Que ese gasto no los detenga. Dispongo del dinero necesario para
ello". Efectivamente, su ropa se pagó con los 600 francos de sus ahorros y
comercio anterior.
Pío VII en
Francia.
Por el
tiempo en que Marcelino se ocupaba en sus estudios en St.-Sauveur, el Papa Pío
VII emprendió un recorrido por Francia que duró 5 meses: noviembre de 1804
hasta abril de 1805.
Caso insólito:
El Soberano Pontífice fue a París para consagrar personalmente a Napoleón I el
2 de diciembre de 1804.
Se
procedió, primero, a casar por la Iglesia, en secreto, al futuro Emperador. Después
se discutió minuciosamente el ceremonial. Por ejemplo, se convino que el
Emperador se coronaría a sí mismo y luego coronaría a la Emperatriz.
Frío
glacial, etiqueta rigurosísima. Pero es de notar que nunca más verían los curiosos
y numerosos asistentes ceremonia tan excepcional. Y no fue tanto por Napoleón,
sino por la presencia de un endeble anciano, Vicario de Jesucristo.
Pío VII se
mostró muy sensible a la devoción del clero hacia su persona, al brío de los
humildes y a las mil pruebas de veneración por parte de un pueblo tan trabajado
por la descristianización.
Estando ya
de regreso, pasó tres días en Lyon. El 19 de abril de 1805 subió a Fourviere
para reconciliar el Santuario de Nuestra Señora. La comitiva del Pontífice palpó
que "la devoción de los lioneses era imponderable.
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CAPITULO
XIII: FUNDACION DE VERRIERES. |
Un año
después del tratado de Amiens -marzo de 1802- el Emperador violó el de Bale y
ocupó militarmente Hanovre, propiedad personal del rey de Inglaterra. Luego, en
Bolonia, se dispuso a invadir la "pérfida Albión".
"Si
logramos dominar la Mancha durante seis horas, decía, somos los dueños del
mundo". Pero esas seis horas nunca llegaron, porque Pitt manejaba ya los
hilos de la tercera coalición contra el "Corso": Inglaterra, Rusia,
Suecia, Austria y Nápoles. El gran ejército se vio obligado a dejar el paso de
Calais y retirarse hacia Europa Central.
Si bien
los austríacos se vieron forzados a capitular en Ulm, el 17 de octubre de 1805,
cuatro días después, la flota franco-española fue destruida por Nelson en
Trafalgar. En adelante el imperio de Napoleón I irá declinando paulatinamente.
Una semana
después de Trafalgar, ingresaba Marcelino en el seminario menor de Verrières.
SUS
ORIGENES.
La
arquidiócesis de Lyon, bajo la dirección del cardenal José Fesch, disponía de 6
seminarios menores. En el territorio de Ain, el de Meximieux, fundado el año
1788 en el pueblecito de Beny. En el Ródano, funcionaban dos: San
Martin-en-Haut desde 1800 y Largentière abierto en 1804. En el Loira se
acumulaban tres: St.-Jodard, inaugurado en 1796; La Roche, en 1799, y el último
de todos, Verrières, desde 1804. Fue el último en funcionar, pero no el más
cómodo.
Pedro
Périer.
La
existencia de este último se debió al celo de Pedro Périer, nacido el año 1765,
en St.-Marcellin-en-Forez. Hombre espigado, seco, austero en apariencia, pero
de fondo bueno y generoso, según testimonio de los que lo trataron.
Al
principio de la Revolución juró la Constitución Civil del Clero; pero se
retractó pronto y se convirtió en "misionero". Detenido y apresado en
Montbrisón, la ingeniosa intervención de la señorita Antonieta Montet, lo libró
de la cárcel y de la muerte.
Nombrado
Vicario de Firminy (Loira), por el Concordato, reunió, desde 1803, un grupito
de estudiantes a los que, poco a poco, preparaba para el sacerdocio.
Poco tiempo
después lo destinaron a Verrières y allá se trasladó con sus discípulos, en el
transcurso de 1804. Los muchachos ocuparon la antigua casa rectoral, devuelta a
la diócesis por la familia Arthaud. Consistía en un caserón amplio, viejo,
medio derruido, completado con un cobertizo abierto al viento y a la lluvia.
Ocuparon,
también, un local perteneciente a los señores Chevalard; éste, alquilado. No
estaba en mejores condiciones que los edificios antes citados. En 1804, las
ventanas, unas sin cristales, otras mal ajustadas, no impedían que las salas se
inundaran cuando había tormenta.
Cuando,
acompañado de su madre, llegó Marcelino a Verrières, en octubre de 1805, encontró
allí un centenar de estudiantes.
Vida muy
dura.
Duplay,
uno de los ocupantes, lo describe así: "Como dormitorio teníamos un desván
al que se subía por una escalera de mano; las ventanas en tan mal estado que,
en invierno, nos helábamos de frío, y durante el verano el ambiente se tornaba
sofocante." No siendo suficientes los locales para encontrar un rinconcito
para cada uno, algunos alumnos se distribuían en familias vecinas.
No había
refectorio común; cada uno se movilizaba hasta la cocina para recibir su módica
ración: un poco de caldo, un trocito de tocino y papas. El pan, negro y escaso.
Verdaderamente, la pensión no daba para más. Por los 10 meses del curso se
pagaban 120 francos; ¡12 francos por mes! A guisa de recreo o paseo, nuestros
seminaristas incursionaban por los bosques para recoger leña seca, que se
empleaba en la cocina. A veces pedían entre los campesinos, paja para tapar los
boquetes que la lluvia y el viento ocasionaban en la techumbre carcomida por el
tiempo.
Los
estudiantes más fuertes, los martes y jueves por la tarde, se ocupaban ayudando
a los campesinos a encerrar pasturas o granos, según la época.
O sea,
que, nuestros jóvenes estudiantes, se adelantaron de mucho a la Revolución
Cultural de China, uniendo el trabajo manual con el intelectual.
Se vestían
a la usanza del país: ropa gruesa y caliente.
LOS
ESTUDIOS.
Cuando
ingresó Marcelino en Verrières, el claustro profesoral se reducía a Pedro
Périer, cura párroco y director del establecimiento. Le ayudaba M. Raynaud, profesor
laico, llegado el año anterior y procedente de Millery (Ródano). Ese mismo mes
de noviembre del año 1805, se le juntó Juan Bautista Nobis, clérigo tonsurado,
de 26 años, nacido en Charlieu (Loira) y que tenía cursados tres años de Teología.
Angustias
del comienzo.
Nuestro
joven Champagnat contaba ya 16 años y medio; su buena estatura lo acreditaba.
Hablaba la lengua materna: el franco-provenzal, que era una variante del
occitano.
El
director del seminario lo juzgó muy atrasado en lengua escolar, o sea, el francés,
disciplina indispensable para escritura y lectura. Lo colocó en una clase de
principiantes, atendida por M. Raynaud. Repitió, pues, el año de
St.-Sauveur-en-Rue.
Físicamente
sobresalía entre sus compañeros. Intelectualmente era el más atrasado entre un
montón de pequeñitos mucho más latosos que él.
Su aire
preocupado y sus formas rudas de campesino "del Danubio" le ocasionaron
pronto bromas muy pesadas por parte de sus condiscípulos. A la hora de las
comidas no se atrevía a presentar su plato para que le sirvieran, ni osaba
pedir lo que necesitaba. ¡La vida no le sonreía! El piadoso adolescente se
esmeró en el estudio y, lleno de buena voluntad, solicitó del director que le
autorizara para comenzar el latín en la gramática de Bistac. En el segundo
trimestre ingresó ya al octavo grado, y, como había estudiado el latín con su
cuñado Arnaud, pronto se puso en los primeros puestos, salvando así sus 17
años.
Paralelamente
a su éxito escolar, la franqueza de carácter, su aplicación al estudio y su
buena conducta, le ganaron la simpatía y el aprecio de sus compañeros,
terminando su primer año de seminario con balance positivo.
En séptimo
y en sexto.
Llegado
noviembre de 1806, Marcelino sube a séptimo. Los seminaristas eran 150. Las
condiciones materiales sin cambiar, fuera de los pocos arreglos que se
procuraban los mismos estudiantes.
Un nuevo
maestro laico, que había estudiado en el Puy, viene a reforzar el reducido
claustro profesoral. Fuera de Gramática, sabe muy poca cosa más. No obstante,
cuenta en su favor el haber adoptado la célebre gramática de Lhomond. Se
llamaba Benito Chomaraz; con él, mejoró mucho la disciplina en las clases, cosa
que, hasta entonces, había dejado mucho que desear.
De los
años 1807 y 1808 tenemos muchos datos sobre Verrières. Además del director, que
sigue encargado de la parroquia, el cuadro de profesores cuenta con siete
titulares y cinco empleados.
Antonio
Chapuy, originario de Usson (Loira), de tan solo 21 años, tomó a los principiantes;
no sabía latín.
J. B.
Bachelard, del mismo pueblo que el anterior, y con 37 años, se encargó del
octavo. Había estudiado en el Puy y actuado como profesor en Monistrol. Laborioso
e inteligente, pretendía entrar en el seminario mayor.
Confiaron
el séptimo a Claudio Crépet, natural de Chazelles-sur-l'Avieu (Loira). Contaba
con 27 años; dos de Teología, buen carácter, piadoso y puede enseñar gramática.
Falta
señalar el sexto con 28 estudiantes. Es la clase de Marcelino Champagnat. El
profesor, Simón Breuil, proviene de La Roche (Loira) y tiene 20 años; tan sólo
uno más que Marcelino. Es profesor por primera vez y, aunque cursó dos años de
Teología, no está tonsurado. La administración diocesana califica de mediano al
joven principiante.
Como es
natural, todas esas deficiencias repercuten en el alumnado. La capacidad y
trabajo de Champagnat son suficientes, pero su conducta sólo es mediana. En
1808, Marcelino Champagnat no es todavía canonizable...
El Vicario
General Bochard no se pone guantes al anotar lo relativo al cuerpo profesoral.
Dice así: “Los profesores, si exceptuamos al señor Crépet, no manifiestan ni el
porte ni las formas propias de la piedad y del celo. Parece que varios comulgan
rara vez, y, por lo demás, parece que las relaciones con el superior no son del
todo cordiales.
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CAPITULO
XIV: EN LOS ALBORES DE UN DESTINO COMUN. |
Mientras
Marcelino Champagnat estudiaba tranquilamente en el Forez, Europa entera gemía
agobiada por las guerras napoleónicas. Cada tratado de paz conseguía solamente
una tregua ante algún fracaso. Francia, hinchada, regaba por doquier su maligno
tumor, y, como reacción, engendraba el terrible mal de los nacionalismos.
Para
proseguir sus guerras, el Emperador necesitaba hombres y más hombres, sobre
todo jóvenes.
Los
seminaristas gozaban de exención. Claudio María Bochard, responsable de los
seminarios en la diócesis de Lyon, se expresaba como sigue: "Napoleón, el
gran héroe, despoja, en cierto modo, sus ejércitos -la niña de sus ojos- para
llenar nuestros humildes seminarios".
El
Emperador no perdía nada, en realidad, porque un decreto de abril de 1806,
prescribía el uso, en todas las iglesias, del Catecismo Imperial. Ese catecismo
declaraba: "Los cristianos deben al príncipe que los gobierna -y lo
debemos de modo especial a Napoleón I, nuestro Emperador- amor, respeto,
obediencia, fidelidad, el servicio militar, los tributos ordinarios para la
conservación y defensa de su imperio y de su trono".
Y a la
pregunta, ¿qué pensar de los que faltan a sus deberes para con el Emperador?,
dicho catecismo respondía: "Según el apóstol san Pablo, obran en contra
del orden establecido por Dios y son reos de eterna condenación".
Entre los
llamados a filas en 1808, se hallaba Marcelino Champagnat, con sus 19 años,
alumno de sexto. El 10 de febrero, el Cardenal Fesch lo inscribió como alumno
del seminario, quedando, así, libre del servicio militar. De ese modo no tuvo
que matar ni quemar por la grandeza de un Estado, ni tampoco tuvo que desertar
como lo haría en 1810, el Santo Cura de Ars.
AÑOS DE
ESTUDIO.
El 11 de
junio de 1806, el seminario menor de Verrières recibió un excelente profesor en
la persona de don Antonio Linossier, quien renunció a las clases de Retórica en
el Liceo de Lyon y a los 3000 francos con los que la Universidad había dotado a
dicha cátedra.
Datos
biográficos de Antonio Linossier.
Nació en
St.-Genest-Malifaux. Era licenciado en ambos derechos. Fue cura juramentado en
Joncieux desde el 24 de julio de 1791, y, por tanto, amigo del jacobino Juan
Bautista Champagniat. Luego de retractado y admitido en la Iglesia concordataria,
fue, posiblemente, instrumento providencial para despertar la vocación eclesiástica
de Marcelino Champagnat.
Hombre
pacífico, de 46 años, Linossier no gozaba de toda la confianza en el obispado,
puesto que el vicario general Bochard proponía "examinar su piedad y su
celo apostólico", desconfianza no del todo justificada.
Como el
sacerdote director de Verrières no era buen organizador ni de mucha autoridad,
la disciplina estaba descuidada. Linossier cargó con el ingrato empleo de vigilante
general, y, a pesar de su semiparálisis de las piernas, recorría un
"cojín-cojeando", la gran sala de estudios.
Para
facilitar su complicado cargo se valió de algunos monitores, seleccionados entre
los mayores y más formales. Marcelino recibió el nombre de prefecto para el
dormitorio. En noviembre de 1808, nuestro joven estudiante entró en la clase
más numerosa. Cuarenta y tres estudiantes se reunían en un mismo local,
recibiendo enseñanza de quinto y cuarto. Esta distribución permitió a los
alumnos trabajadores adelantar un año, estudiando simultáneamente los dos
cursos.
Marcelino
Champagnat vigilante.
En calidad
de prefecto, Marcelino tenía su cama en una alcoba, y así, luego de dar su
vuelta por el dormitorio para cerrar puertas y ventanas, después de cerciorarse
de que todos estaban acostados, esperaba que el respirar profundo delatara que
todos dormían. Aprovechaba ese momento para encender su lamparilla y entregarse
largo rato al estudio.
Examinaba
atentamente el "Seletae e Veteri Testamento Historiae" de Lhomond, o
repasaba a Cicerón, a Virgilio, etc. Algunas veces hojeaba febrilmente sus diccionarios
para traducir una versión o algún tema dictado por el profesor.
Esta
aplicación al estudio y el exceso de trabajo debilitaron un poco su salud, pero
apresuraron sus adelantos, considerando su edad.
Al año
siguiente (1809-1810), cuando el futuro Beato cursaba tercero, Antonieta Montet
regaló al seminario su castillo de Soleillant. La vida siguió dura, pero los
313 alumnos dejaron de estar enlatados. La pensión subió de 12 francos a 15
mensuales.
En agosto
de 1809, el fundador de Verrières fue trasladado a la parroquia de Millery
(Ródano). En su lugar fue nombrado el que más tarde será vicario general, Juan
José Barou.
En
noviembre de 1810, Marcelino comenzó sus Humanidades, es decir, segundo curso,
junto con 24 compañeros. En el mismo tiempo cursaba quinto un alumno singular
de 23 años, quien se relacionará con Marcelino dentro de pocos años; se trata
de Juan Claudio Courveille.
DATOS
PERSONALES DE JUAN CLAUDIO COURVEILLE.
El nuevo
seminarista de Verrières era natural de Usson (Loira) en donde nació el 15 de
marzo de 1787, dos años antes que Champagnat. Sus padres, Andrés Courveille y
Margarita Beignieux, se dedicaban al comercio.
¿Un
milagro? Durante la tormenta revolucionaria, la mamá escondió en una pared dos
imágenes de María Santísima, una de ellas la milagrosa de Chambriac. Con
frecuencia reunía allí a sus hijos para rezar. Una viruela mal curada y
complicada con oftalmía purulenta, dejó a J. C. Courveille casi ciego, cuando
contaba sólo con 10 años. Se sentía llamado al sacerdocio, pero su vista
deficiente le impedía estudiar. Su padre murió el 16 de abril de 1805, y como
los médicos se declararon incapaces de curar al joven, éste se acogió a Nuestra
Señora del Puy, distante unos 50 kilómetro.
Su
confianza no quedó defraudada. En 1809, cuando ya tenía 22 años, se untó los
ojos con el aceite de una de las lámparas que lucían ante la estatua de la Virgen
y recobró la vista. Instantáneamente pudo distinguir hasta los más mínimos
objetos que llenaban la catedral. Desde aquel día gozó siempre de excelente vista.
Durante toda su vida será peregrino asiduo del célebre santuario.
En 1810,
delante de la milagrosa imagen, se consagró a Nuestra Señora y le prometió tres
cosas: "Hacer todo lo que la Señora quiera, para gloria de Dios, honor de
María y salvación de las almas". Pocos meses después, noviembre de 1810,
entró en el seminario de Verrières para cursar quinto. Al año siguiente, para
adelantar sus estudios, se fue a recibir lecciones particulares de su tío Mateo
Beigneux, párroco de Alpinac.
Se anuncia
la Sociedad de María.
El 15 de
agosto de 1812, peregrina nuevamente a Nuestra Señora del Puy, renueva su
consagración total a María y le parece oír interiormente una misteriosa voz que
le dice: "Esto es lo que quiero. Como siempre imité a mi Hijo, acompañándolo
hasta el Calvario y manteniéndome de pie junto a la cruz cuando entregó su vida
por la salvación de los hombres, ahora que estoy con él en la gloria, lo imito
en lo que hace en la tierra por su Iglesia, de la que soy protectora y como un
ejército poderoso para defenderla y salvar las almas. Lo mismo que en tiempos
de una espantosa herejía que pretendía trastornar toda Europa, mi Hijo suscitó
a su siervo Ignacio para formar una sociedad que llevara su nombre: Sociedad de
Jesús, y sus miembros se llamaran Jesuitas, para combatir contra el infierno
que se desencadenaba, queriendo destruir la Iglesia de mi divino Hijo, así
desea que haya igualmente, en estos últimos tiempos de incredulidad, otra
sociedad que me esté consagrada, que lleve mi nombre: Sociedad de María, y que
sus componentes se llamen Maristas, para combatir contra el infierno. Esta
sociedad durará hasta el fin de los tiempos, producirá grandes santos,
alcanzará grandes glorias y sostendrá los últimos combates contra el
Anticristo".
Extrañado,
o más bien, asustado por semejante inspiración, Courveille permaneció en la
Basílica durante seis misas y guardó silencio sobre lo sucedido.
Por la
fiesta de todos los Santos de ese mismo año, llamó a las puertas del seminario
mayor del Puy para cursar filosofía.
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CAPITULO
XV: PROGRESO ESPIRITUAL. |
Mientras
la guerrilla española devoraba la médula de las tropas imperiales, Napoleón I
ocupaba los Estados Pontificios porque se negaron al bloqueo continental.
El Papa
Pío VII protestó el 10 de junio de 1809, y, al día siguiente, con la bula
"Quum memoranda", excomulgó al Emperador y a sus secuaces.
El 7 de
julio siguiente, el Papa es conducido a Savona como prisionero.
A un
sacerdote que se lamentaba, le respondió Courbon, vicario general del Cardenal
Fesch: "Lo que pasa en Roma afecta únicamente a lo temporal. El clero de
Francia carece de bienes propios. Porque al Papa le suceda otro tanto, la
religión no cambiará; seguirá siendo la misma y con igual poder espiritual"
Esos acontecimientos forzaron a organizar la sexta coalición: Inglaterra, Rusia
y la Suecia de Bernadotte.
El gran
ejército formado por 610 000 hombres y 180 000 caballos se desmorona en
Oriente. En julio de 1812, para la batalla de Witebsk. no había más que 375 000
soldados y, al entrar en Moscú, el 15 de septiembre, quedaban 110 000.
El 19 de
octubre comienza la retirada de Rusia. Al pasar por Beresina se contaban 37 000
y, al llegar a Niemen, el 10 de diciembre de 1812, los restos sumaban únicamente
5 000 soldados veteranos, 60 cañones y 9 caballos.
En
Verrières, no obstante, la vida escolar seguía normal, sin preocuparse por el desastre.
LOS
MAESTROS DE ESPIRITUALIDAD.
Marcelino
Champagnat tuvo dos maestros de espiritualidad: los sacerdotes Pedro Périer y
Antonio Linossier.
Pedro
Périer y el amor de Dios.
El
primero, fundador y director del seminario, consiguió estabilizar su obra dando
mucha importancia a las fiestas y ceremonias religiosas.
Romántico,
a la manera de su época, derramaba abundantes lágrimas cuando, en sus
frecuentes instrucciones, pronunciaba el nombre de Nuestro Señor Jesucristo.
Siguiendo
el consejo del vicario general Bochard, instaba a los seminaristas para que
comulgaran, al menos, cada tres semanas. Y les repetía con frecuencia: "El
mejor medio para progresar en la perfección es amar a Dios con todo el corazón
y hacer todas las cosas por su amor".
Antonio
Linossier y la doctrina clara.
Entre 1809
y 1811, aunque el superior titular era Juan José Barou, el gran animador espiritual
fue Antonio Linossier.
Todos los
domingos, el antiguo cura juramentado de Joncieux, comentaba la epístola y el
evangelio en forma de homilía familiar. Aunque licenciado en Derecho, se expresaba
sencilla y claramente, preocupado por grabar en la mente de su joven auditorio,
conceptos sólidos y precisos. Esa nitidez en las ideas revelaba, bien a las claras,
el trabajo de su extraordinaria inteligencia.
Cada tarde
presidía una lectura espiritual tomada, ordinariamente de la vida de algún
santo: san Francisco Regis, san Luis Gonzaga, etc., que estaban muy en boga por
entonces.
A veces se
leía en "Pensamientos cristianos acerca de las más importantes verdades
religiosas y deberes de los fieles", escritas por M. Humbert. Por medio de
preguntas sucesivas les enseñaba el modo de valorar rectamente, inexactitudes o
exageraciones de su auditorio.
Linossier
tenía la habilidad suficiente, para, al comentar, añadir algo interesante, sacar
aplicaciones morales y amenizar, incluso, con alguna anécdota agradable.
Más tarde,
el padre Champagnat no obraría de otra manera cuando se dirigía a los primeros
Hermanos del Instituto.
PROGRESO
ESPIRITUAL DE MARCELINO.
Marcelino
tomó muy en serio las enseñanzas y ejemplos, amoldándose a ellos con todas sus
energías.
Su piedad.
Le
encantaban los ejercicios piadosos, participando con tal entusiasmo y modestia,
que pronto lo advirtieron, tanto los directores como los compañeros.
Ya que, en
sus estudios, resultaba mediano, fue su piedad la que movió a sus profesores
para que siguiera en el seminario.
No
satisfecho con los ejercicios comunitarios, solicitaba permiso para rezar en su
particular, y, en especial, practicaba algunas visitas al Santísimo Sacramento
durante los recreos.
Tuvo
notable devoción a san Luis Gonzaga y a san Francisco Regis. Ya dijimos que
este santo olvidó su bastón en casa de unos familiares de Marcelino, quien,
como otros muchos compañeros, peregrinaba cada año a la Louvesc. En cuanto al
rosario en honor de la Virgen María, caía dentro del reglamento general para
todos en horas de la tarde.
Las
ceremonias festivas, tan ponderadas por Chateaubriand, y que, en Verrières,
revestían pompa especial, llenaban el corazón sentimental de nuestro joven de
afectos difíciles de disimular. Las canciones religiosas le conmovían hasta
derramar lágrimas, en especial una de santa Teresa de Jesús que trataba de la
comunión y el deseo de morir.
Cuando
ingresó en el seminario comulgaba cada mes, luego, cada tres semanas, y muy
pronto, cada quincena. Por fin consiguió permiso para comulgar todos los domingos.
Su acción
apostólica.
A su
piedad añadió Marcelino el apostolado en su medio ambiente. Su primer biógrafo
cuenta que, un alumno, muy bien dotado, perdió el gusto por el estudio y lo religioso.
Ya pensaba en abandonar el seminario, cuando, habiéndose enterado el joven
Champagnat, tomó todos los medios a su alcance para atraerlo al buen camino y
sacarlo airoso de aquella crisis debida, sin duda, a un castigo que le parecía
inmerecido.
Marcelino
se hizo el encontradizo y le habló así: "Mira, amigo; considera esta alternativa:
una de dos, o has merecido el castigo o no lo has merecido. Si lo has merecido,
como es lo más probable, no debes afligirte, ni mucho menos despotricar contra
tu profesor; debes aceptar el castigo y agradecerlo, en justa reparación de tu
falta y remedio contra tu defecto. En el caso de que no lo hayas merecido, como
tú piensas, debes recibir ese castigo como saludable penitencia por otras
muchas faltas que no te han motivado castigo".
Completó
la lección con reflexiones sobre la mortificación, la imitación de Cristo, las
astucias del diablo, y, por último, aconsejó a su compañero comenzar juntos una
novena a Nuestra Señora.
Antes de
terminar la novena, el adolescente desanimado reconoció la verdadera causa de
su descontento, que no era otra que los malos consejos de un mal compañero. Rompió
con él, perseveró en su vocación y fue un excelente sacerdote.
Todo lo
dicho a favor de nuestro héroe no significa que no estuviera él mismo expuesto
a dar algún traspié. El apostolado entre amigos puede extraviar fácilmente. Así
sucedió al celebrar la "San Marcelino" en la tarde del 18 de enero de
1812. Se reunió con unos amigos en un bar cercano. Bebieron alegremente... ¡y
se les fueron algunas copas de más!...
Recuperado
y arrepentido, Champagnat puso por escrito el documento autógrafo más antiguo
de los conocidos hasta hoy. Data del 19 de enero de 1812 y se expresa como
sigue: "¡Oh Señor mío y Dios mío! Te prometo no ofenderte más, hacer actos
de fe, esperanza y caridad y otros parecidos siempre que me acuerde. No entraré
jamás en la cantina sin necesidad, y huiré de las malas compañías. En una palabra,
no hacer nada en contra de tu servicio; muy al contrario, dar siempre buen
ejemplo y llevar a los demás a la práctica de la virtud, en cuanto me sea posible.
Prometo también instruir a los otros en tus divinos mandamientos, enseñar el
catecismo a pobres y ricos. ¡Oh Divino Salvador! Haz que cumpla fielmente todas
las resoluciones que acabo de formular".
En adelante,
Marcelino no pisará más la cantina, ni tan siquiera en Marlhes. En el proceso
de heroicidad de sus virtudes se lee: "Una religiosa, natural de Marlhes,
y muerta en Vernaison, contó muchas veces haber observado al siervo de Dios reunido
con otros seminaristas a la salida de misa. Invitado por sus compañeros a tomar
algún refresco, nunca aceptó pretextando siempre alguna excusa para retirarse a
su casa".
.CAPITULO
XVI: EN LA CLASE DE FILOSOFIA. |
(1812-1813) En 1811, para contrarrestar la
"huelga de Pío VII" que se niega a remplazar los obispos fallecidos,
Napoleón I convoca un Concilio en París. La Iglesia galicana no accedió a
ciertas medidas cismáticas, y el Concilio fracasó.
Furioso el
déspota, exige la dimisión de los obispos recalcitrantes y despacha al Cardenal
Fesch a su arzobispado de Lyon, caído en desgracia y desposeído de su título de
Gran Capellán.
Fesch se
encuentra en una situación embarazosa con su imperial sobrino. Ensaya de casar
el lobo con el cordero, y por eso escribe a su Vicario General Courbon:
"Extremad la vigilancia; no permitáis, en lo posible, que nadie se meta en
aquellos asuntos de la Iglesia que no corresponden a los eclesiásticos y, mucho
menos, a los seglares, hombres o mujeres".
De ese
modo libra a sus sacerdotes de los delatores y auxilia a sus colegas, los
cardenales "negros", o sea, a los caídos en desgracia.
Pero
Napoleón se esfuerza más y más en la persecución administrativa de la Iglesia
Católica.
VERRIERES,
UNICO SEMINARIO MENOR DE LYON.
Un primer
decreto Napoleónico disuelve la Sociedad de San Sulpicio y desorganiza los
seminarios mayores, entre ellos el de París y el de Lyon.
Decreto
funesto.
A
continuación sale otro, el 15 de noviembre de 1811, que prohibe toda escuela
eclesiástica allí donde exista algún otro liceo o colegio; sólo se autoriza un
seminario menor por diócesis.
Fesch
protesta. El 10 de enero de 1812, escribe a Fontanes, gran canciller de la
Universidad: "Nosotros, le dice, trabajamos para la gloria de Dios y
prosperidad del Estado, el cual se ensaña hasta el punto de querer destruir su
mayor apoyo, aplastando el sacerdocio que siempre se alzará porque es eterno.
Dieciocho siglos y, más que nunca, estos tiempos modernos, lo atestiguan".
Advierte,
después, a Fontanes que no aplicará el decreto, a menos que le permitan
agrupar, bajo su responsabilidad, a los alumnos de filosofía, y poder
distribuir los otros que cursen en Liceos, entre la familias y bajo la
vigilancia de un vicario general.
Pero al
comenzar el curso 1812, Fesch tuvo que humillarse y acceder. Los seminarios
menores de La Roche, St.-Jodard, L'Argentiere, Alix y Meximieux fueron clausurados.
Los alumnos, al igual que los de Verrières, -unos 1200 en total- se repartieron
como externos en los colegios vecinos: St.-Chamond, Roanne, Villefranche,
Bourg-en-Besse y Belley. El personal de esos establecimientos miraba bien a la
Iglesia Católica y entre ellos colaboraban algunos sacerdotes.
Nuestros
jóvenes se alojaron, como pensionistas, en familias conocidas, y un sacerdote
los atendía espiritualmente. A los de St.-Chamond los guiaba Marion; a los de
Roanne, Deplace; Chevallon atendía a los de Villefranche; Greppo a los de
Bourg-en-Bresse; y a los de Belley, Barret.
No hubo
más seminario menor que Verrières, perdido entre las montañas del Forez. En él
se agruparon los filósofos de todos los establecimientos clausurados. A fin de
asegurar el reclutamiento para el seminario mayor en años venideros, se admitieron,
también algunos a humanidades y hasta de tercero.
La flor y
nata de la filosofía.
En
consecuencia, en abril de 1812, los 248 seminaristas de Verrières se repartían
en grupos desiguales: 16 de física o matemáticas y 232 de lógica o filosofía.
Este último numeroso grupo se dividió en dos secciones: 102 con el señor cura
Pedro Grange, y 130 con el también sacerdote Chazelles. J. J. Barou siguió como
superior, pero la dirección pasó al padre Antonio Merle, y la prefectura a Luis
Rossat, futuro obispo de Gap (1814-1844) y de Verdún (1844-1867).
Marcelino
Champagnat estudiaba en la primera sección de lógica, el grupo más fuerte,
porque agrupaba a todos los que habían cursado retórica. Con él estaban Felipe
Janvier, compañero desde sexto, y Esteban Terraillon, quien le ayudará más
tarde en el Hermitage.
El
manuscrito de los cursos de filosofía dictados por Grange se extravió a principios
del siglo XX. En cambio, poseemos las notas semestrales de Marcelino Champagnat:
"Estudia mucho, pero los resultados son débiles, medianos; tiene buen
carácter y, fuera del traspié de la taberna, su conducta es muy buena".
LA SEGUNDA
SECCION DE LOS LOGICOS.
Agrupaba
en el castillo de Soleillant a los filósofos tenidos, con razón o sin ella, por
más débiles. Algunos procedían de segundo e, incluso, de tercero. Sobre esos
130 alumnos, siete estaban tan atrasados, que estudiaban la filosofía en
francés.
Esta
sección comprendía a dos seminaristas que la historia pondrá de relieve: Juan
Claudio Colin y Juan María Vianney.
Juan
Claudio Colin.
No había
cursado retórica y procedía del seminario menor de Alix (Ródano). Nació en el
caserío de Barberies, parroquia de St-Bonnet-de-Troncy, en pleno Beaujolais.
Vio la luz primera el 7 de agosto de 1790, en una familia de labradores
tejedores, siendo el séptimo hijo entre ocho.
En el
intervalo de 20 días murieron el padre y la madre, quedando Juan Claudio
huérfano a los 4 años. Un tío paterno aceptó felizmente, remplazar a los padres
difuntos.
Delicado
de salud y escrupuloso por temperamento, aspiraba a vivir retirado. En 1804,
invitado por su confesor, se decidió entrar en el seminario menor de St. Godard,
en donde su hermano Pedro estudiaba. Lo mismo que Marcelino en Verrières, se
estrenó en la clase de los principiantes.
En 1806
saltó a séptimo, pero tuvo que repetir quinto, al igual que cuarto dos años más
tarde.
En la
primavera de 1809 cayó enfermo y de milagro se salvó de la muerte. Por Todos
los Santos de ese año cambió e ingresó en el seminario de Alix, cursando dos
veces tercero.
Durante
sus humanidades, el 23 de mayo de 1812, recibió la tonsura de manos del
cardenal Fesch, y, a consecuencia del decreto imperial del 15 de noviembre precedente,
se juntó en Verrières a la segunda sección de lógica, o sea, con los que no
habían cursado bien los programas anteriores.
Al igual
que Marcelino, tiene buen carácter, muy buena conducta, su trabajo bueno, los
resultados son, contrariamente a los de Marcelino, buenos. Años más tarde,
ambos serán los artífices de la Sociedad de María. ¿Quién lo hubiera pensado entonces?
Juan María Vianney.
Es uno de
los más alérgicos al latín. Nació el 8 de mayo de 1786, en Dardilly, al noroeste
de Lyon, el cuarto de seis hermanos, en una familia de labradores. Breve tiempo
asistió a la escuela del pueblo, porque empezó pronto sus estudios con el señor
cura de Ecully, el sacerdote Balley. Lastimosamente sus progresos eran nulos.
Apenado, peregrinó a La Louvesc en 1806; otros muchos seminaristas en apuros
solían hacerlo.
Ese mismo
año, -dos años antes que Marcelino- se acogió a la dispensa del servicio militar,
como candidato al seminario.
En 1809,
¡la comedia! A Juan María, lo mismo que otros tres seminaristas, le llegó la
orden de movilización para incorporarse a filas. Sus padres buscaron, en vano,
un sustituto, y el 26 de octubre ingresó en el cuartel de Lyon, desde donde
salió para España, vía Roanne. Aprovechando una ocasión providencial, desertó
el 6 de enero de 1810, y con el falso nombre de Jerónimo Vincent, regresó a
Francia y se escondió en los bosques Noes.
Su hermano
menor se presentó como voluntario; de ese modo quedó el desertor libre del
servicio militar y pudo reanudar sus estudios con el mismo señor cura de antes,
Balley, y fue tonsurado el 28 de mayo siguiente.
Después de
tanto ir y venir, consiguió, finalmente, comenzar filosofía en Verrières, Tenía
26 años, y tuvo que hacerlo en francés, porque estaba sumamente atrasado. Como
Champagnat y Colin, poseía un buen carácter, pero no muy buena la conducta. El
futuro santo cura de Ars se quedó en conducta con la calificación de
"buena". Efectivamente, trabajaba mucho, pero el resultado era
"muy pobre".
Siempre es
uno más severo para calificar la conducta de quien es torpe en los estudios.
¡Hermoso ejemplo de docencia!
CAPITULO
XVII: EL SEMINARIO MAYOR DE SAN IRENEO. |
El 20 de
junio de 1812, después de un viaje inhumano a través de los Alpes, el Papa Pío
VI fue hecho prisionero en el Castillo de Fontainebleau, prácticamente aislado
de la catolicidad.
Por todas
partes, los boletines policíacos desparramaban rumores alarmantes: "Si el
Emperador vive diez años, ya no habrá religión" El prefecto Micoud sugirió
la deportación y la expatriación en masa de todos los sacerdotes. El Ministro
de Cultos, Bigor de Préameneu, propuso a Napoleón I, establecer campos de concentración
denominados "Casas de Disciplina Eclesiástica", para meter en razón a
los sacerdotes refractarios. Se diría que el jacobinismo antes de ser Nazi, era
Francés.
Los días
22 y 23 de octubre de 1812, el fracasado golpe de estado del general Malet,
puso de manifiesto la extrema vulnerabilidad de la dinastía Napoleónica.
El año
siguiente, al salir de la Primera Sección de Lógicos (Filósofos) Marcelino
Champagnat, pasó con sus compañeros de Verrières, del pequeño pueblo perdido en
las montañas boscosas, a Lyon, importante metrópoli, para ingresar al Seminario
Mayor de San Ireneo.
1.- ANTES
DE LA REVOLUCION.
Este
seminario contaba entonces ciento cincuenta años de existencia.
El
monograma "Marista" en los armarios.
Camilo de
Neufville, arzobispo de Lyon, con la intención de poner en práctica las
decisiones del Concilio de Trento, erigió canónicamente el Seminario diocesano
en la Casa de los Gondi, subida San Bartolomé, el 31 de octubre de 1663, bajo
la dirección de los Sulpicianos.
Luego,
buscaron otro lugar más conveniente, situado en la plaza Croix-Paquet, al pie
de la colina de la Cruz Roja, a la orilla del Ródano. Monseñor de Neufville colocó
la primera piedra del nuevo edificio el 23 de enero de 1677.
Construido
siguiendo los planos de uno de los mejores arquitectos de París, Gitard, la
obra fue terminada dos años después, en junio de 1679. Los Sulpicianos habían
proporcionado cerca de la mitad de los gastos que se elevaron a 74 242 libras.
A finales
del siglo XVII, el Superior Francisco Rigoley obtuvo para los armarios del
Seminario de San Ireneo, el monograma mariano, que luego, fue adoptado por la
Sociedad de María y sobre todo por los Hermanitos de María.
La sala de
reuniones quedaba calentada por una magnífica caldera y un reloj de cuatro
martillos indicaba las horas, las medias horas y los cuartos de hora. A principios
del siglo XVII, le añadieron un pabellón con 28 celdas.
El 14 de
agosto de 1737, fue solemnemente trasladado a la capilla del seminario, un
fragmento considerable de reliquia de san Ireneo; desde entonces, se celebró
cada año ese día con un oficio especial.
Un
pariente de Marcelino, entre los profesores.
Conforme a
las leyes francesas que exigían grados universitarios para tener derecho a
ciertos beneficios eclesiásticos, y teniendo en cuenta que no había ninguna
Universidad en Lyon bajo el antiguo régimen, Luis XV agregó el 12 de agosto de
1738, el Seminario de San Ireneo a la Universidad de Valence, con el privilegio
de otorgar títulos de teología.
Luego, se
compró una casa llamada "La Carette", situada en la Cruz Roja, para
hacer allí una casa de descanso y un lugar de paseo para los seminaristas. En
los bosquecillos de la propiedad, un siglo más tarde, Juan Claudio Courveille
invitará a sus compañeros a la fundación de la "Sociedad de María" y
Marcelino Champagnat les propondrá la rama de Hermanos Educadores.
Cuando
alrededor de 1740-1741, agrandaron las construcciones, el Seminario de San
Ireneo contaba con 240 habitaciones. El Superior era al mismo tiempo prior de
Firminy y de Champdieu, señor beneficiario de los diezmos de Firminy, Le Chambon,
Saint-Ferréol, Saint-Paul-en-Cornillon, Champdieu, Essertines y Pralong.
Entre los
profesores de teología figuró durante tres años, el Sulpiciano Juan Bautista
Roux, de Saint-Sauveur-en-Rue (Loira), pariente político, por los Chirat, del
Beato Marcelino Champagnat.
Los años
que precedieron a la Revolución, fueron desgarrados por la lucha entre los
Oratorianos y los Josefinos, sostenidos por el arzobispo jansenista Malvin de
Montazet, por una parte, y por la otra, por los Sulpicianos anti-jansenistas.
De una
manera arbitraria, Monseñor de Montazet mandó redactar al oratoriano Valla un
curso de teología jansenista con el fin de imponerlo a todos los seminaristas
de Lyon. A partir del siguiente curso, obligó incluso a todos los diáconos de
San Ireneo, a prepararse durante seis meses al sacerdocio, con los Josefinos jansenistas.
Ocho años
más tarde estalló la Revolución.
2.-
DESTRUCCION Y RESURRECCION DEL SEMINARIO MAYOR.
Habiendo
rehusado el juramento de fidelidad a la Constitución, los Sulpicianos fueron
expulsados el 15 de enero de 1791 por el Alcalde de Lyon, Vitet, y remplazados
por sacerdotes juramentados.
En el
centro de la tormenta.
La última
ordenación, de ocho diáconos y siete sacerdotes formados en el Seminario de San
Ireneo, se realizó por la noche, en Neuville-l'Archevêque (Neuville-sur-Saône),
en la capilla de la Santa Cruz, el 9 de abril de 1791, gracias a Monseñor Juan
Denis de Vienne (1739-1793), obispo auxiliar de Monseñor de Marbeuf, arzobispo
de Lyon, pero que vivía en París como Gran Capellán de Francia.
Ese mismo
mes de abril de 1791, un ex-Lazarista, Adrián Lamourette, fue elegido obispo
constitucional del efímero departamento de Ródano-y-Loira.
El
Seminario de la Croix-Paquet fue vendido: sucesivamente depósito de armas,
hospital militar, jardín público, hospital, guarnición y panadería militar. Los
libros de la biblioteca quedaron guardados en el antiguo monasterio de las
Damas de San Pedro, los Vasos sagrados llevados al Hotel de la Moneda,
envueltos en costales, los ornamentos escondidos en el tejado del Hotel de la
ciudad.
En lo que
toca a los seminaristas, quedaron dispersados entre sus familias. Sin embargo,
el padre Mermet, profesor de Moral, siguió clandestinamente la formación de
algunos de ellos, entre los que se encontraba Juan Antonio Gillibert
(1779-1863), disfrazado como maestro de escuela.
Ordenado
sacerdote en 1803, llegó a ser párroco de Saint-Genest-Malifaux desde 1827
hasta su muerte. Este Gillibert abrió la vigésimo-séptima escuela de los Hermanitos
de María, que todavía funciona. Su hermano, trece años menor que él, llevaba su
mismo nombre y vivió de 1792 a 1862, fue ordenado sacerdote al mismo tiempo que
Marcelino Champagnat; formó parte del grupo de los doce Maristas reunidos
alrededor de Juan Claudio Courveille y, en febrero de 1819, sirvió de intermediario
entre ellos y Roma. Los dos hermanos se juntaron desde 1840 en
Saint-Genest-Malifaux mostrándose siempre muy adictos a los Hermanos.
Reapertura
del Seminario.
A finales
de la Revolución, el número de seminarios clandestinos se multiplicaba. Fueron
reagrupados en tres o cuatro familias cristianas, y, sacerdotes refractarios,
sobre todo, antiguos sulpicianos, los visitaban cada tercer día para
explicarles algunas páginas de teología.
Mientras
que el obispo constitucional, Claudio Primat, ocupaba la sede de Lyon desde
1798, murió en Lübeck (Alemania) el arzobispo canónico, Monseñor de Marbeuf, a
quien remplazó en calidad de Administrador Apostólico, el padre Verdolin.
El 29 de
julio de 1802, el Primer Cónsul Bonaparte nombró a su tío, José Fesch, arzobispo
de Lyon: la toma de posesión se llevó a cabo el 2 de enero de 1803, cuando el
anciano obispo constitucional Primat, era ya arzobispo canónico de Toulouse.
Bajo la
dirección del antiguo administrador del Seminario, padre Picquet (1730-1808),
con más de 70 años de edad, comenzaron de nuevo los cursos de teología el 2 de
noviembre de 1801. La casa "Providencia" de la subida "San
Bartolomé", anteriormente propiedad de las Hermanas de la Trinidad, sirvió
de local, en el que el Cardenal Fesch, a su llegada a Lyon, encontró entre
sesenta y ochenta seminaristas.
Después de
prolongados y múltiples titubeos, Fesch se decidió a rescatar el antiguo
edificio de Croix-Paquet, entonces propiedad del Ministerio de Finanzas.
Gracias a los 80 000 francos proporcionados por el gobierno, albañiles, carpinteros
y herreros procedentes del Forez, restauraron los locales en pésimas condiciones.
El 2 de
noviembre de 1805, el Seminario de la Croix-Paquet recibió a los seminaristas
de la "Providencia". El superior era el anciano superior del
Seminario de Clermont-Ferrand, el padre Bouillaud. De 1796 a 1803, había
dirigido en Baviera la escuela de Teología del Castillo de Walsau, escuela que
permaneció hasta 1814. Dicho castillo pertenecía al Príncipe de Hohenlohe, cuyo
18º hijo, nacido en 1794, ejercerá más tarde, debido a su reputación de
taumaturgo, cierta influencia sobre el padre Juan Claudio Colin e incluso sobre
el padre Mazelier en Saint-Paul-Trois-Châteaux.
.
CAPITULO
XVIII: SEMINARISTA MAYOR EN 1813. |
22 de
enero de 1813. Tras seis días de berrinches y seducciones, Napoleón I
"arrancó" al anciano y cautivo papa Pío VII el "Concordato de
Fontainebleau", promulgado el 13 de febrero como ley imperial. Los
Cardenales prisioneros recobraron su libertad, pero el Papa y su gobierno
eclesiástico tendrían que instalarse en París, nueva Roma.
El
infortunado Pío VII declaraba, el 18 de febrero, al Cardenal Pacca, que no podía
dormir y no se atrevía ni a celebrar misa. "Moriré loco por estas cosas,
como mi predecesor Clemente XIV". El 24 de marzo retiraba su aprobación.
Napoleón guardó en secreto la retractación y se apresuró a proclamar el decreto
de aplicación del Concordato.
No
obstante, el poder imperial se tambaleaba. El 21 de junio de 1813, Wellington liberaba
a España con la batalla de Vitoria. Del 16 al 19 de octubre, la sangrienta derrota
de Leipzig obligó al emperador a retirarse más allá del Rin. Gran parte de Alemania,
Holanda e Italia sacudieron, a su vez, el yugo.
Y mientras
se derrumbaba el "sistema Napoleónico", Marcelino Champagnat llegaba
al seminario mayor de San Ireneo, en la Croix-Paquet, al pie de la Croix-Rousse
lionesa.
EL PRIMER
TRIMESTRE.
Fue el 1
de noviembre de 1813, cuando el joven Marcelino, a la edad de 24 años, comenzó
los cursos de Teología, con 83 compañeros más. Se agrupaban un hermoso conjunto
de seminaristas de los que saldrían, el día de mañana, varios candidatos para
la futura Sociedad de María. Entre otros: Juan Claudio Colin, natural de
St-Bonnet-le-Troncy (Ródano); contaba 23 años y había sido tonsurado el 23 de
mayo de 1812. Pagaba una pensión de 20 francos. Es el futuro Superior General
de la Sociedad de María.
Esteban
Déclas, Era el de más edad, pues contaba 30 años. Originario de Belmont
(Loira), pagaba 10 francos por mes; futuro candidato de Juan Claudio Courveille.
Esteban
Terraillon, de St-Loup (Ródano), con 22 años; pagaba de pensión la mitad de
Déclas. Colaboró, años más tarde, con Marcelino en el Hermitage: año 1825.
Juan
Bautista Seyve, nacido en St-Genest- Malifaux (Loira). Coincidía con Champagnat
en los años, y será su celoso, aunque inhábil ayudante en La Valla durante la
primavera de 1824. Pagaban los dos la misma cuota: 15 francos.
Felipe
Janvier, tenía solamente 21 años y había nacido en St-Genest-Lerpt (Loira). Fue
amigo íntimo del Beato Marcelino, quien le regalará su crucifijo dos o tres
días antes de la muerte del Beato en 1840. Pagaba también 15 francos.
Juan María
Vianney. Este futuro santo cura de Ars tenía 27 años y era nacido en Dardilly
(Ródano). Tonsurado el 28 de mayo de 1811, no pagaba pensión y era único en su
promoción.
La mayoría
de los seminaristas, 39 exactamente, pagaban 10 francos mensuales; 23 llegaban
a 15 francos; uno sólo pagaba 18 francos; 11 subieron a 20; dos contribuían con
25, y tres, más afortunados, o generosos, desembolsaban 50 francos. La economía
del seminario no podía ser muy holgada con tales aportaciones.
Todos
estaban en regla con la terrible ley de las "quintas". Déclas sacó
buen número en el sorteo. Seyve fue declarado inútil por su estatura
deficiente. Los otros habrían tenido que ir al cuartel en su debido tiempo y
participar en las "gloriosas" matanzas de europeos en los campos de
batalla del Imperio, de no haber sido reclamados por el cardenal Fesch y
exentos por decreto como seminaristas, equiparados con los funcionarios del
Estado.
La
incorporación al ejército habría sido para Champagnat el 10 de febrero de 1808;
Colin, el 26 de enero de 1809; Terraillon, el 29 de marzo de 1811; Janvier, el
22 de abril de 1812. En cuanto a Vianney, objetor de conciencia y desertor que
se había hecho "maqui" el 6 de enero de 1810, había sido remplazado
por un hermano que se presentó como voluntario.
Primeros
exámenes, diciembre de 1813.
El futuro
Cura de Ars no tuvo nunca suerte. El 9 de diciembre, después del primer examen
trimestral, fue, diríamos, despedido del seminario mayor y devuelto a su párroco
"como incapaz intelectualmente e insuficiente de medios".
Calificación "debilissimus", o sea, extremadamente débil. Quedaban
otros tres seminaristas suspendidos como el futuro santo.
Otros
cuatro, casi de la misma talla intelectual, sacaron nota "debilior",
o sea, más débil, y otros nueve fueron calificados "debilis"; entre
éstos estaba Déclas.
Seguían a
estos tres niveles "debilis" dos niveles de "mediocriter":
siete con nota "valde mediocriter", es decir, muy medianos",
clasificando en este grupo Marcelino, y nueve más eran "mediocriter",
simplemente "mediocres", entrando aquí Felipe Janvier, el íntimo
amigo de Marcelino.
Por fin
llegamos a los buenos alumnos: el mayor contingente, 18, con nota de "fere
bene" o "casi bien", J. C. Colin aparece en este grupo. Cuatro
lograron el "minimus bene" o "bastante bien". Prosiguiendo,
encontramos un conjunto de 15 que subieron a "bene", o sea,
"bien", contándose entre ellos Terraillon y Seyve. Finalmente, cinco
jefazos escalaron hasta el "fere optime", "casi óptimo",
quedando desierta la cumbre de la escala: "optime".
En
lenguaje moderno diríamos que los exámenes de diciembre resultaron como sigue:
alumnos examinados 75 alumnos suspendidos 8 alumnos aprobados 16 alumnos
aprovechados 27 alumnos notables 19 alumnos sobresalientes 5 Resulta, en
definitiva, que el santo Cura de Ars, se quedó en el primer peldaño; Déclas y
Champagnat, en el segundo; Janvier y Colin en el tercero; Terraillon y Seyve,
en el cuarto. Se diría que los "carismas" del Espíritu Santo obraron
a la inversa de la capacidad intelectual.
EL
CLAUSTRO PROFESORAL.
Estaba
formado por seis miembros: el superior, el coordinador de estudios y cuatro profesores.
El
Superior.
Lo era el
presbítero Filiberto Gardette, que había nacido en St-Romain-d'Urfé (Loira), en
1765. Cursó el primer año de teología con los Oratorianos jansenistas de Lyon.
Siendo todavía clérigo tonsurado, ejerció como profesor de filosofía en el seminario
de Clermont-Ferrand. Se ordenó sacerdote en El Puy el año de 1791. Arrestado el
6 de diciembre de 1793, y condenado a ser deportado a Guayana, nunca salió de
Francia. Puesto en libertad el 12 de marzo de 1795, siguió su ministerio como
sacerdote misionero, fundando un seminario menor en La Praderie, que más tarde
se fusionó con el de St-Jodard (Loira). Allí en calidad de superior contó entre
sus alumnos a J.C. Colin y a E. Terraillon.
Cuando
nuestro futuro beato ingresó en San Ireneo, Gardette tenía 48 años, y hacía
sólo un año que era superior del seminario mayor, desempeñando, al mismo tiempo,
la cátedra de Sagrada Escritura hasta el año 1820.
Hombre de
mucha autoridad, cada año explicaba minuciosamente el "Reglamento"
subrayando que expresaba la voluntad arquidiocesana. Veremos más tarde cómo
sostuvo eficazmente al padre Colin y más aún al padre Champagnat, sin pasar, naturalmente,
los límites de su diócesis. También le debemos a él la entrada en el Hermitage
del futuro Hermano Luis María, tercer Superior General de los Hermanitos de
María.
El
prefecto de estudios y los cuatro catedráticos.
Desde 1812
hasta 1817, la coordinación de los estudios la ejerció el sacerdote Lacroix,
que será, después, Monseñor de la Croix-d'Azolette. Procedía del Ródano y,
desde 1811, formaba parte del clan Bochard, Vicario General. Allá, por el año
1810, conoció a J.C. Colin en Alix.
El dogma
lo dictaba Simón Cattet, nacido en Neuville-sur-Saone (Ródano), el año 1788. En
1823 pasó a la facultad de teología como auxiliar. Influyó en los Hermanos de
Viviers, y ocasionó disgustos a Champagnat en 1826.
Juan
Cholleton ocupaba la cátedra de moral. Sólo contaba 25 años, como su amigo
Cattet. Se formó en San Sulpicio de París. Por eso no aceptaba novedades en moral,
siguiendo la línea rigorista y legalista. Tan opuesto se mostró al probabilismo
de los Jesuitas como al equiprobabilismo de San Alfonso María de Ligorio. Su
máxima preferida era aquella de los Proverbios: "No cambies los antiguos
límites que tus padres establecieron" (Prov. XXII, 2). Director de
conciencia de Marcelino y futuro Padre Marista, le sucedió, teóricamente, desde
1840 al 45, en la dirección de los Hermanitos de María.
Luego
viene el que sería, pocos años después, obispo de Amiens y arzobispo de
Toulouse, Juan María Mioland, joven de 25 años, comprendido, también en el
"movimiento Bochard"; era profesor y maestro de ceremonias.
Y, por
último, Mateo Menaide quien se ocupaba de la complicada administración.
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CAPITULO
XIX: EL REGLAMENTO DEL SEMINARIO. |
La
aplicación del Concordato de Fontainebleu en el año 1813, produjo efervescencia
en los seminarios. Los seminaristas de Séez (Orne) se insubordinaron contra el
obispo y protestaron las dimisorias para ser ordenados en las diócesis vecinas.
Los de Troyes (Aube) hicieron cosa parecida. En la diócesis de Gand (Bélgica),
Napoleón I cerró el seminario, encarceló a los profesores e incorporó, por la
fuerza, al ejército, a sus 197 seminaristas. Los de Tournais se dispersaron por
las diócesis limítrofes.
Políticamente,
Inglaterra se disponía a cruzar los Pirineos de España a Francia. Los
austríacos y los prusianos atravesaron el Rin por el este. Bernadotte había
traicionado en Suecia, lo mismo que Murat en Italia.
Más que
nunca, para limitar la efervescencia de los espíritus, se imponía la aplicación
de un reglamento.
EJERCICIOS
COTIDIANOS.
Los días
ordinarios comenzaban levantándose "a la primera campanada". El sacrificio
que este gesto de generosidad exigía se ofrecía inmediatamente a Dios, como
primicia, como victoria contra el demonio y como garantía de orientación para
todo el día, en unión con Jesucristo encarnado, muerto y resucitado.
Los
seminaristas se vestían con toda modestia, con religiosos sentimientos de penitencia,
de gratitud y de inocencia. No debían salir sin estar enteramente vestidos.
Mientras tanto recordaban los puntos de meditación y oraban diciendo, por
ejemplo: "Todo, después de Dios, a mayor gloria y amor a María".
Oración
comunitaria.
Todos se
reunían para la oración matinal y la meditación. Se les aconsejaba evitar las
distracciones mediante el recogimiento y absoluto silencio, terminando con alguna
resolución. "Si no se ha podido hacer la meditación en la mañana, hágase
en otro momento del día".
Se
consideraba la misa como "la acción más santa y más sagrada de la
religión". Se la actualizaba pidiendo alguna gracia especial o la victoria
sobre alguna mala inclinación. No se empleaba el misal de los fieles; se leía
algo relativo al Santísimo Sacramento.
Los no
tonsurados comulgaban los domingos solamente; los tonsurados, una vez más; los
subdiáconos, dos veces más; los diáconos tres veces más a la semana; siguiendo
siempre el consejo del director espiritual.
Aconsejaban
prepararse desde la víspera, determinando las gracias que se querían pedir y
alguna buena acción que ofrecer. Era bueno identificarse con las disposiciones
de la Santísima Virgen cuando comulgaba después de la Ascensión del Señor.
"Procuren, igualmente, compenetrarse con los sentimientos que la embargaban
cuando recibió, en su casto seno, al Salvador, que venía a tomar un cuerpo semejante
al nuestro". Todos los días de comunión debían notarse por un mayor recogimiento.
Antes de
las comidas, los seminaristas tenían su examen particular, que comenzaba con
una lectura en el Nuevo Testamento, "libro que debía llevarse consigo y besarlo
respetuosamente".
Visitaban
dos veces al Santísimo: una, después del recreo del mediodía, y otra, antes de
acostarse. Esas visitas comenzaban con un acto de adoración y la renovación de
las resoluciones matinales. Seguía un examen sobre el comportamiento desde la
anterior visita y el ofrecimiento a Dios de todas las acciones; se retiraban
"con gran recogimiento de espíritu".
Por la
tarde, la lectura espiritual debía llenar el alma y el corazón. Para lograrlo
se necesitaban dos cosas: "no dejarse llevar por la modorra y no pensar en
los programas de estudio".
Seguidamente
tenía lugar el rosario, "siguiendo cada uno el método más conveniente y
práctico para rezarlo piadosa y atentamente".
Después de
la cena, la oración de la noche, el examen de conciencia y los puntos de
meditación para el día siguiente, disponían el alma con sentimientos propicios
para "dormir con el espíritu ocupado en santos pensamientos".
Entre esos
ejercicios piadosos se intercalaba el rezo progresivo del breviario lionés: por
la mañana, las horas menores, y por la tarde, vísperas, completas, maitines y
laudes.
La
devoción a la Santísima Virgen tuvo siempre puesto de honor y lugar privilegiado:
"Confianza filial y sin límites en su bondad, recurrir a ella en todas las
necesidades, esmerarse en honrarla con todas las acciones, abandonarse a lo que
ella quiera, hacerlo todo en su compañía, saludarla al entrar y salir de la
habitación, ser fiel a todas las prácticas establecidas en su honor, fidelidad
al rezo diario del rosario, meditar durante el rezo del mismo en algún misterio
del Señor o de la Virgen, o pedir alguna virtud que nos haga falta".
Estudios
teológicos.
Las
lecciones de Dogma, Moral, Sagrada Escritura y Liturgia ocupaban gran parte del
día. El reglamento indicaba: "empleen en estudio todo el tiempo que no sea
ocupado por algún otro ejercicio obligatorio".
Los
seminaristas debían preparar su curso "estudiando prioritariamente en el
texto señalado; leyendo poco de otros autores, aunque traten el mismo tema; no
leer sin haber consultado con el profesor de la materia sobre la conveniencia
de leerlos".
Otro
párrafo reglamentaba: "Para que el estudio sea provechoso, reflexionen mucho,
profundicen en la materia estudiada, examinen cada prueba en particular, fíjense
mucho en las objeciones y respuestas, no crean nunca poseer su conferencia
hasta que sean capaces de repetírsela a sí mismos" La observancia exigía
aún cinco cosas más: el silencio: estaba formalmente prohibido hablar con el vecino,
ni siquiera sobre lo que se explicaba o se discutía; la atención: como homenaje
al profesor y también para utilidad propia; docilidad: sin derecho a
interrumpir al maestro mientras explica, objeta o responde; no discutir
testarudamente al dictamen del catedrático, sin ofenderse cuando éste juzgue
zanjada la cuestión. O sea, que el maestro tenía siempre la última palabra;
humildad: no buscar la ostentación ni el dominar sobre los compañeros; caridad:
procurando no ofenderse o bromear a costa de los demás compañeros.
Terminado
el curso, conviene emplear el tiempo en resumir y compendiar los elementos más
llamativos; trabajo que, leído de cuando en cuando, refrescará los conocimientos
adquiridos.
El
profesorado era muy joven e inexperto. El Director, Lacroix, tenía 34 años; los
profesores de Dogma (Cattet), de Moral (Cholleton) y de ceremonias (Mioland)
sólo tenían 25.
El
reglamento se presentaba rígido para salvar la autoridad según los principios siguientes:
* no perder nunca de vista que la autoridad de los superiores es la autoridad
de Dios, * respeto por su persona; * evitar las quejas y murmuraciones; * sumisión
pronta y llena de alegría como si fueran el mismo Jesucristo.
Además,
Filiberto Gardette, que contaba con 48 años, y se sentía aureolado con la
gloria del martirio, sostenía con toda su autoridad al conjunto del
profesorado.
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CAPITULO
XX: MARCELINO SUBDIACONO (6 de enero de 1814). |
Pasados
solamente dos meses en el Seminario Mayor, el Beato Marcelino recibió, en una
semana, la tonsura, las cuatro órdenes menores y el subdiaconado, de manos del
Cardenal Fesch, en la capilla del Palacio Arzobispal, junto a la Primacial. Era
el día de la Epifanía, 6 de enero de 1814. Habría sido imposible calentar suficientemente
la catedral en semejante ocasión.
La
ordenación se efectuó, pues, fuera del tiempo reglamentario debido a un disgusto
del Cardenal. La causa fue, que entre los seminaristas había algunos
"interesados", que buscaban salvarse del servicio militar e
instruirse a costa de la diócesis. No les interesaba lo más mínimo el
sacerdocio y daban largas al asunto.
Por eso,
enojado Fesch, decretó que los seminaristas procedentes directamente de
seminarios menores, serían promovidos a las órdenes por la Navidad, comprendiendo
las dos generaciones, o sea, las de 1812 y 1813. Los que no respondieran a este
llamamiento, debían retirarse. Seguramente que Marcelino conocía esas disposiciones
desde 1813.
Es muy
posible que, el 6 de enero de 1814, el beato lució, por primera vez su sotana.
Era subdiácono, al mismo tiempo que sus amigos Colin, Déclas, Terraillon, Seyve,
Janvier y Gillibert.
Después de
la ceremonia, el Cardenal les dirigió, en la galería de su palacio, una
exhortación banal e intranscendente, sirviéndose del consejo de san Pedro en 2
Pe. 1, 10: "Esforzaos más y más para asegurar vuestra vocación y
elección", Todos los años celebraba Marcelino la fiesta de la Epifanía con
especial devoción, en agradecimiento por el don que el Señor la había concedido
llamándolo, en esa fecha, al sagrado ministerio del altar.
CUALIDADES
DEL BUEN SEMINARISTA.
Ahora, más
que nunca, sentía el seminarista Champagnat la necesidad de vivir su estado a
la perfección, mediante el fiel cumplimiento del reglamento establecido en el
Seminario Mayor.
La
modestia.
Era una de
las primeras cualidades recomendadas: "Modestia angelical en todo el porte
exterior". Decencia y limpieza en el vestir" y, sobre todo, en todo
lo empleado para el servicio religioso (alba, casulla, manípulo, etc.), y
exactitud meticulosa en el ceremonial, tal como lo prescribía el señor Mioland.
Para
compenetrarse bien de la verdadera modestia, se aconsejaba a los seminaristas
la lectura de los diversos exámenes particulares del sulpiciano Tronson. La modestia
debe practicarse particularmente en la iglesia, en las calles, en las visitas,
durante los paseos y en las relaciones con personas extrañas o del mundo.
Ninguna
visita inútil y, menos todavía, peligrosa o mundana. Para no ilusionarse en
esto, había que consultar al Director. "Las visitas, aun las necesarias,
sean raras y breves, porque se pierde el tiempo y se disipa fácilmente en
ellas". Como medida de prudencia, los seminaristas tenían que visitar al
Santísimo antes de salir del Seminario, para pedir al Señor las gracias
necesarias.
En cuanto
a las visitas pasivas había que acortarlas lo más posible. En todo caso,
"las relaciones con las personas extrañas deben ser pocas, decentes y
edificantes. Hablen con mucha discreción sobre lo que sucede en la casa y no
hablen de las deficiencias". Había que abandonar el locutorio lo más
pronto posible cuando llamaban para algún acto de comunidad.
Caridad
fraterna.
Las
relaciones interpersonales se fundamentaban en las máximas siguientes: "Aguantar
todo de los demás y evitar todo lo que les pueda causar pena" "No hablar
de los compañeros cuando no sea a su favor" "Soportar sus defectos
como nosotros queremos que soporten los nuestros" "No reprender a
nadie sin estar encargado de hacerlo" "Huir de las amistades
particulares como de la peste" "Dar buen ejemplo, practicar la
delicadeza, la amabilidad, la paciencia, la caridad universal y aprovechar
todas las ocasiones de servir a los demás, sin perjuicio del reglamento".
ESPIRITU
DEL BUEN SEMINARISTA.
A
semejanza de los siete pecados capitales y de las siete virtudes principales,
el reglamento enumeraba seis clases de espíritus que había que evitar y otros
seis necesarios a todo seminarista.
Malos y
buenos espíritus,
Importa
mucho desarraigar los malos espíritus, a saber: el espíritu seglar o mundano;
el espíritu colegial; espíritu criticón; el espíritu de singularidad; el
espíritu pandilla; y el espíritu burlón.
Por otra
parte, era muy necesario esforzarse para adquirir los buenos espíritus: el de
sencillez o santa infancia, el de obediencia ciega, el de humildad o vida
oculta, el de caridad o apertura de corazón, el de muerte al mundo y a sí
mismo, el de la santa indiferencia en las manos de Dios y del Superior.
Todos
estos puntos del reglamento quedaron fuertemente impresos en el alma de
Marcelino y aparecerán más tarde en conferencias, conversaciones y reglas que
dio a los Hermanitos de María.
Dirección
espiritual.
El mejor
medio para llegar a ser un buen seminarista reside en la sumisión a un Director
de conciencia; lo era, generalmente, el profesor de Moral. Aquel año era Juan
Cholleton, quien sólo contaba un año más que el Beato Champagnat.
La primera
y principal condición en este asunto era una apertura sincera del corazón al
director espiritual: "Descubrirle todo lo que pasa en el interior, lo que
se hizo, las buenas o malas costumbres, las tentaciones, los buenos
sentimientos o deseos, las gracias espirituales recibidas de Dios, el fruto de
los sacramentos y el modo de cumplir los deberes".
Consultar
igualmente con el director espiritual las dudas y ponerle al tanto de sus penas
y de sus indisposiciones corporales. Aconsejaban visitarlo con frecuencia y
obedecerle con sumisión filial, persuadidos de que "Dios quiere guiarnos
con sus avisos".
Se
practicaba la confesión semanal. En las tentaciones, tanto el Superior como el
Director Espiritual, les aconsejaban resistir sin demora, pero sin perder la
calma; acudir confiadamente a Jesucristo y a la Virgen María; despreciar al
tentador; combatir con humildad y en unión con los corazones de Jesús y de
María.
Si por
desgracia, caían en falta, les aconsejaban: 1- No desalentarse, ni turbarse,
sino tornar a Dios por medio de María, 2- Retractarse de la falta con
sinceridad, con calma, con plena confianza, aunque se caiga veinte veces al
día, 3- Creer en el perdón de la falta cometida, 4- Ocuparse, inmediatamente,
en el trabajo que corresponda y efectuarlo con la mayor perfección posible, 5-
Olvidarse de lo sucedido hasta el momento del examen, y, después, hasta la
confesión.
Estos
consejos morales atemperaban un poco el rigorismo teórico de la enseñanza que
impartía el presbítero Cholleton, muy necesarios y conformes con el viejo
refrán católico: "Fortiter in re, suaviter in modo" que equivale a
"firmeza en la teoría, indulgencia en la práctica".
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CAPITULO
XXI: CAIDA DEL IMPERIO. |
El sistema
napoleónico se hundió los días 16 a 19 de octubre de 1813, cuando la matanza
"Völkerschlacht" en Leipzig, que produjo no menos de cien mil bajas.
La "Confederación del Rin" se disolvió y Dinamarca cedió Noruega a
Bernadotte de Suecia.
Prusianos
y austríacos atravesaron al Rin a todo lo largo entre Mainz y Basel. El 31 de
marzo de 1814, llegaron a París, cuando el gobierno provisional deponía al Emperador
vencido.
El 6 de
abril, los mariscales y generales franceses obligaron a Napoleón a renunciar, y
Luis XVIII entraba en Francia. Esta se encontraba agotada, y por el tratado de
París, retornó a los límites que tenía en 1792.
LAS
ANDANZAS DEL ARZOBISPO LIONES.
El
concordato de 1802 avasalló a la Iglesia al servicio del Estado francés. Por
eso, al conocer los reveses militares ocurridos en el otoño de 1813, el
cardenal Fesch, fiel a ese servilismo, escribió, el 26 de noviembre de ese año,
una circular a todos sus clérigos recomendando instruir a los fieles sobre "sus
deberes para con el soberano y la patria", animando a todos a
"afrontar con generosidad y prontitud los sacrificios que las
circunstancias imponían, y que no hagan caso de los cuentos y falsas alarmas...
La victoria, seguía diciendo el cardenal, que ha coronado durante 20 años las
campañas de nuestro Emperador, no lo abandonarán. El Dios todopoderoso que lo
llamó a fundar el mayor imperio del universo, combatirá con él".
En Lyon
corría la voz de que el Cardenal había estimulado al pueblo de su diócesis a
que se armara con estiletes, puñales y otros instrumentos semejantes para oponerse
a los "bárbaros".
Mas,
cuando procedentes de Ginebra, los austríacos del conde de Bubna-Littiz invadieron
el departamento de Ain, el prelado, miembro del Consejo de Regencia, juzgó lo
más prudente abandonar su ciudad episcopal.
Acompañado
de sus vicarios Courbon, Bochard y de su secretario Allibert, Fesch se refugió,
primero, en el castillo de Pradines (Loira), poco después de las ordenaciones
del 6 de enero de 1814. Luego buscó refugio en el Convento de los Padres Benedictinos
de Pradines, y, finalmente, ante el incontenible avance austríaco, se disfrazó
de paisano y, a caballo, huyó, el 11 de febrero hasta Cours.
Desde
allí, pasando por Chamelet, le Bois-d'Oingt y Alix, vagó por entre las montañas
lionesas, levantando planes militares, particularmente en el valle de la Grele.
Por último, regresó a Lyon para organizar una resistencia inútil.
El
mariscal Augereau lo disuadió, presentándole como inútil la matanza que podría
ocasionar. De modo que, ese mismo día por la tarde, con sotana y manto rojo,
abandonó nuevamente su ciudad episcopal. Por la Guillotiere siguió, sucesivamente,
a Vienne, Pont-Saint-Esprit, Nimes y Montpellier. Aquí se enteró de la capitulación
de París y el repliegue de la Regencia hacia Blois.
Decidió,
entonces, reunirse con la Regencia, pero antes envió a sus vicarios, desde
Clermont-Ferrant a Lyon, para contrarrestar la propaganda monárquica. Llegado a
Blois, le informaron de la abdicación de su sobrino en Fontainebleau y del
nuevo repliegue de la Regencia hacia Orleans.
Regresó de
incógnito a Lyon, atravesando las líneas austríacas y húngaras. Por último, el
27 de abril se fue a Roma.
En Lyon el
pueblo cantaba y bailaba por calles y plazas, sin distinción de clases sociales,
como hermanos; locos de alegría, se abrazaban y felicitaban. La bandera blanca
flameaba por doquier, en lugar de la tricolor imperial, y todos gritaban: ¡milagro!
Desde el día 14 de abril, por consiguiente antes de la salida del Cardenal para
Roma, el Capítulo Primacial decidió, por unanimidad, cantar el Te Deum en
acción de gracias.
RETIRO
MENSUAL EN EL SEMINARIO.
A pesar de
todo, en el Seminario Mayor de San Ireneo, estancia del Beato Marcelino
Champagnat, la observancia estricta del reglamento dio lugar a un
"oasis" de relativa calma en medio de la excitación general.
Lo que
establecía el reglamento, ya lo sabemos: "Riguroso silencio fuera de los
tiempos de recreo, cuando haya necesidad de hablar sea poco y en voz baja; moverse
al primer toque de campana para cambio de ejercicio, pues es la voz de Dios que
nos llama; dejar sin terminar una letra comenzada, etc.,".
Por otra parte,
los seminaristas mayores tenían que dedicar un día entero, cada mes, al retiro;
preferentemente el primer domingo "para renovar los buenos propósitos y
prepararse a la muerte".
La
preparación comenzaba la víspera con una visita al Santísimo y la lectura abreviada
sobre alguna de las postrimerías: muerte, juicio, infierno y gloria. Era el
asunto de la meditación para el día siguiente.
Ese
domingo los seminaristas se levantaban bendiciendo a Dios "que se digna darnos
tiempo para hacer penitencia y prepararnos a una buena muerte". Tomaban la
resolución de pasar el día "como si fuera el último de la vida".
Durante el
tiempo señalado para la meditación, examinaban seriamente, delante de Dios, si
querrían morir en las condiciones en que se encontraban; qué faltas les
ocasionarían más temor en el caso de tener que presentarse ante Dios, etc...
Hechas estas reflexiones, y tomadas las resoluciones correspondientes, se disponían
para la Sagrada Comunión "como si fueran a recibir el Viático para
morir".
En horas
de la mañana el seminarista debía releer su reglamento particular, inquiriendo
qué apartados había que reformar. A continuación, sirviéndose del libro del
sulpiciano Tronson, se ocuparía en las consideraciones siguientes: 1) ¿Qué
gracias me ha concedido el Señor durante el último mes? ¿Cómo he aprovechado de
ellas? ¿Qué fruto he sacado, especialmente, de la confesión y de la comunión?
2) ¿Cuál es mi pasión dominante? ¿A qué faltas me dejo llevar más fácilmente y
con más frecuencia? ¿Por qué? ¿Pongo algún medio eficaz para evitarlas? Por la
tarde, los seminaristas renovaban sus resoluciones ante el Santísimo, y antes
de acostarse, tenía lugar la preparación para la muerte.
Ese
ejercicio, tan popular antiguamente, consistía en rezar oraciones para los moribundos:
contrición, ofrecimiento de la vida, resignación a la muerte, etc.
Acto
seguido, poniendo un crucifijo ante los ojos, decían: "Señor Jesús, perdóname
las faltas cometidas por la vista". Besando luego, los pies y manos del
Salvador, añadían: "Perdóname, Divino Jesús, los pecados cometidos por los
oídos y el tacto". Por fin, apretando el crucifijo contra el pecho,
rezaban: "Perdóname, Señor, todas las ingratitudes de mi corazón; es un
corazón contrito y humillado que, desde ahora, te ama sin reservas y que no
quiere sino latir por ti en lo sucesivo".
Terminaban
el ejercicio con la oración: "Sal alma cristiana de este mundo, en nombre
de Dios Padre Todopoderoso que te creó, en nombre de Jesucristo que te redimió,
en nombre del Espíritu Santo que te santificó, en nombre de la gloriosa Santa
María, Madre de Dios..." Acto seguido, según el reglamento, iban a acostarse,
pidiendo a Dios la gracia de una buena muerte, teniendo en cuenta esta
advertencia: "Procuren dormirse pronto, pensando en la eternidad".
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CAPITULO XXII: CLAUDIO MARIA BOCHARD . |
Napoleón I
preparaba la restitución de los Estados Pontificios a Pío VII, cuando Austria
entregó la ciudad de Roma al rey de Nápoles, Murat, en recompensa por su
traición.
Inmediatamente,
el 21 de enero de 1814, el Emperador dejó libre al Papa, prisionero, en ese
momento, en el castillo de Fontainebleu. Los cardenales se dispersaron por
Occitania.
El 24 de
mayo del año en curso, después de cinco años de exilio en Francia, Pío VII
entró nuevamente en Roma. El cardenal Fesch lo había precedido el 12 de mayo,
después de obtener hospitalidad pontificia en un encuentro con el Papa en
Cesena.
DATOS
BIOGRAFICOS DE BOCHARD.
Nació el
24 de abril de 1759. Su padre era notario en Poncin (Ain). Comenzó sus estudios
secundarios en el colegio de Bourg; recibió la tonsura en el seminario Mayor de
Lyon, durante el año 1776, y se trasladó a París, formando parte de la
comunidad del “Seminario Laon”, frecuentando con Robespierre el célebre colegio
“Luis el Grande”.
Claudio
María Bochard, Fundador.
Los
jesuitas habían sido expulsados de Francia en 1764, y Luis XV, por un decreto
de marzo de 1768, pretendió la reforma monástica de las órdenes religiosas. Por
último, el 16 de agosto de 1773, el Papa Clemente XIV suprimió la Compañía de
Jesús en todo el mundo, excepto en Rusia, lo cual ocasionó un inmenso vacío en
la Iglesia.
El
prospecto, dirigiéndose a los seminaristas, preguntaba: “Y a ti, carísimo hermano,
que lees esto, ¿qué te parece? ¿qué te insinúa tu piadoso corazón?... ¡Ah! ¡Si
el ángel del Señor llamara a tu puerta, si te ofreciera tan sublime apostolado!...¡Qué
sea lo que Dios quiera de mí; que se cumpla su santa voluntad La enumeración de
la finalidad objetiva ofrecía una amplia gama de matices para todos los
talentos: predicación, retiros, educación, misiones, dirección, seminarios...
Una
patética llamada a la oración fervorosa y a la caridad fraterna completaba el
prospecto para la fundación de la nueva congregación religiosa que “reformaría
un siglo perverso, un siglo en el que todas las nociones y principios
cristianos han sufrido completo trastorno”. “¿Quién podrá efectuar ese cambio
sino almas nuevas, almas que sepan conservar lo antiguo? Por consiguiente, es
en la augusta tradición de nuestros antepasados en donde encontraremos hoy los
grandes y verdaderos modelos... ¡Cuántos frutos para nosotros y para la obra
celestial! Que nuestros corazones, oh Dios mío, desean iniciar, ya desde ahora,
con vuestra ayuda. Amén”.
Cuando
Marcelino salió del seminario para sus vacaciones, ignoraba todo sobre los
secretos que, durante varios años, serían la comidilla en el Seminario Mayor de
San Ireneo.
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CAPITULO
XXIII: EL SEMINARIO MAYOR EN 1814-1815. |
Durante
las vacaciones de 1814, los motivos de plática y de grandes comentarios, no
faltaron: Que si un golpe de estado por Talleyrand depuso a Napoleón I, al entrar
los vencedores en París; que si Napoleón abdicaba en Fontainebleau, obligado
por los mariscales el 6 de abril... Se comentaba la huida del Cardenal Fesch a
Italia y el regreso de los Borbones después del tratado de Saint-Ouen, el 2 de
mayo; el tratado de París, el 30 de mayo, por el que Francia quedaba reducida a
sus límites de 1792; que si Napoleón quedaba como Emperador de la isla Elba con
800 hombres... ¡Cuántos trastornos en tan poco tiempo! El 15 de agosto fue
particularmente célebre: el nuevo rey Luis XVIII renovó, por ordenanza del 5 de
agosto de 1814, el voto de Luis XIII que consagraba Francia a la Virgen María
(10 de febrero de 1638).
El largo
paréntesis de la Revolución y del Imperio parecía haberse cerrado.
JUAN
CLAUDIO COURVEILLE EN LYON.
El
Seminario Mayor abrió sus puertas para el nuevo curso el día de Todos los Santos,
según costumbre.
Entre los
recién llegados acudió un candidato que no había sido todavía tonsurado y que
venía a segundo de Teología. Procedía del seminario mayor del Puy. Se llamaba
Juan Claudio Courveille.
No es
desconocido para el lector, pues ya se dijo que, a ese joven, curado milagrosamente
en 1809, le pareció oír en el Puy, el 15 de agosto de 1812, una voz interior
que le mandaba fundar "para el combate de los últimos tiempos, la Sociedad
de María". (Capítulo XIV).
Por ese
motivo espiritual entró Courveille en el seminario del Puy, en noviembre de
1812, aunque desde 1802, Usson, su pueblo natal, pertenecía al arzobispado de
Lyon.
Al
principio guardó secreto; mas, un día en que asistió a 6 misas seguidas en la catedral,
creyó oír este mandado: "Habla a tus directores, descúbreles el asunto y verás
lo que te dicen".
Courveille
lo comunicó a dos profesores quienes admitieron que la inspiración podía venir
de Dios y que no debía desperdiciarse.
El
reclutamiento de futuros miembros de la "Sociedad de María" comenzó
entre los seminaristas del Puy, pero una cuestión administrativa impidió
seguir.
El joven
seminarista necesitó pedir las dimisorias al arzobispado de Lyon para recibir
la tonsura y las órdenes menores.
Con fecha
de 30 de abril de 1814, o sea, tres días después de la huida del Cardenal Fesch
a Italia, el consejo Arzobispal se las negó, pretextando no conocer al solicitante
y que, por lo tanto, tenía que presentarse personalmente.
Por esa
circunstancia, Juan Claudio Courveille se presentó a Claudio María Bochard
quien, intrigado por la gran oposición de parte del Puy para dejar salir a tal
individuo, preguntó el motivo. "Es por la obra de la Santísima Virgen que
yo pensaba establecer en el Puy", respondió cándidamente el interesado.
Bochard
sintió interés por ese proyecto y se preguntó a sí mismo si no sería acaso, el
responsable de la congregación de jóvenes colocados, desde 1802, bajo la protección
de la Inmaculada Concepción. Y como el mismo Vicario General andaba trabajando
en la fundación de una nueva asociación religiosa, le dijo, con miras un tanto
interesadas, lo siguiente: "Amigo mío, abandone Velay y haga en Lyon lo
que pensaba hacer en el Puy. En mí encontrará usted un buen padre".
Esto
explica por qué, el 1 de noviembre del año 1814, Juan Claudio Courveille traspasaba
el umbral del Seminario mayor San Ireneo de Lyon.
UN VIVERO
DE CONGREGACIONES.
Comparado
con la situación sencilla y apacible del año anterior, el ambiente actual del
seminario mayor se veía complicado y agitado.
En primer
lugar, se supo que Pío VII había restablecido la Compañía de Jesús con la bula
"Sollicitudo omnium ecclesiarum", el 7 de agosto de 1814, y que un
buen número de sacerdotes diocesanos, comenzando por los antiguos Padres de la
Fe, solicitaron la entrada en el noviciado jesuítico de París. Esa misma inquietud
sentían algunos seminaristas, tal por ejemplo, Luis Querbes, futuro fundador de
los Clérigos de Saint-Viateur.
Por otra
parte, los Sulpicianos, los Lazaristas, las Misiones EXtranjeras de París y las
Misiones del Espíritu Santo, rápidamente reorganizadas, buscaban personal con
avidez.
Los
proyectos de nuevas fundaciones, tanto del vicario general como del seminarista
Courveille peligraban si no conseguían cerrar pronto la "hemorragia
clerical". El 12 de octubre, dos semanas antes de la apertura del curso,
el Consejo Arzobispal se ocupó muy seriamente del asunto.
Claudio
María Bochard expuso que, "en la nueva situación de las cosas, los espíritus
se ocupaban con emulación particular en ideas y proyectos de celo, laudables
sin duda, con tal que se mantuvieran en un justo límite".
Desgraciadamente,
sucedía todo lo contrario: "Cada uno, por su parte, echaba planes y
procuraba llevarlos a la práctica; se tomaban decisiones en este sentido, sin
contar para nada con la autoridad. Cabezas avispadas, algunas fuera de la
diócesis, agitaban los espíritus en diversos sentidos. Buscaban lograr
partidarios entre el clero, apuntando, naturalmente, a los mejores y más
útiles. La intranquilidad consiguiente invadiría hasta a los
seminaristas".
En
consecuencia, el mismo Consejo decidió que ningún eclesiástico diocesano o incardinado
podía salir de la arquidiócesis sin la autorización formal, bajo pena de
suspensión "ipso facto".
Cerrada la
brecha, importaba ocuparse con empeño en los proyectos lioneses. El prospecto
"Pensamientos piadosos" comenzó a circular entre los seminaristas de
Lyon, postulando con vistas a la "Sociedad de la Cruz de Jesús". Al
mismo tiempo, Juan Claudio Courveille trabajaba entre sus compañeros pensando
en la "Sociedad de María".
Claudio
María Bochard no revelaba sus planes abiertamente, y, tratando de ganarse a
Courveille, se entrevistaban con relativa frecuencia. El vicario general no
regateaba sus consejos al joven seminarista. Disimulando sus intenciones, le decía,
por ejemplo: "No, no tome a fulano ni a zutano: son cabezas
desequilibradas".
Para mover
los jóvenes clérigos al apostolado y a la vida religiosa, se leía en el refectorio
la vida de San Francisco Regis.
Ya
Courveille había decidido echar la red para atrapar a Esteban Déclat, nacido el
año 1783, en Belmont (Loira). Un miércoles, hacia el final del invierno,
1814-1815, el primero arreglaba el cabello al segundo. "Tengo el proyecto,
le declaró Courveille, de imitar a san Francisco Regis cuando yo sea sacerdote.
Iré por los pueblos para instruir a los pobres campesinos, los cuales tienen
más necesidad del sacerdote que los habitantes de las ciudades". Y
preguntó a su amigo si estaba dispuesto a seguirle. Déclat respondió afirmativamente.
Varias
veces, durante el año, le repitió: "Haremos como san Francisco Regis".
Y antes de salir de vacaciones en 1815, volvió a la carga: "Recordarás lo
que te he dicho durante el año. Te aseguro que va en serio. Se establecerá una
orden semejante a la de los jesuitas, sólo que sus componentes se llamarán
MARISTAS".
Pero en el
mes de marzo de ese mismo año, 1815, sucedió algo políticamente importante: el
retorno de Napoleón I y los Cien Días, hecho que trastornó nuevamente a Europa.
En medio
de ese "maremagno", parece ser que, el diácono Champagnat, dejó el
seminario de Lyon, hacia el mes de mayo, para vivir algún tiempo, en calma, con
su familia de Marlhes.
.
CAPITULO
XXIV: LOS CIEN DIAS. |
Los
excesos del "Terror Blanco", el descontento por el "medio
sueldo", las noticias tendenciosas propaladas por amigos imprudentes,
impulsaron a Napoleón I, emperador de la isla de Elba, a recuperar el trono de
Francia.
El 1 de
marzo de 1815 desembarcó en el golfo Juan con algunos soldados leales. El día
20 entraba en París, mientras los Borbones huían a Bélgica.
El
ejército francés estaba muy debilitado; la administración se debatía en la incoherencia.
En consecuencia, Napoleón buscó el apoyo de la masa popular. Calzándose las
botas de 1793, el emperador ganó y unió a los campesinos asegurándoles que el
rey Luis XVIII restablecería las gabelas, los diezmos y los derechos
señoriales.
Napoleón
instauró un régimen imperial más liberal que el precedente; nombró a Lázaro
Carnot Ministro del Interior, de Cultos y de Comercio.
Para
Carnot, "la noble y filantrópica institución de la Escuela Primaria
constituía una de las bases para el perfeccionamiento humano, porque la
educación primaria es el único verdadero camino para elevar sucesivamente la
dignidad de hombres a todos los individuos".
El 17 de
abril el emperador firmó un decreto por el que encargaba al ministro Carnot
indagar y ensayar los mejores métodos pedagógicos, con el fin de dotar rápidamente
a Francia, de un buen sistema de educación primaria para todos los municipios.
El
Cardenal Fesch regresa a Francia.
La noticia
de los acontecimientos franceses aterró al cardenal: "Mi sobrino está
loco. Se juega la cabeza...". Sin embargo, aunque Napoleón lo había
nombrado Ministro Plenipotenciario ante la Santa Sede, el 22 de abril, el
prelado decidió salir de Italia.
El rey
Joaquín Murat no cosechaba más que derrotas. El 11 de mayo, el cardenal Fesch
logró refugiarse en Gaeta, de donde consiguió escapar gracias a "La Dryade",
para desembarcar en el golfo Juan. El 26 de mayo de 1815, llegaba, por fin, a
Lyon, su ciudad arzobispal.
Solamente tres
días estuvo allí, sin asistir a los oficios de la catedral; ni siquiera estuvo
en la procesión del Corpus, celebrada como de costumbre, a pesar de los
acontecimientos. Unicamente visitó al Comisario General de Policía para suplicarle
pusiera en libertad a los sacerdotes encarcelados. Puso mucho empeño, eso sí,
en visitar el seminario mayor de San Ireneo.
Es que
había recibido muchas quejas sobre el espíritu que imperaba en el seminario
mayor de Lyon. Los seminaristas más moderados escribían a sus familiares y amigos
cartas incendiarias cargadas de ira contra el "tirano Napoleón".
Todos habían rehusado cantar la oración "Domine salvum fac imperatorem
Napoleonem". Los más exaltados se enlistaban voluntarios en las
"tropas federales legitimistas" que se concentraban en las montañas
del Forez. La policía lo sabía y exigía la clausura del seminario.
El
cardenal quería, a toda costa, salvar su seminario. El 28 de mayo, acompañado
de sus vicarios generales Courbon y Bochard, se presentó en San Ireneo. Tan pronto
como los seminaristas advirtieron de lejos la sotana roja, se ocultaron en sus
celdas o desaparecieron como por encanto. Con mucho trabajo lograron los
vicarios reunir un grupito, pero lo que murmuraban dio a entender al cardenal
que no conseguiría hacerlos cambiar de idea, y, desesperado, se retiró.
Cuando el
arzobispo de Lyon subía a su pobre "Simón", Luis Querbes
"voluntario monárquico con sotana" y futuro fundador de los Clérigos
de Saint Viateur, tomó yeso y escribió en el carruaje: "Viva el Rey".
Y con esa inscripción tendenciosa, el tío de Napoleón atravesó la ciudad
arzobispal. Al día siguiente se fue a París.
El Beato
Marcelino ordenado diácono.
Todos esos
trastornos políticos y las exaltaciones de los seminaristas mayores lioneses,
parece que no alteraron lo más mínimo al beato Marcelino. La explicación de ese
hecho puede basarse en su ausencia de Lyon, por motivos de salud, o, tal vez,
para mayor seguridad. Es muy posible que el subdiácono viviera retirado con su
familia de Marlhes.
El 3 de
mayo de 1815, vigilia de la Ascensión, pensaba solamente en el aniversario
litúrgico de su Bautismo y renovaba sus anteriores resoluciones, bajo la protección
de la Virgen María, de su patrono san Marcelino, de san Juan Francisco Regis y
de san Luis Gonzaga, cuyas biografías había escuchado en el refectorio del
seminario mayor. En esa época se preocupaba, especialmente, en evitar los
pecados y las faltas contra la verdad, mayormente las maledicencias, las
mentiras y las exageraciones. Esas maledicencias, mentiras y exageraciones, ¿se
referían a Napoleón? En familia, nuestro Beato evitaba las salidas, a menos que
fuera para visitar algún enfermo. Se esforzaba por vivir según el modo de los
que lo rodeaban, tratando a todos con respeto, amabilidad y caridad. Anotó lo
siguiente: "Me esforzaré en ganarlos a todos para Jesucristo con mis
ejemplos y con mis palabras. No les diré nada que pueda ofenderlos o causarles
pena".
Se
levantaba entre cinco y cinco y media, ocupándose 15 minutos, por lo menos, en
la meditación, antes de salir para la misa parroquial. Al regreso estudiaba
Teología durante una hora.
Un cuarto
de hora antes de la comida tenía el examen, como en el seminario y no se
sentaba a la mesa sin pronunciar la bendición. Comía poco, y ayunaba todos los
viernes, unido a la pasión del Señor.
En su
habitación había arreglado un altarcito dedicado a la Santísima Virgen y a san
Luis Gonzaga. Allí, ante el Crucifijo, cumplía con sus ejercicios de piedad.
Aprovechaba
las circunstancias fortuitas para instruir a los ignorantes, ricos o pobres, en
lo relativo a la salvación.
Por la
tarde dedicaba otra hora al estudio de la Teología y presidía la oración de la
noche en familia. Antes de acostarse leía, en resumen, el asunto de la meditación
del día siguiente.
Los
domingos, los habitantes de Rozey, de la Frache, de la Faye, de la Grange, del
Monteil, de Ecotay, de la Marconière, de Montaron, de Allier y del burgo, se
aglomeraban en casa del seminarista para asistir al catecismo. El auditorio
llenaba su habitación y una sala vecina. Marcelino se colocaba, un poco
elevado, entre ambas estancias.
"Predicaba
tan bien, que, tanto los niños como los ancianos, quedaban hasta dos horas sin
cansarse" Así lo comenta Juliana Epalle que conoció a Marcelino desde el
año 1812.
En verdad
los acontecimientos políticos se precipitaban en Francia. El 18 de junio de
1815, Napoleón se vio derrotado en Waterloo; el día 22 abdicaba por segunda
vez, entregándose a los ingleses.
El día 23,
víspera de la fiesta de san Juan Bautista, patrón de la sede primacial, los
seminaristas asistían, en su totalidad, para las ordenaciones que se efectuarían
en la capilla del seminario mayor de San Ireneo en Lyon.
El
cardenal Fesch delegó sus poderes en el obispo de Grenoble, Monseñor Claudio
Simón. Como las autorizaciones para conferir la tonsura, las órdenes menores y
el subdiaconado no llegaron a tiempo, monseñor Simón se contentó con ordenar 38
sacerdotes y 62 diáconos.
Entre esos
nuevos diáconos se hallaban Juan María Vianney, futuro Cura de Ars, el beato
Marcelino Champagnat, el venerable Juan Claudio Colin, Juan Bautista Seyve,
Esteban Terraillon y Esteban Déclas, todos futuros candidatos a la Sociedad de
María, a excepción de san Juan Bautista Vianney. Pero, hasta entonces,
solamente Déclas tenía noticia de la fundación proyectada por Juan Claudio
Courveille, el cual, por las prisas de monseñor Simón en regresar a su sede, se
vio privado de recibir la tonsura y las órdenes menores.
CAPITULO
XXV: EN LOS ALBORES DE UN MUNDO NUEVO. |
8 de julio
de 1815. Luis XVIII llega por segunda vez a París. Una semana después, el
Vicario General Juan María de La Mennais, uno de los fundadores de los Hermanos
de la Instrucción Cristiana, publicó una ordenanza condenando severamente la
sociedad: "La sociedad de hoy no es más que un cadáver en descomposición,
vil y asquerosa pastura devorada silenciosamente por los gusanos del egoísmo y
de la codicia".
Por todas
partes aparecieron apóstoles que estudiaron ese cadáver social. ¿Cómo salvar a
la sociedad moderna? ¿Cómo recristianizar el país? Ese mismo problema de la
recristianización acuciaba también a los estudiantes del Seminario Mayor de San
Ireneo de Lyon. El prospecto "Pensamientos piadosos", del Vicario
Bochard circulaba activamente, provocando reflexiones y discusiones. También
condenaba: "Un siglo de impiedad, en donde toda carne ha corrompido su camino.
La irreligión lo tiene invadido todo, lugares y clases sociales, apoderándose
de ella por completo". Había que buscar la táctica para reformar un siglo
perverso, un siglo en el que casi todas las nociones y principios se encuentran
desnaturalizados.
LA
SOCIEDAD DE MARIA EN EL SEMINARIO MAYOR.
En torno a
Juan Claudio Courveille se había formado un grupo alentado por el profesor de
Moral Juan Cholleton (1788-1852), confesor y director espiritual. El padre
Cholleton estimaba mucho a Courveille, había autorizado a los seminaristas no
tonsurados que comulgaran diariamente. Años antes, los no tonsurados comulgaban
solamente el domingo.
Tanto Juan
Claudio Courveille (1789-1866) como Etienne Déclas (1783-1868), buscaron
adeptos desde la entrada en el seminario, terminadas las vacaciones de 1815. El
primero reclutó a Juan Claudio Colin (1790-1875), a Marcelino Champagnat
(1789-1840) y a Juan Pedro Perrault-Maynand (1796-1850). El segundo ganó para
la causa a Tomás Jacob (1792-1848) y a Esteban Terraillon (1791-1869). Pronto
llegaron a ser quince y detallaron el proyecto de fundación a Juan Cholleton.
Este
último, como señal de aprobación, celebró una misa por esa intención y, generosamente,
puso a su disposición su habitación del tercer piso en la casa de campo que el
seminario tenía en la Croix-Rousse. Cuando hacía buen tiempo en la primavera de
1816, preferían reunirse en la arboleda del parque.
Durante
esas reuniones secretas se animaban mutuamente, previendo la dicha de "ser
los primeros hijos de María" planeando seriamente los mejores métodos para
llevar su proyectada Sociedad de María hasta su término.
Discutían
también la oportunidad de admitir o no a algunos candidatos. Juan Claudio Colin,
por ejemplo, propuso la admisión de su hermano Pedro (1786-1856) que ayudaba al
párroco de Salles-en-Beaujolais. Por su parte, Déclas presentó a Mauricio
Charles, vicario en su villa natal, Belmont, y a Juan Antonio Gillebert
(1792-1862). Juan Claudio Courveille presidía las reuniones y recalcaba la
necesidad de imitar la sublime humildad de María. Repetía con frecuencia:
"Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam" Era la
antigua divisa de los Caballeros de Malta, repetida ahora por los Caballeros de
la Fe.
En
lenguaje algo misterioso, Courveille hablaba de sus revelaciones y aseguraba
que la Sociedad de María surgiría gloriosa, patrocinada por un rey muy
cristiano. Los seminaristas lo identificaban, no con Luis XVIII, que reinaba,
sino con su sobrino Luis XVII, milagrosamente salvado del Temple, y que sería
un "gran marista". Se hablaba también de escatología marial y de las
luchas del fin del mundo. De un modo un tanto sibilino, la Sociedad de María
era simbolizada bajo la forma de un árbol con tres ramas cubriendo la tierra
entera: la rama de los Padres, la rama de las Hermanas y la rama de la Tercera
Orden.
LAS
PREOCUPACIONES DE MARCELINO
Marcelino,
más realista, pensaba en una congregación de Hermanos para la enseñanza.
¿Conocería Champagnat el informe del Consejo General del Ródano? En 1814
escribía dicho Consejo: "No hay padre que no gima en secreto por sus
hijos. Se han ensayado algunas formas de enseñanza, pero con resultados nulos,
porque se desvían de los verdaderos principios. Seamos claros: sin la religión,
sin corporaciones religiosas dedicadas exclusivamente a la educación de la
juventud, no podemos esperar fruto. ¿Basta, como se ha procurado hasta ahora,
con tolerar la religión en la enseñanza? No, no es suficiente; la tolerancia es
una burla. Donde la religión no constituye el fundamento de la educación
entera, carece de influencia".
Después de
haber presentado las ventajas y los inconvenientes de la enseñanza impartida
por las Congregaciones y la efectuada por el Estado, proseguía el informe:
"Las corporaciones religiosas y sólo ellas, nos proporcionan individuos
que reúnen todas esas ventajas sin ninguno de los inconvenientes. Ese personal,
dedicado únicamente, sin dispersión de fuerzas y con perseverancia, a la enseñanza,
es el ideal. La experiencia ha descalificado todo lo que se ha inventado para
suplir a esas corporaciones, así como los clamores dirigidos contra sus
métodos. Y si nos fijamos en lo económico, fácilmente nos convenceremos de que
costaría menos al Estado y a los particulares".
Este
informe, aprobado por unanimidad en el Consejo General del Ródano, lo enviaron
al Ministro del Interior, suplicándole lo pusiera al alcance del Rey y que lo
avalara benévolamente.
El asunto
de las escuelas tomaba incremento en aquellos años en que Marcelino comenzaba
su último año de Teología. En efecto, el 7 de noviembre de 1815, la Comisión de
Instrucción Pública que sustituyó a la antigua Universidad de Francia, adoptaba
un proyecto de ordenanza cuyo artículo 14 establecía: "Todas las municipalidades
están obligadas a procurar que todos los niños tengan instrucción primaria que,
para los niños pobres ha de ser gratuita".
Así, pues,
la enseñanza primaria venía a ser obligatoria sin excepción. Un inmenso campo
se ofrecía para quien quisiera apoderarse de él. ¿Quién será el dueño? ¿el
Estado? ¿la Iglesia? ¿el Estado y la Iglesia o la Iglesia y el Estado? Es de saber
que el artículo 30 declaraba: "La Comisión de Instrucción Pública vigilará
cuidadosamente para que, en todas las escuelas, se fundamente la instrucción primaria
de la religión".
Por eso,
al reunirse el grupo de futuros Maristas en el Seminario Mayor de Lyon, el
beato Marcelino propuso: "Siempre he sentido en mí un atractivo particular
por establecer Hermanos. Me uno gozoso a ustedes y, si les parece, me encargaré
de este asunto. Mi primera educación fue un fracaso; me gustaría proporcionar a
los otros lo que a mí me faltó".
La
insinuante propuesta no tuvo eco. Marcelino, en sucesivas reuniones insistió: "Necesitamos
Hermanos, necesitamos Hermanos para que enseñen el catecismo, para que ayuden a
los misioneros, para recibir a los niños en las escuelas".
Los
compañeros no negaban a nuestro beato la utilidad de los Hermanos, pero esa
institución no entraba en el plan primitivo de la Sociedad de María.
CAPITULO
XXVI: NECESITAMOS HERMANOS. |
Ninguna
restauración es fácil, y ninguna conserva, a través de las vicisitudes cotidianas,
el esplendor con que resplandecía a la imaginación de sus promotores.
Los
primeros esfuerzos del cardenal Consalvi, después de la caída de Napoleón, se
dedicaron a restablecer los Estados Pontificios, prenda de independencia y
autoridad espiritual. El Papa cedía a Francia, Aviñón y el condado de Benasque,
propiedad pontificia desde 1274.
Francia,
aunque reducida a sus límites de 1792, era en 1816, la mayor potencia católica
del mundo y la que pesaría más en la cristiandad. Pero un cáncer corroía la
nación: la indiferencia religiosa.
Para
combatirla disponía la Iglesia de dos medios: las misiones internas y las escuelas
católicas. Y éstos constituían, precisamente, el objeto prioritario de la Sociedad
de María que se planeaba entre los seminaristas de Lyon en el año de 1816.
DECRETO
DEL 29 DE FEBRERO DE 1816.
Desde que
la Revolución reconoció que el poder estaba en manos del pueblo, el tema
escolar añadió gran importancia política a su importancia religiosa inicial.
Por eso, el 7 de noviembre de 1815, la Comisión de Instrucción Pública aceptó
como ordenanza el proyecto relativo a la enseñanza primaria que habían elaborado
Ambrosio Rendu y el barón Jorge cuvier. Luis XVIII lo firmó el 29 de febrero de
1816.
Esta
ordenanza repercutió hasta fuera de Francia. Así el "Times" de
Londres escribía: "Observamos, con vergüenza para nosotros, que Francia
está, hoy día, mejor dotada, en lo tocante a educación, que ninguna parte del
Reino Unido, a excepción de Escocia".
Por la
nueva legislación, la religión quedaba como fundamento de la instrucción
primaria. (Art. 30) Tal disposición se debió, especialmente, a Ambrosio Rendu,
que consiguió conquistar a su amigo protestante Jorge Cuvier, hasta entonces
opuesto: "No desconfiemos del clero, le repetía con frecuencia. Estará con
nosotros si nosotros estamos con él. Convenzámosle de que la Universidad
quiere, sincera y ardientemente, la regeneración de los espíritus, por medio de
la fe cristiana. En esta obra capital hay que conseguir, cueste lo que cueste,
la alianza entre los Poderes Públicos y la Iglesia".
Mirando a
eso, el artículo 4 declaraba: "El cura cantonal presidirá los comités
gratuitos y de caridad destinados a vigilar y fomentar la instrucción primaria.
Además el párroco y su vicario colaborarán con el alcalde en la vigilancia
especial de la escuela, que debe ser visitada una vez al mes". (Art. 8 y
9).
El
párroco, junto con el alcalde, expedían el certificado de buena conducta a los
maestros y presentaban los nuevos para ser admitidos por el comité regional.
Por fin,
los obispos tenían el derecho a informarse de cómo estaba la enseñanza religiosa
en la escuela de culto católico, y, si asistían a la reunión del comité central,
ocupaban la presidencia. (Art. 10).
Pero la
administración civil era la única que entregaba o retiraba el título de capacidad,
la única que concedía o retiraba la autorización de enseñar.
Tres
artículos tenían la mayor importancia para las Congregaciones religiosas de
enseñanza: el 36 que establecía: "Toda asociación religiosa, al estilo de
los Hermanos de las Escuelas Cristianas, puede ser admitida para suministrar
maestros a los municipios que los soliciten, a condición de que dichas
asociaciones gocen de autorización oficial y que sus reglamentos y métodos
hayan sido aprobados por la Comisión de Instrucción Pública" el artículo
37 estipulaba: "Esas asociaciones y, en especial, sus novicios, podrán ser
sostenidas, en caso de necesidad, ya sea por el departamento que las solicite,
ya por los fondos de Instrucción Pública" el artículo 38, como
consecuencia lógica de esa dependencia financiera, aclaraba: "Las escuelas
provistas de maestro por esta última clase de asociaciones estará bajo la
vigilancia de las autoridades establecidas por la presente ordenanza".
MARCELINO
CONSIGUE LA ACEPTACION DE SU PROPUESTA.
El diácono
Champagnat, se enteró minuciosamente y con no poco entusiasmo de la nueva
legislación escolar, dado que la "Cámara" se mostraba favorable a la
enseñanza congregacionista, no sólo a nivel primaria, sino también a nivel
secundaria.
Los
llamados antes Liceos Imperiales, lo mismo que los Colegios Reales, debían
contar con un cuadro profesoral compuesto por sacerdotes y seglares, ligados
entre sí por compromisos temporales, en forma de promesas aceptadas por la
Comisión de Instrucción Pública. El conjunto de dichos eclesiásticos de segunda
enseñanza formaba la "Congregación de Colegios Reales".
El 5 de
septiembre de 1816, la Cámara devolvió el proyecto, y, además, los Hermanos de
las Escuelas Cristianas no aceptaron someterse al examen de capacidad, por lo
cual se aplazó y por fin quedó sin efecto el proyecto lionés.
No parece
que los seminaristas del grupo Courveille hayan pensado en recristianizar la
juventud burguesa por medio de la enseñanza secundaria, aprovechando las
disposiciones favorables del Parlamento. Estaban demasiado ocupados en sus proyectos
de misiones interiores, en la escatología mariana y en el "árbol de las
tres ramas".
Cuanto más
se acercaba, para los candidatos de la Sociedad de María, el día de la
ordenación sacerdotal, tanto más acaloradas eran las discusiones. De la rama de
los padres se encargaría Juan Claudio Courveille, quien todavía no estaba
tonsurado ni había recibido las órdenes menores, pero es el que había recibido
milagrosamente la misión. De la rama de las Hermanas se ocuparía un sacerdote
capacitado, tal vez Pedro Colin, a la sazón párroco de Salles-en-Beaujolais. Y,
por último, la Tercera Orden estaría a cargo de Juan Cholleton, quien además de
profesor de moral, era el encargado de algunas cofradías piadosas de la
diócesis.
La
inminencia de la escatología mariana y del fin del mundo, no permitía a la Sociedad
de María sino algunos años de vida, tal vez un centenar, de manera que Dios le
concedería, en poco tiempo, lo que otras Congregaciones consiguieron poco a poco.
Courveille
repetía las palabras que, anteriormente, escuchara en la Basílica del Puy:
"Yo imito a mi Divino Hijo en todo lo que hace para gloria de Dios. Así
como en tiempos del protestantismo, suscitó la Compañía de Jesús, cuyos
miembros se llaman Jesuitas, quiero que, en este siglo, de impiedad, de
inmoralidad y de revoluciones, se funde una sociedad que lleve mi nombre, que
se llame SOCIEDAD DE MARIA, y cuyos miembros se denominen MARISTAS. Esta
Sociedad subsistirá hasta el fin del mundo, contará con grandes santos,
alcanzará mucha gloria y sostendrá los últimos combates contra el Anticristo.
Marcelino
Champagnat encontraba molestas esas profecías; las tres ramas del árbol marista
le parecían insuficientes; creía necesaria una cuarta para instruir y educar a
los niños pobres del campo. A tiempo y a destiempo repetía sin cansarse: "Necesitamos
Hermanos para enseñar el catecismo, para ayudar a los misioneros, para enseñar
a los niños en las escuelas. Un campo inmenso se nos abre actualmente: el
apostolado de la juventud por medio de las escuelas elementales. La hora de la
instrucción del pueblo ha sonado. ¡Necesitamos Hermanos! Por fin, vencidos al
oír siempre el mismo estribillo, los candidatos a la Sociedad de María se
resignaron y le dijeron: "Está bien. Encárguese usted de los Hermanos, ya
que la idea ha sido suya".
Estas
palabras que revelaban cansancio e impaciencia, nuestro Beato las escuchó con
gran satisfacción; fueron para él como una misión celestial. En adelante, todos
sus deseos, anhelos y trabajos, toda su vida de oración, todo, en una palabra,
se orientó a la fundación de los HERMANITOS DE MARIA.
.
CAPITULO
XXVII: MARCELINO, ORDENADO SACERDOTE. |
La
arquidiócesis de Lyon abarcaba tres departamentos: Aine, Loira y Ródano. La
caída
de
Napoleón creó una situación muy difícil. El cardenal Fesch, tío del emperador,
oyó las ovaciones con que los parisienses saludaban el regreso de Luis XVIII. A
pesar de todo, hubiera querido quedar a la cabeza de su arquidiócesis. Para lograrlo
encargó a sus tres secretarios, Feutrier, de Quelen (ambos futuros obispos) y
Gillebert (candidato a la Sociedad de María), que redactaran, separadamente,
una súplica al Rey, reservándose él la redacción definitiva. Monseñor
Talleyrand, antiguo obispo de Reims y ahora Gran Capellán de Francia, entregó
la súplica, el 10 de julio de 1815, a Luis XVIII.
El Consejo
de Ministros la vetó, y Fouché, (el carnicero de Lyon) comunicó a Su Eminencia
que "le permitían salir del reino". El príncipe Metternich ofreció
escolta de honor para acompañar al Cardenal Fesch y a la señora Letitia (madre
de Napoleón) desde París hasta la frontera italiana.
El 19 de
julio, los dos exilados tomaron el camino, vía Melun, Auxerre, Dijon, Macon y
Bourg-en-Bresse, todavía ocupado por los austríacos, y donde el prelado celebró
la última misa en territorio de su diócesis. Pasada Génova, habitó algún tiempo
en Siena, antes de establecerse en Roma, en el palacio Falconieri, en agosto de
1815.
El 2 de
enero del año siguiente, una ley declaraba al cardenal desterrado o proscrito.
Monseñor de Bernis, antiguo arzobispo de Albi, fue propuesto para la sede de
Lyon, pero el Cardenal se negó a admitir, por lo que la arquidiócesis continuó
gobernada por tres vicarios generales: José Courbon, Renaud Gaspard, antiguo
cura constitucional de Lyon, y Claudio María Bochard. SOCIEDAD DE LA CRUZ DE JESUS.
Desde
varios años antes, Bochard trabajaba para fundar, en el Seminario Mayor, la
Sociedad de la Cruz de Jesús, cuyos fines casi se identificaban con los de la
Sociedad de María: misiones interiores y educación de la juventud.
Ahora
bien, el 22 de abril de 1814, el cardenal Fesch había firmado en Pradines,
Loira, una ordenanza que ocasionaría dolores de cabeza a los Maristas:
"Ninguna corporación será admitida, ni tan siquiera provisionalmente, ni
tampoco ninguna innovación en las ya existentes, sin nuestro permiso".
Esto favorecía, sin duda, en gran manera, al Vicario General Bochard.
Efectivamente,
el 2 de agosto de 1815, el Consejo Arzobispal aprobaba los estatutos de la
Sociedad de Jesús, y le confiaba todas las obras importantes de la diócesis:
misiones interiores, retiros espirituales y dirección de todos los seminarios
de la diócesis, tanto mayores como menores.
En la
primavera de 1816, once aspirantes estaban preparados. Encabezaba la lista el
vicario general Claudio María Bochard, que contaba 57 años, seguían Nicolás Lacroix
(1779-1861), director del Seminario Mayor y futuro Monseñor de la Croix de
Azolette; Juan María Mioland (1788-1859), maestro de ceremonias en el Seminario
Mayor y también futuro arzobispo. Seguían después, dos profesores del seminario
menor de l'Argentière: el director Juan María Barricand (1788-1826), futuro
profesor de teología en Lyon, y Claudio Francisco Antonio Chevalon (1776-1859),
prefecto de estudios y, años después, misionero diocesano de Lyon y Belley.
Aumentan la lista tres misioneros diocesanos: Andrés Coindre (1787-1826), que
será con el tiempo, fundador de los Hermanos del Sagrado Corazón y de las
religiosas de Jesús María; Mayol de Lupé, futuro fundador de las Señoritas de
San Luis Gonzaga; Montanier, futuro misionero de Francia y que, en 1827, tomará
parte en la bendición de Nuestra Señora del Hermitage. A continuación vienen
dos curas: Leonardo Furnion, antiguo Hermano de San Juan de Dios y luego de los
Hermanos de las Escuelas Cristianas quien, en ese año, era párroco de Cerdon
(Aine), y fundará, más tarde, la Adoración Perpetua del Sagrado Corazón de
Jesús; y por fin, Simón Gagneur, párroco de San Bruno de Lyon, y el subdiácono
Juan María Ballet (1794-1863).
Definitivamente,
el 26 de mayo de 1816, Nicolás Lacroix presentaba al Vicario General Bochard,
una súplica redactada por su destinatario solicitando el reconocimiento
canónico de la nueva congregación, con el nombre de "Sociedd de la Cruz de
Jesús", y al amparo de San Ireneo, en unión con los Corazones de Jesús y María,
a la manera de los Oblatos de San Ambrosio, fundados en el siglo XVI por san
Carlos Borromeo en Milán.
El 11 de
junio, en su nombre y en el de sus dos colegas en la vicaría, reconocía, como
ensayo, la nueva sociedad, nombrando a Nicolás Lacroix prepósito general por
cinco años.
EL
SACERDOCIO. COMPROMISO EN NUESTRA SEÑORA DE FOURVIERE.
El
iniciador de la Sociedad de María, Juan Claudio Courveille, recibió la tonsura
y las órdenes menores el 6 de abril de 1816; al día siguiente, el subdiaconado.
El ministro fue Monseñor Luis Guillermo Dubourg, recién consagrado obispo de
Nueva Orleans. El 22 de julio de ese mismo año, el mismo señor obispo administró
el presbiterado a Marcelino Champagnat y a varios candidatos más de la futura
Sociedad de María: Juan Claudio Colin, Juan Claudio Courveille, Etienne Déclas,
Janvier, Gillibert, Seyve y Terraillon.
Llegaban a
16 los que pensaban comprometerse en la proyectada Sociedad de María. A los
anteriormente nombrados podemos agregar Juan Pedro Mainand, Benito Perra, Tomás
Jacob, Benito Journoux, Francisco Mottin, Pedro Pousset, José Verrier y Pedro
Orsel. De esos 16, solamente 12 subieron en peregrinación a Fourvière, el 23 de
julio para encomendar a María su proyecto.
El joven
sacerdote Courveille celebró la santa misa en el antiguo santuario, ayudado por
Terraillon; los otros, entre ellos Marcelino, comulgaron de manos del
celebrante, considerado como superior.
El texto
del compromiso, firmado por todos los presentes, lo pusieron, durante la misa,
entre el ara y los corporales. Después de la misa, probablemente antes del
Magnificat, lo leyó en latín Juan Claudio Courveille, en forma de consagración
común.
"En
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Todo a mayor gloria de
Dios y en honor de María, Madre de Nuestro Señor Jesucristo. Los infrascritos,
queriendo trabajar para la mayor gloria de Dios y de María, Madre de Nuestro Señor
Jesucristo, declaramos y afirmamos que tenemos la sincera intención y firme
voluntad de consagrarnos, tan pronto como sea oportuno, en la Institución de la
muy piadosa Congregación de los Maristas. Por lo cual y con el presente acto y
nuestra firma, nos entregamos, con todo lo que poseemos, irrevocablemente y en
cuanto sea posible, a la Sociedad de la Bienaventurada Virgen María.
Esta
obligación nos la imponemos, no a la ligera, ni por infantilismo, ni con miras
humanas o ambicionando algún interés material, sino con toda madurez, después
de serio examen, después de haber consultado y pesado todo ante Dios, con el único
anhelo de la mayor gloria de Dios y honor de María, Madre de Nuestro Señor Jesucristo.
Aceptamos
todas las penas, todos los trabajos y angustias y, si fuera necesario, todos
los tormentos, porque todo es posible, fiados en aquel que nos conforta, Jesucristo,
a quien, de hecho, prometemos fidelidad en el seno de nuestra santa madre la
Iglesia Católica Romana, unidos a su jefe el Sumo Pontífice, así como al
Ilustrísimo Señor Obispo, nuestro Ordinario, para ser buenos ministros de Jesucristo,
alimentados por la palabra y la fe de la buena doctrina que hemos recibido por
la gracia de Dios.
Persuadidos
de que, bajo el gobierno de nuestro cristianísimo Rey, amigo de la paz y de la
religión, esta ilustre Institución será un hecho, prometemos solemnemente que
haremos todo lo posible personalmente, con todo lo que poseemos, para salvar
las almas, en nombre de la augusta Virgen María y bajo su protección, siempre
que sea del agrado de nuestros superiores.
Bendita y
alabada sea la santa e Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María.
Amén".
Esta
consagración cuenta como primer acto oficial, aunque en privado, de los candidatos
a la Sociedad de María, y puede considerarse como FECHA DE FUNDACION.
CAPITULO
XXVIII: VICARIO EN LA VALLA |
Pocas
semanas después de la ordenación (22 de julio de 1816) y de la consagración a
Nuestra Señora, los promotores de la Sociedad de María recibieron su nombramiento
pastoral, distribuidos por la inmensa arquidiócesis de Lyon.
Juan
Claudio Courveille, que pasaba como superior de los Maristas, fue nombrado
vicario de Verrières, (Loira). El seminario menor, en donde Marcelino estudió
desde 1805 a 1813, daba renombre al pueblo, y era atendido por la Sociedad de
la Cruz de Jesús, fundada el 11 de junio de 1816. Se diría que el nombramiento
fue con "segundas intenciones". El Vicario General Bochard esperaba
poder, así, incrementar su sociedad con Courveille y sus Maristas.
Pedro
Colin, anteriormente en Coutouvre, resultó nombrado párroco de Cerdon (Aine),
en julio de 1816, ayudado por su hermano Juan Claudio. Remplazaba a Leonardo Furnion,
miembro, éste, de la Sociedad de la Cruz de Jesús.
Esteban
Déclas, primer confidente de Courveille, será vicario en St-Igny-de-Vers
(Ródano) a partir del 1 de agosto.
Esteban
Terraillon fue enviado a Corbenod (Aine) el 10 de agosto. Juan Claudio Gillibert,
ayudante en el seminario menor de Argentière. Felipe Janvier, futuro confidente
del Beato Marcelino, salió como misionero a Luisiana (Estados Unidos). Juan
Bautista Seyve se ocupó como vicario en Tarentaise que limita con La Valla,
cuyo vicario era desde el 12 de agosto de 1816, Marcelino Champagnat.
Llegada a
La Valla.
Recibido
su nombramiento y previendo la próxima fiesta de la Asunción, el padre
Champagnat salió inmediatamente para su destino. Al divisar el campanario, se
postró de rodillas, poniendo la parroquia al amparo de Jesús y de María.
Se levantó
y quedó admirado del espléndido y romántico paisaje. El pueblecito se veía como
refugiado a 700 metros de altura, en las faldas de un barranco y circundado por
las majestuosas cimas rocosas cercanas, primeras estribaciones de los bosques y
montes del Pilat. En el fondo murmuraban el Ban y el Gier que, muy cerca, se
precipitaban en cascada impresionante de 33 metros. No se encuentra terreno
plano que mida 10 metros cuadrados. Los numerosos caseríos semejan encaramados
nidos de águila en las incontables laderas. Hacia el sur, se contemplan las
ruinas del castillo Le Thoil. El manto vegetal pobre, solamente en el fondo de
las cañadas, llegaba a 50 ó 60 centímetros. Como industria manufacturera
únicamente existía un molino para seda, instalado en el siglo XVIII, por un
italiano de Bolonia, en la parte alta del caserío Luzernod.
La
parroquia de La Valla, debido al Concordato de Napoleón I (1803) era muy amplia;
comprendía, en aquella época, los municipios de La Valla y de Bessat.
El joven
sacerdote se detuvo en la iglesia para orar. Pobre, pequeña y vieja, pues se
remontaba al año 1005. Las tres campanas se salvaron, no se sabe cómo, del
vandalismo revolucionario. Databan de 1532, 1535 y 1584, o sea, de la época del
Renacimiento, cuando reinaban Francisco I y Enrique III. Las inscripciones,
casi invisibles, y el local sucio y descuidado, desgraciadamente.
La casa
parroquial, muy próxima a la iglesia, la ocupaba desde el 5 de febrero de 1812,
Juan Bautista Rebod, natural de St-Just-le-Velay (Alto Loira) que actualmente,
se denomina St.-Just-Malmont. El padre Champagnat llamó a la puerta y apareció
el señor cura, joven de 38 años.
La penosa
impresión de negligencia repugnó a Champagnat en el interior de la iglesia,
subió de punto en la casa parroquial: botellas de vino enmohecidas rodaban por
todos los rincones. El párroco Rebod se las echaba de poeta y alimentaba su vocabulario
poético con frases estrambóticas. Además era tartamudo. El vicario se percató
muy pronto de que el señor cura no podía predicar; se contentaba con dar, mal
que bien, algunos avisos a sus feligreses en las misas de los domingos.
Se notaba,
a ojos vistas, que el presbítero Rebod pertenecía a la generación de sacerdotes
formada (?) durante la Revolución y el Imperio, época de miseria espiritual,
época en la que la Iglesia se vio obligada a "hacer fuego con la mala leña
que tenía". La parroquia de La Valla no carecía de cura, pero, en
realidad, estaba abandonada.
Guerra a
los bailes.
El 15 de
agosto de 1816, el nuevo vicario predica por primera vez. Seguramente no fue
ninguna pieza de oratoria sagrada, pero sí lo hizo emocionado y sincero; nada
menos que desde el púlpito, cosa no vista en años anteriores. El auditorio
celebró ese gesto lleno de celo.
Pero el 15
de agosto era fiesta nacional desde tiempos de Luis XIII, que reinó de 1610 a
1643. El mismo Napoleón la guardaba y había fijado, expresamente, para ese día,
la fiesta del "místico" san Napoleón. Ahora bien, para el pueblo no
había fiesta sin baile.
Desde la
Revolución y el Imperio, los antiguos bailes regionales habían degenerado en
danzas o valses que los soldados habían copiado de Alemania. En los antiguos
bailes populares, los participantes no se tocaban; sólo ocasionalmente se
tomaban de la mano. En los modernos, las parejas están estrechamente unidas y
se mueven como un todo, lo cual era un gran escándalo para los no acostumbrados
de aquella época. Tanto es así, que, los que tenían casa de bailes modernos, se
veían obligados a renunciar a ellas si querían ser absueltos en confesión; sólo
se exceptuaban los bailes familiares, por ejemplo, en una boda.
No
solamente el clero se oponía a semejantes bailes. El 8 de julio de 1807, el
Diario de París escribía: "Hace tiempo que los esposos, las madres y todo
el mundo sensato grita contra los bailes. No hay costumbre más propia que esas
danzas para atolondrar a las mujeres y para excitar el fuego en todos sus sentidos.
J.J. Rousseau aseguró que nunca permitiría que su hija o su mujer tuvieran esa
clase de diversiones." Al lado de los inconvenientes morales, el Diario
añadía: "Hay otro inconveniente que, tal vez, llame más la atención. Esos
bailes modernos alteran los rasgos propios, cansando los miembros hasta
ocasionar accidentes. La semana pasada, una madre joven abandonó la criatura
que estaba amamantando, para sumarse al torbellino de la danza. La sangre y la
leche se le subieron a la cabeza, y sólo tuvo tiempo para decir: 'Me siento
mal' y allí murió, en brazos de su acompañante".
El Beato
Marcelino, compartía, naturalmente, las opiniones de su tiempo y por eso
declaró la guerra a los bailes en La Valla. Cuando los feligreses le notificaban
que tal día habría un baile, en éste o aquel caserío, anunciaba, desde el
púlpito, su propósito de ir ese día al lugar determinado para dar catecismo.
Generalmente, eso bastaba para que se suspendiera la fiesta.
Los días
de carnaval visitaba los poblados por la tarde. En el primer caserío sorprendió
una reunión numerosa. El local rebosaba de público, atraído por la música y los
bailes. Escuchó algunos momentos, luego abrió la puerta y entró repentinamente.
Echó un severo vistazo sin decir palabra, lo que ocasionó el inmediato cese de
canciones y danzas. Todo el mundo se preocupó en escabullirse por puertas y ventanas.
Los que no consiguieron fugarse, se escondieron bajo las mesas. Al fin, sólo la
dueña de la granja se presentó ante el vicario. Con lágrimas pedía perdón, alegando
ser la primera vez. "¿Y a la primera vez se ha dejado atrapar?",
repuso Champagnat.
Por el
estilo sucedió en otro caserío cercano. El buen padre regresó a casa después de
media noche, con frío, cansado por los montes y barrancos de los tortuosos caminos,
y se acostó sin cenar, pensando en la misa del día siguiente.
Danzantes
y organizadores se las arreglaron poniendo centinelas y, tan pronto como el
ladrido de los perros o la señal de los vigilantes, delataban la presencia del
vicario, cesaba el baile y los danzantes desaparecían.
Marcelino
Champagnat luchó, increpó, fustigó tan vivamente, desde el púlpito contra ese
mal, tomó tales medidas, instando a los jóvenes, así como a los padres de familia
personalmente, que consiguió acabar con esas reuniones. Así lo dice su primer
biógrafo, el Hermano Juan Bautista, en 1856.
CAPITULO
XXIX: CRISTIANIZACION DE LA VALLA. |
La
Revolución impactó fuertemente a los campesinos, y los habitantes de La Valla
no se opusieron al nuevo orden de cosas y costumbres. Organizaron su propia
Guardia Nacional que demostró su heroísmo "en la mesa y en las
cantinas". El culto a la Diosa Razón se instaló en la antigua iglesia
parroquial de San Andreol. Los fieles "refractarios" se vieron
obligados a celebrar los oficios religiosos en una ermita llamada de L'Etrat.
El 27 de diciembre de 1793, cuando el reducido número de fieles celebraban
vísperas, la invadió y ocupó la gendarmería revolucionaria. El domingo
siguiente, dos clubistas de St-Chamond destruyeron las cruces del cementerio parroquial.
El señor
cura Gaumont y su vicario Robin prestaron juramento cívico "a medias, para
salvar las apariencias", sin romper con la doctrina y disciplina de la
Iglesia Católica; nunca se sometieron al obispo juramentado de Lyon, el célebre
Lamourette. El procurador o fiscal de la audiencia territorial amenazó con
fusilar a todos los habitantes de La Valla que no se sometieran dócilmente a
las disposiciones oficiales. Finalmente, el buen cura Gaumont acusado de
fanatismo, fue guillotinado en Feurs, el 8 de octubre de 1794.
El culto
católico se restableció en La Valla el 15 de noviembre de 1801, con alegría
general. Pero agrias pasiones dividían a sus habitantes, más amigos de la propiedad
privada que de la pública, empeñados en entablar procesos y ganarlos por medio
del disimulo y la corrupción. A la decadencia moral de muchos, se añadía la
pérdida o, por lo menos, la disminución de la verdadera fe. El pobre cura Rebod
no era, verdaderamente el hombre capaz de remediar esta triste situación.
REGLAMENTO
DEL NUEVO VICARIO.
Marcelino
Champagnat adivinó pronto que su misión prioritaria era restaurar cristianamente
la parroquia, y para conseguirlo creyó necesario un alto nivel espiritual
personal, convencido de estos viejos axiomas: a) Nadie da lo que no tiene, b)
La oración es el alma de todo apostolado.
Fiel al
espíritu sulpiciano de su seminario, se trazó un reglamento detallado en 18 apartados,
comprometiéndose a observarlos estrictamente.
Se
levantaba todas las mañanas a las 4, hora solar, correspondiente a las 5, hora
oficial. Después del aseo personal, dedicaba 30 minutos a la meditación antes
de salir de su habitación. Esta meditación la preparaba la víspera, por la
noche, antes de acostarse.
Antes de
la misa cotidiana, se recogía durante 15 minutos, y después de ella dedicaba un
buen rato a la acción de gracias.
Leía las
rúbricas del misal, por completo, una vez al año. Después de misa se ponía a
disposición de los que quisieran confesarse.
Retirado,
luego, a su despecho, se ocupaba en el estudio, a menos que se lo impidiera su
ministerio pastoral. Consagraba, diariamente, una hora al estudio de la Teología,
y mucho tiempo a preparar sus instrucciones.
No olvidó
nunca la visita diaria al Santísimo Sacramento. El recuerdo de la gracia
santificante y la presencia de Dios lo acompañaban en todas sus acciones; por
eso huía, con mucho cuidado de todo lo que fuera indigno de un sacerdote. En
cuanto a las comidas, recreos, descansos y, en general, en todo lo posible, se
acomodó al reglamento del Seminario Mayor de Lyon.
Una parte
de la tarde estaba reservada para los enfermos, yendo a verlos en sus casas si
eran ancianos o graves. Antes de partir no omitía nunca la visita al Santísimo
Sacramento, repitiéndola al regreso, para pedir perdón a Dios por las faltas ocasionales
y para dar gracias por los favores recibidos.
El
apartado 13 del reglamento decía: "Me esforzaré, de modo especial, en la
práctica de la amabilidad, y, para llevar más fácilmente al prójimo a Dios,
trataré a todos con esmerada delicadeza y bondad".
Por la
noche, antes de seleccionar el asunto de la meditación para la mañana siguiente,
examinaba su conciencia, y si descubría alguna murmuración o palabra vanidosa,
se imponía tres disciplinazos como penitencia. La disciplina entraba también en
juego cuando había faltado con relación a los ejercicios de piedad, siempre en
unión con los sufrimientos de Jesucristo. "Con esos golpes de disciplina,
anota él, quiero hacer actos de amor y de fe, suplicaré a la Santísima Virgen
María que se digne presentar esta mi pobre ofrenda a la Santísima
Trinidad".
Con tal
reglamento y la firmeza de su carácter para cumplirlo, hizo mucho bien a los
habitantes de La Valla.
SU PLAN
MISIONAL.
La
abnegación apostólica, por más fervorosa y desinteresada que sea, no será benéfica
y eficaz si no está adaptada inteligentemente. El Beato Champagnat lo sabía
bien y estaba plenamente convencido de ello. Ciertamente que no recurrió a encuestas,
ni a sondeos, ni a equipo pastoral, como lo recomienda la sociología actual,
pero sí supo valerse de medios que, aunque empíricos e intuitivos, resultaron
en consonancia con el fin propuesto.
Su primer
biógrafo, el Hermano Juan Bautista, advierte que "comenzó por estudiar,
cuidadosamente, el espíritu de los feligreses, su carácter, sus buenas cualidades,
los vicios y defectos, los abusos y desórdenes dominantes". Concientizado
suficientemente de todos esos aspectos, se recogió en presencia de Dios, trazó
su plan, formó proyectos con rara prudencia para reformar los abusos, corregir
los defectos, fomentar la piedad y demás virtudes cristianas. Se esmeró en que
su ministerio se adaptara a todos, con el fin de hacerles el mayor bien
posible.
El nuevo
vicario no pretendía obrar a escondidas de su párroco, como francotirador, no.
Pero debido a que el señor cura, Rebod, se limitaba a lo mínimo necesario, no
le fue posible una pastoral de conjunto. Por lo menos el joven Champagnat presentaba
al párroco todos sus proyectos, solicitaba su consejo y parecer, con él preparaba
el método y la aplicación práctica. Para todo lo que se proponía emprender en
la parroquia pedía su beneplácito.
Esta
constante conducta suponía mucha virtud en Marcelino, por cuanto, muy pronto,
envidioso el señor cura de los éxitos apostólicos de su vicario, se lo dio a
conocer brutalmente. Firme en su proceder, el Beato siguió fiel a esta vieja
máxima: "El celo, para que sea agradable a Dios y útil al prójimo, debe
someterse a la obediencia". En consecuencia, prefería abandonar algún
proyecto, dejar alguna obra buena, antes que lanzarse a obras apostólicas sin
el consentimiento de su superior.
Por otra
parte, nada de espectacular ni teatral tenía el plan apostólico de Champagnat
para recristianizar La Valla. En todo lo demás se parecía al de las misiones
"interiores" que emocionó a las multitudes durante la Restauración.
Su primera
preocupación fue catequizar, educar e instruir a los niños. Para ello fundará
la Congregación de los Hermanitos de María.
Al mismo
tiempo, importaba mucho atender a los adultos, y lo procuró con sus sermones
dominicales y por medio de la catequesis especialmente organizada para ellos en
los caseríos lejanos.
Aumentó
razonablemente los actos religiosos en la parroquia, con el canto de Completas,
acompañado de una lectura espiritual adaptada a su auditorio. Al mismo tiempo,
para facilitar las confesiones, añadió las vísperas al final de la misa dominical.
En la
lucha contra los vicios, se dedicó especialmente a desarraigar la embriaguez,
los bailes y reuniones nocturnas, la blasfemia y las malas lecturas. Los enfermos
y los pobres fueron siempre sus favoritos; visitaba a los primeros y socorría a
los segundos, física y moralmente.
Este
programa, por más ambicioso que parezca, lo desarrolló el Beato Marcelino, plenamente,
con la gracia de Dios y la protección de María.
CAPITULO
XXX: EL CONTEXTO ESCOLAR. |
En medio
de su absorbente actividad apostólica visitando familias que ignoraban todo lo
referente a la religión, o enseñando el catecismo a niños y adultos, el Beato
Marcelino sentía cada día más la obsesión por aquel encargo que le confiaron
los aspirantes maristas en el Seminario Mayor de Lyon: fundar la rama de
Hermanos para la enseñanza.
Siempre
tenía presente esa intención en sus oraciones, y esperaba, como Samuel, la hora
de la Providencia: "Heme aquí, Señor, para hacer tu voluntad".
A veces le
asaltaba alguna duda: "Dios mío, decía entonces, aleja de mí ese pensamiento
si no viene de ti, si no ha de procurar tu gloria y la salvación de las almas".
Después
continuaba tranquilamente, buscando la ocasión para realizar la idea que el
Señor le había inspirado.
SITUACION
ESCOLAR EN SAINT-ETIENNE.
Es falso
que esta comarca careciera de escuelas primarias cuando Marcelino Champagnat
llegó a La Valla. Los 75 municipios que formaban el partido judicial poseían un
número importante de escuelas primarias desde hacía diez años. La administración
entendía por escuelas primarias dos tipos algo diferentes: a) Las que se
limitaban a lectura, escritura y rudimentos de aritmética.
b) Las que
añadían latín, historia y geografía, con menos de tres profesores y alumnado
inferior a 50 niños. Además, desde 1807, estas escuelas primarias se clasificaban
en dos categorías.
1)
Escuelas públicas cuyos maestros eran puestos por el Consejo Municipal, que
debía proporcionarles alojamiento y determinar la retribución con la que
contribuirían los padres de los alumnos para el mantenimiento de los maestros.
2)
Escuelas privadas, establecidas por iniciativa propia de algún maestro, sin intervención
de la autoridad estatal. La retribución la establecía el profesor, de acuerdo
con los padres o tutores de los niños.
En cuanto
al alumnado concurrente, se distinguían las escuelas para niños, para niñas y
mixtas.
Cuando el
Imperio de Napoleón I llegó a su apogeo, 18 ayuntamientos de los 75
dependientes de Saint-Etienne sumaban 37 escuelas para niños, atendidas por 45
maestros y 5 maestras. Asistían a ellas un total de 1501 alumnos. Seis de esas
escuelas eran públicas o estatales.
El
ayuntamiento de Saint-Chamond contaba con tres escuelas para niños: la que
regenteaban los Hermanos de las Escuelas Cristianas en la cabecera del municipio
y dos dirigidas por particulares, una de ellas en Doizieux y otra, precisamente
en La Valla.
Las escuelas
para niñas eran algunas menos. 19 ayuntamientos disponían de 34 escuelas,
siendo 116 las maestras que atendían en ellas a 1674 niñas. Catorce eran
públicas, a cargo de religiosas de enseñanza: Hermanas de San José, Hermanas de
San Carlos y Beatas Ursulinas. En Saint-Chamond, Saint-Julien-en-Jarrez y La
Valla funcionaban escuelas para niñas.
Hay que
añadir 30 escuelas mixtas en 16 poblaciones, con 613 alumnos y 399 alumnas.
Trece eran estatales, una de religiosas y dos de profesores seglares. En el
cantón de Saint-Chamond sólo existía una de esta clase, en Izieux.
En
resumen, según datos oficiales del año 1807 y refiriéndose siempre a
Saint-Etienne, el alumnado llegaba a 4187, siendo 2114 niños y 2073 niñas.
Todos ellos cursaban primaria más o menos completa en 101 establecimientos,
atendidos por 59 profesores y 204 profesoras. De ellos, 8 eran Hermanos de las
Escuelas Cristianas, y 147 religiosas. O sea, que los centros estatales
estaban, en su mayor parte, confiados a religiosas.
Si a este
inventario de 1807 añadimos las escuelas clandestinas, la enseñanza dada en
familia o en las parroquias, la de maestros ambulantes y otras nuevas escuelas
abiertas algún tiempo después, v. gr. la de los Hermanos de las Escuelas Cristianas
en Rive-de-Gier, se llega a la conclusión de que cuando nuestro Fundador arribó
a La Valla, la mitad de la población escolar asistía, por más o menos tiempo, a
las escuelas primarias, y que, en La Valla, funcionaban una para niños y otra
para niñas.
APLICACION
DE LA ORDENANZA DE 1816.
Este
decreto de Luis XVIII impulsó en gran manera la instrucción primaria. Citemos
el artículo 14: "Todo ayuntamiento debe proveer para que los niños que lo
habitan reciban instrucción primaria que, para los pobres, ha de ser
gratuita".
La nueva
organización escolar rompe con la centralización. La escuela elemental depende
directamente "de un comité gratuito de caridad que vigilará y animará la
instrucción primaria". Comúnmente se llamaba Comité Cantonal y lo presidía
el señor cura de la parroquia municipal.
La
formación de dicho comité necesitaba estar de acuerdo con Lyon, capital académica
y sede episcopal, y también con Montbrison, cabecera departamental.
La
situación de una parte de las autoridades tutelares era muy precaria. Suprimida
la Universidad Napoleónica, fue remplazada por un "Comité de Instrucción
Pública" en espera de no se sabía qué.
Muchas
academias dependían de interinos sin título. En la de Lyon se sucedieron ese
año, 1816, el padre Román y el inspector Poupar, quien tomó la iniciativa de
poner en marcha la ordenanza del 29 de febrero. Pero el Arzobispo Cardenal
Fesch vivía exiliado en Roma, y la administración dependía de sus tres Vicarios
Generales.
Finalmente,
la realización de la nueva organización incumbía al Gobernador del Loira,
vizconde de Monneville.
El 5 de
julio de 1816, envió sus instrucciones al prefecto de Saint-Etienne, quien
dispuso, para ese partido judicial, la creación de 9 "comités
municipales". Después de los dos relativos a Saint-Etienne, los otros dos
más importantes correspondían a Saint-Chamond y Rive-de-Gier, cuya población
alcanzaba, en cada uno, a los 17000 habitantes.
El clero
formaba el tercio de los miembros del comité; a veces llegaba a ser la mitad,
como sucedía en Pelussin y en Chambon. Hubo que esperar hasta finales de
septiembre para que esos Comités, formados por "personas conocidas como
adictas al Rey y de buenas costumbres", estuvieran completamente activos.
El
artículo 10 del decreto encargaba al Rector de la Academia la firma del
"título de capacidad". Los había de tres grados: El diploma de tercer
grado se otorgaba a los instructores que supieran leer, escribir y conocieran
las cifras romanas y árabes. Para el segundo grado exigían, además, ortografía,
las cuatro operaciones aritméticas y el método simultáneo de los Hermanos de
las Escuelas Cristianas. El primer grado añadía, a los conocimientos
anteriores, reglas gramaticales, agrimensura y conocimientos rudimentarios de
geografía.
Para
solicitar examen de esos grados, el candidato tenía que presentar al Rector de
la Academia dos certificados de buena conducta, uno del señor cura y otro del alcalde.
Si el aspirante había residido en varios municipios durante los tres años anteriores,
tenía que proveerse de los respectivos certificados. El examen lo efectuaba el
Inspector de la Academia, que podía delegar su autoridad.
Conseguido
el "Brevet" o diploma, el instructor debía presentarlo al Comité Cantonal
para que éste solicitara del Rector de la Academia permiso especial para
enseñar en lugar determinado. El Prefecto correspondiente podía aprobarlo o rechazarlo.
Tales eran
las principales condiciones que la Ordenanza del 29 de febrero de 1816
establecía para ejercer la docencia cuando el Beato Marcelino Champagnat se disponía
a fundar la Congregación de los Hermanitos de María.
.
CAPITULO
XXXI: LA FUNDACION. |
Corriendo
el otoño de 1816, se efectuó progresivamente la aplicación del nuevo sistema
escolar previsto por la ordenanza del 29 de febrero. Los Comités Gratuitos y de
Caridad para vigilar y animar la enseñanza primaria, estaban en marcha al terminar
el mes de septiembre.
El
inspector Poupar, en funciones de Rector de la Academia lionesa, expuso en La
Valla una pancarta fechada el 14 de octubre de 1816, intimando a todos los
instructores que ejercían en el partido judicial de Saint-Etienne, para
comparecer sin tardanza, ante el Principal del colegio de la villa de
Saint-Chamond, el sacerdote Cathelin, a presentar el examen antes del 1 de
enero de 1817, so pena de ser borrados en la lista de instructores.
El 15 de
octubre recibió Cathelin la delegación oficial en los siguientes términos:
"El celo que te animó siempre por el bien del pueblo, me lleva a esperar
que cumplirás pronto el propósito bienhechor de Su Majestad".
Finalmente,
el 31 de dicho mes y año, Poupar le remitió 60 diplomas de tercer grado y 15 de
segundo. La máquina de la administración educativa comenzaba a funcionar.
JUAN MARIA
GRANJON. (1794-1859) El mes de octubre de 1816 fue igualmente decisivo en la
fundación de los Hermanitos de María. Efectivamente, el domingo, día 6,
festividad de Nuestra Señora del Rosario, después del oficio, el Beato Marcelino
llamó a un joven cuya piedad y buen comportamiento le habían impresionado.
Se trataba
de un empleado agrícola del caserío de Luzernod. Probablemente trabajaba en la
propiedad de Juan Renaud, en donde murió el 29 de diciembre de 1819, un hermano
de dicho joven.
Una breve
conversación convenció al futuro fundador de que ese empleado de granja podría
contribuir a la realización de su sueño dorado: el plan apostólico que le
preocupaba desde años atrás.
Se llamaba
Juan María Granjon; pertenecía a una familia de labradores que vivía en Terrasse,
caserío dependiente de Doizieux, en el ayuntamiento de Saint-Chamond. Vino a
este mundo el 2 de nivoso, año III, o sea, el 22 de diciembre de 1794. En realidad
no conoció a su madre, Claudine, que murió el 20 de abril de 1796, cuando el
niño contaba sólo 16 meses. Su padre, Juan Francisco, falleció el 8 de abril de
1800, y quedó huérfano a los 5 años.
En 1813,
el 28 de octubre, después de la derrota de Napoleón I en Leipzig, que, del 16
al 19 de octubre produjo 100000 bajas, nuestro joven se alistó en el ejército y
le tocó "granadero de la guardia imperial". Es muy posible que
participara en la campaña de 1814, y puede ser que combatiera en Waterloo 1815,
otra gran derrota de Napoleón. Por consiguiente, no hacía mucho tiempo que
estaba en La Valla cuando se relacionó con el vicario, señor Champagnat.
Pasadas
tres semanas desde el primer encuentro, Juan María Granjon abordó a Marcelino
para hablarle de un enfermo que se encontraba grave y quería confesarse. Aunque
era sábado, 26 de octubre, y ya próxima la noche, el vicario salió con su
acompañante. En el camino le platicó de Dios y de la vanidad de las cosas
terrenas, le recomendó la práctica de la virtud, y finalmente, le preguntó por
su futuro...
Encantado
Champagnat por las respuestas de su compañero de viaje, volvió al día
siguiente, domingo, a visitar al enfermo y también a Juan María Granjon.
Aprovechó Marcelino para regalarle un ejemplar del "Manual del
Cristiano". Como el joven no sabía leer, lo rehusó, pero el buen sacerdote
añadió: "Tómelo, tómelo; le servirá para aprender, yo mismo me ofrezco
para ayudarlo". Juan María aceptó gustoso.
MUERTE DE
JUAN BAUTISTA MONTAGNE.
Al día
siguiente, lunes 28 de octubre de 1816, llamaron urgentemente al vicario de La
Valla. El caso fue que Juan Bautista Montagne, hijo de un carpintero residente
en el caserío de Palais yacía gravemente enfermo.
¡Qué
dolorosa impresión para el celoso sacerdote al comprobar que un joven de 17
años ignoraba completamente la doctrina cristiana! ¡Ni de la existencia de Dios
tenía la menor idea! ¿Qué hacer? Las disposiciones sinodales son tajantes: "El
confesor no debe dar la absolución: 1º..., 2º..., 6ºA los que tienen cuadros o
representaciones lascivas, a los que guardan libros contra la religión o las
buenas costumbres; a las mujeres que descubren los senos o las espaldas con
inmodestia, después de haber sido advertidas de la falta alguna vez... 8º A los
que ignoran los principales misterios de la fe".
Precisamente,
el enfermo no conocía, ni rudimentariamente, el dogma católico, por lo tanto,
no podía ni confesarse ni ser absuelto válidamente.
Marcelino
Champagnat, sentado junto al enfermo, ensayó pacientemente y lo mejor que pudo,
instruirlo sobre la existencia de Dios y las demás verdades esenciales. El
enfermo estaba tan acabado, que a duras penas comprendía lo que le decían. Con
gran dificultad pudo retener lo más indispensable de la religión. Por último,
después de dos horas de catequesis, el incansable ministro juzgó que podía
confesarlo y darle la absolución. En seguida rezó con el enfermo repetidos
actos de caridad y de contrición, para prepararle a comparecer ante Dios.
El Beato
Champagnat se ausentó unos minutos para administrar a otro enfermo cercano.
Cuando regresó encontró a los padres de Juan Bautista Montagne llorando
amargamente. Su hijo había muerto unos instantes después de ausentarse el sacerdote.
Doble
sentimiento impactó fuertemente el corazón del celoso vicario: a) alegría espiritual
por haber llegado a tiempo para encaminar al joven Montagne al cielo.
b) Horror,
pensando en el inminente peligro de condenarse en que se encontraba el enfermo.
La emoción
le duró todo el camino de regreso. No pudo quitar de sí el pensamiento del
lamentable estado religioso en que se encontraba Francia después de la Revolución
y del Imperio. ¡Cuántos otros niños, pensaba, se encontrarán en esas mismas
condiciones! ¡Cuántos correrán el mismo peligro en que estuvo Juan Bautista
Montagne, porque no han tenido quien los instruya en la doctrina cristiana! El
trabajo de catequesis correspondía, sin duda, a los maestros; pero, ¿cuántos,
entre ellos, eran capaces y dignos de esa misión? Muchos habían conseguido
certificados falsos de buena conducta, temerosos de no poder conseguirlos
legalmente antes del 1 de enero de 1817, para presentarse a examen. Otros no
tenían más preparación que la adquirida en el cuartel o sobre el campo de
batalla durante la Revolución y el Imperio.
En
Saint-Etienne por ejemplo, el profesor Guerin era un anarquista,
"revolucionario furioso, hombre de tal modo peligroso que todos lo
temían" Con razón o sin ella, los numerosos instructores ambulantes eran
tildados de inmorales. Se les acusaba de desmoralizar a la juventud con sus
discursos impíos y sus libros envenenados, sembradores de la corrupción, de la
irreligión y de ideas antimonárquicas.
El
inspector Guillard anotaba el 9 de julio de 1830: "Se cita al profesor
ambulante de La Valla, un bribón del Delfinado cuyo nombre se ignora, quien
fomenta la inmoralidad y la irreligión en tal forma, que las familias de los
niños instruidos por él, no pisan la iglesia".
Había
algunos, incluso, borrachos; otros eran fracasados de la sociedad o de la política.
O sea, que los maestros de aquella época, salvo raras excepciones, formaban un
bonito club de marginados que estaban muy lejos de servir para la hermosa misión
de educar a la juventud.
Con el
episodio de Juan Bautista Montagne, la resolución de Marcelino Champagnat cuajó
en firme. Se imponía como deber pasar del proyecto a la realización. Era
indispensable una congregación religiosa dedicada a la enseñanza.
La noche
se había echado encima, pero eso no impidió que Marcelino, haciendo un rodeo,
regresara por Luzernod para declarar abiertamente a Juan María Granjon, lo que
pretendía iniciar.
El joven
que escuchó atentamente cuanto le propuso el padre, respondió: "Me consideraría
dichoso y feliz si usted me cree capaz de ocuparme en la formación cristiana de
los niños; a ella consagraré todas mis fuerzas, mi salud y mi vida entera".
Encantado
el vicario añadió: "¡Amigo mío, Dios lo bendecirá y la Santísima Virgen le
enviará compañeros!" De este modo tan sencillo y, en cierto modo, providencial,
podemos decir que, el 28 de octubre de 1816, comenzó en La Valla el Instituto
de los Hermanitos de María.
.
CAPITULO
XXXII: JUAN BAUTISTA AUDRAS. (Hermano Luis) |
El 5 de
septiembre de 1816, Luis XVIII disolvió la famosa "Chambre Introuvable).
Estaba compuesta por 392 diputados, de los cuales 350 eran ultra-realistas o monárquicos.
Políticos
del momento o recién llegados del destierro, esos "ultras" no
supieron adaptarse a la nueva Francia. Su tradicional honradez y sus
convicciones rivalizaban con sus ilusiones y su candidez. Formados en la
escuela de los pensadores sistemáticos y absolutistas, tenían un espíritu
estrecho y un carácter intransigente.
En 1815 se
lanzaron a depurar la administración de una manera por demás severa, que llevó
a cabo 70000 detenciones y ejecutó a varios militares entre ellos al general
Ney. Su conducta dio origen al título de "Terror Blanco".
Ya que el
mal, para ellos tenía su origen en la Revolución, rechazaron lo bueno del
régimen anterior, sobre todo la libertad de cultos y renegaron de la Constitución.
Más
papistas que el Papa, se opusieron al gobierno, juzgándolo muy liberal. El
gobierno decidió, e consecuencia, deshacerse de los amigos molestos y eligió
otros diputados más de acuerdo con la realidad del país.
La puesta
en marcha del nuevo sistema escolar y la fundación de los Hermanitos de María,
se desarrollaron en un ambiente electoral. Los monárquicos constitucionales
vencieron en esas elecciones.
1. JUAN
BAUTISTA AUDRAS Y LOS HERMANOS DE LAS ESCUELAS CRISTIANAS.
En 1799,
los Hermanos de las Escuelas Cristianas, fundados a fines del siglo XVII,
contaban tan solo con veinte miembros, refugiados en los Estados Pontificios y
dirigidos por el Hermano Frumencio. Atendían, únicamente dos escuelas: una en
Roma y la otra en Orvieto.
Resucitados
en Francia por el Cardenal Fesch y por el Primer Cónsul Bonaparte, fueron
reconocidos y autorizados por el artículo 109 del Decreto Imperial del 17 de
marzo de 1808, al organizar la Universidad de Francia. En 1815 formaban ya un
hermoso grupo de 310 Hermanos, 89 escuelas y 18920 alumnos.
El
Superior General, Hermano Gerbau, (1810-18229, residía en el "Petit
College", en Lyon, y allí, del 8 al 17 de septiembre, presidió el XIII
Capítulo General. La asamblea decidió retomar el hábito primitivo, con su
famoso manto de mangas cosidas, con el que aparentaban los Hermanos una imagen
con cuatro brazos, de lo que protestaban los Hermanos jóvenes. La misma
asamblea rechazó el proyecto del párroco de Auray, (Morbihan), Gabriel
Deshayes, que proponía afiliar a los "Grands Frères", como una
tercera Orden, su nueva congregación de "Petits Frères" de Auray.
El
Capítulo General tuvo eco en la región del Monte Pilat, porque desde 1805, los
Hermanos de las Escuelas Cristianas sostenían escuelas muy florecientes en
Saint-Etienne y Saint-Chamond. En 1806, volvieron a establecerse en Condrieu;
en 1808 en Rive-de-Gier. Aumentaron las escuelas en 1809 al fundar
Saint-Bonnet-le-Chateau y Saint-Galmier; en 1810 abrieron la de Annonay. Es
decir, que una serie de siete comunidades rodeaba la parroquia de La Valla.
Al
rechazar en 1816, el método de enseñanza "mutuo" y establecer el
"simultáneo", denominado también "método de los Hermanos",
la congregación atrajo hacia sí las miradas del público que reconocía su
desarrollo pedagógico. Desde la ordenanza del 29 de febrero de 1816, había
muchas peticiones solicitando Hermanos, pero las personas formadas
adecuadamente eran escasas.
Cuando los
Hermanos recibieron las notificaciones oficiales del XII Capítulo General, por
medio de una carta con fecha del 1 de octubre de 1816, se lanzaron al reclutamiento
tanto más cuanto que la ordenanza de febrero, en plan de aplicación, les
concedía muchas facilidades.
En este
contexto, Juan Bautista Audrás se trasladó a Saint-Chamond el domingo 27 de
octubre de 1816, a la casa de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Había
nacido el 1 Messidor, año 10 (20 de junio de 1802), dos meses después de la
promulgación solemne del Concordato de Napoleón y el mismo año en que los
Hermanos de las Escuelas Cristianas reabrieron sus tres primeras escuelas en
Francia: en Lyon, Villefranche y Orléans.
El joven
Audras llamó a la puerta y pasó a un local muy sucio e incómodo. Contó al
director que lo recibió, que sus padres eran agricultores en La Valla. "He
leído, dijo, hace algunos meses y de casualidad un librito: "Piénsalo
bien" y su lectura me ha impresionado fuertemente; he llorado. Decidido a
salvar mi alma cueste lo que cueste, caí de rodillas para pedirle a Dios que me
inspire lo que debo hacer para salvarme. Me levanté decidido a entrar en la
vida religiosa". -"¿Has hablado de esto con tus padres?"
-"Sí, algunos días más tarde; pero noo me tomaron en serio y no lo tienen
para nada en cuenta; por lo demás, tienen necesidad de mí en la granja. Pero
ahora, las cosechas ya han sido recogidas, y como ni mis pensamientos ni mis
sentimientos han cambiado, al contrario, me vine de mi casa para asistir
primero a la misa en la iglesia de San Pedro y ¡aquí estoy! Sírvase admitirme
en su noviciado de Lyon.
Impresionado,
el Hermano Director animó al joven postulante; pero sabiendo que sólo tenía 14
años, le dijo que tuviera paciencia por un año; mientras tanto, que encomendara
a Dios su vocación y consultara con su confesor este importante asunto.
Finalmente se despidió amigablemente de Juan Bautista Audras, regresándolo a su
casa.
2. JUAN
BAUTISTA AUDRAS Y EL BEATO CHAMPAGNAT.
Un tanto
decepcionado, pero no desalentado, regresó el joven a La Valla para la hora de
comer. Por la tarde de ese mismo día, Marcelino visitó un enfermo en Luzernod y
entregó el "Manual del Cristiano" a Juan María Granjon. Al día
siguiente, 28 de octubre, el vicario de La Valla confesaba al joven Juan
Bautista Montagne, cuando ya estaba agonizando, y al regreso a casa, logró, de
paso por Luzernod, que Granjon aceptara formar parte de la proyectada fundación
de los Hermanitos de María, como ya se ha comentado con anterioridad.
Ese mismo
año, la fiesta de Todos los Santos cayó en viernes y se suprimió la
abstinencia. Al día siguiente, 2 de noviembre de 1816, La Valla celebraba el
día de los difuntos y, en la tarde, como todos los sábados, el padre Champagnat
se puso a confesar, y es cuando se presentó Juan Bautista Audras.
El joven
lo puso al corriente de su vida espiritual así como de su intención de ingresar
con los Hermanos de La Salle. Le informó, de la petición que había hecho, el
domingo anterior, sin la autorización de sus padres, y el resultado de su
visita con el superior de Saint-Chamond.
El padre
escuchó con paciencia, sondeó los motivos de tal vocación religiosa para la
educación y, al final, le pareció encontrar en el muchacho, la segunda piedra
del edificio que quería construir.
El
confesor empezó alentando a su confidente para que lograra su anhelo de abrazar
la vida religiosa. Le aconsejó la oración fervorosa y cotidiana, para pedir al
Señor que le manifestara su santa voluntad. Pero, golpeado por la gran atención
que manifestaba el adolescente, guardó un momento de silencio y se recogió para
examinar delante de Dios lo que convenía aconsejarle. Le pareció entonces al
padre Champagnat que una voz interior le decía: "Yo he preparado este
niño, y te lo he encaminado para hacer de él el fundamento de la Sociedad que
debes fundar".
Dominando
la profunda impresión que le había dejado esta inspiración, el confesor propuso
a Juan Bautista que viniera a compartir la vida en común con Juan María
Granjon, ofreciéndose a darle una formación religiosa con lecciones a propósito
para dominar las disciplinas escolares y poder enseñar.
El joven
Audras regresó feliz al lado de sus padres y les hizo partícipes de la inesperada
propuesta de educación e instrucción hecha por el Vicario. Los padres vieron
una excelente oportunidad y una muestra de benevolencia para con ellos, de
manera que no presentaron ningún obstáculo al proyecto. En lo que respecta al
adolescente, ignoraba completamente que el Beato Champagnat lo había escogido
para fundar una nueva congregación de "Hermanitos" educadores.
.
CAPITULO
XXXIII: LA "CUNA" LA VALLA. |
La
"Sociedad de la Cruz de Jesús", fundada en Lyon el 17 de junio de
1816, por el vicario general Juan María Bochard, predicaba los retiros de
entrada en los seminarios menores de Argentière, Alix, Meximieux y Verrières.
Juan Claudio Courveille, iniciador y jefe del grupo de Maristas al que
pertenecía Marcelino Champagnat y que llegaría a ser la "Sociedad de
María" ejercía como Vicario en Verrières. Esto significa que el vicario
general seguía acariciando la idea de fundir las dos "Sociedades" en
una sola, bajo su alta dirección.
Después de
predicados esos cortos retiros en los seminarios menores, cinco padres de la
Cruz de Jesús salieron a predicar las primeras misiones parroquiales durante
dos meses, noviembre de 1816 al 6 de enero de 1817. Casualmente las realizaron
en Saint-Sauveur-en-Rue, al sur del Pilat, cerca de Marlhes. En ese lugar, los
Hermanitos de María abrirán su tercera escuela en 1820, reemplazando al maestro
Benito Arnaud, cuñado de Marcelino y profesor en el curso 1804-1805.
INICIO DE
UNA GRAN AVENTURA.
Tan sólo
dos meses después de la llegada a La Valla, el Padre Marcelino tenía ya dos
jóvenes dispuestos a fundar su Congregación. Al principio era Juan María Granjon
el único que estaba al corriente del proyecto, ya que Juan Bautista Audras pensaba
solamente en recibir una preparación especial mientras llegaba a la edad necesaria
para poder ingresar en el noviciado de Lyon.
No tardó
el dinámico vicario en informarle de su proyecto y le preguntó si le parecía
bien comprometerse en la aventura de una nueva fundación. Ante esa revelación y
pregunta, el adolescente respondió: "Desde que tengo la dicha de estar
bajo su dirección, no pido a Dios más que una cosa: saber obedecer y la gracia
de renunciar a mi propia voluntad. Así, pues, haga usted de mi lo que quiera,
con tal de que yo llegue a ser religioso".
Seguro,
ya, de sus dos aspirantes, se propuso Marcelino buscar un local, y lo encontró
a la salida de La Valla, en el camino a Luzernod.
Esa
casucha formaba, con la iglesia parroquial y la casa parroquial, un triángulo,
de tal modo que la parroquia se encontraba a igual distancia de los otros dos
edificios. Pertenecía a un labrador que vivía en La Rivoire, Juan Bautista
Monner, quien aceptó a cederla ya fuera comprada o simplemente rentada. Era
ciertamente pequeña, pero disponía de un huerto y un prado que medía
aproximadamente 500 metros cuadrados y llegaba hasta limitar un pequeño bosque
propiedad de la curia.
El
traspaso se hizo por vía oral, y Marcelino Champagnat, aprovechando sus ratos
libres, limpió y reparó el inmueble. También fabricó dos camas de madera y una
mesa para el comedor. Luego completó el rudimentario mobiliario con algunos
otros muebles viejos que le regalaron. La ropa de cama, los utensilios de cocina,
vajilla, etc., eran escasos o brillaban por su ausencia.
Paralelamente
a esta actividad, desde Todos los Santos, el vicario se interesó en la escuela
de niños que un maestro laico tenía en La Valla, probablemente en el caserío de
Sardier. La visitaba con frecuencia y platicaba largos ratos con el profesor sobre
problemas escolares concretos y asuntos pedagógicos.
Por
Navidad todo estaba preparado. Juan María Granjon y Juan Bautista Audras se
instalaron en dicha casita el jueves 2 de enero de 1817. Esta fecha se considera
como la fecha de la fundación de los Hermanitos de María.
LA PRIMERA
VIDA COMUNITARIA.
Juan María
Granjon acababa de cumplir los 23 años. A duras penas era capaz de distinguir
las letras del abecedario, pero como antiguo granadero de la "Guardia Imperial"
se le designó como director. El único súbdito, Juan Bautista Audras, sólo
contaba con 14 años, pero sabía leer.
Como
carecían de despertador, un alambre unía la casa parroquial con el noviciado,
distante unos cien metros. Con tal medio de comunicación, el vicario los
despertaba a las cinco de la mañana. El tiempo se distribuía entre la oración,
el trabajo manual y el estudio.
En
aquellos primeros días los ejercicios de piedad eran cortos y pocos. Al levantarse,
la oración de la mañana usual en la diócesis de Lyon, o sea: actos de adoración,
agradecimiento y ofrecimiento, seguidos del Padre nuestro, Ave María, Credo, Yo
pecador, mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia, algunas jaculatorias y
letanías del santo nombre de Jesús.
Nuestros
dos novicios asistían, después, a la misa del vicario y, a veces, cantaban
según la liturgia. La misa matinal tenía su complemento en una visita al Santísimo
al medio día en la iglesia parroquial.
Por la
tarde rezaban el rosario, y el día se cerraba con la oración de la noche: acto
de adoración, Padre nuestro, Ave María, Credo, examen de conciencia y acto de
contrición, seguido de una invocación a la Santísima Virgen, a los ángeles
custodios y a los santos patronos, y la letanía lauretana a la Santísima
Virgen.
Durante el
día, a hora conveniente, leían durante 15 minutos en el Manual del Cristiano o
en el Libro de Oro.
El
"Manual del Cristiano" contenía, además de las oraciones diocesanas
del día, oraciones para la misa, vísperas, completas, los 150 salmos, el Nuevo
Testamento, la Imitación de Cristo y algunos ejercicios preparatorios para los
sacramentos.
El llamado
"Libro de Oro" era un opúsculo subtitulado "Práctica de la
humildad", escrito por Dom Sans de Sainte-Catherine. Contenía una oración
de San Bernardo, un prólogo, el librito de oro o instrucciones sobre la
humildad para llegar a la perfección cristiana, un resumen de los sentimientos
y doctrina del venerable Jean Rusbroche, canónigo regular de la Orden de San
Agustín, sobre la humildad, una oración litúrgica para alcanzar la humildad,
máximas cristianas que pueden servir para una seria meditación, y, por fin, una
oración a la Virgen pidiéndole una buena muerte.
La primera
máxima propuesta decía: "Tu gran negocio es el de la eternidad", y la
última, o sea, la 160: "Amar a Dios sobre todo y al prójimo como a sí
mismo, es toda la ley. Amarse a sí mismo y buscarse en todo es la fuente de
todo pecado".
Según el
axioma de la regla benedictina "Ora et labora", la oración monástica
tenía que alternar con el trabajo. Para nuestros dos Hermanitos el trabajo no
era un punto más del reglamento, sino una necesidad. Efectivamente, fuera de su
exiguo sueldo de vicario y una pequeña parte por los servicios religiosos, el
fundador Champagnat no disponía de otra cosa y los dos formandos eran muy
pobres. El huerto y el prado nada podían producir por estar en pleno invierno;
para cultivarlos había que esperar tres o cuatro meses. De la parte agrícola se
encargaría Juan Bautista al llegar la primavera. Lo esencial del trabajo
invernal tenía que ser artesanal, especialmente la fabricación de gruesos
clavos de carpintería. Para esto se instaló, cerca de la pequeña cocina, un
yunque con su correspondiente fragua, y durante horas enteras, "la cuna de
los Hermanitos de María" despedía metálicos martillazos de la fragua,
especialidad, particularmente de Juan María Granjon.
Pero
oración y trabajo no formaban al profesor; era preciso reservar tiempo suficiente
para la preparación escolar. Los dos futuros maestros tenían que instruirse
previamente. Necesitaban poder leer correctamente en francés y latín,
ejercitarse en variedad de caligrafías, ser capaces de descifrar antiguos
manuscritos, asegurarse en las cuatro operaciones fundamentales de la aritmética:
suma, resta, multiplicación y división.
Fácil
resultaba pasar de la oración o de la lectura al manejo del martillo o del zapapico;
pero la mayor dificultad llegaba cuando se dejaban esos groseros instrumentos
para tomar delicadamente entre sus encallecidas manos, la ligera pluma de
cuervo y aplicarse en copiar finos arabescos, o hacer filigranas alternando trazos
gruesos y finos de la escritura, con habilidad.
.
CAPITULO
XXXIV: EL NOVICIADO DE LA VALLA. |
El 2 de
enero de 1817, el Beato Marcelino Champagnat reunió a sus dos primeros discípulos
en el noviciado de La Valla.
Ese mismo
día, el rey Luis XVIII promulgaba una ley, recordando el decreto del 3 Mesidor
año XII (22 de junio de 1804), por la que afirmaba nuevamente, que "las
leyes que se oponen a la admisión de cualquier orden religiosa, en las que se
obliga con votos perpetuos, continuarán aplicándose estrictamente."
Napoleón I entreabría, no obstante, la puerta "a toda asociación de
hombres o mujeres, siempre que estén formalmente autorizados por decreto
imperial, examinados sus estatutos y reglamentos, según los cuales se proponen
vivir y actuar".
En
realidad, la nueva ley recordaba que se exigía "autorización legal para
que una congregación religiosa pudiera gozar de personalidad jurídica".
A pesar de
la ley, o alentados por ella, las congregaciones nuevas brotaron en la Francia
de 1817.
Las
instituciones nuevas de mujeres serán siempre un misterio. Por nombrar alguna,
señalemos la fundada, en Cerdon, por los hermanos Colin: las Hermanas Maristas.
En Lyon, las religiosas de Jesús María, organizadas por el padre Andrés
Coindre.
En cuanto
a las de hombres, en ese mismo año, el capellán Antonio Boisson tomó, en la
diócesis de Viviers, la dirección del noviciado de los Hermanos de la
Instrucción Cristiana, que vivían en Nuestra Señora del Buen Socorro (Ardeche).
Dom Frèchard abrió el noviciado de los Hermanos de la Doctrina Cristiana de
Nancy, en Colroy-la-Roche (Vosgos). Guillermo José Chaminade fundó la Sociedad
de María de Burdeos, el 2 de octubre. Daniel Deshayes formó otro grupo de
Hermanos que llamó también de la Instrucción Cristiana, los cuales, en este mismo
año de 1817, abrieron ya dos colegios.
1.- UN
CRUEL CASO DE CONCIENCIA.
En La
Valla, el padre Marcelino seguía tranquilamente su obra. Cada día impartía
lecciones de lectura, escritura y cálculo a Juan María Granjon y a Juan
Bautista Audras, encaminándolos, paso a paso hacia la vida religiosa, les
detallaba sus puntos de vista y sus proyectos, trabajaba con ellos y les
ayudaba de diversas maneras.
En la
parroquia nadie sospechaba que aquella casita, a la salida del pueblo, pudiera
ser un noviciado y el núcleo de un instituto religioso: todos ignoraban su
objetivo real.
Pero he
aquí que, al finalizar la cuaresma, 30 de marzo de 1817, el Beato Marcelino
uniformó el traje civil de sus dos jóvenes y, para señalar la ruptura con el
mundo, los invitó a escoger un nombre que sería el de religión. Debido a su
gran devoción a san Luis Gonzaga, muerto a los 23 años, el jovencito Juan
Bautista Audras adoptó el nombre de Hermano Luis. Granjon conservó su nombre de
bautismo y se llamará Hermano Juan María.
Las
actividades agrícolas se formalizaban en La Valla pasadas las fiestas de Pascua,
por lo cual, la familia Audrás pensó en llamar al muchacho para los trabajos.
Puede ser
que la nueva vestimenta del Hermano Luis intrigara, en particular, a sus padres,
que no estaban al tanto de las miras de Marcelino Champagnat.
Sea por lo
que sea, los padres sorprendieron a su hijo en la casucha alquilada al señor
Bonner y le instaron a que regresara a la granja. Fue en vano. El Hermano Luis
les dio a entender que se sentía muy feliz en el nuevo estado y que su deseo
era continuar en él.
Pero
después de este fracaso, los padres del joven decidieron encargar el asunto a
su hijo mayor, Juan Claudio Audrás, muchacho de 24 años.
Al recibir
de su hermano el mandato expreso de regresar cuanto antes a su casa, el piadoso
novicio quedó consternado. Le vino a la mente que, a la edad de 15 años no
cumplidos todavía, no es uno mayor de edad y debe obedecer a sus padres. ¿Qué
hacer? Después de unos momentos de reflexión, se fue corriendo a la casa
parroquial, seguido de su hermano. Entró él solo en la habitación del padre
Champagnat y le suplicó llorando: - Mi hermano está aquí con orden de llevarme
a casa y yo no quiero irme. Por favor, padre, haga todo cuanto pueda para conseguir
que me deje tranquilo.
El vicario
alentó a su discípulo y salió para hablar con Juan Claudio que, cortésmente,
esperaba a la puerta. Con tono familiar, pero un si es no es autoritario, le
increpó: - De modo que vienes a llevarte a tu hermano.
- Sí,
señor cura; mis padres me han ordenado que me lo lleve a casa.
- En lugar
de seguir el parecer de tus padres, harías mucho mejor si les pidieras permiso
para quedarte aquí con él.
El
muchacho quedó perplejo ante una proposición tan inesperada. Luego, cobrando
ánimo, respondió: - Pero, padre, ¿qué haría usted de mí? - Un buen Hermano, un
religioso hecho y derecho.
- ¡Oh!
señor cura; no me haga usted reír. Yo soy muy bruto; no sirvo para religioso;
sólo valgo para trabajar la tierra.
- ¡Bah,
bah! No digas cosas malas de ti mismo. Saber trabajar la tierra ya es mucho.
Vente, vente con nosotros; estoy seguro de que estarás contento y de que te irá
muy bien.
- Tenga en
cuenta, señor cura, que soy muy malo para hacerme religioso.
- ¡Oh, no!
Yo te conozco y no eres ningún mal sujeto; eres un buen muchacho. Te aseguro
que, si vienes con nosotros, no te arrepentirás y acertarás.
Luego de
reflexionar unos instantes, ante el acoso del vicario, contestó: - Casi me dan
ganas, pero... se burlarán de mi cuando sepan que estoy aquí para ser Hermano.
- No te
preocupes por eso; deja que se rían todo lo que quieran. Anímate. Dios te
bendecirá, te sentirás feliz y salvarás tu alma, que es lo más importante. Vete
a comunicar a tus buenos padres que deseas vivir aquí con tu hermano. Te espero
esta semana.
2.- LA
OBRA SE CONSOLIDA.
Gran
asombro en la familia Audras esa tarde. De modo que Juan Bautista no viene y Juan
Claudio pretende ir con su hermano. Además vinieron a enterarse de los
propósitos del vicario: fundar una nueva congregación religiosa.
Indecisos
entre el orgullo santo de entregar dos hijos al servicio de Dios y de la
infancia, por una parte, y por la otra, verse privados de la gran ayuda que
podían esperar de esos mismos hijos para el trabajo del campo, lo pensaron
seriamente y optaron por un término medio: permitirían a los dos seguir su
vocación, pero posponían la ida del mayor hasta terminar las faenas, allá por
Navidad. Tal fue la respuesta que Juan Claudio llevó, gozoso, el domingo
siguiente a Marcelino.
Mientras
tanto, en Verrières, el vicario Juan Claudio Courveille había hecho venir a su
anciana madre, la cual murió poco después, el 15 de diciembre de 1816.
En
Verrières estaba, en cierto modo, bajo la influencia de la Sociedad de la Cruz
de Jesús; pero continuó, no obstante, con su proyecto de fundar la Sociedad de
María, y buscaba elementos para la Tercera Orden Marista.
Viendo el
vicario general Bochard que trabajaba inútilmente en ganar a Courveille para su
causa, lo nombró para Bourg-Argental, el 20 de junio de 1817. Ese nombramiento
no se llevó a cabo porque el 20 de agosto lo destinaron como vicario del
párroco Lancelot, en Rive-de-Gier.
Desde ese
momento, el jefe de los Padres Maristas, Juan Claudio Courveille y el fundador
de los Hermanitos de María, Marcelino Champagnat, estaban geográficamente muy
próximos, y podían intensificar su labor en común.
Efectivamente,
el 1 de octubre de 1817, mediante un empréstito hecho al notario de
Saint-Chamond, compraron conjuntamente y en calidad de copropietarios, la casa
noviciado de La Valla, a Juan Bautista Bonner por 1600 francos de los cuales,
600 fueron pagados al contado.
Así se
consolidó materialmente el noviciado, viendo, al poco tiempo, aumentar su
personal. Según lo previsto, Juan Claudio Audras se presentó en la incipiente
comunidad el 24 de diciembre de 1817 y pronto le siguió los pasos otro joven de
La Valla, Antonio Coutourier, que ingresó el 1 de enero de 1818.
Por
consiguiente, al cabo de un año el noviciado de La Valla albergaba dos novicios:
el Hermano Juan María (Granjon) (1794-1859) y el Hermano Luis (Juan Bautista
Audras) (1802-1847), más dos postulantes: Juan Claudio Audras , futuro Hermano
Lorenzo (1793-1851) y Antonio Coutourier, que será pronto el Hermano Antonio
(1800-1851).
CAPITULO
XXXV: EL CAMINO A LA SANTIDAD. |
Aunque
dedicándose completamente a la fundación de su congregación, el Beato
Champagnat no descuidaba sus obligaciones de vicario; es más, las sobrepasaba.
Restauró la vieja iglesia construida en 1005 y que estaba sumamente descuidada:
blanqueó con sus propias manos los muros enmohecidos, limpió y acondicionó los
altares y las estatuas, lavó y arregló los ornamentos.
Luchó
enérgicamente contra la embriaguez. Este vicio era tan común que el mismo cura
Rebod se imaginaba que el suelo de la parroquia no podía producir otra cosa
fuera de vino; y en consecuencia, bebía más de lo conveniente.
Inútilmente,
viendo los estragos del alcoholismo, el padre Champagnat trató de convencer a
su párroco; este último respondía que era necesario que los viñadores vivieran,
y animaba a su vicario a imitarlo. Marcelino llegó a privarse del vino durante
un año, pero esta silenciosa protesta no hizo más que exasperar todavía más el
cura.
1.
MARCELINO RECIBE A GABRIEL RIVAT.
Para
librarse de esa asfixiante atmósfera, el padre Champagnat solicitó en 1818 la
autorización de dejar el curato para irse al noviciado del que era copropietario
con el padre Courveille a partir del 1 de octubre anterior. Trasladó su pobre
mobiliario durante la noche para pasar desapercibido y evitar provocar
comentarios. Se acomodó en un pequeño aposento bajo y malsano: aunque era lo
mejor que había en la casita. Desde ese momento, siempre que se lo permitían
sus ocupaciones de vicario, compartió la vida de los "Hermanitos de
María"; preparaba los alimentos al igual que sus discípulos, pero aparte,
en su pequeña habitación, para comer con eventuales visitas; los Hermanos se
sentían así más libres entre ellos en esos cortos momentos.
Después de
la Pascua, el noviciado recibió dos nuevos reclutas, los dos oriundos de la
parroquia como los anteriores: desde luego, el 2 de mayo de 1818, Bartolomé
Badard, futuro Hermano Bartolomé (1804-1877) y el 6 de mayo del año siguiente,
a Gabriel Rivat, futuro Hermano Francisco (1808-1881). Aquel tenía 14 años y
éste únicamente 10.
La familia
Rivat habitaba en el pueblecito de Maisonnette, en una construcción poco
elevada, con un techo poco inclinado y pequeñas ventanas. El conjunto tan solo
consistía en dos cuartos: el de los padres y la cocina. Esta última, con su
alta chimenea y su pozo interior, servía de sala de estar y comunicaba con el
corral, más abajo. Los dos cuartos daban acceso a dos tapancos, muy
probablemente los dormitorios de los niños y de las niñas. A la derecha estaba
la caballeriza sobre la cual se encontraba el granero al que se llegaba por una
escalera de piedra, que en la noche podría haber sido de fatales consecuencias
para el pequeño Gabriel.
El
ambiente familiar era sumamente religioso: el lenguaje vigilado y la propiedad
privada estrictamente respetada; ayunos y abstinencias eran observados escrupulosamente
y el rosario recitado todas las tardes en familia. Un cuadro de Nuestra Señora
del Rosario colgado en el muro de una pared de la antigua Iglesia, nos recuerda
el ex-voto cumplido por la madre para agradecer a María el regreso sanos y
salvos de sus hijos enrolados en el ejército de Napoleón. Su nombre de pila era
Francisca Boiron, mujer que llevó a su cintura de joven y hasta su matrimonio,
un silicio con el que solicitó ser enterrada en 1844.
Gabriel
Rivat, el benjamín de la familia, nació el sábado 12 de marzo de 1808 y fue
bautizado al día siguiente. El 13 de agosto de 1813, su madre lo llevó en peregrinación
a Nuestra Señora de Valfleury (Loira), y lo revistió del hábito azul bendecido
por el capellán e inscrito en la cofradía de Nuestra Señora Auxiliadora.
Desde su
llegada a La Valla, el padre Champagnat se preocupó mucho por catequizar la
parroquia; con el objeto de atraer al mayor número posible de niños, prometió
una estampa al que le llevara un nuevo alumno. De esta manera, cierta mañana,
Juan María Rivat presentó al vicario a su hermano menor de ocho años, Gabriel.
La atención, el entusiasmo en aprender el catecismo y la piedad del recién
llegado, impresionaron al Beato Champagnat que no titubeó en aceptarlo, el 19
de abril de 1818, a la Primera Comunión.
El mayor
de la familia, Juan Antonio Rivat, se estaba preparando para el sacerdocio; el
vicario de La Valla pensó que Dios tenía, con toda seguridad, particulares
designios sobre el menor. Por eso, algunos días más tarde, Marcelino Champagnat
bajó al caserío de Maisonnette para visitar a la familia Rivat. Según su
costumbre, hizo la señal de la Cruz en la frente de Gabriel, luego propuso a
los padres que se fuera al noviciado de los Hermanos, con el fin de darle
algunas lecciones de latín.
De esta
manera, el 6 de mayo de 1818, la madre, vistió de fiesta a su hijo menor y lo
llevó, primero a la iglesia ante el cuadro de Nuestra Señora del Rosario; allí,
ante el ex-voto familiar, lo consagró a María. Gabriel tenía plena conciencia
de lo que sucedía, ya que al principio de su diario personal, escribirá más
tarde: "Entregado por mi madre, al pie del altar de la capilla del
Rosario, en la iglesia de La Valla, salí del mundo el miércoles, 6 de mayo de
1818". Luego, pasando la puerta del noviciado de los Hermanos, la madre
puso en las manos del Beato Marcelino: "Tome este niño, dijo, haga de él
lo que quiera; pertenece a la Santísima Virgen a quien lo he entregado y
consagrado muchas veces".
2. RUMBO A
LA VIDA RELIGIOSA.
Tres meses
más tarde, el 3 de agosto de 1818, Gabriel Rivat recibió la Confirmación en la
iglesia de Saint-Chamond, de manos de Monseñor Morel de Mons, obispo de Mende
(Lozère) y administrador de la diócesis de Viviers (Ardèche), ya que el
arzobispo de Lyon, el cardenal Fesch, vivía desterrado en Roma.
El 15 de
agosto de 1818, el noviciado de La Valla estaba de fiesta; este día, Juan
Claudio Audras se convirtió en el Hermano Lorenzo, y Antonio Couturier, en Hermano
Antonio. Se presentó otro postulante, el séptimo: Juan Pedro Martinol, futuro
Hermano Juan Pedro. Era el primero que no era de La Valla, ya que había nacido
en Burdigne (Loira) en 1798; fue el primer Hermano que falleció en el Instituto,
puesto que murió en Boulieu,(Ardèche), el 29 de marzo de 1825, a la temprana
edad de 27 años.
Ahora que
la cuna de la congregación albergaba ya a ocho personas, entre ellas el
Fundador, era necesario organizar mejor la vida comunitaria. Marcelino Champagnat
procedió ante todo a la elección de un "Director de la Comunidad"
para hacer observar el reglamento de la casa y evitar que el Fundador tuviera
tantas cosas. Hecho por escrutinio secreto, la elección recayó en el Hermano
más antiguo del grupo: el Hermano Juan María.
Al mismo
tiempo se adoptó un vestido que los distinguía: consistía en un pantalón negro
y un saco del mismo color que llegaba hasta las pantorrillas y abotonado hasta
abajo de la cintura. Para las salidas, una capa negra y un sombrero alto, no
muy elevado, de bordes redondeados, completaban el nuevo hábito.
El
reglamento primitivo quedó mejorado. La levantada tenía lugar a la misma hora,
5 de la mañana, seguida de media hora consagrada a la oración de la mañana y a
una corta meditación, expuesta de ordinario por el fundador, que finalizaba con
la misa. Se recitaban a continuación las "Horas Menores del Oficio de la
Santísima Virgen" en común, luego se esperaba al desayuno a las siete,
estudiando. Después de esta frugal alimentación, cada uno se entregaba en
silencio a sus ocupaciones, que eran más manuales que intelectuales.
La comida
se tenía a medio día; seguía una visita al Santísimo Sacramento y un recreo
durante el que la conversación era sobre cosas edificantes, instructivas o
pedagógicas; luego, se regresaba a sus ocupaciones, en silencio.
Hacia las
18 horas, la comunidad se reunía para recitar "Vísperas, Completas, Maitines
y Laudes del Oficio de la Santísima Virgen", seguía el rosario. La lectura
espiritual a continuación, hasta la cena, tomada, como la comida, en la cocina.
Después del segundo recreo, la oración de la noche y la preparación de la meditación
del día siguiente, terminaban la jornada. La acostada tenía lugar a las 21
horas.
Todos los
viernes antes de la misa, los miembros de la comunidad, hacían el
"Capítulo de culpas": el Hermano Director comenzaba acusándose,
arrodillado ante sus cohermanos, de las faltas al reglamento tenidas durante la
semana, luego, según la antigüedad, cada uno hacía lo mismo. Más tarde se le
añadió el "aviso fraterno".
Progresivamente,
la fundación de Marcelino Champagnat iba tomando un carácter de vida religiosa.
CAPITULO
XXXVI: EL METODO PEDAGOGICO. |
El año
1818 no concedió descanso al esfuerzo de reescolarización, comenzado en Francia
desde la Restauración. Los Consejos Generales continuaron ocupándose de
ese grave
problema. El de Saona y Loira se expresaba así: "La instrucción de la
juventud es incompleta si no abarca primordialmente la formación moral y religiosa,
fuente única de todas las garantías necesarias al Rey, a la patria y a la
familia. De acuerdo con esta afirmación, que no se puede negar, el Consejo
General piensa que, por regla general, la educación no debe confiarse sino a
las congregaciones religiosas".
En su
reunión del 15 al 30 de junio del mismo año, el Consejo General del Alto Rin
afirmaba que "la educación no será lo que debe ser, es decir, un medio de
regeneración moral, mientras esté confiada a manos mercenarias que la tratarán
como un negocio o como una administración pública cualquiera. Este Consejo se
suma a otros muchos, que proponen sean, los componentes del claustro profesoral,
miembros obligados al celibato y a la vida conventual".
1. EL
METODO MUTUO.
De hecho,
los Consejos Generales tuvieron que afrontar la guerra escolar declarada, desde
hacía tres años, entre el método mutuo por un lado y el simultáneo por otro.
El método
mutuo, practicado en Francia por las escuelas monásticas de la época
merovingia, no estaba sistematizado, ni mucho menos, politizado. Con los británicos
Bell y Lancaster, tomó mucho auge y, cuando la Sociedad para la Instrucción
elemental se fundó en París el año 1815, lo adoptaron los liberales como suyo.
A eso se debió que, durante los "100 días", Lázaro Carnot lo
impusiera por su célebre decreto del 27 de abril de 1818.
Este
método se vanagloriaba de poder instruir cientos de alumnos a la vez y por sí
mismos, bajo la tutela de un solo maestro. Un salón de 20 por 10 metros, y alto
de 5 a 6 metros, reunía a todos los alumnos del establecimiento. A lo largo de
esa gran sala se escalonaban mesas con 15 ó 20 asientos, completadas cada una
por el escritorio para el monitor y una lámina para los modelos de escritura,
acompañada de un telégrafo óptico. De las paredes pendían pizarras y tableros
de lectura, frente a los cuales podían reunirse todos los alumnos de una
sección, en semicírculo.
En el
frontis principal del local se erguía una elevada cátedra del maestro que supervisaba
y dirigía la asamblea con un silbato y una campanilla.
El éxito
del sistema estribaba en los numerosos monitores, más o menos capaces. Cuatro
monitores generales dependían directamente del maestro y mandaban a los
monitores particulares, titulares u ocasionales. Estos eran los directamente
responsables del ejercicio, ya fuera lectura, escritura o cálculo. A su cargo
estaban los guías o conductores.
Los
monitores generales tenían su asiento en el estrado, a izquierda y derecha del
maestro; los monitores particulares ocupaban el escritorio de honor al extremo
derecho de las largas mesas, y movían, en caso de necesidad, el telégrafo
óptico. Los guías se cuidaban de la entrada y salida de las mesas en los numerosos
desplazamientos, siempre marcando el paso.
Desde las
8 de la mañana hasta las 10, el maestro se ocupaba en adiestrar a los monitores;
la escuela se abría para el alumnado a las 10.
Los
alumnos se repartían en grupos y los grupos en bancos de cálculo, lectura o
escritura. Los niños pasaban de un elemento al otro con orden y mesura, siguiendo
un ritual que guiaba todas las actividades escolares.
Veamos
cómo se iniciaba un ejercicio de escritura, por ejemplo.
El maestro
tocaba la campanilla y gritaba: ¡Monitores para la escritura! Los aludidos
subían a sus escritorios y mostraban el número de la clase. Luego se oía otro
grito: ¡Atención! Los alumnos, desde sus puestos, miraban al monitor que
movería la mano de derecha a izquierda, significando que debían ejecutar flanco
izquierdo. Se oía gritar: ¡A clase de escritura! Los niños, con manos a la
espalda, seguían al guía y entraban en los bancos por el lado opuesto al
telégrafo óptico. Un pitazo del maestro indicaba silencio y quietud. De nuevo
se oía la campanilla y los alumnos miraban al estrado, mientras el monitor
descendía de su banco. Con el gesto de mover la mano de arriba a abajo,
entendían todos que debían sentarse. Otro gesto significativo hacía que
pusieran las manos sobre el banco, y luego a la espalda con el fin de pasar
lista. De nuevo clamaba el maestro: ¡Monitores!, y tocaba la campanilla para el
pase de lista, mientras que los auxiliares distribuían cuadernos y modelos.
Nuevo toque de campanilla servía para que los monitores titulares llevaran al
maestro la lista de presentes y ausentes.
En 1817,
era gobernador del Loira el vizconde de Nonneville, y ponderaba las ventajas de
este método, diciendo: "Este método es de suma sencillez; la instrucción
que proporciona es más económica, más sólida y más completa". Decía,
también, que de los 86 departamentos franceses, tan sólo 9 no disponían de este
método entre ellos el del Loira.
El Consejo
Municipal de Saint-Etienne votó, en 1818, un presupuesto de 600 francos, para
abrir una escuela en la que se aplicaría este método, y el gobernador lo
aprobó.
2. EL
METODO SIMULTANEO.
Al método
mutuo se opuso apasionadamente el simultáneo, llamado, también, "método de
los "Hermanos", porque se derivó de la pedagogía congregacionista de
los siglos XVII y XVIII. Antes de la Revolución, los Hermanos y Hermanas reunían
en una misma sala unos 60 alumnos de todos los niveles, repartidos en nueve
divisiones para lectura, ocho para escritura y cinco para el cálculo. Si los
escolares eran numerosos, se establecería otra sala similar.
Al llegar
la Restauración y hasta 1839, se repartían los alumnos en dos clases de
diferente nivel: la primera clase para los que aprendían a leer, y la segunda
que añadían escritura y cálculo. Esto exigía, necesariamente dos maestros por
escuela y suficiente número de alumnos.
El
maestro, desde su elevada cátedra, -hasta 2.20 m. a veces enseñaba sucesivamente
a las distintas secciones de su aula, con la ayuda de monitores, y empleando la
chasca. Fuera del catecismo y de alguna observación necesaria, el maestro
guardaba silencio, contentándose con emplear la señal cuando ya los alumnos
sabían interpretar su empleo que explicamos a continuación: Un golpe o
chasquido con la señal llamaba la atención a todos los alumnos; dos golpes seguidos
denotaban algún error en la lectura; si daba tres golpes separados había que
repetir la frase; dos golpes separados pedían lectura más lenta; un golpe,
inclinando la chasca hacia el libro quería decir "silabear", y, si la
inclinación se repetía, era obligación de "deletrear"; etc.
En las
paredes lucían cartelones con las "máximas", que eran seis; el
indicarlas con la chasca evitaba al maestro su intervención oral. Citemos
algunas de esas sentencias: "Fíjense mucho en los signos de
puntuación" "En la escuela deben estudiar sus lecciones con esmerada
aplicación" "Hay que escribir continuamente para no perder el
tiempo" "Escuchen con atención respetuosa la explicación del
catecismo". Etc.
La Iglesia
y los conservadores apoyaban el método simultáneo, en vez del mutuo, cuyo
origen era protestante, francmasón o laico. Le achacaban, además ausencia de la
influencia del maestro, espíritu democrático y poca formación religiosa y moral.
Por primera vez en Francia, el asunto de la enseñanza se tornó conflictivo
entre los partidos políticos.
Solidarizándose
con los Hermanos de las Escuelas Cristianas, Marcelino Champagnat adoptó,
naturalmente el método simultáneo para formar a los siete candidatos de su
noviciado en La Valla: Hermanos Juan María (Granjon), Luis (Juan Bautista
Audras) Bartolomé (Badard), Francisco (Gabriel Rivat), Lorenzo (Juan Claudio
Audras), Antonio (Coutourier) y Juan Pedro (Martinol). Pero ¿cómo encontrar un
maestro que sepa aplicar el método simultáneo? Cierto que, al llegar el vicario
Marcelino a La Valla, en agosto de 1816, encontró allí a Juan B. Calley,
natural de la parroquia, en donde nació en 1774 y que daba clase en la aldea de
Sardier, titulado de tercer grado, desde el 12 de diciembre de 1816; pero desgraciadamente,
empleaba el viejo método individual, e ignoraba totalmente el simultáneo. El
padre Champagnat se encontraba en la misma situación en cuanto a pedagogía.
CAPITULO
XXXVII: PRIMERA ESCUELA NORMAL EN EL LOIRA (1818) |
En los
primeros años de la Restauración, Francia vivía su primera guerra escolar: la
de los métodos pedagógicos.
Por un
lado, los liberales como el ministro Decazes, el duque de Orleans, el de
Doudeauville, el de Raguse, el hijo de La Fayette, apoyaban el método mutuo. El
ministro de la Guerra anunciaba triunfalmente en julio de 1818: "El método
de enseñanza mutuo está ya en vigor en todos los regimientos de artillería y en
varias legiones de caballería".
Ese mismo
año, la Academia Francesa galardonó con medalla de oro de 1200 francos, al
mejor poema que tratara de las ventajas del método mutuo. Un liceísta de 16
años figuró entre los concursantes y obtuvo el 6º lugar: era Víctor Hugo.
Más o
menos lo cantó en los siguientes términos: "Responda, amiguito, debe
gustarle ver que tiene por mentores sólo a niños como usted.
Mudo, con
los ojos fijos en el dichoso émulo, nunca el miedo a la férula lo distraerá; nunca
el látigo vengador lo asustará, ni le hará olvidar lo aprendido ya".
Por otra
parte, los conservadores y los clericales, encabezados por los hermanos La
Mennais, el cardenal de La Luzerne, el Visconde de Bonald, Monseñor de
Boulogne, Dubois-Bergeron, el abate Dubois y otros más, sostenían el método
simultáneo de los Hermanos y atacaban un sistema que, según ellos, "...nacido
de anglomanía, no tiene entre nosotros ninguna simpatía.
Todo está
medido a ritmo militar.
Los niños
en los bancos como máquinas están.
Podemos
deducir que muy pronto serán un pueblo autómata sin propia vida, movidos por
resortes, callejón sin salida".
1. EL
PERSONAL Y SU ALOJAMIENTO.
En La Valla
la situación era como sigue, en el verano de 1818: La casa-noviciado, propiedad
en común de los presbíteros Marcelino Champagnat y Juan Claudio Courveille, el
primero vicario de La Valla, y el segundo en Rive-de-Gier, alojaba siete
jóvenes, de los cuales solamente dos eran mayores de edad.
El de más
años, H. Lorenzo (Juan Claudio Audras) contaba 25 abriles, seguido muy de cerca
por el Hermano Juan María (Granjon) que estaba para cumplir los 24. Los otros
cinco eran menores de edad: el postulante último llegado, Juan Pedro Martinol,
tenía 20 años; el Hermano Antonio (Couturier), 18 años; el Hermano Luis (Juan
Bautista Audras) 16; el postulante Bartolomé Badard sólo contaba 14; en cuanto
a Gabriel Rivat era todavía un niño de 10 años a quien el Fundador iniciaba en
el latín.
Al frente
de esta comunidad se nombró, como director, al primer miembro de la
congregación naciente, Hermano Juan María, quien, en votación secreta y escrutinio
público, resultó designado para esta responsabilidad.
Este
antiguo granadero de la Joven Guardia Imperial, se mostró digno de la confianza
de sus cohermanos y desempeñó el cargo con prudencia, celo, bondad y firmeza.
El primero en todo, supo dar ejemplo de regularidad, de piedad y de todas las
demás virtudes religiosas.
Cada
semana, después del capítulo de culpas, entretenía a los Hermanos con algún
tema espiritual, ordinariamente en forma sencilla pero animada, de manera que
todos lo escuchaban con gran interés. Al principio correspondió la oración y la
lectura pública al Director; más tarde comenzaron a turnarse por edad para esos
ejercicios de comunidad.
En el
sótano de la casita había dos bodegas que se habilitaron para cocina y comedor.
Cada uno se responsabilizaba de la cocina durante una semana. El trabajo en
ella no era mucho, porque la alimentación sencilla y frugal consistía en pan de
centeno, sopa, lácteos, ensalada y legumbres del huerto, sazonadas, a veces,
con un poquito de tocino. Por bebida, agua fresca del Gier.
Se comía
siempre en silencio, escuchando alguna lectura piadosa. El lector cambiaba
también cada semana. Mesas y bancos los fabricó el Beato Marcelino, así como
las camas de tabla. El colchón y la almohada los rellenaban de hojas secas o
paja. Esto se completaba con sábanas de cáñamo y uno o dos cobertores. Las dos
salas del piso quedaron, desde entonces, para dormitorio.
Marcelino
enjarró y adaptó él mismo un rinconcito con altar y algunos objetos alquilados
a la parroquia. Sirvió como oratorio para los rezos de comunidad, lectura
espiritual y capítulo de culpas. Este lugar de oración y recogimiento estaba a
continuación de la sala de estudios.
Finalmente,
en la planta baja y próxima a la cocina, el vicario acondicionó una habitación
personal, al terminar el año 1818 o principios del 19. El señor cura de La
Valla, tartamudo y bebedor, "ávido de bienes y de honores", según las
"memorias" de Barge, y que había reducido el sueldo del sacristán y
del campanero, no aguantaba que lo contradijeran, apoyándose siempre en su
autoridad.
Enojado al
advertir que su vicario bebía sólo agua, como protesta muda, quiso obligarlo a
beber vino, por lo cual Marcelino decidió ir, definitivamente, a vivir con los
Hermanos. En dicha habitación tomaba su alimento y trabajaba. De ese modo quedó
bien organizado y utilizado todo el local.
2.
FORMACION AL METODO SIMULTANEO.
El padre
Champagnat se esmeraba en la formación religiosa y catequística de los felices
habitantes del noviciado; dedicaba, además, una lección diariamente a enseñarles
lectura de manuscritos y de impresos. Durante ella aprovechaba todas las
ocasiones para hablarles del amor de Dios, de la práctica de las virtudes y de
la huida del pecado.
Pero todo
eso no bastaba para formar profesores. El estudio de la escritura y del cálculo
reclamaba una técnica apropiada y más tiempo del que disponía el padre
Marcelino. Faltaba el imprescindible conocimiento a fondo del método
simultáneo. Se imponía conseguir un maestro hábil en la materia.
Ahora
bien, como ya hemos dicho, el buen señor Juan Bautista Galley, que era natural
de La Valla, en donde había nacido el 16 de junio de 1774, y que impartía
clases en el pueblecito de Sardier, tan sólo tenía el diploma de tercer grado,
obtenido el 12 de diciembre de 1816, y una autorización rectoral fechada el 11
de febrero de 1817. No conociendo el método de los Hermanos, no podía ser útil
en el noviciado. Además, estando casado, buscaba una plaza más lucrativa, y la
consiguió en 1818, trasladándose a Saint-Julien-en-Jarez. Allí el ayuntamiento
le proporcionó alojamiento y una paga de 300 francos, sin contar la mensualidad
de 1.50 francos por alumno, siendo 40 escolares en invierno y 35 en el buen
tiempo. Según un informe fechado el 30 de julio de 1819 y conservado en los
Archivos Nacionales (F 17 10 377), Galley gozaba de la mejor nómina de profesor
en todo el partido de Saint-Etienne.
La
Providencia envió la solución por medio del señor cura Jourjon, párroco en
Saint-Victor-de-Malescours (Alto Loira), parroquia origen de los Champagnat.
Ese sacerdote propuso, para el curso 1818-1819, a un antiguo Hermano de Las Escuelas
Cristianas, Claudio Maisonneuve, quien, además de su instrucción, manejaba
perfectamente el método simultáneo. Arreglado el asunto a gusto de ambas
partes, Maisonneuve se instaló en la comunidad del vicario Champagnat.
La nueva
congregación de los Hermanitos de María se sentía ya dueña del lugar y de la
situación, cuando, ¡lástima!, se encontró con nueva dificultad. El maestro
recién llegado, como antiguo Hermano de La Salle, no había aceptado el diploma
oficial; carecía, por consiguiente, de título y de autorización legales. Así,
pues, no podía encargarse de la escuela pública. La municipalidad buscó otro y
lo encontró en el maestro Juan Montmartin, casado, y natural de
Saint-Genest-Malifaux, en donde había nacido el 18 de agosto de 1794. Este
señor poseía uno de los tres diplomas de 2º grado existentes en todo el
territorio de Saint-Chamond. El municipio de La Valla no le proporcionaba
alojamiento, pero sí la paga de 100 francos por año, mas la mensualidad de 40
alumnos en invierno y 25 en verano, a la razón de 1.50 francos por alumno.
El padre
Marcelino se vio forzado a poblar su escuela libre admitiendo a niños
abandonados o huérfanos y a niños internos, procedentes éstos de caseríos alejados
de la parroquia.
Pedagógicamente,
Maisonneuve hizo maravillas. Hermanos y postulantes le ayudaban en la
instrucción de los alumnos, formándose, al mismo tiempo, en el manejo del
método simultáneo. En los tiempos libres el maestro seguía formando a la
comunidad en escritura y cálculo.
O sea que,
durante todo el invierno de 1818-1819, el noviciado de La Valla funcionó como
verdadera escuela normal para maestros, con su anexa de práctica. Nuestro
Fundador se adelantó de 15 años a la Escuela Normal oficial que estableció la
ley Guizot en 1833.
.
CAPITULO
XXXVIII: LAS DOS PRIMERAS ESCUELAS DEL INSTITUTO. (1819). |
Por
aquellos años, los Hermanos de la enseñanza eran blanco de un debate, relativo
a su estatuto social: ¿Eran "instructores" marcados por un carácter
religioso particular, o bien, eran "religiosos" marcados por un
carácter escolar particular? Ese era el dilema.
Para Royer
Collard (1763-1845), presidente de la Comisión de Instrucción Pública, los
Hermanos de la enseñanza eran miembros de un servicio público al igual que los
instructores laicos, porque la Iglesia está al servicio del Estado. Según este
concepto, la ley Gouvion-Saint-Cyr, promulgada el 10 de marzo de 1818, y que
dispensaba a los instructores públicos del servicio militar, siempre que se
comprometieran a serlo durante 10 años, comprendía, igualmente, a los Hermanos.
En este caso, no estaban exentos como religiosos sino como instructores.
En
consecuencia, los novicios y los Hermanos que no se dedican a la enseñanza en
las escuelas, quedaban sujetos al sorteo y a los siete años de servicio
militar, como los demás ciudadanos.
Muchos
católicos rechazaban esa interpretación oficial. Consideraban a los Hermanos
como institución eclesial, y no estatal. De ahí que el derecho a enseñar les
viene de Dios, que es anterior al Estado.
Basándose
en este principio rechazaron los Hermanos de la Salle, la ordenanza del 29 de
febrero de 1816, que establecía el diploma y autorización del Rector, así como
la autorización del Gobernador.
El
conflicto alcanzó su punto culminante en el otoño de 1818, y terminó felizmente,
con el compromiso del 16 de marzo de 1819. Por ese documento, los Hermanos
continuaban formando parte de la Universidad y aceptaban el diploma y autorización
oficiales. Pero ese título lo recibían sin examen, con la sola presentación de
la carta de Obediencia, expedida por el Superior General. Este recibía el diploma
y lo archivaba por si el Hermano salía de la corporación. Además, tanto los
novicios como todos los Hermanos, quedaban exentos del servicio militar.
1.
FUNDACION DE LA ESCUELA DE MARLHES.
En
aquellas circunstancias de protestas y compromisos a nivel nacional, la situación
era confusa, de modo que, el noviciado de La Valla podía trabajar tranquilamente.
Los Ayuntamientos y los Comités Cantonales en donde predominaban los
eclesiásticos, asimilaron, en un principio, los Hermanos de Champagnat a los
Hermanos de la Salle, tanto más fácilmente cuanto que el maestro del noviciado,
Maisonneuve, era, precisamente, un antiguo Hermano de las Escuelas Cristianas.
Maisonnneuve
lo hacía muy bien; novicios y postulantes trabajaban con ardor. La escuela
adjunta, aunque pequeña, funcionaba a maravillas y llamaba la atención de la
gente de La Valla y de los alrededores. Pasadas algunas semanas, los
componentes de la comunidad poseían los conocimientos exigidos a todo instructor
rural, y sobre todo, dominaban con maestría el célebre método de los Hermanos.
El
sacerdote Allirot, párroco de Marlhes, (Loira) desde 1782, que conocía mucho a
la familia Champagnat y había bautizado al niño Marcelino en 1789, se creía con
derecho de prioridad para conseguir Hermanos de La Valla.
Marlhes
tenía maestro en la persona del señor Bartolomé Moyne; el municipio no le
proporcionaba ni alojamiento ni sueldo. Disponía, únicamente, de 1.50 francos
de mensualidad, pagada por 60 alumnos en invierno y 15 en el buen tiempo. El
párroco Allirot pretendía reemplazarlo, porque era ya algo anciano y, además,
estaba enfermo. Contaba 62 años, muriendo poco después, en 1820.
El padre
Champagnat estimó que el Hermano Luis, con tan sólo 16 años, y el Hermano
Antonio, con 18, serían los más indicados para fundar esta primera escuela del
nuevo Instituto.
En los
últimos días de 1818, el Fundador los envió con mucho gusto a su aldea natal.
Cuando llegaron a su destino, la escuela no estaba terminada; no había tampoco
muebles ni provisiones, por lo cual, esperando que todo se completara, se
alojaron en la casa parroquial, pagando una pensión.
El tiempo
pasaba rápidamente. Los señores curas calificaban a los Hermanos de buenos,
piadosos y modestos, pero muy sencillos. Una tarde, el Hermano Luis oyó al
vicario, sobrino del párroco, decir a su tío: "Estos dos jóvenes no harán
nada bueno; no están bastante instruidos; uno de ellos apenas sabe leer; les
falta experiencia para poder dirigir una escuela. Son dos niños; ¿cómo van a
poder disciplinar y formar a otros niños? Creo que no tardaremos en
arrepentirnos de haberlos traído a esta parroquia". -Efectivamente,
respondió el reverendo señor Allirot, esos dos Hermanos son unos santitos, pero
demasiado jóvenes, les falta instrucción y saber hacer las cosas; es muy dudoso
que acierten".
Lejos de
desalentarse por semejantes consideraciones, el Hermano Luis dijo al Hermano
Antonio: "¿Oíste lo que dicen de nosotros? Dejemos el curato en donde nos
juzgan tan severamente. Vale más vivir en nuestra casa, aunque no tengamos más
que las cuatro paredes húmedas todavía. Es preferible vivir sólo de pan antes
que seguir aquí. Abramos la escuela y demostremos con las obras que somos capaces
de cumplir con la misión que nuestro buen Padre nos ha confiado".
Eran los
primeros días de 1819. Al día siguiente del episodio anterior abrieron la
escuela, aplicándose, sobre todo, en disciplinar a los niños, formarlos en la
piedad, en la cortesía, y habituarlos al silencio, orden y limpieza personal.
En menos
de un mes los escolares habían cambiado completamente. Los padres de los niños,
las autoridades, todo el mundo, se hacían lenguas, encantados con la docilidad,
honradez e interés por el estudio que demostraban los muchachos de Marlhes.
Comprendiendo
los sacerdotes su error, aplaudieron el éxito de los Hermanitos y contribuyeron,
ante los padres y los niños, a fomentar esos buenos comienzos.
2. LOS
HERMANOS TOMAN LA DIRECCION DE LA ESCUELA DE LA VALLA.
En el
noviciado de La Valla, el entusiasmo apostólico y pedagógico seguía vivo. Cada
uno se apresuraba a demostrar lo que sabía y cómo podía ya dar clase. Al
terminar el invierno de 1818-1819, los alumnos disminuyeron notablemente, como
es natural en las escuelas rurales, y los Hermanos eran muchos para los pocos
alumnos que asistían a la escuela anexa al noviciado.
El Beato
Marcelino propuso a la comunidad una experiencia escolar brillante. Les dijo:
"Puesto que desean dedicarse a la instrucción cristiana de la infancia, de
acuerdo con la finalidad de su vocación, mi deseo es que consagren los primeros
esfuerzos de su celo a los niños más ignorantes y más abandonados. Les propongo
que vayan a dar clase en los caseríos más lejanos de la extensa parroquia".
La
iniciativa entusiasmó al personal y, al día siguiente, de mañanita, los Hermanos
salieron hacia Luzernod, Chomiol y otros lugares, para dar clase y explicar el
catecismo, antes de regresar al noviciado por la tarde.
El ensayo
resultó convincente. Encantados y edificados del celo y sencillez de los
Hermanos, los habitantes de esos lugares, testimoniaron al vicario su viva satisfacción.
Esta
publicidad, esa operación tan espectacular ganó a los Hermanitos del padre Champagnat
la estima y admiración de los feligreses de La Valla.
En
realidad, no fue por vanidad sino por necesidad vital, porque Claudio Maisonneuve,
poco ocupado en la escuela del noviciado desde Pascua, comenzaba a escandalizar
a la juventud religiosa con su vida mundana. El buen padre Marcelino se vio
obligado a despedirlo en junio de 1819, y lo reemplazó en sus funciones por el
Hermano Director del noviciado, Hermano Juan María, que dio plena satisfacción.
Por esos
años, el maestro oficial Juan Montmartin, que poseía el raro diploma de 2º
grado, comenzó a juntarse con el presbítero Rebod y ... "dime con quién
andas y te diré quién eres"; las libaciones de Baco eran frecuentes.
Esa
conducta se manifestó en tal forma, que la escuela pública se vaciaba rápidamente
y en beneficio de los Hermanos. Furioso el párroco, acusó a su vicario de
arruinar al maestro hasta dejarlo en la miseria. "No he aceptado ningún
escolar, replicó el Fundador, sin la autorización del señor cura. Venga a
nuestra escuela y si encuentra a algún niño ingresado sin su permiso, mándelo
fuera. Supongo que no se pondrá en contradicción desaprobando hoy lo que aprobó
ayer".
La
dificultad desapareció, porque el maestro Montmartin tuvo que irse de La Valla,
quedando todo en manos de los Hermanos.
.
CAPITULO
XXXIX: CONSOLIDACION DE LA SOCIEDAD DE MARIA. |
La
Congregación de Hermanitos de María había progresado metódica y regularmente.
Desde enero de 1817 hasta el otoño de 1818, siete jóvenes reunidos en
comunidad, se iniciaban a la vida religiosa y sobrenatural, por medio de la
ascesis y la piedad. A partir de Todos los Santos de 1818, hasta Pascua de
1819, esta comunidad se formó también en pedagogía y disciplina escolar.
Durante el buen tiempo de 1819, los jóvenes Hermanos efectuaron un recorrido
por los caseríos de La Valla, y ya antes, se habían establecido en Marlhes. En
1819, los nuevos congregacionistas dirigían sus dos primeras escuelas: en
Marlhes y en La Valla; una en el municipio de Saint-Genest-Malifaux y la otra
en el de Saint-Chamond.
Eran dos
buenos lugares, como vamos a ver. El 30 de julio de 1819, el padre D'Regel, que
ejercía como Rector de la Academia de Lyon, comunicaba a París: "El
municipio de Saint-Genest-Malifaux ha sido uno de los primeros en ponerse al
día, obedeciendo la ordenanza del 29 de febrero de 1816..." Con relación
al segundo, anota: "Pocos municipios tienen la instrucción primaria tan
bien organizada como Saint-Chamond. La mitad de sus instructores reciben sueldo
del ayuntamiento, y sería muy fácil que todos lo recibieran, si la
administración, valiéndose de su influencia, presionara a los ayuntamientos que
no lo tienen establecido. El bienestar abunda en todo su territorio porque la
fabricación de telas y cintas está muy generalizada. Los alrededores de
Saint-Chamond son, por este motivo, de los más favorecidos de Francia".
1.-
DESARROLLO DE LAS ESCUELAS DE LA VALLA Y DE MARLHES.
El Hermano
Juan María poseía suficiente formación para regentear la escuela de La Valla.
Daba pruebas de mucha abnegación y, gracias a una sabia y prudente firmeza,
supo mantener el orden y la disciplina impuestos por su predecesor, Claudio
Maisonneuve. Además, su fama de piadoso y virtuoso contribuyó mucho para
aumentar la simpatía e interés de los feligreses hacia la escuela y el noviciado
de Marcelino Champagnat.
Al
iniciarse el curso de 1819, por la fiesta de Todos los Santos, la población escolar
estaba repartida, económicamente, en tres grupos. En primer lugar, doce niños
huérfanos o abandonados, cuya instrucción era gratuita; una piadosa viuda, la
señora Oriol, abonaba 200 francos. En segundo lugar, los medio internos, que
provenían de caseríos lejanos. Pagaban su mensualidad, comían en la escuela los
alimentos suministrados por sus padres y aderezados por el Hermano cocinero,
pero dormían en casas particulares del pueblo. Por fin, un tercer grupo comprendía
los antiguos alumnos del maestro Montmartin, que también pagaban su
mensualidad.
Con tal
afluencia de niños, la única sala anterior resultaba insuficiente, por lo cual,
el Beato Marcelino decidió construir otra, agrandando el edificio primitivo.
Así estarían separados los principiantes en lectura, de los que ya seguían
escritura y cálculo.
Notando
que los pensionistas, por dormir fuera, quedaban abandonados después de las
clases, con el correspondiente peligro moral, el Fundador se decidió a
construir dos nuevos dormitorios y un comedor, solicitando, naturalmente, una
módica contribución.
El buen
Padre fabricó, por sí mismo, mesas, puertas, ventanas y algunas camas que
"no ofendían ni a la pobreza ni a la sencillez".
Por lo
demás, cuando algún niño tenía necesidad de alimento o vestido, los Hermanos se
lo proporcionaban.
Durante
los trabajos de ampliación, todos se levantaban a las 4 (que corresponde a las
6 de ahora). Media hora de meditación precedía a la misa. Después del desayuno,
los más hábiles construían con el fundador: los más fuertes acarreaban lo más
pesado y los más jóvenes cernían la tierra, preparaban el barro y llevaban el
material a los albañiles. De cuando en cuando, un descanso permitía una lectura
piadosa.
El trabajo
se realizaba en silencio, entrecortado por alguna piadosa jaculatoria o algunas
palabras, siempre a cargo del abnegado y responsable padre Marcelino, quien
dirigía las obras con paciencia inalterable. Algunas veces se rezaba el rosario
sin interrumpir el trabajo, se hacía alguna visita al Santísimo, y unos minutos
de recreo servían de expansión y descanso.
A las 7 de
la tarde tenía lugar la cena, seguida de la oración de la noche y examen de
conciencia. Cuando los Hermanos se retiraban a descansar el Beato Champagnat
rezaba el Breviario y completaba la correspondencia u otras obligaciones. Los
trabajos terminaron en 1820.
En
Marlhes, los alumnos llenaban por completo las dos reducidas aulas construidas
por el cura Allirot, muy húmedas y mal iluminadas. El resto de la construcción
era, a duras penas, suficiente para dos personas. No obstante, los internos
afluían numerosos, no tan sólo de la propia parroquia, sino también de las vecinas.
No había
dinero para construir. Felizmente, tanto los padres como las autoridades, se
prestaban a todo. Las camas eran rústicas, estrechas y casi tocándose unas a
otras. Se ganaba espacio haciendo dormir dos o tres hermanos o primos en la
misma cama un poco más ancha. Los dos Hermanos disponían solamente de un
espacio muy reducido. Ellos, el Hermano Luis (Audras) y el Hermano Antonio
(Couturier), estaban día y noche con los alumnos, sin un momento de respiro.
En el
noviciado, Gabriel Rivat y Bartolomé Badard, vistieron el hábito distintivo de
los Hermanitos, tomando los nombres de Hermano Francisco y Hermano Bartolomé.
El feliz acontecimiento tuvo lugar el 8 de septiembre de 1819, fiesta de la Natividad
de María. Dos nuevos postulantes se presentaron: Esteban Roumesy, futuro Hermano
Juan Francisco, en 1819, y Antonio Grataloup, futuro Hermano Bernardo.
2.-
ACTIVIDADES DE JUAN CLAUDIO COURVEILLE.
Al fundar
sus Hermanos, el Padre Marcelino obraba según el cuadro de la Sociedad de
María, esbozado en el Seminario Mayor de Lyon, cuyo centro y jefe era entonces
Juan Claudio Courveille, vicario de Rive-de-Gier, desde agosto de 1817, y desde
el 1 de octubre, copropietario, con Champagnat, del noviciado de La Valla.
El señor
cura de Rive-de-Gier, Lancelot, había reunido cierto número de muchachas
piadosas, de diversas edades, para dirigir la escuela de niñas en su parroquia.
El vicario Courveille creyó encontrar en ellas un vivero providencial para
comenzar la rama femenina de la Sociedad de María: las Hermanas Maristas.
El 3 de
junio de 1819, una circular del Ministerio del Interior, anunciada por el Gobernador
el 20 de septiembre, adaptaba la ordenanza del 29 de febrero de 1816, a las
escuelas y maestras de niñas. Establecía la edad mínima de 20 años para las
maestras, exigiendo, además, presentación del acta de nacimiento y de matrimonio
si estaba casada, y haber obtenido diploma y autorización firmados por el
Gobernador. De esta manera no estaban sujetas al Presidente de la Academia. El
diploma era de dos grados: el inferior se concedía a las que, "cumplidoras
de los deberes religiosos, supieran leer, escribir y contar en grado suficiente
para dar clase"; el superior requería, además, las cuatro operaciones
fundamentales, regla de tres, elementos gramaticales y principios de sociología.
El padre
Courveille consiguió formar una comunidad de Hermanas Maristas con algunas de
aquellas piadosas jóvenes, entre la cuales estaban dos hijas del notario real:
María Brun (1777-1837) y Francisca Brun (1783-1833). Por consejo del señor cura
Lancelot, las otras jóvenes se afiliaron a las Ursulinas, el 24 de octubre de
1827, con el nombre de Ursulinas de Rive-de-Gier.
Paralelamente,
en la diócesis de Grenoble (Isere), otras piadosas señoritas se reunieron en
Saint-Clair-de-Roches, actualmente Saint-Clair-du-Rhone, entre ellas, Antonieta
Rollat (1779-1857) de Pélussin, Ana Perreton (1787-1851) y Catalina Verrier
(1790-1830), las dos de Chavanay (Loira). Estas instructoras se unieron también
al sacerdote Courveille y formaron la segunda comunidad de Hermanas Maristas.
Por
consiguiente, cuando el padre Courveille fue nombrado ecónomo de Epercieux
(Loira), el 1 de octubre de 1819, la Sociedad de María contaba con dos comunidades
de Hermanas Maristas (Rive-de-Gier y Saint-Clair-du-Rhone), dependientes directamente
del Superior General, y dos comunidades de Hermanos Maristas, bajo la dirección
inmediata de Marcelino Champagnat.
.
CAPITULO
XL: SOMBRAS Y LUCES. |
La
Revolución Francesa había devastado profundamente a la Iglesia y anulado su
magisterio. El régimen imperial que le sucedió, no vio en el clero sino
comisionados para mantener el orden.
Los
jóvenes burgueses, que se habían criado en las ideologías del siglo XVIII y no
leían más que libros irreligiosos, rechazaban la "mojigatería" que
había reemplazado a la "epopeya". En las clases de retórica y
filosofía de los Colegios Reales, tan sólo un 7 u 8% de los alumnos cumplían
con Pascua, y solamente el 1% conservaba su fe al terminar esos estudios.
En
Saint-Cyr, si un alumno-oficial comulgaba con su uniforme, lo consideraban como
una deshonra para la escuela militar. En Santa Bárbara (París) los alumnos
votaron sobre la existencia de Dios, que "se salvó de la nada" por un
voto de la mayoría. En otro lugar, según cuenta Félix de Lamennais, un grupo de
30 alumnos fueron juntos a comulgar, guardaron las Hostias consagradas y las
utilizaron como engrudo para cerrar las cartas a sus padres.
Los
padres, con frecuencia, estaban en connivencia con sus hijos. "Si hay
jaleo por causa de los Jesuitas, pega duro, haz como los otros, no te dejes
engañar". Así escribía un padre a su hijo, alumno del célebre colegio
"Luis el Grande" (París) En los pueblos se bautizaba a los niños y
recibían su Primera Comunión que significaba salir de la infancia y, con
frecuencia, despedirse de la religión. Así pues, en los primeros años de la
Restauración, vista desde cierto ángulo, Francia era un campo de ruinas
espirituales y religiosas.
1.
APOSTOLES DE LOS TIEMPOS NUEVOS.
Frente a
esta triste situación podía uno descorazonarse y prorrumpir en lamentos, o, por
el contrario, reanimarse y proponerse la recristianización de la sociedad. Este
segundo camino práctico, fructífero, aunque difícil, fue el adoptado por la
Iglesia en Francia.
Para
lograrlo había que llevar a la práctica dos cosas: para los adultos, las misiones
interiores dadas por celosos sacerdotes; para la juventud, congregaciones religiosas
de enseñanza.
Los
Hermanos de las Escuelas Cristianas en Lyon, y los Padres Jesuitas en París,
renacieron de sus cenizas. En otros lugares, particularmente en la periferia,
brotaban nuevas congregaciones de hombres y más de mujeres, confortados con la
fe de la prueba, y se acogían a la Ordenanza del 29 de febrero de 1816.
En Auray
(Morbihan), el vicario general, Gabriel Deshayes, concibió un proyecto original
de "Petits Frères", destinados a las escuelas rurales, para completar
a los "Grands Frères", de Juan Bautista de la Salle, que atienden a
las ciudades. Reunidos, estos últimos, en Lyon, desde el 8 de septiembre de
1816, para el Capítulo General, Monseñor Deshayes les propuso el siguiente
plan: 1) En cada departamento serían instruidos y formados, por los discípulos
de La Salle, cinco jóvenes asociados a los Hermanos de las Escuelas Cristianas,
funcionando como Escuelas Normales.
2) Tales
Escuelas Normales Departamentales formarían e instruirían a su vez, maestros
para las escuelas rurales, según las reglas y métodos pedagógicos lasallistas.
Esos maestros rurales vivirían como pensionistas, unidos al señor cura de la
parroquia respectiva.
Pero el
Capítulo de los Hermanos de las Escuelas Cristianas rechazó el proyecto que
evolucionó para dar origen a los "Hermanos de la Instrucción
Cristiana" cuya casa madre estaba en el curato de Auray. Desde 1819, la
dinámica y joven congregación, ya se encontraba establecida, a veces con un sin
fin de dificultades, en una decena de parroquias de Morbihan, Côtes-du-Nord,
Ille-et-Vilaïne, con una colonia en las Deux-Sèvres.
Juan María
de La Mennais, vicario general de Saint-Brieuc, que acababa de fundar la
congregación de las Hermanas de la Providencia y que se había lanzado en cuerpo
y alma en la lucha contra la escuela mutua, trabajaba, al menos desde 1817, con
su amigo Deshayes. El 6 de junio de 1819, los dos hombres de Dios firmaban un
contrato por demás curioso: la congregación de la Instrucción Cristiana tendrá
un noviciado en Saint-Brieuc y otro en Auray; La Mennais dirigirá el noviciado
de Saint-Brieuc y las escuelas que dependan de él, mientras Deshayes dirigirá
el noviciado de Auray y sus escuelas. Es el origen de las dos grandes
congregaciones del Oeste, la de los Hermanos de Ploërmel y la de los Hermanos
de San Gabriel.
Más al
sur, en el valle del Garona, J. B. Chaminade ponía las bases de la Sociedad de
María de Burdeos: la rama de las "Hijas de María Inmaculada" fue
fundada el 25 de mayo de 1816, la rama de los Padres y de los Hermanos
Marianistas, el 2 de octubre de 1817.
En Lorena,
un antiguo benedictino, Dom Fréchard, abrió en Colroy-la-Roche (Vosgos) un
noviciado de Hermanos de la Doctrina Cristiana en 1817, el mismo año en que
Juan Antonio Boisson reabre el noviciado de los Hermanos de Viviers en Nuestra
Señora del Buen Socorro, (Ardèche) En 1819, el clérigo de Mans, Santiago
Dujarié, fundador de las Hermanas de la Providencia de Ruillé, fundó también
los Hermanos de San José de Mans.
En la
región Lionesa, la Sociedad de la Cruz de Jesús del Vicario Bochard dirigía los
seminarios menores de la diócesis, predicaba misiones en el campo y en las
ciudades, y se preparaba también para dirigir, por medio de sus Hermanos, las
escuelas elementales. Se encontraba, pues, en competencia con la Sociedad de
María de Lyon.
2. LA
SOCIEDAD DE MARIA DE LYON.
Si
alrededor de Marcelino Champagnat y Juan Claudio Courveille, las ramas de los
Hermanos y de las Hermanas Maristas iban tomando forma y consistencia, no
sucedía lo mismo con la rama de los Padres, que pasaban por una situación de
las más confusas. De los doce peregrinos de Fourvière del 23 de julio de 1816
(cf. Cap. 27), dos se habían retirado: Verrier y Pousset, al decidirse por la
Sociedad de la Cruz de Jesús de Bochard; los demás estaban dispersos: seis en
el Loira, dos en el Ródano, dos en Ain e incluso uno en Estados Unidos.
En el
Loira, Marcelino Champagnat seguía siendo vicario en La Valla, pero Juan
Claudio Courveille, actual Superior General, había sido trasladado de
Rive-de-Gier a Epercieux el 1 de octubre de 1819. Cercano a La Valla únicamente
se encontraba Benito Journoux, vicario de Nuestra Señora de Saint-Chamond desde
enero de 1819 y Juan Bautista Seyve, vicario, desde octubre de 1816 de la parroquia
vecina de Tarentaise; luego será trasladado a Feurs el 16 de agosto de 1820.
Allí tuvo que encontrarse a Jacob y a unos cuantos kilómetros de Courveille en
Epercieux.
En medio
del grupo La Valla-Saint-Chamond-Terentaise y el grupo de Feurs-Epercieux,
vivía Esteban Terraillon, vicario desde el 11 de marzo de 1819 en Montbrison.
En el
Ródano, Esteban Déclas era vicario en Belleville-sur-Saona desde el 8 de agosto
de 1819 mientras que Gillibert (el menor) enseñaba Dogma entre 1818-1820 en el
Seminario Mayor de Lyon.
En Ain,
bastante aislados de los demás, los dos hermanos Colin tenían a su cargo la
parroquia de Cerdon, Pedro era el cura y Juan Claudio el vicario. Este último
redactó entre 1817 y 1821 las Constituciones "sin ninguna relación con el
proyecto del Seminario Mayor" de Lyon entre 1814 y 1816 (O. M. 812-3 y
819-39). De hecho, el plan de Juan Claudio Colin no comprendía a los Hermanos
educadores de Marcelino Champagnat, sino únicamente los Padres, las Hermanas y
los Hermanos Coadjutores, además de la Tercera Orden. (O.M. 844-3).
Encerrado
en su pequeño aposento de 4 a 5 pies cuadrados, leyendo la "Práctica de la
Perfección Cristiana" del jesuita Rodríguez, oraba, reflexionaba y
escribía en ocasiones hasta las cuatro de la mañana, un voluminoso cuaderno de
notas en francés de las que hacía una redacción en latín. Con frecuencia ponía
su pluma a los pies de la estatua de María, otras veces, éste o aquel artículo
permanecía cuarenta días sobre el altar, para asegurar mejor la voluntad de
Dios y de María.
El retiro
pastoral permitió a los padres diseminados, el reencontrarse en el Seminario
Mayor para hablar sobre la Sociedad de María. Se escribían regularmente, y Juan
Claudio Courveille ponía al corriente a Juan Claudio Colin sobre el secreto
referente a que Luis XVII, milagrosamente salvado del Temple, sería un gran Marista
y que la Santísima Virgen le otorgaría todo el poder del que Ella misma gozaba.
(O.M. 839-43).
Mientras
tanto, en Estados Unidos, donde residía desde 1817 Felipe Janvier, misionero en
Detroit en 1819, y en las márgenes del lago Michigan en 1820, era seguido en
sus pensamientos por Marcelino Champagnat.
.
CAPITULO
XLI: MEJORA LA ORGANIZACION INTERNA. |
Los sobresaltos
que sucedieron a la Revolución Francesa y a la caída de Napoleón, seguían
sacudiendo al mundo.
Bajo la
influencia de la masonería, las intervenciones británicas y la política de
Estados Unidos, España perdió en pocos años su inmenso imperio colonial de
América. En 1819, el Congreso de Angostura proclamó la República Unida de
Colombia, que abarcaba Venezuela, Ecuador y Nueva Granada o Colombia actual.
En Europa,
Francia se sumó a la Santa Alianza, y después del Congreso de Aachen, las
últimas tropas de ocupación se retiraron del suelo francés, en noviembre de
1818. Así terminaba la aventura Napoleónica, y Francia volvía al concierto de
las grandes potencias europeas.
Las
Misiones internas se desarrollaban en toda Francia. En Aviñón, el año 1819, las
mujeres se echaban sobre los misioneros para cortar con tijeras los hábitos de
los predicadores y guardarlo como reliquia. Un poco por todas partes, los usureros
devolvían los intereses, y, a veces, hasta el capital, de los contratos
abusivos. Las mujeres renunciaban a sus amantes, y los burgueses quemaban, en
"autos de fe", sus bibliotecas impías.
Un
gigantesco entusiasmo religioso removía las conciencias. Pero ¿sería ello la
señal de una conversión auténtica y duradera?
1.- LA
SOCIEDAD DE MARIA SE DIRIGE A ROMA (1819).
Dispersos
por los tres departamentos, que abarcaba la arquidiócesis de Lyon, los Padres
Maristas no se contentaron con visitarse y escribirse de vez en cuando;
decidieron acudir a la capital de la cristiandad.
El
cardenal Fesch, como ya sabemos, fue expulsado de Francia, quedando al frente
de su diócesis los Vicarios Generales. Uno de ellos, Claudio María Bochard
(1759-1834), era el encargado de los seminarios y de las congregaciones religiosas.
Como él fundara la congregación de la "Sociedad de la Cruz de Jesús",
y esperaba absorber a la Sociedad de María, ponía trabas para que esta última
no consiguiera organizarse.
Las
disposiciones del vicario Bochard, benévolas al principio, se tornaron en viva
oposición cuando, en los años 1816-1817, los Maristas solicitaron de él,
permiso para enviar a Roma un representante de ellos, que tratara directamente
los asuntos y activara la aprobación canónica de dicha sociedad.
Rehusado
el permiso por la autoridad diocesana, Juan Antonio Gillibert escribió al Papa
Pío VII, en febrero de 1819. El Padre Marista Gillibert había sido secretario
del cardenal Fesch en 1813 y preceptor de los hijos del rey Murat, en Roma, en
1815-1816, por lo que tenía allá buenos y numerosos amigos. De todos modos,
aquella carta no tuvo respuesta e ignoramos su contenido.
Los
hermanos Colin pidieron consejo a Monseñor Bigex, obispo de Piñerolo, quien
sugirió escribir de nuevo a Roma, pero dirigiéndose al Prefecto de la Sagrada
Congregación de Obispos y Regulares. Lo era, aquel año, el cardenal Pacca
(1756-1844).
Esta
segunda carta llevaba tres firmas: la de los hermanos Colin y la de Juan
Claudio Courveille. La de este último que, por entonces, pasaba como fundador y
superior general de la Sociedad de María, es muy posible que fuera puesta por
uno de los dos Colin. No olvidemos que Courveille fue trasladado de Rive-deGier
a Epercieux, el 1 de octubre de 1818, quedando esta parroquia a cuatro días,
ida y vuelta, de Cerdon. Muy difícil parece que Courveille efectuara ese viaje
en tal época.
La carta
al cardenal Pacca salió de Cerdon en noviembre de 1819, pero por desgracia, en
un momento inoportuno. Por una parte, la Administración Eclesiástica se
encontraba sumida en el difícil trabajo de reorganizar las diócesis de Francia,
por ejemplo, separar las diócesis de Aine, que pertenecía a la diócesis de Lyon
y resucitar la de Belley.
Por si
fuera poco, el vicario general Bochard trataba, en ese mismo tiempo de lograr
el reconocimiento de la Sociedad de la Cruz, que parecía, en cierto modo, rival
de la Sociedad de María.
En esa
difícil encrucijada, el cardenal Prefecto optó por una prudente espera,
mientras comunicaba al vicario Bochard lo que pretendían los Maristas.
2.- LOS
HERMANOS FORMALIZAN SU CONSAGRACION.
Al mismo
tiempo que los Hermanitos de María se adiestraban en el método simultáneo y que
ampliaban su campo de acción en La Valla y en Marlhes, en 1818, el Beato
Champagnat procuró ahondar en la vida religiosa y estructurarla con promesas
escritas que cada Hermano firmaba, de rodillas, en presencia de toda la
comunidad.
Ciertamente,
ese compromiso de fidelidad a Dios y a la vocación no constituían
"votos", ni privados ni canónicos; pero la importancia que le daban
los Hermanos, la publicidad con que se hacía y los sentimientos religiosos con
que lo firmaban, parecían muy adecuados para ayudar a los nuevos maestros en
sus primeros pasos como religiosos consagrados a la educación cristiana de los
niños del campo.
Esas
promesas colectivas se expresaban así: "Todo para la mayor gloria de Dios
y en honor de la augusta María, Madre de Nuestro Señor Jesucristo".
"Los
firmantes certificamos y atestiguamos que nos comprometemos, por cinco años, a
partir de hoy, libre y voluntariamente, ante Dios, en la asociación de los
Hermanitos de María, con el fin de trabajar sin descanso en la práctica de
todas las virtudes, en nuestra santificación y en la educación de los niños del
campo. Así pues, prometemos:" "1.- No buscar sino la gloria de Dios,
el honor de la augusta Madre de Nuestro Señor Jesucristo y el bien de la
Iglesia católica, apostólica y romana; "2.- Instruir gratuitamente a
cuantos niños indigentes nos presente el señor cura párroco, y enseñarles, así
como a todos los demás niños que nos confíen, catecismo, oraciones, lectura cristiana
y todos los conocimientos exigidos por la instrucción primaria" "3.-
Obedecer sin réplica a nuestro superior y a todos los que, por su mandato, se
nos propongan para dirigirnos" "4.- Guardar castidad".
"5.-
Ponerlo todo en común" La fórmula de introducción de estas promesas revela
la influencia del padre Courveille que, en esa época, vivía en Rive-de-Gier. Es
idéntica a la divisa inicial de toda la Sociedad de María.
Los
compromisos para cinco años abarcaban todos los elementos de la vida religiosa
marista: gloria de Dios, honor de María, práctica de todas las virtudes, en
especial las votales de obediencia, castidad y pobreza. Por último el
apostolado religioso y profano con los niños, la gratuidad con los pobres
presentados por el señor cura párroco.
Esas
promesas religiosas comenzaron a firmarse en 1818 y siguieron hasta el retiro
de 1826, remplazadas aquel año por la emisión de votos.
Probablemente
fue, en esta misma ocasión, cuando el Fundador impuso, también, a los Hermanos
un hábito "distintivo".
Ese hábito
característico se componía de pantalón negro, levita del mismo color y que
tapaba hasta media pantorrilla, abotonada hasta la cintura. Para las salidas
añadían una esclavina negra y sombrero de bordes redondos, no tricornio como lo
llevaban los Hermanos de las Escuelas Cristianas.
.
CAPITULO
XLII: SAINT-SAUVEUR-EN-RUE. |
La
ordenanza del 29 de febrero de 1816, que reglamentaba la enseñanza elemental,
no excluía las escuelas de niñas, según el parecer de los poderes centrales;
pero su aplicación se había limitado a los niños.
El Rector
interino de la Academia de Lyon, señor Poupar, comunicó el 14 de octubre de
1816, que la educación de las niñas sobrepasaba sus atribuciones y que no
estaba comprendida en la ordenanza.
Sin
embargo, el 3 de junio y el 29 de julio, sendas circulares ministeriales modificaban
esa interpretación restrictiva, y el 20 de septiembre, el Prefecto de Loira
exigía a las profesoras el diploma y autorización, no del Rector de la
Universidad, sino del Gobernador departamental.
El examen
para el título era rudimentario. Para aprobar el 2º grado bastaba saber
escribir las cifras del 0 al 9 y poder copiar una sentencia como, por ejemplo:
"Dios nos creó, para amarlo, no para comprenderlo".
En rigor,
ese diploma podría entregarse a maestras que no supieran escribir, con tal que
supieran leer algo y tuvieran principios cristianos. En realidad, lo esencial
para el gobierno no era el nivel de instrucción femenina, sino la progresiva
sustitución de la Iglesia por el Estado.
1.- EL
PRIORATO DE SAINT-SAUVEUR.
La tercera
escuela de la nueva congregación se estableció en un vallecito a 700 metros de
altitud, en Saint-Sauveur-en-Rue, ayuntamiento de 1496 habitantes y vecino de
Marlhes.
Había
sido, antiguamente, un priorato, fundado en 1061 por Artaud d'Argental, quien
lo regaló a San Roberto, primer abad de "La Casa de Dios". En 1607,
el Papa Pablo V (1605-1621) lo cedió a los jesuitas del colegio Tournon
(Ardèche), para formar allí a los teólogos, con obligación, por parte de los
jesuitas, y más tarde los oratorianos que los reemplazaron, de mantener en
Saint-Sauveur a cuatro benedictinos para el culto y dos regentes de escuela
para enseñar a los niños la religión y la gramática.
La
Revolución confiscó y arruinó el priorato, no quedando más que la casita de los
maestros y el terreno que, por no haber sido vendido como bien nacional, pasó,
automáticamente, a la Universidad de Francia en 1808.
Pero,
¿quién sabía eso? En realidad, el terreno pasó siglos sin que nadie lo cultivara;
incluso, una parte fue utilizada como cementerio. La casita, por su parte, se
arruinaba poco a poco.
El Alcalde
de Saint-Sauveur, con ánimo de salvarla, propuso albergar en ella a quien se
comprometiera a conservarla en buen estado. Nadie se ofreció, por lo cual el
municipio la reparó y refugió en ella a una familia pobre.
Marcelino
Champagnat conocía Saint-Sauveur como la palma de su mano. Su hermana mayor,
Mariana, (1775-1817) se había casado allí con el maestro Benito Arnaud, quien
poseía el pomposo e histórico título de "Regente de Colegio (de
Tournon)". Precisamente con ellos pasó Marcelino el curso de 1804-1805, quedando
decepcionado en sus estudios.
Por lo
demás, conocía muy bien al alcalde, señor Colomb de Gast.
2.- PEDRO
FRANCISCO DE COLOMB DE GAST.
Descendía
de familia aristocrática instalada en la región de Marlhes desde el siglo XVI.
Además de su título nobiliario de Escudero, tenía el de Señor de Hauteville y
Gast. Todos lo consideraban como prohombre de la comarca. Vio la luz el año
1754 y desempeñó los cargos de abogado en el Parlamento, juez de paz electo
para Saint-Chamond, diputado a la Asamblea Legislativa (1791-1792), consejero
general (1809-1812), juez de paz en Marlhes y Saint-Genest-Malifaux. Asistió a
la asamblea de la nobleza el 14 de marzo de 1789, y fue presidente de la
asamblea electoral en el departamento de Ródano-Loira, el año 1791. Nombrado
vigilante de los "vales" (moneda y billetes en tiempo de la
Revolución Francesa) que funcionaban en Annonay, estaba autorizado, al igual
que otras 20 personas, para firmar dichos "vales". La autorización le
fue otorgada el 13 de junio de 1790.
En la
Asamblea Legislativa frenó el fanatismo revolucionario y reclamó la libertad de
culto para todos los sacerdotes, juramentados o refractarios, pero presentó su
dimisión después de la toma de las Tullerías (10 de agosto de 1792)
refugiándose en la antigua casa de campo familiar en Dunerette,
Saint-Regis-du-Coin, que pertenecía por entonces al municipio de Marlhes. En
mayo de 1794, amenazado con el arresto, se escapó de la justicia y sus
perseguidores escondiéndose en el subterráneo escarbado atrás del pesebre de un
establo en Barge, luego encontró asilo en el convento de las Hermanas de San
José en Déome, nombre revolucionario de Saint-Sauveur. Finalmente quedó
liberado con la caída de Robespierre y murió en 1831, al igual que su esposa.
Entre sus seis hijos, conviene señalar a José Antonio, alcalde de
Saint-Sauveur, Adrián José, futuro sacerdote, y a su hermana Josefina, quien
contrajo matrimonio con Benito Coste, fundador, junto con Paulina Jaricot de la
Propagación de la Fe.
Pedro
Francisco de Colomb de Gast residía en verano en la casa campestre de
Dunerette, en el lugar denominado Coin, y cada domingo, asistía a la misa en
Marlhes. Fue testigo de la manera en que el Hermano Luis (Audras) y Antonio
(Couturier), conducían en perfecto orden a los niños, de la escuela a la
iglesia, según su costumbre. Encantado por la piedad y la modestia de los
maestros así como de la excelente conducta de los alumnos, preguntó al párroco
Allirot quiénes eran esos maestros que lo edificaban tanto. "¿De dónde los
sacó?", preguntó.
"Oh,
replicó el viejo sacerdote, son una especie de Hermanos formados por el padre
Champagnat. Lo hacen bien, estamos contentos. La parroquia los quiere y los
niños han cambiado radicalmente desde que están en sus manos".
Con estas
recomendaciones, el señor Colomb de Gast se dirigió a La Valla. "¿No
fabrica usted siempre, ese tipo de Hermanos?" preguntó. Marcelino
Champagnat no pudo resistir a la petición de su interlocutor.
Se señaló
el sueldo anual: 400 francos por Hermano; es decir, 800 francos por los dos. El
municipio aportaría 350 francos; Larochette, 100 francos que eran el producto
de un pastizal; y el señor Trivier, 50 francos provenientes de una renta. Los
100 restantes serían cubiertos con las colegiaturas de los niños que
aprenderían a escribir. De hecho, la escuela era gratuita para los alumnos que
se contentarían simplemente con aprender a leer, pues, como lo señaló el Beato
Champagnat en 1828 al prefecto, "la lectura es gratuita ya que es útil
para ser buen cristiano y buen ciudadano".
Faltaba
únicamente recuperar el local escolar. Para ello, desalojaron a la familia
pobre que lo habitaba y el municipio mandó arreglar como nuevo el edificio para
devolverlo a su uso primitivo. A falta de jardín y de patio, los Hermanos
desbrozaron el terreno y lo limpiaron de los huesos del antiguo cementerio; las
dos terceras partes de la superficie podían ser cultivadas, el tercio restante estaba
cubierto de agua o era un verdadero pantano.
Al igual
que en La Valla y en Marlhes, en Saint-Sauveur ya existía con anterioridad una
escuela para los niños, cuando llegaron los Hermanos. Benito Arnaud, el maestro
privado, viudo desde hacía tres años, aceptó retirarse; los trámites se vieron
facilitados puesto que el maestro que se despedía y que ya era muy poco eficaz,
era el mismo cuñado de Marcelino Champagnat.
Luego, el
Beato Fundador designó los dos Hermanos para empezar las clases. La elección
recayó sobre el Hermano Juan Francisco (Esteban Roumezy) "hombre de
carácter ardiente" y sumamente hábil para el trabajo manual, nombrado como
director de la escuela y como maestro de la primera clase, y sobre el Hermano
Bartolomé (Badard) (1804-1877), quien a pesar de sus diez y seis años se encargaría
de la clase de los mayores.
Al día
siguiente de Todos los Santos de 1820, los Hermanitos de María abrían, en
Saint-Sauveur-en-Rue, su tercera escuela.
.
CAPITULO
XLIII: LA CATEQUESIS EN EL BESSAC. |
Los
discípulos de Champagnat se habían establecido en tres ayuntamientos, todos en
el partido judicial de Saint-Etienne.
En
Saint-Genest-Malifaux dirigían la escuela de Marlhes (2420 habitantes) desde
1819; allí había nacido Marcelino.
Desde la
fiesta de Todos los Santos del mismo año, tomaron la dirección de la escuela de
La Valla (2423 habitantes), donde el padre Champagnat era vicario.
En el
territorio de Bourg-Argental, la escuela de Saint-Sauveur (1496 habitantes)
inaugurada en 1820. Remplazaba a la escuela libre del cuñado de Champagnat.
De esa
manera, la nueva congregación se iba desarrollando regular y metódicamente,
apoyándose en las relaciones personales del Beato Champagnat.
Paralelamente
a las escuelas de los Hermanos, esos mismos pueblos disponían de uno o dos
establecimientos para niñas, dirigidas por las Hermanas de San José.
1.
IMPORTANCIA DEL CATECISMO.
En los
albores de la Restauración, la opinión pública no reclamaba una instrucción
popular de alto nivel. El Consejo General del Marne parece expresar bien la
idea más generalizada y admitida cuando escribe: "El objeto de la
instrucción es la religión, la moral, la lectura, la escritura y el cálculo, es
decir, todo aquello que necesita el pueblo y no lo que es inútil para él. No
hará falta repetir que el pueblo no necesita abstracciones, paradojas y ni
siquiera las ciencias. Lo que necesita son grandes verdades, sencillas y
prácticas".
Ahora
bien, esas verdades grandes y sencillas de que tiene necesidad el pueblo, se
las proporciona, sobre todo, el catecismo. Para los adultos la catequización se
llevaba a cabo por medio de las famosas y terribles "misiones
internas"; para los niños, su canal natural y privilegiado era la escuela.
¿El
catecismo en la escuela? "Es el triunfo de los Hermanos", escribía en
1819, el Inspector General Ambrosio Rendu, y añadía: "Los Hermanos han
comprendido, tan bien como los Bossuet y los Fénelon, toda la importancia que
tiene la instrucción religiosa. La consideran como su primer deber para con los
niños, porque es la mayor necesidad de todos los hombres. Sobre todo han
comprendido lo buena que es para el necesitado, para el pobre, sobre quien caen
todas las miserias humanas. Con ello han demostrado ser dignos discípulos de
Dios, que no ha desheredado a nadie, ni de las luces del espíritu, ni de los
consuelos del corazón". (De la Instrucción Pública, p.87).
Marcelino
Champagnat se esmeró especialmente en formar buenos catequistas. Con frecuencia
decía a los Hermanos: "Instruir a los niños es poca cosa; hacerlos amar la
religión es todo".
El,
personalmente, daba lecciones de catecismo a los Hermanos, y después los
enviaba de dos en dos, generalmente un novicio con otro Hermano de más experiencia,
a catequizar a todo el mundo en las aldeas y caseríos vecinos, los domingos y
fiestas. Adultos y niños, reunidos en algún local apropiado, recibían la lección,
comenzando siempre por la oración y alguna canción religiosa. Luego, los
catequistas preguntaban, sólo a los niños, sobre lo explicado la vez anterior,
porque el reglamento vigente de la diócesis, en su artículo 16, disponía:
"No se preguntará a las personas mayores, a menos que ellas lo consientan.
Eviten, en lo posible, todo lo que podría causar pena a dichas personas".
La lección
solía consistir en exponer algún tema que después se repetía por medio de
preguntas cortas y claras. Los Hermanos lo relacionaban, luego, con alguna
exhortación moral y práctica, terminando con alguna historieta sacada, generalmente,
de la colección de "Historias Edificantes y Curiosas", del abate Baudrant,
reeditada en 1819.
Marcelino
Champagnat controlaba esas catequesis, llegando inesperadamente y, a veces, a
ocultas de los Hermanos. A los demás les pedía cuentas de su trabajo.
El, por su
parte, les recomendaba mucha prudencia y les prohibía juzgar la gravedad de las
faltas. "Conténtense, les decía, con infundir a los niños gran horror al
pecado; dejen a Dios y al confesor el juzgar las acciones".
Supo un
día que un Hermano había sido tajante en algunas prohibiciones. Lo llamó y le
preguntó: "¿Qué es lo que ha prohibido usted a los alumnos? Hablar, perder
el tiempo, disiparse, etc.
Mire,
Hermano, vaya a decirles que, aunque se aparten algo de lo prohibido, no por
eso cometen propiamente pecado".
La crítica
de la lección solía hacerse después de la cena, durante el recreo de la noche.
El buen Padre señalaba las faltas, rectificaba los errores, completaba lo
insuficiente, repartía aprobaciones y elogios, terminando siempre dando
aliento.
2. EL
HERMANO LORENZO Y EL BESSAC.
El modelo
de los Hermanos catequistas en el Instituto es, sin duda, el Hermano Lorenzo,
quien solicitó muchas veces el favor de catequizar El Bessac (o Bessat).
Se trataba
de la aldea mayor de la parroquia y la más apartada de La Valla. Para llegar
hasta ella se necesitaba "tener agallas". No menos de dos horas de
camino arriesgado, con torrentes, rocas, barrancos, desfiladeros peligrosos,
que la hacían inaccesible en invierno.
Según
informe del gobernador del Loira, vivía allí "gente pueblerina, estancada
desde siglos en la ignorancia y una especie de embrutecimiento
deplorable".
Y para el
arzobispo de Lyon se trataba de "más de 500 individuos, abandonados desde
tiempo inmemorial, muy alejados de su centro cívico y de las otras parroquias
limítrofes, imposibilitados de recibir el auxilio religioso y viviendo en la
soledad más apartada, causada por las inmediaciones del Pilat y la falta de
instrucción religiosa". Y en carta al Ministro, hablaba de "continua
devastación de los inmensos bosques y de crímenes atroces engendrados por el
odio y la venganza locales". Necesitamos trasladarnos a 1827 para
encontrar ese territorio reunido en una parroquia independiente, formada por el
Bessac, Gallot, Briat, Friyoux Platon, Loye, Gourné-les-Obis, Chomiene,
Chobourellon y Palais. En total unos 550 habitantes.
El Hermano
Lorenzo se alojaba en casa de un vecino de Bessac, El mismo preparaba su frugal
comida: un poco de sopa hecha por la mañana para todo el día, unas papas y su
porción de queso. De todo se abastecía el jueves de cada semana, dándose un
"paseíto" a La Valla.
Dos veces
al día recorría las calles y los caminos con una campanilla para reunir a la
chiquillada. A su paso los adultos se descubrían respetuosamente. Al catecismo
añadía la lección de lectura.
Los
domingos reunía a todos los habitantes en una capilla para la oración, alguna
canción religiosa y el catecismo. Adaptándose a su auditorio de rudos campesinos,
les explicaba el modo de santificar su día en medio de los sufrimientos, trabajos
e incomodidades de aquella vida montañesa.
El Hermano
Lorenzo por nada del mundo dejaría ese trabajo. Un jueves, de frío glacial y un
metro de nieve, el padre Champagnat lo acompañó una parte del camino
entablándose entre ambos el siguiente diálogo: Champagnat: Hermano Lorenzo,
tiene usted un empleo muy penoso.
H.
Lorenzo: ¿Penoso? Nada de eso. Por el contrario, me es muy agradable, porque
tengo la entera confianza de que Dios cuenta todos mis pasos y que pagará en la
gloria todas las penas y fatigas que sufro por su amor.
Champagnat:
Veo que está usted contento de poder ir a dar el catecismo y la clase a ese
pobre pueblo.
H.
Lorenzo: No cedería mi lugar por todos los bienes de este mundo.
Champagnat:
Pero admita, por lo menos, que hoy le tocó un día fatal H. Lorenzo: No, Padre,
es uno de los días más dichosos de mi vida.
El
semblante del Hermano Lorenzo estaba radiante, y por sus mejillas rodaban
lágrimas de felicidad. Marcelino, prácticamente, nunca lloraba y no era
romántico; pero ese día, se emocionó, y a duras penas pudo retener las
lágrimas.
.
CAPITULO
XLIV: PRIMERAS CONTRADICCIONES ECLESIASTICAS. |
La
Sociedad de María encontró muchas dificultades desde su nacimiento. A Marcelino
Champagnat, más que a ningún otro, le tocó experimentar la amarga fecundidad de
la contradicción.
Los
hombres, habituados a juzgar del éxito partiendo de criterios puramente humanos,
no podían comprender, ni admitir que un sencillo y simple vicario de aldea,
pretendiera fundar una congregación dedicada a la enseñanza. Consideraban
semejante proyecto una quimera infantil, fruto del orgullo y la temeridad. Atribuían
al vicario de La Valla mil intenciones contradictorias. Incluso lo acusaban de
querer fundar una secta de beguinos. En suma, criticaban todo cuanto hacía.
Todas esas
pruebas que los fundadores han sufrido frecuentemente, se multiplicaban a
consecuencia de la situación anormal administrativa por la que pasaba la
arquidiócesis de Lyon.
1.- UNA
DIOCESIS CUYO JEFE ESTA PROSCRITO.
Durante el
Primer Imperio, la arquidiócesis de Lyon, que se extendía en los tres
departamentos: Ródano, Aine y Loira, era la más floreciente y poderosa de toda
Francia. Su jefe era el tío de Napoleón, el cardenal Fesch. Pero al caer el
Imperio, un millón de católicos se vieron privados de su autoridad canónica,
porque, en marzo de 1814, Monseñor Fesch abandonó su diócesis.
Por cierto
que, después de Waterloo, el prelado pretendió regresar y quedarse en Francia.
Para conseguirlo escribió a Luis XVIII, el 10 de julio de 1815. El Ministro
Fouché le contestó que tendría que olvidarse del territorio francés.
Efectivamente, el 2 de enero de 1816, salió la ley que expulsaba a los
Bonaparte, incluido el nombre del Arzobispo, que estaba refugiado en Roma.
Los
monarquistas no aceptaron el concordato de Napoleón y trabajaban para
remplazarlo por uno nuevo que, en efecto, se firmó por Roma y París, el 11 de junio
de 1817. En él se anunciaba una reforma administrativa que comprendía la
sustitución de Monseñor Fesch, arzobispo de Lyon.
El
cardenal Consalvi fue el encargado por el Papa Pío VII de negociar la dimisión
por parte de Monseñor Fesch. "Mi Iglesia de Lyon, replicó vivamente el
purpurado, mi Iglesia de Lyon es mi porción, mi heredad, es mi cáliz. Nadie me
la podrá quitar... Lo digo de una vez: Quiero morir siendo sucesor de san
Potino y de san Ireneo".
Pío VII
contemporizó, pero el 27 de julio creó nuevas diócesis, entre ellas la de
Belley, de modo que el departamento de Aine quedó eclesiásticamente, separado
de Lyon.
Tal medida
contrarió mucho al cardenal Fesch, quien, el 10 de agosto de 1817, protestó
contra esa disposición. Le parecía bien aumentar el número de diócesis, pero
declaraba ser necesario conservar algunas "sedes notables" en las que
"se pudiera multiplicar los establecimientos de formación eclesiástica,
mantener los estudios antiguos para conservar la tradición, formar
congregaciones misioneras, facilitar y sostener obras de caridad, aumentar los
claustros, celebrar el culto con mayor pompa y conservar, según sus
instituciones, el esplendor y la dignidad de la jerarquía, rodeada de toda
clase de ilustraciones y de recursos, con el fin de ser útiles, tanto a la
propia diócesis, como a las sufragáneas y, en definitiva a la Iglesia
Universal".
Refutaba
hábilmente los argumentos de los encargados de dividir las diócesis, ponderando
que "las montañas son las que proporcionan sacerdotes, excelentes
sacerdotes". y terminaba con estas palabras: "Sí, Santísimo Padre,
mientras viva no cejaré en pedir justicia, ni abandonaré nunca tan importante
causa".
Pío VII
decidió, por Breve del 1 de octubre de 1817, que el Cardenal conservara su
título de Arzobispo de Lyon, pero separado de la administración, nombrando en
su lugar al cardenal Bernis, antiguo Arzobispo de Albi. De esa manera Monseñor
Fesch perdió su jurisdicción.
Ahora
bien, como el Breve no mencionaba el nombramiento por el Rey, se quedó retenido
en los archivos del Gobierno, quedando sin efecto. Otro tanto sucedió con el
Concordato de 1817, que no fue aprobado por las Cámaras, alegando carecer de
fondos para los honorarios de los nuevos obispos, y quedó letra muerta.
Todas esas
circunstancias adversas, produjeron inquietud y desconcierto en el clero
lionés. Al irse a Roma, el cardenal Fesch delegó todos sus poderes en los tres
vicarios generales; pero, desde el 1 de octubre de 1817, esos poderes cesaron
al anularse la jurisdicción del Arzobispo, cuyo nombre desapareció de la lista
de los obispos franceses. Por otra parte, el nuevo administrador, Monseñor Bernis,
no entró nunca en funciones. En realidad, la diócesis quedó acéfala.
En esta
lamentable situación, la antigua administración permaneció en su puesto, sin
nombrar para nada al Cardenal, cuya mano invisible no soltó nunca las riendas.
"Imposible encontrar en la historia de la Iglesia otro caso
semejante". (A.N.F. 192531).
El clero
diocesano se dividió a favor y en contra de Fesch, a favor y en contra de la
administración diocesana, e, incluso, de la validez de algunos sacramentos. El
desorden religioso y espiritual llegó al colmo, Cierto que Pío VII anunció, el
23 de agosto de 1819, que se regresaba al Concordato de 1801, pero estaba en
Consistorio secreto.
2.-
CLAUDIO MARIA BOCHARD Y LA SOCIEDAD DE MARIA.
Ahora
bien, de los tres vicarios generales, el Reverendo señor Courbon tenía mucha
edad, ya que había nacido en 1748 y se hallaba afectado de una enfermedad
incurable. Renaud, por ser más anciano, no podía desempeñar su cargo. Así que,
el ilustre señor Bochard, encargado especialmente de las congregaciones religiosas,
administraba, en realidad toda la diócesis. Por ambos títulos era una amenaza
para la obra de Marcelino Champagnat.
No
olvidemos que el Reverendo señor Bochard había fundado una congregación de
Padres y Hermanos, aprobada por el Ordinario, el 11 de junio de 1816, con el
nombre de "Sociedad de la Cruz de Jesús".
Tras el
fracaso en su empeño de atraer al joven seminarista Courveille para su
fundación, perseveraba en el propósito de absorber la "Sociedad de
María". En 1816-1817 y en 1819, impidió que esta última negociara su
aprobación por Roma.
No
abrigando ninguna esperanza por parte de Lyon ni por parte de Roma, Pedro Colin
y tal vez Courveille, se dirigieron al Puy, puesto que, según las revelaciones
hechas a este último, parecía ser que la Sociedad de María nacería al amparo de
Nuestra Señora del Puy.
Monseñor
Salomón, obispo de Saint-Flour y administrador de la diócesis del Puy, aceptó
muy gustoso a la futura Sociedad de María, puesto que él mismo planeaba fundar
una sociedad misionera.
Tan pronto
como se enteró Bochard del contacto realizado, publicó una ordenanza,
recordando la disposición del Consejo Arzobispal del 12 de octubre de 1814, en
la que se establecía la suspensión "ipso facto" para cualquier
sacerdote que dejara la diócesis sin previa autorización.
Juana
María Chavoin, Hermana Marista al servicio de los hermanos Colin, en Cerdon,
hizo algunas diligencias más, interesando en el asunto al Vicario General del
Puy, señor Richard. Era en enero de 1820; pero debido a la situación tan
confusa de la Iglesia de Francia, tampoco tuvo resultados positivos.
Más que a
nadie, le tocó al padre Champagnat soportar las más largas y graves
contrariedades por parte de Bochard, su superior jerárquico y canónico. En efecto,
todo lo que había emprendido en 1816, su congregación de Hermanos, sus
actividades catequísticas, las escuelas de Marlhes, La Valla y Saint-Sauveur,
todo eso parecía jurídicamente como obra clandestina, por carecer de
autorización eclesiástica y estatal.
Una vez
más se entabla la dolorosa lucha entre el Estado y una Institución eclesiástica
por un lado, y por otro, el carisma del Espíritu que sopla donde quiere.
.
CAPITULO
XLV: PRIMEROS ENFRENTAMIENTOS BOCHARD-CHAMPAGNAT |
Los éxitos
de Marcelino Champagnat contrariaron especialmente al párroco Rebod. Desde que
el Vicario llegó a La Valla, en 1816, se ganó la estima y el afecto de los
feligreses, no siendo menor su acierto en la fundación de una congregación para
la enseñanza.
Por otra
parte, disgustado Marcelino por el vicio de beber más de la cuenta que observó
en el padre Rebod, pidió y obtuvo, en 1818, permiso para vivir con los
Hermanos.
En
realidad, desde que el maestro Montmartin hubo de salir de La Valla, el señor
cura se sentía un tanto abandonado y acusaba a su vicario de negligente.
Todo eso
motivó que Rebod fuera uno de los primeros en criticar a su colaborador y en
desaprobar su actividad carismática de fundador. Ponía al señor Bochard,
verdadero jefe de la arquidiócesis lionesa, al corriente de todo lo que se
hacía en el noviciado de los Hermanos, sin elogiarlo para nada.
1.- UNA
ENTREVISTA DELICADA EN EL ARZOBISPADO.
Enterado
el Vicario General con la desfavorable comunicación recibida del párroco, llamó
a Marcelino para que se presentara en el arzobispado. Ocurrió la entrevista en
el otoño de 1820, un mes antes de abrir la escuela de Saint-Sauveur-en-Rue,
parroquia en la que los Padres de la Cruz de Jesús habían predicado la gran
misión desde 1816, fiesta de Todos los Santos hasta el 6 de enero de 1817.
El padre
Marcelino Champagnat se trasladó prontamente a Lyon el 8 de octubre de 1820 y
se presentó al señor Bochard. El Vicario General lo recibió un tanto molesto y
extrañado de que se fundara una congregación religiosa no sólo sin su permiso,
sino como a escondidas.
El padre
Champagnat soportó la crítica de la autoridad y respondió humildemente:
"Es cierto, Excelencia, que he reunido algunos jóvenes para que den clase
a los niños de La Valla, de Marlhes, y dentro de poco, en Saint-Sauveur. Son,
en total, unos ocho, y a ellos se sumará pronto Antonio Gratallon, natural de
Izieux. Esos jóvenes viven en comunidad, algunos se ocupan en trabajos
manuales, otros instruyen a los niños y varios de ellos se forman en los
conocimientos de la enseñanza primaria. En realidad, no tienen ni hábito talar,
ni compromisos religiosos. Están allí voluntariamente y por su gusto, porque
les agrada ese género de vida, la oración, el estudio y la enseñanza.
-
"¡Pues eso es precisamente! Se dice que usted pretende fundar una
Comunidad Religiosa, y que usted se toma la libertad de llamarse el
Superior" - "Creo que exageran mucho lo que yo hago. En realidad de
verdad, su servidor los dirige, los forma; pero de ningún modo me siento el
superior. Ellos mismos se han elegido un director entre ellos".
- "Me
parece que está disimulando, padre Champagnat. Hablemos claro. ¿No es cierto
que piensa establecer una Congregación Religiosa de maestros?" - "Le
hablaré con franqueza. Sí, he tenido el pensamiento de formar instructores para
los niños del campo. Con esa intención he reunido varios jóvenes como ya le he
indicado. Dios hará lo que le plazca; yo no busco más que su divina
voluntad".
-
"¡Ahí está! ¡En eso estamos! Y les ha dado usted el nombre de
"Hermanos de María"; lo cual expresa claramente su intención de
fundar una Congregación Religiosa. Ahora bien, ya existe una en la diócesis
llamada 'Sociedad de la Cruz de Jesús', cuyos Hermanos tienen como fin
completar, en los medios rurales, a los Hermanos de las Escuelas Cristianas,
quienes se limitan a los centros urbanos. Es preciso guardar cierto orden en
esas cosas, y no me parece bien que haya varias congregaciones en la diócesis,
que tengan el mismo objetivo. Le propongo juntar su ensayo a mis Padres y
Hermanos de la Cruz de Jesús, en la Cartuja, aquí mismo, en Lyon, sede de la
arquidiócesis, en donde nuestro común amigo, Juan Antonio Gillibert enseña
dogma, griego y hebreo en el Seminario Mayor".
Un
silencio prolongado permitió al padre Champagnat reflexionar. Comprendió que
chocaba con una voluntad resuelta y determinada a conseguir, a como diera
lugar, la fusión, y que, negarse a ella, le proporcionaría un sin fin de
dificultades. Sin rechazar en lo absoluto la poco agradable proposición del
Vicario Bochard, procuró ganar tiempo, cambiando hábilmente la conversación.
Finalmente se despidió del Vicario General, doctorado en La Sorbona.
2.- DE
TODAS MANERAS, ENCUENTRA ENTUSIASMO.
Al dejar a
su superior jerárquico, Marcelino Champagnat se encontró perplejo y sin saber
qué decisión tomar. Para salir de la duda, solicitó una entrevista con el
primer Vicario General, José Courbon, hijo de su misma comarca, puesto que había
nacido en Saint-Genest-Malifaux, en 1748.
El Vicario
Courbon era un sacerdote de mucha experiencia, fino, prudente, bondadoso.
Ocupaba su puesto desde 1805. Por no jurar la Constitución se refugió en Italia
durante la Revolución, hasta la llegada del Consulado.
Marcelino
Champagnat se presentó, pues, con el señor Courbon, se abrió con entera
franqueza, dándole cuenta de cómo estaba su naciente congregación. Le notificó
también, la conversación tenida con el señor Bochard y el aprieto en que lo
había metido la proposición de la fusión.
-
"Señor Vicario General, usted conoce mis intenciones y lo que he
conseguido hasta el presente. Le suplico me diga lo que le piense de esta obra;
estoy dispuesto a dejarla en manos del Vicario Bochard, si usted me lo indica,
porque no busco más que la voluntad de Dios. Cuando ella me sea comunicada por
su medio, la aceptaré".
El anciano
Courbon, con toda amabilidad, le expuso lo siguiente: "No veo por qué le
ponen a usted tantas dificultades y trabas. Es muy necesario formar buenos
maestros. ¡Tenemos tanta necesidad de ellos! ¡Continúe! La moral de Marcelino
se remontó como flecha, y, satisfecho plenamente con la respuesta del primer Vicario,
no se acordó para nada de la propuesta del señor Bochard, de quien dependía en
el ámbito de las congregaciones religiosas.
Como el
viaje de La Valla a Lyon no era fácil en aquellos tiempos, el Beato Fundador
tuvo la feliz idea de aprovechar su estancia en el Seminario Mayor de san
Ireneo para consultar con Filiberto Gardette (1765-1848), antiguo profesor de
filosofía en el seminario de Clermont-Ferrant. Gardette, ordenado sacerdote, en
1791, en el Puy durante el Revolución, fue arrestado y condenado a ser deportado
a la Guayana (1794). Sin haber salido de Francia, consiguió la libertad al año
siguiente. Más tarde fundó y dirigió, desde 1803, el seminario menor de
Saint-Jodard, hasta 1812, fecha en la que fue nombrado superior del seminario
mayor de Lyon. Como tal, conocía al detalle los planes de Courveille y fue el
confidente reservado y discreto de los futuros Padres Maristas.
El señor
Gardette accedió gustoso a la visita de Marcelino; éste le comunicó todo lo que
había conseguido en La Valla y las diversas opiniones de los Vicarios Generales.
El
superior del seminario desaprobó la eventual fusión de los "Hermanos de María"
y los "Hermanos de la Cruz de Jesús", animó al Beato Fundador:
"¡Sea prudente!, ponga toda su confianza en Dios, no se desaliente por las
contradicciones que padece su obra; esta prueba la afianzará" Con los
consejos de los señores Courbon y Gardette, Marcelino vio el cielo abierto,
pagó los 11 francos por su alojamiento en el seminario y el 13 de octubre
regresó a La Valla más entusiasmado y decidido que nunca a seguir la obra
comenzada.
CAPITULO
XLVI: ABUNDANCIA POR DOQUIER; ESCASEZ EN LA VALLA. |
El
asesinado del Duque de Berry, el 13 de febrero de 1820. y el posterior nacimiento,
el 29 de septiembre, del Conde de Chambord, único heredero legítimo, modificó
la atmósfera política. Las elecciones parciales, en noviembre de 1820,
señalaron un aumento de los "ultras" en la Cámara. Estos propusieron
a Luis XVIII la necesidad de "fortalecer la autoridad religiosa en el pueblo
y purificar las costumbres con un sistema de educación cristiana y
monárquica".
El
instrumento apto para lograr ambas facetas de tal programa, parecía ser las
"Congregaciones de enseñanza, tanto de hombres como de mujeres".
1.-
ABUNDANCIA DE HERMANITOS.
Resucitados,
los Hermanos de las Escuelas Cristianas, de Juan Bautista de la Salle, se
desarrollaron prodigiosamente. En diciembre de 1820, sumaban unos 570
religiosos, procedentes de 10 noviciados, regenteaban 193 escuelas, con un
total de 39 560 alumnos.
En cada
establecimiento solían trabajar tres Hermanos para dos aulas de alumnos.
Cobraban 1800 francos anualmente, o sea, 600 francos por cada Hermano. Añadían
3600 francos para gastos y mejoras del edificio y 1800 francos más para el
sostenimiento de sus noviciados. Estos dos últimos cobros se efectuaban una
sola vez. Las condiciones resultaban tan elevadas, que sólo las ciudades o pueblos
grandes podían sostenerlas. Eran los "Grands Frères", y gozaban de
autorización desde 1808.
A
semejanza de ese modelo, pululaban por doquier "Hermanitos",
dedicados primordialmente a los niños del campo, y cuyos honorarios no excedían
la capacidad de las parroquias o de los municipios que los solicitaban.
En 1713,
Charles Tabourin fundó los "Hermanos de San Antonio", para los suburbios.
Restablecidos una vez pasada la Revolución, se establecieron en los arrabales
de París y ciudades colindantes, extendiéndose por la llanura de Langres. Luis
XVIII los autorizó el 23 de junio de 1820, para toda Francia. Eran tildados de
jansenistas.
En el
Oeste francés, aparecieron varias congregaciones. Del 9 al 15 de septiembre de
1820, Gabriel Deshayes y los Hermanos De la Mennais, reunieron en Auray
(Morbihan), 42 Hermanos y novicios, para darles Regla y voto de obediencia. La
divisa "Sólo Dios" y su hábito propio los distinguía. Los llamaron
"Hermanos de la Instrucción Cristiana". El 14 de noviembre de 1821,
esa nueva congregación constaba de 70 miembros, 17 escuelas, 2 noviciados, uno
en Saint-Brieuc y el otro en Saint-Laurent-sur-Sèvre.
El obispo
de Mans reconoció canónicamente a los Hermanos de san José, fundados por
Jacques Durajié. Al mismo tiempo, el Consejo General de la Somme, concedía en
agosto de 1820, 12000 francos al obispo de Amiens, para fundar otra
congregación de Hermanos, llamados también de San José.
En Lorena,
Dom Frechard, en octubre de 1821, instalaba un noviciado en Vezélise, para
Hermanos de la Doctrina Cristiana de la diócesis de Nancy. El mismo año había
ya suministrado a Ignacio Mertian, algunos jóvenes para Hermanos de la Doctrina
Cristiana, en la diócesis de Estrasburgo. Fueron aprobados por el obispo en
enero de 1821, y oficialmente por Luis XVIII, el 5 de diciembre, para Alsacia.
El maestro
de Novicios instalado en Ribeauvillé era Luis Rothéa, de la Sociedad de María
de Burdeos, fundados por Guillermo José Chaminade. Estos
"Marianistas" dirigían un pensionado en Burdeos desde 1819 y un gran
colegio elemental en Agen (Tarn-et-Garonne), desde 1820.
En Lyon se
desarrollaba la "Sociedad de la Cruz de Jesús", gobernada por el vicario
general Bochard, abarcando todo tipo de enseñanza y predicación.
Hacia
1820, Andrés Coindre juntaba sus Hermanos de los Sagrados Corazones de Jesús y
de María, con los que el señor Rouchon había reunido en la antigua abadía de
Valbenoite (Saint-Etienne). Esa unión se rompió por la Navidad del año
siguiente.
Por todas
partes surgían Hermanos para la enseñanza, dispuestos a trabajar en la recristianización
de la juventud francesa.
2.- LA
VALLA: COMO LAMPARA SIN ACEITE...
Cuando las
nuevas fundaciones prosperaban rápidamente, encontramos una excepción: ¡La
Valla! Los Hermanitos de María, obra de Marcelino Champagnat, se encuentran
solos, terriblemente solos, y en clandestinidad jurídica total, canónica y
civilmente.
No
solamente el señor Bochard, pieza clave como autoridad diocesana, sino hasta
Monseñor Courbon, que tuvo palabras alentadoras en octubre de 1820, dudaba
ahora. Además, el 22 de mayo de 1820, ¿no había notificado al prefecto del
Loira, que el arzobispo de Lyon no autorizaría, en general, que los sacerdotes
se dedicaran a la enseñanza? Marcelino no podía, de ninguna manera, mostrar autorización
alguna.
Además,
una ordenanza del 2 de agosto renovó los Comités Cantonales, de los que
dependía la enseñanza primaria y, al mismo tiempo, suprimía el derecho que
tenían los sacerdotes desde 1817, de poder conceder ellos mismos, el diploma de
tercer grado. Se preveía una mayor exigencia en los exámenes.
El Hermano
Lorenzo, catequista en el Bessat, sabiendo que pronto iba a ser enviado a una
escuela, se apresuró a solicitar examen ante el señor cura de Saint-Chamond.
Este le envió una larga cuenta de sumar, encargándole que la efectuara y se la
devolviera. Bien podía el Hermano solicitar que se la resolviera alguno de los
más inteligentes, pero no; efectuó la suma, se la devolvió al señor cura y
recibió su diploma de tercer grado, antes de que entrara en vigor la ordenanza
ministerial.
De hecho,
además de la oposición diocesana, una amenaza académica se cernía sobre la
naciente congregación de los Hermanitos de María. A mediados de abril de 1819,
dos inspectores oficiales recibieron el encargo de cerrar todas las escuelas
clandestinas que descubrieran.
Uno de
ellos, Guillard, se vio impedido por un grave ataque de tos. El otro, Poupar,
no pudo llegar a los pueblos montañosos porque su corpulencia no le permitía
viajar a caballo.
Al año
siguiente, Guillard inspeccionó la escuela de Marlhes, encontrando allí al
Hermano Luis, quien ya había presentado el examen del examinador oficial Mingot.
Allí tuvo
noticia el inspector Guillard, de que en Tarentaise funcionaba una escuela de
latín con 30 alumnos, y que el padre Marista Seyve dirigía una escuela primaria.
"Me
propuse ir allí, escribe el inspector, y también a La Valla, en donde el
vicario tiene escuela para maestros en una casa comprada ad hoc. Pero encuentro
que está muy lejos; tendría que subir varias montañas, y el tiempo amenaza.
Creo que la noticia anticipada de mi propósito hará que los alumnos se
dispersen cuando yo esté en Saint-Chamond o en Saint-Etienne. Esos maestros
clandestinos hacen mucho daño a los colegios de la región. Si el señor Rector
quiere que los visite, tiene que ser entrando por Saint-Chamond".
Es natural
que, el Fundador, viendo y pesando tantas dificultades como le venían encima,
sufriera; especialmente palpando la falta de vocaciones para La Valla. Todos
los otros noviciados de Hermanos estaban llenos, y él no había recibido más que
un postulante en los dos últimos años. El reclutamiento local se había agotado,
el horizonte se veía muy negro.
En esta
angustia mortal, Marcelino Champagnat frecuentaba la capilla cercana de Nuestra
Señora de la Piedad y celebraba en ella la santa Misa. Propuso varias novenas y
se confió plenamente a María, protectora de su naciente Instituto.
"Es
tu obra, le decía; Tú nos has reunido, a pesar de las contradicciones de los
hombres, para promover la gloria de tu Hijo. Si no acudes en nuestro auxilio,
pereceremos; nos extinguiremos como lámpara sin aceite. Pero si esta obra
perece, no es nuestra obra la que perece, sino la tuya, puesto que Tú lo has
hecho todo entre nosotros. Confiamos en Ti, contamos y contaremos siempre con
tu ayuda poderosa".
.
CAPITULO
XLVII: BOURG-ARGENTAL. (2-II-1822) |
1822 es un
año de mucha importancia para nuestro Instituto, digno de recuerdo en nuestra
historia. Por primera vez, los Hermanitos de María fundan en una población
importante, y por primera vez, las autoridades académicas inspeccionan el
noviciado de La Valla que, inesperadamente y de manera rápida, se va desarrollando.
Asimismo,
la Sociedad de María recibe de la Santa Sede un rescripto laudatorio ese mismo
año.
1.-
CONTRADICCIONES DE PARTE DEL CLERO.
Las
personas que más acremente criticaban las intenciones de Marcelino Champagnat
no eran tanto los anticlericales cuanto los clérigos. Consideraban que el padre
Champagnat carecía de las aptitudes intelectuales indispensables a todo
fundador de obras para la enseñanza.
"Su
congregación, comentaban, es una quimera, fruto del orgullo y de la temeridad.
¿Qué pretende realizar? ¿Cómo, sin recursos ni talento, puede soñar en una
congregación religiosa? El orgullo lo lleva a semejante empresa; la ambición, ganas
de sobresalir, de que lo tengan por fundador: pura vanidad.
Hasta
algunos sacerdotes que se decían amigos, trabajaban en su contra. Claro ejemplo
tenemos en el señor Allirot, párroco de Marlhes. El había bautizado al pequeño
Marcelino en 1789; consiguió que la primera escuela de los Hermanitos de María
se abriera en la parroquia y villa natal del Fundador.
No
obstante, enviaba los candidatos a la vida religiosa, no a La Valla, sino a los
Hermanos de las Escuelas Cristianas de Lyon. Enviarlos a La Valla le parecía
comprometer los intereses y la vocación de los aspirantes.
Más aún,
se afanaba por desviar de Marcelino a sus Hermanos. "No espere que su
comunidad prospere, decía al Hermano Luis, director de la escuela. Para que una
obra semejante sea sólida hay que fundamentarla en la roca, y su Congregación
descansa sobre arena. Se necesitan recursos que no tienen ahora ni tendrán
nunca".
El Hermano
Luis, con todo respeto, replicó: "La roca que debe servir de fundamento a
una congregación es la pobreza y la contradicción. Ahora bien, gracias a Dios,
de ambas cosas tenemos en abundancia, por lo cual creo que construimos
sólidamente y Dios nos bendecirá".
Enterado
de las disposiciones del señor Allirot respecto a la Congregación. Marcelino
decidió trasladar a La Valla al joven discípulo de 20 años y remplazarlo, al
comenzar el curso de 1921, por el Hermano Lorenzo, que sacaba 9 años a su
hermano.
Al
saberlo, el señor cura preguntó al Hermano Luis: - ¿Por qué se va usted si aquí
lo hace muy bien? A lo que contestó el Hermano: - Me voy porque lo manda la
obediencia.
- Creo que
aniquila usted la escuela al abandonarla.
- No lo
creo; el que me reemplace lo hará mejor que yo.
- No es
posible. A usted aquí se le aprecia, ha tenido mucho éxito. Quédese aquí, yo me
comprometo a cuidar de usted ahora y en el porvenir.
- Eso
jamás, señor cura, Mi superior ordena y yo debo obedecer.
- Su
superior es un hombre sin experiencia, sin capacidad, sin inteligencia. Lo que
hace al quitarlo de aquí, a pesar de mi oposición, prueba bien lo que digo. Lo
conozco desde hace tiempo.
- La idea
que de él tienen en La Valla es muy diferente. Todos hablan del padre
Champagnat como hombre prudente, muy capaz. Y nosotros, los Hermanos, lo
consideramos un santo.
El párroco
no contestó más. El Hermano Luis, antes de irse, solicitó y consiguió de él la
bendición. Era durante las vacaciones de 1821.
2.-
FUNDACION DE BOURG-ARGENTAL.
La
malévola disposición del clero hacia Marcelino Champagnat se ve claramente en
esta fundación, patrocinada, únicamente, por personal civil. Es la cuarta escuela
de los Hermanitos de María. Algo parecido había ocurrido ya en 1820, cuando se
llevó a cabo la fundación de Saint-Sauveur-en-Rue.
Lo mismo
que en La Valla, Marlhes y Saint-Sauveur, funcionaba ya allí una escuela de
niños. El maestro, señor Bole, era buen cantor y profesor clandestino de latín.
Por esos dos motivos lo estimaban mucho en la población. El Comité Cantonal
había solicitado una medalla de honor para dicho maestro, y lo había
galardonado con 100 francos para que pudiera formarse al método simultáneo de
los Hermanos de La Salle.
Las autoridades
municipales hubieran preferido la presencia de dichos Hermanos y, con tal fin,
hicieron una solicitud ante los superiores. La medida tomada fracasó por ser
elevado el costo y no poder cumplir la condición de enviar, preferentemente,
tres aspirantes al noviciado de Lyon.
Por todo
lo anterior, el nuevo alcalde, señor Pleyné, acudió a La Valla, aconsejado por
el buen amigo de los Hermanitos de María, señor Colomb de Gast, quien ya los
tenía en Saint-Sauveur.
Al aceptar
la dirección de una escuela en la cabecera del municipio, los Hermanitos de
María tomaron conciencia de que superaban una etapa de su evolución y
desarrollo.
El padre
Champagnat les habló en los siguientes términos: "Nuestro objetivo, al
juntarnos en esta Sociedad fue la educación cristiana de los niños del campo.
Ahora, algunas poblaciones de importancia solicitan nuestros servicios. Creo
que es nuestra obligación prestárselos, ya que la caridad de Cristo, que debe
ser modelo de la nuestra, abarca a todos los humanos; los niños de las ciudades
también le han costado su preciosísima sangre".
Con el fin
de evitar desviaciones en el nuevo programa, Marcelino les recordó los dos
principios fundamentales, base de toda evolución Marista: 1.- No debemos
olvidar nunca que nuestro fin primario tiene prioridad por las parroquias
rurales, y a ellas nos debemos en primer lugar.
2.- La
enseñanza religiosa en las ciudades ha de ser más fuerte, más elevada, porque
las necesidades en esos centros son mayores, y la instrucción primaria en ellas
está más desarrollada.
También en
esos centros, más que en las escuelas rurales, el catecismo y las prácticas
religiosas deben ocupar el primer lugar. Concierne a los Hermanos, empleados en
esos centros de importancia, mantener en alto la educación cristiana de los
niños que les confían, porque los padres, en esos lugares, ponen, en general,
menos cuidado en ello, ya sea por sus ocupaciones o por otros motivos.
Después de
esta intervención tan oportuna, el Fundador prosiguió entusiasmado, más o menos
en estos términos: "Las autoridades y los padres que nos llaman, quieren
que den a sus hijos una sólida y completa instrucción primaria. La Iglesia que
los envía espera, por su parte, que promuevan celosamente, entre esos niños, el
conocimiento, servicio y amor al Padre Celestial, y que nuestra escuela sea un
semillero de santos. Eso es lo principal de su tarea y el por qué de su vocación".
Considerando
la importancia de la nueva fundación -la primera escuela de los Hermanitos de
María con tres aulas y 200 alumnos- el padre Marcelino designó para organizarla
a sus tres discípulos más preparados: el Hermano Juan María (Granjon) que
contaba 27 años y había organizado muy bien la de La Valla; el Hermano Luis
(Audras), con 20 años y la experiencia de Marlhes, y el Hermano Juan Pedro
(Martinol), cumplidos los 23 años.
Al
despedirlos, el santo fundador añadió: "Llegados a Bourg-Argental, irán,
directamente, a la iglesia, para adorar al Señor, ofrecerse a El, encomendarle
la obra que se les confía y pedir su paternal bendición.
De allí
pasarán a la casa parroquial, para presentarse al párroco, pedirle su bendición,
solicitar sus servicios de padre espiritual y prometerle portarse siempre como
hijos sumisos. Acto seguido, preséntense al alcalde, que es el bienhechor; se
pondrán a sus órdenes para abrir las clases el día que él disponga".
Luego
continuó: "Queridos Hermanos, no olviden que la primera lección que esperan
de ustedes los niños, las autoridades, el clero y todo el vecindario, es el
buen ejemplo: sean modelos de piedad y virtud para todos".
El 2 de
enero de 1822, quinto aniversario de la fundación del Instituto, comenzaron las
clases en Bourg-Argental. Pocos días después el Hermano Luis consiguió su
diploma de tercer grado, dado que los Hermanitos de María no gozaban de los
privilegios de los "Grands Frères".
.
CAPITULO
XLVIII: RECLUTAMIENTO IMPREVISTO. |
Al
celebrarse la fiesta de Todos los Santos del año 1821, eran 10 los Hermanitos
de María ocupados en los colegios: los Hermanos Lorenzo (Juan Claudio Audras) y
Antonio (Couturier) en Marlhes; los Hermanos Bartolomé (Badard) y Juan Francisco
(Esteban Roumesy) en Saint-Sauveur-en-Rue; en La Valla los Hermanos Juan María
(Granjon), Luis (Audras), Francisco (Gabriel Rivat), Juan Pedro (Martinol),
Bernardo (Gratallon) y Felipe (Juan Bautista Tardy); los últimos estaban en el
noviciado.
A partir
del 2 de enero de 1822, los Hermanos Juan María, Luis y Juan Pedro comenzaron
las clases en Bourg-Argental, dejando en La Valla a los Hermanos Francisco,
Bernardo y Felipe, bajo la dirección inmediata del Padre Champagnat. Agotado,
el noviciado ya no existía como tal. Precisamente, con la esperanza de
encontrar vocaciones, el Fundador aceptó la fundación de Bourg-Argental.
1.- UN
"EXTRAÑO" RECLUTADOR.
La
operación prevista era muy riesgosa: si Bourg-Argental suministraba buenos
postulantes, era un acierto; en el caso contrario sería el fracaso, y la
fundación de Marcelino Champagnat se hundiría agotada por su último esfuerzo.
Pero el hombre propone y Dios dispone.
Convencido
de que la vocación religiosa antes que nada es obra de Dios, Marcelino
multiplicaba las novenas y las misas con esta intención. El martes, 12 de febrero
de 1822, fiesta de los siete fundadores de los Servitas de María, repitió la
peregrinación a la capilla de Nuestra Señora de la Piedad y su oración: "Si
nos abandonas, pereceremos, nos extinguiremos como lámpara sin aceite. Pero si
esta obra perece, no es nuestra obra la que perece, sino la tuya. Esto no sucederá,
¡Oh nuestra Buena Madre! Hemos puesto toda nuestra confianza en ti y nunca se
dirá que hemos contado contigo en vano".
A su
regreso, Marcelino tuvo la sorpresa de encontrar en la puerta de la casa de los
Hermanos, un joven de 22 años, Claudio Fayole, oriundo de Saint-Medard (Loira).
El certificado del párroco decía: "El portador de la presente es un joven
bueno y piadoso que desea retirarse del mundo. Está poco instruido, pero es inteligente,
y es capaz de formarse. Para decirle en dos palabras mi pensamiento sobre este
sujeto, lo creo útil para todo y estoy convencido de que será un tesoro para su
obra". De hecho, el postulante llegó a ser el célebre Hermano Estanislao.
(1800-1853).
Esto no
era más que el preludio. En efecto, a mediados de la cuaresma, es decir, en el
mes de marzo de 1822, al regresar de la oración de la tarde, de la iglesia,
Marcelino encontró en la casa a un joven que solicitaba la admisión en la congregación.
Al interrogarlo, descubrió que el viajero había sido durante seis años, Hermano
de las Escuelas Cristianas. "Si usted no sirvió para los Hermanos de La
Salle, o si su estilo de vida no le conviene, usted tampoco sirve para nuestra
vida, y le comunico que no podré recibirlo".
Como caía
la noche, Marcelino le dio hospitalidad: "Dormirá usted aquí y mañana se
regresará". Durante el recreo que siguió a la cena, el visitante habló
extensamente del Alto Loira, su región de origen, rico en vocaciones, en donde
Marcelino Pleynet y el alcalde Dupizet de la Chomette habían establecido,
cuatro años antes, en 1818, la Escuela de los Hermanos de La Salle en
Bas-en-Basset, dirigida por el Hermano Cándido. "Si usted me recibe,
añadió le prometo que le traeré varios postulantes conocidos míos".
Durante
los días siguientes, el padre Champagnat estuvo estudiando al joven que seguía
insistiendo; pero creyendo que no era del todo sincero, lo conminó para que se
retirara. El solicitante le volvió a ofrecer media docena de jóvenes postulantes
si lo admitía en La Valla. "Sí, replico el Fundador, pero únicamente
cuando los haya encontrado". "Muy bien, deme una carta de
obediencia". El Padre se la dio repitiendo: "Vaya y quédese en su
casa, o lo que sería mejor para usted, regrese a la Comunidad de la que salió;
en cuanto a nuestra casa y a nuestro género de vida, no le convienen".
2.-
INSONDABLES DESIGNIOS DE DIOS.
El
improvisado reclutador pertenecía a una familia "de las más distinguidas
de la región, por su abolengo y su religiosidad". Hizo creer a todos que
seguía siendo miembro del Instituto Lasallista ya que los Hermanos de
Bas-en-Basset no estaban enterados de su expulsión. Declarando en la comunidad
que venía para reclutar postulantes para el Noviciado de Lyon, sin provocar, en
esta forma, ninguna sospecha por su intempestiva visita a su pueblo en pleno
período escolar. Consiguió con sus antiguos cohermanos, las direcciones de los
jóvenes de los alrededores que deseaban ser Hermanos de las Escuelas
Cristianas, y armado con estos datos y al mismo tiempo con la carta de
obediencia que le expidiera el Padre Champagnat, se presentó en la casa de las
familias interesadas.
Por
espacio de una semana el falso reclutador visitó las parroquias de
Bas-en-Basset, Tiranges, Boisset, Saint-Pal-en-Chalençon, Solignac-sous-Roche,
etc... y ocho jóvenes entre los 15 y 25 años se declararon listos para salir
inmediatamente. Compromisos firmados con las familias, determinaron el precio
de la pensión y las fechas en que se pagarían, no en La Valla sino en el
Noviciado de Lyon. En ninguna parte, ni siquiera en la carta de obediencia,
estaba manifiesta la existencia de los Hermanitos de María, completamente
desconocidos en Velay. Los últimos preparativos fueron tanto más rápidos,
cuanto que algunos de ellos ya tenían su lugar separado en Lyon.
En pocos
días, el equipaje de los ocho primeros postulantes estuvo listo; el punto de
partida quedó señalado en la escuela de los Hermanos de Bas-en-Basset, para el
domingo de Ramos, al atardecer. Al día siguiente, 25 de marzo de 1822,
precisamente el día de la Anunciación, la pequeña tropa se puso en camino para
Lyon, haciendo teóricamente un alto en los colegios de los Hermanos de las Escuelas
Cristianas de Saint-Etienne, Saint-Chamond y Rive-de-Gier.
Es
probable que el ex-hermano no se haya tenido que encontrar con sus antiguos
compañeros y que el viaje de dos días se haya efectuado con toda discreción,
por ejemplo, por Monistrol, Saint-Didier-en-Velay, Saint-Genest-Malifaux y el
Bessat. En la cima de la montaña que desciende hasta La Valla, se hizo un alto
para admirar el paisaje. Al cabo de un momento, el guía apuntó el campanario
medio oculto: "Allí está, dijo, el final de nuestro viaje".
Llenos de
extrañeza, los ocho postulantes exclamaron: "¿Es allí a donde vamos? Si
eso no es la gran ciudad de Lyon!" "No, evidentemente no es Lyon,
respondió sin inmutarse el reclutador, Pero nosotros tenemos aquí un noviciado
preparatorio; allí pasarán algunos días descansando de la fatiga de las quince
leguas; luego, más tarde serán llevados a Lyon". Confiado, el pequeño
grupo emprendió el descenso hacia el poblado.
Era el
miércoles de la semana de pasión, hacia el 27 de marzo de 1822 Marcelino estaba
ocupado en el jardín. Al anuncio del regreso del improvisado reclutador, dejó
en seguida su trabajo. El espectáculo que se ofrecía a su vista lo dejó profundamente
impresionado; definitivamente, no pensaba volver a ver a su visitante y helo
aquí, de nuevo, no con los seis postulantes prometidos, ¡sino con ocho! Pasado
el primer momento de sorpresa, Marcelino dirigió algunas preguntas para sondear
las disposiciones de los recién llegados, y enterándose de los motivos con los
que venían, creyó que había habido una confusión: "No puedo
recibirlos" les dijo.
Esta
decisión sorprendió de tal manera a los jóvenes y les causó tanta pena, que el
padre Champagnat corrigió: "Voy a rezar a Dios para examinar con
tranquilidad este asunto; pueden permanecer aquí hasta mañana" .
.
CAPITULO
XLIX: UN FUNDADOR EN APUROS. |
La
fundación de congregaciones religiosas, durante la Restauración, tanto de
hombres como de mujeres, caminaba hacia la anarquía. Se multiplicaban las comunidades
afines en el apostolado, en sus formas y hasta en sus nombres que, si no eran
idénticos, sí muy semejantes y hasta confundibles.
Para
ordenarlas un poco y acrecentar su eficacia, Ignacio Mertian, superior de las
Hermanas de la Divina Providencia, de Ribeauville y fundador de los Hermanos de
la Doctrina Cristiana de Alsacia, propuso, el 8 de febrero de 1822, a M. Chaminade,
fundador de la Sociedad de María de Burdeos, un plan nacional de fusión y
reestructuración.
Las
diferentes comunidades de Hermanas de la Providencia se unificarían y tendrían
por cabecera París. Al mismo tiempo, los Hermanitos se agruparían bajo el
nombre de Marianistas y su centro sería Burdeos. En esta ciudad formaría Hermanos
para todas las diócesis de Francia. Provisionalmente, el proyecto quedó en un
cajón y no tuvo ningún efecto inmediato.
1.-
ROMPECABEZAS ADMINISTRATIVO.
Marcelino
Champagnat no tenía tiempo para ocuparse en proyectos nacionales. Tuvo que
resolver en La Valla un problema tan imprevisto como urgente: los ocho
postulantes venidos del Alto Loira con su reclutador tan singular.
Mientras
descansaban y se recuperaban los recién llegados, el Fundador se retiró al
oratorio para reflexionar y orar. Con toda seguridad los postulantes le agradaban,
pero, viniendo de Velay, eran para él unos desconocidos. Además, ¿no sería
influencia del compañerismo lo que motivó su llegada? En tal caso, si uno de
ellos se retiraba, existía el peligro de que los demás lo imitaran. Y sobre
todo, ¿cómo atender a los nueve? ¿Qué sería lo mejor? ¿Regresarlos a sus casas,
enviarlos a Lyon o recibirlos? ¿No será la respuesta de Nuestra Señora de la
Piedad a nuestras súplicas? Por lo demás, siendo tan numerosos, no tenemos
lugar donde alojarlos...
La noche
se venía encima y había que proporcionarles lugar donde dormir. Camas disponibles
no había, así que tuvieron que dormir en el pajar de la granja.
Al día
siguiente, por la mañana, jueves 28 de marzo de 1822, Marcelino Champagnat
entrevistó por separado a cada uno, para conocerlos mejor.
Sin contar
al reclutador, cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros, los jóvenes eran:
Claudio Aubert, futuro Hermano Juan, 17 años y era de Saint-Pal-en-Chalencon;
Juan Bautista Furet, que sería el Hermano Juan Bautista, llegará a ser
Asistente General, se distinguirá como primer cronista de la Congregación,
tenía 15 años y procedía también de Saint-Pal-en-Chalencon; Jorge Poncet, se
llamará Hermano José, contaba ya 25 años. Había nacido en Tiranges y murió
trágicamente la noche del 6 al 7 de septiembre de 1863 en el incendio de la panadería,
al arriesgarse para salvar al Hermano Camillus, en la casa generalicia de
Saint-Genis-Laval. Fleury Jean, de 17 años procedente también de Tiranges. Juan
Pedro Vertor con sólo 16 años y del mismo pueblo que los anteriores. Juan
Dantony, 20 años de edad, natural de Boisset. Francisco Civier futuro Hermano
Regis, joven de 16 años, de familia acomodada y residente en
Saint-Bonnet-le-Froid. El octavo postulante cuyo nombre y apellido no
conocemos, ni su edad, ni su pueblo natal, en religión sería el Hermano
Pérégrin.
El buen
Padre entregó a cada uno un rosario y les habló de la Virgen María con aquel
tono persuasivo habitual en él. Todos, sin excepción, salieron tan entusiasmados
de esa entrevista, que por nada del mundo querían cambiar su vocación. Por la
tarde los reunió y les dijo: "No puedo prometerles todavía que los reciba,
necesito consultarlo con los Hermanos. Mientras tanto, pueden quedarse unos
días; pero como es problemático recibirlos a todos, los que lo deseen pueden
regresar a su casa o irse con los Hermanos de las Escuelas Cristianas de
Lyon".
2.- CIERRE
DE MARLHES. SEGUNDO CAPITULO GENERAL.
Marcelino
escribió a los Hermanos de Bourg-Argental y Saint-Sauveur-en-Rue convocándolos
a Capítulo a La Valla pasada la Pascua que, en 1822, cayó el 7 de abril. No
escribió a los Hermanos de Marlhes porque estaba decidido a cerrar ese
establecimiento por aquellos días, aprovechando que, al igual que La Valla,
sólo funcionaba durante el invierno.
Las
continuas críticas del anciano cura Allirot contra la fundación de Marcelino y
el fracaso del Hermano Lorenzo (Audras), que por ser tan bueno, no fue capaz de
mantener la disciplina entre los alumnos, influyeron en la decisión de
abandonar la primera escuela de los Hermanitos de María después de tres años de
existencia: de enero de 1819 a abril de 1822.
Oficialmente
se atribuyó al deplorable estado del edificio. Al terminar una visita, el
Fundador notificó al párroco que se llevaba a los Hermanos Lorenzo y Antonio.
"¿me dará usted otros?" preguntó el padre Allirot. "No,
respondió el padre Champagnat, no quiero sacrificar a ninguno. Su casa está en
tan mal estado, que en conciencia, no pueden habitarla ni los Hermanos ni los
niños".
Durante la
semana de Pascua el Beato Marcelino celebró varias reuniones con la docena de
Hermanos para exponerles los planes que Dios parecía comunicarle con tan
singular reclutamiento. A él le parecía que el comportamiento de los postulantes,
a quienes había observado minuciosamente durante quince días, hacía posible
aceptarlos. ¿No sería la Providencia la que los había encaminado hacia La
Valla? Los Hermanos estuvieron de acuerdo con la idea del buen Padre y decidieron
admitir a los ocho postulantes venidos del Alto Loira e incluso a su reclutador,
con la condición de someterlos a determinadas pruebas. Este fue el segundo
Capítulo General de Instituto; el primero se realizó para la elección del Hermano
Juan María como Director en 1818. (cf. Cap. XXXV) Conocida la decisión del
Capítulo, los postulantes fueron puestos a prueba. En lugar de estudiar las asignaturas
escolares y los métodos de enseñanza, los obligaron a trabajar en el campo
mañana y tarde en riguroso silencio. Reprensiones, penitencias públicas por
faltas insignificantes, nada se pasaba por alto pero nada consiguió doblegar su
voluntad.
Contento
Marcelino Champagnat puso una última prueba a los más jóvenes: Furet, Civier,
Vertor Aubert y Fleury. Los reunió en presencia de toda la comunidad y les
dijo: "Amigos míos, ya que quieren quedarse con nosotros, como Hijos de María,
he decidido aceptarlos a todos. Pero como algunos de ustedes son demasiado
jóvenes y probablemente no conozcan bien su vocación, los voy a colocar en casa
de algunas familias de la región como pastores. Si cumplen bien, si los dueños
están contentos con ustedes, si continúan con la idea de abrazar la vida
religiosa, los admitiré definitivamente en el noviciado para la fiesta de Todos
los Santos".
"Furet,
el más joven de todos, ¿qué le parece? ¿Acepta mi ofrecimiento?" "Sí
señor, me parece muy bien, acepto, ya que así lo desea, respondió el muchacho,
pero con la condición de que con seguridad nos reciba en la época
señalada" Marcelino Champagnat quedó mudo de extrañeza, bajó los ojos,
permaneció callado un largo momento. Luego añadió emocionado: "Bueno, los
recibo a todos desde este momento".
CAPITULO
L: EXPANSION DEL NOVICIADO. |
El 1 de
octubre de 1819, Juan Claudio Courveille, después de haber tenido éxito en la
fundación de una rama de Hermanas Maristas con las "Hijas de María"
en Rive-de-Gier (Loira) y en Saint-Clair-des-Roches (Isère), fue nombrado para
la parroquia de Epercieux. (cf. cap. 39).
Como la
organización de la rama de los Padres Maristas se veía constantemente
entorpecida por el rechazo diocesano, se dedicó a fundar una rama de Hermanos
Maristas en Epercieux (Loira), por otra parte, era también copropietario del
noviciado. Luego, los Hermanos de Courveille reemplazaron a dos maestros ya ancianos
de Feurs el 25 de febrero de 1822, pues no llenaban sus obligaciones religiosas.
Ante estas noticias, las otras dos escuelas de la parroquia desaparecieron; es
cierto que uno de los maestros era al mismo tiempo peluquero y que el otro
había dilapidado 50 000 francos en el juego.
1.- FELIZ
DESENLACE DE UNA SITUACION COMPROMETIDA.
Los
Hermanitos de María respondieron bien a los designios de la Providencia y más
que en Epercieux, en La Valla, donde el beato Fundador se enfrentaba de
repente, ante nueve postulantes.
La primera
obligación era poner muy claro el malentendido de un reclutamiento que tenía
todos los aspectos de un auténtico engaño. Por eso, el vicario de La Valla
envió a uno de sus principales Hermanos, probablemente al Hermano Luis (Audras)
al Alto Loira para entrevistarse con los padres, verificar las informaciones
recibidas y recoger las pensiones del noviciado.
En
Saint-Pal-en-Chalençon, el Hermano visitó las familias Furet, Aubert; en Tiranges
las familias Poncet, Vertor y Fleury; en Saint-Bonnet-le-Chateau a la familia
Civier y en Boisset a los Dantony. Al mismo tiempo se entrevistó con los curas
de las parroquias, les informó sobre la nueva congregación del departamento del
Loira y de la arquidiócesis de Lyon.
Fue
necesario también presentarse con los Hermanos de las Escuelas Cristianas de
Bas-en-Basset: el Hermano Cándido (José María Gouliat), que acababa de
remplazar como director al joven Hermano Rafael (Hubert Trognon) fallecido algunos
meses antes, se cayó de las nubes y con razón. Al menos, el Hermano Marista
obtuvo informes desfavorables sobre el singular reclutador, cosa que permitió
al padre Champagnat despedirlo dos semanas más tarde: entre Lyon y
Bas-en-Basset el correo no había descansado. Una tropa de nueve jóvenes desaparecieron
de repente sin despertar ningún tipo de sospechas.
A su
regreso de Velay, el Hermano dio cuenta del éxito de su misión y los postulantes
escribieron a sus padres para manifestarles lo felices que se encontraban en La
Valla. Estos comentarios decidieron a otros candidatos a ingresar en el noviciado
del padre Champagnat. De hecho, el martes 23 de abril de 1823, se presentaron
Miguel Marconnet (Hermano Miguel) y Antonio Monier (Hermano Eucher); luego, dos
días más tarde, llegó de Bas-en-Basset Mateo Cossange (Hermano Agustín) y el
domingo 28 de abril, José Girard (Hermano Hilarión) de Solignac-sous-Roche.
A finales
de junio de 1822, tres nuevos postulantes llamaron a la puerta del noviciado de
La Valla, y a finales de verano otros seis. Eran Juan Bret, Antonio Vassal,
Bartolomé Vérat, Marcelino Lachal, Marcelino Saby, Santiago Ponard (Hermano
Juan Luis), Esteban Poinard (Hermano Esteban), Juan Claudio Ruard, Pedro
Fournon, Pablo Préher (Hermano Pablo) y Felipe Tardy. Como lo señala el Hermano
Juan Bautista Furet: "No habían pasado seis meses y el noviciado contaba
con más de veinte novicios de la misma región". En medio año se habían
presentado 21 candidatos, es decir, el doble de los que habían venido en los
seis años anteriores.
2.- ES
NECESARIO CONSTRUIR.
Los
postulantes no podían seguir durmiendo en la paja del granero. Empezando por lo
más urgente, el padre Champagnat dedicó una semana entera en reparar y
transformar el granero en dormitorio. Era tan bajo que no se podía pasar más
que agachado, y como medio de ventilación y de luz, contaba únicamente con una
pequeña ventana.
El Beato
Fundador fabricó luego, con unas tablas, camas muy primitivas, pero como el
espacio no era suficiente, cada una tenía que servir para dos postulantes.
Y llegaban
más postulantes. De una manera visible, el noviciado se mostraba cada vez más
pequeño y era urgente una nueva construcción. Pero, ¿cómo construir sin dinero?
La comunidad en pleno puso manos a la obra bajo la dirección de Marcelino
Champagnat que la hizo de arquitecto y maestro de obras.
Después de
la levantada, a las 4 de la mañana, seguida de una meditación, luego la misa en
la iglesia parroquial, a continuación de un ligero desayuno, todo mundo se
entregaba al trabajo hasta las 9. Los más fuertes acarreaban los materiales más
pesados, los más hábiles construían con el Fundador, los demás, traían las
piedras o amasaban un especie de mezcla hecha simplemente de tierra sin cal ni
arena.
El trabajo
se realizaba en perfecto silencio, y las palabras indispensables se hacían por
señas como en una trapa. A determinadas horas, los más jóvenes, o los más
cansados, leían en voz alta un libro que los demás escuchaban sin dejar de
trabajar. De esta manera se leyeron: "La guía de los pecadores"
(1570) del Dominico San Luis de Granada, (1505-1588); la vida de San Francisco
Javier (1506-1552), de San Francisco Regis (1597-1640), de San Vicente de Paul
(1581-1660), etc.
Ante el
fracaso de la Revolución francesa, los Hermanitos de María tenían que
alimentarse espiritualmente con los santos que habían superado el trágico desmoronamiento
de la Reforma aplicando las decisiones del Concilio de Trento. "Aunque
construyendo su noviciado, tenían la certeza de trabajar, no solamente en la
restauración de Francia, sino de la Iglesia entera".
La nueva
construcción, realizada en pocos meses, comprendía un comedor en la planta
baja, varias clases en el primer piso, un dormitorio en el segundo, y otro para
los Hermanos de los colegios durante las vacaciones en el tercer nivel. El
mismo Marcelino construyó las camas, las puertas y las ventanas. Durante la noche
recitaba el Breviario, y no dejaba el trabajo más que cuando se lo exigía su
ministerio parroquial o la visita a algún enfermo.
Como era
de esperarse, las críticas no tardaron en llegar contra el vicario emprendedor.
Se le acusaba de hacer competencia a los albañiles, incluso de "formar un
semillero de albañiles", de provocar el desempleo a los albañiles locales.
Los más atrevidos insinuaban que trabajando manualmente, deshonraba al estado
clerical. El padre Champagnat respondía: "Este trabajo no tiene nada de
humillante para mi ministerio, y muchos eclesiásticos se ocupan de una forma mucho
menos útil. No siento que perjudique mucho mi salud: por otra parte, no lo hago
por gusto, sino por necesidad. Estamos unos encima de otros en esta barraca; no
tenemos dinero para pagar a los trabajadores: ¿qué tiene de malo que construyamos
una casa para albergarnos? En lo que respecta a los postulantes y novicios,
vivían intensamente una aventura mariana. "Se equivocaban, dirá uno de
ellos, al desconfiar de nosotros y malinterpretar los motivos que nos movían;
si los móviles hubieran sido humanos, no nos hubiéramos quedado un solo día.
¿Quién hubiera podido retenernos en una casa en donde teníamos un granero como
dormitorio, por lecho, un poco de paja, como alimento pan negro que se desprendía
en migajas por lo mal cocido, algunas legumbres y agua clara como bebida; en un
lugar en que trabajábamos como negros, con regaños o castigos como único
salario y que teníamos que recibirlos con el mayor respeto? Lo único que hacía
agradable tal situación tan contraria a la naturaleza y que nos unía tan
fuertemente a una Sociedad que parecía no aceptarnos, era la devoción que
profesaba a María... Todos los que estábamos quedamos tan definitivamente
impresionados de las cosas que nos decía nuestro buen Padre sobre la Santísima
Virgen, que nada ni nadie en el mundo podría desalentarnos en nuestra
vocación".
.
CAPITULO
LI: LA UNIVERSIDAD Y LOS HERMANITOS DE MARIA. |
"Los
caminos de Dios son insondables". Esta sentencia bíblica, familiar a san
Agustín, debía motivar las meditaciones del Beato Marcelino Champagnat, ya que
era en extremo inexplicable el hecho de que un indigno Hermano de las Escuelas
Cristianas, por un acto que en aquella época se consideró como "un atentado
contra las buenas costumbres" haya sido el instrumento por el que el
Instituto de los Hermanitos de María se libró de la extinción y adquirió una
dimensión tan grande e inesperada.
Y en el
contexto del conflicto entre el bien y el mal, el Fundador recordaría la
profecía de Nuestra Señora del Puy a Juan Claudio Courveille, diez años antes,
el 15 de agosto de 1812: "...que en estos últimos tiempos de impiedad e
incredulidad, haya una sociedad que me sea consagrada, que lleve mi nombre y se
llame Sociedad de María,... para combatir al infierno" (cf. Cap. 14) Y
naturalmente llegaría a esta conclusión: "Nuestra Señora del Puy preparó
estos providenciales postulantes y nos los envió a La Valla".
1.-
DIFICULTADES FINANCIERAS DE LA UNIVERSIDAD.
La
Universidad de Francia no contaba con almas en tales estados místicos; sus
preocupaciones eran completamente terrenas y trataba prosaicamente de conseguir
fondos para poder sobrevivir. En efecto, el presupuesto nacional, preveía,
según el artículo 35 de la Ordenanza del 29 de febrero de 1816, 50 000 francos
anuales destinados a promover los libros escolares, los métodos y las recompensas
honoríficas; y ordinariamente, el Parlamento reducía los 50 000 francos, que
como ejemplo, en 1817, se redujeron a 20 000. ¡Una miseria! Para poder seguir
adelante, la Universidad recurría a sus propios medios, y el principal era la
odiosa retribución de 1/20 por cada interno. Los establecimientos escolares
entregaban a la Universidad la vigésima parte de las pensiones y una cantidad
equivalente por los internos, para poder tener el derecho de enseñar el latín y
el griego, que eran monopolios universitarios.
Esta
vigésima parte se debía pagar al inicio de cursos y no admitía olvidos.
(Circular del 16 de diciembre de 1808).
Otro
recurso, más teórico que real, provenía de las propiedades universitarias, reliquias
de las confiscaciones revolucionarias que no habían podido encontrar
compradores de los bienes nacionales: basta con señalar su menguado valor.
Obligado a rascar el fondo del erario, el Consejo Real de la Instrucción
Pública exigió un inventario de los bienes a los Rectores de Academias.
En la
Academia de Lyon, que abarcaba los tres departamentos del Ródano, Ain y Loira,
se descubrieron tres propiedades, todas en el Loira, la primera en Boën, la
segunda en Saint-Bonnet-le-Chateau y la tercera en Saint-Sauveur-en-Rue El
Rector ordenó como consecuencia una investigación sobre estas riquezas insospechadas
pero pertenecientes a Saint-Bonnet-le-Chateau y jamás pudo conseguir mayor
cosa; en cuanto a la propiedad de Boën, tenía muy poco valor; quedaba la
propiedad de Saint-Sauveur-en-Rue.
El 22 de
diciembre de 1821, el Rector de la Academia de Lyon, el padre D'Regel escribió
al párroco de Bourg-Argental: "... No sabiendo cómo conseguir información,
en vista de la cercanía, le sería sumamente fácil obtenerme del señor cura de
Saint-Sauveur-en-Rue los datos necesarios".
El párroco
se dirigió inmediatamente al alcalde de Saint-Sauveur, Colomb de Gast (hijo),
quien proporcionó los datos solicitados: Esta casa, abandonada desde hacía
mucho tiempo estaba en un estado de total destrucción y el alcalde, sin recursos
para poderla reconstruir, no encontró otro medio para salvarla de la ruina, mas
que cederla a algún particular que quisiera establecerse en ella sin pagar
renta, siempre y cuando se comprometiera a hacer las reparaciones más urgentes.
Tales arreglos eran tan considerables, que nadie se atrevió a aceptar las
condiciones señaladas. Entonces, mandó reparar el tejado y albergó en la casa,
en forma gratuita, a una familia pobre que se sostenía de limosnas. Las cosas
se mantuvieron en tal estado hasta el año pasado, cuando el Consejo Municipal,
queriendo dar al local de la escuela su destino original, lo mandó reparar y
estableció a dos maestros señalándoles para su mantenimiento, la módica suma de
150 francos. (cf. cap. 42).
2.-
INSPECCION ACADEMICA A SAINT-SAUVEUR.
Después de
comunicar tales informes, el 1 de febrero de 1822, al Consejo Real de París, el
Rector D'Regel encargó al Inspector de la Academia, Guillard, que visitara
dichos lugares, tan pronto como los caminos fueran transitables. El funcionario
ensilló su caballo la segunda semana después de Pascua, inspeccionó Pelussin y
Saint-Julien-molin-Molette el lunes 22 de abril, y llegó al día siguiente a
Bourg-Argental, pues el viejo maestro de Saint-Julien, se "levantaba
algunos días" y no lo pudo localizar.
En
Bourg-Argental, el inspector se dirigió desde luego a la casa del maestro Brole,
apellidado Labeaume, quien había ejercido su ministerio con anterioridad en
Condrieu, y desde 1818 enseñaba en la cabecera municipal. ¡Sorpresa! Brole no
atendía ningún latinista ni tenía alojados, y su sueldo de 250 francos había
sido suprimido. "Se le quitó todo eso para hacer más favorable el trabajo
de los tres Hermanos que había proporcionado el Vicario de La Valla".
Guillard
no tenía conocimiento de estos Hermanos. Hubo que dar al señor Brole una
subvención de 100 francos, le propuso aprender el método simultáneo con los
verdaderos Hermanos, es decir, con los Hermanos de las Escuelas Cristianas, en
Condrieu y en Annonay. Como el comité cantonal habló elogiosamente de su
trabajo, se le podría conceder un mejor puesto y por lo pronto una medalla honorífica.
Mientras tanto, viendo que era buen cantor, que había enseñado latín a gente
importante que quisieran conservarlo porque no tenían ningún interés en mandar
a sus hijos con los Hermanos de La Valla, consiguió que el hospital le alquilara
una casa a un precio módico.
Por la
tarde, Guillard visitó, acompañado del cura, "la escuela de los Hermanos
que el Rector autorizó recientemente, sin saber, probablemente, que habían sido
formados por el vicario de La Valla a quien ellos llamaban su Superior General.
Su vestimenta consistía en una levita negra con una capa larga. Copian un poco
a los verdaderos Hermanos de la Doctrina Cristiana, en su enseñanza y en su
disciplina. La población les da actualmente a cada uno, 200 francos, y un local
bastante agradable, en el hospital, con un mobiliario como el de los
Hermanos" Aunque separado únicamente por 6 kilómetros de
Saint-Sauveur-en-Rue, lo visitó hasta el miércoles 24 de abril de 1822, por la
mañana. Guillard anota en su reporte: "La escuela primaria es atendida por
dos Hermanos de La Valla, que reciben del municipio 150 francos por año, para
los dos. Están alojados en la casa cuya visita fue el principal objeto de mi
viaje. Esta casa ha sido reparada y amueblada al estilo de los Hermanos de la
Doctrina Cristiana. Reciben, además, como los de Bourg-Argental y otros, una
retribución convenida, de 0.50, 0.75 o 1 franco, de los niños que pueden pagar,
y los demás son admitidos gratuitamente. Este tipo de Hermanos viven en la
mayor frugalidad, y no beben jamás nada de vino" En ausencia del alcalde,
por esos días en Lyon, el señor Colomb (padre), señaló "que el primer
Hermano que he visto ayer en Bourg-Argental, fue Granadero de la Guardia Imperial,
y que el Jueves Santo, permaneció de rodillas ante el altar, desde las 8 de la
noche hasta las 8 de la mañana". Se trataba del Hermano Juan María
(Granjon) El ex-diputado a la Asamblea Legislativa retomó el informe ya
proporcionado por su hijo al Rector D'Regel en enero anterior, y decepcionado
el Inspector Guillard, continuó con su relación: "No se ha recibido
ninguna renta desde que perteneció a la Universidad y, en la actualidad, los
fines de la fundación se cumplen en cuanto al local". A continuación,
volviendo al tema de los Hermanos, añade: " He visto la autorización
concedida al señor Badard (Hermano Bartolomé), nacido en La Valla en 1804. Me
asegura que su compañero (Hermano Juan Francisco) tiene otra similar".
.
CAPITULO
LII: MARCELINO Y LA UNIVERSIDAD. |
Comprobado
"de visu" que la Universidad no recibiría ni un centavo por la propiedad
que ocupaban los Hermanitos de María en Saint-Sauveur, el inspector Guillard
partió el 24 de abril para Colombier; allí examinó al profesor Gérodet y le
extendió un certificado reconociendo su capacidad para utilizar el "método
de los Hermanos", es decir, el simultáneo.
Se reservó
para los días siguientes la inspección de los establecimientos que, según
informes, enseñaban latín de una manera clandestina en Tarentaise y La Valla.
Esperaba, al menos de estos lugares, encontrar con qué contribuir a la caja
siempre vacía de la Universidad.
1.- LA
ESCUELA PRESBITERIAL DE TARENTAISE.
La
arquidiócesis de Lyon contaba con un gran número de "escuelas presbiteriales",
como las del padre Préher en Tarentaise, del padre Claudio Anmé en
Saint-Martin-en-Haut, del sacerdote Ribier, de Menaide en Tarare, de Brut en
Saint-Martin-Acoislieu, luego en Ampuis, etc. Estas escuelas presbiteriales se
diferenciaban de los Seminarios menores en tres aspectos: a) Las primeros
servían de escuelas preparatorias para los segundos; b) Las escuelas
presbiteriales estaban formadas sobre todo por clases de primaria con algunos
cursos de iniciación al latín, mientras que los seminarios menores únicamente
tenían latinistas; c) Los Seminarios Menores estaban oficialmente dispensados
de pagar la vigésima parte a la Universidad, mientras que las Escuelas
Presbiteriales buscaban la forma de sustraerse a dicha cuota, so pretexto que
eran escuelas primarias.
La
circular del Gran Maestro de la Universidad, Fontanes, era precisa en este último
punto: "Los alumnos de escuelas primarias no deben ninguna retribución a
la Universidad. Pero no se pueden considerar como alumnos de escuelas primarias
a los estudiantes admitidos en un establecimiento de instrucción pública en el
que se impartan cursos de lenguas antiguas, aunque no reciban otra instrucción
que la impartida en las escuelas primarias. Así, cuando un colegio, liceo,
instituto o internado imparta alguna clase especial para los alumnos que tan
solo aprenden a leer y escribir, dichos alumnos deberán paga la misma
retribución que los de las clases superiores... Los dirigentes de cada escuela
serán responsables ante la Universidad del pago de esa cuota por los alumnos
que admitan en su establecimiento".
La
circular del Gran Maestro se refería en primer lugar a la escuela del párroco
de Tarentaise. El Rector de la Academia de Lyon, D'Regel, también eclesiástico,
le había enviado el 5 de marzo de 1822 duros y molestos reproches, pero la
carta del rector se había ido de paseo primero, por el valle de la Tarentaise
en Italia, esto es, en Savoya. Peor aún, el 11 de abril anterior, en el
transcurso de la semana de Pascua, el Procurador del Rey había amenazado al
párroco Préher con la persecución de la justicia.
El jueves
25 de abril de 1822, el Inspector de la Academia irrumpió en la Escuela
Presbiterial de Tarentaise, cercana a La Valla. El padre Préher "confesó
que tenía 40 alumnos, 35 de ellos estudiando latín, pero todos de muy escasos
recursos para poder ir a algún colegio, excepto dos ó tres. Aseguró que era él
solo para atender la escuela, ya que nada más tenía un vicario exclusivamente
dedicado al ministerio".
Guillard
inspeccionó a continuación los locales. "El único local con que cuenta
esta especie de escuela, es la casa parroquial actual, en la que hay doce camas
para alumnos, y el antiguo curato que sirve de dormitorio, o más bien, de
pocilga, hay 15 camastros viejos al menos tocándose unos y otros, sin que haya
lugar ni siquiera para una silla".
El padre
Préher afirma que "en lugar de ganar, está perdiendo, al grado que en los
catorce años que lleva enseñando, tiene tres mil francos en deudas, sin contar
con las que ha adquirido al construir una habitación para las Hermanas".
Para poner
al Rector D'Regel al tanto de la situación, el Inspector proporcionó al padre
Préher un modelo para clasificar a sus alumnos, esperando recibirlo a más
tardar el 30 de abril en Saint-Etienne, ya que no podía hacerlo en ese momento.
En realidad, el cura tenía en su casa varios sacerdotes, no como profesores,
sino "venidos para la colocación de una cruz"...
El día
previsto, Guillard recibió en Saint-Etienne dicho cuadro con sus efectivos,
pero mientras tanto, se enteró que el señor Préher viajaba durante las
vacaciones para conseguir, por cualquier pretexto, alumnos que pudieran pagar.
No le
quedaba al párroco de Tarentaise mas que una salida para evitar parcialmente el
pago del impuesto Universitario: separar los latinistas en una escuela
diferente, de los alumnos que aprendían a leer y escribir. Esto lo llevó a cabo
en otoño, cuando el Hermano Lorenzo (Juan Claudio Audras), antiguo catequista
del Bessat, disponible por el cierre en Pascua de la escuela de Marlhes, tomó
la dirección de esta escuela.
2.-
INSPECCION ACADEMICA A LA VALLA.
El
Inspector Guillard pasó la noche en Tarentaise, y el viernes 26 de abril de
1822, ensilló su caballo para bajar a La Valla, en donde esperaba conseguir una
segunda colecta de fondos en provecho de la pobre Universidad de Francia. Como
por instinto, se dirigió antes que nada a la parroquia, pensando encontrar allí
al misterioso vicario que formaba clandestinamente "una especie de
Hermanos", topándose con el señor Rebod y sus "trozos rimados"
El funcionario escuchó las quejas del pastor y apuntó: "El señor cura,
(pésimo poeta), está muy descontento de su vicario, quien no tiene en realidad
latinistas, sino más bien doce o quince jóvenes lugareños a quienes él forma en
el método de los Hermanos, para repartirlos por las parroquias. El párroco
añade que está de acuerdo con su vicario en todo lo demás, pero que lleva su
celo demasiado lejos, al quererse imponer como Superior de una congregación sin
estar legalmente autorizado y exigiendo pagar la "legítima" (= parte
de la herencia) de los jóvenes que podrían ser víctimas si la congregación no
pudiera sostenerse. El vicario está endeudado por el local que ha comprado y
reparado, entregándose de tiempo completo al cuidado de este establecimiento y
descuidando su ministerio" Estamos exactamente a un mes de la llegada de
los nueve postulantes de Velay, seguidos poco después de otros cuatro:
Marconnet y Monier llegaron el 23 de abril, Cossange la víspera, y el 28, esperaban
a Jose Girard. (cf. Cap. 50).
Si se
añaden los Hermanos que estaban entonces en La Valla, obtenemos la cantidad de
12 o 15 jóvenes lugareños señalados por Rebod. En cuanto a la "negligencia
de su ministerio", por parte del vicario, es necesario recordar que el
cura se ocupaba sobre todo de beber y hacer versos, mientras que el vicario lo
suplía en sus funciones parroquiales. Después del singular desarrollo del
noviciado, Marcelino Champagnat, atendiendo lo más urgente, estaba menos
disponible para realizar suplencias parroquiales. De ahí el mal humor de Rebod.
Advertido
por un Hermano de la presencia de un alto funcionario académico, Marcelino se
dirigió al curato en donde, tan pronto como llegó, el señor Guillard empezó por
echarle en cara la clandestinidad de su obra. Marcelino se defendió diciendo
que el "esperaba para hacerse autorizar legalmente, a que el árbol plantado,
(hacía cuatro o cinco años) echara raíces" Y entusiasmándose, manifestó el
deseo de ver a sus Hermanos exentos del servicio militar como los Hermanos de
las Escuelas Cristiana.
El
Inspector le hizo entrever el peligro al que se exponía el Fundador, su persona
y sus jóvenes, si no ponía todo en regla primero con la Universidad. El
decreto-ley del 15 de noviembre de 1811 era tajante: "Art. 54 -Si alguien
enseña públicamente y dirige una escuela sin la autorización del Gran Maestro,
será perseguido de oficio por nuestros Procuradores Imperiales, quienes
cerrarán la escuela, y según el caso, podrán autorizar un decreto de arresto
contra el delincuente. 56- Quien enseñe públicamente y dirija una escuela sin
autorización, será entregado a la investigación de nuestro Procurador Imperial,
presentado a los tribunales y condenado a una multa que no podrá ser inferior a
100 francos ni superior a los 300, de donde la mitad será destinada al tesoro
de la Universidad y la otra parte para los niños recogidos" Además, el
artículo 109, subordinaba a los Hermanos de las Escuelas Cristianas a la
Universidad.
Marcelino
Champagnat quedó perplejo: "Ignoraba que los Hermanos de las Escuelas
Cristianas dependieran de la Universidad". Juntos, los dos se dirigieron
al noviciado: "Visitamos el local de la congregación: todo allí respira
pobreza e incluso suciedad". ¡Y con justa razón! se iba a iniciar la
construcción.
.
CAPITULO
LIII: LA UNIVERSIDAD DESCUBRE LA SOCIEDAD DE MARIA. |
Marcelino
Champagnat ignoraba el artículo 109, redactado por Napoleón I personalmente,
del decreto-ley del 17 de marzo de 1809: "Los Hermanos de las Escuelas
Cristianas serán diplomados y animados por el Gran Maestro, quien aprobará sus
estatutos internos, los admitirá al juramento, les impondrá un hábito
particular y hará vigilar sus escuelas. Los superiores de esas Congregaciones
podrán ser miembros de la Universidad".
El plural
de la expresión "los superiores de esas Congregaciones" se refería al
padre Champagnat, y era preciso contar en adelante, con la autoridad civil,
como ya tenía que ser con las hostiles autoridades diocesanas.
El
Inspector Guillard ya había conminado a ponerse en regla "en relación a la
Universidad y a los superiores eclesiásticos". Al ajetreo del
mantenimiento y de la construcción de un noviciado numeroso, se añadían ahora
las relaciones con las administraciones universitarias y diocesanas.
1.-
COURVEILLE, SUPERIOR GENERAL DE LOS MARISTAS.
El
Inspector continuó su gira. Después de Saint-Martin Acoislieu (St. Martin Coailleux)
en donde el eclesiástico Brut tuvo que cerrar su escuela presbiterial, siguió a
Saint-Chamond, Saint-Etienne, Le Chambon, La Foillouse, Sorbier, Valfleury,
Larajasse y Saint-Symphorien-le-Chateau (St. Symphorien-sur-Coise), llegó finalmente
a Feurs a mediados de mayo de 1822.
Visitó
primero al señor Cura, Michel Vial, a quien reprochó lo mal que cumplía con sus
funciones de Presidente del Comité Cantonal de Feurs con perjuicio para la
Universidad. No prestó atención a las excusas del eclesiástico y anotó:
"Se entiende mejor con el cura de Epercieux que con nosotros, a quien
consideran como Superior General de los llamados Hermanos de La Valla. El
vicario de esta última parroquia no es sino un agente del cura de Epercieux que
cuenta con otros por el estilo en Cerdon (cerca de Nantua), otro en el
Delfinado y en otros lugares".
¿El cura
de Epercieux? Era Juan Claudio Courveille. Considerado, en opinión pública como
Superior General de la Sociedad de María: Padres, Hermanos y Hermanas. En ese
sentido tiene a sus órdenes al Padre Champagnat y sus Hermanos de La Valla
(Loira); a los dos padres Pedro y Juan Claudio Colin en Cerdon (Ain), así como
a todos los demás promotores de la Sociedad de María. Precisamente el vicario
de Feurs, Jacob Tomas, reclutado para la Sociedad de María en el Seminario
Mayor por Esteban Déclas, es "miembro de esa especie de Corporación que
parece pretender extenderse, rivalizando con los verdaderos Hermanos de las
Escuelas Cristianas".
Ahora
bien, el padre Courveille, valiéndose de su discípulo, el padre Jacob, abrió
una escuela en Feurs, pagada por el municipio. El párroco de Feurs, Vial, se enredó
con el de Epercieux; quería el primero que lo recaudado por la escuela pasara
directamente al vicario Jacob, dando cuenta de ello al padre Courveille; éste,
por el contrario, pretendía recibirlo todo directamente como Superior General.
Después de
esta entrevista con el párroco Vial, Guillard inspeccionó la escuela,
redactando a continuación su informe: "La escuela de Feurs, abierta el 25
de febrero último por un Hermano, al que se le sumó pocos días después, otro,
no se puede comparar con las de los Hermanos de la Doctrina Cristiana. No
obstante, con el solo nombre de "Hermanos" se ha sobrepuesto a las
otras dos escuelas excelentes en la población, las que en realidad estaban en
no muy buenas manos. Es una lástima que esta región no haya recibido inspección
con más frecuencia".
"Me
parece evidente que el clero de la región ambiciona, más que en otras partes,
monopolizar la enseñanza considerando como impío todo lo que se relacione con
la Universidad, a la que no conocen suficientemente".
Después de
estas consideraciones generales el Inspector entra en detalles: "El
reglamento que he leído, expuesto en dicha escuela, abunda en faltas de expresión
y ortografía. He notado más de 40 faltas en 8 artículos que no forman más de 50
líneas. Pregunté quién lo había redactado, el primer Hermano me respondió que
el cura de Epercieux; -Y ¿quién lo escribió?" la misma respuesta.
Guillard
se ocupó después, de los dos maestros. "Estos Hermanos son muy jóvenes,
sus modelos de escritura están impresos. El último llegado no sabe ni hacer ni
decir nada. El primero me ha confesado estar muy a disgusto de no haberse ido
con los verdaderos Hermanos de Lyon, y que todavía tiene deseos de hacerlo. Se
siente engañado y le parece que esta institución no se podrá sostener. Llevan
un hábito parecido, en cuanto a la forma, a los de Saint-Sauveur y
Bourg-Argental; pero la levita es azul celeste, abotonada como una sotana y un
gran cuello negro".
Esto
prueba que el hábito azul fue impuesto a los Hermanos de Champagnat por el señor
Courveille, cuando se instaló en La Valla en 1824.
2.- LA
PERPLEJIDAD DEL INSPECTOR DE LA ACADEMIA.
Guillard
salió de la escuela perplejo y redactó: "El remedio con relación a esta especie
de Congregación me parece difícil. Tolerarla autorizando aisladamente sus
miembros como se ha hecho en Bourg-Argental y en Saint-Sauveur es: 1) Aumentar
el número de enemigos de la Universidad, 2) Disgustar y empobrecer a los
maestros de escuela primaria estatal en donde esos Hermanos son admitidos, 3)
¿No contribuirá a desacreditar a la digna e interesante institución de los Hermanos
legalmente autorizados?" Ese era el primer punto del dilema; veamos el segundo:
"Por otra parte, negar a esos nuevos Hermanos la autorización solicitada
por el Comité Cantonal, sería indisponerlos más contra la Academia, a la que ya
no miran con buenos ojos".
La mejor
solución sería que los maestros no religiosos fueran más capaces y cumplidores.
Ciertamente, en Feurs, Chausson y Relave tenían autorización de la Academia
pero no cumplían con sus deberes religiosos. El primero sólo contaba con 5 ó 6
alumnos, el segundo 1 ó 2, lo cual no les daba para vivir. Otros dos que
ejercían sin autorización, lo habían abandonado; Roul volvió a su empleo de
confeccionar pelucas y Pariat que daba 4 ó 5 lecciones en la población, perdió
en el juego 50 000 francos.
El
Inspector no se atrevió a resolver el problema y lo dejó en manos del Rector
D'Regel, sugiriéndole lo siguiente: "El señor Rector examinará con suma
prudencia si no sería conveniente comunicar esta situación al Consejo Real y
solicitar de él una decisión, antes de actuar sea en pro, sea en contra de esa
nueva Congregación".
El Rector
de la Academia de Lyon tomó la resolución de contemporizar, puesto que a nivel
nacional se estaba discutiendo acaloradamente la idea de dejar en manos de la
Iglesia el sistema escolar de Francia.
Los
Hermanos de la Doctrina Cristiana de Estrasburgo tenían autorización legal
desde el 5 de diciembre de 1821; los de la Instrucción Cristiana de Gran
Bretaña desde el 1 de marzo de 1822; los de la Doctrina Cristiana de Lorena
desde el 17 de julio de 1822 y el 1 de junio había sido nombrado Gran Maestro
de la Universidad de Francia, Monseñor Frayssinous.
Con el
objeto de acelerar la renovación escolar, Monseñor Frayssinous envió al Rector
D'Regel los estatutos de los Hermanos de Bretaña y Alsacia el 16 de noviembre
de 1822, para que pudieran servir de modelo a congregaciones similares. El
señor D'Regel informó haber recibido dicho documento el 4 de octubre, diciendo:
"Procuraré que estatutos como esos sean adoptados por los Fundadores de un
Instituto semejante que funciona en mi Academia. Ya manifesté a sus fundadores
el interés que tengo por sus establecimientos; he autorizado con gusto a los
Hermanos colocados en los municipios que me corresponden. Mi deseo es que esta
Institución sea legalmente autorizada, lo que trataré de obtener de acuerdo con
los Vicarios Generales que gobiernan la gran diócesis y los Superiores de la
admirable Congregación de los Hermanos de la Doctrina Cristiana".
.
CAPITULO
LIV: CORRESPONDENCIA MARISTA CON ROMA (Ene-mar-22 |
Mientras
el Beato Marcelino se debatía en los embrollos de La Valla y, en Epercieux Juan
Claudio Courveille pasaba como superior general de la Sociedad de María, esta
última encontraba tantas dificultades, que decidió independizarse de la
autoridad diocesana y presentar su proyecto directamente a Roma.
Ya en
febrero de 1819 Juan Antonio Gillibert había escrito al Papa Pío VII y en
noviembre del mismo año, Courveille y los dos Colin lo habían hecho al Cardenal
Pacca, prefecto de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares.
Ninguna de
las dos cartas tuvo respuesta, por lo que se relacionaron con el Puy, lugar en
donde Courveille afirmaba haber recibido en 1812 la misión de fundar la
Sociedad de María. Pero la carta de 1820 llegó en un momento muy inoportuno y
tardó mucho en ser contestada. Ante el peligro, cada vez más grande, de que los
Maristas fueran absorbidos por la Sociedad del Vicario General de Lyon, Claudio
María Bochard, la "gobernadora" de los dos Colin, futura fundadora de
las Hermanas Maristas, Juana María Chavoin, escribió el 18 de noviembre de 1821
al Vicario General del Puy, señor Richard. El 27 de ese mismo mes recibió la
respuesta siguiente: "Una autorización de Nuestro Santo Padre el Papa les
dará más facilidades y mayor importancia". Así, los Maristas eran enviados
al Soberano Pontífice.
1.- CARTA
DEL 25 DE ENERO DE 1822.
El Consejo
provenía del Obispo Piquerol (Italia) y de Monseñor Bijex "guía" personal
de los Colin durante cuatro años. En consecuencia, Juan Claudio Courveille
redactó una carta para el Papa, pero como la encontró muy defectuosa, los Colin
la desecharon. Juan Claudio Colin escribió un nuevo texto en latín, copiado por
su hermano Pedro.
El
original de esta carta se conserva en los Archivos del Vaticano y tiene dos
partes. La primera, es un resumen histórico en el que se hace referencia a las
cartas de 1819, que exponían el objetivo, el principio y progresos de la
fundación. Añadía las gestiones realizadas en 1820 y 1821, con los obispos y en
especial con los Vicarios Generales de Lyon. Estos, arguyendo la escasez de
sacerdotes, recomendaban paciencia, luego, ante la insistencia de total
libertad para llevar a cabo el proyecto Marista, prometieron que darían una
decisión después de Pascua.
Esperando
un próximo viaje a Roma, los firmantes exponían en segundo lugar, las
Constituciones ya redactadas: 1) Hacer todo para mayor gloria de Dios, honor de
María, Madre de Dios, y sostenimiento de la Santa Iglesia Romana.
2)
Dedicarse a la salvación de la propia alma y de la del prójimo por medio de las
misiones, tanto entre los cristianos como entre los infieles, según la voluntad
del Papa.
3)
Catequizar a los pobres e ignorantes.
4) Formar
a los niños en los conocimientos y en la virtud, por todos los medios.
5) Visitar
a los presos y a los enfermos en los hospitales.
La carta
termina indicando que esas Constituciones no son copiadas de ningún libro ni de
otras anteriores. No obstante esas indicaciones, presentan cierto paralelismo
con las de los Jesuitas y aparecen dos dificultades más: una sobre la firma y
otra sobre la fecha: Firmaron:" Juan Claudio Courveille s.p.g." (es
decir, Superior General), "Colin Sacerdos" (=Pedro) y otro
"Colin sacerdos" (Juan Claudio).
Pero 27
años más tarde, según el padre Mayet, Pedro Colin decía que "los dos
hermanos Colin concertaron juntos todo eso. Ellos mismo pusieron la firma de
Courveille" (O.M. Doc. 689) La supuesta falsa firma de Courveille ha sido
estudiada por dos grafólogos: el Doctor Locard, de Francia y el Profesor
Batelli de Italia; ambos reconocen la autenticidad de la firma de Courveille.
Por otra
parte, la carta está fechada el 25 de enero de 1822; ese día Courveille tuvo un
entierro en Epercieux (Loira) y no podía, por consiguiente, firmar en Cerdon
(Ain). Pero el Padre Mayet cree que dicha carta fue depositada durante cuarenta
días sobre el altar durante la santa misa, (O.M. II, Doc. 466) cosa que no pudo
hacerse después del 25 de enero; hay que admitir que la carta había sido
escrita antes del 17 de diciembre de 1821 y Courveille tuvo oportunidad de
firmarla personalmente.
Esta
hipótesis está apoyada por el hecho de que fue enviada a Roma no por correo
ordinario, sino por medio de la librería Lionesa Rusand, lo cual supone, que,
de antemano, se habría fijado una fecha límite entre Cerdon y Lyon
2.- CARTA
DE PIO VII. (9-III-1822) El estudio del proyecto Marista fue confiado en Roma a
Monseñor Sala, especialista en asuntos franceses, muy embrollados en aquel
tiempo. El 5 de marzo el Prelado tuvo audiencia con Pío VII quien propuso que
enviara al señor Courveille con el Nuncio en París para completar los informes,
y que mientras, se animara a los "Misioneros de la Virgen María" La
respuesta pontificia, redactada en latín en el Quirinal, decía: "Al
querido hijo llamado Courveille. Pío VII, Papa. Muy estimado hijo, salud y
bendición apostólicas. Por todo cuanto nos comunicas, junto con tus dos
compañeros, entendemos que el fin al que tiende el Instituto de que hablas, es
excelente, por lo cual no podemos menos que recomendarlo vivamente al Señor.
No
obstante, no podemos juzgar este asunto y menos confirmarlo con nuestra
autoridad sin que antes se pruebe con documentos que esa Sociedad es, como nos
lo aseguras, aceptada por los obispos, especialmente por el de tu diócesis y
sin que las Reglas de la Sociedad se sometan a nuestro examen.
Para
conseguir con más seguridad tales resultados, lo más práctico será que tú u
otro de la Sociedad, trate estos asuntos con nuestro Nuncio en París, de modo
que él mismo nos comunique después lo conveniente.
Esta es la
respuesta que damos a la carta del 25 de enero, y te impartimos la bendición
apostólica con paternal caridad.
Dado en
Roma, en el palacio de Santa María la Mayor, el 9 de marzo de 1822, 22º de
nuestro pontificado".
La carta
fue dirigida al "señor Courveille, sacerdote, en Cerdon, Departamento de
Ain, Francia" Efectivamente, la del 25 de enero ponía como remitente
"Ex oppidulo Cerdon in provincia Idanis (Ain) in Galia" Con esas
señales tenía que llegar, normalmente la carta pontificia no a Courveille en
Epercieux, sino al presbítero de Cerdon. Los Colin la recibieron con tanta
alegría que fueron inmediatamente a la iglesia para dar gracias a Dios.
Después, aunque el destinatario fuera Courveille, la abrieron y Pedro Colin
sacó una copia.
Por
último, la carta del 8 de marzo de 1822, impropiamente llamada "Breve Laudatorio"
llegó a su destinatario, se sacaron varias copias, una de ellas se conserva en
los Archivos de los Hermanitos de María. Los Colin no hablaban de ella en
público, pero Courveille la exhibía en todos lados, hasta en los viajes, de
modo que los dos primeros terminaron por quitársela hábilmente. Cuando
Courveille iba a Cerdon, se la encargaban a personas de confianza para poder
asegurar que no estaba en la casa.
Parece muy
probable que Juan Claudio Courveille, que se hacía pasar por Superior General
de la Sociedad de María, presentara él mismo la carta de Pío VII al Beato
Marcelino. Al llegar los postulantes de Velay, seguido de la inspección de
Guillard, este documento, lleno de consecuencias, fue para el Fundador augurio
de esperanza y porvenir.
.
CAPITULO
LV: LOS HERMANOS DE VALBENOITE. |
El año
1823, tan rico en acontecimientos para la Sociedad de María es conocido por los
historiadores como el año en que logró descifrar los jeroglíficos egipcios J.
F. Champollion. Alumno de la escuela privada del cura Dussert en Grenoble,
Champollion dominaba a los 13 años el latín, el griego, y el hebreo; poco
después añadió el árabe, el siríaco, el caldeo y el copto.
A los 23
años descubrió que la serpiente con cuernos representaba la letra
"F",en sentido de la tercera persona, por consiguiente los
jeroglíficos son fonéticos y no simbólicos, como se había creído con
anterioridad. Cinco años después, el inglés Young, identificó otros cinco
jeroglíficos fonéticos y descifró parcialmente la orla de Ptolomis y Berenice.
Champolion,
que se afanaba en transcribir lo hierático en jeroglífico, constató en 1822,
que había conseguido describir el nombre de Cleopatra tal como lo acababan de
descubrir en el obelisco de Philae y pronto encontró jeroglíficos determinantes.
El 22 de agosto presentó a la Academia su tratado sobre la antigua lengua
egipcia.
El 14 de
septiembre consiguió descifrar la orla de Tamsés y poco después la de Tutmés.
El 21 de septiembre presentó su "Carta a Dacier relativa al alfabeto jeroglífico
fonético" que, después de 15 siglos de total olvido, abre a la historia
uno de sus dominios más fascinantes y espiritualmente los más ricos.
Pero estos
descubrimientos eran completamente ignorados por los Hermanitos de María.
1.- JUAN
BAUTISTA ROUCHON (1761-1844) Y ANDRES COINDRE (1787-1826) Nacido en Velay,
(Alto Loira), en Saint-Just-Malmont, un cuarto de siglo antes que el Padre
Champagnat, Juan Bautista Rouchon fue ordenado sacerdote en 1785. La Revolución
lo sorprendió como vicario en Saint-Romain-de-Popey (Ródano) en donde se negó a
prestar juramento y emigró a Italia, a Roma, antes de regresar a su país natal
a finales del Directorio.
Encontró
refugio en Jonzieux, parroquia vecina de Marlhes, luego prestó sus servicios en
Chambon-Feugerolles, antes de ser nombrado encargado de Valbenoîte, cerca de La
Valla, en 1803. El 12 de junio de 1817, compró para una decena de Hermanas de
San José, los edificios de una antigua abadía cisterciense establecida en 1184.
A
semejanza del padre Champagnat, pensó agregarles una congregación de Hermanos
educadores, y con este objeto, reunió siete jóvenes que siguieron con toda
devoción la Misión parroquial predicada por los Misioneros de la "Sociedad
de la Cruz de Jesús" fundada en 1816 por el vicario general de Lyon, el
señor Bochard. Entre ellos, Andrés Coindre mostró un celo notable.
En 1817, y
para ocuparse de las muchachas abandonadas en Lyon, Andrés Coindre reunió
alrededor de Claudina Thévenet una "Asociación de Damas de los Sagrados
Corazones de Jesús y de María". El hambre que hubo este año, lo llevó a
recibir media docena de adolescentes que albergó en una celda de la antigua
Cartuja del Espíritu Santo, casa generalicia de La Cruz de Jesús. Desde
entonces buscó la manera de formar también una congregación de Hermanos para dedicarse
a los muchachos pobres. Finalmente, en 1820 encontró un local adecuado en
"Piadoso-Socorro" sobre el Fuerte San Juan, y tres buenos maestros
para trabajos manuales: Arnaud, Porchet y Mélinond.
Fue
precisamente, con ocasión de la Misión de Valbenoîte, cuando el padre Andrés
Coindre tuvo contacto con el grupo del padre Rouchon. La Sociedad de la Cruz de
Jesús, siguiendo la mentalidad de Bochard, se mostraba hostil a la multiplicación
de las Congregaciones que perseguían fines parecidos. Con toda naturalidad
quedó hecha la proposición de una fusión entre los candidatos del padre Coindre
y los del padre Rouchon.
Al igual
que el "Gran Retiro de Auray" había consumado en 1820 la fusión de
los Hermanos de Gabriel Deshayes y los de La Mennais, un retiro en la Cartuja
de Lyon, inició el 24 de septiembre de 1821, para efectuar la fusión de los
siete postulantes del señor Rouchon con los tres del padre Coindre. Terminó el
30 de septiembre de 1821, con una peregrinación a Nuestra Señora de Fourvière,
donde, después de la Comunión, los nuevos religiosos se comprometieron, con
votos privados, por tres años, al servicio de Dios en la instrucción y
educación de la juventud; recibieron, junto con un nombre de religión, como
Regla provisional, la de las "Damas de los Sagrados Corazones de Jesús y
de María, (Actualmente Congregación de Jesús y María). Su hábito comprendía un
pantalón corto aristocrático, un "carric" aristocrático y un sombrero
de copa alta.
Por
espacio de tres semanas, el padre Coindre se esforzó en organizar con pláticas
un noviciado inexistente; luego, distribuyó cinco obediencias para los dos establecimientos
del "Piadoso Socorro" en Lyon y en la escuela para niños de Valbenoîte.
Antes de regresar a las misiones encomendó la pequeña congregación, a su
hermano, el padre Francisco Vicente Coindre.
2.- LOS
HERMANOS DE VALBENOITE Y LOS HERMANOS DE LA VALLA.
El nuevo
superior no tenía de ninguna manera la talla del padre Andrés Coindre, y a
diferencia de la fusión de los Hermanos bretones, en la que un tratado delimitaba
los derechos del padre La Mennais y del padre Deshayes, aquí no se previó
absolutamente nada para reglamentar las relaciones entre el "Piadoso
socorro" de Lyon y Valbenoîte: Rouchon dirigía a su modo el grupo del
Loira sin tener para nada en cuenta las necesidades de la obra del Ródano, con
gran disgusto del padre Coindre. Una correspondencia agridulce arregló algo las
dificultades de una manera tan frágil, que para navidad de 1821, la separación
de los dos grupos se hizo efectiva: seis religiosos, entre ellos el Hermano
Borgia, se unieron a los Coindre en Lyon (Congregación de los Hermanos del
Sagrado Corazón) y cuatro al padre Rouchon en Valbenoîte.
Este
grupo, alcanzó el número de diez miembros a finales del invierno, pero se
encontraba expuesto a toda clase de peligros por carencia de formación
religiosa. Así, para salvar su obra el señor Rouchon pensó en fusionarla con la
del Beato Champagnat, y con esta idea, decidió una reunión entre sus Hermanos y
los de La Valla.
Tal
reunión se llevó a cabo en mayo de 1822, algunos días después de la irrupción
del inspector Guillard (cf. Cap. LII) y sobre todo, después de la llegada del
numeroso grupo de postulantes de Velay. De este acontecimiento no tenemos más
que un solo testimonio, el de uno de los participantes de 15 años, despierto y
atento, Juan Bautista Furet, (Hermano Juan Bautista). En 1856, señala en su
"Vida de José Benito Marcelino Champagnat" que el señor Rouchon
"vino, con unos diez sujetos, a hacer una visita al padre Champagnat, a La
Valla. Pero, tan pronto como los Hermanos de ambas congregaciones estuvieron
frente a frente, quedó de manifiesto que la unión entre ellos era imposible. El
noviciado de La Valla estaba formado por jóvenes sencillos, ignorantes, mal
vestidos, la construcción, los muebles y el alimento, todo era pobre, todo
ponía de manifiesto una vida de privaciones y de sacrificios. Los Hermanos de
Valbenoîte, al contrario, vestidos a lo burgués, tenían una presencia
distinguida; parecían instruidos, y poseían todas las maneras de la buena
sociedad. Por eso, después de ver a los Hermanos de La Valla, ocuparse en
construir, después de visitar el dormitorio, la cocina, el comedor, se
retiraron sin volver a hablar de una unión" Después de este fracaso, y
teniendo conocimiento de la autorización concedida por el gobierno de Luis
XVIII, el 5 de diciembre de 1821, a los Hermanos de la Doctrina Cristiana de la
Diócesis de Estrasburgo" el padre Rouchon escribió a su fundador, Ignacio
Mertian, para pedirle una ayuda o una asociación con él.
Curiosamente,
el "Maestro de Novicios" de los Hermanos de Alsacia era Luis Rothéa,
de Landser, un Hermano de la Congregación de los Marianistas, fundada por
Guillermo José Chaminade, el 2 de octubre de 1817.
En su
respuesta, Rothéa (Hermano Ignacio) pedía al padre Rouchon datos sobre su
congregación y lo puso en contacto con el padre Chaminade. Así se estableció
una relación entre "el Forez y la Guyena" es decir, que la
"Sociedad de María de Burdeos" ocupó el lugar de la "Sociedad de
María de Lyon".
CAPITULO
LVI: PROYECTO NACIONAL DE UNIFICACION. |
Al cabo de
seis años de Restauración, la situación del clero francés era todavía muy
insegura. El número de los sacerdotes en Francia en 1822, no representaba más
que el 10% de 1762, y los informes de los prefectos señalaban las parroquias
con 28 a 32 kilómetros de superficie, atendidas por ancianos achacosos.
Las
prisiones estaban atestadas de detenidos y los hospicios de niños abandonados.
"El buril y el pincel secundaban la libertad de la prensa. Así, por todas
partes, en pinturas y cantos, en grabados y escritos, la incredulidad se
apoderaba de todas las provincias con el prestigio que no hacía más que poner
de manifiesto a los cómplices de las pasiones". Escribía el Marqués de
Latour-Maubourg, Ministro de guerra entre 1820 y 1822.
La
impiedad de los maestros hacía estragos: "Sobre todo por las escuelas,
escribía el 19 de marzo de 1822 el arzobispo de Troyes, es por lo que Francia
está enferma. Esa es la verdadera plaga del estado".
"El
cotidiano" de enero de 1821, declaraba: "Causa verdadero terror
pensar en el futuro de la Sociedad de Francia, cuando se observa detenidamente
el abandono de la juventud, que está por decirlo de alguna manera, en la
calle".
En pocas
palabras, si la Revolución parecía políticamente superada, de ninguna manera lo
estaba en lo moral, ya que por todos lados se manifestaba la incredulidad
militante, la indiferencia era ordinaria y la desmoralización profunda.
1.- EL
PLAN MERTIAN. (6-II-1822) Ante este vasto y continuo fenómeno de descristianización,
¿se podría contentar alguien con iniciativas aisladas, dispersas? Chaminade,
fundador de la "Sociedad de María de Burdeos" no lo creía así; era
preciso presentar un único frente, fusionar congregaciones educadoras. En un
primer momento, el proponía integrar las "Hermanas de la Providencia de Ribeauvillé"
que dirigían en Alsacia unas sesenta escuelas, con las "Hijas de
María" que había fundado en 1818 con Adela de Trenquelléon.
Pero
cuando Ignacio Mertian, Superior de las Hermanas de Ribeauvillé , regresó de
sus arreglos con Luis Rothéa, a la vez Hermano Marianista y Maestro de Novicios
de los Hermanos de la Doctrina Cristiana de Estrasburgo, rechazó todo tipo de
fusión no aceptando más que una eventual alianza. El al igual que sus religiosas
estaban completamente "persuadidos que hemos encontrado los medios de
restablecer las costumbres cristianas, de propagar la religión y oponer fuertes
diques al torrente seductor y corruptor del filosofismo", y que no
permitiría nunca que el espíritu del Instituto fuera desviado, ni siquiera
alterado. (25 de enero de 1822).
El 6 de
febrero siguiente, propuso a Chaminade un doble plan, entre las Hermanas por
una parte y los Hermanos por la otra: "Quisiera que se hiciera una reunión
de todas las Hermanas de la Providencia de toda Francia; existen una docena que
conozco, que tienen más o menos el mismo espíritu religioso y algunas que no lo
tienen" Sugirió que todas las Hermanas se sometieran a las mismas
Constituciones y Reglamentos, repartidas en provincias limitadas a las diócesis
y dirigidas por un Director General con sede en París, con el Arzobispo de
París o el Capellán Mayor como protector. El Arzobispo de París era entonces
Monseñor de Quelen, antiguo vicario general de Saint-Brieuc, y el Capellán
Mayor era el Príncipe de Croy, obispo de Estrasburgo, que nombró en noviembre
de 1822 a Juan María de La Mennais su Vicario a la Gran-Capellanía.
Pero el
superior alsaciano rehusó desde luego todo tipo de absorción de sus Hermanas
por las de Chaminade, puesto que "sería superfluo intentar una negociación
con tal objeto".
2.- ¿UNA
FEDERACION NACIONAL DE HERMANITOS? Los Hermanos de las Escuelas Cristianas, o
"Grands Frères", estaban autorizados para toda Francia y se
encargaban prioritariamente de las "ciudades" Los "Petits
Frères" no obtenían del gobierno mas que una autorización limitada a una
diócesis o a una provincia, y se dedicaban esencialmente al campo. Frente a los
primeros, Mertian quería agrupar los segundos y en ese sentido escribió a
Chaminade: "Con el objeto de lograr lo que yo llamo la Unidad Religiosa y
un tipo de Espíritu Corporativo, que produciría un gran bien, es por lo que
quisiera entenderme e incorporarme con usted, y con la esperanza que todos se
fundan en uno solo". En su carta del 6 de febrero de 1822, exponía un
proyecto federativo en 22 artículos.
Chaminade
debería establecer en Burdeos un "Noviciado especial", una especie de
escuela de selectos, para formar "directivos celosos" y los
"Maestros de novicios" de todos los noviciados de los Hermanitos.
También se formaría a los "Hermanos Visitadores" o Inspectores
Generales, "que visitarían cada año todas las casas de noviciado" con
el objeto de "estrechar los lazos entre las casas, mantener la unidad de
espíritu y consolidar, con eso, el Instituto". Tal noviciado especial,
determinaría también el método de enseñanza, asunto muy controvertido entonces,
y concedería excepciones.
El
artículo dos, determinaba un Noviciado de Hermanitos en cada diócesis, al que
el Superior de Burdeos nombraría dos directivos, con un reembolso de los gastos
de formación. Estos Noviciados Diocesanos enviarían al Noviciado Especial, los
sujetos con cualidades excepcionales, pero el Superior de Burdeos se reservaba
el poder actuar a su juicio. (art. 5) Nombrado por el Obispo, un
"Superior" sería la cabeza de todas las escuelas de Hermanitos en la
Diócesis. Estaría auxiliado por un "Consejo diocesano", integrado por
un "directivo celoso", un "Maestro de Novicios" y uno o dos
"Asistentes". Burdeos tomaría las disposiciones necesarias para
evitar el enriquecimiento de las escuelas diocesanas (Arts. 9, 10 y 14). Un último
artículo preveía a nivel de cada diócesis, una "Caja común" para
sostener la "Casa de Retiro" para los Hermanos ancianos o enfermos, y
que pudieran acabar su vida en comunidad en el ejercicio de la vida religiosa.
Los
Hermanitos ejercerían su apostolado en la diócesis de origen, pero tendrían en
toda Francia las mismas Constituciones y los mismos Reglamentos, "salvo algunas
variantes determinadas por las localidades en casos muy contados y con la
autorización de Burdeos" (art. 12 y 13). El hábito sería idéntico, pero
"definitivamente diferente al de los Hermanos de Lyon", es decir, al
de los "Grands Frères" (Art. 18).
Los
municipios pagarían a cada Hermano una cantidad fija entre 150 y 300 francos, y
los alumnos, una módica "retribución escolar" (art. 19). "Los
menesterosos gozarían de instrucción gratuita" (art. 21). Finalmente, cada
Hermano presentaría un estado de cuentas y lo sobrante se destinaría a la
"Caja común" de la diócesis.
Después de
haber dejado a Chaminade toda la organización interna de la Federación, Ignacio
Mertian terminaba diciendo: "Sírvase reflexionar sobre mis proposiciones;
son resultado de mis meditaciones sobre las necesidades de Francia, relativas a
la instrucción primaria; no busco otra cosa más que la gloria de Dios, si
tuviera el menor interés humano, me obligaría a no entrar en ninguna
negociación, porque considerando humanamente las cosas, yo no haría más que
multiplicar los problemas. Precisamente, porque estoy persuadido que usted
tiene las mejores intenciones que se puedan tener, quiero tener una entrevista
con usted de la que nuestros sobrinos recibirán los frutos". Por otra
parte, Mertian garantizaba la entrega al proyecto por parte de los
"Hermanos de la Doctrina Cristiana de Nancy", fundados por Dom
Fréchard en 1817. Pero el 2 de octubre de 1822, Ignacio Mertian advertía a
Chaminade que su obispo, el Príncipe de Croy, se oponía terminantemente al establecimiento
de esta Federación Nacional de Hermanitos.
Hubo
entonces otros proyectos de organización como lo pedía la época. Esto nos
permite comprender el grave conflicto que se presentaba para Marcelino Champagnat
frente a su superior eclesiástico, el vicario general Claudio María Bochard.
CAPITULO
LVII: LOS INTERESES DE LA ADMINISTRACION. |
Después
del fracaso de la fusión de los Hermanos de Valbenoite, luego, en 1821 con los
de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, después, en mayo con los Hermanitos
de María, Juan Bautista Rouchon se dirigió el 19 de noviembre de 1822 a la
"Sociedad de María de Burdeos".
Hizo valer
que su fundación perseguía un doble objetivo en la antigua abadía cisterciense:
como educadores, dos Hermanos instruían a los niños remplazando a los
"Grands Frères" en pequeñas poblaciones; como trabajadores manuales,
cinco de ellos llevaban una vida de ascetismo y contemplación, substituyendo de
esta manera, las antiguas órdenes monásticas deshechas por la Persecución. Los
domingos, la abadía reunía a los jóvenes de la región, cosa que podría considerarse
como el embrión de una Tercera Orden.
De acuerdo
al "Plan Mertian" consideraba bueno el fusionar los nuevos establecimientos
de Hermanitos "en uno solo, con constituciones y reglamentos análogos a su
objetivo, aprobados por la Iglesia y por el Estado" Así reunidos, los
Hermanitos formarían "una unidad cristiana" en tres órdenes
jerarquizadas: 1. En la cumbre, para dirigir, "un grupo de
sacerdotes" 2. Abajo, insertos en la masa del pueblo, "congregaciones
seculares" 3. En medio, entre los dos niveles, "los Hermanitos",
encargados de la educación cristiana del pueblo.
Con tal
idea, Rouchon exigía a Chaminade "un superior y un primer
instructor". Pero dicho proyecto estaba destinado al fracaso de antemano,
por la oposición del obispo de Estrasburgo al "plan Mertian" en el
otoño de 1822.
1.-
PLANES LA MENNAIS Y BOCHARD.
Al plan
oriental de Mertian, se oponía el plan occidental de Juan María de la Mennais.
Anti-jacobino, el genial fundador de los Hermanos de Ploërmel presentaba un
plan regionalizado. Ciertamente, los Hermanitos de toda Francia adoptarían
estatutos únicos, los de los "Hermanos de la Instrucción Cristiana"
aprobados por el Consejo Real el 5 de enero de 1822, pero quedarían repartidos
en congregaciones provinciales englobando varias diócesis para facilitar las
colocaciones. De hecho, al lado de los "Hermanos de la Instrucción
Cristiana" de Bretaña, el padre de La Mennais favoreció la creación de los
de Vandée (Con el Loira como límite), los de Maine, los de Velay, los del
Delfinado, los de Gasconia, los de Normandía, etc.
En el
interior de cada provincia estaba previsto, desde octubre de 1822, un Noviciado
principal, varios noviciados secundarios, escuelas con varios Hermanos y
finalmente, escuelas con un solo Hermano. Las Sociedades Misioneras del Interior
dirigirían los Hermanos de una Provincia, y en el transcurso de su misión,
fundarían escuelas parroquiales en los lugares en que no existieran, así como
"Cofradías de seglares". Para completar un dispositivo pastoral.
Eventualmente se unirían con una Congregación de Hermanas para la educación de
las niñas.
Este
proyecto, realizado parcialmente por el venerable Juan María de La Mennais, se
parece en algo al que Claudio María Bochard había imaginado para la
"Sociedad de la Cruz de Jesús", fundada en Lyon el 11 de junio de
1816.
Sus
miembros ayunaban a pan y agua todos los viernes y comprendía: 1. Desde luego,
una sociedad de Padres Misioneros, para las misiones interiores, los retiros
espirituales, la predicación, la instrucción en los establecimientos de educación
superior y los seminarios.
2. Luego,
una rama de Hermanos, para los trabajos manuales y las escuelas primarias; esta
rama llegó a ser preponderante a partir de 1824.
3.
Finalmente, desde 1832, una rama de Hermanas, congregación que todavía existe.
Los
miembros de esta Sociedad se limitaban al arzobispado de Lyon y comprendía los
tres departamentos de Loira, del Ródano y de Ain, como su dominio reservado de
Pastoral, en virtud de la Ordenanza que el Cardenal Fesch había firmado en
Pradines, el 22 de abril de 1814, cuyo artículo 4 estipulaba: "Ninguna
corporación será admitida, ni siquiera provisionalmente, y ninguna innovación
se hará a las existentes en la actualidad sin orden expresa nuestra".
Después de
esta Ordenanza arzobispal, dos agrupaciones religiosas fueron admitidas por el
Cardenal Fesch, la de las Benedictinas de Pradines (el mismo día) y en 1816, la
Sociedad del señor Bochard.
2.-
BOCHARD DEFIENDE SUS DERECHOS.
Canónicamente,
dueño exclusivo de un inmenso campo de apostolado, con la "Sociedad de la
Cruz de Jesús", no obstante la veía amenazada por una floración anárquica
de nuevas fundaciones.
Desde el
28 de octubre de 1816, Marcelino Champagnat había reclutado su primer sujeto
para fundar los "Hermanitos de María" (Cf. Cap. XXXI); en otoño de
1817, Andrés Coindre fundó la Asociación de los Sagrados Corazones de Jesús y
de María; en 1820, J. B. Rouchon estableció una comunidad de "Hermanos de
Valbenoite" en la antigua abadía. Nuevas Congregaciones surgían por todas
partes y ¡sin su autorización! Después de haber pasado seis años con los Hermanos
de las Escuelas Cristianas, Benito Grizard abandonó la congregación para fundar
una nueva; en Charlieu (Loira), formó "novicios a la manera de La
Valla". Esto era lo que hacía precisamente el señor Courveille en
Epercieux; pero sus Hermanos, colocados en Feurs, se le escaparon para unirse a
los Hermanos de Grizard.
El Señor
Bochar empezó por acabar con este nuevo brote basándose en la Ordenanza de
1814. Habiéndose informado que el señor Grizard se había echado encima grandes
deudas en Charlieu, se ofreció a pagarlas con la condición de que su
congregación se uniera a la suya, que absorbió tanto a los de Grizard como a
los de Courveille. Ante este peligro, la Sociedad de los Sagrados Corazones de
Jesús y de María, prefirió abandonar el campo: en septiembre de 1822, Andrés
Coindre se instaló en Monistrol-l'Eveque (Monistrol-sur-Loire), en la diócesis
de Puy. En lo que respecta al padre Rouchon, negoció el 10 de noviembre del
mismo año, una alianza con la Sociedad de María de Burdeos.
Todo se
ponía rápidamente en orden, todo, salvo la rival de la Sociedad de la Cruz de
Jesús: la Sociedad de María de Lyon. Desde hacía siete años, todos los
esfuerzos y todos los medios empleados para acabar con ella habían fracasado.
Primero, ya desde el Seminario Mayor de Croix Paquet, en Lyon, Bochard animaba
a Courveille, luego en 1816-1817 en Verrières. (cf. Caps. XXIII y XXVIII) El
problema se complicó cuando la Bula "Commissa divinitus" restablecía,
el 27 de julio de 1817, la diócesis de Belley, vacante desde 1789, y suprimida
por el Concordato con Napoleón; esta separación, arrebató jurídicamente del
Ordinario de Lyon, el departamento de Ain y en consecuencia el grupo de
Maristas reunidos en torno a los dos Colin. Ya que el Concordato de 1817 nunca
fue ratificado, la bula "Paternae charitatis" del 6 de octubre de
1822, volvía esta ruptura irreversible. Por lo demás, la Sociedad de María de
Lyon, trataba también ella de refugiarse en el Puy, al mismo tiempo que
intentaba ponerse al cubierto con la protección del Papa.
Pero era
Marcelino Champagnat el que se encontraba más expuesto a las ambiciones de
Bochard.
.
CAPITULO
LVIII: CONFLICTOS CON BOCHARD. |
El 30 de
agosto de 1822, el clero lionés perdió un sacerdote extraordinario en la
persona de Antonio Linossier, nacido en Planfoy por entonces villorrio de
Saint-Genest-Malifaux, en 1762, año en que el Parlamento de París ordenó el
cierre de todos los colegios de Jesuitas y en que Juan Jacobo Rousseau publicó
su "Emilio".
Espíritu
brillante y cáustico, pero de inteligencia amable, cordial, llena de unción,
Linossier era también destacado jurista, licenciado en Derecho Canónico y
Civil. Todo lo necesario para ser arrastrado por el torbellino revolucionario.
El 11 de
julio de 1791, por 63 votos sobre 66, fue elegido cura "intruso" en
Jonzieux, limítrofe de Marlhes, cuyo secretario era Juan Bautista Champagniat
(padre del Beato Marcelino), coronel de la Guardia Nacional del municipio.
Desde entonces, el cura juramentado y el campesino Champagniat tuvieron con
frecuencia, la ocasión de trabajar juntos, el 26 de agosto de 1792, por
ejemplo, los dos se encontraban presentes como escrutadores para las elecciones
a la Convención. A partir de enero de 1793, Linossier abandonó las funciones
sacerdotales para ser, primero, "Oficial del Estado Civil" y luego
comerciante en Marsella.
Desilusionado
de los errores revolucionarios, regresó al sacerdocio, y con seguridad se puede
suponer que era uno de los dos sacerdotes que con el cura Alirot, se dirigieron
en verano de 1803, a la casa de la familia de su antiguo amigo para reclutar
allí al joven Marcelino (cf. Cap. XI).
Profesor
ilustre en 1815 de la escuela de canto de la Catedral de San Juan, con una
cátedra de Elocuencia Sagrada en el Seminario Mayor, se fue quedando progresivamente
paralítico de las piernas, y murió lleno de experiencia a la edad de 60 años.
Fue enterrado el 31 de agosto de 1822, en el cementerio de Lyon, en presencia
de todo el Capítulo de la Catedral. (Notas del H. Gabriel Michel).
1.-
REALIDAD INSTITUCIONAL Y CANONICA.
La
situación de la diócesis de Lyon era muy especial. "Verdaderamente no se podrá
encontrar en la historia un caso parecido al que se presenta en la
actualidad", decía un reporte de 1822 al Ministro de Asuntos
Eclesiásticos. Una población de un millón de cristianos, muy religiosos, está
privada de su Pastor, porque, en marzo de 1814, el Cardenal Fesch había
abandonado su diócesis.
El 2 de
enero de 1816, el Cardenal fue expulsado de Francia por ser tío de Napoleón I;
el 6 de agosto de 1817, se hizo una prohibición expresa y oficial a los tres
vicarios generales de Lyon, de mantener correspondencia con el desterrado en
Roma. El 1 de octubre del mismo año, el Papa Pío VII lanzaba el interdicto al
Cardenal Fesch, de sus funciones episcopales y nombraba a Monseñor de Bernis
Administrador Apostólico de la Arquidiócesis.
Pero
Monseñor de Bernis no pudo tomar posesión de sus funciones episcopales en Lyon,
porque la Bula Pontificia no hacía ninguna referencia al nombramiento por el
Rey Luis XVIII, que según la opinión galicana, el Cardenal Fesch no podía ser
despojado de su diócesis, si no lo era por un Concilio Provincial sin ser suficiente
la autoridad del Papa. Por lo demás, el 9 de octubre de 1817, el Cardenal había
protestado solemnemente contra un interdicto que juzgaba sin valor. "A pesar
de la notoriedad pública de la interdicción, escribe el reportero al Ministro,
la administración de la diócesis permanece firme. El Cardenal no es nombrado
para nada en las Actas, no está escrito su nombre en el catálogo de los obispos
de Francia; su mano se ha hecho invisible, pero se manifiesta siempre, de
ninguna manera ha dejado su diócesis".
El sector
ultramontano del clero Lionés pensaba que los poderes del Cardenal Fesch,
delegados a sus tres Vicarios Generales Courbon, Renaud y Bochard, habían
cesado desde 1817: "Todo lo que venga de él (Fesch), se acabó con él. Esto
es inobjetable".
En contra
de los ultramontanos, los galicanos de Lyon lanzaron el rumor que desde 1821, "el
Vicario General Bochard, había recibido poderes secretos y particulares de la
Corte de Roma" A lo que los adversarios de la administración del Cardenal
Fesch respondían hábilmente: "La falta de publicidad bastaría para acabar
con tales poderes; no pudieron haber sido recibidos más que en tiempo de persecución,
y habría, en el caso supuesto, una infracción flagrante contra nuestras libertades
que no pueden aceptar que tales decisiones de la Corte de Roma, sean recibidas
en Francia y puestas en ejecución, sin el consentimiento del Rey".
Pero, el
antiguo Arzobispo de Alby, Monseñor de Bernis, había sido nombrado para la sede
de Rouen; Napoleón I había muerto en Santa Elena el 5 de mayo de 1821, y el
Papa Pío VII, en Roma el 20 de agosto de 1822. En Lyon, el Vicario General
Courbon, de 76 años de edad, estaba postrado por una enfermedad incurable, el
Vicario General Renaud, agotado por los años, se veía imposibilitado para
cumplir sus funciones; quedaba el Vicario General Bochard, ocupado por completo
de sus seminarios y las Congregaciones Religiosas, en las que "los establecimientos
albergan una población de 3 000 almas; todas bajo las órdenes del padre
Bochard".
2.-
RESISTENCIA DEL PADRE CHAMPAGNAT.
Claudio
María Bochard (1759-1834), gracias a un difícil y delicado trabajo de organización,
logró poner orden en una multitud de congregaciones que brotaban por todos
lados al soplo del Espíritu, pero en perfecta anarquía.
Los
misioneros diocesanos extranjeros no eran admitidos, dejando el monopolio a los
"Misioneros de la Cruz de Jesús" de la que Bochard era el verdadero
fundador y director; los candidatos de la Sociedad de María fueron llamados a
asociarse a ella, fusionando las dos congregaciones, cosa que ya habían hecho
en 1820, dos de los mejores candidatos, los padres Pousset y Verrier. La
enseñanza de las niñas estaba confiada a las Hermanas de San Carlos y a las
Hermanas de San José; la enseñanza de los niños recaía en los Hermanos de las
Escuelas Cristianas y en los Hermanos de la Cruz de Jesús. Las nuevas
congregaciones de Hermanos debían fusionarse a estos últimos o abandonar la
diócesis. (cf. Cap. LVII) Unicamente un Fundador se resistía: el vicario de La
Valla.
Su
situación en esos momentos, era por demás precaria. Ya los Hermanitos de María
de Feurs y de Panissière, fundados por el señor Courveille, se habían agregado
a la Sociedad de la Cruz de Jesús, después de una breve unión con los Hermanos de
Grizard, ex-hermano de las Escuelas Cristianas. Pero la obra del Beato
Champagnat, no estaba en regla ni con el poder civil ni con el poder religioso.
En el
plano civil, los Hermanitos de María no estaban reconocidos por el gobierno, y
el Noviciado de La Valla pasaba como un colegio clandestino de latinistas,
haciendo competencia al Colegio de Saint-Chamond, con gran disgusto de su director,
el padre Cathelin.
Hacia
Pascua, que aquel año cayó el 7 de abril, antes de la visita del Inspector de
la Academia, Guillard, el Vicario General Bochard escribió una carta llena de
amenazas contra el Beato Champagnat, a su párroco, señor Rebod, quien informaba,
a menudo con malas intenciones, de todos los actos y gestos de su vicario
Marcelino. En dicha carta, Bochard condenaba la "reunión ilegítima"
de jóvenes en La Valla, y lo acusaba de desviar a su provecho, el dinero
obtenido en colectas parroquiales realizadas por el Fundador de los Hermanitos;
como consecuencia, Bochard ordenaba la dispersión de los Hermanos de la
Comunidad o su fusión con la Sociedad de la Cruz de Jesús, "Bajo pena de
interdicto".
Rebod,
cura de La Valla, no se atrevió por de pronto, revelar a su vicario las amenazas
de suspensión contenidas en la carta. Pidió consejo, sobre todo al cura de
Saint-Chamond, Julian Dervieux (1754-1832), Presidente del Consejo Cantonal,
responsable de todas las escuelas primarias del municipio y confesor del padre
Marcelino. "Este sacerdote, prevenido por falsos informes y cansado de
todo lo que oía decir de Champagnat, se negó a confesarlo. Como el Padre no
había emprendido nada sin pedir su consejo, se apenó en extremo al verse
criticado y condenado por el que, hasta ese día, había sido su sostén y su
guía. Le suplicó, pero en vano, para siguiera dirigiéndolo; no obtuvo
absolutamente nada, y se vio obligado a acudir con otro confesor" (H. Juan
Bautista, vol. I, ed. 1856, p. 138).
CAPITULO
LIX: SITUACION CADA VEZ MAS CRITICA. |
En el
capítulo LIV se comentó que el Papa Pío VII, por su carta fechada el 9 de marzo
de 1822, animaba a Juan Claudio Courveille o alguno de sus cohermanos a
entrevistarse con el Nuncio en París.
Mientras
que el autor, antes de 1820, de la "Regla de la Sociedad de María" y
redactor de la carta del 25 de enero de 1822 a la Santa Sede, Juan Claudio
Colin, emprendía esta tarea, sobre todo sabiendo que para una ausencia de dos
semanas, el vicario de Cerdon (Ain) estaría más disponible que el cura de
Epercieux (Loira).
Esto
sucedía en la época de las terribles presiones que hacía el Vicario General
Bochard sobre el Beato Champagnat y la Sociedad de María en general. En estas
circunstancias tan delicadas, Juan Claudio Colin se dirigió a Lyon a solicitar
la autorización necesaria para ausentarse, de acuerdo con la exigencia de la
circular del 1 de agosto de 1817. El Vicario General quedó sumamente
confundido: no quería conceder tal autorización, puesto que presentía que los
Maristas se dirigían con el Nuncio para escapar de su administración; pero no
podía negarla, puesto que el mismo Papa aconsejaba dicho viaje. Después de
varias cartas a Bochard, siempre sin recibir respuesta, Juan Claudio Colin
solicitó el consejo de Monseñor Bigex, obispo de Pignerol (Piamonte) quien le
respondió que estando autorizado por el Papa, no tenía por qué solicitar ninguna
otra autorización.
Del 20 de
noviembre al 4 de diciembre de 1822, Juan Claudio Colin permaneció en la
capital para entrevistarse con el Nuncio, Monseñor Macchi, luego, con el Arzobispo
de París, Monseñor de Quélen, y el Gran Maestro de la Universidad, Monseñor
Frayssinous. Tuvo también una reunión con el Venerable Juan María de La
Mennais, Vicario del Capellán Mayor de Francia, y fundador de los Hermanos de
la Instrucción Cristiana de Bretaña, sin olvidar al señor Duclaux, Superior
General de San Sulpicio.
En esta
ocasión, informó a las autoridades que los Vicarios Generales de Lyon, se
rehusaban desligar a los Maristas del servicio parroquial para formar una Congregación
Misionera. (P. J. Coste: Curso de Historia de la Sociedad de María. p. 52)
1.-
AMENAZAS DEL VICARIO GENERAL BOCHARD.
Mientras
tanto, en La Valla, la situación del Beato Champagnat se agravaba cada vez más.
Teniendo conocimiento, finalmente, de la carta con amenazas del Vicario General
Bochard, el Fundador experimentó de momento, un gran alivio, pues el se suponía
lo peor: "Muy bien, se dijo, esta carta del señor Bochard, lejos de inquietarme,
me agrada sobremanera. Se me acusa de reunir, sin ninguna autorización, en mi
casa, jóvenes venidos de Velay y destinados al Noviciado de los Hermanos de las
Escuelas Cristianas de Lyon, pero esto no es tan grave ni tan delicado como si
se tratara de una reunión de muchachas. ¡Está claro! Soy calumniado ante mi
superior jerárquico. Tan pronto como me sea posible, después de Pascua, iré con
el Señor Bochard a aclarar todo. Lejos de desalentarme en la fundación de los
Hermanitos de María, su carta no hace otra cosa que reforzar mis convicciones y
mi misión. Por lo demás, no he malversado de ninguna manera el dinero que se ha
recibido: alimentación, vestido, dinero, todo ha sido íntegramente distribuido
entre los pobres de la parroquia, y sus hijos se están educando gratuitamente
aquí".
Lleno de
ilusión, el padre Champagnat bajó a Lyon. En el Arzobispado, Claudio María
Bochard le reiteró sus proposiciones de fusión entre los Hermanitos de María y
su Sociedad de la Cruz de Jesús, pero comprobando el rechazo formal de su
interlocutor para entrar en sus puntos de vista, se puso a atacarlo duramente,
y si él se abstenía de lanzarle el "interdicto", "lo amenazó con
cerrar su ilegítimo Noviciado" y "de cambiar al vicario recalcitrante
de La Valla". Finalmente lo despidió concediéndole un tiempo de reflexión.
El Beato
Padre regresó a La Valla "muy afligido, pero lleno de confianza en Dios y
de resignación a su santa voluntad. Estas contradicciones le eran tanto más penosas
cuanto que venían de un hombre que era su superior, y que se sentía obligado
ocultarlas en el fondo de su corazón; pues, para no preocupar a los Hermanos,
ni desalentarlos, nunca les habló de esto, o lo hizo de una manera muy vaga y
general".
Recurrió a
los auxilios espirituales y prescribió a su comunidad oraciones especiales
junto con una novena de ayuno riguroso a pan y agua. El personalmente realizó
una peregrinación a La Louvesc, Ardèche, a 25 kilómetros al sur de Vanosc en
donde pensaba abrir una escuela en 1823; pidió, por intercesión de San Francisco
Regis, la luz y la fuerza necesarias Buscó, de una manera principal, refugio
seguro cerca de María, implorando a Nuestra Señora de la Piedad, en su capilla
a la entrada de La Valla, y dirigiéndose allí con sus Hermanitos, varias veces
por semana, celebrando la Santa Misa. A veces, renovaba la Consagración a María
pidiendo su protección y su defensa, si esta obra procuraría la gloria de su
Divino Hijo.
2.-
AMENAZAS DEL COMITE MUNICIPAL DE SAINT CHAMOND.
Después de
la visita, el 26 de abril de 1822, del Inspector Guillard, a La Valla, y el
consejo dado a Marcelino de ponerse en regla con las autoridades civiles y religiosas,
el Comité Municipal de Saint-Chamond, enterado de la situación por el representante
de la Universidad, se reunió bajo la dirección del cura municipal, el padre
Juan Dervieux, -el que negaría de ahí en adelante oír en confesión al padre
Champagnat para estudiar el caso. De hecho, Marcelino enseñaba en el Noviciado
de La Valla, considerado como un colegio clandestino, en la ilegalidad más
completa, aunque hubiera decidido no dar clases de latín. En virtud de los
artículos 26 y 27 de la Ordenanza del 29 de febrero de 1816, el Comité
Cantonal, gozaba del poder de "revocación" e incluso de
"suspensión"; felizmente, sus miembros en la totalidad, eran
favorables a la Iglesia Católica.
El Comité
Municipal, que contaba entre sus miembros al señor Poncet, cura de Nuestra
Señora de Saint-Chamond, decidió no delegar al Rector de la Academia de Lyon el
caso del Noviciado de La Valla, ni reclamar para la obra las sanciones
universitarias, pero sí, denunciar oficialmente al Arzobispado para que
suprimiera tales abusos. El señor cura Poncet, no supo guardar el secreto, y a
su regreso de la reunión, informó a su vicario, Benito Journoux (1794- Tonkin,
1831), que era un simpatizante de la Sociedad de María, de todo lo determinado.
De
inmediato, Journoux escribió a Marcelino Champagnat, suplicándole quemar su
carta después de tomar conocimiento de las quejas del Director del Colegio de
Saint-Chamond, el padre Cathelin, y de las decisiones del Comité Cantonal. Terminaba
su misiva secreta, aconsejándole que escribiera al Vicario General Courbon.
No siendo
el señor Courbon encargado de las Congregaciones Religiosas, Marcelino
Champagnat se vio obligado a recurrir a un pretexto: la sumisión al Vicario
General de un "caso de conciencia". Aprovechó para sondear las
disposiciones de la administración arzobispal hacia la Sociedad de María,
solicitando su eventual traslado de La Valla, a Bugey (Ain), por ejemplo a
Cerdon, en donde los dos Colin se preparaban activamente al reconocimiento de
la obra. De hecho, la divulgación de la oposición que tenía el señor Bochard
hacia la Comunidad de los Hermanitos de María, había desatado una ola de
críticas y de ofensas en contra del vicario de La Valla, en todo el municipio.
Pero el anciano Courbon no quiso comprometer se tomando la defensa de Marcelino
y se contentó con remitirlo a su colega Bochard.
Ante la
posibilidad de una partida de los Hermanos Maristas a Cerdon o a otro lugar,
Marcelino Champagnat pensó vender el Noviciado de La Valla, pero desistió de
tal idea ante la oposición del copropietario Juan Claudio Courveille, que pasaba
como Superior General de la Sociedad de María. Se decidió a ir con el Presidente
del Comité Cantonal y antiguo confesor, Julián Dervieux, con el pretexto de
solicitar de él un consejo sobre la venta de la casa de La Valla.
Desde el
momento en que se presentó al cura de San Pedro, "el señor Dervieux lo
llenó de reproches, y lo amenazó con enviar la policía a La Valla para
dispersar a los Hermanos y clausurar el establecimiento". Con toda
humildad, el Fundador trató de explicar las cosas: "Vengo para hablar
sobre las acusaciones que se han hecho contra mi persona en el Comité; son
falsas, pero de cualquier manera, estoy dispuesto a vender el Noviciado si
usted lo cree conveniente, como ya se lo comenté al señor Courbon".
-"Y, ¿qué le aconsejó?" -"NNada, sino que me dirigiera con el
señor Bochard" -"Me extraña mucho que haya sido todo lo que le dijo.
Por mi parte, no tengo ningún consejo que darle".
Y Dervieux
le cerró la puerta en las narices y lo despidió bruscamente.
.
CAPITULO
LX: TIEMPOS MUY MALOS. |
El 3 de
mayo de 1822, se lanzó oficialmente la "Obra de la Propagación de la
Fe" por la "Congregación de Lyon", una sociedad secreta,
típicamente lionesa, descendiente de la "Sociedad de los amigos
jóvenes" durante la Revolución.
En esta
"Congregación" ultra-realista y ultramontana, el Beato Marcelino Champagnat
encontró sus principales bienhechores en Lyon, y la Sociedad de María, un
cierto número de reclutas, como el vicario general Juan Cholleton, director de
la "Congregación" de 1826 a 1846 y responsable de los Hermanitos de
María de 1841 a 1845, Claudio Mayet, célebre cronista de la Sociedad de María,
y Agustín de Verna, primer presidente del Consejo Central de la Propagación de
la Fe. El principal artífice de esta última obra era, con Benito Coste y
Phileas Jaricot, la hermana de este último, Paulina Jaricot (1799-1862).
Después de una breve vida mundana seguida de una grave enfermedad, Paulina hizo
voto de virginidad perpetua en Navidad de 1816. Se interesó mucho por las Misiones
Extranjeras de París y en 1818 fundó una organización muy singular para su
sostenimiento económico. En 1820, ideó un modo de recolectar fondos por grupos
de diez, cien, mil, etc., que sobrepasó todas sus previsiones. Dos años más
tarde, la "Congregación de Lyon" desarrolló el sistema en
"Propagación de la Fe".
Con
ocasión de su estancia en las Misiones Extranjeras de París, en la calle de
Bac, entre el 20 de noviembre y el 4 de diciembre de 1822, Juan Claudio Colin tuvo
una entrevista con el sub-diácono Phileas Jaricot, que le había enviado un cáliz
y unas vinajeras que su hermana Paulina debía mandar a un tal Galtier. El padre
Colin se debería reunir con Paulina Jaricot el año siguiente.
1.-
DESMEMBRAMIENTO DE LA ARQUIDIOCESIS DE LYON.
El 6 de
octubre de 1822, la bula "Paternae Charitatis" sustraía el
Departamento de Ain a la Arquidiócesis de Lyon y lo restablecía como estaba
previsto desde 1817, a la diócesis de Belley.
La
oposición del cardenal Fesch y por lo tanto del señor Bochard a este desmembramiento
fue vehemente y firme: "No sabría que decirle, escribió el cardenal a Pío
VII, si es el dolor o la extrañeza lo que más siento con el golpe que destruye
la antigua Iglesia de Lyon, y que no me ha permitido tomar la pluma..." Los
argumentos de Monseñor Fesch, manifestados tanto en 1817 como en 1822, se
fundaban desde luego en la necesidad de que "algunas sedes importantes, en
las que se pudieran multiplicar los establecimientos de educación y formación
eclesiástica, impulsar los estudios de la antigüedad para conservar la
tradición, formar congregaciones para las misiones, facilitar y sostener las
casas de caridad y de educación, multiplicar los claustros, desarrollar el
culto con mayor pompa y conservar, según su institución, las grandes dignidades
de la jerarquía... Ahora que me quitan la mitad de mi diócesis, ¿cuál será el
futuro de esas obras? El cardenal añadía: "El desmembramiento será nocivo
a la mayor parte de las parroquias de la nueva diócesis de Belley... Esto no es
una exageración: son las montañas las que nos proporcionan sacerdotes y
excelentes sacerdotes... y la diócesis de Lyon... tendrá la tristeza y la
amargura de no poder ir en ayuda de los fieles que antiguamente formaban parte
de ella". Fesch protestaba porque, después de "haber cortado los pies
y los brazos a la diócesis de Lyon", se entregaba la diócesis de Belley al
arzobispado de Besançon.
La
posibilidad de un nuevo obispo en Belley, significaba el florecimiento de los
candidatos para la Sociedad de María y no hacía más que motivar a estos últimos
a lograr ser reconocidos por Roma ante la ejecución de este desmembramiento.
El 8 de
febrero de 1823, los dos Colin escribieron al Nuncio de París, Monseñor Macchi,
para comunicarle las modificaciones a las Reglas de los Maristas, de acuerdo
con las observaciones: las penitencias de Regla quedaron suavizadas, "la
confesión de las faltas de orgullo y de codicia" quedaron facultativas,
etc. Como el Vicario General de Valence, Alejandro Devie, había sido nombrado
obispo de Belley por el rey el 13 de enero de 1823, los Maristas de la nueva
diócesis temían "sufrir grandes dificultades para salir", lo que
aumentaba en ellos el "deseo de una próxima liberación".
En
primavera de 1823, Juan Claudio Colin realizó un segundo viaje a París con la
idea de visitar a Monseñor Macchi, quien no quiso comprometerse en nada y envió
la documentación de los Maristas a Monseñor Devie, preconizado obispo el 10 de
marzo. Monseñor de Bonald, obispo del Puy, en donde Juan Claudio Colin pensaba
comenzar la Sociedad de María, de acuerdo a las "revelaciones" hechas
al señor Courveille, hizo lo mismo.
Desalentado,
Juan Claudio Colin regresó a París, y mientras, desanimado y fatigado, vagaba
por la zona de Saint-Clair de Lyon, fue invitado a acompañar a su casa a una
señorita de 24 años. Paulina Jaricot lo animó, él le manifestó su intención de
abandonar sus trámites de la Sociedad de María, ella le recomendó recitar esa
oración: "Oh tú que te vales de los que no sirven para actuar, dígnate
servirte de mi indigencia para tu gloria". Luego ella añadió: "La
Sociedad de María echará raíces durante tiempos muy difíciles, y luego estará
lista para trabajar por la gloria de Dios".
2.- NUEVOS
COMBATES DEL PADRE CHAMPAGNAT.
La
división de la arquidiócesis de Lyon, sin consultar al Ordinario, el nombramiento
de un obispo para Belley, fueron dolorosamente recibidos por los galicanos, y
antes que nadie, por el Vicario General Bochard, doctor de la Sorbona. Se
mostró mucho más agresivo para con el vicario de La Valla que se atrevía
constantemente a mantener la cabeza en alto.
El Beato
Marcelino creyó oportuno volver a Lyon haciéndose acompañar por el Hermano Juan
María (Granjon) que había regresado después de una estancia de un mes en la
Trapa de Aiguebelle. El Fundador se presentó primero con el anciano vicario
general Courbon: "Señor Courbon, heme aquí, He arreglado todos mis asuntos
y usted puede disponer de mi persona. Estoy listo para dejar sin ninguna clase
de amargura La Valla, pero antes de aceptar otro nombramiento, le solicito un
favor: permítame cinco o seis semanas para repasar mi Teología, en el Seminario
Mayor".
Extrañado
por tal visita y por las disposiciones de su interlocutor, Courbon le respondió
que no tenía ni la intención ni la posibilidad de trasladarlo de parroquia.
"No le pido de una manera explícita mi cambio, respondió Champagnat, pero
si usted quiere, muy bien. Ahora es el momento oportuno, y no regresaré a La
Valla mas que para recoger mis pertenencias". Muy impresionado, y
enterándose que el vicario no se había presentado ante el señor Bochard, le
aconsejó que lo hiciera inmediatamente.
Una vez
más, Bochard le exigió la fusión de los Hermanitos de María con la Sociedad de
la Cruz de Jesús, pero enterándose de nuevo de la oposición del Beato
Champagnat, Bochard trató a su visitante de "terco, orgulloso, rebelde,
espíritu estrecho, y terminó diciéndole que iba a tomar medidas para cerrar su
casa y dispersar sus sujetos".
Antes de
retirarse de Lyon para regresar a La Valla, triste, pero no desanimado, el
padre Champagnat fue a visitar a su condiscípulo Juan Luis Duplay (1788-1877)
profesor de Moral hasta 1822 y después ecónomo del Seminario Mayor. Duplay
disuadió a su visitante de abandonar el vicariato en ese momento, lo animó, y
le hizo notar, que de cualquier modo, su Noviciado no podría ser cerrado más
que por una petición del Comité Cantonal de Saint-Chamond.
Algunos
días más tarde, Marcelino se presentó ante el presidente del Comité Cantonal,
Julián Dervieux (1754-1832) quien como siempre, lo recibió con dureza:
"Cómo, le dijo, usted, un pobre vicario de campo, ¿tiene la pretensión de
fundar una Congregación? Usted que no posee ni recursos, ni talento, y que
actúa en contra de las indicaciones de sus superiores, ¿quiere encargarse de
tal empresa? ¿No se da cuenta que el orgullo lo está cegando? Si usted no tiene
consideración para su persona, al menos tenga piedad de esos jóvenes que arroja
a una posición tan molesta, ya que tarde o temprano, su obra se derrumbará, y
entonces sus sujetos se encontrarán sin ningún futuro".
Después de
esto, despidió a Marcelino.
CAPITULO
LXI: EL ACORDAOS EN LA NIEVE. |
En la
situación extremadamente crítica e ilegal en la que se encontraba, el Beato
Champagnat se preguntaba cómo salir de ella. Desde la erección de la Diócesis
de Belley, no podía esperar reunirse con los dos padres Colin en Cerdon, (Ain)
como había acariciado el proyecto en cierto tiempo.
Entonces
pensó irse de misionero a América del Norte. Luisiana, inmenso territorio al
poniente del Misisipi, tan extenso que podría encerrar varias veces el de
Francia, era el centro de un inicio de colonización francesa desde 1682, pero
fue cedido en 1764 a España quien la devolvió a Francia en 1802. Bonaparte se
vio obligado a venderla a Estados Unidos por 15 millones de dólares, el 30 de
abril de 1803. En 1812, en ese basto territorio quedó integrado el actual
"Estado de Luisiana".
En Roma,
en 1815, Luis Guillermo Dubourg fue consagrado obispo de Nueva Orleans, y con
motivo de su paso por Lyon, ordenó sacerdotes, el 22 de julio de 1816, al Beato
Champagnat y a sus condiscípulos, entre ellos, a Juan Claudio Colin y a Juan
Claudio Courveille. El 17 de junio, Monseñor Dubourg partió para Luisiana
llevándose consigo siete sacerdotes o seminaristas de la diócesis de Lyon,
entre los que iba Felipe Janvier (1792-1866), candidato a la Sociedad de María
de Courveille y gran amigo del Beato Champagnat, quien en su lecho de muerte,
le dejó su crucifijo. Por razones de salud, Janvier regresó a Francia en 1826,
pero en 1823, se encontraba en Donasldsonville, cerca del lago Michigan.
Ahora se
entiende por qué, para salvar a los Hermanitos de María de los ataques que
amenazaban con arruinar la obra, el padre Champagnat tuvo la idea de "solicitar
que lo enviaran a las misiones de América. Habló en varias ocasiones con los
Hermanos sobre tal proyecto, preguntándoles si estaban dispuestos a seguirlo.
Todos le aseguraron que jamás lo abandonarían, aunque fuera preciso ir al fin
del mundo" (H. Juan Bautista, p. 119-120) En realidad, la congregación
estaba en peligro de desaparecer por una muerte accidental de su Fundador.
1.- UNA
SALVACION MILAGROSA.
Después de
su huida de un mes a la Trapa de Aiguebelle (Drôme), el Hermano Juan María fue
reemplazado en Bourg-Argental, para el inicio del curso 1822-1823, por el
Hermano Luis (Juan Bautista Audras), a quien le habían dado como compañero al
Hermano Juan Bautista (Furet) que había vestido el hábito de los Hermanitos de
María el 25 de octubre del año anterior, al mismo tiempo que el Hermano Estanislao
(Claudio Fayole) y algunos otros.
En febrero
de 1823, en lo más crudo del invierno de la región cubierta de nieve, el
Hermano Juan Bautista (1807-1872), que apenas tenía quince años y medio, cayó
gravemente enfermo y a los pocos días se encontraba a las puertas de la muerte.
Tan pronto como el Padre Champagnat se enteró de la triste noticia, partió rápidamente
acompañado del Hermano Estanislao (1800-1853) para llevar su última bendición
al Hermanito antes de su encuentro con Dios.
Entre los
vericuetos que atraviesan el Monte Pilat (1434 m.), la distancia de La Valla a
Bourg-Argental era por lo menos de 16 kilómetros y más de cinco horas de
camino, que se hacía sumamente lento por lo accidentado del terreno y por la
nieve congelada. El penoso trayecto quedó recorrido sin mayores problemas, pues
era de día; nuestros dos viajeros tenían una salud de robustos campesinos,
entonces en su plena madurez: 34 años el Beato Champagnat y 23 su compañero.
Confiando en sus fuerzas, decidieron regresar a La Valla esa misma tarde, a
pesar de la nieve que no cesaba de caer, y que los Hermanos y amigos hubieran
deseado retenerlos en Bourg-Argental siquiera por esa noche.
El
crepúsculo reinaba en Bourg-Argental, y desde la salida, un violento
"Siberia" sorprendió a los caminantes. La nieve gélida formaba
torbellinos golpeándoles el rostro, y se acumulaba peligrosamente, borraba todo
indicio de camino, hacía muy lenta la marcha, provocaba caídas. Después de 4
kilómetros, toda señal de camino había desaparecido y aún faltaba un buen tramo
para franquear las crestas montañosas entre las dos cimas de 1336 y 1307
metros. Se internaron en el oscuro bosque; el viento silbaba entre las ramas.
En todo el contorno reinaba una profunda oscuridad.
Transidos
de frío, continuaron caminando cada vez con mayor lentitud, sin lograr avanzar:
anduvieron varias horas a la deriva extraviados en medio de la tempestad
invernal de la montaña, la soledad de la noche y el oscuro bosque.
El Hermano
Estanislao estaba en el límite de sus fuerzas y tuvo que ser sostenido por el
Beato Fundador. Pero pronto, él, también sofocado por la nieve, se sintió
desfallecer. Dirigiéndose al Hermano. "Amigo, le dijo, estamos perdidos si
la Santísima Virgen no viene en nuestro auxilio; acudamos a Ella, y
supliquémosle que nos libre del peligro en el que nos encontramos de perder la
vida en medio de este bosque y de la nieve". El Hermano Estanislao no oyó
nada y se deslizó desvanecido en la pendiente nevada.
El Beato
Champagnat se arrodilló al lado del Hermano extendido en la nieve y recitó con
fervor la oración atribuida a San Bernardo: "Acordaos, Oh Piadosísima
Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a
tu protección, implorado tu asistencia o reclamado tu socorro, haya sido
abandonado..." Levantó como pudo al Hermano Estanislao, lo arrastró unos
diez metros, y de repente vio brillar una lucecita que se movía. ¡Estaban
salvados!
2.- LA
CASA DONNET EN CHAPERIE.
Alejada de
la población de Graix, a 6 kilómetros al norte de Bourg-Argental, se
encontraba, en la soledad del bosque, la granja de José Donnet. En 1823, estaba
formada en la planta baja por una sala única, que servía tanto de cocina como
de dormitorio, contigua al establo, todo bajo el granero. Una puerta interior
permitía ir al establo sin exponerse a las inclemencias del tiempo.
Esa noche,
después de cenar, José Donnet, decidió echar un último vistazo a sus animales,
ayudado por la luz de su linterna, y sin ninguna razón aparente, llevado por
cierta fuerza misteriosa, y a pesar de la violenta tempestad, se dirigió al establo
por la parte exterior olvidándose del pasillo interior mucho más cómodo.
Esta luz
fue la que vieron por un breve momento los dos viajeros perdidos; reunieron lo
que les quedaba de fuerzas para arrastrase hasta la granja. Abriendo la puerta,
se encontraron frente a una joven pareja y una niña de cinco años, en medio de
una amplia sala de 100 metros cuadrados aproximadamente y bien calentada. La
mujer quitó los zapatos de los extraviados, pues sus dedos estaban ya
entumecidos. Los visitantes fueron tratados de maravilla. Se calentaron, comieron,
bebieron y recuperaron tanto sus energías, que el Beato Champagnat entonó,
según el Hno. Avit, "una cantata" que muy probablemente era el himno
de Prima del Oficio Parvo de la Santísima Virgen: "Memento salutis
auctor" del que le gustaba recitar de ordinario la segunda estrofa: "María
Mater gratiae, Dulcis Parens clementiae Tu nos ab hoste protege Et mortis hora
suscipe". (Cf. H. J.B.) Después de la oración de la noche, la familia
Donnet se fue a descansar en el tapanco, sobre el heno, cediendo el único lecho
existente, a los viajeros. Hecho de madera de cerezo, casi cuadrado, en forma
de caja con dos puertas a los lados y una a los pies; esta cama tradicional en
las granjas de las montañas, se encuentra actualmente en Nuestra Señora del
Hermitage.
Al día
siguiente, muy de mañana, los caminantes regresaron a La Valla, pero al poco
rato de caminar, el Hermano Estanislao volvió la cabeza para ver por última vez
la casa que había sido su salvación, no vio nada más que nieve. Llegados a la
cumbre del Pilat, cerca de Palais, hicieron una parada en Tarentaise para
llevar al Hermano Lorenzo (Audras), noticias de su hermano, el Hermano Luis (J.
B. Audras). Relataron la aventura de la víspera al párroco Préher, quien quedó
muy intrigado afirmando que allí no existía ninguna granja al poniente de
Graix.
No fue
necesario más al Hermano Estanislao para deducir que habían sido recibidos por
la Sagrada Familia de Nazaret, José, María y el Niño Jesús, y que la casa
inexistente era un milagro. Creyó en este hecho milagroso hasta su muerte en
1853. Pero el verdadero José Donnet vivió hasta los 91 años. Su casa, reparada,
agrandada y modernizada, aún está en pie en lo que se ha convertido el
"pueblo de La Chaperie" en Graix.