CAUSA DE BEATIFICACION Y CANONIZACION DEL SIERVO DE DIOS[1]

 

FRANCISCO RIVAT

 

SUPERIOR GENERAL DEL INSTITUTO DE LOS HERMANOS MARISTAS

 

 

Sobre la duda de si consta que en este caso y para el efecto de que se trata, han sido practicadas en grado heroico las virtudes teologales de Fe, Es­peranza y Caridad, para con Dios y con el prójimo, las cardinales de Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza, y las otras virtudes de ellas de­pendientes.

 

 

“He rogado por este hijo, dijo Ana la esposa de Elcana, al pre­sentar a Eli su hijo Samuel, y el Señor ha aceptado mi súplica. De mi parte, lo entrego a Dios para siempre; es un consagrado al Señor” (1 Sam. 1, 7-28). En términos semejantes Francisca Boiron presentaba su hijo Gabriel al Beato Marcelino Champagnat, Fun­dador de los Hermanos Maristas.

 

Gabriel nació el 12 de marzo de 1808 en la aldea de “Maison­nette”, vecina a La Valla, el cual pertenecía a la archidiócesis de Lyon; el menor de cuatro hermanos y tres hermanas es bautizado el mismo día de su nacimiento.

 

Las costumbres de la familia Rivat eran patriarcales. La honradez del padre: Juan Bautista, el profundo sentido cristiano de la madre: Francisca Boiron, hacían de su casa un verdadero santuario, donde las normas de la Iglesia, el ayuno y la abstinencia eran cuidadosa­mente cumplidos, y donde el rezo del rosario ocupaba siempre un puesto de honor.

 

En el santuario de “Valfleury” había sido erigida una cofradía de la Santísima Virgen, invocada bajo el título de Auxilio de los Cristianos. Fue el 13 de agosto de 1813 que la piadosa madre llevó a su pequeño Gabriel a dicho santuario para inscribirlo y consa­grarlo a María. El niño, como un nuevo Abel, pastoreaba el ganado y deseaba ser un día un “buen pastor”, cuando el Beato Marcelino Champagnat, preocupado ya por las almas de los niños, llegó en 1816 a La Valla para desempeñar el ministerio parroquial.

 

El joven sacerdote conoció a Gabriel en las lecciones de cate­cismo, e impresionado por su inocencia, desde un principio “lo miró y lo amó” (Marc. 10, 12).

 

El niño tenía 10 años y en aquel tiempo en que la doctrina jansenista soplaba como viento glaciar, parecía temerario admitirlo tan temprano a la primera Comunión.

 

No obstante el Padre Marcelino quiso no sólo proteger, sino también alimentar con el pan de los fuertes aquella alma inocente. El 19 de abril de 1818 recibió Gabriel el Pan de la Eucaristía. Desde aquella fecha, Cristo Señor iba a unir aquellas dos almas con los lazos de una mutua exigencia. El 2 de enero de 1817, en efecto, el Padre Champagnat había fundado una Sociedad de Religiosos laicos que, por medio de la enseñanza de la doctrina cristiana y de la instrucción profana, se dedicaban a los niños, gravemente expuestos a los cambios morales y sociales de aquella época. Sin más dilación, el 5 de mayo de 1818, propuso a los padres de Gabriel que le confiaran su hijo para que se hiciera religioso. Los padres que ya habían dedicado su hijo mayor al sacerdocio accedieron gozosos a la demanda, y al día siguiente, mamá Francisca consagraba de nuevo su hijo Gabriel a la Santísima Virgen en la capilla del Santo Rosario de la iglesia de La Valla, luego se lo entregaba al Beato Marcelino Champagnat diciendo: “Tomad este hijo y haced de él lo que queráis; pertenece a la Virgen a quien lo he consagrado repetidas veces”.

 

El niño era de corta edad, pero de espíritu maduro; viendo ya el sentido de su vocación, la abrazaba con todas sus fuerzas. El 3 de agosto del mismo año recibió Gabriel el Espíritu Santo en el sacramento de la Confirmación, y el 8 de setiembre de 1819 vistió el hábito de los Hermanos Maristas tomando un nuevo nombre: Hermano Francisco, expresando así el amor sobrenatural para con su madre.

 

A partir de esta fecha, el Siervo de Dios se dedica más y más a buscar la perfección evangélica, sin detenerse en este período que podemos llamar de formación-acción y del que el Beato Cham­pagnat impregnaba a sus discípulos, enseñándoles a hacer pasar inmediatamente al plano de la acción las nociones teóricas.

 

El Hermano Francisco pasaba efectivamente con la mayor fa­cilidad de la meditación y del estudio al trabajo manual, ocupación frecuente en la nueva Institución, y de alumno a alumno-maestro, con el mayor gozo y éxito.

 

En el intervalo, el Ordinario de Lyon había aprobado el Insti­tuto de los Hermanos Maristas el 3 de marzo de 1824, y el Hermano Francisco, que ya hacía tiempo se consideraba como un templo de Dios cuyo corazón debía ser el santuario, hacía el 11 de octubre de 1826, en la capilla del Hermitage, los votos de religión. Por la práctica de los tres consejos evangélicos se unía a Dios amado por encima de todas las cosas. Tal era su gozo y tan visible que el Padre Marcelino, ya su Padre y Superior, tuvo que decirle: Hijo mío, envidio tu dicha.

 

Se dedica a la enseñanza en las escuelas de varios pueblos: cumple de tal forma su empleo que sus alumnos le profesan un amor y aprecio extraordinarios. Pero el Beato Marcelino, que conocía y apreciaba los dones de espíritu y de corazón de su discípulo, lo llamó de nuevo a la casa del Hermitage, primero como formador de los nuevos sujetos que se preparaban, más tarde como consejero, auxiliar y substituto.

 

Herido de enfermedad el Beato Marcelino quiere pasar el mando de la Congregación a otras manos. De acuerdo y bajo la presidencia de Juan-Claudio Colin, cofundador de la Sociedad de María, reúne en 1839 un Capítulo General el cual, casi unánime­mente, elige al Hermano Francisco para Superior General, al mismo tiempo se le da como auxiliares los Hermanos Luis María y Juan Bautista que serán los asistentes del nuevo Superior.

 

La elección llena de gozo a todos, especialmente al Beato Marcelino, el cual, torturado su cuerpo por el sufrimiento, pero serena el alma al ver que su Instituto se consolidaba, podía alcanzar la patria celestial 8 meses más tarde, dejando tras él 280 Hermanos, 48 casas y 7000 alumnos.

 

El Hermano Francisco se alió con la prudencia, la firmeza y la amabilidad, y proponiéndose el ejemplo de san Pablo, que se hizo todo para todos (1 Cor. 9, 28) para ganarlos todos para Jesucristo. Tal era su compenetración con sus dos Consejeros que los Hermanos los llamaban los “3 Uno”. Por otra parte el constante desarrollo de la Congregación de los Hermanos Maristas motivó la fusión de otros Hermanos: los de Saint-Paul en 1842 y los de Viviers en 1844.

 

En 1851 llega la aprobación oficial de los Hermanos Maristas por la República francesa. En 1852, bajo la dirección del Hermano Francisco, el Capítulo General propone un texto definitivo de las Constituciones y Reglas. Al año siguiente se coleccionan las tra­diciones pedagógicas de la Congregación en un libro que se llamará: Guía de las Escuelas.

 

Por fin, el año 1858, el Hermano Francisco viaja a Roma con el fin de alcanzar la aprobación pontificia. El Decreto aprobatorio fue promulgado el 9 de enero de 1863 por S S. Pío IX.

 

Toda esta serie de ocupaciones no le impidió enviar Hermanos a las misiones de Oceanía, y continuar manteniendo aquellas Fun­daciones.

 

Otro objetivo que alcanzó el Siervo de Dios mediante el Ca­pítulo General, fue introducir un cuarto voto: el voto de estabilidad, que atendía a guardar íntegros las Constituciones y el espíritu del Instituto y a perpetuarlo a pesar de los mayores sacrificios. El mismo fue uno de los primeros en profesarlo, el 2 de setiembre de 1855.

 

La Congregación prosiguió su marcha ascendente; el Siervo de Dios hizo trasladar en 1858 la casa generalicia a la ciudad de St. Genis-Laval. Pero, la inmensa atención y cuidado que concedía a todo había afectado su salud hasta el punto que juzgó oportuno dimitir. Era el año 1860. El número de miembros era de 2086, el de casas 379 y el de alumnos 50.000. Hechos y resultados de verdad maravillosos, que hay que atribuir a la sagacidad en el gobierno del Instituto, cargo que el Siervo de Dios desempeñó con bondad paternal y firmeza justa.

 

Inmediatamente después de la elección del Hermano Luis María, el Hermano Francisco dejó la nueva casa generalicia, y volvió al Hermitage donde escribía: “Para ser Superior tuve 20 años de preparación, para desempeñar dicha carga otros 20, ¿dispondré de otros 20 para reparar?”.

 

Quizás fuera tan sólo un presagio, ya que fueron exactamente éstos los años que vivió, añadiendo a su nombre el de abuelito.

 

En la paz de sur retiro, como ya en el comienzo de su vida, buscó el Hermano Francisco ser la imagen viva del Padre Champa­gnat, en el amor a Jesús en la Eucaristía, la imitación de la San­tísima Virgen, el agradecimiento por los beneficios recibidos, exhor­tando a todos a vivir los mismos sentimientos. Oculto en Dios, amaba el silencio, la humildad, la modestia; distinguido por la inocencia de su alma, llevaba la mortificación corporal hasta la disci­plina y el cilicio.

 

Misericordioso, bueno, amable para con todos, en especial para los jóvenes, los enfermos, sabía maravillosamente animarlos y con­fortarlos.

 

Tenía sus predilecciones para la Liturgia. Toda ocasión le era oportuna para manifestar su respeto, hacia el Santo Padre, los Obispos y el clero. Sin duda, era su doctrina y su convicción las que hacían sus exhortaciones eficaces, y sobre todo, el arrastre de sus ejemplos.

 

En la revolución que, sobre todo en 1848, trastornó a la gente, en la guerra cruel de 1870, y en varias otras circunstancias difíciles, era una confianza inquebrantable en Dios y en María, Recurso Or­dinario de los Hermanos Maristas, que intentaba comunicar a los otros. Es necesario recordar sus enfermedades, especialmente un ataque de apoplegía en el que dio ejemplo de alma serena llena de bondad verdaderamente religiosa. Los vecinos del Hermitage que asistían a las ceremonias de la capilla estaban llenos de admiración por su piedad, humildad y caridad.

 

El sábado 22 de enero de 1884 cuando ya hubo expirado —se hallaba de rodillas en aquel momento— fue necesario exponer durante varios días sus despojos, para satisfacer la admiración y piedad de los fieles.

 

Su fama de santidad creció tras su muerte. El año 1910, el arzobispado de Lyon, inició el proceso ordinario llevándolo más tarde a Roma; en 1929 una encuesta sobre sus escritos fue seguida de un decreto sobre los mismos, y el 14 de noviembre de 1934 el Papa Pío XI, de feliz memoria, daba su juicio favorable a la introducción de la causa. El 2 de diciembre del mismo año, tras haber obtenido la dispensa del Proceso apostólico de fama de santidad en general, se pedían las cartas remisorias para elaborar el Proceso Apostólico acerca de las virtudes y de los milagros en particular.

 

El 31 de julio de 1934, se publicó el decreto de no culto por la Congregación de Ritos, favorable a continuar el Proceso concer­niente a las virtudes y a los milagros en particular, y el 16 de julio de 1941 un nuevo decreto reconocía la validez de todo este proceso.

 

Más tarde, a instancias del Hermano Alessandro di Pietro, fms., Postulador legítimo de la causa, el 12 de junio de 1955 tuvo lugar la congregación antepreparatoria, el 8 de marzo de 1966 la congregación preparatoria sobre las virtudes del Siervo de Dios, finalmente el 22 de mayo de 1967, en la presencia de S. S. Pablo VI, se celebró la congregación general.

 

Su Eminencia el Cardenal Benito Luis Masella, Ponente de la causa, el mismo día, mes y año, acerca del “dubium” había pro­puesto:

 

¿Ha sido probado, en el caso actual y en vistas del objetivo a alcanzar sobre las virtudes teologales de Fe, Esperanza y Caridad para con Dios y para con el prójimo, y las cardinales de Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza, y otras de ellas dependientes, que han sido practicadas en grado heroico por el Siervo de Dios?

 

Los Reverendísimos Padres Cardenales, Prelados Oficiales y Teólogos consultores votaron afirmativamente.

 

El Santo Padre se dignó acoger favorablemente este voto, y no dudó en dar su asentimiento, ordenando preparar el decreto sobre la heroicidad de virtudes del Siervo de Dios.

 

En este día, tras haber ofrecido piadosamente el Santo Sacri­ficio, Su Santidad ha hecho llamar a los Reverendísimos Cardenales: Prefecto abajo firmante de la Congregación de Ritos, y Benito Luis Masella, Ponente y Relator de la Causa; al Reverendísimo Padre Rafael Pérez, O.S.A., Promotor General de la Fe, al Reverendo Padre Aimé Pierre Frutaz, Auditor General, y a mí mismo Se­cretario de la Congregación de Ritos abajo firmante y les ha de­clarado solemnemente:

 

En el caso actual y en vista del fin a obtener no hay duda acerca de las virtudes teologales de Fe, Esperanza y Caridad para con Dios y con el prójimo, y sobre las virtudes Cardinales de Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza, y otras dependientes, que el Siervo de Dios, Hermano Fran­cisco, Superior General del Instituto de los Hermanos Ma­ristas, ha practicado en grado heroico.

 

Ha ordenado que este decreto sea promulgado y transcrito en las actas de la Sagrada Congregación de Ritos.

 

Dado en Roma, el 4 de julio a. D. 1968

 

Card. BENNO GUT

Prefecto de la S. C. de Ritos,

 

+ FERDINANDUS ANTONELLI

Arzobispo del título de Idicren.

 

 

L+S

 

 

 



[1] CSG, XXIV, pp. 509-516

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