BIBLIOTECA DE HISTORIA DEL CRISTIANISMO
LA ESCUELA FRANCESA DE ESPIRITUALIDAD
N° 11
DIRIGIDA POR PAUL CHRISTOPHE.
Raymond DEVILLE
DESCLÉE.
Esta
obra tiene su lugar en la Biblioteca
de Historia del Cristianismo, por un doble título:
-
El XVII° siglo francés ha sido período de renovación profunda de la fe y de la
vida cristiana en Francia. Espiritualidad, espíritu misionero,
preocupación por los pobres, renovación
del clero… han marcado esta época de una
manera extraordinaria; se ha podido hablar del “gran siglo de las almas”.
-
El pensamiento teológico, la experiencia espiritual y los compromisos
apostólicos de esos hombres y de esas mujeres, continúan ejerciendo hoy una influencia profunda en la Iglesia y en todas
las partes del mundo.
Entre
todos los personajes destacados de este siglo XVII, algunos constituyen lo que
se llama frecuentemente la Escuela Francesa de Espiritualidad. Ellos son
de hecho bastante mal conocidos. Este
libro podría proporcionar algunos puntos de referencia, proporcionar una
introducción sencilla en vista de un mejor conocimiento de esos maestros cuyo
mensaje y acción permanecen más actuales que nunca.
El
siglo XVII francés no ha sido solamente el “gran siglo” en los planos político
literario y artístico, a ejemplo del
siglo XVI español, él ha sido, como éste último, lo que se ha podido llamar “el
gran siglo de las almas”.
A
pesar de numerosos estudios y de algunas publicaciones, este período de la
Historia de la Iglesia en Francia es relativamente poco conocido fuera de los
historiadores de oficio, de algunos especialistas y de tal o cual familia
sacerdotal o religiosa. Por tanto, ella ha sido
de una muy grande importancia y algunas de sus corrientes continúan
ejerciendo una influencia profunda no solamente en Francia, sino en el mundo
entero. Que se piense en la influencia
de las Hijas de la Caridad, de los
Hermanos de las Escuelas Cristianas
de los Euditas, de los Sulspicianos y de los Montfornianos… ¿Se sabe
cómo Bérulle ha introducido en Francia el Carmelo Teresiano y que él ha
contribuido a la fundación de 43 carmelos en veinticinco años? ¿Se sabe también que la evangelización de Canadá es debida en gran
parte a misioneros que partieron de Francia en el siglo XVII? Es necesario
recordar también el papel determinante jugado en esta época por laicos como la
señora Acarie, Gaston de Renty, Jean de Bernières, Jérôme Le Royer de la
Dauversière y Jeanne Mance. Estos dos últimos, por ejemplo, han estado en el
origen de una congregación religiosa
ligada al servicio de la fe y de la caridad en Montréal. Otros laicos
han ejercido una influencia mayor en la sociedad o aún con los contemplativos…
Entre
esta pléyade de grandes misioneros espirituales que fueron todos, a un título o
a otro, un cierto número pueden llamarse de una misma “espiritualidad” que se
tiene costumbre de llamar, sobre todo desde Bremond, “La Escuela Francesa”.
Se prefiere ahora la denominación de
Escuela Beruliana, cuando se habla del maestro indiscutible que fue Bérulle y
de sus principales discípulos: Condren, Olier y Juan Eudes (los que se nombran
de buen grado “los cuatro grandes”). Las dos expresiones serán aquí empleadas indistintamente, aún si el de
Escuela Beruliana parece más exacto.
A
esta corriente, fuertemente marcada por algunos acentos mayores muy
reconocidos, se vinculan directamente San Juan Bautista de la Salle y San Luis María Grignion de
Monfort, ambos antiguos alumnos de Sn. Sulpicio a fines del siglo XVII. Más
tarde escritores importantes como Mons.
Gay han sido testigos de esta misma corriente. De una manera más difusa pero no
menos real, esta espiritualidad se encuentra en los escritos de Dom Marmion, de
Elisabeth de la Trinité y se han podido reconocer huellas de ella en algunos
textos del Concilio Vaticano II”.
Sin
embargo, y en el centro mismo del siglo XVII, otros hombres y mujeres que han
estado a veces en relación estrecha con los “cuatro grandes” no presentan las
mismas insistencias teológicas y espirituales que éstos y no se pueden considerar propiamente como
representantes de esta Escuela de Espiritualidad, como Vicente de Paúl,
Bourdoise, Fénelon… En otro sentido, Jesuitas como Louis Lallemant, Saint–Jure,
Hayneuve, y otros, han sido muy marcados
por la corriente beruliana.
Esta
obra presentará a aquéllos de los maestros de la Escuela Francesa – o Beruliana
– que son más conocidos: Bérulle, Condren, Olier y Juan Eudes así como J. B. de
la Salle y Grignion de Monfort. Serán
hechas alusiones a otros grandes
maestros del silgo XVII, pero ha parecido preferible limitarse a los
“Berulianos” propiamente dichos.
No
se hablará pues aquí de San Vicente de
Paúl, por otra parte bien conocido, ni de Saint–Cyran, auténtico maestro
espiritual, ni de Bossuet ni de Fénelon,
ni de ciertos oratorianos tan influyentes como Bourgoing, Gibieuf o Metezeau.
Esta elección y esta limitación no son ni olvido ni desprecio, son debidas a
los límites de la obra y por un deseo de claridad.
Después
de una rápida puesta en situación (C.2) los cuatro grandes maestros de la
Escuela Beruliana serán presentados bastante en detalle (c. 3, 4, 5, 6). Un
capítulo (7) procurará luego un intento
de síntesis de los elementos importantes de su doctrina. Dos de sus
grandes herederos: Juan Bautista de la Salle y
Grignion de Monfort serán el objeto de los capítulos 8 y 9. El último
capítulo propondrá algunas reflexiones sobre
la actualidad de esta espiritualidad beruliana.
El
conocimiento de los maestros de la Escuela Francesa no presenta solamente un interés de orden
histórico, comprende, como todo
encuentro con el pasado que nos ha
formado, un carácter de actualidad, tanto más importante cuanto que es menos
evidente. Las diferencias y la distancia entre épocas, permiten captar los
valores y las posturas de lo que ha sido vivido ayer y lo que ocurre hoy.
La
paradoja es notable en lo que concierne a la Escuela Francesa; muchos reproches
le son hechos, muchas críticas son
formuladas a su intención: visión pesimista del hombre “cloaca de iniquidad”,
cristocentrismo a veces presentando como exclusivo, concepción del
sacerdote “religioso de Dios”,
interpretado sin matices, etc.…
Al
mismo tiempo, un renacimiento de interés a parece en diversos círculos: laicos
que descubren a Bérulle, religiosos que quieren volver a encontrar la
inspiración de sus fundadores, peticiones
diversas por parte de ciertos sacerdotes:“tenemos necesidad hoy de una
nueva Escuela Francesa”, necesidad de volver a las bases sólidas, teológicas,
de auténtica renovación espiritual…
Desde
hace mucho tiempo ya, el Padre Mersch había notado, en sus estudios de teología
histórica sobre el “Cuerpo Místico de Cristo”, al término de un largo capítulo
consagrado a los berulianos: “hay cosas
concernientes a nuestra incorporación a Cristo que no se aprenden bien más que
en su escuela”.1 El P. Mersch tocaba por otra parte allí al centro
mismo de su experiencia mística y de su
enseñanza: La vida cristiana comprendida
como comunión en Jesucristo.
Pero
es importante, para mejor conocerlas “seguir larga y cuidadosamente sus pasos”
(Montaigne). Los capítulos que siguen quieren ser a la vez una introducción y
una guía de lectura.
Los
“documentos” citados al pie de las páginas quieren simplemente ilustrar y
completar la introducción propuesta. La selección era difícil - los berulianos han escrito mucho – sin duda
es discutible. Posiblemente suscitará el deseo de ir más lejos en la lectura y
el conocimiento personal de esos autores.
Una
bibliografía es propuesta al final de cada
capítulo. No es exhaustiva y no indica más que algunas obras permitiendo
“continuar el estudio…” se indican allí habitualmente, por una parte, las
ediciones usuales de los autores
presentados, y por otra , algunos estudios bastante fácilmente abordados.
Algunas
páginas no pueden ser suficientes para bosquejar un cuadro completo de la
Iglesia en la sociedad francesa del siglo XVII. Importa por tanto conocer
algunos rasgos importantes que caracterizan este período si se quiere
comprender el papel que han jugado los artífices de la renovación católica del
gran siglo. Estos, por otra parte, han estado frecuentemente mezclados de muy
cerca a la vida política y social de su tiempo. Las primeras páginas de Sn.
Vicente de Paúl y la caridad de
André Dodin nos lo presentan así:
“Nacido
en 1581, bajo el reino de Enrique III en Pouy, en los Landes, Vicente de Paúl
ha mirado sin duda a Enrique IV en París
entre 1608 y 1610. El ha frecuentado a Richelieu y ha asistido a Luis XIII en
su lecho de muerte. Le fue familiar la compañía d’ Anne d’ Autriche, de
Mazarin, del canciller Séguier. El ha
conocido a todos los que han velado los primeros años del joven Luis XIV. Cuando, el 27 de
septiembre de 1660, el S. Vincent ha dejado definitivamente a los suyos, el
gran Rey tomaba en sus manos los destinos de Francia”.[i]
Este
período tan rico y tan agitado de la historia de Francia, es también un período
extremadamente vivo y activo en el campo religioso. Él es dominado por algunos
grandes hombres, entre los cuales se sitúan nuestros berulianos. Una verdadera
pléyade de reformadores va como a irrigar y a animar la Iglesia en Francia. Muy
solidarios de los hombres de su tiempo, ellos son el vivo ejemplo de lo que
escribía Lacordaire: “Es lo propio de
los grandes corazones descubrir la
principal necesidad de los tiempos en que viven y consagrarse a ella”.
Si
esta obra se limita a los principales representantes de la Escuela Beruliana,
que no han estado mezclados de tan cerca como el Señor Vicente a la vida política y social de Francia, importa,
no obstante, recordar algunas de las “circunstancias” de su existencia y de su
acción. Ninguno de entre ellos ha sido un meteoro aislado; no solamente ellos
se han conocido bien, sino que eran muy
conciente de lo que vivían los hombres y
las mujeres de su siglo, y han querido renovar su vida cristiana. Totalmente
de su tiempo, han actuado por
transformarlo; haciendo eso, cumplían su propia misión, mucho antes que el
filósofo Ortega y Gasset escriba su frase célebre:
“Yo
soy yo y mi circunstancia (yo soy yo y mi circunstancia) y si yo no la salvo,
yo no me salvo a mi mismo tampoco”.
Situación Política y Económica.
Comparada
a la de sus vecinos, la situación política de Francia se mejora netamente desde
los primeros años del siglo XVII. Después de las guerras de religión, y gracias
a Enrique IV, Francia se levanta poco a
poco, “retoma aliento”. Con sus veinte millones de habitantes, es el país más
poblado de Europa y uno de los más ricos. Enrique IV ha intentado restablecer
la paz religiosa por el Edicto de Nantes (1598), que, otorgaba un estatuto de
tolerancia a los protestantes. Se
esfuerza también por consolidar su propia autoridad frente a la nobleza y al
clero.
La
casa de Austria, establecida tanto en España,
en los Países Bajos y en Franche – Compté, como en el Imperio propiamente dicho (Alemania,
Austria, bohemia, etc.…), queda la rival amenazante, a pesar de intentos de
acuerdos por matrimonios, como el de Luis XIII con Ana de Austria.
Las
regiones Fronterizas, como la Lorena o la Picardía, serán frecuentemente
invadidas y luego empobrecidas. Vicente de Paúl intervendrá activamente a
partir de 1639 para asistir a los habitantes de Lorena probados por las tres
plagas de la guerra, de la peste y de la hambruna. A partir de 1650, se
esforzará por ayudar a otras regiones devastadas: la Picardía, la Champaña y la
Isla de Francia. Es difícil de imaginar la precariedad de las condiciones
materiales y económicas de los campesinos
de Francia en esta época. Richelieu hará mucho, no solamente para limitar las
reivindicaciones de la nobleza, sino también para desarrollar el comercio y las
relaciones exteriores, particularmente gracias a la marina.
Por
otra parte, una porción de la sociedad está en trance de convertirse en
burguesa, y ya aparecen lo que se
llamará más tarde las “clases medias”. Muchos reformadores del siglo XVII
pertenecerán a este medio social, próximo a la nobleza, pero que permanece
distante de él.
Los Cristianos en el Siglo XVII:
Serían
inexacto pretender que la renovación de la vida cristiana en Francia ha
comenzado con el siglo XVII. Si los
decretos del Concilio de Trento (1545 – 1563) no han sido “recibidos” por la
Asamblea del Clero más que en 1615, todo un movimiento de reforma había
aparecido mucho antes del Concilio. “De Gerson a Clichtove, un ideal pastoral
exigente se había afirmado, perfilando
estos ‘nuevos sacerdotes’y estos nuevos fieles de los cuales los cánones
tridentinos debían proponer el modelo”2
Que
esto ocurra entre los religiosos o en el clero secular, un principio de reforma
pastoral se iniciaba claramente, del que un ejemplo entre otros, nos es dado
por el obispo de Meaux, Guillaume Briçonnet (1516 – 1534)3
No
es menos cierto que se ha podido hablar de “La grande piedad de la Iglesia de
Francia” a propósito del inicio del Siglo XVII. Los obispos no residían casi en
su diócesis, sino que se encontraban en la corte real o absorbidos por
ocupaciones temporales. “Era preciso que la muerte llegara justamente para
esperarlo en su diócesis » decía la señora de Sévigné a propósito del
obispo de Rennes… los pocos obispos reformadores se harán notar… pero serán raros.
En
cuanto al clero era frecuentemente ignorante, perezoso y mucha veces libertino.
Demasiado numerosos en las ciudades, no habiendo recibido ninguna formación,
corriendo tras el dinero, los sacerdotes eran, según San Vicente de Paúl, la
causa de “todos los desórdenes que vemos en el mundo”. Bérulle y sus discípulos
tendrán la obsesión de “restaurar el estado
del sacerdocio”. Todos los historiadores de esta época subrayan esta
necesidad de una renovación en profundidad.
Uno
de los obstáculos que encontrarán los reformadores del clero era debido a la
desastrosa costumbre del pedido o de los beneficios: ya sea para los curas, los
monasterios, o los obispos, muchos clérigos se esforzaban por hacerse atribuir
un título dispensándolos de trabajo pastoral, pero asegurándoles buenas rentas.
Ese sistema tenía por efecto atraer jóvenes al ministerio sacerdotal por
motivos puramente humanos, sin ninguna
“vocación”. Todos los reformadores insistirán sobre la urgencia de lo que se ha
llamado después de la recta intención: “Es preciso entrar por la puerta de la
vocación” (Olier).
“En
cuanto al clero regular, no es muy distinto. Los monasterios tanto de hombres
como de mujeres, sirven ordinariamente de refugio a los hijos menores incapaces
de llevar las armas y a las hijas que no
pueden dotar. En gran mayoría, monjes y monjas son metidos al claustro por voluntad de sus familias sin
sombra de vocación. Sin la menor aspiración espiritual. En la mayor parte de
los conventos, la vida se arrastra en la mediocridad intelectual y moral,
frecuentemente aún material, porque los comendatarios toman la más importante
parte de los ingresos y no dejan a los religiosos más que la más pequeña “porción
indispensable”.Tejiendo sobre ese fondo grisáceo, algunos escándalos, menos
numerosos posiblemente de los que se ha dicho a veces, pero muy visibles. En
conjunto pues, es una decadencia que no ha
hecho más que acentuarse desde la
época medieval, y la situación es grave. Se le
puede medir por el hecho que un poco más
tarde el medio devoto francés la considerará como prácticamente
irreformable”.4 La reforma se realizará, no obstante, bastante
aprisa; los jesuitas regresarán en 1603; los carmelitas de Teresa de Ávila
serán introducidos en Francia en 1604 gracias a la Señora Acarie y al Padre de Bérulle y ellos multiplicarán las
fundaciones; Port – Royal deschamps se reforma a partir de 1609…
Prácticamente,
todas las grandes órdenes religiosas masculinas y femeninas conocerán en esta
época una reforma y (o) un desarrollo
importantes: Benedictinos (reforma de Saint – Vanne después de San Mauro),
Cistercienses (Feuillants después Trapenses), Cartujos, en expansión
considerable, Dominicos y Dominicas, particularmente en el Sur, Franciscanos
(Recoletos), Capuchinos, Carmelitas
(reforma de Touraine – Bretagne, establecimiento de los Carmelitas descalzos),
Mínimos (que se piense en la influencia de Nicolas Barré hacia el fin de
siglo…) la denominación de “Turba magna” (multitud inmensa que no se puede
enumerar) que Bremond utiliza a propósito de los espirituales de este período
les puede ser aplicada.
Bérulle
y sus discípulos han encontrado en esta renovación de la vida religiosa un
estímulo para la reforma del clero,
considerado por ellos como la Orden del mismo Jesucristo.
Es
preciso subrayar finalmente que con esas nuevas fundaciones y esas reformas, la
idea de vida religiosa se purifica y se afirma, como lo testimonia tal o cual
declaración de la Señora Acarie.
El
pueblo cristiano en conjunto está marcado por la ignorancia, y la superstición
y los casos de brujería abundan y dan lugar a numerosas descripciones… Se comprende la importancia que los reformadores
atribuirán a las misiones populares.
Nuestro berulianos, después de San Vicente de Paúl y con muchos otros, serán
todos misioneros.
Según
los mejores historiadores5 las misiones parroquiales que producirán
tantos frutos en Francia en el siglo XVII se originan en “dos fuentes: la predicación itinerante del siglo
XVI y la misión en país protestante (ilustrado por San Francisco de Sales).
Pero ella sufrió, a principios del siglo XVII, una evolución decisiva que da a
la Ilustración un rostro propio, destinado a pasar los siglos”. 6
Las
nuevas familias sacerdotales o religiosas van a consagrarse a ella
vigorosamente: sacerdotes de la Misión del Señor Vicente, Oratorianos de
Bérulle, de Condren, de Bourgoing sobre todo, Euditas después de su fundador,
Doctrinarios, Barnabitas, sin hablar de los Jesuitas (con J. Maunoir V. Huby,
etc.…) Y los Capuchinos (particularmente Honoré de Cannes). Pequeñas
comunidades se fundan en provincia para organizar y predicar misiones (Nantes,
Rodez, Bordeaux, Périgueux, Aix, Lyon, Carpentras, etc.…). Por otra parte,
sacerdotes seculares en gran número se
consagrarán a este ministerio: los más célebres son Michel Le Nobletz y Jean
Jeacques Olier, discípulo del Señor Vicente y del Padre Condren; Olier sacará
además, en su experiencia de misionero una de las razones de la fundación de su
seminario6, que debía permitir preparar la reforma y la renovación
de toda la Iglesia.
Para
remediar todas las carencias y miserias de la época, todo un movimiento de
reforma se desarrolla y se amplía en el curso de la primera parte del
siglo XVII7.Lo que lo caracteriza, es que es a la vez pastoral,
misionero y profundamente espiritual. Los más grandes misioneros y los mejores
pastores fueron santos. El siglo fue a la vez místico y apostólico.
Cuando
se habla de renovación de la Iglesia en el siglo XVII, se piensa primero en
todas las realizaciones que lo han marcado: renovación de la vida parroquial
(Adrien Bourdoise en Saint – Nicolas du Chardonnet, Olier en Saint – Sulpice),
organización de los catecismos,
restauración de la oración litúrgica, desarrollo e influencia creciente
de los colegios (Jesuitas, Oratorianos, etc.… ), multiplicación de las pequeñas
escuelas para los niños a quienes numerosos educadores y educadoras
consagrarían su vida, creación de los “ejercicios de los ordenados” después
seminarios… La lista es impresionante y no es exhaustiva. Ella podría
prolongarse por la evocación del movimiento misionero con destino a Canadá, al
Cercano y al Extremo Oriente…En este terreno se distinguirán los Recoletos,
los Jesuitas, los Capuchinos, después
los seminarios de Misiones Extranjeras.
Al
servicio de toda esa renovación, diversos organismos se han establecido en el
lugar y algunos han jugado un gran papel. Pero
sobre todo un gran soplo espiritual ha animado a esos hombres y a esas
mujeres que se encontraban tanto para orar y profundizar su vida cristiana como
para organizar la renovación
eclesiástica.
*
El salón de la Señora Acarie fue uno de esos centros espirituales. El Joven
Bérulle lo frecuentará asiduamente, Francisco de Sales allí pasará largos
momentos cuando estará en París… allí se leía a los autores místicos como los
rhéno – flamencos y se descubrían los
escritos de Teresa de Ávila. Es por otra parte con la señora Acarie que se
presentará la venida de los Carmelitas a Francia.
Se
hablaba allí de la reforma de los monasterios y de la fundación de órdenes
nuevas… El P. Cochois ha podido definirla como una “central” de restauración
católica.
Este
círculo de la Señora Acarie no era, no obstante, más que uno de los lugares
destacados del fervor cristiano en París. La Cartuja de Vauvert, los
monasterios de la Visitación y el de los Benedictinos de Montmartre tendrán una gran expansión,
como Port-Royal y más tarde los
Benedictinos del Santísimo Sacramento. La abadía de Saint – Germain – des –
Prés con Dom. Mabillon y Claude Martin,
hijos de María de la Encarnación, será un centro intelectual y espiritual.
·
La Compañía del Santísimo
Sacramento es otra de esas
organizaciones. Fundada en París en 1627 por el duque de Ventadour, reunió
sobre todo laicos, pero también sacerdotes como Olier, Vicente de Paúl, más
tarde Bossuet. Ella se extenderá después en provincia.
“Ella
se propone por fin no solamente obras de piedad
y de caridad (asistencia a los enfermos, a los pobres, a los
prisioneros), sino también defensas de
la moral cristiana por intervenciones
discretas ante magistrados y oficiales; duelistas, blasfemos, libertinos,
protestantes son vigilados y denunciados. El secreto del que se rodea la compañía y el carácter discutible de algunas
de sus actividades le valen la desconfianza de la autoridad secular y de la autoridad
eclesiástica, así como de verdaderas enemistades. Prohibida en 1660 por Mazarin
que no perdona a algunos de sus miembros su participación en la Fronda, sobrevivió aún algunos años para desaparecer
definitivamente hacia 1667”8.
La
Compañía del Santísimo Sacramento fue dirigida durante numerosos años por
Gaston de Renty, (1611 – 1649), gentil
hombre casado y padre de familia, que es una de
las grandes figuras espirituales de su siglo9. El estuvo en
estrecha relación con J. J. Olier y Juan Eudes
y los puso en contacto con el
Carmelo de Beaune y Margarita del Santísimo Sacramento. Por él y por
ellos, debía extenderse la devoción a la infancia de Cristo.10
·
Las Conferencias del Martes, igualmente han jugado un grandísimo papel en esta época. Esta “asamblea”
o conferencias de los martes era una reunión de eclesiásticos que se
reunían cada martes en San Lázaro, bajo
la dirección de San Vicente de Paúl para “Conversar de las virtudes y de las
funciones de su estado”. En 1633 el Señor Vicente redactó un reglamento de
asociación sacerdotal: ella agrupará pronto a la élite del clero parisino.
Durante la vida de san Vicente, se estima que más de doscientos cincuenta
eclesiásticos las frecuentaron; entre ellos una veintena llegaron a ser obispos
como Godeau, Pavillon y J. B. Bossuet.
Esta compañía de los Martes
trabajará también en las misiones, en Paris, en Saint – Germain – en Laye y en
Metz. El S: Olier escribe en varias ocasiones a los “eclesiásticos de la
conferencia de San Lázaro, en París” para dales cuenta de sus misiones y para
invitarlos a comprometerse con él en este ministerio: “Señores, no nieguen esta
ayuda a Jesús… París, París, tú decides del mundo que convertiría varios
mundos… Aquí una palabra es una predicación y nada nos parece inútil…”.11
Un
Auténtico Aliento Místico
En
el origen de todas esas actividades y de
esas organizaciones, es preciso reconocer la existencia de un aliento auténticamente místico. La reforma
tridentina había sido establecida en Italia por San Carlos Borromeo, San Felipe
Neri y por grandes espirituales…
Igualmente
en España con otros santos: Pedro de Alcántara, Teresa de Ávila, Juan de la
Cruz y, en lo que concierne al clero, Juan de Ávila. La Savoie había sido
transformada por Francisco de Sales cuya
influencia se había extendido a París y a toda Francia.Pero recogiendo la herencia
salesiana, la Francia del siglo XVII va a ver resurgir una Pléyade de Santos.
Ya
a principios de siglo, el movimiento estaba dado. Hablando de la estancia de
Francisco de Sales en París en 1602, H. Bremond no duda en escribir que allí
encontró “Santos, verdaderos santos y en gran número y por todas partes”.12
Es
preciso además señalar que la búsqueda espiritual, a veces ambigua (pronto
Molière se burlará de los falsos devotos en su Tartufo), es a la vez deseo de
oración –“Los Métodos de oración aumentaban” – Se ha podido escribir13-
y deseo de evangelización.
Además,
si la situación parisina nos es bastante bien conocida, parece seguro que la
gran corriente mística que anima este grande siglo recorre también la
provincia. “Estamos aún, mal informados sobre la vida espiritual en las provincias francesas a
principios del siglo XVII. No obstante, todos los sondeos que poseemos no la
hacen suponer intensa. La posibilidad y
los medios para las almas de llegar a la
Unión mística con Dios sin ninguna duda
un tema de preocupación esencial hasta el fondo de las regiones lejanas,
y se encontraba un poco por todas partes
sacerdotes y religiosos que habían leído
autores ascéticos y místicos. Se creaban así poco a poco corrientes de simpatía
de las que los conventos de reciente fundación constituían frecuentemente
centros. Hay allí un aspecto de la vida religiosa francesa de la época aún mal
explorado: esas cadenas de amistad, esas redes de oración y de mutuo apoyo a
las múltiples ramificaciones…” 14
Es
preciso finalmente señalar que muchos de esos grandes espirituales–misioneros
tenían entre ellos lazos de amista. El padre A. Dodin ha podido dar a una obra
consagrada a Francisco de Sales y Vicente de Paúl el título: “Los dos Amigos”15
Evoca allí no solamente el reencuentro de diciembre de 1618 entre los dos
santos, sino también la influencia profunda que Francisco de Sales ha ejercido
sobre el Señor Vicente.
_________
1 El Cuerpo Místico de Cristo,
París, Desclée de Brouwer et Bruxelles, l’Edition Universelle, 1936, t. II, p.
343
2 R. Sauzet,
dans Histoire des catholiques en France, Privat, coll. Pluriel, 1980, pp. 94 – 95.
3
El artículo France, del Dicc. De Espiritualidad (t. V.
col. 896 – 916) de bajo la pluma del S. de CERTEAU y de J. ORCIBAL, una
descripción detallada de la reforma operada en el catolicismo en el siglo XVI°
(Col. 896 – 910), reforma que preparaba la expansión del siglo XVII (Col. 910 –
916).
5
El artículo “Misiones parroquiales” en Catolicismo t. IX, col. 401 – 431,
debido a B. PEYROUS, es actualmente la mejor síntesis sobre este tema; para el
siglo XVII: Col. 404 - 412.
6
Ibid., Col. 404 – 405.
7
P. BROUTIN, la reforma pastoral en Francia en el siglo XVII, 2 Vol. París, Desclée, 1956, permanece
la obra esencial de referencia.
9 Y. CHIRON;
Gaston de Renty, Montsûrs, ed. Résiac, 1985. Esta
pequeña obra se apoya sobre la magistral edición de la correspondencia de Gaston de Renty, realizada
por R. Triboulet, París, DDB,
10 I NOYE,
art. “Infancia de Jesús” en Dicc. De Espiritualidad, t. IV, col. 652 – 682,
particularmente col. 665 – 677: Desarrollo de la devoción en el siglo 17.
11
OLIER, Cartas, ed. Levesque, París, de Gigord, 1935, t. I,
casta 12 del 24 de Junio de 1636, Págs. 21 – 24.
12
H. BREMOND, Historia literaria del sentimiento religioso,
París, Bloud y Gay, 1921, t. I, p. 95
13
La expresión de H. BREMOND es retomada por el Hno. Frédien
Charles, la oración según san Juan Bautista de la Salle, París, Rigel, 1955, p.
XW.
14
B. PEYROUS “Agnés de Langeac y las corrientes espirituales
de su tiempo”, en Madre Agnés 1986, p. 44.
Bérulle y
Ollier igualmente han conocido a Francisco de Sales. Vicente de Paúl ha
conocido a Bérulle, Bourdoise, Olier y Juan Eudes… Estos dos últimos han
simpatizado… y muchos otros lazos de amistad se han tejido entre los hombres y
mujeres del Gran Siglo.
Como
toda época muy animada el siglo XVII
francés ha sabido expresar en el arte las grandes corrientes espirituales que
le atravesaran. Estudios como el de Jean Simard: Una Iconografía del Clero
Francés en el Siglo XVII, Universidad Laval, Québec, 1976, cuyo contenido supera mucho el título, son
aún muy raros. Una notable exposición en el Pequeño Palacio en 1982 –
En
cuanto a la música sagrada, muchas páginas musicales de Marc–Antonie
Charpentier (1636 – 1704) o de Michel Richard Dellande (1657 – 1726) entre
otros, han a la vez expresado y nutrido el sentido de la grandeza de Dios y
de la adoración tan característica del
gran siglo.
A
todas las sombras mencionadas al principio de este capítulo, van a sustituir
poco a poco luces, sin que llegue a haber unas claridad total. Pero era
necesario bosquejar este cuadro bastante contrastado en el que los berulianos
se van a situar. Ellos también van a situarse en este contexto social y
religioso. Ellos van a contribuir a la renovación de la Iglesia, pero con
acentos muy particulares, que importa escuchar con atención.
CAPITULO 3
PIERRE DE BÉRULLE
(1575 – 1629)
EL
DIRECTOR DE ESCUELA
Pierre
de Bérulle es sin duda el primero y mejor representante de lo que se llama la
Escuela francesa. Es con mucha razón considerado como el iniciador, cuyos discípulos Condren, Olier, y Juan Eudes,
teniendo su personalidad muy marcada, han vulgarizado y adaptado las
instituciones y la doctrina.
Si
no se puede compartir completamente la opinión
de Bremond según la cual Bérulle ha producido en espiritualidad una verdadera revolución, él
ha vuelto a poner a Dios al centro de la vida cristiana en lugar del hombre –
se debe reconocer el papel capital que él ha jugado en numerosos campos. Todos los historiadores concuerdan
gustosamente en la afirmación de Dagens: “Sin Bérulle, faltaría alguna cosa
esencial a la vida espiritual de Francia
y al pensamiento cristiano”1
Los
estudios Berulianos han conocido después de algunos años una grande renovación.
Estamos desde ahora en condiciones de describir, no solamente las etapas de su
vida muy activa, sino también las de su evolución intelectual y espiritual2.
No obstante, la profundidad de su pensamiento y la pesadez de su estilo, lo vuelven difícilmente
adorable: tal o cual de sus discípulos como Olier o Juan Eudes nos permiten
penetrar su doctrina de una manera más simple.
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Citado por P. Cochois, Bérulle y la Escuela Francesa, Paris,
Sevil, 1963, p .3
2
Los estudios y las publicaciones de Dagens, d’Orcibal, de
Dupuy y de Cochois, entre otros, han contribuido mucho a esa renovación.
Importa
señalar que la existencia relativamente breve de este hombre muerto a los 54
años (Vicente de Paúl vivirá 79 años) ha sido mezclada de cerca con los grandes
acontecimientos políticos y religiosos de principios del siglo XVII: Relaciones
con María de Médicis, con Richelieu, misiones diplomáticas en Inglaterra por el
matrimonio de Enriqueta de Francia, controversias con los Reformados,
introducción del Carmelo Teresiano en Francia y animación espiritual de las 43
comunidades que él contribuirá a
establecer entre 1604 y 1629, con numerosas dificultades, fundación del Oratorio en Francia y dirección espiritual de
sus comunidades, fundación del seminario Saint Magloire… Sin hablar de la
publicación de varias obras y la redacción de numerosas cartas.
Toda
esta actividad, que estaba acompañada de numerosos desplazamientos en Francia,
en España, en Italia y en Inglaterra
estaba sostenida por una intensa vida espiritual y una reflexión
teológica fuertemente extendida que se encuentra en sus escritos.
Infancia y Juventud Estudiosa en Medio de la
Agitación General.
Descendiendo de una familia católica perteneciente a
la pequeña nobleza y a la magistratura, Pedro nace en 1575, en el castillo de
Cérilly, cercano a Troyes. Él será el mayor de cuatro hijos. La muerte del padre
en 1852 induce a la Sra. De Bérulle a partir a Paris, con sus hijos. Si el
lugar de nacimiento estaba afectado y agitado por la reforma, Paris no presenta entonces mucha más tranquilidad:
la lucha entre los protestantes y la
liga no ha podido ser reglada por Enrique III , quien es asesinado en 1589.
París es hambreada por Enrique IV. Varios miembro de la familia de Bérulle
serán encarcelados y exiliados.
Después de sus estudios clásicos, Pedro
estudia la filosofía en el Colegio de Clermont (actual Liceo Luis el Grande)
después emprende sus estudios de Teología.
La expulsión de los Jesuitas de Francia,
ordenada por Enrique IV en 1595 lo conduce a proseguir sus estudios en la
Sorbona, en donde será sin duda, alumno de Duval. Es importante saber que los
Jesuitas, antes de dejar París, le confían ( él tiene apenas 20 años) la misión
de examinar y de admitir a los
candidatos eventuales a la compañía de Jesús.
Continuando
sus estudios de teología, tiene la ocasión de encontrar un cierto número de reafirmados con quienes discute,
argumentos, y que ve frecuentemente
regresar a la fe católica. Toda su vida – de otra manera que Francisco
de Sales – estará señalada por esas controversias. Uno de sus “convertidos” la
Srita. De Raconis, entrará al Carmelo… Más tarde el publicará los Discursos de
Controversia (1609).
El
no había asistido en
Pero
eso años de estudio son también - ¿Sobre todo? – señalados por la frecuentación
de su prima Barbe Avrillot (Señora Acarie), de Dom Beaucousin del Círculo que se reunía con la Sra. Acarie. Ésta, habitó
algunos años a partir de 1594 en el palacio de Bérulle, cuando su marido
miembro de una liga fue exiliada por Enrique IV. El Joven Pedro fue testigo y
confidente de su profunda vida espiritual, de sus experiencias místicas y de su
equilibrio innato. É,l se pone con ella, bajo la dirección de Dom Beaucosin,
maestro de novicios y vicario de la Cartuja de Vauvert. Esta influencia se
prolongó hasta 1604 aún después del regreso de la señora Acarie a su domicilio,
después de la amnistía de su marido.
Dom
Beaucousin pidió a Bérulle estudiar y adaptar en francés un tratado de
espiritualidad italiano escrito por
Isabelle Bellinzaga, dirigido por el jesuita Gagliardi; Bérulle publicará así
en 1597 el Breve discurso de la
abnegación interior, libro que ha conocido un gran éxito como el “Breve
Comprendió” de la mística italiana. La
doctrina, muy clásica, insiste sobre el desapego absoluto para acceder a
la unión de Dios, aunque ninguna mención es hecha allí a la persona de Jesús.
Dom
Beaucousin hace conocer a la Señora Acarie
y a Bérulle los místicos rhéno– flamencos: Tauler, Ruysbroek y Harphius
principalmente, así como Louis de Blois. Es probado que este encuentro y estas
lecturas han sido determinantes, para el joven teólogo. Lo absoluto de Dios, su
trascendencia y su santidad sobre las cuales insisten tanto estos autores
místicos hacen crecer en gran manera en Bérulle ese sentido de la grandeza de
Dios y de la adoración que le caracterizará siempre; “Es preciso en primer
lugar mirar a Dios y no a sí mismo…” Es lo que se llama ordinariamente el
“geocentrismo de Bérulle (y de la Escuela francesa) que inspira la actitud
fundamental de adoración y de religión.
Ordenación
Sacerdotal – Evolución espiritual.
El
5 de Junio de 1559, Bérulle es ordenado sacerdote en París, al final de un
largo retiro de cuarenta días con los Capuchinos, sin que él lo sepa entonces
claramente, es ese sacerdocio que estará desde ahora en el centro de su vida y
de su misión. Si él quiere más tarde “restaurar el estado del sacerdocio” y
renovar “la Orden de Jesucristo”, es que habrá percibido, cada vez más
profundamente, la grandeza, la dignidad y también la responsabilidad de los
“Sacerdotes de Jesús “. Más tarde, él explicará a los Oratorianos: “Por el
sacerdocio de Cristo, nosotros asumimos la persona de Cristo y actuamos en su
nombre y lugar (In persona Christi): así se realiza como una maravillosa
asunción de nuestra persona por Cristo, a fin de que nosotros realicemos las
maravillas de Cristo”.
(Archivos
del Oratorio Ibis, 12, 5).
Pero si la ordenación de 1599 contiene
en germen todo eso, Bérulle no tiene aún
plena conciencia de ello. Sus primeras actividades, añadiéndose a largos tiempos de oración y de estudio, son
dirigidas por la actualidad. Con ocasión del asunto de
Marthe Brossier, posesa exorcizada por los Capuchinos, - a pesar de la
prohibición del rey – y prohibida por un cierto doctor Marescot, Bérulle
escribe y pública un tratado de los Energúmenos, (fines de 1599)3.
Para él, las posesiones diabólicas se oponen como una clase de caricatura
blasfematoria a la posesión del alma por
Dios. Una frase característica deja ya entrever el fin del cristocentrismo
beruliano. Él escribe que Satán “esa caricatura de Dios, se place en unirse a
esta naturaleza (humana) por una posesión singular que Dios ha tomado de
nuestra humanidad en Jesucristo” (Tratado III, 850).
Pero
el joven sacerdote tiene aún muchos descubrimientos por hacer. El año 1602 verá
decisivo para él. Desde hacía mucho tiempo deseoso de perfección y de verdad en
la conducción de su vida, piensa en la vida religiosa. Conoce y estima a los Cartujos, los Capuchinos y los
Jesuitas. Él pretender aún, entrar en la Compañía. Un retiro de elección en
Verdun en Agosto de 1602, bajo la dirección del Padre Maggio, será la
oportunidad de una luz definitiva. Las
largas páginas, que
él ha escrito
al final de este retiro, y que son
3
Los energúmenos, en el lenguaje del tiempo, designan los que nosotros llamamos
los posesos.
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confirmadas
por las notas del Padre Maggio recientemente descubiertas, son de una densidad
espiritual sorprendentes.
En
primero lugar él percibe, a través del análisis de esos sentimientos, que Dios
no lo llama a cambiar de vida, sino que debe “prepararse a algunas
disposiciones interiores muy elevadas”. Él se entrega totalmente a Dios, en
términos a la vez precisos y líricos. Él sabe que sólo la gracia puede realizar
esta completa dimisión y entrega entre las manos de Dios, pero escribe: “Yo he
aspirado y yo aspiro aún a esas disposiciones por deseos”.
El
otro fruto de este retiro, según parece, es una orientación claramente cristocéntrica: “Solo Jesucristo es fin y
medio… Nosotros debemos unirnos a él como a nuestro fin y usar de él como de un
medio”. Él verá en el abajamiento del Verbo Encarnado “el modelo del abajamiento del yo humano y de la
sumisión a Dios hacia quien él aspira”4Y Jesús es el verdadero
término de nuestro ser.
No
se puede dejar de pensar aquí en el papel análogo que han jugado algunos
jesuitas en la evolución espiritual de Teresa de Ávila: es probable que
ella les debe, al menos en parte, su
devoción tan fuerte a la humanidad de Jesús (Vida, c. 22; 6ª Moradas, c. 7).
La
introducción del Carmelo teresiano en Francia a pensar de las tensiones
existentes entre Francia y España, los espirituales franceses estaban desde
hacía algún tiempo fascinados por la
España mística y esta influencia se extenderá a todo el siglo XVII.
“España nos inunda de su
devoción,”escribirá Lanson a propósito de este período.
En
1601, sacerdote ruanés de origen español, Jean de Quintanadoine de Brétigny, había traducido y
publicada cubriendo los gastos, las obras de Teresa de Ávila. Este sacerdote
que frecuentaba el salón de la Señora Acarie provocó en ella y en sus amigos el
deseo de introducir el Carmelo en Francia. Lo que Brétigny no había podido hacer solo, se realizó gracias a la
poderosas relaciones del grupo Acarie y sobretodo, gracias a la energía
incansable de Bérulle. Ella triunfó de todas las dificultades y especialmente
de la resistencia de las autoridades del Carmelo español.
Es
así que una verdadera expedición de sacerdotes y de laicos, hombres y mujeres,
logró convencer y llevar a París, el 15 de Octubre de 1604, fiesta de Teresa de
Ávila, a seis carmelitas españoles. Dos sobre todo eran ya conocidos como
grandes amigos de la fundadora: Anne de Jesús, la “reina de las prioras” a
quien Juan de la Cruz había dedicado el Cántico Espiritual, y Anne de Saint.
Barthélémy, la enfermera de la Madre.
Esta
fecha del 15 de octubre de 1604 es el punto de partida del Carmelo Teresiano en
Francia. Esos inicios han comprendido muchas luces y algunas sombras y la
personalidad de Bérulle allí tendrá mucho qué ver, tanto para unas, como para
las otras.
La
llegada de los Carmelitas y las numerosas fundaciones que se siguieron (de
En
la misma época en Saboya, Francisco de Sales presentaba a Teresa de Ávila como
la reformadora – tipo que era preciso imitar… en el gran movimiento de reforma
de los religiosos en esta época (Port–Royal en 1609, los Benedictinos de
Saint–Vanne en 1604 y de Saint–Maur en 1618, entre otros…), el Carmelo ha jugado
un grandísimo papel. Y Bérulle ha sido el iniciador de esto.
4 P. COCHOIS, ob. Cit. P. 17
Pero
esas luces vas acompañadas de algunas sombras. Los postulantes franceses
formados por la Señora Acarie tenían una
piedad intelectual que extrañaba a los españoles. Anne de Jesús, entre otras,
no apreciaba casi lo que le parecía ser un olvido de la humanidad de Jesús.
Ella no se hizo casi comprender de Bérulle...quien, en cambio, admiraba mucho a
la humilde Anna de Saint-Berthélémy. Esas divergencias bastante fundamentales
unidas a múltiples incomprensiones (cocina, prácticas de piedad, pronunciación
del latín, etc...) no facilitaron la tares de unos y de otros. Después será
todavía más difícil, Bérulle convirtiéndose, con Gallemant y Duval en superior
de los Carmelitas, con gran riesgo
de los padres Carmelitas españoles, que como consecuencia de una
prohibición del rey no llegaron si no hasta 1610… El asunto de los votos de servidumbre impuesto por
Bérulle a los Carmelitas en 1615
suscitará controversias sin fin.5
Sea
lo que sea de esas sombras, el mérito de
Bérulle es indiscutible. Él tendrá, por otra parte, la alegría de ver a su
propia madre entrar al Convento de la
Encarnación en París el 14 de Agosto de 1605, las tres hijas de la Señora Acarie, luego, ella
misma después de su viudez, entraron, igualmente en el Carmelo. La señora
Acarie, convertida en María de la Encarnación morirá en el Carmelo de Pontoise
el 18 de Abril de 1618, asistida por André Duval, el teólogo, el superior y el
amigo de los primeros días.
La
gracia de 1607 – Desarrollo del cristianismo místico.
El
retiro de Verdun, en 1602, había atraído la mirada de Bérulle en la persona de
Jesús, Verbo Encarnado. Al menos, no permanecerá marcado por la mística
abstracta de los espirituales del norte y su evolución hacia un auténtico
Cristocentrismo, no se hará más que progresivamente. Es probable que tanto las
Carmelitas, como algún jesuita como el Padre Coton, su amigo, ha influenciado
ese camino. En 1607, una verdadera gracia mística va a cristalizar esas
tendencias y orientar su porvenir de manera irreversible. Se ha comparado esta
gracia a la noche de iluminación de Descartes o a la de Pascal. Invitado a
aceptar el preceptorado del delfín
Bérulle lo rechaza, bajo la influencia probable de las Carmelitas y del
Círculo Acarie.
Él
Percibe entonces su verdadera vocación con una luz que no le deja ninguna
duda: no está destinada a la corte del
rey Enrique IV, sino a la de Jesucristo para “anunciar a las naciones y a los
pueblos los consejos de Dios y sus designio”. El calificará más tarde esta
gracia como “una de las cosas más notables que le habían ocurrido en su vida”.
La
persona del Verbo Encarnado va desde ahora a estar en el centro de su
existencia, de su pensamiento y de su enseñanza, y todos sus escritos lo van a
testimoniar, él se convertirá así, según las palabras del Papa Urbano
VIII, en“el apóstol del Verbo encarnado”.
Estamos
ya aquí, en el centro de la experiencia espiritual de Bérulle y de su enseñanza
propiamente mística. El hombre no se realiza más que uniéndose a Dios en la
adoración y el amar. Pero sólo JESUS por la unión en su persona de las dos
naturalezas, es por estado, el adorador perfecto. No será más que en el
Discurso del Estado y de las grandezas de Jesús, en 1623, que el pensamiento de
Bérulle encontrará “uno de los puntos de equilibrio y una de sus mejores
expresiones” (L. Cognet). Pero todo está ya contenido en germen en este año de
1607. Lo que se ha llamado “la mística de las esencias” va poco a poco a
ceder el
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5 P. Cochois,
ob. Cit. Págs 34 – 41; 102 – 110. Ver también H. Peltier,
Historia del Carmelo, París, Sevil, 1958, Págs. 170 – 193.
lugar
a una contemplación adorante y amorosa
de JESUS, pero sin que Bérulle olvide su teología, en el “Discurso…”, en medio
de elevaciones líricas abundan consideraciones de orden metafísico:
“Si
la persona del Verbo está unida a esta humanidad la esencia y la subsistencia
(sic) del verbo allí está unida. Y esta humanidad de Jesucristo Nuestro Señor
lleva y recibe en ella misma, no solamente el ser personal, sino también el ser
esencial de Dios; por que el Verbo es Dios, Dios es hombre, y el hombre es
Dios, según las nociones más familiares y comunes de la fe; y el Verbo es Dios
por esta esencia divina y Dios es hombre por esta humanidad” (Grandezas VIII,
6).
Bérulle
adora en JESUS a la humanidad divinizada “Como la persona del Verbo es divina e
infinita, ella tiene también una muy
extraordinaria e inexplicable aplicación a la naturaleza humana que, estando
privada de subsistencia, tiene necesidad de la del Verbo eterno, la cual, por
decirlo así, es actuante y penetrante es esta humanidad, y en su esencia, y en
sus potencias, y en todos sus partes”. (Grandezas IV, 5).
A
partir de esa mirada sobre JESUS, Bérulle hablará largamente de los “estados y
misterios” del Verbo Encarnado. “Cada circunstancia de la vida del Hijo de Dios
es un misterio y a cada misterio corresponde un estado del Verbo Encarnado, que
toma su valor en la Encarnación…
El
estado, tal al menos como Bérulle lo investigará a partir de 1615, es la actitud interior de Jesús en cada una de las circunstancias de
su vida terrestre o gloriosa,
considerada como una realización interna en la medida en que esta vida es
asumida por una divina” (L. Cognet). Y Bérulle pondrá en el mismo plano “el
estado, la virtud, el mérito del misterio”. Esos misterios permanecen
eternamente. Fuente de gracia: “pasados en
cuanto a la ejecución, son presentes en cuanto a su virtud, que no pasa
jamás”. La vida cristiana consistirá entonces a la vez en adorar a Jesús en sus
estado y misterios y en afiliarse a él en sus actitudes interiores, lo que
llamará una abnegación radical de su propio yo.
Entre
los misterios mayores que Bérulle propondrá, el de la Encarnación estará en el
centro de su contemplación… Será igual para el de la infancia de Jesús. El
estado de infancia es para él la cumbre del aniquilamiento: el Verbo, la
palabra convertida en muda (infas). Y es allí además que se enraíza la devoción
tan profunda de Bérulle respecto al Santísimo Sacramento y a la Virgen María.
Lo que se ha publicado bajo el título de Vida de Jesús es una larga meditación
sobre el misterio de la Encarnación. Ella contiene admirables páginas sobre la
Anunciación. Otras meditaciones nos hacen contemplar la actitud de María en el
tiempo del nacimiento y de la infancia de Jesús. Es aún en la línea de ese
recentramiento cristológico de orden místico que es preciso comprender el voto de esclavitud a Jesús y el Oficio en honor de
Jesús. Toda una pedagogía será así propuesta, que será retomada más tarde y de
otra forma por J. J. Olier y por Juan Eudes; el método de oración de uno y el
ejercicio de medio día del otro, por ejemplo, estarán centrados exclusivamente
en la persona de Jesús. Ellos nos proponen adorarlo, atraer su espíritu a
nosotros para comulgar con sus disposiciones y
para actuar en ese mismo espíritu…
La
fundación del Oratorio
Es
en la luz de esta gracia de 1607 que se sitúa la fundación del Oratorio en
1611. Bérulle, como todos los verdaderos cristianos de su tiempo, sufría ver la
situación deplorable del clero. En este año de 1611, el nuncio Ubaldini deplora
que “los eclesiásticos duermen y no se les puede despertar”.Estimulado por el
ejemplo de ciertas familias religiosas (benedictinos, carmelitas, capuchinos)
que conocen una verdadera renovación, ciertos sacerdotes desean una reforma del
clero; “¡y, qué!” ¿Sería posible que Nuestro Señor hubiera deseado una tan
grande perfección de las Órdenes Religiosas y que no la hubiera exigido de su
propia Orden que es el Orden Sacerdotal?”6
En
Italia, con Carlos Borromeo en Milán y Felipe Neri en Roma, el movimiento ha
sido dado. Juan de Ávila ha trabajado en el mismo sentido en España. Francisco
de Sales no tiene en ese dominio más que un poco de éxito en Saboya, pero él ha
empujado a Bérulle en ese sentido y le ha hecho conocer el Oratorio de San
Felipe Neri. Finalmente, bajo las instancias del Obispo, Henri de Gondi,
Bérulle va a lanzar un movimiento encaminado a renovar “el estado de perfección
en el estado del clero… sin separación del cuerpo eclesiástico”. Si las ordenes
religiosas se han reformado, con más fuerte razón la Orden de Jesucristo, los
sacerdotes, se deben renovar, en la línea de los decretos del Concilio de
Trento, pero más fundamentalmente aún, para corresponder a la intención misma de Jesús, “fundador” del orden
sacerdotal.
A
fin de vivir él mismo este ideal del sacerdocio y para dar un auténtico
testimonio de él, Bérulle, el 11 de noviembre de 1611, fiesta de la San Martín,
se estableció en comunidad con cinco compañeros, en una casa de la calle
Saint-Jacques, no lejos del Carmelo. Ellos celebran el Oficio en coro y atraen
allí mucha gente (“los padres del bello canto”). Pasan largas horas en oración
y se entregan a la vez al ministerio pastoral y al estudio de la Biblia, de los
Padres de la Iglesia y de la Teología.
Llevando
la vida común, los Oratorianos, se
quieren totalmente sacerdotes diocesanos; Bérulle había aún considerado imponer
a sus sacerdotes un voto de obediencia al obispo. La Bula de aprobación de la
fundación (10 de Mayo de 1613) no contuvo ese punto. Pero el Papa pide al
Oratorio aceptar la carga de la educación en los colegios.
En
1615 harán voto de esclavitud a Jesús reconociendo en él su primero y último
superior. Es en este mismo año de 1615 que la Asamblea del Clero “recibirá” los
decretos del Concilio de Trento. Ya a partir de 1611, el Oratorio se había
desarrollado en Francia. Si ellos no aceptan “beneficios eclesiásticos”, de los
cuales rechazan la ambigüedad, los Oratorios se entregan a todos los
ministerios de predicación, de confesión, de catecismo, y a las misiones; Más
tarde, muchos de entre ellos se consagrarán a la enseñanza en los Colegios o en
la Sorbona. Muy naturalmente ellos serán invitados a ocuparse de la formación
de los sacerdotes.El ilustre obispo de Langres, Sebastien Zamet les confiará su
seminario en 1619. En París, ellos se encargarán del seminario Saint–Magloire
en 1624. Esos seminarios consistían sobre todo en tiempos de retiro y de
formación espiritual y pastoral que debían preparar a los futuros sacerdotes a sus ordenaciones. El
mismo San Vicente de Paúl, dirigido a Bérulle durante algunos años, organizará
igual esos “Ejercicios de los ordenados” en San Lázaro a partir de 1631. Si el
seminario Saint -Magloire no debía contar más que pocos alumnos (no más de
catorce en 1642), el de Langres tendrá más éxito; pero el impulso estaba dado:
Bérulle y su primer Oratorio ha sido el punto de partida efectivo de todo ese
movimiento de renovación de los sacerdotes, no solamente con un deseo de
organización, sino sobre todo a partir de una convicción de orden místico y
eclesial relativa a la grandeza y a la dignidad de los “sacerdotes de Jesús”…
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6
Fragmento IV, Meigne col. 1618
Bérulle,
el Oratorio y las Carmelitas
Bérulle
continúa dirigiendo sus comunidades del Oratorio iniciándolos en una vida
propiamente mística. Él les hace hacer, el 8 de Septiembre de 1614, el voto de
servidumbre a la Virgen; después, el 28 de febrero de 1615, el voto de
servidumbre a Jesús y a su humanidad divinizada, durante una “solemnidad de
Jesús”.
En
1614, el Papa Paulo V, a pesar de las demandas
de los primeros Carmelitas venidos de Italia en 1610, nombra a Bérulle
visitador perpetuo del Carmelo. Él era ya desde los inicios su superior, con
Duval, teólogo en la Sorbona, y Gallemant, cura de Aumale. Pero a partir de
1614 se descubre una verdadera vocación de iniciador místico de los Carmelitas.
Sus intuiciones y su Psicología no correspondían completamente a la de la fundadora y aún menos a las ideas de los Carmelitas. El
asunto del voto de servidumbre a la Virgen que él propone en junio de
De
Pero
en 1620 una copia desgraciadamente errónea de los formularios de los votos de
servidumbre, había sido sometida por los enemigos de Bérulle a las
Universidades de Louvain y de Dovai. En un primer tiempo, Lessius, célebre
teólogo jesuita, se dejo engañar, después él aconsejará a Bérulle justificarse. Una verdadera guerra de libelos anónimos se
desencadenó entonces.
Todo
esto que nos parece hoy poco honorable, nos ha valido la obra maestra de Bérulle: El Discurso del
Estado y de las Grandezas de Jesús, que aparecerá en 1623. Bérulle la ha
preparado con cuidado, para justificar de manera detallada y fundamental la
intención propiamente teológica que había presidido a la redacción de los votos de servidumbre, en la línea
exacta de los compromisos del Bautismo.
Esta
obra difícil, cuya lectura pide una atención constante, no es solamente un
escrito de polémica en respuesta a los libelos de sus parientes, él constituye
una obra maestra de teología y de fervor místico.
Para
la preparación de su Discurso, Bérulle
se había hecho ayudar por Jean Duvergier de Hauranne, abad de Saint–Cyran, cuya
erudición patriótica y escolástica era reconocida por todos, y que debía
algunos años más tarde sostener el Agustines de Jansenio y unirse al movimiento
Jansenista.
Bérulle
diplomático
En
diversas ocasiones, Bérulle va a intervenir en misiones diplomáticas delicadas.
Él facilitará entre otras, la reconciliación del Rey Luis XIII y de María de
Médicis en 1619. Él intervendrá activamente en 1624 y 1625 en las negociaciones
que prepararán el matrimonio de Enriqueta de Francia, hermana de Luis XIII, con
Carlos Stuart heredero de la corono de
Inglaterra. Las riquezas políticas y
religiosas eran importantes: por una parte, España proponía otra pretendiente y
por otra, la unión de una francesa católica a su rey protestante, podía ser una
garantía para los católicos ingleses
perseguidos.
Bérulle
no se contenta con llevar a buen término los trámites en Roma y en Paris, él va
a Inglaterra con veinticinco sacerdotes, de los cuales doce eran oratorianos,
para acompañar a la nueva Reina. Allí predica ante Enriqueta sobre santa
Madeleine –esa plática dará origen a la
grandeza de Santa Madelaine, uno de sus mejores escritos. A pesar de muchos
dificultades y el fracaso relativo a sus esfuerzos, continuará, no obstante, animando
en París a la joven reina.
Bérulle
estuvo mezclado en muchas otras negociaciones particularmente para preparar el
tratado de 1626 con España.
Se
ha podido comparar la actitud de Bérulle a la de Richelieu en el campo de la
diplomacia y de la política. Si Bérulle se muestra frecuentemente ingenuo y
obstinado, poco a propósito de las astucias de la política, se propone siempre
un fin religioso y su idealismo fuerza
el respeto. Las relaciones entre los dos hombres han conocido toda una
historia: después de la estima recíproca de los
inicios, las oposiciones de temperamento
y de miras, se manifestarán progresivamente hasta que Richelieu
obtenga la desgracia de Bérulle, el 15
de septiembre de 1692, dos semanas antes de su muerte, un año antes que
Richelieu reciba los plenos poderes.
Bérulle
Cardenal (1627) – Su muerte (1629).
Es
a petición de Luis XIII, motivada
posiblemente por los servicios rendidos, que Urbano VIII nombra a Bérulle
cardenal en el consistorio del 30 de agosto de 1627. La púrpura no añade nada a
su volar, pero manifiesta a todo la confianza del Santo Padre.
Si
su humildad sufre por esta promoción, acepta gustosamente las nuevas misiones,
propiamente religiosas que, esta vez, le confía el Papa. Trabaja así la unión
de los Benedictinos de Bretaña a la Congregación de Saint–Maur, a la reforma de
los Prémontrés de la Abadía d’Ardenne, después a la del convento de los Grandes
Agustinos, en París…
Fatigado
por esas labores, sufriendo por una enfermedad en los ojos que le molesta
mucho, Bérulle va a morir prematuramente el 2 de octubre de 1619, celebrando la
Misa.
Su
herencia espiritual y apostólica no se limita
a sus libros – que no serán muy leídos – ni a la sola congregación del
Oratorio. Se extenderá mucho más lejos y sus discípulos directos, Condren y
Juan Eudes, o indirectos como Olier y otros, propagarán su espíritu…
Y
el H. Bourgoing, en su prefacio a las Obras Completas de Bérulle no duda en
hablar de una renovación operada por él en la Iglesia:
“(Lo)
que nuestro muy honorable Padre ha renovado en la Iglesia, en la medida en que
Dios le ha dado los medios para ello, es el espíritu de religión, el culto supremo de adoración y de reverencia
debida a Dios… Es este espíritu que él ha deseado fuertemente establecer entre
nosotros, aquél del cual él estaba poseído y todo transportado, aquél que
aparece en todos sus escritos… Porque él no habla allí más que de honrar, de adorar y que… (De las) obligaciones
indispensables del hombre hacia la
majestad divina (…) Muchos, en efecto, se dirigen a Dios debido a su
bondad, pocos por la adoración de su grandeza y de su santidad. Se forma más a
las almas tiernas por las dulzuras de la devoción, y en una cierta libertad y
familiaridad con Dios, que en un abajamiento
y un santo terror (= respeto, religión) ante él… Aquí (en la escuela de Bérulle), somos enseñados a
ser verdaderos cristianos, a ser religiosos de la primitiva religión que
profesamos en el bautismo; aprendemos a adorar las grandezas, las perfecciones
divinas, los designios, las voluntades, los juicios de Dios, y los misterios de
su Hijo: lo que estaba menos en uso anteriormente et no se tomaba en
cuenta”.
Ese
sentido de Dios, ese sentido de la adoración y el “Cristocentrismo Místico” de
Bérulle embellecido con una tierna devoción a María, constituyeron con el
cuidado por la santidad de los sacerdotes, lo esencial de la herencia
beruliana.
CAPITULO 4
CHARLES DE
CONDREN (1588 – 1641).
DISCRETO
E INFLUYENTE
Primer
sucesor de Bérulle al frente del Oratorio, Condren ha tenido sobre todo el
mérito de ser un gran maestro espiritual y un autentico iniciador místico cuya
influencia fue determinante en la Iglesia de Francia en su época. Esta influencia
se ejerció principalmente por sus conferencias espirituales y junto a sus
numerosos dirigidos: “El dirige, entre 1630 y 1640, todo lo que hay de Santo en
París”. (J. Delumeau). Es él quien orientó a Olier hacia la fundación de los
seminarios, y la doctrina espiritual del fundador de Saint-Sulpice debe mucho a
Condren quien fue su director y su maestro. A diferencia de Bérulle, él ha
escrito muy poco. Sus cartas, sin embargo, para las cuáles disponemos de una
buena edición crítica1 nos lo revelan a la vez como director
espiritual y como cabeza de comunidad. Su vida nos es conocida sobre todo por
una verdadera “biografía psicológica” debida a Denis Amelote, su discípulo
preferido. Amelote que no debía entrar al Oratoria sino hasta en 1650, después
de haber formado parte por mucho tiempo del grupo de sacerdotes que gravitó
alrededor de Condren publicó desde 1643, en París, LA VIDA DEL PADRE CHARLES DE
CONDREN… Pero el valor histórico de esta obra entusiasta pide ser verificada en
más de un lugar, tanto más que la segunda edición de 1657 difiere un poco de la
de 1643.
Numerosos
testimonios de sus contemporáneos exaltan a cual más sus cualidades humanas, su
penetración teológica y la calidad de su dirección espiritual.
Se
le ha podido presentar como “el más hermosos espíritu de hombre que Dios haya
creado después de San Agustín”. Bremond, hablará a la vez de “genio sutil y de
conciencia refinada” y de “la curiosa psicología de Condren2.
Él
fue a la vez excelente teólogo y pobre administrador, lento a decidirse, pero
místico entusiasta. Si Amelote lo presenta como “la más grande maravilla que yo
pudiera comprender… una viva imagen de
Jesucristo” (Vida II, 403), el Padre Luis Quinet, cura de Barbery, escribiendo
del colegio de Bernardins, en París, una aprobación para la obra de Amelote,
resume en tres palabras lo que él piensa de Condren:
“Un
verdadero cristiano,… Un hombre Apostólico… Y un perfecto sacerdote de
Jesucristo”. Todo es dicho en esas tres palabras.
_____
1
P. Auvray y Jouffrey, Cartas del Padre Carlos de Confíen,
París, Cerf, 1943.
2
H. Bremond, Historia literaria… Ob. Cit. P. 423
PRIMEROS
AÑOS –ORDENACIÓN –PRIMERAS ACTIVIDADES
Charles de Condren nació cerca de
Soissons, en Vaubuin , el 15 de diciembre de 1588 en una familia de la pequeña
nobleza. Su padre, convertido del protestantismo, era gobernador del castillo
real de Monceaux, cerca de Meaux. Charles estaba destinado a la carrera
militar, pero su gusto le llevaba más al estudio y a la oración. Después de
buenos estudios en el Colegio de Harcourt en París, obtiene de su padre hacerse
eclesiástico. Estudia en la sorbona bajo andré Duval y Philippe de Gamaches,
teólogos célebres. Enseña filosofía un año y se prepara largamente a la
ordenación sacerdotal que recibe el 14 de septiembre de 1614. Fue en esta época
que renunció no solamente a su derecho de primogenitura, sino también a los
bienes familiares. En 1615se recibe como doctor en la Sorbona y, en el curso
del año 1614-1615, predica en el adviento en Saint-Nicolas du Chardonnet, donde
Bourdoise (1584-1655) comenzaba su ministerio sacerdotal ( acababa de ser
ordenado sacerdote en 1613) en la cuaresma , en Saint-Honoré, iglesia unida sal
Oratorio y la octava del Santísimo Sacramento en Saint-Médard. Como muchos de
sus contemporáneos, se siente atraído por la vida de los cartujos y por la de
los discípulos de San Francisco, probablemente por los capuchinos, tan activos
en esta época. A pesar de las esperanzas que Duval tenía en él para hacerlo
profesor, él va a orientarse hacia el Oratorio, donde entrará en 1617.
A propósito de este primer período de su vida,
Amelote subraya no solamente sus “frecuentes enfermedades”, sino sobre todo la
precocidad de su genio y su prodigiosa memoria; él pretendía, según parece “no
haber olvidado nada desde la edad de diez y ocho meses” y saber “un gran número
de cosas que no había tenido nunca el propósito de retener”. Tenía para la filosofía “el entendimiento muy
abierto y una facilidad de inteligencia muy extraordinaria, así como un “deseo
tan insaciable, que en eso pasaba los días y las noches. Se interesaba en todo
el saber humano: ciencias, matemáticas, química astrología, historia,
poesía...Memorias admirable, cultura universal, gran facilidad de expresión y
gusto por las relaciones cordiales.
Más aún que de esas cualidades excepcionales, que
sus contemporáneos señalan frecuentemente, Amelote nos habla de la experiencia
espiritual aparentemente decisiva que vivió el joven Carlos a la edad de doce
años: “Él se encontró repentinamente con el espíritu envuelto de una admirable
luz en la claridad de la que la divina Majestad le pareció tan inmensa y tan
infinita que le parecía no haber allí más que ese puro ser que pudiera
subsistir y que todo el universo debía ser destruido ante su gloria.” ( Vida,
I, 41).Este pasaje merece toda nuestra atención.. Es probable que Denis Amelote
ha aumentado a la luz de la doctrina de su maestro, la presentación de ese
verdadero “relato de vocación” análogo a alguno de los textos bíblicos. Pero
esta frase contiene como en germen lo
esencial de la experiencia espiritual y de la enseñanza de Condren: la
grandeza de Dios que no puede ser glorificado más que por destrucción de las
criatura...
Una tal afirmación tan abrupta, que podría dar lugar
a interpretaciones simplistas, se debe comprender en la línea de la totalidad
del sacrificio que conduce a la unión de Dios y a su gloria, pasando por “la
muerte y muerte en cruz”.
Pero la continuación del texto de Amelote no es
menos revelador y él nos decubre desde el principio lo que estará en el centro
de la vida y de la misión de Condren, que se muestra aquí, antes de tiempo,
verdadero discípulo de Bérulle: “En esta evidencia y en este amor de la belleza
del sacrificio de Jesucristo, Dios puso en su espíritu dos disposiciones muy
diferentes, pero de las cuales una prevalece por encima de la otra. La primeras
fue una estima incomparable del sacerdocio, con un sentimiento de su indignidad
al ser elevado a él; y la segunda fue una clara luz, por la cual él conoció,
evidentemente que Dios le quería hacer la gracia de esto. Él escuchó entonces
una poderosa palabra que le dijo en su inteligencia: yo quiero que tú seas
sacerdote, y que me sirvas en mi Iglesia. Esta voz espiritual más notable y más
convincente, que si una palabra humana hubiera golpeado sus oídos, le llenó de
tanta dulzura y amor hacia el sacerdocio
y la Iglesia, que toda su humildad, aunque muy grande, fue ahogada en la
abundancia de su alegría y vencida por la eficacia manifiesta de la voluntad de
Dios. Él se postra por tierra en el mismo instante y se ofrece a Dios con tanta
resolución de obedecer a su voluntad, que después, él no ha dudado jamás”.
PRIMEROS MINISTERIO
ORATORIANOS 1617-1629
Bérulle tenía por Condren una
grande admiración –lo tomará en 1625 como confesor, y Amelote nos dice que
“cuando él pasaba ante su cuarto, se postraba en tierra para besar las huellas
de sus pasos”...El fundador lo encargó en primer lugar de asegurar
predicaciones y conferencias contra los “herejes”. Condren se dedica también a
la dirección, entre otras cosas, de algunas carmelitas que Bérulle le confía.
Él será confesor de Gaston de Orleáns, hermano del rey ( esta última tarea le
será muchas veces pesada, pero obtuvo la reconciliación del Señor con el Rey:
ella tendrá lugar en Troyes, el 18 de abril de 1630). Él dirigirá a Gaston de
Renty con quien trabaja en desarrollar la la Compañía del Santísimo Sacramento.
La lista es larga de los que le consultan y que él ayuda: El S. Bernard, que se
llamaba el Pobre Sacerdote, el Padre de Bassancourt Baltasar Brandon, quien se
asociará un tiempo al S. Olier, el Padre de Saint-pé y tantos otros. Él jugará
igualmente un papel importante en la conversión de numerosos protestantes.
Bérulle lo envió desde 1618 para
fundar la casa Oratoriana de Nevres, después la de Langres en 1619, de Poitiers
en 1621. En 1624 dirigirá el seminario de Saint-Magliore, antes de ser llamado
a la casa madre de la calle de Saint-Honoré en1625.
CONDREN SUPERIOR
GENERAL
A lamuerte de Bérulle el 2 de octubre
de 1629, Condren estaba con Gaston d’Orléans en Nancy. La elección del sucesor
de Bérulle tuvo lugar muy rápido –desde el 30 de octubre- sin duda para evitar
una intervención de Richelieu. Condren no aceptó más que tardíamente ( el 21 de
noviembre) y casi contra su voluntad esta nueva responsabilidad. Comenzó por
rechazar el cargo de visitador de los Carmelitas, en parte porque estaba
convencido de que la vocación del Oratorio “era la de trabajar en restablecer
en el clero el espíritu eclesiástico”. Por otra parte, se esforzó en descargar
a sus sacerdotes de la dirección de las religiosas para que estuvieran más
disponibles para las misiones y para los seminarios.
En 1631, queriendo renunciar a su
cargo, convocó una nueva asamblea de las setenta y un casas. Su elección fue
confirmada y las características del Oratorio fueron recordadas: Los Padres no
están “ligados por los votos ordinarios de la religión”, eso sería “una
congregación puramente eclesiástica y sacerdotal”. Ellos se quieren “religiosos
de Dios” como lo precisa Condren en un texto comentando la Bula de Institución
del Oratorio.
Condren toma como vicario general
al Padre Bourgoing ( el más antiguo oratoriano, él había presidido la asamblea
de octubre de 1629), que debía más tarde publicar las Obras de Bérulle, que él
hizo preceder de un admirable prefacio.
En 1634 y 1638, nuevas asambleas
generales, en el curso de las cuáles él quiere dimitir, con riesgo de huir en
1634 y no aceptar en 1638 más que bajo la amenaza de su confesor de negarle la
absolución...
A pesar de sus protestas de
humildad, él sirvió al Oratorio con todas sus fuerzas, precisó el espíritu y la
organización de él y tomó en cargo nueve residencias nuevas, dos parroquias y
seis colegios, entre los que estaba el de Juilly en 1639. Tuvo constantemente
la preocupación por las misiones y mantuvo una correspondencia abundante.
El 7 de enero de 1641, murió de
una manera cristiana y sacerdotal, de la que los contemporáneos han dejado
conmovedores testimonios.
CONDREN Y OLIER
Poco tiempo antes de su muerte, y
como una especie de testamento, él había dejado entender a Olier y a sus
compañeros, que ellos habrían de fundar un seminario. Condren dirigía a Olier
desde 1634, bajo el deseo e influencia de la Madre Agnès de Langeac. Fue él
quien alejó a Olier y a Du Ferrier del episcopado, “ Habiendo resuelto Nuestro
Señor , servirse de ellos para un gran propósito”. Condren, además, había
insistido ante San Vicente de Paúl para que su Congregación de la Misión, se
ocupara también de los seminarios. Pero el General del Oratorio, se había
mostrado muy discreto sobre “el gran proyecto”. Los asuntos de Dios, se
conservan en el secreto de su Espíritu”. Un tiempo de maduración espiritual y
apostólica debía parecerle necesario antes de hablar de ello. De hecho, Condren
ejerció primero una profunda influencia espiritual sobre el futuro fundador de
Saint-Sulpice. Es él quien lo inició en el espíritu beruliano, y en particular,
en la devoción al Santísimo Sacramento. Él le dio su pequeña oración: “Ven,
Señor Jesús y habita en tu siervo”. Se sabe cómo Olier la amaba y cómo él la
modificó (cf. página 68). Por otra parte, Condren enviaba a Olier a misionar en
ciertas parroquias rurales, pero siempre pensando en los seminarios: “Es
preciso aún continuar las misiones y después haremos alguna cosa que valdrá
más”. Pero las misiones continuaban, a veces con discípulos de Vicente de Paúl
y sin que Condren manifestara claramente su proyecto.
Era necesario esperar los últimos
días de su vida terrestre para que Condren se sienta con deseos de hablar de la
fundación de los seminarios, como en testimonio del Ferrier en sus Memorias
(págs.
UNA
DOCTRINA ESPIRITUAL
Pero la herencia de Condren
comprendía también todo un cuerpo de doctrina espiritual correspondiendo a la
vez a su propia experiencia mística y a sus enseñanzas. Los escritos de Juan
Eudes y de Olier, retomarán y vulgarizarán esta doctrina. Se conocen dos
pasajes de la Vida y el Reino de Jesús de Juan Eudes que reproducen en parte
una carta dirigida por Condren al futuro fundador de los Euditas3.
3 Un estudio comparativo se
encuentra en Auvray y Jouffrey, Cartas de Charles de Codren...págs. 547-567.
Aparte de las Cartas, no tenemos
de Condren más que la obra donde el Padre Quesnal, en 1677, luego en
Esta situación hace difícil un
conocimiento preciso de los elementos de su pensamiento teológico y de su
doctrina espiritual.
No obstante, es posible extraer
algunos puntos importantes que, por otra parte, no han sido siempre bien
comprendidos.
El teocentrismo de Bérulle se
encuentra en Condren: Dios es el Santísimo, infinitamente trascendente al mundo
que él ha creado y a la humanidad pecadora. Pero la adoración por él se expresa
por el sacrificio, la inmolación, el estado de hostia. Él hablas frecuentemente
de aniquilamiento. Si Bérulle proponía “Elevaciones” y embellecía la adoración
con alabanzas entusiastas, Condren propone el sacrificio total de adoraqción,
la consumación.
De la misma manera, el
cristocentrismo místico beruliano, insiste con Condren sobre el estado de
hostia. Nadie es digno de Dios más que el único sacrificio de Jesús .Es por lo
que, más que Bérulle, Condren habla frecuentemente de la misa. Jesús allí
encuentra “el medio de continuar en todos los siglos, el mismo sacrificio y de
multiplicar cada día su ofrenda sobre los altares”. La doctrina Condreniana
sobre el sacerdocio y el sacrificio de Jesús, ha sido extendida hasta el
vigésimo siglo en numerosas obras de teología y de espiritualidad. ( de la
Taille, Mersch, Giraud, Grimal).
Frecuentemente se ha tachado la
doctrina Condrenaiana de pesimismo. No basta con querer relativizar el
vocabulario: Condren habla de muerte y de abajamiento. Pero parece que a
semejanza de Juan de la Cruz y de otros místicos, Condren es tan consciente de
la grandeza de Dios y de la dependencia absoluta de la criatura, que ésta no
encuentra su verdadero sentido más que ofreciéndose completamente en
sacrificio de amor y de alabanza, en
hostia viva. Si ciertas fórmulas nos chocan: Tenga la intención de despojarse
de su naturaleza, de negarse; nuestra ocupación debe ser toda por Dios”,
nosotros estamos en realidad muy cerca del Todo y nada de Juan de la
Cruz.
Su pedagogía está centrada sobre
la adoración y sobre la comunión a Jesucristo: “Es preciso que busque y
encuentre en Jesucristo el espíritu y la gracia que Dios le quiere dar, para
cumplirla...adore a Jesucristo, dese a él completamente...Tenga intención de
renunciar a todo lo que tenga entre manos, de salir de su propio espíritu, para
vivir en el suyo, de su voluntad, de todas vuestras intenciones e
inclinaciones, para entrar con disposiciones divinas y adorables”4.
Es conmovedor reconocer aquí lo que escribirá más tarde el S. Olier cuando
hable de la oración.
Cuando él hable del examen de
conciencia, que desea ver practicar tres veces por día, centra este ejercicio
sobre la adoración de Jesús como juez, como jefe, como sacerdote, como príncipe
de nuestra vida y de nuestras acciones...Es preciso, escribe él “primeramente
darse al Hijo de Dios y consagrarle nuestros pequeños ejercicios...”( Carta
166).
4 Carta 56, Auvray, págs. 178...182.
Pero sobre todo, teniendo, después de Bérulle y
antes de Olier y Juan Eudes, una idea muy profunda de lo que es la Iglesia,
Cuerpo de Cristo, él insiste mucho, se
ha visto, sobre la comunión a los misterios de Cristo, a sus
intenciones. Eso vale para todos los ristianos y con mayor razón par4a los
sacerdotes, en particular, cuando celebren el santo sacrificio de la Misa.
Contemporáneos de condren, algunos grandes
oratorianos como Francisco Bourgoing (1585-1662) y Guillermo Gibieuf
(1591-1650), Metezeu y muchos otros como Louis Thomassin (1619-1695), han
difundido el pensamiento Beruliano con acentos ligeramente difertentes. Igual
ocurre un poco más tarde, con Nicolás Malebranche (1638-1715) que no fue
solamente un filósofo, sino también un autor espiritual.
Pero la mayor parte de los historiadores ven en
Jean-Jacques Olier y Jean Eudes los auténticos herederos de Charles Condren.
Mientras que el Oaratorio se inclinaba hacia los estudios teológicos, bíblicos
u otros y hacia la enseñanza en los colegios, Olier contribuirá a realizar el
sueño de Bérulle y de Condren: “restaurar el estado sacerdotal”.
¿ES BIEN CONOCIDO?
Jean-Jacques
Olier (1608-1657) es más conocido que Condren; su obra habla por él,
particularmente el seminario de Saint-Sulpice y la Compañía de sacerdotes que
él hay fundado y que forma sacerdotes desde hace más de tres siglos.Por otra
parte, sus escritos permiten conocerle bien, principalmente sus Cartas y sus Memorias, que nos entregan “con una precisión extraordinaria su
experiencia personal” ( S. Dupuy). Pero, algunas nubes impiden apreciar
convenientemente ha este hombre que ha sido a la vez un misionero, un pastor,
un fundador y un maestro espiritual cuya influencia ha sido muy considerable.
Sus escritos
impresos –cuatro pequeños libros publicados en los tres años que han precedido
la muerte- estaban destinado a los parroquianos de Saint-Sulpice; a pesar de su
profundidad espiritual, tienen dos inconvenientes: el estilo es con frecuencia
bastante pesado y sobre todo, la doctrina espiritual, parece impregnada de un
pesimismo excesivo. Esos dos límites son mucho menos notables en su Cartas, desgraciadamente muy poco
conocidas, y que nos revelan un Olier excelente director espiritual...
En cuanto al
Tratado de las Sagradas Órdenes,
que ha sido leído y meditado por numerosas generaciones de futuros sacerdotes,
y que ha ejercicio así una grande influencia, nosotros sabemos ahora cómo ha
sido compuesto: Louis Tronson, dieciocho años después de la muerte de su
maestro y retomando algunos escritos de Olier, ha publicado un texto seguido
donde algunos de los aspectos principales del pensamiento del fundador parecen
haber sido deformados o truncados.
A pesar de
esos límites, Olier permanece como uno de los mejores representantes de la
Escuela Francesa; su influencia ha sido considerable, tanto cerca de los laicos
y de los religiosos, como de los sacerdotes
y los seminaristas.
Se puede
abordar el estudio del S. Olier de muchas maneras. Después del tercer
centenario de su muerte, en 1957, los obispos han hablado largamente de Olier,
cura de St-Sulpice (Card. Feltin), fundador del Seminario ( Monsr. Lallier), y
maestro espiritual (Monsr. Chapooulieu)...1 Él ha sido todo eso y
además, otras muchas cosas: misionero,
reformador de comunidades religiosas, director espiritual, iniciador de la
evangelización de Canadá...Se ha podido recientemente, gracias a sus Memorias
( 8 volúmenes totalizan cerca de tres mil páginas) describir su propio
itinerario espiritual2.
Si él no es
el más teólogo –es Bérulle-, el más místico –es Condren-, si su lenguaje no es
tan claro como el de Juan Eudes, es sin duda alguna, el mejor propagador del
Berulismo. Bremond no ha dudado en consagrar un capítulo entero a “la
excelencia de Ollier”. “Sólo, escribe él, él nos presenta la común doctrina en
toda la extensión de sus principios y de sus aplicaciones”.
Olier ha
quedado marcado por el pensamiento de Bérulle, sobre todo a través del Padre de
Condren que fue su director espiritual de
Jean-Jacques
Olier nació en París, en la calle Rey de Sicilia, en el Marisma, el 20 de
septiembre de 1608, y fue bautizado el mismo día en la iglesia de San Pablo.
Era el cuarto de los ocho hijos de un consejero del Parlamento de París. 1608
era el mismo año en que Francisco de Sales de 41 años de edad, publicaba la Introducción a la Vida Devota y en
que Champlain fundaba Québec. Esta doble coincidencia corresponde a dos de los
aspectos de la existencia de Olier; siempre, en efecto, él tendrá una grande
devoción por el obispo de Genève: éste frecuentará a los Olier en Lyon, entre
1618 y 1622 y Jean-Jacques tendrá a su persona una grande devoción. Por otra
parte, La Nueva Francia ocupará un lugar de primer plano en las preocupaciones
misioneras del fundador de Sn. Sulpicio, hasta la víspera de su muerte.
La familia
habita en Lyon de
Sus padres
soñaban con una “carrera” eclesiástica para él: fue tonsurado a los once años y
recibió como primer beneficio el priorato de Bazainville, en la Diócesis de
Chartres. .Recibirá otros beneficios en el curso de los años siguientes
(Clission, Pébrac, etc...).
Habiendo
sido nombrado Consejero de Estado su padre, la familia regresa a París y
Jean-Jacques sigue los cursos de Filosofía en el Colegio de Harcourt, después
de Teología en la sorbona, hasta el bachillerato en Teología (1630).
______
1 Boletín Trimestral de los Antiguos Alumnos de San
Sulpicio no 228, mayo de 1957.
2 S. DUPUY, Abandonarse al Espíritu, Itinerario
Espiritual de Jean-Jacques Olier, Partís, Cerf, 1982, Premiado por la Academia
Francesa.
Habiendo regresado a Roma, va en peregrinación a
Loreto donde es curado de una enfermedad en los ojos y experimenta “un gran
deseo de oración”: eso será siemp’re para él un recuerdo muy vivo; hablará de
esto como de una verdadera “conversión”, esperando otras etapas...
En 1631 es llamado a París por la muerte de su
padre; a pesar de la oposición de su madre que quiere hacerlo nombrar capellán
del rey, él se orienta hacia el ministerio de la predicación popular. En
diciembre de 1632, sigue los “Ejercicios de los ordenados”y se pone bajo la
dirección del S. Vicente. Será ordenado sacerdote el 21 de mayo de 1633 y
celebrará su primera misa en el Carmelo del barrio Saint-Jacques. Igual que
Bérulle, pensará en la vida religiosa ,
pero comprenderá bastante pronto que su verdasdera vocación es la de sacerdote
diocesano.
LOS
PRIMEROS AÑOS DE MINISTERIO – LAS MISIONES ( 1634-1641)
Desde antes de su ordenación,
Olier había frecuentado las “Conferencias del martes” (cf. p. 25) donde
encontraba a los sacerdotes más apostólicos de París. Se agregó muy aprisa al
grupo de misioneros enviados por San Vicente de Paúl a toda Francia.
De1634 a 1641, consagrará una buena parte de su
tiempo a esas misiones, que le marcarán profundamente: allí verá siempre el
gran medio de renovar el espíritu cristiano, y el ministerio más necesario en
esos años que siguen a las guerras de religión.
Olier misiona primero en Auvergne y comienza por las
pareroquias que dependen de su abadía de Pébrac,, cerca de Brioude (
departamento actual de Haute-Loire, dependiente entonces del obispo de
Saint-Flour). Intenta reformar l comunidad de Pébrac y, después de gestiones
ante Alain de Solminihac, lo unió a los Canónigos regulares que charles Fauré
estaba en tren de reorganizar alrededor de Sainte Geneviève en París.
Es en el curso de estas misiones en Auvergne que
J.J. Olier encontró en Langeac a la Madre Agnès de Jesús (1602-1634), priora de
un monasterio de dominicas contemplativas. Las pocas horas que pasó con ella en
el recibidor de ese monasterio, fueron decisivas, según parece, para su
orientación espiritual y apostólica. Fue ella quien no solamente lo orientó
hacia el Padre de Condren, sino que le reveló que “Dios lo había destinado a
lanzar los primeros fundamentos de los Seminarios del Reino de Francia”3. Ella
tuvo sobre él igualmente una profunda influencia espiritual, invitándolo a una
verdadera intimidad con Jesús. Se ha podido hablar respecto a esto, de una real “iniciación mística”. Por lo demás, esos
encuentros fueron poco numerosos, Agnès de Jesús debiendo morir, a los 32 años,
el 19 de octubre de 1634.
______________
3 Madre Agnès de Langeac y su
tiempo. Actas del Coloquio del Puy, El Puy, Dominicas de la Madre Agnès,
1986, 243 páginas, particularmente págns.
Olier , sin por eso romper sus lazos con Vicente de
Paúl (misiones rurales, reencuentros en la Compañía del Santísimo Sacramento),
toma entonces al Padre de Condren como director espiritual. Toda su vida
guardará por él una inmensa veneración; es sobre todo por él, que será hincado
en profundidad al pensamiento de Bérulle, con algunos matices que él integrará
a su manera. Es sobre todo, gracias a él, que se orientará en 1641 hacia la
fundación de un seminario.
Condren comienza por disuadir a su penitente de
aceptar la sucesión de Zamet al obispado de Langres, después él lo anima a
continuar participando en las misiones: Olier misionará de nuevo en Auvergne,
de mayo de
En junio de 1639, predica una misión en Picardie, en
Montdidier. De diciembre de
El mismo Olier, después de su curación, reconoce en
él la acción del Espíritu Santo en la transformación interior y exterior que él
vivió entonces:
“Yo no tomaba allí ninguna parte, al contrario, me
extrañaba de tantos cambios repentinos, tanta luz por ( = en lugar) de
tinieblas, tanta claridad en mis pensamientos por tanta confusión, tanta
libertad de hablar por tantos tartamudeos, tantos buenos efectos de la palabra
por tanta sequedad que yo experimentaba en mí y
que yo causaba en los otros; tantos sentimientos de amor y de elevación
hacia Dios por esta maldita ocupación sobre mí mismo; que yo estaba obligado a
confesar: Es el divino Espíritu”. (Memorias, 2, 143).
Esta experiencia dolorosa y la luz que le ha
seguido, marcarán su pensamiento y su pedagogía espiritual. Olier da al
Espíritu Santo el primer lugar en la vida cristiana. Si el cristiano es “el que
tiene en í el Espíritu de Jesucristo”, “nos es necesario confiar completamente
en el Espíritu Santo y dejarlo actuar en nosotros”.
Fue en Chartres, según parece, donde fue liberado de
su prueba, cuando los misioneros, bajo la dirección de Denis Amelote,
intentaban fundar un seminario.
Es igualmente en esos años –más precisamente a
partir de 1638- que Olier se ha encontrado en profunda comunión espiritual con
Marie Rousseau. Esta verdadera mística, que Condren estimaba mucho y que estaba
en relación con gran número de sacerdotes y de laicos cristianos, permanecía en
el barrio de Saint-Germain en París. Ella ayudó mucho a Olier en los años que
siguieron, particularmente en los inicios del Seminario. La amistad que J.J.
Olier le tenía ha sido a veces mal interpretada. Ella ha ocupado ciertamente
“un gran lugar en su universo religioso”. (I. Noye); por otra parte, este lugar
se esfumará en los últimos años de su vida.
VILLA
MARÍA Y LA NUEVA FRANCIA.
Jean-Jacques Olier, misionero de
corazón, ha estado siempre preocupado por llevar el Evangelio a los pueblos
alejados. Se hablaba mucho entonces en Francia de la evangelización del Canadá,
que habían comenzado los Recoletos y los Jesuitas. Las “Relaciones” de estos
últimos, eran muy leídas a principios del Siglo XVII. Ellas encendían las
imaginaciones y suscitaban numerosas vocaciones misioneras. Olier, el 2 de
febrero de 1636, orando en Nuestra Señora, experimenta al canto del “Lumen ad revelationem gentium, un
gran deseo de ir a llevar el Evangelio a lugares apartados. El año precedente,
según parece, había encontrado un laico de la Flèche, Jérôme Le Royer de la
Dauversière, que soñaba con fundar un hospital en Montréal4. El
encuentro llevó a la decisión de fundar la Sociedad de los Asociados de Nuestra
Señora de Montreal, a la que los dos nuevos amigos iban a dar mucho de u tiempo
y de su dinero. Ellos se asociaron otros muchos miembros de los cuales, el más
célebre fue Gaston de Renty, superior de la Compañía del Santísimo Sacramento.
Los asociados compran la isla de Montreal
a la antigua “Compañía de la Nueva Francia”.Al paso de los años, los
proyectos se precisan, el objetivo principal de los Asociados era “favorecer la
instrucción de los pobres salvajes en el conocimiento de Dios y atraerlos a una
vida civilizada”. Para eso, se debía fundar una escuela y un hospital que sería
confiado a los Hospitalarios de San José, fundados en 1636 en la Flèche. El 27
de febrero, en Nuestra Señora de París, los Asociados reunidos, darán al
establecimiento proyectado el nombre de Villa María.
Desde el verano de 1641 el primer
grupo partió de La Rochelle, bajo el mando del Sr. De Maisonneuve; una mujer,
Jeanne Mance, originaria de Langres formaba parte de él5. Después de
una breve temporada en Québec, no fue sino hasta el 18 de mayo de 1642 que tuvo
lugar el desembarco en Villa María y la celebración de la primera misa.
Hasta su muerte, Jean Jacques
Olier guardará el deseo por Canadá.. Establecerá relaciones continuas con
Jeanne Mance, quien lo visitará frecuentemente, cuando va a Francia
y quien tendrá para él una grande veneración...Él mismo designará antes
de morir cuatro sacerdotes de su comunidad que debían partir para Montreal un
poco más tarde,, en mayo de 1657. Olier y la Compañía de Saint-Sulpice son
siempre contados entre los “fundadores” de Villa María, con Jeanne Mance y
Santa Marguerite Bourgeoys, tanto como Marie de l’Incarnation y Catherine de
Saint-Augustin lo han sido de Québec con Monsr. François de Montmorency Laval,
primer obispo de esta ciudad.
________
4 Compañía de los Asociados Amigos
de Montreal, De la Flèche a Montreal. La Extraordinaria empresa del S. De lsa
Dauversière, Chambray-les-Tours, C.L.D., 1985.
En esta época, en Francia, por todas partes había muchos sacerdotes. Muy
numerosos, faltos de formación, sin verdadera vida espiritual, frecuentemente
codiciosos...el cuadro eras sombrío. Tentativas de reforma, habían tenido poco
éxito por falta de preparación o de concertación. Una de las soluciones debía
ser la institución de los seminarios. Pero antes de llegar a la organización de
centros de formación sacerdotal, muchas etapas debían ser franqueadas. Adrien
Bourdoise (1584-1655) fue, en París y en Beauvais, uno de los iniciadores. Él
estableció en la parroquia de Saint-
Nicolas du Chardonnet una comunidad de sacerdotes que llegó a ser, desde 1631,
una especie de seminario donde los nuevos sacerdotes de la diócesis de Paría
venían a aprender, con las “rúbricas y las ceremonias”, el sentido de su misión
pastoral y un estilo de vida comunitaria y orante. Desgraciadamente, las
originalidades de Bourdoise no permitieron a esta institución prolongarse mucho
tiempo.
Por su parte, Vicente de Paúl, con sus “Ejercicios
de los Ordenados” ( retiros preparatorios a la recepción de las Órdenes y que
fueron poco a poco impuestos a los que querían llegar a ser sacerdotes),
después por las “Conferencias del Martes”, especie de formación permanente
antes del ministerio, había preparado el terreno en profundidad. Por otra
parte, él mismo fundará en 1642 el Seminario de los Niños Buenos. Los
Oratorianos habían intentado varias experiencias desde 1613, pero con un éxito
relativo.
Estas realizaciones permiten situar la obra de Olier
y comprender el sentido de ella. Él mismo da la explicación más fundamental de
ello, nacida de su propia experiencia de misionero:
“Nos hemos reunido desde hace algunos años varios
sujetos que, después de haber trabajado con las gentes en las misiones y
parroquias, reconociendo que inútilmente se trabajaba con ellos si no se
trabajaba antes en purificar la fuente de su santificación que son los
sacerdotes, de allí viene que ellos se han retirado después para cultivar
nuevas plantas que se les han caído de las manos, que han parecido ser llamados
al sacerdocio”( Div. Escrit, I, 71).
Pero es necesario no olvidar lo que había dicho la
Madre Agn`¡es de Langeac en 1643 y los últimos deseos del Padre de Condren poco
tiempo antes de su muerte (7 de enero de 1641).
Los acontecimientos van a precipitarse puesto que el
29 de diciembre de 1641, Olier, Cauley y du Ferrier se instalan en Vaugirard
–entonces aldea al sudoeste de la capital- para comenzar un verdadero
“Seminario” donde son reunidos por algunos discípulos. Bourdoise los anima, así
como Richelieu, que, por otra parte, quería anexarlos.
“El destino de esta pequeña comunidad de Vaugirard
toma bruscamente un giro nuevo, cuando Jean Jacques Olier obtiene ( por
transacción personal, no por nominación) el curato de Saint-Sulpice (25 de
junio de 1642): en los días siguientes, ella se dirige a esta parroquia
parisina y se convierte así en “el Seminario de Saint-Sulpice”. Olier va a
dirigir todo por su cuenta: adquisición de inmuebloe para instalar el seminario
cerca del curato; formación espiritual de los seminaristas; planes de
renovación de la vida paerroquial; planes para el engrandecimiento e su
iglesia; reforma de la numerosa comunidad de sacerdotes que allí son empleados.
Al mismo tiempo, él es el más activo sostén de la muy reciente fundación de
Montréal, querida como puesto de avanzada misionera, bajo el nombre de Villa
María”6.
6 Noye, en Dupuy. Ob. Cit. 9. 175.
Entre tanto y ligado a una
actividad apostólica desbordante, Olier continúa entregándose a la acción de
Dios. Si la muerte de Condren, en enero de 1641 lo había obligado a dirigirse a
dos benedictinos de Saint-Germain des Prés, Dom Tarrisse, después Dom Bataille,
su impulso espiritual se consolidó: el
11 de enero de 1642 hace voto de servidumbre a Jesús y un año y algunos meses
después de su instalación como cura (11 de enero de 1643) voto de servidumbre a
las almas. Esos compromisos, en la línea del Bautismo y de la misión apostólica
que Dios le confía, son coronados por el voto de hostia, el 31 de marzo de
1644.El estudio atento de esta progresión muestra a qué punto Olier se esfuerza
por corresponder a las luces recibidas, a la misión confiada, en la línea de
sus deseos profundos y de las prácticas propuestas por Bérulle.
De
Olier debió hacer frente a numerosas oposiciones,
comprendido aquí un verdadero motín al cual escapó gracias a Vicente de Paúl (
en 1645) y a la protección de la regente Ana de Austria. Libertinos, hugonotes
y más tarde jansenistas, estimularán su celo, lejos de disminuirlo. Esos diez
años de ministerio pastoral de olier, permanecerán ejemplares en la historia
religiosa de París.
Al mismo
tiempo que él renovaba al clero de su parroquia ( cerca de cincuenta sacerdotes
para una parroquia que cubría 6 o 7 parroquias actuales) permanecía muy atento
al desarrollo del seminario.
Este seminario, “casa apostólica”, era comprendido
por él como una comunidad de sacerdotes y de futuros sacerdotes, compartiendo
la misma vida y preparándose a recibir o a renovar en ellos el Espíritu apostólico.
“El seminario de Saint-Sulpice(...)se ha consagrado
y dedicado a Jesucristo Nuestro Señor para honrarlo no solamente como Soberano
Sacerdote y como el gran Apóstol de su Padre, sino , además, para respetarlo
viviente en el colegio de los Apóstoles, invocando todos los días el Espíritu
apostólico sobre sí y sobre toda la Iglesia para renovar en ella el amor a
Jesucristo y a la religión hacia su Padre, sobre todo en el clero, como la
fuente de la santidad que se debe derramar después por él sobre la mesa de los
pueblos”. (DE I, 67).
Si los seminaristas iban a seguir los curso de
Teología en la Sorbona, donde Olier los ve llevar el espíritu del Evangelio,
ellos reciben en el Seminario una formación espiritual profunda, especialmente
gracias a la dirección de conciencia (los discípulos de J.J. Olier son en
primer lugar “directores”) y a una verdadera enseñanza espiritual.. La duración
de la estancia no pasaba de uno o dos años. Para los sacerdotes que venían a
pasar allí algún tiempo, Olier desearía que vengan “a conocer lo que son en la
Iglesia de DIOS y cuál es la gracia de su estado...para ir a aplicarse con
fidelidad en su santo ministerio”.
Este último texto es extracto del “Proyecto del
Establecimiento de un Seminario para una Diócesis” que el S. Olier presentó en
_________
7 Proyecto para el Establecimiento
de un Seminario en una Diócesis (1651). reed. en la Tradición Sacerdotal, El
Puy, Mappus, 1959, págs. 213-232, p. 231.
Este texto, por lo demás, incompleto, presenta mucho
interés. Se revela allí, entre otras cosas una Teología del obispo, padre de su
pueblo y particularmente de su clero, una concepción del seminario como “casa
apostólica” donde viven juntos los seminaristas, sus directores, “ministros de
la dirección”, de los sacerdotes venidos a fortalecerse espiritualmente y de
los “misioneros”, disponibles entre las manos del obispo. Es interesante notar
que el momento mismo en que Olier presentaba ese Proyecto a la Asamblea del
Clero, San Juan Eudes predicaba una grande misión en la parroquia de
Saint-Sulpice...Ninguna duda que los problemas de la formación de los
sacerdotes, no habían hecho el objeto de sus conversaciones: Juan Eudes había
fundado el Seminario de Caen en 1643 y propuesto a la Asamblea del clero en
1648 ponerse al servicio de la formación de los sacerdotes de Francia. Ellos
tenían en común una muy alta idea de la Iglesia y de la gracia apostólica.
De
hecho J.-J. Olier aceptó enviar – temporal o
definitivamente- algunos de sus sacerdotes al servicio de tal o cual
obispo para la fundación de un Seminario o para misiones: Nantes (1649), Saint–Flour (1651), Magnac (1651), Le Puy (1652), Clernont
(1656), Amiens (1657)… El movimiento debía continuarse,
hasta nuestros días, por la Compañía de los Padres de Saint–Sulpice, cuya
misión principal permanece, en todo el mundo, “el servicio de los que son
ordenados al ministerio presbiteral,… con el cuidado de educar en la “vida
interior” y de formar “el espíritu apostólico”. (Constituciones, de 1982 Art.
1).
PRUEBAS
DE SALUD – ULTIMAS ACTIVIDADES – MUERTE DE J. J. OLIER 1652 – 1657
En
junio de 1652, gravemente enfermo, Olier, había renunciado a su curato
y confiado la parroquia a su discípulo A. de Bretonvilliers. No obstante
sus últimos años serán muy plenos: en
1653 conferencias con Charles III de Inglaterra en vista de su conversión al
catolicismo; el mismo año reencontró al
P. Alexandre de Rhodes, misionero en Tankin, a quien él se ofreció para
trabajar en el Extremo Oriente. En 1654, establecimiento de la Comunidad de las Hijas del Interior de
la Virgen… pero sobre todo, a pesar de una parálisis parcial, continuaba
trabajando por el Seminario y consagraba mucho tiempo a la dirección espiritual.
Es en sus últimos años que hizo publicar algunas obras de espiritualidad donde
se encuentra lo esencial de su pensamiento sobre la vida cristina: La
Jornada Cristiana (1655), El Catecismo Cristiano para la Vida Interior (1656) y
la Introducción a la Vida y a las Virtudes Cristianas, así como la Explicación
de las Ceremonias de la Misa Mayor de la Parroquia (1657).
Uno
de sus últimos actos fue designar los cuatro sacerdotes de su comunidad que él
quería enviar a Montreal. Ellos dejaran Francia después de su muerte y llegaron
a Canadá el 29 de Julio de 1657. J. J. Olier había muerto el lunes de Pascua 2
de Abril de 1657, reconfortado por una última visita de Vicente de Paúl.
Dejaba
después de él no solamente una parroquia completamente renovada, un seminario
floreciente y una “Compañía” de sacerdotes comprometidos en varios diócesis,
sino también un testimonio personal y una doctrina espiritual del primer valor
y que debía expandirse y llevar fruto a través de múltiples influencias:
seminarios, comunidades religiosos… La unión en él del místico, hombre de
oración totalmente entregado a Dios, y del misionero, “hombre de fuego”
entregado al Espíritu apostólico, hace de J. J. Olier uno de los mejores
servidores de la Iglesia en el siglo XVII.
CAPITULO 6
“UN NORMANDO QUE NO HA DICHO MAS
QUE SÍ”
JUAN EUDES
(1601) – 1680).
EL MÁS LEGIBLE DE LOS
BERULIANOS
Juan
Eudes es sin duda el más abordable de los “cuatro grandes”. El único en haber sido canonizado, es bastante
conocido, gracias a sus obras y gracias a las familias religiosas que se valen de él y que continúan su acción de misionero,
de formador de sacerdotes y de servidor de los pobres: Euditas, Religiosas de
Nuestra Señora de la Claridad y del Buen Pastor, Pequeños Hermanas de los
Pobres, Religiosas de los Sagrados
Corazones de Jesús y de María, de Paramé, etc…
Su
existencia cubre la mayor parte del siglo XVII: Nacido en 1601 en Normadie, en
Ri, cerca de Argentan, morirá en Caen en 1680, “a las tres horas después del mediodía”, el lunes 19
de agosto. Pero como Bérulle y como
Olier, viajará y misionará mucho en el curso de esos años: estancia en París en
provincia y aún en la corte real.
Su
itinerario espiritual y apostólico nos es bastante bien conocido, gracias a sus
primeros discípulos y gracias también a sus propios escritos, particularmente
su Memorial de los beneficios de Dios,
especie de diario espiritual que él ha redactado hacia el fin de su vida para
guardar al recuerdo de las gracias recibidas. Sus cartas – más de 250 han sido
conservadas- nos ayudan igualmente a
conocerlo bien, en su personalidad de hombre de acción, muy sensible,
fácilmente autoritario, inmerso en los problemas, pero totalmente centrado en
la voluntad de Dios y desbordante de verdadera caridad. Si no tenemos, como
para Jean – Jacques Olier, abundantes Memorias que permitan seguir a la
perfección su evolución espiritual, es posible, no obstante, señalar algunas
etapas mayores de ese caminar espiritual y apostólico.
INFANCIA
Y JUVENTUD
Su
infancia y su juventud han estado marcadas por su familia, muy cristiana y
de posición desahogada, y por sus
primeros educadores: un sacerdote que lo inicia en el latín, los jesuitas de
Caen en el Colegio del Monte donde estudia
humanidades y comienza estudios de filosofía. De una manera comparable a
Teresa de Ávila y a Teresa de Lisieux, él evoca sus primeros años en su
Memorial: “A la edad de doce años más o menos, (yo comenzaba) a conocer a Dios,
por una gracia especial de su divina
bondad y a comulgar todos los meses, después de haber hecho una confesión
general… Dios me hizo también la gracia… de consagrarle mi cuerpo por el
voto de castidad ,del cual él sea para
siempre bendito. Entre sus maestros jesuitas, él no duda en nombrar “al Padre
Robin… quien nos hablaba frecuentemente de Dios y con un fervor extraordinario, lo que me ayudó mucho más de
lo que yo puedo decir para las cosas de la salvación”. A los diez y siete años,
en 1618, entra en la Congregación de Nuestra Señora “en la cual Nuestro Señor
me hizo muy grandes gracias por la mediación de su Santísima Madre”.
En
1620, recibe en Sées, la tonsura y las órdenes menores en vista del sacerdocio.
La llegada en 1622 de los Oratorianos a Caen, le abre perspectivas nuevas. Posiblemente había
ya oído hablar del Padre de Bérulle y del Oratorio, por la Señora de Sacy,
admiradora de Bérulle. Seducido en todo caso por el proyecto reformador del
Oratorio y a pesar de los aposiciones familiares, él parte para París, donde es
recibido por el mismo Bérulle el 25 de marzo de 1623 “en la Congregación del
Oratorio, en la casa de Saint –Honoré en París”. Toda su vida, su pensamiento y
sus escritos estarán impregnados de la espiritualidad de Bérulle y de Condren;
se le constata en casi todas las páginas de su obra maestra la
Vida y el Reino de Jesús en las Almas Cristianas.
EN
EL ORATORIO (1623 – 1643)
Juan
entra en el Oratorio el año mismo en que Bérulle publica el Discurso del Estado y las Grandezas de Jesús. El fundador,
de 47 años, ha realizado ya sus obras mayores: introducción en Francia del
Carmelo teresiano en 1604 (Juan Eudes había podido oír hablar de la fundación
del Carmelo de Caen en 1616), fundación
del Oratorio, en 1611, y él ha debido precisar su pensamiento y sus actitudes
en diversas ocasiones, frente a numerosas oposiciones. El Oratorio es ampliamente conocido en Francia:
en 1623, cuando Juan Eudes entra allí, más de 25 casas han sido fundadas San
Luis de los Franceses ha sido confiada al Oratorio en 1618 y las casas del
Oratorio de Provence se han unido al de París en 1619. Es en ese clima de
renovación, de entusiasmo y de dificultades también, que Juan Eudes se prepara
al sacerdocio, cerca de Bérulle y de Charles de Condren, entrando al
Oratorio en 1617. Juan será ordenado sacerdote el 20 de
diciembre de 1625 en París, y allí celebrará su primera misa del día de
Navidad. Sus dos primeros años de sacerdote estarán marcadas por una
“enfermedad corporal” que le impide “trabajar exteriormente”. Pero ese tiempo
prolongado será consagrado al “retiro,
(dándose) a la oración, a la lectura de
libros de piedad y otros ejercicios espirituales: lo que (le es) una gracia muy
particular, de la cual (él debe) bendecir y agradecer eternamente la
bondad de Dios”, escribe él en su Memorial.
Desde
el mes de agosto de 1627 y bajo sus instancias reiteradas, es enviado al
Oratorio de Caen, pero bajo su deseo y con el permiso de sus superiores, es
para ir a atender y asistir espiritualmente a los apestados de Argentan; allí él desplegará una actividad
prodigiosa. En 1631 renueva ese servicio de
caridad en Caen, viviendo en un tonel en medio de un prado. La partida de su ministerio es dada. A partir
de 1632 comienza a ser empleado en las “misiones”. Desde entonces y casi sin
interrupción hasta 1676, predicará dos o tres de ellas por año, en total más de cien. Cada una duraba de cuatro a ocho
semanas y reunía multitudes considerables,
varios miles muchas veces. Ellas tenían por fin la instrucción cristiana de
esos bautizados y la reconciliación por el Sacramento de la Penitencia, en
vista de una vida cristiana renovada. Numerosos confesores allí participaban,
doce o quince por lo regular y algunos veces hasta cien...
Juan
Eudes ha misionado sobre todo en Normandía.Él ha dado misiones igualmente en
Bretaña ( 7 u 8 ), en Bourgogne (4), en París, en tres ocasiones, en el
Corazón...
La
historia de esas misiones de Juan Eudes forma parte de la historia de3 la
Iglesia en Francia del Siglo XVII. El Padre Berthelot du Chesnay ha hecho de
ellas un estudio profundo, al cual no se puede más que remitir aquí.1.
Jesuitas, Capuchinos, discípulos de Condren y de Vicente de Paúl: en casi todas
las Provincias y ciudades de Francia, las misiones se multiplican. Y como se ha
señalado justamente, esta “invasión misionera” no puede ser separada de la
“Invasión Mística”: estos son “como los dos aspectos complementarios del
movimiento de renovación religiosa en la Iglesia de Francia”. Y se puede pensar que la renovación de la
vida religiosa y de la vida sacerdotal ha estado preparada y favorecida por la
renovación de la vida cristiana en numerosas familias.
Para
Juan Eudes como para otros apóstoles de su tiempo, esta actividad misionera en
la que sobresalía “ese gran predicador...la rareza de su siglo” (Olier)
–gracias, entre otros, a dones extraordinarios de orador-, se duplicaba con un
servicio más discreto de acompañamiento espiritual. Laicos, hombres o mujeres,
sacerdotes probablemente, muchos religiosos, seguramente se dirigen a él. Sin
dudar y desde el inicio de su ministerio, da consejos a mujeres, tales como la
Señora de Budos, la grande Abadesa reformadora de la Abadía de las Damas de
Caen...Tanto en París, como en Caen, aconseja y anima comunidades de monjas:
Benedictinas, Carmelitas, Ursulinas, Vistandinas...
___________
Ese
doble ministerio de misiones y de dirección espiritual va a conducir a Juan
Eudes a escribir numerosos libros. En su pensamiento, se trata de prolongar la
acción de su predicación o de sus consejos orales. La lista de textos que él ha
publicado, es muy larga...algunos , además, han desaparecido...Otros, han sido
impresos después de su muerte. No se señalarán aquí más que algunos de ellos,
correspondientes a los años pasados en el Oratorio ( 1623-1643 ):
-
En 1636: El Ejercicio de Piedad, manual para la vida cristiana de todos
los días, varias reediciones;
-
En 1637: La Vida y el Reino de Jesús en las almas Cristianas. Esta obra,
muy frecuentemente reeditada ( una veintena de ediciones en el Siglo XVII,
siendo considerada la de 1670 como “definitiva”) entrega lo esencial del
mensaje de Juan Eudes. Dedicada a la Sra. De Budos, se dirige a todos los
cristianos que desean servir a Dios en espíritu y en verdad...”ser cristiano y
ser santo, no es más que una misma cosa”. Este libro puede ser considerado como
el correspondiente Eudista de los dos libros maestros de Francisco de Sales: La Introducción a la vida Devota (1607) y El
Tratado del Amor de Dios (1616). Más abundante y menos bien
estructurado, la obra de Juan Eudes es más explícitamente bíblico y teológico,
más centrado sobre la comunión en Jesús: la vida cristiana es “continuación y
cumplimiento de la vida de Jesús en nosotros”. Jesús viene a vivir y reinar en
las almas cristianas. En la línea exacta de Bérulle y de Condren, Juan Eudes
invita a todos los cristianos a “hacer profesión de Jesucristo”, a “continuar y
cumplir los misterios de Jesús” y a “pedir que él los consuma y cumpla en
nosotros y en toda la Iglesia”.
-
En 1642: La Vida del Cristiano o el Catecismo de la Misión ,que conoció
numerosas reediciones, retomaba para sus cohermanos misioneros y para otras personas, la
enseñanza que él daba a los niños y a los adultos durante sus misiones. Esta
obra era un verdadero catecismo, procediendo por medio de preguntas y
respuestas.
Es
aún en estos años “oratorianos” que Juan Eudes comenzó a ocuparse, a petición
del Obispo de Coutances, Leonor de Matignon, de Marie des Vallées (1590-1656).
De
La
fundación de Nuestra Señora del Refugio, que se convirtió en el Instituto de
Nuestra Señora de la Caridad, se sitúa igualmente en 1641. Él había
reencontrado en el curso de sus misiones, un cierto número de niñas y de
mujeres que se habían entregado a la prostitución. ¿ Cómo ayudarlas a
“levantarse” y a llevar una vida cristiana? Varias cosas habían sido ya
intentadas aquí y allá: en Nancy, en París, en Marsella, se habían creado
“refugios”. Los equipos de la Compañía del Santísimo Sacramento se ocupaban de
ellos. El mismo Juan Eudes estaba
preocupado por esto, alertado ya desde
1634 por Jean Bernières. Se conoce la famosa interpelación que una mujer le
dirige cuando pasaba con algunos amigos en un suburbio de Caen en 1641: ¿ “A
dónde van todos ustedes? Sin duda a las iglesias para comer allí imágenes;
después de lo cual, pensarán ser muy devotos. No es allí donde se consigue,
sino más bien en trabajar por fundar una casa para esas pobres niñas que se
pierden, por falta de medios y de educación.”2 . Juan Eudes ha escuchado este llamado...Con
una energía y una obstinación asombrosas ( ¿no es él a la vez normando y
cristiano?), no parará a pesar de mil dificultades, hasta que sea establecido,
aprobado por Roma, y dotado de sólidas Constituciones, el Instituto de Nuestra
Señora de Caridad del Buen Pastor, gracias a santa Marie-Euphrasie Pelletier
(1796-1868) que reunió en 1835 los monasterios de la Orden de Nuestra Señora de
la Caridad fundados por la Casa del Buen Pastor de Angers.
1643: RUPTURA Y CONTINUIDAD
A los cuarenta y un años, Juan Eudes va a dejar el
Oratorio. Si todos los detalles de esta ruptura no son claramente conocidos, no
obstante, se puede afirmar que es por una especie de fidelidad profunda a las
intuiciones de Bérulle que ella se hará; es, en efecto, para fundar un
seminario que va a dejar seguramente a disgusto su casa y su familia del
Oratorio en 1643.
“Restaurar el estado sacerdotal”, tal era el deseo de
Bérulle. Predicando sus misiones, Juan Eudes como el Señor Vincent y Jean-Jacques Olier, percibe con claridad
que el fruto de las misiones no se puede mantener más que si, en el lugar, sacerdotes
formados, hombres de celo y de oración, toman el relevo de los misioneros.
Ahora bien, si los sacerdotes son muy numerosos, ellos carecen cruelmente de
formación. A pesar de los deseos y las decisiones del Concilio de Trento, los
seminarios no existen y son poco numerosos los sacerdotes verdaderamente
“apostólicos”.
Como los otros misioneros oratorianos, Juan Eudes,
desde 1641 había tomado la costumbre, en el caso de sus misiones, de reunir
varias veces a los sacerdotes que trabajaban con él. No sólo era para ellos la
ocasión, de un compartir y de una oración común, sino también de una verdadera
formación. De allí nacerán más tarde los libros tales como Las Advertencias a los Confesores Misioneros
(1644), El Buen Confesor (1666),así como las obras póstumas El Memorial de la Vida Eclesiástica (1681) y
El Predicador Apostólico(1685).
Pero eso no basta. Centros de formación se imponían.
Se comenzó por abrir “seminarios” para niños y jóvenes como lo pedí el Concilio
de Trento y según la fórmula realizada por Charles Borromée. Los resultados fueron
frustrantes. Poco a poco se organizaron retiros de ordenados aquí y allá,
después. Comunidades un poco más estables.
____________
2 Ver P. Milcent, San Juan Eudes,, París, Cerf,1985,
p. 103
Se había comprendido, como lo debía escribir Vicente de Paúl que si “la
disposición del Concilio se debe respetar como venida del Espíritu Santo, la
experiencia hace ver, no obstante, que de la manera de la cual se le ejecuta
con respecto de la edad de los seminaristas, la cosa no tiene éxito...Es
diferente, tomarlos de edad de veinte, hasta veinticinco y treinta años”.
Es en ese sentido que después de los retiros de los ordenados, van a
nacer en poco tiempo, casi simultáneamente y con acentos ligeramente
diferentes, comunidades de formación: 1641: J.J. Olier en Vaugirard, 1642: El
S. Vicente en los Buenos Niños, y 1643: Juan Eudes en Caen. Este último , igual
que el S. Olier había sido marcado por el Padre de Condren, muy preocupado por
ver establecerse seminarios en Francia,, pero muy prudente y lento en sus decisiones.
Condren muere en 1641 y es reemplazado por Bourgoing. Éste no acepta el
proyecto de Juan Eudes por razones aún mal conocidas. Lo cierto es que el 25 de
marzo de 1643,con algunos sacerdotes seculares, va en peregrinación a Nuestra
Señora de la Délivrande, cerca de Caen, para confiar a María esta nueva
empresa. En una nueva casa (llamada en Caen la “Misión”) reunió algunos
candidatos al sacerdocio y a algunos sacerdotes. Ellos allí pasan juntos
algunas semanas o algunos meses. Nada de compromiso teórico, sino de tiempos de
retiro espiritual, particularmente para la preparación a las ordenaciones y a
sesiones de formación pastoral (predicación, celebración de los Sacramentos,
estudios de casos de conciencia, etc...) Los sacerdotes venían allí a renovarse
en el espíritu de su ordenación y en la práctica de su ministerio. Ese 25 de
marzo de 1643 había nacido la Congregación de Jesús y María (los Euditas)
fundada en primer lugar en vista de los
seminarios y también para toda actividad misionera, particularmente la de las
“misiones”. El mismo Juan Eudes firmará frecuentemente sus cartas : “sacerdote
misionero”.
Después de haber así fundado un seminario en Caen en 1634, él se
encargará con sus hermanos “Euditas”, de los seminarios de Coutances (1650),
Lisieux (1653), Rouen (1659), Evreux (1667) y Rennes (1670). Igual que los
padres el Oratorio y los de Saint-Sulpice, los miembros de la Congregación de
Jesús y María, no se querían religiosos. : “Su estado es eclesiástico y su
propósito es de permanecer siempre en el orden de la jerarquía
eclesiástica”.(Constituciones). Su fundador es Jesucristo y su espíritu “no es
otro que el espíritu del soberano Sacerdote, Jesucristo Nuestro Señor, que los
eclesiásticos deben poseer en plenitud, a fin de derramarlo en los otros”.
UNA PEDAGOGÍA ESPIRITUAL Y LITÚRGICA.
A TRAVÉS DE SUS ACTIVIDADES Y SUS SUFRIMIENTOS DE MISIONERO Y DE
FUNDADOR, Juan Eudes ha sido siempre, al mismo tiempo, un gran espiritual
marcado por el cristocentrismo místico de Bérulle y de Condren y por la
“devoción” de Francisco de Salles. Él ha vivido en una intimidad habitual y
cordial con Jesús y con María.
Él estaba consumido de un amor que le hacía desear el martirio y que le
había hecho firmar con su sangre, a los 36 años, un “voto a Jesús para ofrecerse
a él en calidad de hostia y de víctima, que debía ser sacrificada a su gloria y
a su puro amor”. (O.C. 12,
págs. 135 ss). Su propia experiencia
espiritual, todo lo que él había vivido en el Oratorio, particularmente cerca
de Bérulle y de Condren, le llevó no solamente a redactar oraciones, como el
“Ave Cor”, saludo al Corazón de Jesús y de María (hacia 1640), sino también
oficios litúrgicos. Bérulle había compuesto y hecho celebrar en el Oratorio la
solemnidad de Jesús. A su vez, Juan Eudes compuso un oficio en honor de Jesús
Soberano Sacerdote y de los santos sacerdotes y levitas. Este oficio, aprobado
desde 1649, se celebraba el 13 de noviembre, de tal suerte que la Octava se
acababa el 21 de noviembre, fiesta de la Presentación de la Virgen, en la que
se renovaban las promesas clericales. Pero anteriormente, él había compuesto un
primer Oficio en honor del Corazón de
María. Fue celebrado por primera vez en público, el 8 de febrero de 1648, en
Autun, con la autorización del obispo. Si una tal fiesta podía parecer nueva,
-y ella encontrará oposiciones- la realidaad era familiar a Juan eudes. En el
Oratorio él había aprendido a decir –y él mismo citará esta “elevación”- “¡Oh
Corazón de Jesús viviente en María y por María! ¡Oh corazón de María viviente en
Jesús y por Jesús!” Lo que Jean-Jacques Olier llamará “El interior de María” o
“El interior de Jesús”, Juan Eudes lo invocará bajo el vocablo del Corazón.
La devoción al Corazón de María se extendió en muchos monasterios y
conventos, así como en ciertas diócesis; algunas cofradías de laicos
organizadas con Juan Eudes con ocasión de sus misiones, favorecieron su
expansión. Un poco más tarde, sin duda, animado por el éxito del Oficio al
Corazón de María, él compondrá otro, en honor del Sagrado Corazón de Jesús. La
celebración “oficial” después de su aprobación, no comenzó sino hasta 1672,
pero el Oficio y la Misa habían sido compuestos algunos años antes. Esta
liturgia ha sido adoptada no solamente por los religiosos de Nuestra Señora de
l Caridad y la Congregación de Jesús y María, sino también por muchas
comunidades religiosas con las cuales Juan Eudes estaba en relación. Es así que
desde 1674, los Benedictinos de Montmartre celebran una fiesta solemne del
Sagrado Corazón.
El 29 de julio de 1672, Juan Eudes escribe a sus cohermanos una carta
desbordante de alegría para invitarlos a celebrar en sus casas la fiesta del
Corazón de Jesús, el 20 de octubre siguiente.
No es e lugar de escribir aquí la historia de la devoción al Sagrado
Corazón y las inflexiones debidas a Santa Margarita María Alacoque y a los
predicadores que han extendido esta devoción.
Pero es preciso subrayar que Juan Eudes ha sido, según las palabras de
Pío XI, el “Padre, el Doctor y el Apóstol del culto litúrgico de los Sagrados
corazones de Jesús y María”. Por otra
parte, importa señalar que Juan Eudes insistía sobre la unidad del Corazón de
Jesús y de María...Así como Olier pedirá a sus discípulos invocar a “Jesús
viviente en María”. Pero Juan Eudes habrá tenido la gracia y la misión de cristalizar
su oración y la oración de los suyos en el Corazón de Jesús y de María,
utilizando una palabra y un signo aptos a despertar el amor de los cristianos
por la contemplación del amor de Jesús y de María.
En la línea de la “pedagogía espiritual” de San Juan Eudes, es necesario
también señalar las oraciones de antes del mediodía, que son pequeños textos
destinados a guiar un breve momento de oración a la mitad de la jornada. Él
propone a los discípulos un misterio de Cristo o una de sus virtudes. El interés
de esos textos es que ellos permiten centrar la atención sobre Dios y sobre
Jesús y no sobre sí mismo. No se trata en primer lugar de examinarse para
corregirse, sino de mirar a Jesús, de adorarlo, de agradecerle, de pedirle su
perdón y de darse a él para entrar en sus sentimientos...Es el esquema de la
oración según el S. Olier, es el centro de toda vida cristiana, según la
Escuela Francesa.
Juan Eudes, tanto como Francisco de Sales, propone también otras
“pequeñas prácticas” para mostrar “el camino que es necesario seguir para
caminar siempre ante Dios y para vivir en el Espíritu de Jesús”. Él sugiere
como ejemplo, elevar con instancia nuestro corazón hacia Jesús al inicio de
nuestras acciones para decirle “1. que renunciamos a nosotros mismos, a nuestro
amor propio y a nuestro propio espíritu, es decdir, a todas nuestras
disposiciones e intenciones propias; 2. que ustedes se den a él, a su santo
amor y a su divino Espíritu, y que decidan hacer sus acciones en las
disposiciones e intenciones en las cuales él ha hecho las suyas”. Él recuerda
en seguida con vehemencia, que es necesario no apegarse a esas prácticas en sí
mismas3.
PURIFICACIONES, ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE ( 1660-1680)
La acción apostólica de Juan Eudes ha conocido grandes oposiciones.
Activo y muy sensible, él ha experimentado tanto el entusiasmo, como terribles
decepciones. Los Oratorianos que le consideraban como un tránsfuga, se han
opuesto vivamente a él y a sus empresas. Los jansenistas le reprochaban su
devoción al Corazón de María y sobre todo su admiración por Marie des Vallées.
Ya en 1650, la oficialidad de Caen había hecho poner sellos en la puerta de la
capilla del seminario. A partir de 1660 libelos difamatorios fueron propagados contra
él. Más tarde, cundo él consideraba el establecimiento de la Congregación en
París, otra campaña aún más violenta desembocó en una carta lacrada,
expulsándolo de París y amenazando indirectamente su obra. La desgracia real
duró hasta 1679. Ella no le impidió continuar predicando y terminar el
voluminoso libro que preparaba desde hacía mucho tiempo, El Corazón Admirable de la Sacratísima Madre
de Dios .Él muere el 19 de agosto de 1680, dejando la conducción de su
Congregación a uno de sus más queridos discípulos, Jean Jacques Blouet de
Camilly (1632-1711). Él había cumplido su voto de martirio.
Los textos propuestos permiten presentir un poco la riqueza teológica de
su doctrina espiritual. Ellos no permiten más que indirectamente encontrar el
corazón y el alma de ese gran misionero que proponía a los otros la divisa que
él mismo había vivido: servir a Dios y a los otros “corde magno et animo
volenti” (cf. 2 Mac. 113 ) “con un grande corazón y un grande amor”.
__________
3 O.C. I,
CAPÍTULO 7.
¿ HAY UNA TEOLOGÍA DE LA ESCUELA FRANCESA?
UNA DOCTRINA ESPIRITUAL.
El conocimiento, aún rápido
de los cuatro maestros de la Escuela Beruliana ya ha permitido reconocer
algunas constantes, algunos acentos mayores de una verdadera doctrina
espiritual muy estructurada: podemos hablar de una “escuela de espiritualidad”
en el sentido preciso de la expresión. Antes aún de presentar algunos de los
temas mayores de la Escuela Francesa, importa subrayar que esta enseñanza, tan
fuertemente enraizada en la Escritura y en el pensamiento de los Padres de La
Iglesia, se dirigía a todos los cristianos: laicos, religiosos y religiosas, lo
mismo que a los sacerdotes. Se ha reducido muchas veces la doctrina de los
berulianos a su pensamiento sobre los sacerdotes. En realidad, lo mismo Bérulle
que Olier y Juan Eudes ( estos dos últimos por las numerosas misiones que han
predicado y por sus escritos, nacidos de sus enseñanzas), pretendían renovar la vida cristiana de todos
los fieles. Lo que ellos han dicho a los sacerdotes, era primero la aplicación
de los grandes principios de la vida cristiana, las “santas órdenes suponen un
cristiano en su perfección” (Olier). Por
otra parte el “Pietas Seminarii...” especie de Diccionario espiritual dedicado
a los directores y seminaristas de Saint-Sulpice, no lleva ninguna nota
clerical y puede servir de principio y fundamento a toda existencia cristiana.
Se ve ya que si se habla de
teología a propósito de esos maestros, se trata más precisamente de una
doctrina espiritual que apunta a alimentar una vida cristiana auténtica. La
frecuencia entre ellos de este adjetivo “cristiano”1 indica la
coloración mayor, pero lo que se ha llamado el cristocentrismo místico de los
berulianos se sitúa en un conjunto doctrinal muy coherente y muy sólido. Sin
ser teólogos de profesión, todos habían recibido una excelente formación
teológica en la Sorbona y frecuentaban asiduamente la Biblia y los Padres de la
Iglesia. Es por lo que los diferentes elementos de su pensamiento se articulan
estrechamente y constituyen una síntesis de teología espiritual.
DIOS ES DIOS
Se sabe que la completa
conversión de Maurice Clavel es debida al reencuentro de Bérulle y que el
sentido de lo absoluto de Dios que descansaba en él ha sido despertado por la
lectura del libro de Paul Cochois2. El primer aspecto de la
experiencia y del mensaje de Bérulle y de sus discípulos es el de la grandeza y
de la santidad de Dios. La respuesta del hombre es la actitud de adoración, la
virtud de religión hasta la consagración total de sí mismo: “Es preciso en
primer lugar mirar a Dios y no a sí mismo, y no obrar por esa mirada y búsqueda
de sí mismo, sino por la mirada pura de Dios”3. Es preciso no
olvidar que las palabras “mirada”, “mirar”, tiene un sentido muy fuerte en
Bérulle. Ellas no expresan solamente una simple atención ni aún la
contemplación: mirar significa “consentir a Dios como a su fin y aspirar hacia
él” (P. Cochois). Es una actitud de mor y de consentimiento, tanto como de
respeto. Bérulle habría susrito la admirable definición de la adoración que da
Elizabeth de la Trinidad: “El éxtasis del amor”.
__________
1 Olier publicará una Jornada Cristiana, un Catecismo Cristiano
para la Vida Interior, una Introducción a la Vida y a las Virtudes Cristianas,
y la obra maestra de Juan Eudes será La Vida y el Reino de Jesús en las Almas
Cristianas. Este últimi título es todo un programa.
2H. Caffarel, Clavel,
Adorador, en “La Cruz” del 18 de mayo de 1979.
3 Bérulle, Obras dePiedad,
XI, col. 1245, ed. Migne.
Pero si la actitud
fundamental de la criatura es la adoración amante, es porque “no hay nada más
grande que Dios y lo que rinde homenaje a Dios”4.
Tales afirmaciones han
tocado mucho a los discípulos de Bérulle
que veían en ellos una reacción contra una cierta forma de humanismo que
amenazaba con hacer olvidar la grandeza, la trascendencia y la santidad de
Dios. Denis Amelote escribirá al respecto : “Es él (Bérulle) quien ha suscitado
en nuestros días esta virtud olvidada y que ha movido a nuestro siglo a
acordarse del más antiguo de sus deberes...En este siglo...nosotros vemos en
las almas más de familiaridad que de reverencia, y se encuentran muchos
cristianos que aman a Dios, pero hay pocos que lo respeten”5 .
Para
Bérulle, el hombre, criatura, es de Dios
y para Dios; por naturaleza él está en una condición de pertenencia y de servidumbre. La
adoración consiste en ratificar esta
servidumbre. “EL servir queriendo y complaciéndose en esta servidumbre, es
felicidad suprema”6
El
alma debe entonces olvidarse, perderse, abatirse y llegar a ser “pura capacidad
de Dios” y ser así saciada por él. Condren y Olier hablarán de sacrificio “para reconocer a Dios” y rendirle homenaje
“según todos sus perfecciones.
Para
Bérulle, no se trata, solamente de actos puntuales de adoración o de ofrenda de
sí, sino también y sobre todo de adoración “por estado”, ofrenda y abandono de la crestura para honrar a Dios
en el fondo del Ser., consentimiento a
la influencia del creador… la perfección de la criatura es de consentir con la
intención divina, “y puesto que él nos eligió, nos prepara, nos eleva a sí, nos
hace dignos de sí, no desconocemos su vocación (= su llamado), no resistimos a
su gracia, no nos apegamos a nosotros mismos, no hacemos obras perecederas, sino
hacemos obras eternas”.7
Condren,
Olier y Juan Eudes, cada uno a su manera, insistirán a la vez sobre la grandeza de Dios y sobre la
importancia de la adoración de la virtud de religión.
Se
explica entonces la importancia que ellos atribuían a la dignidad y a la verdad
de la oración litúrgica: en la Eucaristía y en el Oficio Divino, la Iglesia
entera rinde al Padre el honor que le viene, ofreciéndole el sacrificio de
Jesús y uniéndose a su oración filial y sacerdotal.
EL
CRISTO VIVE EN NOSOTROS
Lo
que se llama el cristocentrismo de la Escuela Francesa pide ser bien
comprendido. Por definición, el cristianismo está centrado en Jesucristo. Pero cada escuela de
espiritualidad tiene su manera particular de contemplar al señor Jesús e
insiste sobre tal o cual aspecto de su
misterio; cada uno también propone una manera de seguirle, de escucharlo y de
unirse a él.
Bérulle
y sus discípulos se han unido a la contemplación del verbo encarnado. En la
humanidad divinizada, ellos adoran al “servidor” perfecto, verdadero religioso
de Dios, perfecto adorador. Más allá de sus actos puntuales de oración o de sus
gestos de salvación, la unión de su humanidad a su divinidad es un “estado”
permanente. Es también el único mediador de religión por quien y en quien la criatura
puede rendir gloria al Padre.
La
contemplación amorosa de los cristianos se llevará, entonces, sobre los
misterios de la vida de Jesús; esos misterios son portadores de gracia. Las
devociones a la infancia de Jesús, a su vida oculta, a su Pasión, a su
Resurrección y Ascención a la Eucaristía
no serán marginales ni secundarias: ellas llevan siempre al misterio mismo de
Jesús. “en sus dos naturalezas, en su persona divina, en todos sus grandezas”.8
La obra maestra de Bérulle
publicada en 1623, ¿No es el Discurso
del Estado y de las Grandezas de Jesús?
_____
6
Bérulle, obras de Piedad, CXXII, éd. Migne, Col. 1150.
7
Bérulle, Obras de Piedad, CXI, éd. Migne, col. 1129. Las
líneas que preceden se inspiran en un artículo de I’ Naye, publicado en el Dizionario
degli, Institutidi perfezione, art. “spiritualita”, Toma Ed. Paoline.
8
Bérulle, obras de piedad, LXXXVII, éd. Migne, col. 1070.
Más
allá de los acontecimientos exteriores de la vida de Cristo, Bérulle quiere que
nosotros contemplemos “las acciones interiores y espirituales del alma de Jesús
tratando con Dios su Padre”9. Olier hablará del “interior de Jesús”
o de sus “sentimientos” y “disposiciones”. El Hno.. Bourgoing evocará las “tres
miradas” de Jesús: “hacia Dios su Padre para glorificarlo, hacia sí mismo para
sacrificarse y hacia nuestras almas para santificarlas y reconciliarlas con
Dios”.10
Pero la adoración beruliana se convierte en
amor, en deseo y en “comunión”. La vida cristiana, la vida en Cristo es
finalmente la vida de Jesús en nosotros. La frase de San Pablo “no soy yo quien
vivo, es Cristo quien vive “en mí” (Gál.. 2, 20) es como el tema de toda su
doctrina espiritual. Y su oración
esencial, que retoma el Maranatha de los primeros cristianos completándolo e
interiorizándolo, es un llamado para que él “venga y viva en nosotros”,
como vivió en María. Hablando de de Jesús, Olier
escribe: “Tú me haz dado siempre ese deseo de no ser solamente tu imagen, sino otro tú mismo, como tú pretendes hacerlo de
todos los corazones de tus fieles” (Memorias, II, 268).
Para
los Berulianos, esta venida y esta vida
de Jesús van hasta el corazón y
transforman totalmente la existencia. Esos maestros toman a la letra las
palabras de San Pablo: “Cristo vive en mí”… “Tengan en ustedes los sentimientos
que estaban en Cristo” (Fil. 2, 3); que el Cristo habite por el la fe en sus
corazones” (Ef. 3,17). Todos los espirituales, a continuación de los Padres de
la Iglesia, habían comentado esos textos. La
Escuela Fancesa allí ha visto, el
centro y la cumbre de toda la vida cristiana. Esta no es solamente adhesión del
espíritu, ni simple conformidad a ejemplo de Jesús, ella es más profundamente
adhesión, “adherencia”, comunión con su vida, a sus estados y misterios, a sus
sentimientos interiores y a sus disposiciones. San Juan Eudes escribe que la
“vida cristiana” es continuación y
cumplimiento de la vida de Jesucristo:
“Usted
ve lo que es la vida cristiana: una continuación y un cumplimiento de la vida
de Jesús; que nosotros debemos ser semejantes a Jesús sobre la tierra, para continuar aquí
su vida y sus obras, y para hacer y
sufrir todo lo que hacemos y sufrimos, santa y divinamente, en el
espíritu de Jesús, es decir, en las disposiciones e intenciones santas divinas
con los cuales Jesús se comportaba en sus acciones y sufrimientos…”11
Esta
concepción de la vida cristiana se encuentra además tanto en Dom Marmion como con Elisabeth de la
Trinité.
Como
María ha sido la primera y la más perfecta cristiana, “viviente en Jesús, por
Jesús y para Jesús” , la oración se dirigirá a “Jesús viviente en María”. La
devoción mariana se derivará así naturalmente
de la contemplación de Jesús y formará parte de nuestro cariño a él.
Olier, Juan Eudes y más tarde Grignion
de Montfort desarrollarán a su manera la
devoción a María, pero siempre en la línea profundamente teológica y
cristológica de Bérulle.
_____
9 Bérulle, vida de Jesús c. 29, ed. Migne col 500
11
Juan Eudes, la vida y el reino de Jesús, 2ª parte, 2. O. C.
p. 166.
La
comunión eucarística es el “medio” por excelencia de la comunión a Jesús.
“Cristo, en efecto, no vive en ese Sacramento más que para dar en alimento
todos sus maravillas y para extender su
vida y su virtud, principalmente en religión soberana hacia Dios, su caridad
muy dulce hacia el prójimo, su profundo
anonadamiento hacia sí mismo, su oposición vehemente hacia el mundo y el
pecado”12
La
oración silenciosa estará centrada en
Jesús: ante los ojos, en el corazón en las manos; adoración, comunión y
cooperación… Todo mira a dejar a Jesús
venir a vivir y actuar en nosotros por su Espíritu.
EL
ESPIRITU DE JESÚS
Si
la vida cristiana no es otra que la vida misma de Jesús en nosotros, ella es
producida en nosotros por el Espíritu Santo. El cristiano es “el que tiene en
sí el Espíritu de Jesucristo” (Olier). “Dejarse, es el secreto de los secretos,
la devoción de las devociones” dirá Juan Eudes.
En
su vida de Jesús, Bérulle multiplica las consideraciones sobre la acción del
Espíritu Santo en la realización de la Encarnación. Es también el mismo
Espíritu quien forma a Jesús en
nosotros: “Nosotros estamos en las manos del Espíritu Santo que nos saca del
pecado, nos une a Jesús como espíritu de Jesús emanado de él, adquirido por el
enviado por él.” 13 El escribirá también: “Yo quiero que el Espíritu
de Jesucristo sea el Espíritu de mi espíritu y la vida de mi vida”14.
Jean–Jacques
Olier que nos dice haber “pedido mucho el Espíritu Santo” y haber sentido la
presencia y la influencia en su vida personal y apostólica, habla sin cesar
este Espíritu de Jesucristo. No es por casualidad que todo el primer capítulo de su Catecismo
Cristiano para la Vida Interior le esté consagrado.
Pero
esta no es solamente una doctrina que Jean_Jacques Olier propone a la fe de sus parroquianos, él mismo
insiste a tiempo y a contratiempo sobre la actitud interior y concreta de
docilidad al Espíritu, que corresponde a las exhortaciones de San Pablo a los
Gálatas ( c. 4 y 5) y a los Romanos ( c. 8): “Déjense conducir por el
Espíritu”. Sus consejos se resumen en una simple frase: “Nos es necesario
completamente dejar al Espíritu Santo y dejarlo actuar en nosotros” (Memorias
VII, 241). Su propio itinerario espiritual y apostólico ilustra esta docilidad
al Espíritu pedido con insistencia y vivido en la fidelidad, bajo la mirada de
María, templo del Espíritu.
San
Juan Eudes, discípulo de Bérulle y de Condren y amigo de Olier, los junto en su
devoción y en sus consejos15.
Esta
grande devoción de los Berulianos al Espíritu Santo explica la importancia que
ellos atribuían a la fiesta de Pentecostés. Para Condren es la principal, la
más útil de todos las fiestas…16
_____
12 Olier,
Pietas N° 4, Amito, 1954, p. 165.
13
Bérulle, obras de Piedad, Migne, col. 1181
14
Bérulle, Grandezas de Jesús, col. 181
15
E. Roldan, el Espíritu santo con san Juan Eudes, en
cuadernos eudistas 1977, No 3, Págs. 13 – 42
16. La carta
n° 154, ed. Auvray – Jouffrey, Págs. 457
– 460
Olier
pedirá al pintor Le Brun un gran cuadro
representando la escena de Pentecostés. Esta pintura estaba colocada encima del
altar mayor, recordando a todos que la
fuente de todo espíritu cristiano y de todo “espíritu apostólico”, no es otro
que el Espíritu de Jesús recibido en la oración de la iglesia: oración de los
discípulos con María.
LA
IGLESIA, JESUCRISTO DIFUNDIDO Y COMUNICADO
Desde el
Padre Merch17, sabemos cómo la Escuela Francesa había valorado la visión
mística de la Iglesia que los Padres de la Iglesia habían desarrollado a
partir de las Epístolas de la Cautividad. La teología contemporánea del Cuerpo
Místico le debe mucho y muchas páginas de la Constitución conciliar sobre la
Iglesia ha retomado esos temas.
No es
necesario insistir mucho sobre este
aspecto de su doctrina y de su contemplación. Es necesario, no obstante,
subrayar el contraste sorprendente entre la concepción extrinsequista, demasiado en exclusiva jurídica y centralizada de la Iglesia, que parecían tener mucho “hombres de iglesia”
de la época, y la visión amplia, profundamente mística, que era la suya.
Ellos eran por supuesto realistas y
reconocían en la Iglesia “nubes y arrugas”, pero contemplaban en ella a la
Esposa de Cristo, y finalmente al mismo Cristo. Ellos insistían igualmente
sobre la “construcción” de ese cuerpo: “Todo lo que nosotros hacemos en este mundo, es la composición de
este Cristo. Todos los santos trabajan en esto…”(¿Condren o Amelote?). Pero
ellos recuerdan que la Iglesia, no es nada por ella misma, ella no puede nada
más que en Jesús…
Jesús
continúa su vida en la Iglesia, nuestros Berulianos insisten mucho sobre dos
aspectos del misterio de la Iglesia: la oración litúrgica y la misión. Para
ellos, el año litúrgico nos hace revivir los estados y misterios de Jesús18
y la palabra y el compromiso de los misioneros, animados por el Espíritu
apostólico de Jesús, continúan y completan la misión del verbo encarnado.19
LOS
SACERDOTES DE JESÚS
Según
la opinión común, la espiritualidad beruliana está toda centrada en el
sacerdocio, a causa de la influencia de los seminarios, y de lo que han
repetido la mayor parte de esos maestros respecto de la dignidad y de la
responsabilidad de los sacerdotes. Es verdad que la vasta corriente de reforma pastoral y
espiritual de la que ellos han sido los principales artífices ha tenido como
objetivo prioritario la “santificación
del clero”… y que uno de los resultados más notables de su acción ha sido
el establecimiento de los seminarios
mayores; ellos han así contribuido a modelar un cierto tipo de sacerdote. Todos
han estado animados por el cuidado grande por
la dignidad de los sacerdotes, de su santidad y de su formación: “la
preocupación por la perfección sacerdotal ha obsesionado intensamente a
Bérulle” (L. Cognet); J. J. Olier tiene conciencia de haber recibido de
Jesús la consigna de “introducir la
contemplación, en el sacerdocio” (Memorias VII, 290).
_____
17 E. Merch,
EL cuerpo místico de Cristo, parís – Bruselas, Declée de Boruwer y la edición
universal, 1932, 2 vol.
18 J. Dagens, Bérulle…, París, Desclée de Brouwer, 1952, Págs. 373 – 375.
19 R.
Deville, Escuela francesa y misión, en “Misión y tradiciones espirituales”,
Sesión C.S.M. París, 1985, Págs. 77 – 85.
Todos
estarán comprometidos en la fundación de seminarios. Ellos percibían a la vez
la importancia decisiva de la misión del sacerdote, la urgencia de una
coherencia profunda entre su vida y su ministerio y el llamado a la santidad
que implican su vocación y su misión. Esta urgencia era percibida de manera
grave por todos los reformadores de la época: la situación lamentable del
clero, su ignorancia y la incuria de
muchos sacerdotes y de obispos pedían una renovación espiritual auténtica y una
sólida formación al mismo tiempo que un verdadero discernimiento de las
“vocaciones”. Olier proponían así como objetivos a los “sujetos que venían a
formarse” en su seminario ideal: venir a “conocer lo que ellos son en la
iglesia de Dios y cuál es la gracia de su estado”.20
Pero
es necesario mirar allí de más cerca:
1.
La mayor parte de sus escritos se dirigen a todos los cristianos: así es
respecto del Discurso sobre el Estado
y las Grandezas de Jesús, de la Vida y el Reino de Jesús, del catecismo
cristiano para la vida Interior, de La Introducción a la Vida y a lasVirtudes Cristianas… y Bérulle
J. J. Olier y Jean Eudes han trabajado tanto por los “pueblos” y por los religiosos (Ver, por ejemplo, los destinatarios de sus cartas) como por los
sacerdotes. Todos han sido misioneros y actuaban por la renovación de la
Iglesia; su actividad apostólica no se ha “especializado” jamás ni limitado a
una sola categoría de cristianos, aún si por motivos tanto estratégicos (la
santificación del clero era el mejor medio de asegurar una verdadera
evangelización de los pueblos) como teológicos
y místicos (el Verbo encarnado continuando su vida y su misión en el centro del mundo de una
manera particular por los sacerdotes que él anima con su propio Espíritu), ellos
han consagrado mucho de su tiempo y de sus esfuerzos al servicio de los sacerdotes.
Pero todos percibían claramente que el sacerdocio ministerial estaba al
servicio del sacerdocio bautismal de todos los cristianos. Su insistencia sobre
el aspecto sacerdotal de la vida cristiana (presentado por san Pablo en el
capítulo 12 de la Epístola a los Romanos – y retomada en Vaticano”) los
preservaba de toda forma de mal clericalismo.
2.
Ellos no eran teólogos “de oficio” y ciertos historiadores estiman que el
pensamiento de Bérulle respecto al sacerdocio no es siempre coherente.21 Con
respecto a esto, es igual para Juan Eudes.22 No obstante, su
pensamiento y su enseñanza sobre el
ministerio de los obispos y de los sacerdotes, fundamentados sobre los
escritos del Nuevo Testamento y de los
Padres de la Iglesia, que ellos leían sin cesar, son en conjunto, muy sólidos.
Su eclesiología y su sentido del espíritu apostólico les hacían evitar todo
individualismo pietista. Situaban el ministerio de los sacerdotes al servicio
de toda la Iglesia, pero veían en ellos
a los representantes de Jesús, “Verdaderos pastores en el Cristo pastor”. ¿En
que medida han estado ellos marcados por las ideas del Pseudo–Denys sobre las
jerarquías místicas y por su concepción discutible de la gracia “derivada” de
los obispos a los sacerdotes, hasta los fieles?
_____
20 Proyecto
para el establecimiento de su seminario, loc. Cit. P. 231
22 P.
Milcent, S. Juan Eudes, ob. Cit. pp. 423 – 233, particularmente p. 428.
Es
necesario todavía hacer estudios en este campo,
después de las investigaciones del S. Dupuy, de P. Chopois y de G.
Chaillot, pero es fácil superar este límite de su pensamiento: éste, se
explicaba por la convicción -común en su época- según la cual Saint – Denys era
el discípulo de San Pablo y el primer obispo de París al mismo tiempo que un
gran teólogo místico. En realidad los escritos de este “pseudo–Denys” datan del
siglo VI.23
3.
Pero lo esencial de su gracia, de su mensaje y de la herencia que ellos nos han
transmitido se sitúa al nivel de una convicción espiritual relativa a la
misión, a la dignidad,y a la santidad de
los sacerdotes. Es la vida espiritual
de los sacerdotes, unida a su consagración y a su misión en la Iglesia
que es su mayor preocupación24
Esta
herencia y este mensaje que reúnen ciertas orientaciones del Vaticano II -el Concilio que más ha hablado de la Iglesia
y del ministerio apostólico- parecen
poderse resumir así:
-
un gran deseo, inspirado por el Espíritu, de trabajar en la renovación de la
Iglesia por medio de la renovación espiritual de los sacerdotes: preocupación
por favorecer una interioridad verdadera y de suscitar ‘hombres apostólicos’
movidos por el Espíritu más que por deseos o intereses materiales.
-
El sentido de la santidad sacerdotal
ligada la unión personal del sacerdote a
Jesús, a sus intenciones a sus deseos, a su oración, finalmente a su espíritu:
“nosotros no debemos actuar más que por el espíritu de JESUS” (Bérulle).
-
Una profunda experiencia espiritual y eclesial, personal y colectiva: Todos
esos hombres han sido tocados por Dios, han hecho la experiencia y la han
compartido y han recibido del Espíritu un sentido de Iglesia a la vez místico,
muy fundado en teología y al mismo
tiempo muy realista. Hay que subrayar entre ellos el sentido del Obispo como
padre de su Iglesia y de sus sacerdotes y la grande devoción a la Eucaristía y
a María. Finalmente, ellos mismos han sido verdaderos sacerdotes de Jesús.
MARIA,
MADRE DE JESÚS
En
las páginas precedentes, el gran lugar ocupado por María en la doctrina
berualiana ha sido ya subrayado. María se encuentra en el centro del misterio
cristiano, puesto que es en ella que el Verbo se ha encarnado, puesto que
ella ha sido perfectamente dócil al
Espíritu Santo y porque ella es desde ahora, soberana maternal de todos los
hombres.
En
su Vida de Jesús, Bérulle nos ofrece un
notable relato teológico y místico sobre la Anunciación. Nada puede reemplazar
la lectura de esas páginas. María “es en
la Iglesia lo que la aurora en el firmamento, ella precede la salida del
sol...pero, Ella es más que la aurora,
porque ella no le precede solamente, ella lo debe llevar y dar a luz al
mundo” (Vida ed. Migne, col. 430)
La
santidad de María es contada por Bérulle en “páginas de una frescura exquisita”
(P. Cochois): “Santificada desde el primer momento de se ser,… ella nace sin mucho ruido sin que el
mundo hable de ella… Aunque la tierra no piense en ella… la primera y la más
dulce mirada de Dios en la tierra es hacia esta humilde Virgen que el mundo
conoce: es entonces el más alto pensamiento que el Altísimo haya tenido sobre
todo lo creado “(Vida, 430)…“Dios es y hace en ella, másque ella misma…” (id., 431)… “Ella entra en el amor y la adoración
que Jesús rinde a Dios su Padre…
23 P. Cochois,
Bérulle, ob. Cit. Págs. 131 – 133.
24
P. Pourrat, el sacerdocio, doctrina de la Escuela Francesa,
París, Blond y Gay, 1931.
Ella
pierde el disfrute de su vida propia e interior en el abismo de la vida
interior y nueva de su Hijo… y ella lleva la impresión y la comunicación de sus
acciones divinas” (Vida, 501).
Y
María es desde ahora soberana de todos los
hombres, ella tiene un “derecho y poder de dar a Jesús a las almas”
(Corresp., ed. Dagens, 11, 345). El
voto de servidumbre a María que
practicaron Bérulle y sus discípulos descansa sobre este fundamento. Este voto “no es pues
devoción supererogatoria sino voto
derivado del lugar reservado a la Madre
del Verbo Encarnado en el designio de Dios” (P. Cochois, Bérulle, ob. Cit. P.
108)
La
“devoción” mariana de Bérulle, a la vez muy teológica y muy afectiva, se vuelve
a encontrar con sus discípulos. Cada uno a su manera tendrá, con respecto a
Nuestra Señora, Madre de Jesús y Soberana de la Iglesia y del mundo, un tierno
afecto que expresa de diferentes maneras: peregrinaciones, oraciones, voto de
servidumbre o de esclavitud. Se sabe
cómo Olier ha transformado la pequeña oración de Condren haciendo una oración a
“Jesús viviente en María” (Ver página 68). Juan Eudes ha escrito páginas
admirables sobre el Corazón de María”: “Jesús está de tal manera viviente y
reinante en María, que es el alma de su alma, el espíritu de su espíritu, el
corazón de su corazón; de suerte que se puede bien decir que el Corazón de María, es Jesús” (O.C. VIII, p.
130). Para él, María era verdaderamente el icono de Jesús.25
Con
J. J. Olier, hay que subrayar una nota en particular. Si él mismo es muy
conciente de la presencia de la Virgen en su existencia cotidiana, y si él
extiende la devoción mariana en su
parroquia, él insiste, sobre todo en el seminario, sobre María, Reina de los
sacerdotes, después de Bourgoing. María es para él modelo del clero. La fiesta
de la Presentación de la Virgen, el 21 de noviembre, será para él esencial en
la liturgia del seminario y será la
ocasión para los sacerdotes y los seminaristas de renovar sus compromisos al servicio de Dios de la
Iglesia. El 21 de noviembre será también
celebrado solemnemente por los otros Berulianos y por los Carmelitas de
Francia: estos, hasta el Concilio, renovarán sus votos el día de la
Presentación de María.26
Ya
han sido publicados estudios sobre María y el Sacerdocio.27 Pero
otras investigaciones deben aún ser hechos. La cualidad y la verdad
teológicos de la devoción beruliana a María siempre en referencia a Jesús son los mejores
garantías de su autenticidad. Esta devoción encontrará en Grignion de Mortfort un apóstol incomparable (Ver C. 9).
UNA
PEDAGOGÍA ACTIVA
Al
servicio de su doctrina espiritual, Bérulle y sus discípulos han dado prueba de
un grandísimo sentido pedagógico. Todos ellos
han sido auténticos “maestros espirituales”. Se ha podido escribir de Bérulle que él no ha tenido “más
que una pasión en su vida: descubrir a las almas para hacerles vivir las
riquezas insoldables del misterio del Verbo encarnado”. (P. Cochois, ob. Cit.
P. 4). Como las otras “escuelas” de espiritualidad, la escuela beruliana ha
querido iniciar a sus discípulos en la unión a Jesús, enseñándoles a “vivir
totalmente para Dios en Jesucristo”. _____
25 R. de Pas,
María icono de Jesús, textos de San Juan Eudes, París, Procura de los Euditas,
1980.
26
La oración de Elizabeth de la Trinidad ha sido escrita por
ella la tarde del 21 de Noviembre de 1904… “Yo me entrego a ti”.
Ellos desearían que Jesús “fuera formado en ellos”(
cf. Gál. 4,19). Para contribuir a esta formación, ellos han preconizado la
utilización de cierto número de medios prácticos y no han dudado en crear
nuevas fórmulas pedagógicas. El estudio detallado merecería ser hecho; se contentará aquí con indicar rápidamente
algunos de estos medios, que se podrían comparar con los propuestos por San
Francisco de Sales, que muchos habían
encontrado y que todos admiraban.
- La oración de la Iglesia era para
todos ellos el lugar de la adoración, del sacrificio, de la oración de la
Iglesia, unida a la de Jesús, y un gran
medio de formación. Ellos han hablado y
escrito mucho sobre los misterios de
Jesús celebrados en a la liturgia; en función de su visión de la vida
cristiana ellos insistían en las solemnidades del Verbo Encarnado: La
Anunciación, Navidad, Jesús Niño, la Semana Santa, el Tiempo Pascual y
Pentecostés. La fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo (2 de Febrero),
fiesta de la luz de Cristo “Que ilumina las naciones”, ha sido para varios de
entre ellos la ocasión de gracias
particulares….
Ellos
no han dudado en crear oficios propios: oficios de Jesús (Bérulle), del Corazón
de María, del Corazón de Jesús (Juan Eudes); de la vida interior de Jesús, de
María (Olier); ellos han solemnizado alguna fiesta ya existente, como la
Presentación de María en el Templo el 21 de noviembre (Olier)… Todo eso estaba
destinado a formar verdaderos cristianos animados del Espíritu mismo de Jesús, viviente en el corazón de la
Iglesia.
-
La
iniciación a la oración ha sido para los maestros de la
Escuela Francesa un cuidado permanente. Condren, Olier, Juan Eudes, y más tarde
Juan Bautista de la Salle propondrán “métodos” de oración, incluso textos de
meditación. Los sucesores de esos maestros se esforzarán por adoptar y divulgar
esos métodos, con un éxito relativo… Pero las grandes líneas de la oración
sulpiciana por ejemplo (Jesús ante los ojos, en el corazón, en las manos)
formarán en la oración a generaciones de sacerdotes. Las oraciones de antes del medio día de Juan Eudes son mucho
menos “exámenes particulares” que verdaderos momentos de oración de Jesús y de
comunión a sus sentimientos: es toda la oración beruliana. Al servicio de esta oración,
ellos han redactado admirables oraciones o elevaciones: a la Trinidad, a JESÚS,
a María…
- El culto por la Palabra y por la
Eucaristía. La Biblia no era para ellos solamente la fuente principal de
su doctrina, ella era también libro de oración. Ellos insistían mucho sobre la
lectura orante de la Escritura. Olier en particular nos ha dejado páginas
espléndidas sobre el gran respeto que se debe tener por la Escritura santa en
la casa de Saint Sulpice. Cada tarde él comentaba a los seminaristas un pasaje
bíblico en la “Conferencia de la Escritura”. Para él, la devoción a la Biblia
va al par con la devoción al Santísimo Sacramento que él desarrolló mucho,
tanto en el seminario, como en la parroquia de Saint Sulpice.28
- La
dirección espiritual ha sido el objeto de todos sus cuidados; sus cartas
son los mejores testimonios de la alta idea que ellos se hacían de las mismas:
“dirigir un alma es dirigir un mundo” (Bérulle).Más aún, la lectura atenta de
las cartas de Corden, de Olier o de Jean Eudes, son para nosotros la mejor
manera de conocerlos y de entrar en su pensamiento.
_____
-
Los votos de servidumbre a Jesús y a María a los
cuales él ha hecho ya alusión, han sido objeto de vivísimas controversias. Si
Bérulle ha cometido probablemente alguna
equivocación pedagógica queriendo imponer a los Carmelitas el voto de
servidumbre a María en 1615, voto que practicaban ya los sacerdotes del
Oratorio, es preciso reconocer, como el “P. Cochois la ha mostrado, que
tales compromisos van en el sentido del
Bautismo, así ratificado y renovado. Hay allí
una pista de búsqueda muy importante que sale a la vez de la historia de
la espiritualidad y de la pedagogía
espiritual. Muchos santos en efecto,
han propuesto semejantes “ofrendas de sí”. Que se piense en el “Suscipe”
de San Ignacio, en tal oración de Teresa de Ávila: “Vuestra soy yo, para ti yo
he nacido, ¿qué quieres hacer de mí?”. O el texto admirable de Santa Teresa de
Couderc: entregarse” (26 dejunio de 1864). Y cuando el P. Voillaume habla del
“Segundo Llamado”, él reúne , me parece, ese movimiento.
Todas las “devociones” de la Escuela
Francesa, no son finalmente, más que medios al servicio de una
sola finalidad: ayudar a los hombres y a las mujeres que lo desean a responder
al llamado del Señor.
Esos
medios pedagógicos corresponderán a esta finalidad: “abandonarse al Espíritu”
de Jesús, “Adherirse” a sus sentimientos, “entrar en su oración” y entonces
renunciarse a sí mismo para dejar el lugar al Espíritu de Jesús, ejercitarse en
comulgar con las disposiciones de Jesús,
a sus “moradas” hacia su Padre, en la adoración y la alabanza, hacia los hermanos en el amor y el servicio, hacia
sí mismo en el olvido y el anonadamiento.
Es
así que la vida de cristo resucitado
invadirá el corazón y la existencia de esos cristianos renovados por el
Espíritu.
CAPITULO 8
JUAN BAUTISTA DE LA SALLE (1651 –
1719).
DOS GRANDES
HEREDEROS
Entre
los numerosos herederos de la Escuela Beruliana, dos santos merecen una
atención particular: Juan Bautista de la Salle (1651–1719) y Luis María
Grignion de Montfort (1673–1716). En efecto, sus compromisos apostólicos y su doctrina espiritual se
inscriben en la línea misma de los fundadores de la Escuela Francesa; por otra
parte, ambos han sido formados en el
seminario de Saint–Sulpice y allí han recibido una influencia decisiva de sus directores: Louis Tronson (1622–1700)
y François Leschassier (1641– 1725).
Además,
la proyección ejercida por J. Bta, de la Salle y L. M. Grignion de Montfort y
por sus familias religiosas ha contribuido mucho y contribuye siempre a
difundir algunos de los grandes temas
Berulianos.
UN EDUCADOR Y UN SANTO
El
fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas es bastante conocido por su
obra pedagógica y particularmente por las innovaciones que ha aportado en la
educación popular: enseñanza simultánea, gratuidad, supresión del latín… Es
igualmente conocido en el mundo entero por el Instituto que él ha fundado y al
cual ha dado principios y una estructura del
todo nuevos para la época: religiosos y educadores, laicos, viviendo en
comunidad y compartiendo la vida de sus alumnos, influyendo en su espíritu y de
fe, alimentado por la oración asidua, la fuente de su celo apostólico. Pero
fuera de su Instituto o de algunos historiadores de la espiritualidad, su experiencia
espiritual personal y su enseñanza sobre la oración y sobre la grandeza
del ministerio de los educadores
cristianos son prácticamente ignoradas. De la Salle ha sido, por tanto, un
grandísimo maestro espiritual que se vincula estrechamente a la Escuela
Beruliana. Él no ha sido educado en
Saint–Sulpice más que diez y ocho meses, habiéndolo obligado la muerte de su
padre a asegurar la tutela de seis hermanos y hermanas de los que él era el
mayor. Por otra parte, él ha recibido la influencia de otras corrientes
espirituales: Francisco de Sales y Teresa de Ávila particularmente, de los que
él ha sido un lector asiduo… Pero la marca beruliana permanece preponderante;
una de las señales de esto es la invocación que sus hermanos han repetido
veinte veces por día desde hace tres siglos: “Viva JESUS en nuestro corazones”
y que es el eco vibrante de la oración de Condren y de Olier: “Oh Jesús
viviente en María…” y de las afirmaciones fundamentales de Juan Eudes en la
Vida y el Reino de Jesús en las almas cristianas.
UNA EXISTENCIA DÓCIL AL MOVIMIENTO DEL ESPIRITU
Sobre
su lecho de muerte, el Viernes Santo 7 de abril de 1719, Juan Bautista de la
Salle resumió en una sola frase la
actitud fundamental de su vida cristiana: “Yo adoro en todos las cosas la conducta
de Dios en mi persona”.
Toda
su existencia no había sido más que una larga respuesta, cada vez más fiel y
total, a las llamadas del Espíritu Santo a través de las circunstancias
frecuentemente imprevistas; día tras día, él ha correspondido a los invitaciones
de Dios percibidas en las necesidades de
la formación de sus hermanos, con
la ayuda de tal o cual consejero. La voluntad de Dios su “conducto hacia su
persona” ha sido la luz y la regla de su vida, en cada momento, en cada
etapa, a pesar de los sufrimientos, los
desgarramientos, las rupturas, las contradicciones y las noches de toda clase.
Al
inicio de su vida sacerdotal, él se
había impuesto algunas reglas que ha guardado hasta su muerte. La tercera de
esas reglas ayuda a conocerlo bien:
“Buena
regla de conducta de no hacer nada de distinción entre los asuntos propios de su estado, y el asunto de su salvación y
de su perfección, y asegurarse de que no habrá jamás mejor modo de lograr su salvación, y que no
adquirirá jamás más perfección más que
haciendo las tareas de su cargo, con tal que las cumpla en vista de la orden de Dios.Es preciso
tratar de tener siempre eso en vista”.1
Juan
Bautista de Salle nació en Reims, el 30 de Abril de 1651, de una familia muy
acomodada, de negociantes y de magistrados. El debía ser el mayor de once
hijos de los que siete solamente
sobrevivieron. El medio familiar era profundamente cristiano, bastante austero,
sin duda con un punto de rigorismo: uno de sus hermanos y varios primos y
sobrinos fueron jansenistas.
______
1
Citado en S. Sauvage y S. Campos, Juan Bautista de la Salle,
Paris
El
comenzó sus estudios clásicos en Reims en el colegio de los Buenos niños.
Tonsurado a los once años, se orienta resueltamente hacia el estado eclesiástico y llega a ser en
1661 canónigo de la catedral de Reims.
Prosigue
sus estudios de filosofía, después de Teología en Reims y en París. Una
estancia de un año y medio en el seminario de
San Sulpicio lo marcará para siempre (otoño de 1670 – Primavera de
1672). Conservará relaciones continuas con el S. Tronson y el S. Leschassier.
Amaba hablar a sus hermanos de la “Santa
Casa”… semillero de obreros apostólicos… que le dio el espíritu de Dios”. Su
camino espiritual y su enseñanza sobre la oración y sobre el celo apostólico
llevan la huella de esta formación.
Vuelto
a Reims después de la muerte de su
padre, en 1672, para asegurar la tutela de sus hermanos y hermanas, cumple sus
responsabilidades con una conciencia y un
afecto raros. Los “cuentas de tutela”, recientemente publicados, son un
testimonio conmovedor de esto.
Después
de su ordenación en Reims, el 9 de abril de 1678, por el arzobispo Charles –
Maurice le Tellier, él comienza un ministerio sacerdotal aparentemente
imprevisto, pero que va como a prologar al servicio de los niños su primavera tarea de educador, desempeñada
cerca de sus hermanos y hermanas… Desde
1679, participa en la apertura de dos, después de tres escuelas de muchachos en Reims. Allí se
compromete financieramente, después se
implica de más en más totalmente. Percibiendo con agudeza que la
condición primera que aseguraba la estabilidad y la eficacia de la escuela
cristiana era la formación de los maestros, se entregó a ella completamente. El
24 de junio de 1681 (fiesta de San Juan
Bautista, su patrón, precursor del Señor), él invita ocho o diez maestros a
vivir en su casa… donde ellos, tomaban ya sus comidas. El año siguiente, en la
misma fecha deja el techo familiar para ir a vivir con ellos, pobremente, en
una casa cercana. Es el mismo años (1682) en que Luis XIV se instala
definitivamente en Versalles…
Lo
que él propone así a esos maestros, compartiendo totalmente su vida, no es una
simple existencia de enseñantes asalariados, sino el ideal de una vida
consagrada vivida en comunidad, al servicio de la educación cristiana de los
niños pobres.
Poco
a poco, sin prisa, pero sin retraso ni
vuelta, él deja todo, renuncia a su canonicato, a su patrimonio, y ve venir a
él después de algunos defecciones, un gran número de voluntarios.
Esto
le permite enviar maestros a los escuelas de Rethel y de Chateau Porcien en
1682, después a Guise y a Laon en 1685. En 1687, él habrá creado en Reims un
“seminario de maestros” para el campo, escuela normal adelantándose a su época.
Al lado de ese centro se abre un noviciado para los jóvenes que quieren
unirse a la comunidad. Toda su vida estará desde ahora guiada por la
preocupación de “formar educadores”.
En
febrero de 1688, el S. de la Salle deja Reims, con dos de sus hermanos y va a
tomar cargo de la escuela de caridad, de muchachos de la parroquia de Saint –
Sulpice en París. Él permanecerá doce años en la capital, trabajando allí con
perseverancia a pesar de las oposiciones de todas las órdenes, particularmente
la de los “maestros escribanos” y aún de tal o cual cura de Saint–Sulpice.
No
obstante, lo que se convertiría el Instituto de los Hermanos de las Escuelas
Cristianas, se organiza y se reestructura.
Después de la Asamblea de Reims (Pentecostés de 1686), etapas
importantes son franqueadas: el 21 de noviembre de 1691 (fecha muy querida a
este exalumno de Saint–Sulpice), él se compromete definitivamente con dos de
sus más antiguos hermanos, por votos de asociación, de obediencia y de
estabilidad.
En
1692, comienza un noviciado en
Vangirard, entonces en las afueras de
París, hacia el sur. El 6 de junio de 1694, fiesta de Pentecostés,
apertura en Vangirard de un retiro marcado por su elección como superior
del Instituto (el 7 de Junio) y por los votos perpetuos de varios Hermanos. La
misma fecha de Pentecostés se
reencontrará en 1716 para la asamblea de Saint – Yon (Rouen) que elegirá
al hermano Borthélémy como sucesor de Juan Bautista.
Las
primeras “Reglas comunes del Instituto…
“datan probablemente de la asamblea de 1694.
Desde
ahora las fundaciones y la toma de cargo se van a diversificar y a multiplicar
a través de Francia y hasta Roma. El período que
Juan
Bautista de la Salle encontrará casi por todas partes dificultades y
contradicciones. Él creerá un momento
deber retirarse, pero regresará a París en 1714 y se instalará definitivamente
en Rouen en 1715. En 1717, reemplazado por
el hermano Barthélémy, permanece
sencillamente en la discreción como capellán de su comunidad de Saint – Yon; él redacta entonces
un cierto número de textos espirituales
y muere el 7 de abril de 1719.
Uno
de sus hermanos de hoy ha podido resumir
su acción y su misión de la manera siguiente:
“Juan
Bautista de la Salle ha tenido el genio de la escuela, la intuición fecunda de
sus necesidades; él ha creado, para responder a ello, los tipos más
diversos de enseñanza: de las escuelas
de caridad a las escuelas profesionales, pasando por las academias dominicales,
la pensión libre y la casa de
corrección. No obstante, su primera misión fue la formación de los discípulos
convidados a uno de los apostolados más esclavizantes que haya”.2
Detrás
de todos esas realizaciones, importa percibir
cual idea – cual ideal – él se hacía de la misión y de la vida de sus
hermanos…
LOS
EDUCADORES CRISTIANOS, SUCESORES DE LOS APÓSTOLES EN SU MINISTERIO
Si
Juan Bautista de la Salle ha organizado de manera muy precisa sus escuelas y su
Instituto, si él ha dado a sus hermanos consignas sobre la Conducta de las Escuelas Cristianas y de las
Reglas de la Decencia y de la Urbanidad Cristiana, él les ha dejado
sobre todo grandes textos espirituales.
Marcados
por una claridad y un rigor impresionante, como el Compendio de Diferentes Tratados
al uso de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (1711), esos textos
apuntan a alimentar y a renovar las dos
actitudes fundamentales de espíritu de fe y de celo apostólico; es allí que él
ve lo esencial de su vida espiritual, en el centro de su servicio eclesial de
educadores cristianos.
Pero
parece que una de las ideas mayores de Juan Bautista de la Salle, una de sus
gracias, ha sido considerar y repetir sin cesar a sus hermanos – que él quería
laicos – que su ministerio de educadores cristianos continuaba el mismo
ministerio de los Apóstoles. “Los que instruyen a la juventud son los cooperadores de Jesucristo en la
salvación de las almas”…
_____
2
Hermano Mauricio – Auguste, en catolicismo, t. VI; Art. “J.
B. de la Salle”, col. 640.
“Lo
que Jesucristo dice a sus santos Apóstoles él se lo dice también a ustedes
mismos”… “Ustedes han sucedido a los Apóstoles en su empleo de catequizar y de
instruir a los pobres”… Agradeced a Dios la gracia que os ha hecho en su
empleo, de participar en el ministerio de los santos Apóstoles, y de los
principales obispos y pastores de la Iglesia, y honrad vuestro ministerio, (Rom. 11, 13), convirtiéndose, como
dice San Pablo, en dignos
ministros del Nuevo Testamento (2
Cor. 3,6).” Se podrían multiplicar tales citas. Una lectura atenta de la obra maestra
espiritual que constituyen las Meditaciones
Para el Tiempo del Retiro, donde el fundador ha dejado sin duda lo
esencial de su corazón, permite percibir su convicción fundamental; los
hermanos han sido llamados a ejercer y a vivir el ministerio apostólico, a
continuar la misión de los Apóstoles. Las citas extremadamente numerosas de San
Pablo, particularmente de la segunda Epístola a los Corintios, donde el apóstol
expresa ampliamente el sentido de su ministerio, van en el sentido de lo que se
podría llamar la identificación apostólica de los hermanos.
Juan
Bautista de la Salle había sido formado en Saint–Sulpice, que se quería una
casa apostólica, según el deseo de J. J. Olier. Él allí había orado cada día
antes al cuadro de Le Brun representando la Venida del Espíritu Santo sobre los
Apóstoles. Su devoción al Espíritu Santo y a la fiesta de Pentecostés se
explica en parte por esta dimensión inseparablemente espiritual y apostólica de
su formación. Olier no había escrito: “El seminario de Saint–Sulpice (…) Se ha
consagrado y dedicado a Jesucristo Nuestro Señor para honrarlo no solamente
como Soberano Sacerdote y como el gran Apóstol de su Padre, sino aun para
respetarlo viviente en el colegio de los Apóstoles, invocando todos los días el
Espíritu apostólico sobre sí y sobre
toda la Iglesia para renovar en ella el amor de Jesucristo y la religión hacia
su Padre”.3
El
genio de la Salle ha sido comprender en la fe y repetir sin cesar a sus
hermanos, que su “empleo”, unido a su “estado” era totalmente apostólico; él debía pues ser vivido bajo
la movilización, “por el movimiento” del
Espíritu Santo, Espíritu que no es otro,
según los Berulianos, que el espíritu de JESUS, a la vez filial y apostólico.
¡VIVE
JESUS EN NUESTROS CORAZONES!
El
cristocentrismo místico de la escuela beruliana se expresaba en numerosas
oraciones:
Oficio
de JESUS de los Oratorianos, Pequeñas Oraciones del Padre de Condren, que se ha
desarrollado con Olier en. “Oh Jesús viviente en María…”“Ave Cor” de Juan
Eudes… Juan Bautista de la Salle no ha propuesto solamente oraciones cotidianas
“en honor y unión…” de tal o cual
misterio de Jesús, él ha dado también a sus hermanos una oración breve, que
ellos repiten varias veces al día y que ha cantado y canta aún en el corazón y en los labios de
sus discípulos… Ese Jesús que él contemplaba,
que él adoraba con acentos líricos que nos sorprenden en este rudo
asceta, él le pedía, en la línea de la oración oleriana venir a vivir. “en nuestros corazones” para que
toda la existencia - actitudes profundas
y comportamientos cotidianos – sean transformados en esto.
_____
3
Olier, Diversos Escritos, I, 67
Esta
oración breve, grito de amor y de deseo, se debe comprender como el resumen
viviente de todo un conjunto de enseñanzas sobre la oración y de textos de
meditación que el fundador ha dejado a sus hermanos. Iniciado en Saint–Sulpice
primero, después con la ayuda de sus directores sucesivos como Nicolás Roland y
Nicolás Barré, él consagraba a la oración
mental cada día, largas horas. La oración fue el crisol de su vida espiritual y
apostólica. A través de ella hizo una experiencia profunda de Dios, de la Cruz,
de Jesús y del misterio de la Iglesia.
Esta experiencia transparenta en las
doscientas ocho meditaciones que él ha dejado
a sus hermanos y en esta admirable Explicación del método de oración que desarrollaba lo que él
había previamente expuesto en su Recopilación... y que él debía
repetir incansablemente a sus discípulos
en Reims, en Vaugirard y en Saint – Yon.
Sin poder entrar en el detalle de esta enseñanza
sobre la oración, conviene señalar algunas características importantes:
-
La insistencia muy grande sobre la presencia de Dios. No es para él un simple
previo para la oración, es ya la oración misma. En el limite, y esto traduce
ciertamente su propia experiencia, “la oración de simple atención” - o de
simple mirada – no es más que un acto
muy sencillo y prolongado de presencia de Dios. La Salle había frecuentado el
convento de los Padres Carmelitas, calle Vaugirard; él había encontrado allí
sin duda al hermano Laurant de la Resurrección que ha vivido allí hasta 1691. Ese hermano converso atraía
muchos cristianos deseosos de vivir a fondo el Evangelio, pero de una manera simple; él no hacia más que enseñarle
la práctica de la presencia de Dios…
-
Las etapas de toda vida espiritual se
encuentran en diversas formas de oración presentadas: pláticas por reflexiones
multiplicadas, por reflexiones escasas y mucho tiempo continuadas y finalmente
por simple atención. Diversos métodos son propuestos según que se apliquen
sobre un misterio, sobre una virtud o sobre una máxima.
-
La orientación resueltamente práctica de las “meditaciones” del fundador; a
cada consideración corresponden una o dos preguntas y tal o cual exhortación:
“¿No habéis estado alguna vez, o no estás en esta miserable disposición? Si
esto es, gemid ante Dios, y rogadle insistentemente que os saque de esto lo más pronto posible,
porque el remedio a ese mal debe ser aplicado prontamente”. El realismo de Juan
Bautista de la Salle no aparece menos cuando invita a meditar sobre las
exigencias de la vida comunitaria; él allí vuelve frecuentemente,
particularmente en una meditación justamente célebre sobre “la obligación que
tienen las personas en Comunidad de soportar los defectos de sus hermanos”.
Pero ese realismo psicológico es en primer lugar un realismo espiritual
iluminado por la fe. Lo que él escribe
sobre la presencia de Jesús en medio de los hermanos es una excelente
ilustración de esto: “¿No es una gran dicha, cuando se está reunido con sus
hermanos, sea para hacer oración, sea para
algún otro ejercicio, de estar seguro que se está en la compañía de
Nuestro Señor y que está en medio de sus hermanos? Él está en medio de ellos,
para darles su santo Espíritu, y para
dirigirlos por él en todos sus acciones y en toda su conducta; él está en medio
de ellos, para unirlos en armonía (…) Jesucristo está en medio de los hermanos
en sus ejercicios, a fin de que, todas sus acciones tiendan a Jesucristo como a
su centro, sean uno en él por la unión que
tendrán de Jesucristo actuando en ellos y por ellos”.
La
vida, la obra y el mensaje de un hombre como Juan Bautista de la Salle se
explican en gran parte por sus propias convicciones y por su experiencia
espiritual y apostólica. Las etapas de su propio caminar y el análisis de las
influencias recibidas no han sido aquí más que evocadas… el fundador, por otra
parte, no ha sido un innovador bajo
todos los planos. Su genio ha sido sin
duda el adoptar de manera magistral, perfectamente adaptado a su época, algunas de las grandes
orientaciones apostólicas y espirituales del siglo XVII francés. Él no ha sido
más que beruliano, pero es preciso insistir sobre este aspecto de su doctrina
espiritual que lo convierte en un
verdadero representante de la Escuela Francesa. Nadie, en definitiva, puede
reemplazar el contacto directo con sus escritos ni el encuentro con sus
hermanos. Lo que escribía Luis de León a propósito de Teresa de Ávila, se
aplica bien a él: “Yo no he encontrado jamás a la madre durante su vida mortal,
pero yo creo conocerla un poco a través de sus escritos y por sus hijas”.
CAPITULO 9
Louis
Marie Grignion de Montfort (1673 – 1716)
“EL ULTIMO
DE LOS GRANDES BERULIANOS”
¿Quién no conoce el Tratado de la Verdadera
Devoción a la Santísima Virgen o El Secreto de María? y por
tanto, si el gran título de gloria de Grignion de Montfort es el de apóstol de María, su misión y su gracia
desbordan la dimensión mariana – esencial – de su experiencia y de su mensaje.
Él
ha sido primero un misionero, apasionado del Evangelio, enamorado de la
Sabiduría eterna y testigo de Jesús crucificado cerca de los pobres: el calvario
de Pon –Chateu forma parte integrante de su mensaje, lo mismo que el voto de
esclavitud a Jesús por María.
Por
muchos de los aspectos de su pensamiento y de su enseñanza, Monfort permanece
como uno de los mejores testigos de la espiritualidad de la Escuela Francesa;
Bremord no duda en hablar de él como del “último de los grandes Berulianos”.
De
hecho, pero con sus acentos particulares, particularmente respecto a la
sabiduría eterna, él permanece en la grande línea beruliana; no obstante, él la
matiza y la enriquece en alguna manera
con su larga y amorosa contemplación de esta Sabiduría de Dios que no es otra
que la persona del Verbo encarnado.
Sin
querer entrar en los detalles de una existencia muy plena y variada, ni
pretender exponer el conjunto de su doctrina, es necesario recordar algunas de
las etapas de su caminar.
Louis–Marie
Grignion nació el 31 de enero de 1673, en Montfort–La–Cane, hoy
Montfort–sur–Meu, a veinte kilómetros al oeste de Rennes. La familia era bastante desahogada
económicamente, pero conocerá reveses de fortuna. Luis María será el mayor de
numerosos hermanos y hermanas. En 1675, sus padres se instalaron en
Bois-Marquer Municipio de Iffendic, muy próximo a Montfort.
Los
historiadores de Loui –Marie, retomando el testimonio de uno de sus tíos
maternos, Alain Robert, vicario en Saint–Sauveur de Rennes subrayan a porfía su
piedad y su seriedad desde sus primeros
años.
En
1684, él fue enviado a Rennes, al Colegio St. Thomas Becket dirigido por los
Jesuitas. Ese colegio era muy floreciente y contaba con cerca de tres mil alumnos, todos externos y de condiciones sociales diferentes, la enseñanza era allí
gratuita. La escolaridad iba del sexto hasta el inicio de los estudios de
Teología y comprendía el estudio del Latín y del Griego.
Viviendo,
al menos los primeros años, con su tío Alain Robert, Louis–Marie estudiará ocho
años con los Jesuitas: Humanidades Clásicas, Filosofía y aún un poco de
Teología. Se nos dice que él “ganaba
todos los premios, al final del año” y que pasaba una parte de sus recreos
“en hacer miniaturas y pequeños cuadros
de piedad”. Él se conservaba apartado de
los otros alumnos y hoy nos parecería un
poco serio… Él manifestaba ya, nos dicen sus contemporáneos, una devoción
particular hacia la Santísima Virgen María.
En
1686, sus padres vienen a vivir a Rennes. Las relaciones de Louis–María con su
padre no serán siempre fáciles: este padre era muy irascible y no parece haber
tenido en su persona la comprensión y el afecto del cual la madre rodeaba a su
hijo mayor…
Durante
sus estudios, éste frecuentaba a un vicario de la catedral, Julien Bellier;
este sacerdote reunía a algunos jóvenes que aspiraban al sacerdocio y los
enviaba a visitar a los enfermos en los hospitales. Louis–Marie se comprometió
con todo su corazón en ese servicio y tomó aún muchas veces la iniciativa de colectar dinero para ayudar a los pobres…
Uno
de sus camaradas del colegio, convertido en su amigo en Saint–Sulpice, después
su biógrafo, Jean–Baptiste Blain, nos ha dejado numerosos recuerdos relativos a
este período de la vida de Louis–Marie
Grignion. Por otra parte, es el mismo
Blain quien escribirá una de las primeras biografías de su contemporáneo Juan
Bautista de la Salle, en 1733.
EN SAINT SULPICE EN PARIS, 1692 – 1700
Gracias
a una benefactora, la Señora de Montigny, reaparece residiendo en el barrio
Saint–Germain des Prés, en París, Louis–Marie tomó el camino de la capital en noviembre de 1692
en vista de prepararse al sacerdocio en Saint–Sulpice. Él frecuentó sucesivamente
tres de las cuatro comunidades que giraban entonces alrededor de la iglesia de
Saint– Sulpice.
Él
ha vivido muy pobremente llevando una vida mortificada, consagrando varias
horas cada día a la oración, estudiando
con empeño, frecuentemente siendo objeto de burla por parte de sus
condiscípulos, y formado por sus directores de una manera a la vez respetuosa y
ruda.
Las
casas de Saint–Sulpice de los cuales se venteaba el fervor espiritual eran
también escuelas de ascesis y
regularidad. Nada era tan reprimido como la singularidad. Ahora bien el señor
Grignion presentaba al lado de una santidad y de una piedad indiscutibles,
algunas señales de originalidad. Allí aún los historiadores son para nosotros
buenos testigos, probablemente por debajo de la verdad, cuando nos hablan de
sus comportamientos “extraordinarios… singulares”.
Los
estudios del joven Grignion sea primero en la Sorbona sea después en el
seminario mismo, parecen haber sido sólidos. Es preciso aquí añadir
que el cargo de bibliotecario que le fue confiado lo llevó a leer
enormemente: Padres de la iglesia, teólogos, autores espirituales antiguos o
contemporáneos, particularmente tal o cual escrito de Bérulle y los libros del
arcediano dé Evreux Henri–Marie Boudon (1624 – 1702). El trabajo en hacer
el catálogo de la biblioteca del
seminario (conservado en la biblioteca Mazarine en Paris). Él había igualmente
trascrito sobre un grueso cuaderno
numerosos textos sobre todo relativos a la Virgen María. Él llevará ese
cuaderno con él durante sus misiones.
Las
actividades intelectuales y los tiempos de oración se acompañaban igualmente de
compromisos apostólicos: catequesis en el barrio Saint–Germain, servicio a los
pobres, intervenciones diversas…
Sin entrar más en el detalle de lo que ha
vivido Louis–Marie entre 1692 y 1700, año de su ordenación, importa señalar
en qué parece que estuvo más marcado por esos años pasados en
Saint–Sulpice.
El
clima de oración, el acento puesto en la vida espiritual no podían más que
enraizarlo en lo que él ya vivía. Las
enseñanzas de los Directores y sus
lecturas personales, muy numerosas, lo han formado para siempre: el
teocentrismo beruliano sacado en Saint– Sulpice se encontraba en el “Sólo Dios”
de H. M. Boudon, retomado por Grignion. La contemplación de los estados y de
los misterios de Jesús, Verbo Encarnado,
revendrá sin cesar en su enseñanza y en sus oraciones; el lugar eminente de
Maria en la fe, y en la vida cristiana,
era uno de los temas querido de todos los Berulianos; la “vida de Jesús en
María” era objeto de admiración y de oración; Grignion que había dicho cada día
en Saint– Sulpice la oración “O Jesús
Viviente en María” la incluirá en la oración de la tarde que él propone
a sus discípulos (Obras completas, p.
849).
El
insistirá también sobre la oración del Rosario: Para él el Rosario es a la vez
una oración a María y una oración a Jesús, Hijo de María, para honrarlo en sus
misterios y los estados de su vida y atraer en nosotros las gracias de esos
misterios.
Es
preciso subrayar la influencia preponderante de sus directores espirituales,
principalmente del Señor François, Leschassier, (1641 – 1725), con quien permanecerá en relaciones después de su ordenación y que continuará
orientándolo tanto en el plan apostólico como en el espiritual. Se debe al
señor Louis Tronson (1622 – 1799) entonces superior y retirado en Issy el
mérito de haber hecho precisar la fórmula propuesta por Grignion “esclavos de María” en “esclavos de
Jesús en María”.
Grignion
escribirá más tarde páginas admirables sobre la devoción al “gran misterio de
la Encarnación”, pero subrayando de él especialmente el lazo entre Jesús y
María y particularmente “la dependencia
inefable que Dios el Hijo ha querido tener de María… dependencia que aparece
particularmente en ese misterio en que Jesucristo es cautivo y esclavo en el
seno de la divina María y donde él depende de ella para todas los cosas”. (VD.
243).
Finalmente
– y este no es menor – el espíritu apostólico y misionero que animaba ya al joven Louis–Marie en
Bretagne y que se ejercitaba en
diferentes actividades catequistas y caritativas en París, no podía más
que profundizarse y desarrollarse en el seminario. Jean- Jacques Olier, se ha
visto, quería hacer de su casa una casa apostólica… donde se invocaría “Todos
los días el Espíritu apostólico sobre sí y sobre toda la iglesia “(Div.
Escritos 1, 67). El fundador, no pudiendo ir a Canadá ni a Tonkin, había
designado él mismo a los primeros sulpicianos destinados a la Nueva Francia…
A
pesar del estilo aparentemente, afectado de sus sucesores, el espíritu
misionero de Olier permanecería presente y no se extrañe de ver a Grignion de
Montfort ofrecerse para Canadá…
Pero
todos esos aspectos Berulianos u
olerianos: primado de Dios, contemplación de Jesús en sus misterios,
principalmente el de la Encarnación y el de la Cruz, unión a María y espíritu
apostólico eran retomados de una manera muy personal por Louis–Marie. Su
devoción a María particularmente la había hecho notar; es por lo que se le
confío el cuidado de la capilla de la Santísima Virgen en el ábside de la
iglesia de Saint–Sulpice: por otra parte, es
allí, que él celebró su primera misa. En 1699, él había sido designado,
con otro seminarista, para la peregrinación tradicional a Nuestra Señora de
Chartres.
María
estará desde ahora y definitivamente en el centro de su vida y de su ministerio
de misionero.
PRIMEROS
MINISTERIOS
Louis–Marie,
animado de grandes deseos apostólicos, comienza su ministerio en Nantes, en la comunidad de Saint–Clément.
Este fue, si no un fracaso, al menos una grande decepción. Conservamos de esta
época una carta magnífica, dirigida el 6 de diciembre de 1700 al Señor Leschassier. Grignion allí expresa ya
casi todo lo que será su ministerio y su
misión. Ese texto es un verdadero programa apostólico que nos revela el corazón de Louis–Marie. Por
mediación de la Señora de Montespan, que ve en Fontevrault donde se encontraba su hermana, él es en seguida
orientado hacia Poitiers. Él se entrega en cuerpo y alma al servicio de los
enfermos del Hospital general, del que él llega a ser capellán. Es allí que se
funda, gracias a algunos enfermos y sobre todo gracias a Marie–Louise Trichet,
la primera comunidad de la Sabiduría, el 2 de Febrero de 1703, día en que
Marie–Louise toma él habito gris de los pensionados del hospital pobre entre
los pobres y para ellos. Después de una
breve estancia en París, Grignion regresa a Poitiers, reclamado por los pobres.
Toda su vida, guardará un amor de predilección por los enfermos y por los
pobres. Escribiendo a su madre el 28 de agosto de 1704, él le declara haber
renunciado a todo y haber “casado con la Sabiduría y la Cruz”. La sabiduría del
Verbo Encarnado se realiza en la locura del Evangelio, en la Cruz. La Cruz de
la Sabiduría de Poitiers permanece como testigo austero y conmovedor de esto.
Desde
ahora este tema de la Sabiduría va a estar al centro de su oración y de su
enseñanza.
EL
AMOR DE LA SABIDURIA ETERNA
Es
en esta época – posiblemente luego de su estancia en París en 1703 y 1704 – que
él compone su primer libro: El Amor de
la Sabiduría Eterna. Esta obra, menos conocida que el Tratado “Nos
entrega en su conjunto la espiritualidad Montfotiana… y puede darnos una idea
más exacta y más comprensible de la verdadera devoción a María”. Afirma uno de
los mejores conocedores de Montfort (H. Huré, s. m. m.). Posiblemente destinado
a los seminaristas de Poullart des Places, que organizaba entonces el seminario
del Espíritu Santo es el fruto de los reflexiones y de las numerosas lecturas
de Grignion, pero sobre todo de su oración prolongada.
Aunque
Bérulle gustaba hablar de la sapiencia divina, ninguno de los grandes
Berulianos ha percibido y expresado mejor que Grignion este aspecto del
misterio del Verbo Encarnado. La meditación de los libros de la Sabiduría ha
sido para él la ocasión de una verdadera admiración.
La
Sabiduría de Dios se ha manifestado en Jesús. Pero Grignion insiste sobre
dos aspectos esenciales: 1) La ternura
de Dios, “la amistad de la Sabiduría para el hombre… esta belleza que tiene
tantos deseos de la amistad de los hombres… ella tiene necesidad del hombre
para ser dichosa”…
2)
esta Sabiduría, que es el Verbo Encarnado, nos invita a seguir sus huellas en
la sumisión y dependencia con respecto a María y en el amor de la Cruz.
El
amor de la sabiduría eterna debe ser leído antes de toda otra obra si se quiere
entrar en el pensamiento de Grignion de Monfort.
EL
MISIONERO APOSTÓLICO
En
el curso de los años siguientes, Louis–Marie va a recorrer las diócesis del
Oeste de Francia predicando misiones y retiros.
En 1706, él se dirige en peregrinación a Loreto y Roma. El Papa Clemente XI, a
quien comunica sus deseos de anunciar el Evangelio en lugares lejanos, lo confirma en su
vocación de misionero en Francia: “Usted tiene, señor, un campo muy amplio en Francia
para ejercer su celo, no quiera ir a otras partes y trabaje siempre con una
perfecta sumisión a los obispos…” y le
da el título de “misionero apostólico”.
Durante
los dieciséis años en que se ejercerá su ministerio, recorrerá millares de
kilómetros, frecuentemente a pie. Dará cerca de doscientas misiones o retiros
principalmente en las diócesis de Saint–Malo, Saint–Brieuc Rennes, Nantes,
Poitiers, Luçon, La Rochelle… En 1710 se sitúa el drama del Calvario de
Pont–Chateau que el obispo de Nantes le prohibió bendecir. El permanecerá en
varias ocasiones en París. En Rouen, a donde se dirigirá entre julio y octubre
de 1714, encontrará a J. B. Blain su antiguo condiscípulo y amigo en Rennes y
en Saint–Sulpice. No contento con haber reunido a las primeras Hijas de la
Sabiduría alrededor de Marie–Louise Trichet
-convertida en Marie– Louise de Jesús-
él se adjuntará algunos hermanos y sacerdotes. Morirá el 28 de abril de
1716 en el curso de una misión predicada en Saint–Laurent–sur Sèvre; no tenía
más que 43 años y había cumplido el sueño de sus primeros meses de sacerdocio
tal como la carta dirigida a su director el S. Leschassier nos lo había hecho
conocer.
EL
APÓSTOL DE MARIA
Un
aspecto esencial de la experiencia espiritual y del mensaje del “misionero
apostólico” Grignion de Montfort, se encuentra contenido en el Tratado de la Verdadera Devoción a la
Santísima Virgen (Citado VD), así como en el Secreto de María, que es una especie de resumen del anterior..
Grignion no había dado posiblemente título a lo que se ha llamado el “Tratado…” El manuscrito, editado por
primera vez en 1843, no lo llevaba (pero le faltaba los primeros páginas). El
mismo autor había propuesto una especie de definición, presentándolo como una
“Preparación al Reino de Jesucristo” (V. D. 227).
Era
como el resultado de su trabajo de misionero: “Yo he puesto la pluma en mano para escribir… lo que he enseñado con
fruto en público y en privado en mis misiones, durante muchos años “(VD 110).
En el curso de esas misiones, él preparaba a sus auditores a renovar en ellos
el espíritu del cristianismo.El exigía de ellos, antes de darles la absolución
y la comunión, que renovaran sus promesas del Bautismo su “contrato de alianza
con Dios”. La fórmula propuesta llevaba entre otras la frase siguiente: “Yo me
doy todo entero a JESUCRISTO, por manos de MARIA, para llevar mi Cruz en su
seguimiento todos los días de mi vida”. Era la versión Montforniana de la Vida y Reino de Jesús de Juan Eudes.
Esa
renovación se situaba en una grande paraliturgia que le daba toda la solemnidad
deseada. La pedagogía de Grignion, aquí como en sus célebres Cánticos de
misión, se mostraba perfectamente adoptada a sus auditores populares.
Pero
el aspecto mejor de esta pedagogía era la insistencia puesta sobre la devoción a
María y la proposición de la Santa esclavitud. El Tratado, redactado con cuidado hacia el fin de su actividad
misionera, se apoya en la tradición patrística y en la enseñanza de los grandes
espirituales de la Escuela Francesa.
El
vocabulario mismo lo muestra
abundantemente: “lo esencial de esta devoción consiste en el interior que ella
debe formar… ¿Quién es el que allí
estará por estado? Sólo aquél a quien el Espíritu de Jesucristo revelará el
secreto” (VD 119). Se reconocen allí expresiones de Bérulle o de Olier.
El
fin último sigue siendo el Reino de Jesús en el mundo y en las almas, pero el
camino, es María: “Es por la Santísima Virgen María que Jesucristo ha venido al
mundo, y es también por ella que él debe reinar en el mundo” (VD 1). Como los
teólogos y después de Olier, Grignion
insiste mucho sobre el papel del Espíritu Santo y sobre la unión entre este
Espíritu de Dios y la Virgen María: “María ha producido, con el Espíritu Santo,
la más grande cosa que haya sido y será jamás, que es un Dios Hombre, y ella
producirá consecuentemente las más grandes cosas que serán en los últimos
tiempos. La formación y la educación de los grandes santos que serán al fin del
mundo, le está reservada; porque sólo esta Virgen singular y milagrosa puede producir, en unión del Espíritu Santo,
las cosas singulares y extraordinarias.
“Cuando
el Espíritu Santo, su Esposo, la ha encontrado en un alma, él allí vuelve, allí
entra plenamente, él se comunica a esta
alma abundantemente y tanto como ella da lugar a su esposo; y una de los
grandes razones por qué el Espíritu Santo no hace ahora maravillas clamorosas
en las almas, es que él no encuentra una grande unión con su fiel e indisoluble
Esposa”. (VD 35 y 36).
Pero
siempre, a tiempo y a destiempo, él recuerda la primacía absolutamente de JESUS
en la fe y la vida cristiana: “Primera
verdad. – Jesucristo nuestro Salvador, verdadero Dios y verdadero hombre, debe
ser el fin último de todos nuestras devociones; de otra forma ellas serían falsas y engañosas. Jesucristo
es el alfa y el omega
el principio y el fin de todas las cosas. Nosotros no trabajamos, como
dice el Apóstol, más que para hacer a todo hombre perfecto en Jesucristo,
puesto que es sólo en él que habita(an) toda la plenitud de la Divinidad y
todas las otras plenitudes de gracias, de virtudes y de perfecciones(…) Si,
pues, nosotros establecemos la sólida devoción a la Santísima Virgen, esto no
es más que para establecer más perfectamente la de Jesucristo, no es más que
para dar un medio fácil y seguro para
encontrar a Jesucristo. Si la devoción a la Santísima Virgen alejara de
Jesucristo, sería necesario rechazarla como una ilusión del diablo; pero tanto
hace falta, que al contrario, como ya he
hecho ver y haré ver aún en seguida: esta devoción nos es necesaria más que para encontrar a
Jesucristo perfectamente y amarlo tiernamente y servirlo fielmente”. (VD 61
…62).
En
un plan práctico, el secreto que él revela: la esclavitud a Jesús en María,
retoma unificándolos al extremo los votos de servidumbre a María y a Jesús, que
han practicado y aconsejado Bérulle y Olier. Pero él detalla largamente las
ventajas de esta práctica y las modalidades concretas que pueden en esto,
asegurar la autenticad y el fruto. El
Secreto de María saca así para un grande público esta forma de
consagración a María; pero el Tratado permanece
como el libro clásico de la devoción mariana.
Entre
los santos de este período y posiblemente de todos los tiempos, Grignion de
Montfort ha sido probablemente quien fue más lejos en la profundización teológica
de la devoción de María al servicio de la vida cristiana de las personas más sencillas. Juan Pablo II,
gran lector del Tratado de la
Verdadera Devoción ha podido decir: “Grignion de Montfort nos introduce
en la disposición misma de los misterios de los que vive nuestra fe, que la
hacen crecer y la vuelven fecunda”.1
La
gracia de tocar los corazones
Nosotros
estamos sin duda aquí en la fuente de toda la proyección misionera y mística de
Louis–Marie: su propio corazón desbordante de amor por Jesús, por María y por
los pobres. Tres de sus cánticos intitulados el Enamorado de Jesús nos entregan el eco de esto:
“Jesús es mi amor,
Jesús es mi riqueza,
Y noche y día
Yo repito sin cesar:
El amor.
Jesús es mi amor
Y la noche y día”.
Esas
dos últimas líneas forman el estribillo de cuatro coplas… La esclavitud que
propone Louis–Marie es un camino de Libertad y de amor que conduce a la unión
total a Dios en Jesús por María.
Como
para Bérulle y Olier, la austeridad exigente de la Cruz y el aniquilamiento es
iluminado y como suavizado por el amor y por la presencia maternal de María. Él
quiere ver multiplicarse “… esclavos amorosos que, por efecto de un gran amor,
se den y se entreguen a servirle en calidad de esclavos, por el solo honor de
pertenecerle”.
La
unidad de la existencia de la irradiación de Louis–Marie Grignion de Montfort
corresponde al “nudo inefable formado por tres que se aman: Jesús, María,
Louis, en un corazón convertido, en una dimensión desconocida de la común
experiencia, templo del Espíritu”.2
¿LA
ESCUELA FRANCESA HOY?
Al
término de este sobrevuelo rápido una pregunta fundamental se hace a propósito
de la Escuela Francesa: fuera de un
interés histórico -que es esencial- ¿esos maestros espirituales del pasado nos pueden aportar alguna cosa hoy?
¿Su lectura y su estudio presentan un real interés para nuestros
contemporáneos? ¿En qué medida los grandes Berulianos pueden alimentar la
actual renovación de la oración, del
espíritu apostólico, del sentido de la Iglesia, de los ministerios, cuando la
distancia cultural que nos separa de
ellos es tan grande?.
_____
UNA
TRADICIÓN VIVA
Una
primera constatación se impone: Igual que otras tradiciones espirituales, la
espiritualidad beruliana se prolonga vitalmente en varias familias sacerdotales
o religiosas: Oratorianos, Sulpicianos, Euditas, Hermanos de las Escuelas
Cristianas, Hijas de la Sabiduría y Montfornianos, etc… Otras numerosas
congregaciones masculinas o femeninas se
llaman Escuelas Francesas: Spiritains de Libermann, Oblatos de María Inmaculada
de Mazenod, numerosas congregaciones femeninas nacidas en el siglo XVII o más
tarde… como las tradiciones benedictina, dominica, franciscana, ignaciana,
carmelita y salesiana, la tradición beruliana – o “de la Escuela Francesa” – es
así representada por comunidades sacerdotes o religiosos que están extendidos
en todas las partes del mundo.
Después
del Concilio Vaticano II, esas familias
berulianas han hecho un enorme trabajo
de renovación que ha traído un “volver a las fuentes”. Lo que los textos
conciliares pedían respecto al estudio y
a la renovación del “carisma” de los fundadores han sido en todas partes
puestos en marcha .Si el fruto cuantitativo no se ha hecho sentir aún en Europa como consecuencia de la
crisis actual de las vocaciones, que nosotros conocemos, la renovación
espiritual apostólica y comunitaria es evidente. Esta renovación y la vuelta a
las fuentes que la acompañaba se expresan en nuevos textos de Constituciones o
Reglas de vida, redactadas con mucho cuidado. Su lectura es muy reveladora de
la primera inspiración que animaba a los fundadores y fundadoras y que se
reactualiza hoy.
Esa
vuelta a las fuentes se extiende frecuentemente a grupos de laicos, reuniendo
así la irradiación de los maestros del siglo XVII; en Europa y en Canadá,
diversos grupos de espiritualidad se inclinan a textos de Bérulle, de Jean
Eudes, de Grignion de Monfort… Encontrando allí una luz y una inspiración para
hoy.
Pero
al lado de esas familias nacidas directa
o indirectamente de la Escuela Francesa es posible reconocer algunas de las
aportaciones importantes de la tradición beruliana que la Iglesia en su
conjunto ha “integrado” y que han llegado a ser el patrimonio común de los
cristianos:
-
Vida espiritual fundada en las grandes
realidades de la fe tal como San Juan y
San Pablo las presentan: Cristo Vida
del Alma, de Dom Marmion (1858 - 1923),
exactamente como el mensaje de Elizabeth de la Trinidad (1880 – 1906)
que reúnen los grandes orientaciones berulianas.
- Vida litúrgica interiorizada: El Cristo en sus Misterios de Dom
Marmion puede ser releído a la luz de Bérulle de Olier y de Jean Eudes; los
textos conciliares relativos a la liturgia cristiana que continúa y actualiza
la alabanza y la intercesión de Jesús, hacen pensar en tal o cual página de
nuestros maestros Berulianos.
-
Sentido de la Iglesia como Misterio:
Cuerpo de Cristo, Templo del Espíritu y Pueblo de Dios, que se realiza
en una sociedad jerarquizada.
-
Llamado de todos los cristianos a la santidad: laicos, religiosos religiosas y sacerdotes,
en la unión personal en Jesús, en el corazón de la Iglesia y en el testimonio
apostólico.
-
Grandeza y responsabilidad de los obispos y de los sacerdotes, llamados a la
perfección de su ministerio y de su estado, en la comunión en la oración y en
la caridad de Cristo. Allí todavía, los
textos conciliares sobre la Iglesia y sobre el ministerio de los obispos y de
los sacerdotes, aparecen como impregnados de las ideas de Bérulle, de Olier y
de Juan Eudes.
Es
preciso subrayar finalmente que ciertos elementos de esta tradición espiritual
se han extendido profusamente en la Iglesia por medio de los sacerdotes
formados en los seminarios sulpicianos y Euditas, desde el siglo XVII hasta
nuestros días; esta influencia se extiende a casi todas las partes del mundo
además a las dos Américas como el extremo Oriente al Vietnam y al Japón
especialmente. Los grandes temas Berulianos allí son siempre muy vivos, no
solamente por prácticas pedagógicas, sino por toda una formación espiritual
inspirándose en San Juan y en San Pablo, tales como Olier y Jean Eudes las han
meditado y vivido después de Bérulle.1
¿UN
MENSAJE PARA NOSOTROS?
Aún
si la lectura de los maestros de la Escuela Francesa sigue siendo difícil y
supone ciertas condiciones, su frecuentación parece deber ser muy benéfica hoy,
cualquiera que sean nuestra situación y nuestra vocación en la Iglesia. No se
trata de hacer “una lectura arqueológica, sino una lectura en diálogo con
nuestro hoy” como lo ha escrito el S. Sauvage a propósito de las meditaciones
de Jean–Baptiste de la Salle (ed. 1982, p. 7).
Un
primer aspecto de su mensaje, muchas veces pasado por el silencio, es el del
testimonio de su propia existencia
que transparenta a través de sus escritos. Se les pude aplicar lo que Francisco
de Sales escribía a Monsr. Frémyot, joven arzobispo de Bourges, que le pedía
consejos para la predicación. Animándolo a hablar de los santos, Francisco no
duda en escribir: “no hay tampoco diferencia entre el Evangelio escrito y la
vida de los santos como, tampoco la hay entre una música notada y una música
cantada”.2
Lo
que Pío XI decía de Teresa de Lisieux, llamándola una “palabra de Dios para
nuestro tiempo” se puede igualmente aplicar a nuestros maestros Berulianos. Su
misma existencia, su caminar espiritual y apostólico constituyen para nosotros
un llamado, según la palabra de Bergson. Pero su doctrina misma y muchos de sus
escritos pueden ser para nosotros un alimento hoy. Lo que el Padre Congar
escribía a propósito de los Pobres de la Iglesia se aplica a ellos:“los Padres
no son los hombres de un pasado caduco: esta no es su posición cronológica en
la historia de la Iglesia que los cualifica y les da ese carácter de paternidad
que sirve para designarlos; es mucho más su posición espiritual…”3
Lo
que el Padre A. M. Besnard ha podido decir a propósito de San Juan de la Cruz
expresa bien el sentido de nuestra cuestión respecto a los
Berulianos:”…¿Podemos nosotros encontrar en San Juan de la Cruz elementos de
comprensión, y, pues también algunos luces prácticas, para el destino de la fe
que es comúnmente el nuestro hoy?... Yo quisiera mostrar que se puede secar
algunas luces cerca de San Juan de la Cruz. Yo no digo que él tenga las
respuestas. Yo pretendo que su doctrina,
fruto de una experiencia muy radical y muy pura, pueda ofrecernos algunas tomas sólidas gracias a las cuales nosotros,
cuadricularemos mejor el terreno incierto que no es preciso explorar”4
_____
1
La compañía de Saint – Sulpice ha así publicado
recientemente un folleto intitulado; “prácticas pedagógicas y tradiciones
espirituales “(París, 6, calle, Regard, 1985).
2
Carta del 5 de Octubre de 1604. Ed d’ Annecy, t. XII p. 306.
3
Y Congar, “El espíritu de los pobres según Moehler”, en Esbozos del misterio de la
iglesia, París, Cert, Col. “UNAM Santam” 8, ed. 1941, Apéndice p. 130.
4
Lucien – Marie Jacques Marie Petut, Actualidad de San Juan
de la Cruz, París, Desclée de Brouwer, 1970, pp. 111, 113.
Esos
“algunas tomas sólidas” han
sido presentados ya más arriba; Parece útil recordarlas una vez más poniéndolas
en comparación con algunos de los aspectos de la renovación cristiana
contemporánea: ¿El P. Cochois no ha escrito que sobre muchos puntos “La escuela
Francesa se sitúa en el centro de nuestras necesidades o de nuestros debates”?
-
El sentido de Dios, la religión
adorante y amante que caracterizan a la Escuela Beruliana, invitan a la vez a
una interioridad verdadera en el recogimiento en presencia de la Trinidad y a
una participación consciente y activa a la oración litúrgica. Para una época
como la nuestra que conoce una verdadera renovación de la oración, la lectura
de tal o cual texto de Bérulle, de Olier o de Juan Eudes es igual para nutrir
una oración verdaderamente teológica y eclesial.
- La relación personal con JESÚS,
sobre todo comprendida y vivida por esos místicos como comunión a sus
sentimientos, a sus estados y a sus misterios, y centrada en la Eucaristía como
fuente de esta comunión profundamente “espiritual”, puede permitir depasar una
concepción extrincesiste de nuestra vida cristiana. Jesús no es solamente un
maestro que se escucha y que se sigue, ni solamente un rey que se sirve, ní aún
solamente un amigo; él es todo eso, pero también es nuestro principio vital: él vive en
nosotros, ora en nosotros, ama en nosotros. Como lo ha escrito Teresa de
Lisieux “Cuando yo amo a mis hermanas, es JESUS que los ama en mí.” Nuestra
época conoce un renuevo de interés para los estudios de Cristología. Lo que un
teólogo ha escrito sobre la actualidad de Bérulle en ese campo, es también
válido para el conjunto de escritos de sus discípulos.
-
El Espíritu Santo es para ellos
el Espíritu de Jesús resucitado, derramando sobre los cristianos el día de
Pentecostés y que nosotros hemos
recibido en el bautismo.Él continúa “trabajando” en nosotros para conformarnos
a JESUS, poniendo en nosotros su oración, su amor Su paciencia, su humanidad.
Todo lo que San Pablo había escrito en la Epístola a los Gálatas y a los
Romanos sobre la vida cristiana animada por el Espíritu es retomada y
orquestada por la Escuela Francesa, para quien “el cristiano es el que tiene en
sí al Espíritu de Jesucristo” (Olier).
La
renovación carismática bajo todas sus formas implica para nosotros hoy una
invitación a profundizar esta teología del Espíritu Santo. La experiencia del
Espíritu que un Olier por ejemplo ha
hecho con una grande intensidad, le ha permitido hablar de él frecuente y
claramente. Su testimonio merece una grandísima atención.
-
De una manera particular su insistencia sobre el espíritu apostólico “que no s otro que el Espíritu de
JESUCRISTO”, como lo escribían Olier y Marie de l’ Incarnation, nos ayuda a
comprender mejor la idea que ellos se hacían de La Iglesia, en su misterio y en su misión, así
como sus comunicaciones relativos a los “hombres apostólicos” y a los
“Sacerdotes de Jesús”. Ellos no han sido solamente hombres de oración y de los místicos, ellos han sido todos misioneros. Y ellos nos proporcionan los
elementos fundamentales de una teología
y de una espiritualidad dela Iglesia y de la misión.
-
Para ellos, JESUS, primer enviado del Padre está en la fuente de toda misión y
“Como él está en el origen de la misión evangélica, él ha querido ser también
la ley y la regla de perfección” (Condren).
El
celo de los apóstoles hoy su espíritu apostólico no es otro que el Espíritu
mismo de Jesús al cual nosotros comulgamos. Los misioneros, los hombres
apostólicos no hacen más que imitar a Jesús, ellos son a la vez portadores de
Jesucristo y llevados por su Espíritu. Ellos son “como sacramentos que le
llevan, a fin que bajo ellos y por ellos él proclame la gloria de su Padre” (J.
J. Olier).
Los
sacerdotes son a la vez e indisociablemente los religiosos de Dios y los
sucesores de los Apóstoles; animados del espíritu de JESUS, ellos lo llevan por
todas partes.
Lo
que los Hechos de los Apóstoles presentaban como la doble misión de los
Apóstoles “consagrados a la oración y al servicio de la Palabra” correspondía a
la conciencia apostólica de Pablo “Liturgia de Jesucristo cerca de las paganas,
consagrado al ministerio del Evangelio de Dios, a fin de que los paganos vengan
a ser una ofrenda que, santificada por
el Espíritu Santo, sea agradable de Dios”. (Rom 15, 16). Esta teología paulina
del ministerio apostólico a la vez místico y evangelizador animado por el Espíritu de Jesús, se
encuentra, desarrollado y a veces entorpecido, con los maestros de la Escuela
Francesa. En todo caso, la articulación es esencial entre su espíritu de
religión y este espíritu apostólico. Para ellos, la vida espiritual y mística
auténtica no se puede separar de un
compromiso apostólico total e incondicional, esas dos dimensiones se originan
en el único Espíritu de JESUS; Hijo y enviado. Esta teología del Espíritu de
JESUS, de la Iglesia y de la misión apostólica parece estar perfectamente
adaptada a nuestra época, que conoce, a través de las crisis y de las
dificultades, una verdadera renovación carismática y una preocupación por
suscitar nuevos tipos de ministerios al servicio del Evangelio y de a caridad.
- Su devoción a María, profundamente
teológica y mística, no separando jamás a María de Jesús, pero contemplando en
ella el reflejo de la santidad de su Hijo “que vive en ella”, es de naturaleza
a equilibrar ciertas manifestaciones a veces excesivas, y a facilitar indirectamente
el diálogo ecuménico. Su cariño a la
Madre de Jesús, completamente enraizado en la tradición bíblica y patrística,
es al mismo tiempo frecuentemente muy afectivo y hace pensar en San Bernardo.
Esto, además de la renovación actual de la devoción mariana (Lourdes, la rue du
Bac…) no puede sino ganar a la frecuetación de Bérulle, Olier, Juan Eudes y
Grignion de Montfort.
¿EN
QUÉ CONDICIONES?
El
conocimiento y frecuentación de los maestros de la Escuela Francesa tropieza
con grandes dificultades; la primera está constituida por la distancia cultural que separa nuestra
época de la suya. Si “Montfort es de tal manera de su tiempo que él no puede
ser del maestro en todo (M. Gendrot s.
m. m), eso vale para todo los Berulianos.
Es
imposible proponer su mensaje tal cual, sin cumplir un cierto número de
condiciones. Su lenguaje pide frecuentemente ser “descifrado”… pero sobre todo la problemática
del Siglo XVII era muy diferente de la nuestra. Nuestra época, por ejemplo,
está fuertemente marcada – en Europa por lo menos – por la indiferencia y el relativismo, mientras que el siglo XVII
era un siglo de fe, a pesar de algunos ateos y
libertinos. Importa pues conocer, al menos a grandes líneas, la
situación de la sociedad y de la Iglesia de su tiempo y esforzarse por
comprender un poco la mentalidad. Pero además de este conocimiento del medio
humano, social y cristiano en el cual han vivido nuestros maestros, otras
condiciones deber ser cumplidas para que su lectura sea fructífera:
1.
El recurso a los textos mismos.
Cualquiera que sea la utilidad de las introducciones y de los comentarios, nada
reemplaza el contacto directo con los textos. Pero estos no son siempre editados de una manera
práctica. Ocurre aún que ciertos escritos han sido deforma dos: la reciente
publicación de los textos de Olier utilizados por L. Tronson para la
composición del tratado de las Sagradas Órdenes ha puesto en evidencia un
cierto número de desvíos hechos al pensamiento del fundador…
A
pesar de esas dificultades es preciso reconocer que disponemos actualmente,
excelentes variedades de textos que permiten un contacto directo con esos
maestros.
2.
La atención a ciertas palabras
cuyo significado se ha podido modificar o empobrecer desde hace tres siglos.
Las palabras, de elevación, de mirada,
de adherencia, de espíritu de religión de espíritu apostólico, de
aniquilamiento, de hostia… por ejemplo piden, para ser bien comprendidas,
ser resituadas, incluso traducidas; esos
términos tienen mucho de armónico y hay
el peligro de no darse cuenta. Algunos editores proponen un “léxico” que se
revela muy útil.5
3.
De una manera más particular las fórmulas
de oración, como para toda la escuela de espiritualidad, requieren una
gran atención. Igual que “los Salmos contienen toda la Biblia bajo forma de
alabanza” (Suma Teol. IIIa qu. 83, Art. 4), las fórmulas de oración
y los métodos de oración que ellos proponen son muy reveladores del conjunto de
su pensamiento y de su experiencia. Lao – Tseu no decía: “Si tú quieres conocer
a un hombre, mírale orar”.
4.
Las citas de la Escritura;
especialmente las del Nuevo Testamento, llaman igualmente una atención
particular. Cada tradición espiritual tiene “sus textos preferidos”: las
numerosas páginas de San Juan y de San Pablo que citan los grandes Berulianos
nos lo hacen conocer bien… A cambio, esos maestros nos ayudan a comprender
mejor ciertos aspectos del mensaje bíblico.
Señalar
las citas bíblicas y esforzarse por reunir la lectura que hacían de ellas
nuestros maestros… nos ayudas pues a
comprenderlas mejor y a entender mejor la palabra de Dios. Como lo escribe G.
Gaucher, a propósito de Teresa de
Lisieux, nosotros podemos “leer la Biblia por encima de su hombro”… y esta
lectura común nos abre a una mejor comprensión de la Escritura: Grignion de
Montfort por ejemplo, puede ayudarnos a leer mejor los libros sapienciales
gracias a su Amor de la Sabiduría
Eterna (Ver anexo 1).
5.
Pero la condición más importante es continuar
el surco comenzado. Montaigne decía que
“Para conocer a alguno, es necesario seguir larga y curiosamente su
huella”. El conocimiento de la historia del cristianismo, la frecuentación
asidua de los grandes testigos del Evangelio exige fidelidad, seriedad y rigor.
A este precio, los mieses serán abundantes y llenos de alegría.
Es
bueno terminar este capítulo y esta obra por el testimonio de uno de los
mejores conocedores de la historia de la espiritualidad, muy pronto elevado a
nuestra amistad, quien ha animado la
redacción de este libro:
“No
hay duda de que el período que pasamos
actualmente es de los que nos obligan a buscar una nueva fidelidad a los
orígenes. En todos los dominios, estamos en un tiempo en el que las expresiones
cristianas heredadas de un pasado reciente no son más vivificantes y deben ser
reconsideradas. Esto es cierto tanto respecto al discurso teológico como a la organización eclesial; es más cierto todavía el acoger
existencialmente la Palabra de Dios, que
se llama espiritualidad.6
_____
5
P. Cochois, en su Bérulle y la escuela francesa, explica un
cierto número de las palabras. Los editores de la edición crítica del tratado
de las sagradas órdenes han tendido proporcionar un léxico detallado.
6
J. CL. Guy, “San Benito 480 –
ANEXO
I
ALGUNOS
TEXTOS DEL NUEVO TESTAMENTO
PARTICULARMENTE
MEDITADOS POR BÉRULLE
Y
SUS DISCIPULOS.
Todo
el Evangelio de San Juan era constantemente meditado por Bérulle, por Olier y
por Jean Eudes. Éste amaba por ejemplo reagrupar las frases del 4° Evangelio
relativas a la vida: “Yo soy la vida… Yo vivo y ustedes vivirán…
Yo estoy en mi
Padre, y ustedes en mí y yo en
ustedes” (Juan 14, 6; 10, 10; 14, 19 – 20 etc.). Igual para la petición
de Jesús: “Permaneced en mí… y yo en
ustedes” (Juan 15).
Se sabe que liberamann (1802 – 1853) ha compuesto un
comentario importante sobre el Evangelio de San Juan. Este comentario se sitúa
en la línea beruliana, habiendo Libermann frecuentado ampliamente los escritos
de Olier y de San Juan Eudes.
San Pablo es frecuentemente citado.
Nuestros maestros insisten sobre dos series de textos:
Vivir
para Dios:
Rom. 6, 11, “Considerarse muertos al pecado y vivos par Dios en
Cristo Jesús”.
Rom. 12,1 “Ofrézcanse a Dios como sacrificio vivo, santo y
agradable a Dios: ese será vuestro culto espiritual”.
Rom. 14, 7 -8
“Ninguno de ustedes vive para sí mismo, como ninguno muere para sí mismo; si
vivimos, vivimos para el Señor y si morimos, morimos para el Señor…”
2 cor. 5, 14 – 15 “El amor de Cristo nos urge, al
considerar que uno solo ha muerto por todos a fin de que lo vivos no vivan más
para ellos mismo, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”.
… en Jesucristo:
Ef. 1,10 “Dios ha querido recapirtual todos las cosas en
Cristo”.
Ef. 1,13 “Fue Jesús sea todo en todas las cosas”.
Ef. 5,30 “Nosotros somos sus miembros y su cuerpo”.
Rom. 8, 29 “Dios nos ha predestinado a ser conformes a la
imagen de su Hijo”.
Gál. 2, 20 “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”.
Gál 4, 19 “Hijitos míos por quienes sufro dolores de parto,
hasta que Cristo sea formado en ustedes”.
Ef 3, 17 “Que Cristo habite por la fe en nuestros corazones”
Fil. 1, 21 “Para mi, la vida es Cristo”.
Fil. 2, 5 “Tengan en ustedes los sentimientos de Jesucristo”.
Fil. 3, 10 – 11 “A fin de conocerle a él y la
eficacia de su resurrección, y participar de sus penas, asemejándome a su
muerte, por si puedo arribar a la resurrección de los muertos”.
Col. 1, 14 “Yo completo en mi carne lo que falta a los
sufrimientos de Cristo, por su cuerpo, la Iglesia”.
Col. 3, 1-4 “Ahora bien, si habéis resucitado con Cristo, buscad
las cosas que son de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios.
Cuando aparezca Cristo que es vida, entonces apareceréis también vosotros y
gloriosos con él”.
N.B. I. Muchos otros textos de San
Juan, de San Pablo, de los Evangelio Sinópticos y otros escritos del N. T. son
citados por nuestros autores. Pasajes de la Epístola a los Hebreos con Condren
y con Olier se repiten a propósito del sacerdocio y del sacrificio de Jesús.
2
– Los exégetas contemporáneos precisan el
sentido que se puede descubrir en tal o cual de esos textos,
interpretación científica que junta los
intuiciones Berulianas. A propósito de Fil. 2, 5 (Tengan en ustedes los
sentimientos de Cristo), la T. O. B. Comenta: “Las disposiciones de Cristo a
las que Pablo se refiere permanecen presentes y eficaces”.
A
propósito de Filip. 3, 10: “Conocer a Cristo…ser encontrado en Cristo,es ser
introdicido en los acontecimientos del
pasado cuya presencia permanece activa”. Bérulle había escrito, a propósito de
los “misterios de Jesús”: ellos son pasados… pero duran y están presentes y
perpetuos… ellos son pasados en cuanto a la ejecución, pero son presentes en
cuanto a su virtud y su virtud no pasa jamás ni el amor pasará jamás con lo
cual, ellos han sido cumplidos” (Ob. De Piedad 77, ed. Rotureau 54).
Respecto
de Gal. 2, 20 la edición minor de la Biblia de Jerusalén lleva la nota
siguiente: “Por la fe, Cristo de vuelve de alguna manera el sujeto de las
acciones del cristiano”.
3.
Entre los Berulianos, Olier (y más tarde María de la Encarnación) habla
frecuentemente de gracias particulares, de “luces” recibidas de Dios para la
comprensión de la Escritura.
ANEXOS
2
EL
PESIMISMO DE LA ESCUELA FRANCESA
Uno
de los reproches más frecuentemente dirigido a la Escuela Francesa es el del
pesimismo excesivo del que sus maestros darían prueba con respecto a la
naturaleza humana. Condren y Olier sobre todo, con su insistencia sobre la
condición pecadora del hombre y sobre su poco valar como criatura, parecen
oponerse a ciertas afirmaciones bíblicas relativas a la “bondad” de la creación
así como a ciertas páginas del Concilio Vaticano II.
Por otra parte, se encontraría con Bérulle y con Juan Eudes, textos al menos tan fuertes y aparentemente sumamente negativos sobre la condición
limitada y pecadora de hombre.
No
solamente nuestros autores comentan los pasajes del Evangelio relativos a la
renuncia, a la necesidad de llevar su cruz, para poder seguir a Jesús, sino que
dan una justificación teológica a esa renuncia: en Jesús, Verbo encarnado la
naturaleza humana, “es despojada de su propia subsistencia o persona humana
para ser establecida en la persona divina del Verbo, así en la gracia que resuelta de esta Encarnación adorable
como de una viva fuente, hay una especie de aniquilamiento en Jesús” (Bérulle, ob. Piedad CXXXIII, ed. Migne, col.
1166) Nosotros estamos lejos del humanismo devoto.
Los
discípulos de Bérulle serán muy prolijos a este respecto, insistiendo sobre
todo en la debilidad, la nada de la naturaleza humana… “Cloaca de iniquidad”.
En su “Catecismo Cristiano
(1656), Olier consagra numerosos capítulos al pecado, a la gran malignidad de
la carne, al amor de la cruz, cuando las capítulos que hablan de la vida nueva son mucho menos numerosos…
A
la lectura de tal o cual páginas, experimentamos un molestar y estamos
extrañados de encontrar bajo la pluma de un benedictino americano contemporáneo
animaciones como esta:
“La
enseñanza de Bérulle es tan optimista, tan abierta (exhilarating) y tan llena
de esperanza que nos llega como una verdadera buena nueva, a nosotros, hombres
de hoy temerosos y muchos veces desanimados” (The American benedictine Review, 27: I March 1976, pp. 126 –
139).
Para comprender mejor a los Berulianos, importa tener
en cuenta algunos elementos; sin querer defenderlos – ellos tienen sus límites
ligados a su época – ellos merecen ser leídos
con atención; su concepción de la naturaleza humana y del renunciamiento
cristiano constituyen para nosotros hoy un reto, al menos una invitación a leer
mejor los textos del Nuevo Testamento, a releer mejor también nuestra propia
experiencia.
1.
Es preciso primero distinguir el
problema de su visión de la naturaleza
humana y el de su insistencia sobre el aniquilamiento, la muerte de si mismo, como condición de
vida… Aún si las dos realidades están unidas. Con respecto a la dialéctica
muerte–vida, Bérulle, Olier y Jean Eudes tiene afirmaciones categóricas: es
necesario morir pero lo esencial es la
vida: “Nos es necesario pedir a Dios este estado y este espíritu de
muerte, puesto que él es necesario para dar lugar a la vida de Jesús que no se
establecerá más que a condición de que estemos muertos a nosotros mismos. La
devoción a la muerte de Jesús es el más
grande medio para obtener esta gracia; porque su muerte es fuente de este
espíritu de muerte, y ella es merecedora y operante de esta gracia (…) Después
del alejamiento de nosotros mismos, como
del más grande impedimento que la vida de Jesús pudiera tener en
nosotros, él nos hace atender a las fuentes de la vida del mismo Jesús porque
es de ellas que debemos esperar este efecto de vida (…) He allí pues los
efectos a los cuales nosotros debemos tender con todas nuestras fuerzas;
primeramente, la muerte de nosotros mismos en nosotros mismos; en segundo
lugar, la vida de Jesús en nosotros; porque esta muerte no tiende mas que a
esta vida y ella no puede ser operada y establecida perfectamente más que por
esta misma vida; en tercer lugar, Jesucristo Nuestro Señor, viviendo así en
nosotros, se quiere apropiar de todo lo que es nuestro, el cuerpo y el alma; y,
apropiándoselo así, no sufre, de ninguna manera, que ninguna cosa de nosotros
tenga vida más que en su espíritu, fuera de lo que nosotros debemos sufrir por
paciencia y sin adherencia voluntaria, de la vida miserable de Adán y de
nosotros que Dios quiere destruir con él” (Bérulle, ob. De Piedad CXLIV, ed. Migne, col. 1183 – 1184).
El
S. Olier, después de haber recordado, que es preciso, en el seguimiento de
Jesús “Morir e inmolarse a Dios… aniquilarse completamente por aquél que
se ama… Lo que comprende la muerte
universal… no basta estar muerto a una cosa solamente, sino a todas”… continúa:
“El amor de la cruz y la muerte de sí mismo no son la religión cristiana. No
son más que principios y fundamentos. No son más que alejamientos de cosas que
impiden llegar a la religión y entrar en ella (…) aunque el fondo de la
religión es comprendido en estas palabras;:“Sequere me”, “Sígueme”. Y aún San Jerónimo lo señala, que no es en el
despojamiento de todas las cosas que consiste la perfección cristiana y
religiosa, porque los filósofos lo han hecho. Sino que la perfección de la religión cristiana consiste en seguir a
Nuestro Señor en su vida interior y en sus caminos santos y divinos” (Memorias IV, 12 – 122).
En
otra parte el escribirá: “Para ser hostia viva según San Pablo, no basta
solamente con llevar un exterior de muerte, es necesario además tener en sí una
vida interior como la santa hostia del
altar (… en quien) hoy una vida divina, una vida santa, una vida religiosa de
Dios… (Div. Escritos 1, 19).
Se
sabe además en qué medida Olier estaba centrado en los misterios de la
Resurrección de Jesús, aún si Tronson ha “borrado” un poco este aspecto en la
edición de escritos olerianos que ha desembocado en el Tratado de las Sagradas Órdenes.
2.
Pero la insistencia sobre la debilidad
radical de la naturaleza humana, sobre la condición fundamentalmente
pecadora del hombre nos puede parecer excesiva. Es exacto que en muchos pasajes
nuestros autores insisten más sobre la distancia que nos separa de Dios que
sobre “la imagen y semejanza” que afirman las narraciones bíblicas de la
creación”. No obstante, es necesario leer
todos los textos para matizar
esas palabras…
Olier llega a ser casi franciscano “escuchando cantar
a los pájaros” o mirando el fuego…
a)
Para comprender un poco su mentalidad pesimista importa acordarse de que la
época estaba impregnada de agustinismo y frecuentemente de rigorismo… Los
excesos de Port– Royal lo mostrarán; aún es necesario a este respecto reconocer
que el desprecio del mundo en Port–Royal y en el Jansenismo se oponía al
compromiso “en el mundo” de los Berulianos, sacerdotes o laicos: la posición de
un Gaston de Renty lo muestra claramente.
b)
Pero el pesimismo de un Condren o de un Olier
-que leían mucho a San Agustín y que meditaba constantemente a San Pablo
(Romanos C. 7) y San Juan (El “mundo”, la oposición Luz–tinieblas)- se enraizaba también e igualmente en una
experiencia humana y espiritual que fue, particularmente en el caso de Olier,
extremadamente difícil. Lo trágico de la condición humana y las posturas
propiamente dramáticas de la vida cristiana han sido experimentadas por él con
una rara intensidad; esto parece debido en parte a un temperamento muy sensible
y a pruebas interiores que lo han “reducido a nada” después de su crisis y de
1639–1644. Él ha salido libre de ella, feliz y lleno de celo apostólico, pero
no olvidará jamás ese paso por la noche.
3.
Además, importa no olvidar jamás que nuestros maestros de la Escuela Francesa
eran verdaderos místicos.
Nosotros estamos lejos de su experiencia
radical de Dios y de nuestra nada. Pero
importa escuchar su testimonio: así Juan de la Cruz nos habla del: “Más
grande y más alto estado que se pueda alcanzar en esta vida. No cosiste en
recreaciones, ni en gustos, ni en sentimientos espirituales, si no en una viva
muerte para el interior y para el exterior” (Subida del Carmelo II, 7, 8).
Y
uno de sus mejores comentaristas Baruzi, no duda en escribir: si nosotros
queremos “comprender a Juan de la
Cruz en su paso viviente, es necesario
descubrirlo, transportando en sí a
Jesucristo crucificado. No la cruz alentándonos
solamente a un sufrimiento ascético. Sino la cruz figura del
anonadamiento absoluto” (J. Baruzi, San
Juan, de la cruz, y el Problema de la Experiencia Mística, París, F.
Alcan, 1924, pp. 565 -566).
4.
Finalmente, y es posiblemente el mensaje esencial de la Escuela Francesa es
sólo en JESUS que la humanidad es a la vez reconciliada y recreada. El fin es la comunión total a JESÚS,
pero el camino no puede ser más que el aniquilamiento total de sí mismo. El
camino de la cruz de Jesús es un paso obligado, porque, “sin él, nosotros no
podemos hacer nada”.