A continuación usted encontrará algunos documentos que sirven de referencia para apoyar el contenido del libro RECADI: la gran estafa
Agustín Beroes, comunicador graduado en la Central, hijo de Pedro Beroes, escritor de vasta cultura y también de vasta experiencia periodística, nuestro honestísimo compañero de generación, en su reciente libro Recadi: La gran estafa (Planeta), narró con buen estilo y claridad expositiva y conceptual, la experiencia vivida y compartida por la Sección de Economía de El Nacional, desde que acogiéndose a la petición del Presidente entrante, Carlos Andrés Pérez, de investigar sobre facturaciones de importaciones, se inició la indetenible denuncia de la acción administrativa pública existente en nuestro país: el reparto de divisas preferenciales para la importación a través de la Oficina de Régimen de Cambios Diferenciales. Herrera Campíns, desoyendo a Leopoldo Díaz Bruzual, creó esa oficina y al llegar Lusinchi, sus ministros de Economía y los directores de Recadi la reorganizaron. Desde entonces, gradualmente, hasta el final del peculiar gobierno del Presidente y su secretaria privada, se otorgaron 40 mil millones de dólares preferenciales a 26.000 empresas importadoras, además de los deudores privados del sector público, precisó en su libro Agustín Beroes. Esos otorgamientos, no siempre ilegales, dieron sin embargo, lugar al más organizado saqueo del Tesoro Público, padecido hasta hoy por Venezuela. La dirección de El Nacional alentó a la Sección de Economía para que investigara esta estafa sin precedentes. Agustín Beroes abrió los fuegos de la pesquisa solicitada, desde mediados de febrero de 1989. En sus primeros trabajos, Beroes recordó que antes de la petición del gobierno de Pérez, cursaban en los tribunales varias denuncias por irregularidades en el otorgamiento de divisas. Luego se adentró en la investigación, respaldado por Amado Fuguet, jefe de información económica y por el entero elenco del periódico, reconocimiento que agradece al iniciarse el libro. El Nacional así respondió a una tradición de profilaxia social que lo prestigia. Propietarios, editor, jefe de redacción, redactores, jefes de secciones al unísono dieron la gran batalla para exponer a la opinión pública los meandros, vericuetos, sótanos y atajos por donde funcionarios de jerarquía, políticos venales, empresarios sin escrúpulos, mediante sobrefacturaciones, comisiones, concesión de divisas a empresas fantasmas, sobornos y otros procedimientos ilícitos, desfalcaron el Tesoro Público ante los ojos del primer magistrado, condescendiente, y las recomendaciones discriminadas de su secretaria privada. Admirable recuente este libro, suma de investigaciones, aporte de entrevistas y reportajes reveladores, datos, cifras, informes, señalamientos de expedientes, denuncias que constituyen un todo homogéneo e indestructible en el que sobresale el Archivo Secreto de Recadi, cuyo impacto conmovió a los demás órganos de prensa, al Congreso, a los articulistas y a la conciencia nacional pensante. Se debe hablar de antes y después de Recadi. Esa formidable campaña de información fue descalificada por los prohombres del actual mando de AD, siendo tildada de "conjura de los medios", con fines "desestabilizadores de la democracia". Semejantes argumentos sin veracidad ni peso pasarían inadvertidos si no respaldaran esas falaces declaraciones de inocencia, dos maquinarias que controlan simultáneamente el partido y la justicia, respectivamente creadas por Alfaro Ucero y Morales Bello: el CDN y los tribunales y jueces. EL CDN invadió al CEN y la tribu de David ocupa puestos claves en la institución venida a menos, de la Justicia. Sus acciones e intervenciones que han propiciado la defensa y exoneración de culpa de los implicados en la gran estafa, quienes andan libres y gozando de sus bienes mal habidos, tiene bajo su férula a AD, excluyendo a quienes aspiran a sanear esa organización herida de muerte, a los tribunales incluyendo la Corte Suprema, a la mayoría de los jueces. Esas maquinarias integradas por una fauna política digna de ser estudiada, desde ignaros hasta feroces ladrones, desde resentidos hasta aventureros treparadores, desde cínicos inmorales hasta fanáticos convencidos, hoy por hoy, se sirven del Estado de Derecho para justificar la delincuencia política y administrativa, y de la institución partidista, para lo mismo. El libro de Beroes constituye la contraparte indeleble de esos mandos corruptos, de esos jueces venales, de esos magistrados duchos solamente en trácalas procesales, de esa militancia contada y cercada por una mayoría dispersa que los repudia, pero no logra derrotarlos. No se trata de un maniqueismo sectario y simplificador. Uno de los arquetipos del alma humana es la lucha entre el bien y el mal. Hoy, más que en la época de las catedrales, proliferan películas, videos, dramas, novelas, sobre esta antonimia, revestida de atuendos y comportamientos de nuestra época. De esta lucha surgen conceptos éticos, sin los que el hombre sería un ente inferior pero capaz de gran fuerza depredadora. La batalla librada por Beroes, por El Nacional, por los articulistas de oposición a las mencionadas maquinarias, por los políticos que tratan de desmontarlas, forma parte del rescate de la ética, dentro de su relatividad. El libro
de Beroes adquiere así un valor que va más allá de la
simple información periodística destinada a consumirse
en un día. En las actuales cicunstancias presta un
fundamento firme a la lucha contra las maquinarias y los
dirigentes que están desintegrando una sociedad de por
sí tendente a la indiferencia, a la aceptación de lo
ilícito y del abuso de poder, minada por la droga, el
hedonismo, la miseria, la marginalidad, la delincuencia
proletaria o de cuello blanco. así lo entendió la
directiva de El Nacional, así José Vicente Rangel, quen
presentó esta obra al público y Franklin White, quien
la prologa. Este libro ayuda a que este país
subdesarrollado éticamente, pueda convertirse algún
día en Nación capaz de imponer una expiación a los
culpables de La Gran Estafa. La gran estafa En Venezuela nos hemos ido acostumbrando al comentario afónico, reservado, secreto, cuando se trata de problemas de Estado. Sin darnos cuenta vamos renunciando al derecho de información y al derecho de opinión que por encima de cualquier texto legal corresponde al hombre por el solo hecho de ser hombre. De esa manera ha ido transitando la llamada democracia representativa, hasta cumplirse más de treinta años de silencios. La complicidad, a disposición de los gobernantes, nos ha convertido en un país de simuladores. En la misma forma en la cual el organismo llega a acostumbrarse al dolor y muchas veces más que tolerarlo hasta lo desea, el cuerpo social se ha ido adaptando a costumbres inauditas y ha convertido en normas los caprichos, veleidades, ligerezas, extravagancias, arbitrariedades, inconsecuencias y hasta atropellos de quienes transitoriamente administran el país. Por ese camino hemos hecho escala en los más infamantes recovecos, por incapacidad para frenar aunque sea un fragmento, una migaja siquiera, la descomposición que nos rodea. Lo económico, lo político y lo social, cada aspecto por separado o en su interdependencia, se han contaminado de impurezas hasta llegar a la inmundicia que aniega todos los órdenes de la vida nacional. Es difícil, cuando menos, insurgir contra el contagio, denunciar tan siquiera las causas de la infección y de la inoculación. Se ha convertido el alto riego expresar cuanto se piensa acerca de esta situación asfixiante, sobre esta realidad con la cual está de acuerdo solamente el minúsculo grupo de beneficiarios y de sus aprovechadores. Esa es la primera validez de la obra Recadi La gran estafa del joven periodista Agustín Beroes: el valor para revelar un entorno denigrante, quizás el mayor escándalo en cuanto al disfrute de recursos donde la sagacidad para el lucro superó toda moderación. Todo comenzó, como diría Beroes, cuando el Presidente Pérez ordenó "abrir una rápida, exhaustiva y determinante investigación sobre un posible fraude a la nación, derivado de la sobrefacturación de importaciones con dólares preferenciales". Así de sencillo. En el fondo, toda la asqueante presencia del fraude, del tráfico de vellaquerías donde los pícaros adquirieron categoría de notables. Con mano experta Agustín Beroes fue hilvanando la trama. Una narrativa de suspenso sustituyó la información, mientras los nombres propios de conocidos dirigentes, políticos y empresariales, iban llenando las casillas del repugnante crucigrama. Peligroso juego donde fue necesario olvidar cualquier otro compromiso como no fuese el del deber. (Cumplir la responsabilidad asumida, para un comunicador social que se aprecie a sí mismo, en Venezuela ha adquirido la dimensión de una hazaña). Recadi La gran estafa dejó de ser un reportaje interpretativo para convertirse en un ensayo. Si no tuviese la cualidad de referir hechos reales, sucesos comprobables por documentos verídicos, personajes con partida de nacimiento y cédula de identidad, y fechas comprendidas desde el 18 de febrero de 1983 hasta febrero de 1989 (lapso en el cual estuvo en vigencia el régimen de cambios diferenciales), bien podría haberse confundido con una novela de misterios. Pero nó. Las cifras y los nombres, de personas naturales y jurídicas, atestiguan que se trata de una vergüenza cierta. Agustín Beroes en acertado lenguaje aborda el difícil tema. Por medio de doce capítulos nos enrostra la bajeza: El detonante, Los antecedentes, Malas políticas y excesos presupuestarios, Las modalidades de la corrupción, El vacío de la justicia, Los funcionarios, Los hilos del poder, Las reacciones políticas, Los casos más notables, La participación de la banca, La responsabilidad de la prensa y Las conclusiones. ¿Y cuáles pueden ser las conclusiones? "Recadi fue causa de la quiebra del país", diría el Informe Preliminar de la Comisión Especial designada por el Congreso de la República. '''...La suerte de desatinos (...) acentuaron la corrupción administrativa y la crisis moral general del país, hechos estos fundamentalmente estimulados y protagonizados por las clases dirigentes", nos dirá el autor. Pero hay algo más: "Recadi, la gran estafa perpetrada en el lapso de seis años, se desarrolló, además, en el período más accidentado que ha sufrido la economía y en el peor tiempo de sacrificios vivido por los venezolanos". Y ese hecho es sencillamente criminal. En el
documentado trabajo de Agustín Beroes puede apreciarse,
además de la sólida formación profesional, la profunda
integridad moral -solamente lograble en un hogar donde
los principios estén por encima de los intereses-.
Reconforta saberlo, en un país donde se han perdido
todos los valores y pareciera que los premios, los
reconocimientos y las recompensas estuviesen reservados a
las miasmas de las miasmas. Ahí ya no hay nadie Recientemente leí el libro de Agustín Beroes, titulado Recadi, la gran estafa. Leer un libro sobre el caso Recadi produce una doble extraña sensación. La primera es que uno se siente leyendo la narración de un triste episodio que, una vez creado Recadi, se sabía qué iba a ocurrir. Si usted instala en un país como Venezuela algo como Recadi, puede apostar a que va a pasar algo como lo que pasó. Un libro como el de Agustín Beroes nos dice, con sobriedad y riqueza de hechos, qué forma exacta adoptaron los acontecimientos cuya ocurrencia podía predecirse. "Crónicas de un fraude anunciado". La otra sensación es la de estar leyendo una gran alegoría. Recadi da lugar a múltiples incidencias y diálogos que Beroes trenza con destreza. Pues bien, esas incidencias y diálogos han tenido sus equivalentes, con otros protagonistas y contenidos, en muchos escenarios, a lo largo de muchos años y lugares. Recadi simboliza y resume toda una Venezuela. Toda una cierta Venezuela que ha llegado a ser parte importante de la Venezuela total. Recadi es como una miniatura de esa cierta Venezuela. La Venezuela total encierra elementos que permitirían, bien enjaezados, superarse a sí misma y dejar atrás aquella parte cuya alegoría es Recadi y la historia que nos cuenta Beroes. Por cierto que, sea dicho en justicia, muchos de los que tuvieron relación con Recadi actuaron dignamente. Funcionarios de Recadi que, luchando a brazo partido contra las tendencias a la corrupción que encerraba esa inadecuadísima institución, trataron de lograr lo que con ella teóricamente se pretendía para bien del país. Empresarios que llenaron sus solicitudes correctamente y sin mentir, para que les otorgaran aquello a lo que creían tener derecho, pero en estas cosas pasa que lo perverso es mucho más contagioso y agresivo que lo honesto, porque pone a los que no quisieran ser perversos a la defensiva y a hacer cosas que no hubieran querido hacer, para no ser los tontos de la partida. Respecto a esto de la alegoría, en especial resume mil cosas una frase pronunciada en un momento aparentemente intrascendente de la historia de Recadi -un momento en realidad provocado por la acuciosidad periodística de Beroes. Cuando éste va a ver cosas en la que fue "la oficina más visitada de toda la historia republicana de Venezuela", una ascensorista l advierte: "Señor, ahí ya no hay nadie". La Venezuela de Recadi. No
constituye, no consolida. Negocia, especula, adula y se
va. Se aprovecha de un Estado tonto que se expone
indefenso, o que es expuesto indefenso por quienes
gobiernan al talento depredador de la jauría. Historia de Venezuela Mucho he querido comentar sobre el llamado asunto Recadi, pero ha caído en mis manos el libro, sobre el mismo tema, de Agustín Beroes que abunda en detalles y es un verdadero reportaje de los puntos salientes del deplorable asunto. No soy economista y si he protestado ha sido como ciudadano que siente que están minando las bases de la democracia. No creo que debo criticar los detalles, sino más bien comentar las razones por qué un grupo de políticos, combinados con unos "ejecutivos decadentes", producen un hecho tan dañino que solamente, si es que ellos han pensado que no son ciudadanos de Venezuela sino más bien enemigos del país, podrían llevar a cabo un complot como ese. Primero hay que razonar cuáles son las razones que produjeron la democracia venezolana. Esta historia ha sido la de la lucha por la igualdad ante la ley. La vida pública de Francisco de Miranda comienza cuando fue rechazada su petición para formar parte de las milicias, como lo habría sido su padre. Pero el padre de Miranda era español, mientras que él era hijo de criolla. Por más que luchó, no logró ser incorporado, lo cual lo llevó a comprender la desigualdad en la Venezuela colonial. La Guerra
de Independencia fue también causada por situaciones
similares. La Federación, por la desigualdad creada por
la situación ocasionada, porque la oligarquía
conservadora sustituyó al dominio español. Ambas
guerras fueron tan destructivas que Venezuela quedó
verdaderamente anémica, lo cual puede explicar, hasta
cierto punto, el trazo y por tanto el caudillismo que
trajo por consecuencia a Gómez. La llamada revolución
de Octubre tuvo como causa fundamental la incomprensión
del presidente Medina de que el pueblo estaba maduro para
la elección directa. Quizá si él lo hubiera
comprendido, no habría sucedido y es posible también
que hubiéramos tenido otro tipo de democracia que no
hubiera nacido por la fuerza y producido gobiernos
partidistas que han formado una nueva clase que se cree
con derecho a poseer el país y a crear una economía de
clase, una oligarquía que ha sido y vuelve de nuevo a
ser causa de todos los problemas históricos que han
producido el atraso y las máximas explosiones de
violencia en la historia de Venezuela. Juicio al país Cada una de las diferentes etapas de la historia de Venezuela, ha estado signada por especiales características. Encontramos épocas de sometimiento durante la Conquista y la Colonia; duras luchas y gente heroica durante la Independencia. Enfrentamientos fratricidas durante el siglo XIX, y constantes sobresaltos institucionales, signados por el caudillismo. Con el comienzo del actual siglo, se consolidaron la paz y un sostenido avance social y económico, enmarcados en importantes conquistas políticas. Sin embargo, los últimos 15 años de la actual etapa la ha caracterizado el cambio en fenómenos económicos que nos llevaron de la bonanza y la seguridad de un futuro sin igual, a los problemas económicos y sociales más graves de toda su historia. Esta última etapa venezolana queda caracterizada por sobresaltos económicos y por miles de escándalos de las más variada índole y dimensión, cuya impunidad pone en peligro la estabilidad democrática. El libro de Agustín Beroes es el relato del escándalo más ingrato de esta etapa del país. Usando el instrumento de la investigación y del periodismo interpretativo, descubrimos su empeño por develar la veracidad de los hechos, para no caer en la poderosa tentación de hacerse parte o contraparte de tan sonado escándalo. Al leer a Beroes encontramos parte de la historia económica del país. A través de Recadi, descubrimos una economía, signada de incongruencias e irresponsabilidades, especialmente cuando palpamos esa política circunstancial de hacer crecer la economía del país a costa de sus reservas internacionales y del futuro de las nuevas generaciones. Es ése, tal vez, el peor de los delitos que se pueden cometer. Por otra parte, nos muestra un sistema judicial opacado y maltratado, que juega con su credibilidad, como lo hace la peor de las dictaduras, donde la voluntad y el capricho del gobernante son la ley y la sentencia. Encontramos en su trabajo el deseo de enfrentar el tradicional olvido del venezolano y, a la vez, nos obliga a pensar en el juicio que debemos hacer a la actitud pasiva de un país lleno de escándalos inútiles, que está a las puertas del siglo XXI, y que debe caracterizarse por su capacidad de desarrollo y su sentido del futuro. Ojalá que este trabajo sirva de reflexión y quede como ejemplo del género del periodismo interpretativo, y no como un tomo más del compendio de los folklóricos escándalos venezolanos. Agustín
Beroes es otra voz y bandera de las nuevas generaciones
de venezolanos bien preparados y empeñados en fortalecer
la libertad de expresión, como uno de los pilares
fundamentales de la democracia. Testimonio frente al delito Recadi, la gran estafa, representa una de las más valiosas contribuciones del periodismo de investigación a la Historia contemporánea venezolana, tanto desde la perspectiva política, económica y social con que en principio se aborda, como desde la del testimonio vivo que representa para el jurista y el hombre público vinculado a las tareas de legislar, investigar y sancionar los delitos contra el patrimonio público. Resulta un lugar común el afirmar que Venezuela es un país desmemoriado y que la impunidad disfrutada por los delincuentes de cuello blanco ha sembrado la apatía de la sociedad frente a la esperanza de ver en los retenes judiciales a quienes son responsables de que no existan medicinas en los hospitales, a quienes se enriquecieron con las importaciones de leche, que hoy no encuentran las madres venezolanas. En efecto, desde los albores de la democracia, se ha denunciado el cobro de comisiones, la sobrefacturación, el tráfico de influencias, la malversación. Pero han sido tantos los escándalos, que súbitamente caen en el olvido colectivo los hechos y sus protagonistas, llegando éstos hasta adquirir no sólo la legitimación legal -por prescripción- de las fortunas producto del robo, sino la social, la que los lleva de las páginas rojas de los diarios a las páginas sociales. El olvido, la frágil memoria que nos ha condicionado la impunidad y las renovaciones de escándalos, conspiran contra todo el esfuerzo serio de combatir el flagelo de la corrupción. El libro de Agustín Beroes pretende, con acierto, impedir que el más grande saqueo contra el patrimonio de todos los venezolanos pase inadvertido para la Historia, esa Historia que no es la de hermosas gestas independentistas, sino la cotidiana, la actual, la que se niegan a escribir los cronistas del oficialismo, la que tiene el deber de explicarle al pueblo venezolano por qué un país que recibió más ciento cincuenta mil millones de dólares en sus últimos diez años, por concepto de sus exportaciones petroleras, ha visto con horror aumentar la pobreza crítica, la desnutrición y mortalidad infantil, el desempleo, la depauperización de las capas medias de la sociedad, ante la mirada impasible e inconmovible de una minoría de usufructuarios de las regalías fiscales; llámense créditos blandos de los organismos estatales, subsidios a la "producción", incentivos a la exportación o al valor agregado nacional, o la más grande de todas las megaestafas: el otorgamiento de divisas preferenciales con la más absoluta irresponsabilidad y antipatriotismo. Recadi, la
gran estafa, crudamente lo demuestra, con rigor
investigativo, con gran coraje, con sentido patriótico
de no permitir el olvido y de desenmascarar los
subterfugios leguleyos de una sentencia infame que
"legalizó" la irresponsabilidad, el dolo, la
prevaricación, el oportunismo; en fin, el crimen que
constituyó el sobregiro y la malversación del
presupuesto de divisas por parte de un gang, que amparado
por una Corte sin Justicia, quedará condenado solamente
por la opinión pública que Agustín tanto contribuyó a
formar y que su libro, en este estadio triste de la
historia republicana, impedirá borrar. Recadi como interpretación periodística El periodismo venezolano está madurando. Los múltiples cambios que se apiñaron en los años ochenta, crearon un desorden mental en toda nuestra sociedad. La desintegración del bolívar, el empobrecimiento de las masas, el gran festín de la corrupción, el caos político que tuvo como uno de sus episodios más singulares el mando de una reina sin trono, entre otros fenómenos, determinaron que Venezuela viviera una década lamentable e incomprensible. Ese cuadro obligó al periodismo criollo a desentrañar y explicar al país muchas de las cosas que le estaban sucediendo. Lo cual no fue tarea fácil, en un campo minado de obstáculos para el ejercicio del periodismo. La bofetada contra la libertad de expresión fue uno de los graves desaciertos que los factores del poder propinaron a la democracia, la cual, junto con el pueblo, fue víctima de esa década de las dificultades. El periodismo, a fuerza de las circunstancias, tuvo entonces que superar sus viejas doctrinas, para exponer y descubrir los hechos colocándose en su justo lugar. Ubicándolos en su contexto real, porque nada ocurre por sí solo. Los acontecimientos tienen sus antecedentes y se desarrollan en un medio ambiente determinado. Y generan consecuencias que pueden ser gravísimas. La complejidad de los hechos no es de fácil entendimiento para el público, por lo que ha correspondido a la prensa adoctrinarse en lo que académicamente se llama "periodismo interpretativo". Que es muy distinto al periodismo de opinión, porque su misión consiste en explicar las cosas y no en exponer criterios definitivos sobre las mismas. Pero que está estrechamente ligado, como un siamés, al periodismo investigativo. Casos como el BTV, el Viernes negro, la crisis de la deuda, El Amparo, la Manzopol, los pozos de la muerte, los Jeeps, los sucesos de febrero y Recadi, por sólo nombrar algunos de los más resonantes, cayeron como un plomo sobre la conciencia nacional, durante los ochenta, gracias al atrevimiento de la prensa de ir más allá de la repetitiva declaración de un político o un ministro. Y el de Recadi cobra una atemorizante importancia, porque allí el periodismo hizo un gran intento por descubrir los hechos, de exponer las razones por las cuales ocurrieron, y reflejar las instancias responsables de aquel robo espectacular. Quiso el periodismo explicar a Venezuela que con Recadi habían cometido contra ella la Gran Estafa, pero no solo para que enterrara y entendiera lo que en ese recodo del Ministerio de Hacienda aconteció con el manejo de las divisas preferenciales, sino también para que el martillo de la justicia sentenciara de verdad-verdad a los grandes responsables. Pero una vez más, los poderes políticos, económicos y anti-éticos, le escamotearon a la democracia esa catarsis que es poner detrás de los barrotes a los aprovechadores de aquellas divisas baratas a 7,50 ó a 14,50 bolívares, tan apetecibles como si fueran a 4,30. Agustín Beroes fue uno de los profesionales que con mayor ahínco, se dedicó al periodismo responsable que, desde El Nacional, adelantamos con la Agenda Secreta de Recadi, que para algunos, los grandes estafadores, fue un instrumento de desestabilización del sistema. Según este criterio, el periodismo es el responsable de la desmoralización de la democracia, y no quienes han sido desenmascarados por los medios de comunicación como los grandes ladrones del país, así como tampoco los jueces y políticos cómplices del espectacular desfalco. Aquel extraoficial trabajo periodístico se nos presenta ahora en forma de libro, bajo una nueva organización, con nuevos casos y datos, y presentado en un marco precisamente afín con la doctrina del periodismo interpretativo, que a Agustín Beroes y a mí se nos incrustó en la cabeza cuando compartimos toda la carrera en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central, bajo la tutela de nuestro amigo profesor Federico Alvarez. Recadi, La gran estafa, es un reportaje interpretativo. No es una novela, ni un ensayo, ni una tesis histórica o económica. Como lo menciona orgullosamente el propio Agustín Beroes, es un trabajo periodístico. Acaso esa es la principal característica de esta obra, porque de esta forma puede encender de nuevo la chispa para que se haga justicia en el caso Recadi. La tesis que se demuestra en este reportaje es que "el régimen de cambios diferenciales implantado en Venezuela desde el 18 de febrero de 1983 hasta febrero de 1989, administrado por Recadi durante los gobiernos democráticos de Luis Herrera Campíns y Jaime Lusinchi -especialmente en esta última administración-, fue un instrumento utilizado por funcionarios públicos, empresarios, políticos y particulares para traficar influencias, otorgar y recibir privilegios y ventajas económicas, evadir leyes y lucrarse en grupo e individualmente, en detrimento de los intereses nacionales". Quienes hasta ahora no están convencidos de esto -y hay quienes no lo están, porque si no hubiera presos por el caso-, pueden estar seguros de que tienen suficiente material en este libro para terminar de darse por enterados, y cloncluir en que la Gran Estafa fue vergonzantemente real. El reportaje expone las razones económicas por las cuales ocurrió el desfalco, la complicidad política para que tuviera lugar, el vacío judicial para que no hubiera sanciones, los movimientos cruzados de los hilos del poder, las modalidades de la estafa, los personajes involucrados, la responsabilidad de las instancias gubernamentales y privadas, y el papel que la prensa desempeñó para destapar la olla. Este
trabajo de nuestro colega y amigo, compañero de la
Sección Económica de El Nacional, demuestra que el
periodismo venezolano está madurando. En contraste con
la regresión de los otros poderes de nuestra sociedad. Los ladrones matan a la democracia "El
vacío de principios morales se manifiesta en los abusos
de una administración de justicia que no procede recta y
prontamente y en la escandalosa rapiña de los bienes
públicos" Hubo épocas en Venezuela cuando la dictadura -civil o militar- , constituía el único sistema de gobierno. No había manera de huirle a las medidas despóticas, a la ilegal incautación de bienes (por orden superior), ni al carcelazo sin expediente judicial, o al exilio humillante y doloroso. Después, no hace ni 35 años, apareció el sol de la democracia. Se constituyó el estado de derecho, volvió la legalidad, se consagró en la nueva Constitución la libertad de expresión; regresaron los hijos alejados de la patria, ahora con ánimo de convertirse en líderes de diversos partidos políticos y realizar elecciones para que el propio pueblo eligiera a sus administradores. Todo cambió en nuestro país, ciertamente, menos una sola cosa: el afán de lucro ilegal, la pasión devoradora de enriquecerse por el medio que fuere, el uso de la influencia política para saquear la tesorería nacional... Todo eso persiste. Nos libramos primero de la humillación cavernaria de las dictaduras. Luego, abrazamos, eufóricos y agradecidos, el único sistema que se compadece con la dignidad humana y con nuestros caros anhelos de libertad: la democracia. Pero hemos continuado enfermos, tal vez para siempre, con el cáncer de la corrupción. Este cáncer asume diversas formas; pero, por lo general, nace de células que endurecen las manos de ciertos políticos - o de sus allegados-, y luego amparan los exilios urgentes, siempre bien dolarizados, de quienes viven, piensan y proceden bastardamente, tanto en la dictadura como en la democracia. Porque son, simplemente ladrones. En las dictaduras, los ladrones son el gobierno. En las democracias, los ladrones debilitan al gobierno para propiciar el regreso de las dictaduras. Al gobierno lo debilitan, también algunos líderes de la propia democracia, con expresiones imbéciles y bastoneras como ésta: "La gente roba porque no tiene razones para no hacerlo". Por cuanto no había razones para no robar, se montó el gran fraude de Recadi, como lo recuenta este trabajo investigativo del aguerrido periodista Agustín Beroes, de El Nacional. Recadi fue la gran cueva de Alí Babá. Por Recadi se escaparon miles de millones de divisas -todas debidamente autorizadas-, y, por causa de Recadi, se dictó una de las decisiones más impopulares -y menos convincentes- de la Corte Suprema de Justicia. La indignación pública fue igualmente suprema. Este libro ilumina, con fuego abrasador, toda la campaña patriótica del colega Beroes. Aquí están los documentos que El Nacional publicó en sus páginas, en demostración de responsabilidad ciudadana, en defensa de la democracia decente y digna que buscamos para nuestro país. En este volumen se recogen las llamaradas de alerta que primero aparecieron en la "Agenda Secreta de Recadi". Aquí se verticaliza la misión informativa y se dignifica -con firme apoyo de El Nacional-, el derecho a tomar posición cuando se socava el sistema democrático, mediante constantes asaltos por legiones de corruptos, a veces encubiertos por los cenáculos de algunos partidos políticos. Es tanta la vagabundería reflejada en los documentos presentados por Agustín Beroes, que se tiene la tentación de cambiarle el nombre al libro, para titularlo, más bien, LA GRAN FARSA. Porque uno tiende a imaginarse que todo lo de Recadi comenzó como un guión cinematográfico. Se habría pensado hasta en el propio cierre del drama, para su total desarrollo. Incluso, los autores pudieron haber anticipado el descubrimiento de sus acciones. Y tal vez ensayaron la defensa en los tribunales, como un abierto desafío a la investigación, ya para complacer a la opinión pública. En el curso del tiempo, esa opinión tendría que irse cansando y desgastando. Al final, nada importaría gran cosa. Los acusados se irían al exterior. Alguna acción tribunalicia, estudiosamente correcta, los absolvería. Al caer el telón -para darle un toque humorístico a la obra- quedaría un solo preso, circunstancialmete detenido en Valencia por un fiscal de tránsito, por "comerse" una luz roja. ¡Háganos usted el favor de ver semejante ironía! Así el crimen SIN castigo pretende destruir a Venezuela, pues subvierte la democracia. Desalienta a quienes creyeron que sólo en las dictaduras se robaba. Desanima a los ciudadanos que levantaron sus manos hacia los adustos jueces supremos y piden severas penas legales para los que la opinión pública -y los documentos- señalan como responsables del mal manejo de los fondos públicos. Al final, la justicia superior dice que no hay robo, ni estafa. Cuando más, habría indicios de malversación. Pero la malversación en este caso no se le ha considerado como delito. Un legalismo salvador. Llega a sus manos, estimado lector, este valeroso trabajo de Agustín Beroes. Un documento legítimo para la historia, hoy día ligeramente chamuscado por el humo de las interpretaciones legalistas. De toda forma, un mensaje medular, rotundo y lapidario. No importa que los supuestos cómplices de Recadi -directos o indirectos-, sigan insistiendo en la tesis canallesca de que "denunciar a los ladrones de la administración pública, es meterle una zancadilla institucional a la democracia". Argumento totalmente desprestigiado. Los ladrones son los que atentan contra la democracia, precisamente. Porque pedir mayor honradez en el manejo de los dineros públicos no puede equivaler, nunca, a una acción conspirativa. En fin de cuentas, la democracia no quiere vivir hermanada a la corrupción. Eso queda para las dictaduras, civiles o militares, y sus ladrones. Lo que debemos recordar es esto: la corrupción definitivamente está corroyendo las bases del sistema democrático. Por consiguiente, el pueblo exige que se busque y se castigue a los culpables, sin el beneficio de la alcahuetería partidista. Hay que rescatar el sistema democrático. Hay que rescatar el manejo de los dineros públicos. Hay que sacar a patadas a los ladrones, estén donde estén. O no
habrá democracia que defender. |