Alfonsina Storni
La primavera dulce, la que me puso rosas Encarnadas y blancas en las manos sedosas. La primavera dulce que me enseñara a amarte, La primavera misma que me ayudó a lograrte.
¡Oh la tarde postrera que imagino yo muerta Como ciudad en ruinas, milenaria y desierta! ¡Oh la tarde como esos silencios de laguna Amarillos y quietos bajo el rayo de la luna! ¡Oh la tarde embriagada de armonía perfecta: Cuán amarga es la vida! ¡Y la muerte qué recta! La muerte justiciera que nos lleva al olvido Como el pájaro errante lo acogen en el nido... Y caerá en mis pupilas una luz bienhechora, La luz azul celeste de la última hora. Una luz tamizada que bajando del cielo Me pondrá en las pupilas la dulzura de un velo.
Una luz tamizada que ha de cubrirme toda. Con su velo impalpable como un velo de boda. Una luz que en el alma musitará despacio: La vida es una cueva, la muerte es el espacio. Y que ha de deshacerme en calma lenta en suma Como en la playa de oro se deshace la espuma.
Oh, silencio, silencio... esta tarde es la tarde En que la sangre mía ya no corre ni arde. Oh, silencio, silencio... en torno de mi cama Tu boca bien amada dulcemente me llama. Oh silencio, silencio... que tus besos sin ecos Se pierden en mi alma temblorosos y secos. Oh silencio, silencio que la tarde se alarga Y pone sus tristezas en tu lágrima amarga. Oh, silencio, silencio que se callan las aves, Se adormecen las flores, se detienen las naves. Oh silencio, silencio que una estrella ha caído Dulcemente a la tierra, dulcemente y sin ruido. Oh silencio, silencio que la noche se allega Y en mi lecho se esconde, susurra, gime y ruega. Oh silencio, silencio... que el Silencio me toca Y me apaga los ojos, y me apaga la boca. Oh silencio, silencio... que la calma destila Mis manos cuyos dedos lentamente se afilan...