La relación del simbolismo de la rueda con el Tarot resulta obvia. Efectivamente; la palabra "taro" está invertida silábicamente, y este nombre criptogramático no quiere decir sino rota, es decir, rueda.1 Como se sabe, el código simbólico del Tarot tiene orígenes medioevales (alquímicos, numerológicos, cabalísticos, astrológicos), aunque no es sino la forma actualizada –en su espacio y en su tiempo– que toma la tradición primordial para expresarse; como es también el caso de la cábala histórica, que nace en España en el siglo XIII con la aparición de las escuelas que dan nacimiento al Zohar, el libro fundamental en el trabajo cabalístico.2 El Tarot es también un libro que en lugar de tener páginas impresas con palabras, se expresa a través de símbolos estampados en una serie de planchas o cartulinas. En él se ordena una cosmología completa, y constituye un modelo del universo, análogo al mismo, construido con su misma estructura, de donde el poder mágico e iniciático que se les atribuye tradicionalmente. De todas formas, se trata de un lenguaje relacionado con el conocimiento, que se manifiesta a distinto nivel y de diversas maneras. El Tarot es ese lenguaje al manifestarlo y por lo tanto el vehículo que expresa una sabiduría que él mismo lleva implícita. Es un compendio de ciencia actuante, al ser el mensajero de una energía que le da su razón de ser, y que por cierto lo trasciende. Esto, sin tomar en cuenta su acción como promotor de imágenes y fecundador de visiones. No es el caso de hablar en este trabajo sobre el Tarot en el sentido de dar una explicación sucesiva y una a una de sus partes, sino más bien sugerir, aclarar y ordenar su estrechísima relación con el simbolismo de la rueda cósmica. Lo mismo se pretende con la Cábala; en efecto, ésta también, a través del modelo universal llamado –como en otras tradiciones– árbol de la vida, nos da la visión de una estructura del cosmos válida para todo tiempo y lugar, así para lo más pequeño como para lo más grande. Este árbol, este diagrama, está compuesto por diez números, o "numeraciones", llamadas sefiroth, que son otros tantos estados de un ser Uno o el desarrollo de la multiplicidad manifestada del cosmos entero a partir de la unidad original. Cada cosa tiene nueve reflejos de sí, dice la tradición cabalística, y esos reflejos o aspectos de la unidad original, sumados a ella misma (1 + 9 = 10), conforman un todo, o un ciclo completo, que es tanto el del universo entero como el ciclo particularizado de cada una de sus partes. El código simbólico de la aritmética de Pitágoras no dice otra cosa, y llama a este ciclo de los nueve primeros números, el de los números naturales, al cual pueden reducirse todos los números posibles. Este código básico numérico es fundamental, pues sintetiza todas las posibilidades de la serie y crea un sistema con el que es posible numerar todas las cosas. Numerar todas las cosas es darles vida, es nombrarlas. Y va de suyo que la aritmética a la que nos referimos dista mucho de su aplicación exclusivamente cuantitativa, que es casi la única que conocemos los nacidos en la sociedad moderna. Bien por el contrario, el código numérico expresa principios o ideas universales, que cada dígito manifiesta a su manera; y la misma diferencia que existe entre ellos (vgr. la unidad con respecto al binario, el binario referido a la tríada) no está sino señalando esta variedad conceptual, o las distintas modalidades de una misma energía, que es precisamente la descrita en la serie numérica. Este modelo simbólico aritmético, que por otra parte es análogo y complementarlo con el código geométrico, nos brinda la indefinitud de las posibilidades numéricas, a través de todas las combinaciones posibles de los dígitos naturales entre sí, es decir, el universo numerable de lo innumerable o una serie de finitudes indefinidas. Este espacio cerrado y ordenado, aparentemente homogéneo, creado por el propio sistema aritmético o geométrico, sería la representación o la manera de aprehender y fijar al cosmos a través de una visión que tuviera o reflejara iguales características que el cosmos mismo, vale decir, que fuera su modelo. Lo que equivaldría a afirmar que los números originalmente son sagrados y de allí su carácter "mágico" recogido aún hoy por diversos folklores y, sobre todo, que son otra cosa distinta de la lectura que de ellos hacemos actualmente. No es necesario insistir sobre el hecho de que la idea de número está asociada a la de módulo y a la de "medida"; asimismo a la de equilibrio y sobre todo a la de armonía, estrechamente ligadas a las ideas o conceptos universales que expresa la escala musical. Por otra parte, agregaremos que en la cábala hebrea cada letra del alfabeto –como en el esoterismo islámico y griego– tiene una correspondencia numeral. Y que juntos, letras y números, constituyen la ciencia de los nombres.3 Y así como en las relaciones mutuas y recíprocas entre los nueve primeros números se puede numerar todo lo numerable, así también con las veintidós letras o claves del alfabeto hebreo, combinadas entre sí, se puede nombrar todo lo nombrable. O lo que es lo mismo, el mundo entero, pues todo lo manifestado tiene nombre –el mismo hecho de su manifestación es una señal o nombre–, menos, claro está, lo que no puede nombrarse, lo que no tiene nombre, lo inmanifestado, lo que está más allá del propio código o lenguaje, y sin embargo lo que todo código, o lenguaje, o mundo, o sistema, en forma implícita no hace sino expresar, puesto que toda manifestación es una concreción, o una materialización, de la inmanifestación original. Tal el acto con respecto a la potencia.4 La traducción de la palabra hebrea kabalah es "tradición"; más especialmente usada en el sentido de "recibir algo", aceptar" (un mensaje o legado). Esa herencia no está referida a un depósito de letra muerta, ni a moralinas grupales, o a ritos vacíos de contenido, ni siquiera a usos y costumbres determinados, o a normas de conducta y formas de vida. No es la preservación de un folklore, ni tampoco la de una religión, y mucho menos la propiedad de un pueblo o cenáculo determinado, por más fanatismo que se ponga en ello. El verdadero eje tradicional y el auténtico legado, el tesoro que nos han dejado nuestros padres, los fundadores de los pueblos, es su concepción del mundo; el conocimiento de otras realidades que hoy no podemos ver los hijos de esta época, por estar como dormidos, muy confusos y enfadados, y completamente ignorantes. Y aunque la cadena iniciática se ha mantenido ininterrumpida hasta nuestros días, estos conocimientos parecen casi definitivamente perdidos, o preservados en forma muy oculta en pequeños grupos. Obviamente este legado –expresado por todos aquéllos que los pueblos han llamado sabios en todos los tiempos– no podría tener nada que ver con una versión literal de las cosas, como la que nos ha inculcado la pretendida ciencia contemporánea. Tampoco con una concepción empedernidamente materializada, lo que hace pensar en actitudes infantiloides. Menos aún con encuadres socio-políticos, económicos, sentimentales o competitivos, de cualquier género. Sólo podemos decir que la educación occidental contemporánea está diseñada para exaltar el ego. Y por la vía de creer que el sueño que es nuestra existencia, que suponemos una realidad única e imprescindible en el universo –así como que nuestros trajes, máscaras, disfraces, circunstancias, somos nosotros–, nos identificamos con eso y no advertimos que estamos condicionados, o solidificados, entre las cuatro paredes de un encierro, de una confusión, de un amorfo al que no se le encuentra salida. A poner fin a esa cárcel de la mente viene la tradición como un mensajero o intermediario (dios, arcángel, ángel, fuerza activa de la tradición misma), en este caso bajo la forma del código aritmético y geométrico, del sistema alfabético, del Tarot, del diagrama del árbol de la vida sefirótico, o del modelo de la rueda cósmica. Es importante insistir en que todos estos sistemas5 son modelos universales, y por lo tanto análogos a lo que representan; y que todos ellos han sido diseñados como vehículos para salir del cosmos mismo. O dicho de otra manera: que el conocimiento de una cosmogonía –no en forma "racional", sino asumiendo que la vida y nosotros somos eso–,6 la encarnación de ese conocimiento, la identificación con el universo –en el sentido de ser un sólo mundo o lograr un estado de virginidad primordial– son los pasos previos para arribar a lo que está más allá del cosmos, lo supracósmico. Eso es precisamente lo que afirman unánimemente las tradiciones: que su legado les ha sido revelado y que ellas lo transmiten; que su modelo cósmico les ha sido inspirado; y que el conocimiento de ese modelo –o sea, de todas las cosas–, no es propio, sino que por el contrario tiene orígenes no humanos, y los dioses nos lo han dado como un medio ordenado, una escala, para que la comunicación entre ellos y nosotros pueda ser posible. Esa escala, ese puente, ese eje, sería la tradición misma, que a través de sus estructuras, sistemas, modelos, ritos, símbolos, pudiera operar una labor de escisión o fractura y unir o ligar un espacio profano u ordinario con otro sagrado o significativo. Este es precisamente el objeto que se propone toda tradición particular y su razón misma de ser: el de establecer el contacto entre cielo y tierra, necesidad imperiosa que todos los pueblos han experimentado y realizado parejamente con el conocimiento de los secretos reveladores de la cosmogonía. Esta realidad por cierto que nos toca, pues siendo todo aprendido, y además siendo nosotros lo que sabemos, los modelos culturales en los que nos hemos educado –y que han pasado a ser nuestra personalidad por identificación con los mismos– son un límite y un condicionamiento, por un lado, y una salida por otro, pues constituyeron originalmente una escala para trascender el espacio profano y arribar al conocimiento de otro espacio distinto. Tan diferente de él como lo que está "más acá" con referencia a lo que está "más allá". De allí también que se haya afirmado siempre y unánimemente que los orígenes culturales, es decir, la civilización de los pueblos (incluidos usos y costumbres, artes plásticas, danza y arquitectura, artesanía, poesía, agricultura, ritos, vestimenta, morales, normas de comportamiento, tabúes, etc.) reconoce filiación directa con el "más allá", con lo no humano, con los misteriosos dioses que pueblan y recrean el universo, como si fueran una tropa divina. Esa milicia de energías invisibles lleva sin embargo nombres; la indagación de esos nombres nos conduce a su conocimiento, es decir, a la identificación con las energías que ellos representan. La ciencia de los nombres sería entonces el conocimiento de esas energías invisibles y específicas que conforman el mundo. Y a través de este conocimiento llegaríamos a la sublimación de estas energías, hasta su identificación con lo que no tiene nombre (de lo audible a lo inaudible), aquello que nadie ha visto jamás, ni jamás podrá ver –pues su aprehensión no tiene nada que ver con los sentidos– y de lo que no se podrá nunca tener una imagen posible. Y no porque no pueda expresarse por dificultad del que lo enuncia, o incomprensión del que lo escucha, sino por su propia naturaleza (si así pudiera decirse) no humana, que hace que cualquier traducción llevada al plano humano, sea apenas un reflejo y por lo tanto también una inversión, cuando no una proyección más o menos distorsionada. En realidad esos dioses o nombres divinos no son otra cosa que la expresión de principios universales. Y su conocimiento sería simultáneo a la identificación con las energías que ellos simbolizan, o, expresado de otra manera: con la encarnación de las emanaciones que ellos nombran o enumeran. Este proceso de conocimiento, o la iniciación en la ciencia, o en el arte, transforma a quien lo realiza. Y por la vía de esa transmutación de energías, va ascendiendo peldaños en la escala cognoscitiva, ordenadamente, haciendo estaciones en su ascenso, que simbolizan determinadas energías cósmicas cada vez más amplias en el largo camino hacia la propia evolución por medio de un nuevo aprendizaje. Puesto que si todo es aprendido debemos demoler lo que ha constituido nuestra ilusión acerca de la "personalidad" que poseemos –sacada de aquí y allá, fruto de] azar y absolutamente condicionada por situaciones geográficas, históricas, políticas, religiosas, raciales, económicas, sociales, culturales, físicas, nacionales, provinciales, familiares, etc.– y construir una nueva estructura (dejar el hombre viejo y aceptar el hombre nuevo) a través de la cual se pueda aprehender el conocimiento. Destruir para construir. Aunque en verdad este proceso doble es simultáneo, pues al desprendernos de ciertas cosas damos lugar al espacio mental necesario para aprender otras nuevas, o dicho de otro modo: se asume el hecho de que a una acción sigue una reacción, y que éste es el rito fundamental de la vida. Este gradual proceso de d esa condicionamiento de una cultura, o mejor, de la forma de ver esa cultura, para aprender otra lectura de la misma –en todo caso mucho más ligada a su prototipo original, reflejo de un arquetipo eterno–, es equiparado a la búsqueda y a la obtención de la libertad. Y esto es lo que pretenden todas las tradiciones a través de sus modelos esotéricos. No otra cosa es lo que simbolizan el Tarot, la cábala y el modelo cósmico de la rueda. En el caso del Tarot, éste consta de setenta y ocho láminas o cartas simbólicas, módulos que combinados y barajados entre sí crean un plano o enfoque de la realidad. Este punto de vista es variable pues es indefinido, ya que las distintas tiradas de cartas configuran , en cada una de ellas, una situación particularizada, análoga a la de cada punto de la periferia de nuestro modelo de la rueda en relación con la inmovilidad central. Estas imágenes que se crean simultáneamente con el plano de una tirada, conforman diversas situaciones o articulan un lenguaje en el que ellas se expresan y que todo aquél que esté dispuesto a oír escuchará. Para eso es previamente necesario el aprendizaje paciente y fatigoso de este código; pero él mismo se va revelando a medida que profundizamos en su interior. Con respecto al árbol sefirótico de la cábala sucede lo mismo: las relaciones y transposiciones, las combinaciones y articulaciones de las sefiroth7que constituyen el diagrama del árbol de la vida, producen un campo o espacio horizontal, apto para que las energías verticales trascendentes, existentes en forma inmanente en cualquier código o manifestación, sean despertadas y produzcan una reacción que reviene sobre aquél que realiza un trabajo o se dedica al estudio, aprendizaje y conocimiento de estas energías prototípicas o ideas universales, expresadas por los números, las letras del alfabeto y las sefiroth. El sistema simbólico-cósmico del Tarot, sus setenta y ocho cartas, se subdivide en tres paquetes llamados arcanos mayores, arcanos menores y cartas de la corte (a los que podríamos llamar grupo a, grupo b, y grupo c); y el número respectivo de estas láminas es de veintidós, cuarenta y dieciséis. Los arcanos mayores de por sí constituyen una introducción y una síntesis de este sistema. Sus veintidós figuras están numeradas en forma sucesiva de uno a veintiuno,8 quedando una carta final sin numerar (llamada "El Loco"), que tanto puede colocarse al principio como al final de la serie y que juega para algunos el papel de cero y en todo caso el de principio y fin: el alfa y el omega de todo esquema circular, cerrado en sí mismo, como es el modelo de la rueda cósmica. Estas cartas tienen nombre diferente y un símbolo gráfico distinto para cada una de ellas. Están luego los arcanos menores, que constituyen también un todo separado, pese a su ensamble con los otros dos paquetes de cartas. Su número es de cuarenta naipes, en una serie que va de uno a diez, y que admite cuatro colores o señales en su clasificación, llamados bastos, espadas, copas y oros. Esta serie de uno a diez debe relacionarse con el sistema de Pitágoras y con las diez sefiroth o emanaciones divinas de la cábala.9 En cuanto a los cuatro "colores", están estrechamente vinculados con cualquier visión cuaternaria del ciclo, así sea ésta la del movimiento aparente del sol a lo largo del día, o del año, o el recorrido entero de un manvántara o ciclo de una humanidad. Asimismo se los debe ligar con los cuatro elementos y con los tres grados iniciáticos (aprendiz, compañero y maestro) en el proceso del conocimiento, que sumados al estado ordinario o profano, constituirán un circuito escalonado, análogo, como seguidamente veremos, a la división cuaternaria (en planos o mundos) que se aplica al diagrama sefirótico. Por último queda un paquete de dieciséis láminas, que se dividen en los mismos cuatro colores que los arcanos menores: bastos, espadas, copas y oros, pero que también está diferenciado por una jerarquía cuaternaria, simbolizada por el rey, la reina, el caballo o caballero, y la sota o valet. Los cuatro colores y las cuatro jerarquías deben relacionarse con los mundos o planos cabalísticos, así como con toda referencia al número cuatro, a la cruz y al cuadrado, que son los que enmarcan y limitan un plano o mundo al fijarlo, manifestándolo, creándolo de esa manera. A continuación veremos otras relaciones mutuas entre el Tarot y la cábala. En cuanto al diagrama del árbol de la vida, éste tiene un diseño10 que es susceptible de ciertas diferenciaciones. Tradicionalmente se lo divide en cuatro planos horizontales, o mundos, llamados olam ha'Atsiluth (emanaciones), Beriyah (creación), Yetsirah (formaciones) y Asiyah (que da origen a la manifestación y a la concreción material).11 Al principio corresponden las sefiroth Kether (corona), Hokhmah (sabiduría), Binah (inteligencia); al segundo las de Hesed (gracia), Din (juicio), Tifereth (esplendor); al tercero Netsah (victoria), Hod (gloria) y Yesod (fundamento); y finalmente al cuarto sólo Malkhuth, la mujer del rey, la que recibe y concreta el legado, la tierra, o el mundo en su sentido más amplio, la manifestación universal, percibida por los sentidos, que ha podido ser gracias al proceso que describe el modelo sefirótico.
Por el árbol de la vida se desciende desde la unidad central, o mejor, desde la primera manifestación, Kether (la corona), a la multiplicidad periférica de lo manifestado, Malkhuth, la materialización de ese energía. De esta manera se crea un circuito cerrado (1+ 9 = 10), que lleva implícita la idea de que esa energía, una vez alcanzados sus límites, retorne a su fuente original (10 = 1 + 0 = 1).12 Perpetuamente, las energías del cosmos ascienden y descienden entre el cielo y tierra, desde su calidad más fina hasta su forma su forma más grosera. Este proceso se realiza de manera simultánea, lo que realmente incluye el hecho de que se efectúa en todas las cosas, o seres, y en distintos grados o mundos. La idea de que podamos ser parte de un ser humano gigantesco y primigenio, de que nosotros seamos una célula sanguínea de ese hombre (o que nuestro sistema solar sea esa misma célula) no es ajena a la cábala. Por el contrario, a ese ser se le denomina Adam Kadmon y su múltiple desmembramiento conforma el universo, como es también el caso del Osiris egipcio, del DionisosZagreus de los griegos, y de otros muchos mitos cosmogónicos. Ese universo de módulos, números, letras, estrellas, miembros, no es sino un símbolo manifestado de lo inmanifestado y las claves para llegar de la manifestación a la inmanifestación. El descenso de las emanaciones divinas que se concretan en la creación cósmica está sucediendo en este momento y el hecho de que el mundo sea tal cual cosa, para la mentalidad moderna, o que de acuerdo a nuestro punto de vista percibamos esto o aquello, es completamente indiferente al proceso de la creación universal, que es perenne, aun visualizado desde el punto de vista horizontal; simultáneo, desde la proyección vertical. Este laboratorio, que es el mundo, ha sido descrito también como un caldo de cultivo en el que se cuecen diversas energías, se solidifican las más densas, se volatilizan las más sutiles y buscan un espacio más allá de las estructuras que las contenían. En el árbol de la vida, tres energías o principios interactúan constantemente entre sí. Uno es activo, el otro pasivo, el tercero neutro. El activo se opone al pasivo y el pasivo al activo, pero no se excluyen, sino que se complementan. El neutro es aquel punto donde el activo y el pasivo dejan de ser tales. Una energía latente que existe en todas las cosas, verdadero factor de equilibrio, y proyección vertical del eje del cielo sobre el plano horizontal de la tierra. Es el pilar invisible, o eje, a partir del cual han sido creadas todas las cosas y al cual todas las cosas retornan. Lugar de paz; la lucha y el desequilibrio han llegado a su fin. Esta lucha y complementación perenne (yin y yang) a que está sometido el proceso de la vida y el hombre mismo, es expresada en la cábala no sólo por la división ternaria del modelo del árbol cósmico, a la que nos estamos refiriendo, sino también con la teoría del Tsim-Tsum.13 Si el mundo entero fuese una exhalación, o un sonido, o la emanación de la luz, también tendría esta división ternaria, que se produce en cuatro campos, o planos, o "lecturas" diferentes de un hecho o cosa, si así pudiera decirse: o sea, una visión de mundos "paralelos", o simultáneos, o diversos estados de un ser universal. Hay entonces cuatro árboles de la vida o cuatro maneras distintas de ver el mismo árbol. Uno es el modelo del árbol cósmico visualizado a nivel de Atsiluth, el mundo de las emanaciones primigenias de las que nada puede saberse desde el plano del conocimiento ordinario. El segundo sería el diagrama del árbol en el plano de la creación (Beriyah), signado con el número cuatro. El número cuatro es tomado siempre como número de la primera manifestación o primera creación.14 El tercero es el diagrama a nivel de las formaciones cósmicas (Yetsirah). Estos tres primeros serían invisibles y estarían Incluidos en el cuarto, pues a decir verdad, este último no es sino una materialización de aquéllos y corresponde a la manifestación cósmica en su grado físico, corporal o sensorio. A su vez, un modelo cósmico, a un nivel de lectura (o un árbol visualizado en tal o cual plano), incluiría también la posibilidad de otros tres planos o niveles.15 De hecho, si cada cosa tiene nueve reflejos de sí misma, cada sefirah incluiría un árbol sefirótico dentro, y así con cada uno de ellos indefinidamente. Esta multiplicación no se produce sólo en el plano, sino que también es volumétrica y se proyecta en las seis direcciones del espacio: norte, oriente, sur, poniente, zenit y nadir, oponiéndose dos a dos como las caras de un cubo, teniendo a Tifereth (esplendor o belleza) como centro o eje, proyección de la vertical en la horizontal, punto neutro o corazón del árbol.16 En ese mismo sentido, indicaremos que el modelo del árbol tiene relieve, pues admite tres lecturas de sí mismo, que sumadas a la vulgar o profana, nos darán la idea de profundidad, más allá del plano.17 Eso es, por otra parte, lo que expresa la diferencia entre cuatro colores y también entre cuatro jerarquías. El modelo cósmico simboliza en pequeño, lo que el original es en grande, de donde es sencillo inferir que lo manifestado, el universo entero, tenga cuatro lecturas o cuatro grados jerarquizados de sí mismo, siendo la existencia material, solidificada, un mero ropaje, O forma, o modo, que toma una corriente de energías al "concretarse". De donde puede observarse que el Tarot, y su interrelación con el modelo sefirótico, es una cosa bien distinta –y no tan fácil– de aquella visión que lo encuadra en un juego, o en un procedimiento predictivo, en el sentido más literal aplicado a estos vocablos.18 Con el árbol de vida de la cábala sucede lo mismo. Y estos mandalas que refulgen con las luces del cosmos, ignoran completamente las especulaciones de tono menor, teñidas de carácter utilitario, donde los problemas personales están siempre de por medio. La cábala, el Tarot, el modelo cósmico de la rueda, son sólo vehículos de conocimiento. Y si bien el conocimiento se expresa a través de ellos (para nuestra realización), ellos mismos no son el conocimiento. Son el puente,19 el pasaje, el navío, que nos conduce de un espacio a otro espacio; pero nunca un objeto de adoración o de devoción, en el sentido que se da a estos términos hoy en día. Una vez que el caballo nos ha llevado al término del viaje, nos despedimos con todo agradecimiento y cariño de él, y por mejor caballo que sea, lo dejamos, pues la función de nuestro vehículo ya se ha cumplido al finalizar el recorrido. No es posible tomar lo relativo por absoluto, por más que sea lo que se nos ha inculcado en este mundo de enormes minucias, de anécdotas e historietas, siempre "trascendentales" para lo que llamamos "nuestra vida". Tomamos las superficies brillantes y pulidas por lo que son las cosas en sí. Esta superficialidad nos impide ver que el cuerpo es el traje del alma. Y que esta última no es sino el vestido del espíritu. Volviendo a los arcanos mayores del Tarot –en su relación con el modelo del árbol cabalístico–, señalaremos que esta serie sucesiva numerada de I a XXI, con el agregado de "El Loco" (cero), se puede ordenar de la siguiente manera: 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, hasta llegar al ciclo completo de la serie, descendiendo por el árbol de la vida, desde Kether hasta Malkhuth,20oen el modelo cósmico de la rueda, del punto virtual inicial a la multiplicidad de los puntos de la periferia. Y retornar desde el límite de la serie, o plano, hasta el centro o a la unidad original. Lo que nos daría, en el caso de los arcanos mayores, la siguiente serie de ida y vuelta, de descenso y ascenso, a través del árbol de la vida: En el diagrama de la cábala, cada sefirah tiene un aspecto luminoso y otro oscuro. Uno mira a Kether y el otro a Malkhuth. Todo el árbol pudiera ser visualizado así, teniendo como centro a Tifereth, la superficie de las aguas. Esto vendría a ser precisamente la oposición (y complementarismo) de lo que vuela y lo que repta. Asimismo, cada sefirah de la columna activa ha de tener algo de la pasividad del que se le opone, y viceversa, para que esto pueda ser posible.24 Como se sabe, la tradición extremo oriental lo expresa diciendo que en cada energía yin hay una yang, y que en cada yang una yin. En el Tarot esto se manifiesta por el sentido "benéfico" o "maléfico" que puede tener tal o cual lámina. También por el hecho de que salgan al derecho o al revés con respecto al que consulta el oráculo. La Alquimia medioeval llamaba a este proceso disolución y coagulación (solve et coagula), siendo la primera expansiva o centrífuga (ad extra) y la segunda contractiva o centrípeta (ad intra). La unión o complementación de esos opuestos –en el centro o eje de la rueda, el lugar donde se resuelven todas las oposiciones– constituye al hermafrodita alquímico, o andrógino primordial. Por otra parte, ya hemos dicho que los cuarenta arcanos,
menores se reúnen en cuatro paquetes, conjuntos (o colores) iguales
numerados de uno a diez. En éstos, el primero, llamado de bastos,
comienza con el número uno de ese color y continúa con la
serie hasta el diez. Con las siguientes series sucede lo mismo, van del
uno al denario en colores –o palos– que como se sabe, son: bastos, copas,
espadas y oros; y en la baraja francesa: trébol, corazón,
pica y cuadrado o diamante. Corresponden a las diez sefiroth en
los cuatro mundos o planos, y nos dan la inmediata idea de un diagrama
cuádruple tridimensional. Mejor, de cuatro diagramas superpuestos,
saliendo del plano y formando un conjunto volumétrico, una caja
estructurada que da la imagen de una construcción perfectamente
organizada en su totalidad.25
Igualmente, a cada número corresponde una sefirah, tocándole
el número uno a Kether, el dos a Hokhmah, y así
sucesivamente hasta el número diez, Malkhuth, en donde
finaliza la serie. A cada color o palo, corresponde un mundo o plano del
árbol. A bastos Atsiluth, a espadas Beriyah, a copas
Yetsirah, y a oros Asiyah. Tomemos un ejemplo: supongamos
que sacamos del mazo de naipes una carta que ella es el siete de copas.
Por su número corresponderá a la sefirah número
siete, Netsah, y como tal le cuadran todos los atributos y energías
referidos a esta sefirah cabalística. Pero al mismo tiempo
su color o palo nos está diciendo que esta baraja se refiere al
plano donde esa energía actúa, en este caso el plano o mundo
de Yetsirah. Esta carta entonces alude a un concepto,26
o a una energía denominada Netsah en Yetsirah, perfectamente
específica y distinta a los otros treinta y nueve símbolos
o cartas del conjunto, o paquete de los arcanos menores.
Esta misma idea se representa también como un árbol prototípico (reflejo de un arquetipo o idea universal), en donde la vida tiene cuatro lecturas o colores distintos, visualizados en el diagrama plano como sucesivos, aunque de hecho son simultáneos. Es decir, que es ilustrada con el diagrama prototípico del árbol, dividido en cuatro porciones horizontales o niveles. Esta división cuaternaria se refiere también al hombre, ya que éste es una miniatura del cosmos. Y así como la vida tiene cuatro lecturas –que van de lo más superficial o externo, a lo más profundo o interno–, así también esta diferenciación se da en cualquier expresión sujeta a los límites del tiempo y el espacio, como una jerarquía (y por lo tanto una sucesión), en la que lo más alto correspondería a los orígenes y lo más bajo a la actualidad. En realidad, lo que acontece es que ciertas energías verticales y simultáneas son transferidas o traducidas a otras horizontales y sucesivas, y se manifiestan sensiblemente al nivel de éstas. El modelo macrocósmico del árbol asimismo puede ser equiparado a lo microcósmico y humano (recordar la versión cabalística en donde el cosmos es un ser gigantesco) y ser referido a la estructura física del hombre. En este caso, la cabeza de dicho hombre estaría compuesta por las sefiroth Kether, Hokhmah y Binah, correspondiendo a estas dos últimas el ojo derecho y el izquierdo, respectivamente, y asimismo los hemisferios cerebrales en su división binaria. El tronco estaría compuesto por Hesed, Din y Tifereth, siendo las dos primeras los brazos derecho e izquierdo; y la tercera, el corazón y el plexo solar hasta el ombligo, así como todos los órganos contenidos en la cala torácica.28Netsah y Hod serían la pierna y cadera derecha y la pierna y cadera izquierda. También estarían accionando en la zona ventral y sus órganos internos, mientras que los genitales corresponderían a Yesod. Finalmente Malkhuth, única sefirah del plano de Asiyah está emparentada con los pies.29 Además de esta analogía microcósmica física, el árbol prototípico tiene correspondencias macrocósmicas y astrales. En efecto, cada sefirah puede ser vinculada con un astro (o dios, para otras tradiciones) en un universo en cambiante sucesión de energías, la mayor parte de las cuales son invisibles (o "angélicas"), ya que la única que simboliza la concreción o tierra –la receptividad divina procreando–, el cosmos físico manifestado, es Malkhuth, la cristalización y solidificación prohijada por la energía pasiva, capaz de recibir toda la vibración de la vida y materializarla. Para nuestra época estas correspondencias astrales pueden atribuirse de esta manera: Saturno a Binah, Júpiter a Hesed, Marte a Din, el Sol a Tifereth, Venus a Netsah, Mercurio a Hod y la Luna a Yesod. Esto nos lleva a una estrecha relación con la alquimia, pues para ésta, los minerales con que trabaja son también las energías de los astros madurados en las entrañas de la tierra. Es muy importante destacar que el modelo del árbol de la vida está invertido. En efecto, todo árbol "normal" tiene las raíces en la tierra y sus frutos son aéreos. El modelo cósmico del árbol sefirótico, tiene sus raíces en el cielo –Kether–, y sus frutos son la concreción de la vida en la tierra –Malkhuth, la inmanencia divina– lo que nos hace pensar que nosotros, como seres manifestados, estamos invertidos con respecto a las emanaciones de la deidad.30 Además, esta inversión, que se produce en el plano propiamente humano a través de los sentidos, es, por otra parte, una clave en la estructura del modelo del universo. Resulta muy clara en el símbolo de la estrella de David o sello salomónico que, como se sabe, consta de dos triángulos equiláteros entrelazados y opuestos, que configuran el símbolo típico de la analogía. Por otra parte debe advertirse que las energías de las sefiroth del árbol, interactuando e interrelacionándose entre sí, son las que finalmente conforman el cosmos, haciendo que todas las cosas se desenvuelvan en un perfecto orden y disponiendo los cuerpos celestes y terrestres en armónicos movimientos. Este equilibrio universal es actualizado por intermedio de las energías angélicas llamadas ofanim (ruedas) y sus gravitaciones en espiral conocidas como remolinos (galgalim). Ahora bien, la encarnación de estos conocimientos cosmogónicos, referidos a otras maneras del espacio y el tiempo, y su aprehensión, es decir, el acceso a otros mundos que están presentes en nuestro mundo ordinario31 –aunque en forma oculta–, es trabajo que puede realizarse con el modelo del árbol cabalístico y el Tarot, que para eso han sido diseñados, en correspondencia análoga con el cosmos. La enseñanza sugiere estudio y meditación, y también silencio. Internalización de las energías del árbol de la vida, expresadas por las sefiroth, por la determinación de ciertos atributos divinos. Y llevar el trabajo que se realiza con ese árbol de la vida, a la cotidianidad.32 Este diagrama es el modelo de todas las cosas, y por lo tanto está ahora y siempre presente. Es para nosotros una herencia del pasado que se actualiza al revivir las energías que se encuentran en él contenidas, lo que equivale a despertar a los dormidos símbolos que comienzan misteriosamente a vislumbrarse, a resonar en el interior de uno mismo, y que establecen una especie de "puente", o vehículo axial, para pasar de un espacio a otro espacio, o de un mundo a otro mundo. Y es por ese mismo eje central, que vincula a todos los planos o estados que tiene un ser en sí, por donde se conectará con lo supracósmico. Entendiendo por esto no solamente lo que está "más allá" de las sefiroth de "construcción cósmica", sino también lo que excede al modelo del árbol mismo, lo cual se halla simbolizado por Kether, que en su acepción más elevada es idéntico a Ain, el absoluto, la nada.33 Aunque esta sefirah en su aspecto más bajo –si así pudiera uno expresarse–, al ser la primera determinación, ya está condicionada por el ser.34 Esta salida del cosmos es lo que propone la alquimia, trabajando con el método de las transformaciones de las virtudes físico-simbólicas de la vida en su aspecto mineral, en correspondencia con el hombre y su psique.35 El sabio realiza su trabajo en el athanor u horno alquímico. Este artefacto es también un modelo del universo y su cuerpo consta de tres niveles horizontales superpuestos, en el primero de los cuales la "materia" densa penetra en el athanor y en el último, sale en forma de gases sutiles por un orificio superior que corresponde a la sumidad. En el simbolismo de la construcción, la puerta del templo o de la casa-habitación, cumple esa misma función de medio de paso, o de traslado horizontal de un espacio profano, u ordinario, a otro sagrado o significativo.36 Y también –como en el athanor– la salida es a través del eje vertical, simbolizado en el templo por el altar. o ara, como proyección de la cúpula en el plano. En la casa-habitación, esto se manifiesta por la chimenea u hogar, que es una salida al "exterior", a otro mundo o espacio que está "más allá" de aquél que el modelo cósmico, o constructivo, manifiesta. En última instancia, este athanor, templo u hogar, no es sino la simbolización del hombre mismo y un reflejo central del eje universal, por el que a través de distintos niveles o planos, se va de lo más denso a lo más sutil, de lo más groseramente manifestado –por una transmutación, refinamiento o proceso evolutivo– a lo más etéreo, tal cual los gases con respecto a la materia solidificada. De la manifestación a lo inmanifestado. Como lo describe el modelo del árbol de la vida, que se corresponde con la división en planos horizontales del athanor, en relación con los mundos ya mencionados, de este diagrama cabalístico. Asimismo, en el simbolismo constructivo, en la figura de la pirámide o del zigurat, se notarán estos planos superpuestos desde la base hasta lo más elevado. Por otra parte –y para terminar– debemos decir que estos niveles o jerarquías se hallan expresados en la representación plana del modelo cósmico de la rueda por cuatro círculos concéntricos, que se ubican rodeando al punto original, y que son diversos escalones que van desde el movimiento hacia la inmovilidad, o viceversa, según sea el sentido de la lectura que se dé a la figura. No es de extrañar pues, que la alquimia, como la cábala, el Tarot, la numerología, la astrología, la construcción, la magia, etc., se hallen tan estrechamente relacionados. Pues en verdad ellos conforman la cosmología y la ontología, como soportes de la metafísica, constituyendo una sola ciencia o arte, vinculada con un sólo conocimiento, cuya experiencia, o encarnación, es obtenida simultáneamente con la transmutación. En el movimiento de la rueda se conjugan la unidad central y la totalidad periférica. Lo inmóvil, con lo que circula y pasa. El fuego que no quema, con la rueda del sol. Y ambos elementos –que en realidad conforman uno solo polarizado– se encuentran en el corazón humano y generan sus imágenes para que éste, trabajando con la alternancia de sus ritmos, presintiéndola, adaptándose a ella, realice la obra química en el jardín de su alma. La rueda es, en verdad, el conocimiento de este principio, dual, que igualmente se vive como sintético o múltiple; como cierto o ilusorio. Es el mismo ser el que reúne estas posibilidades. |
NOTAS | |
1 | El agregado de una T final viene a sumarse a este nombre, para afirmar la idea de circularidad y retorno al principio. |
2 | Es muy importante señalar, que si bien la cábala es la expresión esotérica del judaísmo y en este sentido nada tiene que ver con la tradición hermética, el hermetismo, por el contrario, "utiliza", si así pudiera decirse, numerosos elementos cabalísticos, lo que ha dado lugar a la denominada cábala cristiana. Por otra parte, se encuentran antecedentes sobre la cábala desde el siglo III y asimismo, se piensa que el Zohar comenzó a redactarse en aquella época. Los pitagóricos y otras escuelas griegas realizaban con su lengua transposiciones de letras y cálculos numéricos, y se los ha considerado como antecesores de los cabalistas. Este modo de trabajo ha pasado desde la antigüedad hasta hoy y es efectuado por distintos grupos gnósticos. Debe decirse también que la "iniciación hermética" corresponde a los misterios menores, etapa donde es verdaderamente necesaria la idea de una instrucción u orden, y que ha de completarse con el coronamiento de los misterios mayores, coincidentes con la aparición efectiva del maestro interno, y el regreso al estado primordial, equivalente al "paraíso terrestre" o sea, al retorno al centro y la efectivización de las posibilidades que encierra el estado humano. |
3 | La que según Platón, en el Cratilo, "no es un trabajo ligero". |
4 | El cosmos y la manifestación entera constituyen un lenguaje, y por lo tanto una poética. También un código a ser descifrado, lo que equivale a decir: una aventura. Un gesto en el que todo está incluido. La danza que Shiva baila perennemente. |
5 | Que nada tienen que ver con la clasificación racional filosófica, la que por su mismo origen y estructura es antimetafísica. |
6 | No hay nada más cierto que la sentencia que dice: "uno es lo que conoce". |
7 | La traducción de sefirah, de la que sefiroth es plural, es la de número o determinación; la de ofan es rueda, como arquetipo de los mundos. Hay que recordar que esta última es también la designación del ángel Metatrón, como mediador universal y mensajero de la plenitud de Dios o de las energías divinas, símbolo asimismo del alma universal. |
8 | Se dice también que cada una de ellas corresponde a un siglo de nuestra era |
.9 | El Sepher Yetsirah (Libro de las Formaciones), que junto con el Zohar (Libro del Esplendor) constituye el libro sagrado fundamental de la cábala, dice expresamente al respecto: "No son once, son diez, no son nueve, son diez". |
10 | De aquí en adelante pueden consultarse las ilustraciones 1, 2, 3, 4, y siguientes. |
11 | Atsiluth sería el principio de la manifestación ontológica, Beriyah la manifestación informal, Yetsirah, la manifestación sutil –por debajo del nivel de las aguas superiores– o sea, las aguas inferiores, y Asiyah, la manifestación grosera, que corresponde al estado corporal del hombre o del cosmos. Estos dos últimos planos están estrechamente unidos y constituyen el compuesto psíquico-físico del macro o del microcosmos. Son el alma inferior y el cuerpo, mientras que el alma superior y el espíritu estarían simbolizados por Beriyah y Atsiluth. |
12 | La serie sefirótica o numeral desarrolla un ciclo completo, que va de la concepción de la unidad, a la de la circularidad, expresada por el número nueve. Si la unidad de ese punto original es la que genera la serie numeral –o el rayo de la rueda que va del centro a la periferia– en nueve emanaciones sucesivas (1 + 9 = 10), el denario, que es el limite de su desarrollo, la reitera (10 = 1 + 0 = 1). Esto quiere decir que el punto periférico, en donde acaba el radio, también es unitario –y por lo tanto igualmente capaz de engendrar y renovar el ciclo–, salvo que hay que hacer notar que se halla invertido en relación con su origen. |
13 | El infinito hace lugar en sí mismo y se concentra en un punto a partir del cual el espacio adquiere su característica y el cosmos es entonces creado. |
14 | Es interesante observar que si se suman los consecutivos de la serie, 4 = 1 + 2 + 3 + 4, se obtiene 10, que es igual a 1 + 0 = 1, 0 sea, un retorno a la unidad original, o la manifestación de la unidad a otro nivel o plano. Lo mismo sucede con el siete que es igual a 1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7 = 28, que es igual a 2 + 8 = 10 = 1 + 0 = 1. Es decir, que vuelve a repetir la unidad a otro nivel, tal cual sucede con Netsah, la primera sefirah del plano siguiente inferior. Finalmente, igual acontece con la sefirah número diez, Malkhuth, única ubicada en el plano de Asiyah. |
15 | "Al rotar, los cuatro "colores" o "rayos" asumen la apariencia de cuatro " ruedas" (ofanim), cada una de las cuales era, por decirlo así, una rueda en el medio de una rueda". Leo Schaya, El Significado Universal de la Cábala. |
16 | A las seis sefiroth inferiores, de la primera tríada, se las denomina de " construcción" (cósmica). Son siete si se la incluye a Malkhuth. |
17 | También Dante, en la dedicatoria de La Divina Comedia, atribuye estos cuatro planos simultáneos de lectura a los libros sagrados del antiguo y del nuevo testamento, además de a su propia obra. |
18 | En su origen la palabra adivinación tiene una intima relación con lo divino. En toda civilización los encargados de consultar los oráculos (hombres y mujeres) cumplían una función sacerdotal, así en Delfos y en todos los centros cultuales. De allí también "vaticinio", de "vate" (o inspirado). |
19 | Recordar la relación entre puente, pontífice y la carta número V del Tarot, relativa a la enseñanza y el aprendizaje, llamada "El Papa" o "El Hierofante" o psicopompos (iniciador en los misterios para los egipcios y los griegos). |
20 | La unidad sería, a la inversa de lo que estamos habituados, el mayor de los números, puesto que los contiene a todos. Cuanto mayor la cantidad numérica, mayor es la fragmentación o división de la energía simbolizada por la unidad. Lo pequeño es lo más poderoso. |
21 | Obsérvese que la suma de los dos arcanos mayores correspondientes a cada sefirah es siempre igual a veintiuno. |
22 | En el Tarot de Marsella, esta lámina es una mujer dentro de una rueda (la forma es elíptica, pues el cuadrángulo del naipe es rectángulo y su proporción dos a uno). |
23 | Tanto la carta que inaugura el descenso, el número uno, "El Mago", como la que inicia el retorno o ascenso, la número once (uno y uno), "La Fuerza", son las únicas que llevan, en los arcanos mayores, un extraño sombrero que está "por encima" del cuerpo –o estructura– y lo "corona". Tiene la forma de un ocho apaisado, signo que ha pasado a ser el símbolo aritmético del infinito. Es, en verdad, la representación de un circuito cerrado o todo continuo, como la rueda con una torsión, estudiada hoy en día como "cinta de Moebius". |
24 | Cada sefirah, como cada número, es activa con respecto a la que le sigue en la serie y pasiva con respecto a la que le antecede. Así el tres (Binah), es activo con respecto al cuatro (Hesed) y pasivo con respecto al dos (Hokhmah). El dos (Hokhmah), es pasivo con respecto al uno (Kether) y activo con respecto al tres (Binah) y así unos y otros, de ida y vuelta, simbolizan una corriente perenne de energías que se resolverá siempre en la unidad. |
25 | Cuando este "trono" comienza a moverse, se le llama "la carroza" (merkabah); luego, los cuatro hayoth, o ejes periféricos surgidos del "trono", se convierten a su vez en carrozas, y mientras viajan en todas las direcciones del cosmos, emanan de ellos ruedas (ofanim) o poderes angélicos que juegan su parte en la actualización de formas esféricas y los movimientos cíclicos de todo lo creado. Sus vibraciones espirituales son llamadas remolinos o espirales (galgalim). |
26 | En el sentido de concepción, de concebir. No en el de conceptualizar; operación indirecta donde el verbo es suplantado por una manifestación verbal. Con el agravante de que "se toma" a ésta de forma exclusiva y excluyente. |
27 | Serían los cuatro ríos del paraíso, surgidos de una fuente única (proyección de la vertical). Y también, los cuatro sabios que llegan a ese paraíso o estado de pureza original. Es interesante destacar que, de estos sabios, uno sólo es apto para vivir en él; de los otros tres, uno enloquece, otro enferma (pierde la fe) y el tercero muere. Sin embargo, estos cuatro personajes coexisten en nuestro interior. Cada letra de PaRDéS (paraíso en hebreo), corresponde a cada uno de los mundos o planos del árbol de la vida. |
28 | El ómphalos u ombligo del mundo, corresponde propiamente al medio o centro de la figura física humana. Sin embargo, la cábala toma simbólicamente como centro a Tifereth, el corazón del árbol. Esta concepción del corazón como centro, está presente también en la totalidad de las tradiciones, aunque despojando este órgano del carácter sentimental que se le suele atribuir en el Occidente contemporáneo. Ambas localizaciones espaciales son equivalentes y se hallan situadas sobre el mismo eje, aunque una se encuentra en un plano más alto con respecto a la otra. |
29 | Es interesante relacionar este "hombre universal" con la imagen narrada por Daniel ante Nabucodonosor, donde se visualizaba a una estatua diferenciada en cuatro planos por la calidad del material empleado en su confección y que eran: oro para la cabeza; plata para el tronco; bronce para el vientre y el sexo; y arcilla mezclada con hierro para las piernas y los pies. Esta figura que ha dado lugar a la expresión "coloso con los pies de barro" está específicamente referida al ciclo que vivimos y a su descenso gradual. |
30 | "Si la creación es la imagen de Dios, la cosmogonía funciona en forma exactamente igual a una proyección reflejada por la ley de inversión, o más precisamente, por analogía inversa. La ley deriva del principio de la "contracción" divina, Tsim-Tsum". (Leo Schaya, El Significado Universal de la Cábala). |
31 | Y de una manera tan notoria que éste no es sino una "prolongación", "cristalización" o "concentración" de aquéllos. |
32 | No son dos cosas diferentes lo que "yo" soy y lo que es "el árbol sefirótico". El diagrama es susceptible de transposiciones microcósmicas en correspondencias simbólicas que incluyen hasta lo físico. El árbol es un modelo y "yo" también soy eso. La encarnación es la actualización ritual de la energía original, a todos los niveles. |
33 | La "nada" tomada como ensimismamiento total. En cuanto a la lectura profana que se da hoy a esa palabra, este pretendido concepto en rigor no existe, pues al ser "nada" estarla ya siendo algo. |
34 | Por encima del uno, del ser, está el no-ser. Pero por encima del ser y el no-ser, está la no dualidad. |
35 | No podemos abordar aquí el tema de la alquimia operativa, de laboratorio, por no ser el lugar adecuado y no entrar el tema dentro de nuestra estricta competencia. Bástenos decir que esta ciencia o arte ha sido practicado por distintas civilizaciones tradicionales y también bajo su aspecto vegetal. Sus objetivos no han sido algo tan fácil como la obtención de la longevidad o el oro físico. Pero estas mismas acciones sobre la "materia" del mundo, que prueban su conocimiento y encarnación de la cosmología, no son sino resultados, u operaciones derivadas de la gran obra, que es lo que verdaderamente el alquimista propone: la realización o efectivización de otros estados del ser universal, operados por el hombre mismo, capaz de auto-transmutarse de transformarse en una "cosa" distinta a lo que era. En estos otros ámbitos del ser –o del conocimiento– habitan los inmortales entre turbas de ángeles y demonios (de la palabra griega daimon) que viven un espacio y un tiempo distinto al de los simples mortales –en un lugar supra-espacial y en un tiempo a-cronológico–, los que acaso pudiéramos considerarnos como un experimento en el laboratorio de la vida. |
36 | Como se sabe, la tradición hermética es una cadena iniciática de Occidente, que incluye numerosas disciplinas y órdenes de realización o trabajos artesanales. Las relaciones con la construcción en general encuentran en el Compagnonnage y en la Francmasonería –en ciertas logias que no han seguido el proceso de degradación general del mundo contemporáneo– su medio de expresión adecuado. Los constructores de las catedrales góticas están íntimamente emparentados con los alquimistas y ambos trabajan en el plano intermedio del alma. |
|