Constructores
Prólogo a la 2ª Edición
por LONGINO BECERRA
(1987)
La novela "Constructores" de Ramón Amaya Amador, se escribió
y publicó en 1958. La edición fue de pocos ejemplares, por lo que
muy escasos hondureños tuvieron la oportunidad de conocerla. Era
necesario, pues, reeditar este libro, ya que se trata de uno de
los mejores trabajos del conocido escritor de Olanchito. Esa tarea
asumimos precisamente hoy dentro del esfuerzo que nos hemos impuesto
de divulgar la vasta creación literaria del más conocido escritor
hondureño.
"Constructores" es una novela que se inscribe dentro
de la corriente literaria del realismo. Esta escuela, según
se sabe, toma la realidad como punto de partida de la creación estética,
sin introducirle más modificaciones que las exigidas por el acomodamiento
del mensaje previsto por el autor. Dicho de otra manera, en el realismo
los hechos hablan por si solos, limitándose el novelista a presentarlos
dentro de una estructura lógica accesible a quienes se aproximan
a la obra.
De todos los libros de Ramón Amaya Amador -podemos afirmarlo sin
temor a equivocarnos- el más realista es precisamente "Constructores"
Esta novela tiene como materia básica la vida de los albañiles de
la capital durante un período histórico bien concreto de Honduras:
desde 1948 hasta 1958. Por ello, al contar las peripecias de esos
hombres, como parte de la creación propiamente novelística, Amaya
Amador describe y analiza los sucesos políticos que tuvieron lugar
durante la década antes referida, y lo hace apegado estrictamente
a los hechos.
Pero entonces ¿en qué consiste el aporte novelístico del escritor?
Consiste, a nuestro juicio, en el desarrollo de dos factores bien
significativos: imaginar las vivencias de los personajes y caracterizar
éstos dentro de un modelo personal prototípico. Naturalmente, los
protagonistas son también reales, sobre todo el principal Andreo
Neda, quien encarna al conocido dirigente popular Andrés Pineda.
En ambos elementos -vivencias y caracterización sicológica- Amaya
Amador demuestra innegables facultades creadoras.
La vida de esos albañiles es realmente dramática y angustiosa.
Lo fue así en el pasado Y continúa siendo así ahora. El trabajo
de los mismos constituye uno de los más duros, con un "sol
bruto sobre las cabezas y un abismo de peligros a los pies";
con el flagelo de unos capataces despiadados, para quienes lo que
importa es el "ritmo de la obra"; con unos salarios
de centavos como único ingreso para alimentar a muchos miembros
de una sola familia, en fin, con un régimen de trabajo que reprime
la organización, no indemniza a nadie y desconoce la seguridad social.
Por eso, cuando el viejo Pantaleón Puerto pierde a uno de sus hijos
en un accidente, exclama acusador: "¡ellos lo mataron, ellos,
y, así como a Gustavo, también los matarán a todos ustedes!"
Estas vidas se encuentran tan acorraladas por el sufrimiento y
la injusticia que incluso el amor, ese refugio de esperanza en muchos
momentos difíciles, toma aquí formas trágicas. A Susana, secretaria
en una compañía de construcción, la burla con descaro uno de los
socios; y Florindo, albañil de gran empuje en las obras, se enamora
de una mujer que muere agostada por la tuberculosis cuando aquél
esperaba realizar sus viejos y entrañables anhelos. Eso lo lleva
a la bebida y a volverse un hombre descreído.
En lo que se refiere a la caracterización sicológica de los personajes,
Amaya Amador logra en esta novela magníficos resultados. Entre las
figuras mejor definidas se encuentra el viejo avaro Tomás Manrique,
cuyo "grande y único amor era el dinero". Este
sujeto se complacía, igual que el tonelero Grandet de que nos habla
Balzac, en meter las manes dentro de zurrones repletos de monedas
y en contar billetes de banco sin que hubiera razón para ello. Don
Tomás, calculador y frío hasta la náusea, es el propietario de los
mesones inmundos donde transcurre el drama vital de los "constructores".
Otro de los personajes delineado con maestría por Ramón Amaya Amador
en esta novela es el abogaducho Poncio Rosal, encargado primero
de cobrar los préstamos usurarios de Tomás Manrique a las vendedoras
del mercado, y metido, después, al sucio trabajo de estafar sindicatos
por medio de fementidas asesorías. El rasgo más relevante de este
personaje es el cinismo, demostrado por él en todas sus actuaciones
y al que el novelista sabe darle su justa dimensión.
El escenario geográfico en donde transcurren estas vidas martirizadas
es Tegucigalpa. Amaya Amador pinta la ciudad con toda exactitud,
sus barriadas, sus colonias residenciales y los cerros que la circundan.
A este respecto es interesante la descripción que hace el autor
de la capital hondureña desde el mirador de El Picacho: la lejana
aldea de Suyapa, el aeropuerto, el Estadio Nacional, las iglesias,
los edificios mayores, etc. Por supuesto, la capital de que nos
habla el escritor es la de su tiempo, todavía reducida a un ámbito
muy estrecho y sin los pujos modernizantes que aparecerán después.
En cuanto al marco temporal, como hemos dicho anteriormente, éste
comprende una década: la que va desde 1948 a 1958. Durante ese lapso
se produjeron varios hechos políticos de singular importancia en
Honduras. Los más destacados de ellos son los siguientes: la caída
de la dictadura de dieciséis años impuesta por Tiburcio Carías Andino
y el advenimiento de un régimen constitucional; la gran huelga bananera
de 1954; la ruptura del orden jurídico ese mismo año y el surgimiento
del gobierno de facto encabezado por Julio Lozano Díaz; y, finalmente,
las luchas de masas y el golpe de Estado que dieron en tierra con
el régimen julista. De estos sucesos nos habla Amaya Amador en "Constructores"
y lo hace con rigor, no obstante tratarse de una novela.
Toda esta materia es tratada utilizando una prosa sencilla, espontánea,
sin rebuscamientos intencionales ni trucos preconcebidos. El relato
es lineal, no se dan en él cambios de tiempo ni de escenario. Tampoco
se hacen alardes intelectuales a lo largo del discurso, lo que es
congruente con el estilo literario de Amador. En cambio, sí debe
hacerse constar que en este libro, más que en cualquiera de los
suyos, el novelista hace uso muy abundante de los hondureñismos
y de las expresiones folklóricas. Ello se debe, como es lógico,
al grupo social a que pertenecen los personajes involucrados en
el relato.
Por último debemos preguntarnos, ¿cuál es el mensaje que nos transmite
Amaya Amador a lo largo de estas agitadas páginas? Su más visible
interés consiste en demostrar la importancia de que los trabajadores
se organicen para luchar mejor en defensa de sus intereses gremiales.
El sindicato es, según el novelista, el instrumento más adecuado
para lograr dicho propósito. Por eso, con el fin de relievar la
organización antes dicha, Amaya la contrasta con los grupos mutualistas,
cuya finalidad, como bien se sabe, es fomentar la ayuda social entre
sus miembros y no dirigir la acción reivindicativa de quienes los
forman.
El libro, por lo tanto, como todas las obras del magnífico escritor
de Olanchito, no abandona el compromiso ni la militancia. "Constructores"
no es una novela gratuita, dirigida sólo a entretener los hastíos
de quienes desfallecen en el aburrimiento. Este libro se propone
educar políticamente a quienes va dirigido: las masas trabajadoras
de nuestro país. Por eso al retratar la asfixia social en que se
encuentran esas masas, siempre les dice con voz firme y segura que
las cosas cambiarán únicamente cuando ellas se decidan a ponerle
fin a la injusticia. Entonces -proclama el escritor- "quienes
hoy construyen palacios y no tienen ni una choza donde vivir, se
convertirán en los dueños de lo que legítimamente les corresponde".
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