UN JARDIN EN PRIMAVERA
Recuerdo que tenía cuatro puertas nuestro jardín y que estaban abiertas de las seis a las seis de cada día.
Entonces, era estuche de ambrosía que cerraba solemne el celador porque en su rusticismo bien sabía que era una rica alhaja cada flor; además, era bien cerrar las puertas como respeto por las flores muertas y amable discreción por las que brotan con tanta sencillez, que ni se notan, haciendo en el vergel necios alardes ante miradas escudriñadoras de las flores que mueren en las tardes o las que han de nacer con las auroras.
Cuando yo era muchacho, me gustaba saltar la balaustrada, y la saltaba poco después del toque de oración para entrar al jardín como un ladrón; mas no para robar ni una violeta sino para sentirme algo poeta.
Me sorprendió una noche el jardinero; le conté con lealtad de caballero cuál era mi intención de literato y nos pusimos a charlar un rato. ¡Oh, sorpresas que el alma nos espeta! El jardinero... ¡resultó poeta!
-Sabes- me preguntó- entre otras cosas ¿de qué mueren las flores y las rosas? -No lo sé- respondí. -Pues oye atento y no lo vayas a tomar a cuento: el lirio, por ejemplo, cuando infiere que es flor de fango, de tristeza muere; y es delirio del lirio en el estanque embellecer la mano que lo arranque.
La rosa roja que en la rama asoma se muere de una congestión de aroma.
El clavel, de ansiedad. La crisantema, agoniza en el opio que la quema. La violeta, sin el sol, de silicosis y el junco muere de tuberculosis.
En la mañana, al ir a abrir las puertas dan ganas de llorar viéndolas muertas; pero atajan mi llanto los botones que anuncian venideras floraciones y me pongo a pensar que todas ellas mañana estarán muertas, como aquellas...
-Y el alma de las rosas, jardinero, ¿a donde va? -Y señaló un lucero: -A donde van todas las cosas bellas... A ser átomo de luz en las estrellas. -Pero... ¿todas? -Si, todas. Es su fin... ¡Ah! pero nada más de este jardín.
Y esa noche en San Marcos primavera para mis ansias líricas sin fin, pude saber que nuestro cielo era cementerio de flores del jardín.
JOSE F. ELIZONDO