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RAMON AMAYA AMADOR - Biografía de un escritor

Ramón Amaya Amador

Biografía de un escritor

JUAN RAMON MARTINEZ
JUAN RAMON MARTINEZ,
Editorial Universitaria,
Tegucigalpa, Honduras, 1995

Palabras preliminares

Concluido el ensayo sobre Lucila Gamero de Medina (Una mujer ante el Espejo, Editorial Universitaria, Tegucigalpa, Honduras, 1993) me convencí que uno de los caminos para una dinámica forja de identidad nacional, era el del conocimiento de la vida y obra de los escritores e intelectuales de Honduras. Descubrí que el sentimiento de orgullo e identidad de las jóvenes generaciones con respecto al proyecto del país que es Honduras y su sociedad, podría desarrollarse con más ímpetu, si los jóvenes conocían –en forma agradable y sin mayores torturas– la biografía de los principales escritores hondureños.

Ramón Amaya–Amador, nacido en Olanchito en 1916, es junto a la autora citada, el más popular de los novelistas hondureños. Tanto por la forma de abordar las situaciones, como por el realismo social que le imprime a los mensajes que trasmite por medio de las anécdotas y los parlamentos de los personajes, Amaya–Amador es desde hace algunas décadas el más conocido de los literatos hondureños. Sin embargo, la anterior afirmación hay que tomarla con cuidado. Aunque su novela principal Prisión Verde ha sido editada muchas veces y los estudiantes de secundaria y de la universidad la leen obligatoriamente, Amaya–Amador es un perfecto desconocido. Apenas se saben de él algunas que otras cosas, muchas de ellas incompletas, que citadas aparentemente fuera de texto producen en los lectores una imagen del novelista, acartonada, rígida e inconsecuente.

En algunos momentos incluso a Amaya–Amador se le percibe más como miembro de una ideología que trata, por intermedio de sus libros, de imponérnosla a los demás, haciendo caso omiso del más mínimo respeto que como lúcido novelista, patriota ejemplar o completo ser humano nos tiene merecido. En otros momentos, muchos de nuestros compatriotas tienen el concepto que Amaya–Amador es un escritor poco serio, una suerte de malabarista de las palabras que convirtiendo a la literatura en un circo barato, terminó dándonos obras de escaso valor e influencia en la vida nacional.

Desde luego, ninguna de estas versiones de Amaya–Amador podían llegar a formar parte de un esfuerzo destinado a establecer una relación de identidad entre las más jóvenes generaciones y la vida y obra de un novelista que tal parecía que le habían quitado la espiritualidad y el carácter humano para darnos casi una máquina al servicio de un partido y de sus propuestas específicas.

Por ello desde el principio se me plantearon como reto algunas cosas. La primera es que consideré que debía descubrir, lo más que pudiera, todo alrededor del carácter humano del primer novelista social del país. La segunda es que debía hacer un esfuerzo para deslindar al escritor del político de modo que, no quedara espacio alguno, ni para acercarse amarrado a sus obras bajo el imperativo de consideraciones políticas, ni mucho menos rechazar el elevado contenido humano de su obra, animado por prejuicios y otras estupideces de carácter ideológico.

Era el propósito, rescatar a Amaya–Amador, despojándole de su condición de pontífice de una propuesta política particular para vestirlo de su condición de enorme ser humano, especialmente de su carácter de contador de historias y de novelador de situaciones.

Aunque somos oriundos de la misma ciudad, sentía –especialmente al iniciar la investigación para escribir este libro– que igual que la mayoría, no le conocía bien. Y que aunque su nombre estaba presente en cualquiera conversación interesante sobre temas de literatura nacional, su figura ofrecía resplandores irregulares que nos impedían acceder a su imagen y su pensamiento sin problemas y dificultades. Supe desde el principio que tenía que desmitificar su figura así como sacarlo del estrecho círculo en el cual lo habían encerrado, posiblemente con la mejor de las intenciones, sus panegiristas principales. Aunque anticipaba las dificultades, no vacilé en asumir la obligación de humanizar a Ramón Amaya–Amador, de modo que pudiéramos volverlo a ver jugar fútbol al frente de su casa en Olanchito, conocerlo escritor en La Ceiba, aprendiendo –bajo la mirada de un maestro exigente– los rudimentos del oficio. Pero lo más importante, tenía que descubrir cuáles eran sus obsesiones, tanto en relación con su madre, como con la escritura y explorar hasta donde la una y la otra, se encuentra en el terreno propicio de la novela. Era pues, un claro deseo de retirarlo de la rigidez en la que los años y la buena voluntad de sus amigos le habían proporcionado, dejándolo libre para que le pudiera hablar a las nuevas generaciones, compartiendo con ellas sus sueños y esperanzas.

Por supuesto no pretendí alejarlo de la política, ni desconocer su militancia en el Partido Comunista. Claro que no. Haberlo pretendido habría supuesto, quitarle una rigidez, para entregarlo en brazos de la otra. Par el contrario, sentí que estaba obligado a estudiar, con la mayor seriedad posible, los orígenes de su pensamiento político, las razones de sus compromisos y los motivos para su lealtad sin límites. No vacilé en ningún momento en estudiar políticamente a Amaya–Amador porque sabía que en la pasión suya por la política se encontraba la contraparte de su pasión por la literatura y especialmente su entusiasmo por la novela. El equilibrio de estas dos pasiones, rota por las exigencias de la vida y la personalidad de Amaya–Amador, se volvió uno de los motivos centrales en la orientación de esta biografía.

El esfuerzo, ahora finalmente concluido, ha valido la pena. Estoy seguro que con el libro que usted tiene en sus manas, muchos hondureños podremos aproximarnos, con mayor confianza, como quien va en busca de su hermano que hace tiempo falta a la mesa familiar, a Ramón Amaya–Amador. El propósito, que esperamos haber logrado, era y es el de volver al autor de Prisión Verde, un compatriota hermano nuestro, con el cual dialogar en forma permanente sobre nuestras obligaciones con los más débiles y de nuestro compromiso par hacer de Honduras una nación desarrollada.

Casi un año después, concluida la tarea y el libro en prensa, creo que debo hacer un repaso de lo hecho. En primer lugar debo considerarme afortunado por haber saldado una vieja deuda que desde hace mucho tenía con Amaya–Amador. Por supuesto no me vanaglorio, ni me extralimito; pude hacerlo en gran parte por el favor y el cariño de mis amigos y fundamentalmente de los admiradores de Amaya–Amador que no sólo me dieron estímulos, sino que, además, me proporcionaron rica información, sin la cual me habría sido difícil probar mis tesis e intuiciones.

A esas personas les debo un agradecimiento singular. En Olanchito debo mencionar a Max Sorto Batres, el primer biógrafo de Amaya–Amador, a Isolina Zavala, hermana de nuestro biografiado y la que nos diera importante información primaria sobre la vida de su progenitor y de su hermana, Estilita Cano, hija de Lorenzo D. Cano por cuya intervención tuve acceso a papeles originales de su padre, cuñado del autor de Prisión Verde, Juan Fernando Avila –que aportó importantes pistas y referencias, Marel Medina Bardales que nos apoyara gentilmente buscando datos y documentos con eficiente puntualidad. Muchas otras personas que nos ayudaran con detalles excepcionales. Entre estas últimas debo un reconocimiento especial a Ranulfo Rosales Urbina, Próspero Quesada Bardales, Fausto Bardales, David Antúnez y Edilberto Ruiz Cano. En Tegucigalpa me han dado inestimable cooperación el maestro universitario Ramón Oquelí Garay, Segisfredo Infante, Director de la Editorial Universitaria de la UNAH –que además escribió el prólogo de este libro, como un acto de generosidad y afecto hacia Amaya–Amador y a este su compañero y amigo–, Carolina Alduvín, que se encargó en gran parte de rastrear documentos y artículos periodísticas en el Archivo Nacional, así como los comentarios e informaciones que me proporcionaron, en diferentes sesiones de trabajo y de intensa conversación, Juan Ramón Fúnez Herrera, Oscar Acosta Zeledón, Longino Becerra, Dionisio Ramos Bejarano, Juan Manuel Zúniga, Rigoberto Padilla Rush y Arnulfo Carrasco Amador, hermano de Amaya–Amador y quien además contribuyó muchísimo para esclarecer la fecha y pormenores de la muerte de su progenitor, el sacerdote Guillermo R. Amador. Igual admiración y agradecimiento me merecen los funcionarios y empleados del Archivo Nacional de Tegucigalpa y del Registro Nacional de las Personas de la ciudad de Olanchito y de esta capital. Entre el personal de esta importante institución debo reconocer el apoyo y la simpatía que me diera José Luis Bardales bisnieto del padre Guillermo R. Amador. Especialísimo reconocimiento le debo a Carlos Raúl Amaya Fúnez, hijo del autor de Prisión Verde, quien no sólo me animó, sino que además me proporcionó acceso a documentos muy poco conocidos. Sin su amigable cooperación, me habría sido mucho más complicado acceder a los documentos vitales de los principales protagonistas de esta biografía. Además, tengo contraída una deuda de gratitud con Roberta Ondina Avilés Matuz y Aristóteles Gómez, por la transcripción y la corrección de los originales de este libro.

Aunque lo he dejado para el final, debo reconocer paladinamente que este libro sólo fue posible, al final de cuentas, por el apoyo generoso de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras la que no sólo me dio tiempo, sino que me facilitó el ingreso y la cooperación a su sistema bibliotecario y me permitió la impresión del mismo en los talleres de la Editorial.

Con todo, como se acostumbra en este tipo de asuntos, ninguna de las personas mencionadas y mucho menos la UNAH, tienen responsabilidad alguna en las cosas que digo en esta Biografía y, mucho menos, algo que ver con las insinuaciones o postulados que entrelíneas se pudieran observar. De estas cosas, soy el único responsable.

 
Biografía de Ramón Amaya Amador

JUAN RAMÓN MARTÍNEZ

Tegucigalpa, 2 de septiembre de 1995

 

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o escriba a Carlos Amaya Fúnez
Apartado 242
El Progreso, Yoro
Honduras, Centro América

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