FISGONEO



CARBERTO

01de julio del 2000

Palabra de gallero .




Pensamientos con Filosofadas

Cómo nos duele, a quienes aprendimos que cumplir la "palabra empeñada" es obligación ineludible, observar que hoy las leyes son más explícitas, los códigos más amplios, las constituciones más extensas, pero sus observancias cada día más peyorativas. Siempre se piensa en "trampas legales" o diálogos dilatorios para entorpecer sus aplicaciones y de este modo encontrar la forma de "mamarse", porque proceder de este modo es "saber negociar".

Ojalá, por las troneras descubiertas en la nueva Constitución, no salgan los "micos" adormilados que esperan ver un poquito de luz vivificante para actuar. Todos ansiamos que el "Congresito" o "Cortecita" sea un verdadero Congreso, de trabajo, realización y eficacia.

Cuán diáfano era en los tiempos pasados, el cumplir con "la palabra de gallero", ley cabal y obligatoria a todos los niveles: económicos, sociales y laborales. ¿Qué es la "palabra de gallero"?. Muy sencillo de explicar: las apuestas que se cruzan entre los asistentes al sacrosanto recinto de "La Gallera", son cancelados religiosamente por el perdedor. sin que el ganador le recuerde o requiera el pago. No existe papel alguno firmado, ni testigos, ni declaración ante el juez, solo la palabra, porque ésta es ley. ¿Se cultiva hoy en la vida de la nación o siquiera se entiende este comportamiento?. Poco o nada se practica.

Y va de cuento: Transitaba yo por la carretera de Cali a Popayán, en mi carrito, un Ford cole-pato, modelo 1932, al que había bautizado "El Guanacas" y corría en pleno furor la Segunda Guerra Mundial. Era casual detenerse cuando cualquier campesino hacía una señal, que todos conocíamos como solicitud de transporte. La nación gozaba esa sana costumbre trabajadora, sumisa, obediente y respetuosa de las instituciones. Era la época cuando se podía viajar a cualquier hora y visitar todos los rincones de Colombia, sin peligro alguno. ¡Qué tiempos aquellos, Señor Don Simón!.

Ese día me acompañaba el padre Jesús Antonio Echeverri Londoño, quien había sido mi emérito profesor, y a mucho honor, en el Seminario de Popayán. Era Jael, como lo conocíamos, sabedor en todos sus aspectos del griego, del español clásico y de los "latines", como él decía. Poseía además, una clara visión del mundo contemporáneo y un sentido del humor a lo paisa "huevero", como se catalogaba. Entre sus múltiples características, siempre me impactó con las definiciones de las personas o de las cosas concretas o abstractas.

Y sigue el cuento: Detuve mi "Guanacas" ante la señal que me hizo un campesino apostado al borde de la carretera. Patrón, me dijo suplicante: ¿Puede llevarme hasta Tunía? Subite pues, pero rápido que el polvo nos va a comer. Atrás viene un carro "pitao".

Aprisa encaramó su joto, una gallina "saratana" y el bulto con su remesa semanal. ¡Hola!, le dijo el padre Echeverri a nuestro pasajero: a vos sí se te ve que mi Dios te ha ayudado porque tenés pinta de "emplatado". ¿Qué estará fraguando su reverencia, hablando de plata, él que siempre ha sido tan espiritual y desinteresado por los bienes terrenales, cavilé yo silencioso. Media hora de camino habríamos recorrido; en esos tiempos, las distancias se medían en horas y no en kilómetros. Puede ir parando la "berlina" que allí en esa casa de zócalo azul me le voy quedando, nos dijo el campesino. Detuve el carro, nuestro compañero se bajó con jotos y gallina y metiéndose la mano al dril, expresó: ¿Y cuánto le voy debiendo, patroncito?. No hombre, no me debes nada, andate tranquilo. El padre Echeverri intervino, dirigiéndose a mí: "Y a vos quien te ha autorizado para mandar en mi carro. Cómo que no debe nada. Dirigiéndose a nuestro compañero ocasional, le dijo: ¿Cuánto pagás por un recorrido, igual al que te hemos traído?. Pues irá viendo, contestó, serán a lo más diez pesitos, pero si les parece poco, les pago más, porque ustedes han sido muy amables conmigo. Te vamos a cobrar cinco pesos. ¿Quedás contento?. Por demás su reverencia, contestó al instante nuestro amigo.

Cuando sacó la plata, el padre Echeverri dijo: Ve, hagamos una cosa, no te recibimos nada, pero eso sí, y oíme bien, los cinco pesos se los vas a pagar a algún conocido o vecino tuyo, que los necesite, pero harto más que vos. Sí, padrecito, no tenga recelo que así lo haré. Apenas se hubo disipado el polvero, después de la arrancada, le dije al padre: No entiendo su política, yo no le iba a cobrar, usted insistió en hacerlo y al final le regala la plata. A vos si te falta malicia, ese hombre y todos nosotros, sin excluirte a vos, no podemos echarnos ese pecado de conciencia, cual es no cumplir la palabra empeñada. Yo hasta pienso que no va a pagar cinco sino los diez pesos.

Y terminó sentencioso Jael: Ojalá el progreso y las nuevas ideas que ya se nos "vienen encima", no se lleven por delante esta conciencia sana y franca, verdadero sustento de la responsabilidad, como es cumplir la palabra, "la palabra de gallero", como decía y practicaba mi abuelo.

Nunca he olvidado esta enseñanza. Se la repetía a mis hijos y refiero también a mis nietos. La practico con relativa frecuencia todavía, y al hacerlo encuentro que estoy ayudando a crear un sentido de responsabilidad. Hay que ver la cara de admiración reflejada en los rostros pues todos con los ojos me están contestando, como el campesino de la historia. No tenga recelo, que yo lo haré.

Yo pienso que volver a esos tiempos no es utopía. Si practicáramos la "palabra del gallero" en lugar de predicar la "palabra que sí', nuestra Colombia sería diferente y podríamos nuevamente como todos anhelamos:

"Volver a pescar de noche".




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