Prisión Verde
"Cuando veo fincas enfermas, me acuerdo de nosotros, los
campeños; me parece que allí estamos retratados
en cuerpo entero, porque aquí, compañero, todos
estamos enfermos, unos de sigatoka y otros de 'mata muerta',
paludismo y tisis. Algunos curarán, si se largan a
tiempo, otros: ¡ya sólo el hoyo! ¿Me ve usté?
Soy un cadáver. Antes era un hombre macizo, como usté.
Ahora, míreme, apenas tengo fuerzas para levantar la
'escopeta' y regar. Una vez quise cambiar de trabajo y me
enganché en la conección de tubería,
pero ya mi cuerpo era una mierdolina. Tuve que volver al riego
de 'veneno'. Aquí voy a morir."
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Prólogo a la 2ª Edición
por LONGINO BECERRA
(1974)
La mejor obra de Ramón Amaya Amador es, sin duda alguna,
Prisión Verde, escrita inicialmente en verso, pero
después vaciada al sobrio lenguaje de la prosa, aunque con
rastros indudables de la primera versión. Este libro recoge
la experiencia, dolorosa y brutal, del novelista como trabajador
bananero. Es, en cierto sentido, una obra-testimonio, pues, como
en todos los trabajos de Amaya Amador, en ella se cuenta fielmente
la historia cotidiana de nuestro pueblo. Por eso pudo también
decir, siguiendo el hilo de Balzac: "la sociedad hondureña
es el historiador y yo no tengo más que ser su secretario".
Esta circunstancia, la de ser Prisión Verde un libro
escrito sobre la base de una de las experiencias más vívidas
y probablemente la que más golpeó la sensibilidad
humana del novelista, determina el hecho de que Amaya Amador no
haya podido superar, ni en fuerza ni en calidad literaria, esta
primera creación. Por supuesto él nunca lo creyó
así, y como hubo de decirle muchas veces al autor de estas
líneas, su opinión era que ese libro estaba por debajo
de otros, entre ellos el Ciclo Morazánico.
Prisión Verde se escribió en la década
del cuarenta. Entonces los sectores democráticos y populares
de Honduras vivían un proceso de acumulación de fuerzas
muy importante, destinado a cambiar el clima de brutalidad, de negación
de todo derecho, mantenido bajo la dictadura terrateniente-burguesa
de Tiburcio Carías Andino. Ese proceso culminó con
la gran huelga bananera de 1954, la que, si bien no logró
todos los propósitos de los trabajadores, produjo cambios
sustanciales en la historia de nuestro país. Los antecedentes
preparatorios de este hecho extraordinario fueron los esfuerzos
organizativos de los obreros del banano en distintos puntos del
vasto imperio, así como los conatos insurreccionales llevados
a cabo durante la década del cuarenta, e incluso antes. Amaya
Amador, sufriendo en carne propia la inhumana explotación
de los monopolios yanquis y protagonista él mismo de los
esfuerzos reivindicativos de los "campeños", creyó
útil escribir la historia de una de las tantas luchas frustradas
que por entonces tuvieron lugar y que, como lo hemos dicho ya, no
fueron otra cosa que los elementos acumulativos de la gran explosión
de 1954. Esa historia es Prisión Verde.
Pero el autor no se lanzó a esta tarea como un simple cronista.
La obra es algo más que el relato frío de hechos sociales,
tomados por un corresponsal de guerra de las luchas de clases. En
realidad, los fenómenos de una correlación de fuerzas
en ascenso, fueron tomados por Amaya Amador para armar con los mismos
un alegato en defensa de los trabajadores bananeros, no sólo
contra la explotación de que son víctimas por las
dos empresas yanquis, la United y la Standard Fruit Company,
sino también contra la "leyenda negra" urdida por esos monopolios
contra los "campeños", en el sentido de atribuirles una barbarie
que sólo podía y puede ser producto de las brutales
condiciones de vida y de trabajo impuestas en los campos bananeros.
Por supuesto, este escamoteo de la verdad era y sigue siendo una
simple argucia para mantener dichas condiciones y lograr así
más altos beneficios en el negocio del banano. El razonamiento
es éste: si los "campeños" son bandidos, delincuentes,
borrachos, bestias e ignorantes ¿qué sentido tiene tratarlos
de otra manera?
Pero Amaya Amador no cayó en la trampa, como ha ocurrido,
consciente o inconscientemente, con muchos hondureños. Al
escribir su libro no se refirió a los campos bananeros como
si éstos fueran el paraíso de los altos salarios,
la electricidad y las viviendas para los trabajadores. Habló
de ellos como de una Prisión Verde, es decir, lugares
a donde, por múltiples razones, concurren hombres y mujeres
de todas partes, pero de los que ya no pueden salir, si no es al
cementerio, convertidos en "matas muertas, a las que se debe
despedazar a machetazos para que se pudran"; o, como expresa
Máximo Luján, el personaje central de la novela, frente
a los restos de don Braulio, tronchado en plena faena por la tuberculosis:
"Este hombre fue uno de tantos engañados y explotados.
Puso su fuerza vital en las plantaciones, primero con el anhelo
de hacer fortuna y, después, por la necesidad de ganar un
mendrugo. ¡Se lo comió el bananal! Murió de pie,
con la "escopeta" en la mano, sirviendo a los amos extranjeros".
Luego, la clave del problema está en ponerle fin a la Prisión
Verde mediante la lucha decidida de quienes la padecen. Pero
esta lucha -como enseña Máximo Luján- debe
hacerse en forma organizada, contando con el apoyo de los trabajadores
de la ciudad y el esfuerzo combativo de todos los "campeños".
De lo contrario, si la organización es débil y si
son pocos los trabajadores dispuestos al combate, las compañías
y sus servidores nacionales aprovecharán la coyuntura para
aplastar el movimiento y atrasar el proceso de cambio. Luján
predica esta doctrina y trabaja por concretarla, pero llega un instante
en que el reducido grupo que ha logrado estructurar se lanza a la
huelga prematuramente y el choque resulta desfavorable en toda la
línea: los huelguistas son dispersados a balazos y su jefe
-Máximo Luján- es asesinado por la soldadesca, la
cual entierra su cadáver en medio del bananal y, para ironizar
su fechoría, el jefe de la patrulla hace sembrar una mata
joven de banano sobre la sepultura, la que jamás fue encontrada
por los amigos del héroe.
Esta es la historia que describe Prisión Verde.
Pero Amaya Amador no la concluye abrúptamente, para dejar
en el corazón de sus lectores "campeños" la sensación
única de la derrota. No. El autor, que escribe, como lo hemos
dicho ya, en función de su militancia revolucionaria, aprovecha
la oportunidad para insistir en una doctrina fundamental. Así,
uno de sus personajes, el viejo Lucio Pardo, hombre que ha predicado
siempre la violencia -una violencia ciega- como la única
forma de resolver los problemas del pueblo, reflexiona, casi al
final de la obra: "¡Ah, Tivicho, hoy hemos sabido lo que
es la realidad y ya no podremos volver a engañarnos! Debemos
prepararnos para la próxima vez. ¡Soldaditos... Mandadores...
Capitanes... la próxima vez será distinta! ¡Mientras
no estemos fuertes y unidos, seguiremos aguantándoles; pero
el día que nos resolvamos otra vez, no será para contestar
con «sopapos» y gritos a los tiros de fusil y a los culatazos!"
Las palabras de este personaje de novela, expresados en la década
del cuarenta, se cumplieron, en parte, durante la gran huelga de
1954. Desde entonces para acá falta camino por andar, aunque
todo indica que nuevas acciones están en marcha contra la
opresión y la explotación, ya no sólo entre
los trabajadores bananeros, sino también entre los nuevos
sectores del proletariado hondureño surgidos a lo largo de
los últimos años.
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