ESOTERISMO Y SIMBOLO |
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Pasemos
ahora revista a otras utopías publicadas posteriormente a
la de Moro. Comencemos con La Ciudad del Sol (1602),
como sabemos debida a la pluma de Tomasso Campanella, escrita en
forma de diálogos, seguramente la más importante de
todo el género. En ella se trata también el tema de
la mujer25:
E igualmente se trata el de la procreación:
Asimismo se considera la belleza de las hembras:
Igualmente hay un debate entre el Gran Maestre y el Almirante, sobre el colectivo de las mujeres.
Por otra parte se hacen en la Ciudad del Sol animadísimas fiestas y bailes donde las hembras llevan el pelo largo formando un rodete y trenzas; los varones eligen en sus bailes y flirteos a las que más les gustan. Finalmente refiriéndose a la lectura de los cielos el Almirante afirma:
Destacando de este modo la importancia y el poder del género femenino y sus representantes más destacadas en el ámbito político. Al contrario de todo esto Joseph Hall, en su "utopía", Un mundo distinto pero igual (1605),27 parece tener una idea despectiva, o bastante machista acerca de las féminas. En efecto, las coloca como habitantes de un país llamado Viraginia o tierra de los loros por parlanchinas y chismosas como las cotorras. También hay una provincia Afrodisia cuya capital es Desvergonia donde las mujeres seducen a los hombres, o los obligan a prostituirse. Luego está Amazonia en la que las doñas someten a sus maridos a la esclavitud. Ginecópolis es la ciudad de su Parlamento donde todas hablan a la vez y nunca pueden ponerse de acuerdo, salvo en el odio a los machos.
Como se ve el autor demuestra tener una idea harto elemental sobre las damas. Pero no nos aflijáis señoras, el pastor protestante Hall la tiene sobre todos los seres y cosas, lo que se comprueba leyendo su "utopía". Retomando el hilo de Moro y Campanella, J. V. Andrae, autor de los Manifiestos Rosacruces, en su libro Cristianópolis (1619), vuelve a considerar a la mujer como apta para el conocimiento y básicamente igual al varón; es más, tal vez es el que expresa más clara y rotundamente estos criterios vinculados con el hermetismo. En la página 174 de la traducción castellana de esta obra asevera28:
En el acápite 88 dedicado al matrimonio dice:
En el 89 que lleva por título "Las Mujeres" afirma:
Le sigue el acápite 90 en el que el autor anota que:
Y que:
Finalmente en el siguiente capítulo donde se trata de la viudez:
Como se aprecia las discusiones acerca de las mujeres en común han sido suplantadas por la institución de la familia. Esto es así tanto en Cristianópolis como en La Nueva Atlántida (1627),29 donde Francisco Bacon pretende una sociedad cientificista en base a la familia y donde no se hacen distinciones entre lo femenino y lo masculino puesto que el tema no se trata específicamente. Como se ve las utopías y la Tradición Hermética han sido primeras y fundamentales en cuanto a la equiparación entre hombres y mujeres, y sobre todo en cuanto a considerar a la mujer apta para el conocimiento y la metafísica, lo que equivale a decir para el más alto destino posible tocante al ser humano. Empero, por qué no referirse a lo que está más allá de todo condicionamiento cultural y acercarnos a la diferenciación sexual binaria y a cómo era experimentada por nuestros hermanos arcaicos en las sociedades tradicionales. Para ello debemos vivenciar el desgarramiento más profundo, el modelo de toda separación y exilio: la partición de la esencia unitaria y su polarización en dos aspectos diferentes y contrapuestos de un abrazo en donde se complementaban la totalidad de los opuestos. Y ello aunque estas polaridades tiendan constantemente a la unión, como si se encontrasen cargadas de una energía superior a ellas mismas que las impulsa con la fuerza impetuosa de la piedra imán a reunirse en un constante equilibrio, para volver a separarse y ser las víctimas propiciatorias de un plan universal, de un modelo cósmico que todo lo abarca y que protagonizan los númenes de todos los panteones, ejemplificando en el Olimpo lo que los varones y mujeres ritualizamos en los escenarios donde jugamos nuestros roles. Y esto en un tiempo primigenio donde aún no se han soñado las utopías (o ucronías) y donde, por decirlo de algún modo, sólo es, o estaba, el mar oscuro, profundo, en calma, antes de que se dividieran las aguas. Y es de allí, de la noche, de donde comienza a emanar la tenue vibración, el movimiento de las ondas que prohijará la posterior eyaculación uránica de la ola y su espuma que traerá a la playa una concha de cuya valva nacerá la diosa primigenia, la que ilustra a su nivel Afrodita, la encarnación del amor que todo lo une y que posibilita nuevamente el retorno a la indiferenciación, realizando así la idea de ritmo presente en cualquier creación signada conjuntamente por la distinción y complementariedad de los contrarios. Y esa irrupción del sonido en el seno del silencio, del soplo del verbo en el caos, fundamentará la generación en la que lo femenino adquiere un papel preponderante por ser lo que gesta esta posibilidad. De allí su íntima relación con las aguas, es decir, con los fluidos y la humedad de la caverna, la gruta iniciática, donde se anuncian los nacimientos humanos y suprahumanos y donde su presencia es imprescindible.
Lo mismo en su relación evidente con el mar y su fauna, sintetizada en la concha –equiparada al monte de Venus de las mujeres – y su valva, o puerta análoga a la vulva de las hembras de los mamíferos, por donde se sale a la vida.30 Algo también obvio son las fragancias marinas, los perfumes de lo femenino, capaces de despertar al navegante de las procelosas aguas y llevarlo al puerto donde podrá reposar entregado a aquel abrazo primigenio. A este mar ancestral, imagen de la generación en estado latente había de sumarse la actividad fecundadora del viento, símbolo del Verbo en el proceso germinal de cualquier gestación. Pues en el abrazo cósmico el polo negativo no es sin su contraparte masculina, y viceversa. Debe resaltarse entonces la dualidad cósmica expresamente marcada por el sexo de los dioses, o sea de la totalidad de los significados, en un mundo en perpetua guerra y desintegración, al que hay que rendir sacrificios, a saber acciones sacras, comenzando por conocerles e identificarse con ellos, lo que conlleva a un asirse mutuo, un fundirse en el caos de lo indeterminado, signado por la unión de los contrarios y la unidad simultánea de este hermafroditismo cósmico siempre presente. El ser humano, el hombre o la mujer como tales, está inmerso en todo esto, o sea en la manifestación universal de la que es parte y por ello le corresponden las generales de la ley. Pero sin duda ningún ser, ya fuese el ejemplo que fuere, puede llegar verdaderamente al Sí mismo si no es a través de su propia experiencia individual sexuada, alentada desde luego por las enseñanzas de la Filosofía Perenne y por todos aquellos adeptos vivos o muertos (especialmente estos últimos), que la protegen. De hecho la mujer representa a escala humana, el Arquetipo de lo Femenino, perteneciente por igual a la especie entera. Es también, como el varón, una excrecencia del Andrógino primordial, y por lo tanto un ser dual como se ha dicho, y por su carácter paradigmático, como manifiestan algunos, víctima de una permanente hesitación entre el sí y el no; una disyuntiva constante entre dos caminos, propia de todo aquel ser que vacila. En todos los tiempos ha habido mujeres excepcionales, pero lo que es único en esta época, es el reconocimiento social a las capacidades femeninas, que se produce desde el fin del siglo XIX hasta nuestros días, en constante aumento, las que signan también la responsabilidad para con ellas mismas al fin del ciclo en que vivimos. Muchas veces el obstáculo fatal consiste no sólo en el pavor frente a la libertad sino en autocensura interna, debida a la creencia en una superestructura moral e imaginaria que produce fanáticos y de la que se espera que a semejanza del dogma les indique en qué o quién creer, por un prejuicio no sólo religioso sino que igualmente se puede trasladar a una ideología y a todas las otras posibilidades de peligros innumerables, ya pasados o futuros; al punto de que está claro que toda realización intelectual-espiritual parece prácticamente imposible para quien pretenda encarnar el Conocimiento; vivificar la letra. En cuanto a cualquier inquietud social, económica o política, o la alternativa de dedicarse al bien de modo profano, sólo es necesario recordar por un lado que nos encontramos en un fin de ciclo donde es tanta la gravedad de la situación que cualquier acción es en el mejor de los casos como una aspirina para un enfermo terminal y por otro observar la impasibilidad de los dioses ya que el arquitecto es responsable de haber creado el plan de la obra que incluye un fin y un recomienzo bajo un cielo nuevo. De hecho ejemplos y modelos son muchos y no sólo representados por mujeres severas y graves, secas y rígidas, aunque no siempre inteligentes, según lo han imaginado por mucho tiempo los ignorantes fanáticos y sus seguidores integristas y fundamentalistas religiosos, y cuando no unas simples rameras como lo cree el machismo duro, o blando. Sino que esta procesión es tan extraordinaria y numerosa que incluye las féminas más diversas de distinta extracción social, de diferentes estados civiles, edades, capacidades, y las más distintas actividades encaminadas finalmente al secreto y la teúrgia, a la teosofía y al trabajo intelectual, es decir a la metafísica. Encabezan el desfile las mujeres de la mitología y sus nombres se atropellan sin orden con el de diversas hembras: Isis, la negra reina de Saba, las queridas amazonas las más de las veces ignorantes de su propia androginia, las harpías que contaminan todo lo que tocan, las lamias y su función, Lilith –siguiendo con las mujeres "malas"–, aspecto grotesco de la oscura diosa lunar capaz de cerrar, por su celo y sentido de posesión, la puerta a la Shekhinah, la auténtica esposa; las Erinias, llamadas Euménides, o sea "bondadosas" para poder cortejarlas pues en verdad son las Furias; también la tremenda Medusa, Circe, las Parcas, Helena, mujer por la que se desatan las guerras, Hybris personificación del exceso y madre de Coros, la saciedad, y la sutil y humana Cleopatra, Hécate, Hera, las Moiras, Canidia, Casandra profetisa trágica en la línea de las Pitias y Sybilas, las germánicas Cata, Vélada, Ganna, Siveta, hechicera erótica de la que da cuenta Teócrito, Sira y Filina y sus conjuros citados en los papiros mágicos griegos y Méroe, destacada en Las Metamorfosis de Apuleyo, Mícale, mencionada por Séneca como la docta, al igual que siglos después Catalina de Siena, doctora de la Iglesia católica, las Peleádes, sacerdotisas y profetisas de Apolo, así como Nodia, profetisa bíblica y Marta, la siria de la que da cuenta Plutarco, o la matrona romana Pácula y la célebre Annia, sacerdotisa del dios Baco, la sabia Diótima maestra de Sócrates protagonista fundamental del Symposio de Platón, sin nombrar las innumerables ninfas y a la memoria, Mnemosine, y las Gracias y las Musas, todas reflejos de la gran diosa madre que se expresa también por los númenes de la fecundidad –y también por Coré, la virgen por antonomasia y la frígida Diana– de la tierra: Perséfone, Deméter, Cibeles, Ceres, cohesionadas por el amor de Afrodita y ordenadas por la sabiduría de Santa Sofía, etc. Asimismo, el tropel de las virtuosas y todas aquellas que han podido cumplir sus funciones dondequiera que fuere y en cualquier época y momento, es decir la caravana de hembras vivas y muertas (tanto Teresita de Lisieux, como la espigada top model, o la pequeña compacta de goma) que darán cuenta siempre de lo que es, ha sido y será, la función de la mujer bajo todas sus formas y adecuada a las distintas circunstancias temporales y cíclicas, representantes del auténtico e imperecedero eterno femenino. En todo caso y recordando los prejuicios que se tienen acerca de ellas, pensamos que finalmente quién o qué va a impedir a la hembra el Conocer, el encarnar el proceso iniciático y hacerlo efectivo por lo más alto. Para acceder finalmente a aquello que no tiene sexo, ni ninguna otra determinación, de lo cual emanan todos los colores, fenómenos y cosas del plano creacional, y aún sus posibilidades supracósmicas y supraindividuales presentes en el Ser (macrocosmos y microcosmos) que, no olvidemos, es el camino para el Conocimiento del No Ser, la Posibilidad Universal. |
Leda y el Cisne. Bajorrelieve en mármol. |
NOTAS | |
25 | Utopías del Renacimiento. Moro - Campanella - Bacon. F.C.E., México 1982. |
26 | Se pueden agregar, relacionadas directamente con el poder: Margarita de Angulema reina de Navarra, Luisa de Saboya tutora de Francisco I y hermana de la anterior, Renata de Francia heredera de Luis XII y luego esposa del Duque de Ferrara, Margarita Beaufort condesa de Richmond y madre de Enrique VII primer rey Tudor, Catalina de Aragón reina de Inglaterra, y en las cortes italianas: Caterina Sforza, Isabella d'Este hija de los gobernantes de Ferrara y esposa del de Mantua, su hermana Beatriz en la de Milán, la noble veneciana Caterina Cornaro casada luego con el rey de Chipre (reina viuda se instaló en Asolo donde presidía una corte arcadiana descrita por Pietro Bembo en el diálogo Gli Asolani con más de veinte ediciones en diez años y traducido al español y al francés, obra que se considera influyó al de B. Castiglione referido a la corte de Urbino; a esta pertenecieron la duquesa Elisabetta Gonzaga y su compañera Emilia Pia, inspiradoras del principal manual del Renacimiento sobre los valores aristocráticos, El Cortesano, que tuvo cientos de ediciones traducido a muchos idiomas). (Ver M. L. King, obra citada). |
27 | Ed. Akal, Madrid 1994. |
28 | Cristianópolis. Juan Valentín Andreae. Akal, Madrid 1996. |
29 | Utopías del Renacimiento. Moro - Campanella - Bacon. Obra citada. |
30 | En algunos países el nombre de concha es habitual para el sexo de la mujer. En otros la fiesta de la Virgen de la Concepción (8 de diciembre) es llamada el día de "las conchitas". |