De
los numerosos símbolos que aparecen en una u otra tradición
o civilización, alejadas en el espacio (geográfico) o en
el tiempo (histórico) y que son idénticos, merece especial
atención el símbolo de la rueda. No sólo porque éste
se da en todas las culturas de las que tenemos noticia, sino también
por las innumerables posibilidades que brinda, la diversidad de campos
que abarca, y la acción concentradora que ejerce en el estudio y
el ordenamiento indispensable en cualquier investigación
seria.
Por otra parte, las relaciones de todo tipo a que se presta este símbolo parecen indefinidas, así como sus conexiones con otros pantáculos igualmente tradicionales.1 En efecto, siendo el símbolo de la rueda la expresión del movimiento y la multiplicidad, también lo es de la inmovilidad original y de la síntesis. Es, asimismo, la expresión simbólica de la expansión y la concentración. De la energía centrífuga, que parte del centro a la periferia, y de la energía centrípeta, que retorna a su centro, eje o fuente. Para volver a extenderse una vez más, siguiendo una ley universal a la que obedecen las mareas de los mares (flujo y reflujo) y la tierra (condensación, dilatación). Así como la diástole y la sístole, la aspiración y la expiración del hombre o del universo, es decir, tanto de lo microcósmico como de lo macrocósmico. Es este símbolo también la manifestación de lo que siendo apenas virtual (el punto) genera un espacio o plano (que delimita la circunferencia).2 Y está obviamente ligado, por lo tanto, con el espacio y el tiempo, y asociado o unido a cualquier idea de cosmogonía y creación. En este mismo sentido, el movimiento superficial de la rueda, o externo, estaría vinculado con la manifestación, mientras la virtualidad, la inmovilidad del punto central o eje, se hallaría conectada con lo inmanifestado.3 Las modalidades especiales del símbolo de la rueda surgen por la irradiación, o por la "actualización", de las "potencialidades" del punto central, que se hace "presente" en el tiempo, creando un campo espacial. Se ha visto que un punto genera un plano, es decir, un espacio. Ese punto central es un eje en la tridimensionalidad. Por lo tanto el símbolo de la rueda está estrechamente ligado con todo símbolo axial y vertical. Y asimismo con todas las proyecciones de la vertical, es decir, con la creación de planos o espacios horizontales, articulados a través de un eje al cual reflejan, siendo uno de ellos el perímetro limitado de nuestro mundo, ciclo, o cualquier campo definido en relación con las coordenadas espaciotemporales. Entre los símbolos que manifiestan la verticalidad, o el eje, deben destacarse el árbol (asociado por cierto a la vida y a la generación cíclica), la montaña (o la piedra como "Miniatura" de aquélla) y asimismo el hombre. Por lo que concierne a este último –tal cual hoy lo encontramos–, ha extraído sus conocimientos, toda su cultura, de un modelo simbólico revelado, que es la proyección de la energía vertical al crear un plano horizontal (una civilización, por ejemplo), que en su movimiento cíclico, rotativo, es reintegrada a su no ser primigenio. La ciudad, el sistema social, el templo, el hogar, los objetos de uso cotidiano, las costumbres, el arte, las leyendas, mitos, artesanía, agricultura, labores domésticas, así como los ritos religiosos, civiles o personales, o las normas de ordenamiento, leyes y pautas de comportamiento actuales, han sido aprendidas de civilizaciones tradicionales anteriores en pleno proceso de degradación. Esas estructuras, que constituyeron por siglos la forma del ordenamiento social y personal (hoy completamente desvirtuadas), reconocían por antecedentes al mito, a lo supracósmico, supraindividual y divino, destacando sus orígenes sagrados. En cuanto a otras modalidades de este pantáculo (pequeño todo), al que nos estamos refiriendo, señalaremos su identificación con la idea de ciclo o de espacio cerrado sobre sí mismo; ya se trate del ciclo del sol en un año, o su movimiento aparente en un día, o represente la vida entera de un ser humano (desde su nacimiento hasta su muerte), o un período histórico en esa existencia, o en la existencia del mundo en general (vgr. un siglo). Es interesante en este sentido asociarlo al estudio del movimiento, los calendarios, los períodos vinculados con la agricultura, el conocimiento de la armonía de los cielos y la tierra, y todo lo concerniente a la ciencia de los ritmos. Es, pues, el símbolo de la rueda, un prototipo o modelo de la idea arquetípica que el cosmos íntegro no hace sino manifestar. Y al ser un modelo del cosmos bien pudiera ser calificado como universal en la acepción más amplia de este término. Por eso llama poderosamente la atención, que siendo de tan singular importancia, no se le preste la dedicación debida, aun apareciendo como un legado fundamental, en unánimes formas tradicionales. Esto se debe, en gran parte, al hecho de que la simbología aparece, a los ojos de nuestros contemporáneos, como una ciencia nueva, en el sentido historicista de este término. Siendo que tanto los antecedentes de esta ciencia, como su razón de ser, se remontan precisamente al símbolo, o sea, a la posibilidad de toda manifestación –actual o pretérita–, entroncando con los orígenes no-históricos o atemporales de cualquier expresión. Ya que esta expresión no hace sino plasmar la energía esencial a través de una forma sustancial. Sin embargo, nunca más citados que hoy en día los autores que se han ocupado, en el pasado o en el presente, acerca de los temas de la simbólica, que apasionan al investigador actual, y en los que éste ve una posibilidad nueva, o una manera de acceder al conocimiento (no a la suma de información o al enciclopedismo estéril) auténtico. De todas maneras, no está de más subrayar el hecho de que aún entre estos autores no se haya tratado específicamente el tema, sino incluido entre otros estudios y enseñanzas simbólicas.4 Tampoco está de más recalcar cierta dificultad en la comprensión del lenguaje' simbólico por parte del lector corriente, no familiarizado con el método analógico y la utilización de la síntesis y no del análisis. Es importante, por otro lado, destacar que muchas de estas dificultades se deben a las diversas terminologías, o palabras, que se emplean con distintas acepciones, en tal o cual contexto, en un mismo o en diferentes códigos. A veces con sentidos o entonaciones completamente ajenos a los originales, cuando no invertidos, como es el caso de la lectura "literal", o "sentimental", de cualquier texto, símbolo, rito, mito o leyenda. O de la propia existencia, sin ir más lejos. En todo caso, diremos que el símbolo es la expresión de una energía oculta, que se manifiesta a través de la propia estructura simbólica. A esa energía el símbolo debe su razón de ser, pues sin ella nada estaría simbolizando. Es por lo tanto el recipiente en el que se plasma su propia forma y el transmisor de una energía que al conformarlo se expresa a sí misma. En ese sentido hemos dicho que, en términos generales, cualquier expresión es simbólica. Y la manifestación entera es un símbolo de algo que está por detrás, o más allá de ella. O mejor, de algo que es inmanente en ella, o de aquello que se halla ocultó, o que es virtual o potencial en su ser. Debe haber, pues, una correlación muy definida y analogías muy precisas (aunque fueran invertidas) entre lo simbolizado y el símbolo. Así éstas se tomaran desde el punto de vista de lo simbolizado, como energía actuante que plasma al símbolo y se manifiesta a través de él, o desde el punto de vista del símbolo, como mediador de una energía-fuerza que lo trasciende y que él no hace más que manifestar. Sin esta correlación sería imposible que cualquier símbolo, palabra o gesto, expresase cualquier cosa. O se llegaría a la confusión de lenguas, donde las palabras, los gestos o los símbolos, carecieran de todo sentido. El caos, la negación del orden, la torre de Babel. En este desorden, los símbolos 5 habrían perdido su energía y no actuarían como transmisores de la idea-fuerza, pues habría sido rota su conexión con lo simbolizado, al ser aislados de su fuente de vida y tratados analíticamente o de manera literal. Sin embargo, en forma potencial, estos símbolos conservan la vibración que los ha plasmado, y basta con que sean actualizados para que recobren su vivificante labor mediadora, y se conviertan en el vehículo, o la estructura necesaria, que nos va a llevar más allá de sí misma, a un plano o nivel diferente de comprensión. En este punto hay que disipar rápidamente algunos equívocos. El primero es el de confundir alegoría con símbolo, y dar a éste un valor como de algo probable o posible, en la "esfera" del "como si fuera". Es decir, haciéndolo "simbólico", en la versión degradada que hoy en día tenemos de este término. Por lo tanto negándole toda posibilidad real, didáctica o actuante. O lo que es lo mismo, negándolo lisa y llanamente.6 El segundo es tratarlo como algo del pasado. Algo ya muerto y que nada significa. O tomar lo que éste dice como una cosa "superada". Todo día de la creación es el primero y todo símbolo expresa hoy, a su manera, una idea arquetípica, universal, simultánea y eterna. El tercero es el grueso error de confundir al símbolo con lo simbolizado, de lo cual la idolatría y la literalidad dan buenos ejemplos. Asimismo, debe recalcarse que todas las tradiciones han atribuido a sus símbolos y códigos simbólicos el carácter de revelados, o de origen suprahumano; a lo que se debe agregar la coincidencia de que los símbolos fundamentales están presentes en todas las tradiciones de manera manifiestamente idéntica, aun en sus aplicaciones secundarias, o en sus formas derivadas y folklóricas. Y así estos dos simples hechos: a) la observación de la identidad asombrosa entre las simbólicas de todas las tradiciones (vivas o muertas); y b) el que todas ellas les asignaran a esas simbólicas un carácter no humano y revelado, debe ser para nosotros tanto un tema de meditación, como un incentivo para el estudio y la comprensión de estas simbologías y tradiciones. A las que podremos acceder gracias al vehículo simbólico, tomado como la estructura de una idea. Desde esta perspectiva, habría que visualizar al símbolo como un gesto por el cual se expresa una idea-fuerza: o sea, el arquetipo en acción. De "el fuego" a los fuegos", de lo sintético a lo múltiple. Asimismo, inversamente cambiando el punto de vista, de lo múltiple a lo sintético. De los innumerables fuegos, al fuego arquetípico. En lo que se refiere específicamente al símbolo tratado en estas páginas, nos interesa quede en claro su relación con dos energías complementarlas, que hemos llamado vertical y horizontal, y que también pueden ser designadas –haciendo una transposición analógica– como esencial y sustancial. El eje central (vertical) enlaza una cadena de mundos, o de planos de manifestación (horizontales), uno de los cuales es nuestro mundo o nuestra vida, en la variedad indefinida de mundos y vidas. De ciclos dentro de ciclos. Va de suyo, que el punto que genera al plano es invisible, como cualquier punto en el espacio. Y que el axis, que es la razón de ser de cualquier espacio tridimensional (en la arquitectura por ejemplo), permanece oculto e imperceptible, expresándose sólo en forma refleja, en las innumerables manifestaciones a las que él da lugar. Tal como el espacio vacío, con respecto a las paredes, las columnas, estructuras u ornamentos, que constituyen su ropaje sustancial. Lo mismo podría ser aplicado a la arquitectura universal. También debe decirse que este eje central, que vincula dos o más planos entre sí, lleva implícita la idea de movimiento, como en el caso de las ruedas de un carro, vehículo simbólico (como el caballo), que expresa la posibilidad de un viaje, el traslado de un punto a otro punto, o la conexión de un plano con otro plano. La asociación obvia de este símbolo con el movimiento, se expresa en distintas tradiciones por la idea de un carro solar, o por la rueda calendárica de un tiempo cíclico, reiterado por sus propias limitaciones (en el caso del sol por sus dos solsticios y dos equinoccios). Que no son sino las mismas limitaciones (encuadre, orden) de todo lo manifestado. Es así, entonces, que el punto central en un plano horizontal (o lo que es lo mismo, el eje vertical, en lo volumétrico), se debe emparentar con la potencia esencial de lo ilimitado, mientras que su expresión manifiesta, es decir la circunferencia, debe vincularse con la limitación del acto, que conforma las superficies periféricas o sustanciales de la figura. Por otra parte, esta inversión que hace de lo horizontal un reflejo de lo vertical, y de toda manifestación sustancial una proyección de la inmanifestación esencial, nos dice mucho acerca de la ilusión de todo lo que se mueve, lo relativo. Lo que tiene principio y fin, o está sujeto a causa-efecto. Por eso mismo nos habla también de la realidad de lo que siendo uno (el centro como proyección de la vertical), no tiene par. De aquello que permaneciendo inmóvil (lo absoluto), no está subordinado a ningún proceso dialéctico.7 Por otra parte, este esquema de la rueda es el modelo del ciclo. En la vida que nos rodea, de la que formamos parte constitutiva, todo son ciclos que existiendo simultáneamente se interrelacionan entre sí, como pueden ser el del átomo incluido en el mayor de la molécula, y éste en el de la célula, y la célula en el del organismo humano; o como el ciclo del día, incluido en el mayor de la semana, y éste en el del mes, y el mensual en el año, etc. Todo lo que reconoce principio y fin, causa y efecto, nace y muere en forma indefinida, mientras lo increado, lo no dual, es infinito y eterno. Hay en el plano manifestado una energía (centrífuga) que parte del origen virtual hasta el límite de sus posibilidades, y que retorna al mismo punto original (centrípeta), para continuar perennemente este recorrido. Estos dos aspectos son también los de dilatación o expansión, y contracción o concentración, simbolizados respectivamente por el círculo y el cuadrado. Ambas figuras –como símbolos de un espacio o campo limitado– son equivalentes. Y tanto el círculo como el cuadrado han representado para la antigüedad idéntica perspectiva simbólica. A veces una misma tradición ha utilizado con preferencia una de esas formas, en tal o cual período, o las dos de manera conjunta.8 Las tradiciones del extremo Oriente simbolizan estos dos aspectos 9 con el Yin y el Yang, que actúan como fuerzas permanentes y equilibradoras de todo ciclo o proceso cualquiera. En el caso del ciclo del hombre, habría también una energía ascendente relacionada con la niñez y la juventud, y otra descendente equiparada con la madurez y la vejez. En rigor, esta división binaria del ciclo es importantísima y parte en dos nuestro modelo de la rueda. Si fuese la porción oriental la ascendente, y la occidental la descendente, correspondería, desde este punto de vista, la primera al símbolo del círculo (energía centrífuga), y la segunda al del cuadrado (energía centrípeta). Pero, antes de seguir, debemos aclarar que el modelo simbólico de la rueda, es válido no sólo para un ciclo en particular, cualquiera que éste sea, sino que es el prototipo de una idea arquetípica, y puede ser aplicado a cualquier ciclo, así se trate de un ciclo de ciclos, etc., en sucesión indeterminada. En este sentido no está de más recordar, que para la antigüedad la idea de cosmos es una sola. No hay varios mundos o cosmos, sino que la suma de todos esos mundos o cosmos, galaxias o estrellas indefinidas, es la que constituye la idea de cosmos o mundo, en su acepción más amplia. No hay, por lo tanto, nada: "fuera" del cosmos. Ni tampoco ninguna cosa que no esté sujeta a las leyes de ese cosmos, ni a su ordenamiento cíclico.10 Esto lo han sabido todos los pueblos civilizados del mundo, y de su concepción del cosmos han extraído toda su cultura. Al fijar sus propios límites espaciales y temporales han dado lugar a su ciudad. Al crearla, es decir, al solidificarla o cristalizarla, y al establecer las marcas reincidentes de los períodos agrícolas, han conseguido alimento necesario para la satisfacción de sus necesidades básicas. En el plano horizontal del mundo, todo está aquí y ahora. Y todas las evasiones de las evasiones, son también ilusiones. Sin embargo –y según la feliz frase de Paul Eluard, "hay otros mundos, pero están en éste"– se nos ofrece a través del modelo tradicional, la posibilidad de escapar del movimiento reiterativo, siempre constante, de la "rueda cósmica" o "rueda de las encarnaciones". Pues la solución, o salvación, está presente en forma inmanente, en esa misma rueda, de manera oculta, como se encuentra en la semilla toda la potencialidad del nuevo árbol, y en el huevo el origen del ser".11 Por lo tanto, el ordenamiento cultural, todas las estructuras de una civilización, no son sino el reflejo de. un centro invisible, que se manifiesta, o revela, a través de las mismas. Pues ellas no son sino soportes, o símbolos, de una realidad mucho más vasta, no sujeta al cambio. Y todo esto que se acaba de decir, referido a la cultura y a sus estructuras, podría ser aplicado a cualquier orden. A tal o cual organismo vivo. Pues así como cualquier objeto visible tiene una estructura interna fundamental, gracias a la cual éste se hace reconocible como tal, también los símbolos, por los que se manifiestan externamente las cosas –que no son sino simbólicas–, han de tener alguna estructura interna. Estas estructuras de los símbolos tradicionales,12 no son sino ideas, o juegos de ideas, que ellos mismos plasman con sus formas. Lo que llevaría a pensar que el universo tiene una estructura precisa, y leyes, y juegos de módulos prototípicos. Es decir, un modelo que se expresa simbólicamente, a través de números y formas geométricas, dando lugar a las ciencias correspondientes. En realidad, toda estructura tiene una forma. En el caso de la urdimbre y trama de los tejidos, de la red de pesca o caza, se advierte el entrelazamiento de lo vertical con lo horizontal, por medio de ligamentos o ensambles, formando un reticulado. Este diseño simbólico de orden, dado por el cuadriculado de cualquier plano, bien pudiera expresar también la idea misma de estructura. Así ésta fuese la de la casa-templo, la ciudad, la agricultura, o la cultura. Y los límites mismos de ese cuadriculado (el encuadre final bajo la misma forma), la idea prototípica de un ciclo de ciclos, o lo que es lo mismo, de la unidad y la multiplicidad coexistiendo de manera simultánea. El hecho de que un número limitado de formas (el cuadriculado), sea enmarcado en una forma prototípica (el cuadrado o tablero de ajedrez), permite a las definidas piezas del juego (así sean reyes o peones), una cantidad indefinida de movimientos y jugadas múltiples. Si el total del tablero simbolizara al cosmos,13 el cuadriculado expresaría un orden dentro de ese plano o campo, perfectamente delimitado, gracias al cual existen las leyes (del juego), que permiten a las diferentes piezas protagonizar sus propias jugadas, o conjuntos de jugadas.14 Esta estructura es la expresión de un orden o de una inteligencia universal, que permaneciendo secreta e invisible, es el prototipo de todo lo que puede ser llamado orden o inteligencia. Por otro lado, esas mismas leyes expresadas en medidas y pesos cuantitativos, y definidas a nivel espacio-temporal, nos refieren también a una estructura invisible del cosmos. O a un equilibrio y armonía universal, que conforman un lenguaje articulado, relacionado con otra "visión" del espacio y el tiempo. |
Con nuestra óptica cultural
contemporánea, estamos acostumbrados a visualizar al espacio y al
tiempo como homogéneos, sin fisuras. La antigüedad no pensaba
lo mismo. Y establecía en distintos lugares geográficos,
especialmente elegidos, y en fechas calendáricas precisas, sus espacios
y tiempos rituales. Y esos son precisamente, en la trama invisible de
la vida, los puntos de coyuntura (ensambles, nudos o ligaduras), o de interconexión
con otros planos o mundos.15
En ese sentido, es interesante destacar la simbología de los pueblos peregrinos, que en un viaje a través de los años (tiempo) y de los distintos lugares (espacio), encuentran su ser al solidificarse, concentrarse, o cristalizar como un pueblo, o nación, en determinada circunstancia temporal y espacial.16 Advertida esta circunstancia por los sacerdotes, los sabios y los jefes, el pueblo se asienta en ese paraje y en ese tiempo, y crea de esa manera una cultura. La vida nueva de un grupo. Un plano, o medio, que por irradiación de un centro, como en el modelo de la rueda cósmica, ha de estructurar las concepciones, emociones, sentimientos, de una comunidad. O lo que es lo mismo, su razón de ser como tal. Asistimos a una re-creación del mundo, a la instauración de una cosmogonía, que hace posible la vida de ese grupo, y que el mismo pueblo conforma al actuarla. Esa "cosmización" de un punto espacio-temporal de la circunferencia –o periferia de la rueda– sería un rayo de la rueda, un reflejo de la unidad central, y un verdadero centro para los que se adscribiesen a ella. En ese sentido, debemos recordar una vez más, que a la energía centrífuga o de expansión, corresponde la energía centrípeta o de contracción. Y que conjuntamente ambas realizan el rito de la vida y la muerte, de esa o de cualquier otra comunidad, así como de cualquier cosa creada, que está sujeta a la determinante causa-efecto, como todo lo incluido en el mundo manifestado. Así pues, al instaurarse un espacio y un tiempo significativo, en la masa de lo amorfo e indeterminado,17 se lo sacraliza,18 y se lo realza por su cualidad intrínseca, en detrimento de lo menos significativo o profano, netamente vinculado con lo relativo, lo múltiple y lo trabajoso. De esta manera, mediante este rito, nace un pueblo que comienza a contar su tiempo, su historia, desde ese momento en adelante. Siendo sus orígenes, desde esta perspectiva, míticos o no temporales. Igualmente toma conciencia de sí, de su ser, y se visualiza como protagonista, "centro del mundo", o "pueblo elegido". Lo que es lo mismo que decir que tiene un nombre.19 Ese mismo nombre, o color, o número, o particularización químico-genética, o impresión digital, es absolutamente personal. Y se expresa mediante una marca o signo, que otorga al ser su individualidad dentro de un conjunto de seres. Y que –paradójicamente– es al mismo tiempo el anuncio de su propia muerte, en la limitación (causa-efecto) de cualquier plano de existencia. Ya que es claro que aquello que nos da la vida, por ese mismo expediente, nos está signando con la muerte. Hemos visto entonces, cómo el nacimiento de un ser –por ejemplo una cultura– crea simultáneamente un nuevo espacio y un nuevo tiempo, en donde se desarrolla ese ser; y que tal desarrollo no es sino ese ser mismo. O dicho de otra manera: que toda creación renueva las posibilidades espacio-temporales, arquetípicas, de la creación original, y no es sino una modalidad de esa misma creación, al actualizar las posibilidades de lo que en el universo manifestado ha dado lugar a las coordenadas espacio-temporales. Para una civilización tradicional, las fiestas sagradas son puntos significativos en la circunferencia del ciclo calendárico, que garantizan la comunicación con la energía invisible del centro, reflejo de la verticalidad.20 Lo mismo sucede con el vasto espacio que, como el año, presenta puntos y situaciones de coyuntura, de comunicación de energía a través de distintos planos o niveles.21 Ellas están dadas en circunstancias geográficas precisas, en los lugares en donde se establecen las ciudades, se fundan los templos, o se instala la casa habitación.22 Estos puntos significativos (sagrados), están claramente jerarquizados con respecto a los insignificantes (profanos), aunque íntimamente relacionados con ellos, ya que no podrían existir los unos sin los otros.23 En esta perspectiva, el centro del modelo simbólico de la rueda, correspondería al origen. Y su despliegue manifestado al samsara (para emplear un término hinduista-budista), desde el cual, y gracias a una concentración de energías, se retornaría a la unidad nirvánica simultánea de los seres y las cosas. De la que éstos no han salido jamás, sino en forma ilusoria y sucesiva, de acuerdo con los patrones dialécticos de la mente dual. Por otra parte hay que destacar que esta división jerárquica entre lo nirvánico y lo samsárico, y asimismo entre lo sagrado y lo profano, lo simultáneo y lo sucesivo, es por cierto relativa. Y válida sólo desde el punto de vista de lo samsárico, loprofano y lo sucesivo. Es decir, de lo discursivo, que trata de expresar un solo hecho y una sola realidad, que en sí misma comprende la gama indefinida de todas las posibilidades de manifestación, ya fueran las que éstas fuesen. Desde la periferia hacia el centro se establecen esas jerarquías, siendo el centro mismo la máxima jerarquización, como símbolo en el plano de la unidad original vertical, que produce por grados todas las cosas, y a la cual necesariamente ellas retornan en forma sucesiva. Si una gota de agua cae en un estanque, forma un campo de irradiación que llega hasta sus propios límites. Desde el punto de vista de un ser situado en ese límite, y por lo tanto, un ser sucesivo, el retorno a su fuente original se realizaría a través de la ruptura de los diversos círculos concéntricos, que se le presentarían como imágenes de mundos o estados espacio-temporales diferentes, como escalonados, los que impiden asimismo su fusión con el centro. O envuelven y ocultan esa gota original, esa semilla primigenia, que se vislumbra como anterior en el tiempo. La figura simbólica de un círculo 24 que contiene otros círculos internos, considerada desde el punto de vista de su expansión (ad-extra), es la sucesión de escalones intermedios que hacen posible la existencia de cualquier creación.25 Tomada desde el punto de vista de la periferia, es el viaje jerarquizado (ad-intra), o la escala sucesiva que se recorre al pretender la fusión con el centro primigenio.26 Así, en el modelo de una ciudad tradicional (o civilización), los límites de la misma enmarcan un espacio significativo. Fuera de este orden todo es incertidumbre, confusión, barbarie o salvajismo. Pero esta ciudad se halla jerarquizada. En su periferia vive la gran masa.27 Un grado más adentro (o más alto), se halla un número menor de personas que se dedican a actividades más específicas. Otro grado o paso más adentro o arriba, se encuentra un grupo aún menor, la nobleza, y por encima de ella, solo, el emperador, como encarnación del poder real y sobre todo del conocimiento o sabiduría sacerdotal.28 Esta es la verdadera idea de aristocracia, siempre ligada a la jerarquía espiritual, y al conocimiento que ella entraña, sin punto en común con las versiones a las que estamos generalmente habituados, degradación e inversión, propia de "este mundo". En el simbolismo constructivo, la arquitectura del templo se levanta desde el plano cuadrangular de la base (tierra), hasta la semiesfera de la cúpula (cielo), escalonada jerárquicamente en planos o niveles superpuestos. Este templo, en su planta, o plano horizontal, reproducirá las mismas Jerarquías verticales de su estructura, y el paso dificultoso y jerarquizado a su través. La calle representaría el mundo de lo confuso y lo aleatorio. A ella se abre la puerta (símbolo de pasaje de un espacio a otro espacio, o de un estado a otro estado) del templo, que establece propiamente el límite entre lo sagrado y lo profano. Al transponerla, y luego del paso por el área donde se halla la pila bautismal (símbolo de la regeneración por el agua, o nuevo nacimiento), se penetra en el recinto propiamente dicho: y se recorre el camino 29 que lleva al centro del templo 30 donde se encuentra el altar, como proyección, en el plano, de la verticalidad de la cúpula. Y sobre la piedra de sacrificio, relacionada con el fuego, el sagrario,31 un recinto o recipiente vacío capaz de recoger los efluvios celestes, que se derraman sobre este punto como emanaciones, y que bien pudiera ser llamado el "corazón" del templo. De allí en más las jerarquías son verticales, y para percibirlas hay que morir nuevamente, y resucitar o regenerarse en el fuego. Mientras las aguas bautismales están emparentadas con los nacidos de vientre de madre (aunque hagan ayunos, penitencias, sean ascetas, o practiquen la castidad como Juan Bautista), el bautismo de fuego está relacionado con la piedra de sacrificio, la sangre y el vino ceremonial; con Cristo, y los que ya virtualmente no tienen ningún condicionamiento humano, ni aun el borroso signo de la determinación del nacimiento, por lo que no se encuentran identificados con su persona, ni incluso con sus mismos actos relativos. Es decir, los que ya conocen por intuición directa los estados supra-individuales del ser, de los que se dice ya no perciben exclusivamente por los sentidos, y se hallan en condiciones de emprender entonces un nuevo viaje, esta vez vertical. Esta misma significación (de los círculos contenidos los unos en los otros, jerarquizados con respecto a su aproximación a un centro o eje) la dan los hebreos, cuando dicen que Sión es la tierra elegida, que dentro de ella se halla la ciudad sagrada de Jerusalén, en el interior de ésta su templo, y oculto en el corazón de este último, el Sancta Sanctorum. Si el templo es un modelo del cosmos, los efluvios divinos han de hallarse en forma inmanente en lo más oculto del mismo. Si el cuerpo humano es también un templo y un modelo, o miniatura del cosmos, estos efluvios también se han de encontrar en forma virtual, o en potencia, en el fondo del corazón. En el modelo cósmico de la rueda se hallará el punto central (invisible), que articula sus irradiaciones o vibraciones graduales de energía, hasta llegar a sus propios límites, o sus formas superficiales. Pero: a) el templo no es la suma de sus ladrillos, ni el inventario cuantitativo que pudiera hacerse en cualquier dirección de su conjunto, o de sus partes. b) Asimismo el hombre no es la suma de sus células, ni el catálogo de sus innumerables componentes. Y c) por otra parte, en el modelo simbólico que estamos estudiando: "treinta rayos convergen hacia el cubo de la rueda, pero es el vacío del centro el que hace útil a la rueda".32 En realidad, lo que verdaderamente interesa, es el espacio interno y sus cualidades diferentes, significativas, sagradas, y no la sucesión cuantitativa de ventanas y columnas del templo, o músculos y poros del hombre, o lugares indefinidos por donde pasa, haya pasado o pasará la rueda. En verdad, ese lugar interno, es la morada del silencio, o del misterio. El corazón y la clave (llave) del ser. Pues en él se halla la posibilidad del ascenso vertical. La salvación mesiánica, o la salida definitiva del samsara al nirvana, o estado de "iluminación".33 Esta liberación, se logra a través de un camino gradual, por estaciones, que en el caso de la tradición extremo oriental, se enumeran de la periferia al centro, como Tao del hombre, Tao de la tierra, Tao del cielo, y el Tao de Taos, o Tao abstracto. En la tradición judía (y también de la periferia al centro), como Olam ha'asiyah, o mundo de la realidad materializada, Olam hayetsirah, o mundo de las formaciones cósmicas, Olam haberiyah, o plano de la creación y Olam ha'atsiluth, mundo de las emanaciones. Este camino espiral ascendente, que va de lo más bajo a lo más alto,34 de lo más grueso a lo más sutil, de lo múltiple a lo sintético, y vincula varios planos entre sí, de manera sucesiva, es el que describe Dante en la Divina Comedia. Y es bien sabido que esa vía es llamada la de la iniciación en los misterios. Lo que equivale a la transmutación de la conciencia del aprendiz o alumno, la ampliación de todas sus posibilidades latentes o dormidas. El cual, a través de un proceso arquetípico, realiza un "viaje", o camino sucesivo; la aventura del conocimiento, que finalmente termina en la obtención de lo buscado. Este hallazgo es llamado licor de inmortalidad, elixir de larga vida, paraíso, tesoro, vida eterna, o Santo Graal. En el centro arquetípico, o en el eje vertical, está ese lugar que todos los seres anhelan, aun sin saberlo. Y allí es donde lo encuentran los hombres de la ciencia, o filósofos, o artistas, como se denomina a los alquimistas medioevales. Es por otra parte, en ese lugar invisible, apenas virtual, donde los sabios de todos los pueblos y todas las tradiciones lo han hallado unánimemente. Pues conocen que lo que es mayor en un sentido, es menor en otro, y viceversa. Así, lo que es mayor en un orden elevado (cielo), es casi imperceptible en un orden bajo (tierra). Y lo que es mayor en un orden bajo (tierra), es menor en un orden alto (cielo). Estos personajes buscan entonces lo pequeño, lo imperceptible, lo invisible, lo sutil, porque saben que allí se halla en potencia toda la posibilidad del poder. Y no lo buscan para luego utilizarlo con ánimo práctico. Ni tampoco manipulan este conocimiento como una "fórmula" literal. Sino que, experimentando en sí mismos, reconocen o encarnan la verdad de estos asertos, netamente invertidos con respecto a la educación ilusoria recibida en el mundo profano, que hace de lo cuantitativo y lo mayor lo más poderoso, cuando la realidad es precisamente lo contrario, pues cualquier acto está incluido en su potencia. En todo caso, ese "camino", o "viaje", es análogo al de la creación de un mundo o cosmos. Es también la reintegración del alma a sus planos superiores, tanto después de la muerte física, como de la muerte iniciática. Y en ambos casos, el alma que detiene su andar en el "viaje" divino del ser, debe necesariamente caer hacia abajo y reencarnar nuevamente, si se trata de la muerte física, y de limitarse a un nivel del camino fijado por sus propias convicciones o condicionamientos, si nos referimos a la iniciación. No habrá podido entonces ser reabsorbida en su origen, y se verá impelida a errar, una vez más, a través de innumerables estados del ser universal, habiendo perdido la oportunidad que representaba el estado humano, sin que esto implique la condenación definitiva,35 sino la dificultad de la realización espiritual, y las "pruebas" necesarias para el "pulimento de la piedra", o sea: el azaroso paso de un estado a otro estado (muerte-resurrección, desanudar-anudar), hacia la inmovilidad del principio siempre presente. En este sentido debemos anotar que el hombre "progresista", "victorioso" y "de ciencia", según es concebido por la sociedad moderna contemporánea –es decir, por nosotros al ser hijos de la programación condicionada que nos ha tocado–, no ha llegado aún, a los ojos de una sociedad tradicional, a ser hombre. Según esta concepción, existimos ordinariamente en un estado infrahumano, y debemos actualizar, mediante un intenso trabajo, nuestras potencialidades latentes o dormidas, hasta llegar al estado edénico, virginal o primordial,36 que en nuestro modelo de la rueda es el punto central, original, el tabernáculo del templo, el corazón del ser, espacio vacío en el que podemos ser fecundados por el espíritu. Se daría entonces la posibilidad del nacimiento del Cristo interno (anunciado por Juan y Elías),37 el que, a su vez, a través de su pasión y muerte, pudiera finalmente identificarse con el Padre, en forma directa, lo que le permite la resurrección y la vida eterna. En este último caso, se llegaría a la fusión con la deidad –sin confusión–, a la unión en el eje vertical representado por el árbol de la cruz. Es decir, a los estados suprahumanos, o supracósmicos, y a la posibilidad de la trascendencia absoluta, que ningún lenguaje o código podrá jamás expresar, pero que puede ser vivenciada por el verdadero hombre, en su carácter intermediario. 1 La esfera es en la tridimensionalidad lo que el círculo es en el plano. Sabido es que el símbolo de la rueda se representa gráficamente como un punto y la circunferencia a que da lugar por la irradiación de sus posibilidades. Mientras el punto central (o eje de la rueda) permanece fijo e inmutable, la periferia se mueve y gira alrededor de él. 2 Es curioso observar que el punto central y la circunferencia, "que juntos conforman la figura del círculo", constituyen el emblema astrológico del sol, que es el padre de la vida, la que produce por irradiación de su energía hasta sus propios límites. 3 En la nomenclatura alquímica, el punto y la circunferencia y a veces sólo un círculo (simbolizado por Uroboros, la serpiente que se muerde la cola), son imágenes de la vida y su origen, de la sucesión y la simultaneidad. Y también del oro entendido como rey de los metales o símbolo de la perfección mineral. Hay que recordar que la alquimia sostiene que la energía de los astros en los cielos, se cristaliza en la de los minerales, siendo ambas análogas entre sí. Esto es lo mismo que decir que existe una reciprocidad entre cielo y tierra y viceversa. Es innecesario agregar que estas relaciones están invertidas la una con respecto a la otra y que la perspectiva o visión varía según se tome un punto de vista o el opuesto. Lo mismo sucede con el punto central y la circunferencia a que da lugar. Siendo estos términos complementarios, están sin embargo jerarquizados. Lo más alto es el cielo, lo más bajo la tierra. El hombre acata las leyes de la tierra, la tierra acata las leyes del cielo" (Tao Te King 25). Es imprescindible un punto central o eje para que la circunferencia o la rueda existan, no así a la inversa. Hay una interrelación, pero también una preeminencia con respecto a la mitad superior (cielo) y a la mitad inferior (tierra) de una esfera. 4 Después de haberse publicado estos artículos el autor ha conocido el excelente trabajo de Maryvonne Perrot, Le Symbolisme de la Roue que trata extensamente el tema, aunque desde una perspectiva distinta –y convergente– a estos textos. 5 Cuando se habla aquí de símbolos léase también mitos y ritos, leyendas y textos sagrados. 6 Lo mismo sucede con el mito o la leyenda. En el lenguaje corriente han pasado a ser sinónimo de "cuentos". 7 La expresión natural del concepto que el punto geométrico manifiesta en el plano, es la unidad aritmética, generadora de toda la serie o código o campo o mundo numérico. Hay que aclarar también que la unidad aritmética es sólo una imagen de la no dualidad metafisica. Al ser el primer número es también la primera determinación. Lo mismo ocurre con el ser, con referencia al no-ser, y ambos con respecto a la no dualidad. En ese sentido, el punto central "creador" del espacio, o lo que es lo mismo, el "ser" de ese espacio horizontal, es a su vez el reflejo del no-ser, o de la inmanifestación vertical, y ambas de la "no dualidad". 8 Se puede hacer notar que el círculo tiene 360' y que la suma de los 4 ángulos rectos del cuadrángulo (90 x 4 = 360) es la misma. Además, 360 = 3 + 6 + 0 = 9. El 9 (número cuyos múltiplos siempre se reducen a él mismo), es el número del ciclo. También lo es de la circunferencia, que sumada a la unidad central (9 + 1 = 10), nos da la totalidad de las posibilidades del ciclo numérico y de la tetraktys pitagórica. También, la del retorno al origen (10 = 1 + 0 = l). 9 El movimiento centrífugo o el que va del centro a la periferia, tiene que ver, como se ha dicho, con la expansión. Este movimiento debe transponerse en el plano circular del ciclo, situándolo al norte, originando la circunferencia y correspondiendo esta energía a la mitad ascendente de la rueda del día, es decir a la que partiendo del norte, identificada con las cero horas, llega hasta el sur o mediodía. La porción descendente del ciclo (que va de sur a norte, es decir, que retorna a su punto original) está entonces relacionada con la contracción o concentración centrípeta o atardecer y noche. Algunas culturas, en distintos lugares y épocas, han dividido al ciclo de forma aparentemente diferente, lo que está en relación directa con la razón de ser de esas civilizaciones. Así, no se ubica el norte siempre arriba ni el sur obligatoriamente abajo. Tampoco el movimiento es visto, necesariamente, de izquierda a derecha –es decir, en el sentido de las agujas del reloj–, sino que se lo considera en forma retrógrada. Estos dos ejemplos pueden encontrarse en las culturas precolombinas y extremo orientales. 10 Uno de los errores contemporáneos más comunes es el de concebir un infinito finito. La suma indefinida de finitos (o ciclos) no puede constituir el infinito. Este, por definición, es lo que no es finito. O sea, lo que no está sujeto a finitud. Es lo mismo que hacer de un relativo, o de la suma de innumerables relativos (o anécdotas), algo absoluto. 11 La traducción de la palabra sánscrita chakra es precisamente rueda o disco. La "apertura" de los chakras o su expansión generativa, estaría vinculada con la ampliación del plano de la conciencia, simbolizada por la flor de loto (que se abre a la mañana y se cierra a la noche). En Occidente, esta flor sería la rosa. En particular la ROSA MUNDI, idéntica a la ROTA MUNDI. 12 Tal vez fuese oportuno establecer aquí, una diferencia entre significado y signo. El significado es la esencia o idea universal que el signo plasma (o encarna), que viene a ser como la forma o el ropaje del significado, adecuado a la relatividad espacio-temporal. El significado de un signo es lo que éste significa no su rol significante. Lo simbolizado es lo que el símbolo expresa verdaderamente, su razón de ser, no su capacidad transmisora. El mito es realmente la idea expresada en y por el personaje mítico, no las andanzas y aventuras computables de los héroes y los dioses. El rito no es sólo una ceremonia conmemorativa de sentido social, sino la correspondencia de energías entre un plano de realidad –o de conciencia– y otro desconocido. Al otorgárseles a estos términos una lectura lineal, se los degrada haciéndolos incomprensibles. Las acepciones dadas a las palabras y a las cosas en ciertos lugares o durante determinadas épocas, no sólo nos ilustran sobre la mentalidad de esas sociedades, sino que muchas veces constituyen ejemplos evidentes de inversión. Desgraciadamente en la actualidad se toma el significado del símbolo como si este significado fuese su función significante. El significado de los antiguos signa (o milagros) era el de la revelación sobrenatural; jamás el efecto que esos signa producían en la población. Por otra parte, habría una distinción entre símbolos naturales y símbolos tradicionales (iniciáticos) precisos, diseñados especialmente para producir una comunicación directa con el principio. Estos últimos tendrían una función "didáctica", obviamente relacionada con la enseñanza y el conocimiento. 13 Conocido es que el juego de ajedrez tiene orígenes astrológicos. 14 La idea de desenrollar los cielos, es decir, la de crear el cosmos, o lo que es lo mismo, el plano o tablero en donde éste se manifiesta, está en estrecha relación con el símbolo del telón, que se abre en la caja (cubo) escénica y donde se comienza a representar una obra ilusoria, con papeles y roles. Especialmente el teatro de títeres. Y también el cinematógrafo, que mediante una inversión de la visión óptica, proyecta en la pantalla o plano, indefinidas imágenes, anécdotas o "historias". 15 La serie numérica y la escala musical son dos códigos discontinuos, y sus componentes no son homogéneos. De allí las paradojas aritméticas y los semitonos musicales. 16 En el caso de los aztecas, luego de un peregrinaje de un número preciso (mágico) de años, éstos hallan su momento o la maduración necesaria o la escisión temporal adecuada, que se corresponde con un hecho espacial: el descubrimiento de una isla entre las aguas, símbolo tradicional del centro; y de una piedra, miniatura de la montaña, que junto con el árbol –en este caso un nopal– es emblema del eje. 17 Por ejemplo, el esquema circular o cuadrangular de una ciudad (o civilización), en medio de la confusión de las selvas o los campos salvajes. Por otra parte, los templos o tiendas de culto de forma circular son propios de los pueblos nómadas, mientras que los de base cuadrangular corresponden a los sedentarios. 18 Lo sagrado no tiene nada que ver con lo "religioso" tal cual hoy se lo entiende vulgarmente. 19 Recordar la potestad creativa e intermediaria que posee el hombre, otorgada a Adán en el paraíso; la de nombrar todas las cosas. Por otra parte, los nombres no son sino las formas simbólicas de lo innombrable. Y ya se sabe que el nombre expresa la esencia de la "cosa". 20 O rayos, en el modelo de la rueda del cosmos. Estos "rayos", cuya relación con lo celeste resulta obvia, son emisarios que unen la tierra con el cielo. En el caso del círculo son los "radios" los que vinculan el centro a la circunferencia. 21 Como ya se indicó, cada uno de los indefinidos puntos de la periferia constituye una "individualización" y una imagen refleja del punto arquetípico, así ésta corresponda a una sociedad o a un ser humano. 22 Estos términos son equivalentes e intercambiables. El altar de la casa es el hogar, el pater familias es el sacerdote. En los pueblos nómadas se lleva un poste ritual, símbolo del eje, que se asienta en el lugar en donde le toca acampar a ese pueblo. Otros peregrinos llevan ese mismo centro dentro de sí. 23 En la vida (ciclo) de un hombre, esos puntos significativos, en los que se establece comunicación directa o vertical, con otros tiempos o espacios, o mejor, donde se actualizan otras lecturas o vivencias, de las coordenadas espacio-temporales en las que estamos enmarcados (crucificados), pueden ser visualizados como estados especiales de la conciencia y muchos de ellos se recuerdan como significativos o como evocaciones o "remembranzas", en el sentido que Platón atribuía a ese término. 24 O su equivalente cuadrangular. 25 Jacob, andando por el desierto, se acuesta en un lugar determinado y con una piedra, símbolo del eje (miniatura de la montaña), como almohada, "sueña" con "ángeles", que "descienden" y "ascienden" por una escalera, del cielo a la tierra y de la tierra al cielo. Esta irrupción de lo vertical en lo horizontal, es equivalente a la irradiación del centro o al rayo de una rueda, que comunica el movimiento a la periferia, como ya hemos visto. 26 Así Dionisio Areopagita, hablando de las líneas rectas que convergen en el centro, nos dice que en la medida en que ellas están más próximas del mismo, la unión es más íntima. Y al contrario, cuanto más alejadas están de él, mayor es la separación. 27 Lo que podríamos decir, la base, si a este modelo plano de la ciudad le damos tridimensionalidad o relieve. En efecto, círculos o cuadrados sucesivos, los unos dentro de los otros, nos dan la idea, en el plano, de lo que es la pirámide o el zigurat, en el espacio. Que va desde la base numerosa, a la culminación del punto único final. 28 Obsérvese que la serie expansiva (ad-extra) pudiese expresarse así: 1 + 2 + 3 + 4 = 10 (número de totalidad). Mientras la serie contractiva (ad-intra) sería: 10 = 4 + 3 + 2 + 1, según la conocida tetratkys pitagórica. 29 En este recorrido se encuentra el "laberinto" (como en Chartres y en otras catedrales y templos), símbolo del peregrinaje en la búsqueda del conocimiento y del peligro de "perderse". Del que hay que encontrar dificultosamente la salida, para nuestra propia salvación. 30 En algunas iglesias, en especial en las catedrales góticas, este centro no se halla en el "medio" de la forma arquitectónica, sino en el centro de la cruz, que es el esquema del plano constructivo. Como se sabe, la cruz cristiana no tiene los brazos iguales. 31 El santuario o arca de la alianza es, a su vez, otra miniatura del cosmos. 32 Lao Tse: Tao Te King 11. 33 Es curioso destacar que muchas personas piensan que la iluminación es algo que se produce con coros sentimentales de violines y arpas o con una música grave y solemne, en un mundo cinematográfico autocompasivo y pomposo. Otros creen que llega de casualidad o como algo fulminante. En ambas versiones, debe notarse que esta "iluminación" viene de fuera y alumbra al sujeto en cuestión. O sea, que hay un sujeto que ilumina y un objeto iluminado. Bien por el contrario, la iluminación se refiere a un estado de conciencia, en donde las cosas y nosotros somos una sola identidad, sin confusión de ninguna especie. Y donde una iluminación distinta abarca todos los objetos, que simultáneamente brillan a la nueva luz de un estado, que se acaba de descubrir, y que se traduce en ese conocimiento. 34 Pese a que sus primeras y largas etapas son descritas, muchas veces, como un descenso a los infiernos, un viaje al inframundo, al interior de la tierra. 35 Por un acto de arrepentimiento del presente, o sea, una reactualización, se borran los "pecados" del pasado. El eje de la rueda se mantiene inmutable, mientras es propio de la movilidad el cambio permanente. 36 Saber que no somos nada, que nada debemos saber, deponer el vano orgullo de la ignorancia oficializada y nuestra falsa seguridad. 37 Este sería, propiamente, el estado humano. Y correspondería, entonces, a la función mediadora del hombre entre cielo y tierra. A título adicional, diremos que es bien conocida la identificación entre Adán y Cristo. Esta situación central es llamada tifereth en la cábala hebrea y corresponde al centro de donde el sol extrae su energía, que manifiesta, repitámoslo, a través de sus rayos o los rayos de la rueda. |
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