LAS UTOPIAS RENACENTISTAS
Esoterismo y Símbolo
RESEÑAS
 

Las Utopías Renacentistas, Esoterismo y Símbolo.
(En SYMBOLOS Nº 29-30, Barcelona 2005)

El libro Las Utopías Renacentistas. Esoterismo y Símbolo de Federico González (Kier, Buenos Aires 2004) nos conduce ante el portal de una mansión ideal. Muchos pasarán por delante de él sin ni siquiera advertirlo y seguirán su paseo desorientado. Otros, menos, quizás repararán en su frontispicio pero al leer la palabra “utopía” los cientos de prejuicios incrustados en sus mentes preprogramadas les harán alejarse con un gesto desairado. Tal vocablo les suena a fantasía, irrealidad, cuento, “entretenimiento vanal y snob” y claro, ellos, tan racionales y prácticos, no pueden perder un minuto en tales naderías. Unos pocos, atraídos por el vocablo “Renacimiento” lo cogerán, correrán en abanico sus páginas y se tomarán la “molestia” de leerlo y hasta incluso diseccionarlo, valorándolo desde su óptica académica historicista, literaria, artística o documental en la que, por supuesto, son especialistas. Toda esta galería de personajes nos es familiar, muy propia de la sociedad profana del mundo moderno, pero también muy afín a las miles de máscaras que todos portamos encima y que nos alejan de la posibilidad de aprehender la esencia de este libro.

Mas permítasenos apuntar primero aquéllo que esta obra no es; no se trata de un estudio con fines eruditos, ni de una elucubración mental, ni de una fantasía o alucinación individual. No es uno de esos tantos escritos consumibles e inertes que se compran, se tragan y se abandonan por siempre más en una estantería. No es una evasión o escapatoria de la realidad. No se lo puede clasificar, ni encajar en un molde fijo, ni lleva etiquetado reglamentario de especialidad. Pero si vamos con una sincera intención de penetrar su sentido escondido, el portal de la mansión se abrirá. Si pedimos sin prepotencia comprender la esencia de cada una de sus páginas y nos entregamos a la labor de pasearnos por todas sus estancias, galerías y jardines, la intelección nos será dada. Y al traspasar el umbral, de entrada, su lenguaje evocativo nos despertará del sopor, agudizará nuestra percepción y, como mínimo, nos pondrá a pensar. Este libro rompe esquemas; es lúdico, creativo y recreativo, de amplio alcance y de posibilidades de aprehensión indefinidas. Escrito con una prosa poética que se ensambla con numerosas citas de autores antiguos, organiza un diálogo de seres que participan de un mismo punto de vista, de una unidad de pensamiento siempre liberador. En definitiva, una obra de arte para ser contemplada y para reconocerse en ella. Un ámbito de reunión de una entidad ligada por los lazos indestructibles del Amor al Conocimiento.

El autor, raptado por el furor poético y mistérico, ha experimentado la presencia de otros mundos, de otras realidades invisibles, sutiles e informales pero que coexisten con la material y sensorial, conformando todas ellas la Utopía, o la jerarquía de los planos o estados de conciencia del Ser universal integrados en la Unidad que es principio y fin de todos ellos; y al volver a descender por la escala de la manifestación, el escritor ha burilado 335 páginas polifónicas y multicromáticas en un gesto ritual gracias al cual el universo se regenera y completa. Además, en ese gesto de devolver lo recibido, su mensaje también se dirige a los verdaderos “ciudadanos del mundo” que aún se mantienen en pie; queremos decir a aquellos escasos hombres y mujeres que van con los ojos abiertos, que no se han rendido al nihilismo y reduccionismo del materialismo, del racionalismo y del cientifismo, sino que intuyendo que todo lo que los envuelve es significativo se han puesto a buscar las claves para desvelar el código del Cosmos, dejándose moldear por las energías que vehiculan los símbolos numéricos, sonoros o gestuales, por las pinceladas de las palabras o las vibraciones del color. Desde este punto de vista, leer dicho libro es dejarse empapar por la experiencia de aquellos seres humanos que antaño y ahora han recorrido ese itinerario individual y suprahumano y lo han expresado a través del símbolo de la Utopía, de la Ciudad Celeste, del Paraíso mental, de la República de las letras o del Olimpo invisible, que como nos dice Federico González son algunas de las denominaciones de “estos ‘lugares’ de la conciencia” (p.57) y que se manifiestan como un mundo ideal ordenado, jerárquico, asombroso, por momentos indómito, por otros gélido y abismal, turbulento o esplendoroso. Con este bagaje, el lector puede iniciar una aventura interior por el mundo intermediario del alma en la que el aprendiz de artista deberá vivenciar en su conciencia todos esos estados, no de forma mimética, teórica o racional (¡vaya aburrimiento y limitación si sólo fuera eso!) sino apelando a la intuición intelectual para que abra en su naturaleza humana el canal por el que aflore lo que de divino también conforma su ser y el del cosmos entero.
 
Las Utopias Renacentistas. Esoterismo y Símbolo es pues un libro espejo, y una fuente y cauce para el autoconocimiento; así lo recibimos y con él buscamos identificar el núcleo único de las muchas imágenes que proyecta a modo de caleidoscopio. El primer capítulo, titulado “Artes ignotas del Renacimiento”, nos ubica en ese tiempo histórico que supuso para Occidente y el ya muy avanzado descenso de este ciclo cósmico una oportunidad de insuflar fuerza y renovación a la petrificada sociedad medieval, permitiendo el despliegue de “posibilidades latentes” en cuanto al conocimiento de la cosmogonía se refiere, es decir, un periodo en el que tomando como modelo las artes y ciencias de la antigüedad greco-latina se realizó una adaptación a la coyuntura espacio-temporal de los siglos XV-XVI para continuar ofreciendo a los seres humanos atentos y amantes de la Sabiduría el acceso al conocimiento de la esencia del Universo. Personajes tan destacados desde el punto de vista de la Vía Simbólica como Gemisto Pletón, Nicolás de Cusa, el cardenal Bessarion, Egidio de Viterbo y por supuesto Marsilo Ficino así como Pico de la Mirándola, Giordano Bruno, Jacques Lefèvre d’Etaples, Guillaume Postel, Juan Reuchlin, León el Hebreo y una cadena larguísima de filósofos, poetas, pintores, escultores, arquitectos, cabalistas, y en definitiva, hombres de conocimiento, son citados por el escritor como los promotores y transmisores en aquellos siglos de ese legado perenne y siempre actual que permite al ser humano de cualquier tiempo y lugar conectar verticalmente con el Centro y la Verdad. Todos ellos, con sus voces, gestos, proyectos y creaciones, que se traen a colación y trenzan con su discurso de una manera fresca y natural, fueron recuperando y dando una nueva pincelada a artes olvidadas, muy ocultas o casi perdidas que coadyuvaron a revitalizar la cultura y a hacer posible la realización espiritual de los que se dejaron contagiar y empapar por su influjo. Se nos presenta y se nos recuerda de una forma magistral esos soportes que convenientemente investigados y aprehendidos son hoy igualmente vehículos de conocimiento, ya se trate del arte de la memoria, la Cábala cristiana, la medicina espagírica, la revalorización del mito y su proyección en las artes; también la utilización de la matemática y sus leyes, la imprenta como invento para la difusión de obras de conocimiento (actualmente Internet y los medios audiovisuales), la música refrescada, el diseño de jardines mágicos y la aparición (ahora recreación) de la Utopía como género que con el antecedente clásico de La República de Platón será utilizada por varios de esos personajes insignes, así como por el autor contemporáneo, para transmitir la existencia de mundos invisibles más allá del literal, que no son sino estados del alma equiparados al Estado o la Ciudad Celeste y cuyo sentido esotérico, esto es interior y por tanto siempre actual, será desvelado a lo largo del presente estudio.

“Necesidad de la Utopía” es el título del segundo capítulo. Por extraño que nos parezca, para que el ser humano penetre y descubra el sentido de su existencia y de la Creación entera, así como su identidad con el Principio que todo lo origina, es indispensable que se le enseñen los secretos de la cosmogonía, las leyes inmutables de la revelación del Ser Universal y sus mundos simultáneos que pueden sintetizarse en la tríada Cuerpo-Alma-Espíritu. Desde que la conciencia de la humanidad, con la caída, dejó de habitar permanentemente en el Paraíso, esto es, en el estado de Unidad, ha sido necesaria la evocación y recuerdo a través del símbolo de esa posibilidad siempre anhelada, del que la utopía es un tipo. Esta ha estado presente en muchas culturas y tradiciones como vehículo didáctico para revelar altos conocimientos espirituales y para guiar a la humanidad en su viaje de retorno a la patria original. Durante el Renacimiento, la utopía fue un modelo que se retomó con vigor; es más, fue entonces cuando se implantó el uso de este nombre. Por ello el director de SYMBOLOS escribe al principio de este apartado: “El término ‘Utopía’ fue acuñado por Tomás Moro a comienzos del siglo XVI (1516) como título de una célebre obra suya, Utopía, que como hemos recordado quiere decir, o deriva, del término u-topos, o sea de aquello que no tiene lugar, algo que por lo tanto está fuera del tiempo y del espacio para significar con seguridad un asunto imposible de realizar en este universo y relacionado con otro mundo, o sea con una región más allá de estas dimensiones, un ámbito celeste y perfecto donde las cosas fueran en verdad y no signadas por las imperfecciones humanas, una forma de la ciudad celeste, o de la ciudad de Dios” (p.47). A partir de aquí, se nos presentan ciertos hechos significativos de la vida, estudios y funciones del que fuera Lord Canciller de Inglaterra, que dibujó “un mundo feliz y una sociedad totalmente protegida de la maldad, la malintención, la fealdad y la mentira constante de los hombres, que bien en algún caso podría ser asimilada a una orden monacal, o a un convento de la época, en donde pueden florecer las auténticas posibilidades de amor, paz, justicia, equidad, solidaridad y belleza, objetivos divinos para los que ha sido creado verdaderamente el hombre en abierta oposición a su organización política, social y económica, a la que no deja de denostar, o sea, al mundo profano, incluso por la incapacidad en el aprovechamiento de los bienes y circunstancias naturales” (p.53-54). Como podremos apreciar al leer este capítulo, de la obra de Moro también se desprende una crítica a la totalidad del mundo hasta entonces conocido, al mismo tiempo que transmitió un profundo sentido ético y fue “inspiradora de ordenamientos jurídicos, sociales y culturales y elementos permanentes de debate en sociología y derecho, así como en especulaciones de tipo económico y sobre todo en consideraciones de orden ético” (p.57). Ahora bien, si sólo nos quedáramos en la interpretación literal o en la crítica socio-moral que deriva del tratado, nos perderíamos la partida de lo más interesenate de este género inaugurado en el Renacimiento por Tomás Moro, a saber, la posibilidad de intuir y empezar a vivir, todos y cada uno de los interesados, un recorrido iniciático, interno y secreto en el que a través de la simbólica de la utopía, visualizada muchas veces como una ciudad o isla, se van abriendo los círculos concentricos de la conciencia.

Y con este propósito, en el tercer acápite se nos adentra en “La Ciudad del Sol”, ese mundo de mundos también conocido y descrito con singularidad por Tomasso Campanella, un dominico calabrés que al igual que Moro “se sentía impulsado por la idea de una misión de tipo hermético aplicable a la sociedad” (p.59). La ciudad del Sol está construída en forma de siete círculos concentricos (regidos por cada uno de los planetas) que se elevan en espiral sobre una colina de tal manera que “si alguien lograre ganar el primer recinto, necesitaría redoblar su esfuerzo para conquistar el segundo; mayor aún, para el tercero. Y así sucesivamente tendría que ir multiplicando sus fuerzas y empeños” (p.67). Es pues evidente que el viaje hacia el interior de uno mismo al que ante todo nos invita este libro -rescatando los modelos diseñados por sus predecesores en la Vía Simbólica- es arduo, y requiere promover sin receso las virtudes del guerrero -“generosidad, coraje, sabiduría y paciencia” (p.57)-, así como comprender cabalmente lo que esta aventura espiritual-intelectual significa, para no confundirla nunca con una mareada de tipo psíquico que ciertamente jamás trasciende los límites de la individualidad humana. Y para llevar a cabo tal cometido, la propuesta de Campanella es que todos los habitantes de la polis -hombres, mujeres y niños-, se entreguen al estudio de las artes liberales y al dominio de oficios y artesanías y que reconozcan en la jerarquía que los gobierna -cuatro príncipes y un jefe supremo, el Metafísico, Sol o Hoh- el ordenamiento del macrocosmos análogo al del microcosmos. El capítulo abunda en citas del propio Campanella en las que se sintetiza lo esencial de su pensamiento y pone al lector en disposición de atender al sonido de esa “campanita” que figura en uno de los grabados que ilustran sus páginas, instrumento que no es sino el símbolo de la llamada del numen o entidad intermediaria que guiará a cada cual por la senda mágica de autoconocimiento universal.
 
Y ya que hemos mencionado los grabados, queremos destacar que, como nos tiene acostumbrados en todos sus libros, el autor nutre este nuevo volumen con una gran profusión de imágenes representativas que complementan el escrito, imprimiendo vida y movimiento a la obra, y sobre todo, promoviendo en el lector la posibilidad de empezar a construir un nuevo “archivo de imágenes” simbólicas y poderosas con capacidad de abrir la conciencia a esos estados celestes o angélicos. Platón decía que lo semejante atrae lo semejante y así, al contemplar la belleza de las formas y los modelos podemos intuir la Belleza increada que los origina. Creemos no errar al afirmar que el “imaginario” del ser humano contemporáneo, incluso el de los más tiernos niños, está copado de visiones groseras y espantosas correspondientes a los estados más inferiores del ser. Por doquier se nos taladra con fotogramas o películas repulsivas de asesinatos, torturas, violaciones, extorsiones, sadismos, genocidios, masacres, robos, violencias y actos de terror de todo género, así como con contínuos “flashes” sobre destrucciones y extinciones de todos los reinos de la naturaleza. Si se es lo que se conoce y lo único que se conoce es el infierno, pues uno vive instalado en ese estado de degeneración y disolución. Pero la utopía reivindica que dicho estado inferior sólo tiene razón de ser para ser transmutado, y tras la cocción alquímica, se amanece en mundos celestes, que no por invisibles son menos reales que los materializados. ¿Qué nos estará revelando, si no justamente esas posibilidades superiores, el grabado del edificio móvil del Colegio Invisible de los Rosacruz?

De este modo nos acercamos al capítulo cuarto, en el que se nos pone en contacto con “La Utopía de los Manifiestos Rosacruz”. Leámoslo con concentración y comprobaremos como las formas de la utopía se amplian y adquieren revestimientos más etéreos que ya no toman únicamente como soporte la polis o la isla, sino que esas arquitecturas del pensamiento se vehiculan a través de una construcción escrita o de la cristalización de la palabra. Esos dos Manifiestos, la Fama y la Confessio, atribuídos a Juan Valentín Andrae aunque él nunca lo confirmara, tuvieron desde la invisibilidad de su formulación una gran proyección y repercusión entre los sabios y hombres de conocimiento de los ya muy oscuros y difíciles tiempos de la Contrareforma. La Hermandad Rosacruz, heredera de la esencia de la Tradición Hermética, promulgó en sendos documentos las ideas perennes de la filosofía secreta con una escritura y un lenguaje mágicos, haciendo hincapié en la importancia del libro como revelador de los misterios, a la par que se denunciaba el error y la ignorancia que campaba por doquier y se apuntaba la posibilidad de conocer ese vergel interno del alma iluminado por el Espíritu. Si ahora, como aprendices de este arte, nos dejamos envolver y moldear por la atmósfera extraordinaria de dichos Manifiestos, nos reconoceremos moradores de ese Colegio Invisible cuyo dibujo figura en la página 74 del libro de Federico, nos identificaremos simultáneamente con ese personaje que está cayendo por un precipicio y con aquél que es rescatado del interior de un pozo, y estaremos defendiendo con escudos y plumas el fuero interno del corazón -análogo al Centro del Mundo- así como conservando en el arca de la alianza el legado universal; laborando sin prisa pero sin pausa en las investigaciones simbólicas, emitiendo ecos de la doctrina y amparados siempre por ese carro móvil que es un símbolo del universo, el cual pende de una plomada sujeta de la mano que surge del Tetragrammaton. “Por lo que puede advertirse -nos dice el artífice de este volumen- que la comunidad de los rosacruces no está, al igual que la ciudad celeste, en ninguna parte sino que es el lugar de reunión de todos aquellos que han alcanzado un nivel espiritual determinado que los hace conocerla, y por lo tanto ser uno con ella, al punto de ser los habitantes de esa Utopía, lo que indica sin duda una genealogía espiritual; una vinculación con una cadena que incluye también a los antepasados míticos” (p.76).

Cada apartado o estancia de este palacio literario proyecta a través de diversas simbólicas las distintas formas con que el ser humano ha concebido y experimentado los estados múltiples del ser. De ahí ese hecho mágico por el que cada utopía resulta única, original, e inédita y al mismo tiempo idéntica en lo nuclear a todas las demás. Así lo corrobora el acápite quinto titulado “Cristianópolis” en el que asoma otra vez Juan Valentín Andrae perfilando un ámbito ideal que en esta ocasión ubica en la isla de Cafarsalama, y que a modo de castillo, convento o colegio acoge a una comunidad de 400 personas, entre hembras, varones, jóvenes y niños, gobernados de forma aristocrática y en cuyo colegio, que es el centro de enseñanza de todos sus habitantes, hay un sacerdote que “consume todo su tiempo en meditaciones y prácticas sagradas” (p.91), el cual está casado con una mujer llamada “la conciencia”. Y se nos relata que “en la ciudad vivían seres que tenían el control de sí mismos, que luchaban contra el mundo, que aceptaban la muerte y que vivían en la contemplación del cielo y de la tierra, en el escrutinio de la naturaleza, en la armonía de todas las cosas, en la patria del Cielo y con la familia de Dios. Por el contrario no acogían a meros curiosos, fanáticos, ‘sopladores’ que deshonran a la alquimia e impostores que simulasen ser hermanos de la Rosacruz” (p.89-90). Valgan estos someros apuntes para despertar en el lector el interés por penetrar y habitar realmente en esta nueva versión utópica, que se vincula con las otras obras esotéricas de Andrae, a la par que destaca la aparición, durante este mismo período, de las utopías negativas, inversas o literarias, tema de estudio del siguiente apartado.

Como ya hemos podido percibir, el libro que estamos resiguiendo paso a paso cumple una misión pedagógica, en el sentido que no sólo revela la simbólica, razón de ser y actualidad de la utopía, sino que igualmente denuncia el advenimiento de sus versiones inversas y/o negativas, así como de los estudios simplemente literarios que la han tomado como soporte, unas y otros ejemplificadores de la mentalidad cada vez más restringida del ser humano moderno, que creyéndose el más desarrollado de cuantos han poblado la tierra, es sin embargo aquél cuya conciencia está más limitada y circunscrita a un plano sensorial y material, y por contra, permanece casi completamente cerrada a la aprehensión de otros estados supraindividuales y universales. Gargantua y Pantagruel corresponde a ese género literario antes mencionado, aunque también es cierto que el propio Rabelais enuncia al principio que su libro tiene un sentido oculto; la investigación de Federico González pone de relieve la influencia de ciertas ideas tradicionales en la configuración, vida y principios de los habitantes de la ciudad de Telema en la que se ambienta la novela, la cual, por otra parte, es amena, rica en imágenes y respira un “sabio naturalismo” (p.101). Del otro tipo es el opúsculo de J. Hall titulado Un mundo distinto pero igual, especie de sátira literaria compuesta por un personaje egótico que firma con el pseudónimo de Mercurio Británico pero que en nada está penetrado por la doctrina de la Tradición Hermética; más bien da muestras de una total ignorancia de la sabiduría, fuerza y belleza vehiculadas por el dios Hermes, por lo que su escrito constituye una muestra rasante, obtusa, ridícula y macarrónica de un mundo pequeño, encerrado sobre sí mismo, y sin posibilidad de abrir puertas y ventanas hacia lo desconocido y liberador. Agradecemos al autor el tiempo dedicado a estudiar este opúsculo que hasta hace muy poco no había sido traducido al castellano, sobre todo porque a través de la síntesis que realiza de esta anti-utopía (y que consciente o inconscientemente será imitada en lo sucesivo por muchas otras cada vez más literales y solidificadas) nos advierte de la degradación intelectual que está padeciendo la presente humanidad, al mismo tiempo que manifiesta los muchos engaños, farsas y parodias que van apareciendo a lo largo del camino de Conocimiento, a nivel histórico-temporal y también en lo que atañe al viaje interno de cada ser, trampas que pretenden desviarnos de la recta vía y encerrarnos en visiones cada vez más disminuidas y asfixiantes de la realidad.

En la “Nueva Atlántida”, utopía de sir Francis Bacon y título del capítulo siete, se halla el germen de lo que desarrollado de forma literal constituirá en los siglos posteriores la organización y la expresión de la sociedad moderna -en concreto la liderada por EEUU- con todos sus pros y contras. En esta utopía Federico González nos hace descubrir la prefiguración de un mundo que, no reconociendo ya los antecedentes clásicos greco-romanos ni el modelo del cosmos como inspirador del orden socio-político, da primacía a la experimentación, la investigación de nuevas posibilidades materiales, la búsqueda científica con aplicaciones prácticas y la producción de un sin fín de inventos, pero todo ello para “una mayor gloria de Dios y provecho real del género humano” (p.109), es decir, dentro de una concepción en la que aún prevalecen ciertas ideas tradicionales, como por  ejemplo la ubicación de tal sociedad en una isla, Bensalem, como recuerdo del Centro espiritual primordial, así como la mención y revivificación de la mítica Atlántida y la referencia constante a la Biblia y a la tradición judeo-cristiana como fuente de sapiencia, además de la pervivencia de un sentido mágico de la existencia, que al derivar en una visión totalmente profana “desemboca en nuestra época donde una novedad científico-técnica es sucedida casi inmediatamente por otra haciéndola vieja en apenas un lustro en una carrera desenfrenada donde lo nuevo es prácticamente lo único que interesa, porque esa novedad es una fuga hacia adelante, un ahora, siempre inexistente, ya que se han destruido las raíces que lo vinculaban con lo eterno, que lo sustenta todo y que constituye la Tradición” (p.119). Tal ruptura con el hilo áureo ha sumido al mundo moderno en el caos y la confusión, siendo el egoísmo y los intereses particulares que derivan en excesos de todo tipo el motor de la presente humanidad. Este destino es inexorable, pero ello no impide que quien gire la mirada hacia su interioridad tenga en cualquier instante la posibilidad de liberarse de toda atadura y contingencia al asirse al eje vertical que atraviesa todos los mundos y adentra al ser humano en los parajes magníficos del anima mundi; comarcas que tras ser identificadas y experimentadas desembocan en ese Océano o Noche sin principio ni fin, lo que también podría ser denominado ámbito de la metafísica.

En el octavo, “Las Utopías del sueño: Hypnerotomachia Poliphili”, el creador de este nuevo capítulo recorre, a tenor de sus palabras a las que nos sumamos, “una de las utopías más bellas, y de profundo contenido esotérico con que nos ha regalado el Renacimiento” (p.121), dándonos a probar los manjares más exquisitos de este banquete intelectual al que nos está invitando desde el inicio de su escrito. Aquí es menester soltarse totalmente y dejarse fecundar por el fluído espermático que mana de cada una de las páginas de ese libro extraordinario sintetizado por el autor y que se atribuye a Francesco Colonna, el cual actuó como compilador de un círculo de sabios que tocaron todas las ramas del Conocimiento como la arquitectura, mitología, aritmosofía, astrología, artes de la palabra, música, alquimia, danza y teatro, así como ciencias naturales (botánica, mineralogía), geografía e historia sagrada, y también gastronomía, jardinería, orfebrería, costura, etc, saberes que configuran un corpus a través del cual se revela la cosmogonía y por tanto la esencia de la utopía. Se nos ofrece aquí una selección de textos y grabados de ese tratado excepcional en el que a través de la búsqueda en sueños de Polífilo a su amada Polia se está expresando de manera reiterada la hierogamia o matrimonio sagrado del Cielo y la Tierra. Amor sellado, consumado y realizado a diversos niveles de profundidad y que es el símbolo de la fusión del Alma y el Espíritu así como de la conquista de la verdadera Identidad. Enlace amoroso que se vive en cada página y que hace concluir así el acápite: “Te invito entonces a compartir la lectura completa de este vasto monumento -con 171/172 grabados- que fue leído como una enciclopedia renacentista, un tratado de arquitectura, una suma pagana y sobre todo como lo que es, como una gran construcción hermética, donde las energías de los dioses nos guían por el esplendoroso camino del Conocimiento” (p.150). Conviene acceder a este convite visitando primero el capítulo octavo del libro, dado que nos proporciona las claves para comprender la verdadera razón de ser de ese sueño renacentista que igualmente puede ser soñado aquí y ahora, ya que recrea el siempre posible tránsito por el mundo intermediario del Alma que culmina con el despertar en el único mundo real, el del Espíritu.

Embriagados por el furor mistérico que nos ha ido penetrando a lo largo de la lectura de Las Utopías Renacentistas ya no ponemos ningún impedimento para embarcarnos en el nuevo tramo de esta aventura espiritual tal cual hizo Cristóbal Colón en las postrimerías del siglo XV, travesía que nos llevará, como a él, al descubrimiento de parajes de la psiqué que aunque siempre presentidos exceden todo lo que pudiéramos haber imaginado. En el acápite nueve, “La utopía en estado puro: Cristóbal Colón”, tenemos la oportunidad de comprobar como la vivencia de esos mundos simultáneos fue experimentada por aquel extraño hombre, el Almirante, que aunque calumniado y difamado por la inmensa mayoría de sus contemporáneos, no se dejó amedrentar y se lanzó, contra viento y marea y sorteando miles de obstáculos humanos y naturales, a la búsqueda de esa tierra mítica, plasmación de la Utopía en la geografía e historia lineal. “Esto debía realizarse en un individuo, encarnar en una individualidad visionaria, de acuerdo a las pautas de los hados culpables del destino histórico que conformó lo que conocemos como Renacimiento e hizo que él descubriera -en correlación con los hallazgos experimentales científicos- América. Es decir un mundo otro visto en los contenidos del Alma universal, alucinado por el propio fuego de sí mismo; su ‘furor’, como un estado de ebriedad anímico, fue el que movió a Colón a lanzarse a una aventura genial que lo tuvo como protagonista. Para el marino genovés la idea de mundos paralelos, o sea de otros espacios reales, que coexisten con nuestro mundo en el plano imaginal, los cuales deben por tanto tener una ubicación geográfica tangible, constituye el secreto que le es revelado en las escrituras” (p.153-154). De todo ello da testimonio la correspondencia de Colón así como el Libro de la Profecías del que es autor y que es citado con gran acierto por el ensayista, el cual, además, nos presenta en este apartado de su investigación el descubrimiento de América no como un hecho fortuito o casual sino como la plasmación de un plan divino que fue decodificado por el Almirante en los libros proféticos de la Biblia e identificado con esas tierras vírgenes, fértiles y exhuberantes del nuevo continente, que visualizó como análogas al Paraíso.

Por esta razón se empieza así la siguiente sección de la obra, dedicada a “El realismo utópico americano”: “La Utopía supone un viaje, imagen de la aventura del Conocimiento. Se trata de descubrir un nuevo mundo, otra realidad distinta a la anterior. Este cambio implica una transmutación, o sea la adaptación a otra forma de vida propia del Hombre Nuevo. Cuando se descubre que la Utopía Hermética es real, es que comienza a encarnarse en verdad. El viaje ha llegado a su fin, se ha descubierto la isla. Sólo falta un segundo tramo, la exploración de su territorio, el asombro de las buenas nuevas, la necesidad de seguir conociendo” (p.171). Algunos de los conquistadores, así como muchos de los conquistados, vivieron el descubrimiento de América bajo estas claves simbólicas; por ello se nos dice: “América, el Nuevo Mundo, fue entonces a partir del siglo XV un imaginario recurrente en el pensamiento y la literatura europeos, a los que los propios americanos se incorporaron desde el comienzo, como lo demuestran las crónicas del siglo XVI, tanto de nativos, mestizos, o conquistadores y frailes; europeos estos dos últimos. (...) Nos encontramos entonces ante el realismo utópico, es decir la realidad de lo utópico encarnada contemporáneamente al Renacimiento en el siglo XVI en el Nuevo Mundo, a cargo de pueblos indígenas, con sus sabios, sacerdotes, reyes y emperadores que fueron capaces de practicar el rito fundacional y sumarse al mito arquetípico de la ciudad celeste, y llevar así a cabo la obra constructiva de la creación de ciudades, es decir estructuras culturales, incluso civilizaciones, de acuerdo a las leyes de la analogía, donde la ciudad terrestre es un reflejo de la ciudad del cielo, estableciéndose así relaciones teúrgicas que vinculan a los hombres con los dioses, y a las almas individuales con el Alma Universal, tal cual lo hacen las utopías renacentistas” (p.172-173). Este capítulo promueve justamente la posibilidad de establecer correspondencias entre tradiciones aparentemente distintas (las precolombinas, las vinculadas a la tradición greco-latina y las formas culturales nacientes después de la conquista) pero religadas por un único pensamiento universal que mana de ese tronco común que es la Tradición Primordial o Unánime; además, el hilado de estas páginas continúa ofreciédonos las claves para que nuestra mente vaya comprendiendo la configuración -móvil en apariencia pero inmutable en lo central- que ha tenido la Utopía a lo largo del devenir temporal, a la par que nos desvela las posibilidades de efectivizar en nuestra vida el viaje arquetípico de universalización y realización espiritual, que bien puede ser equiparado al arribo a América y al descubrimiento de su territorio.

En el penúltimo y muy extenso acápite de esta obra que consideramos una síntesis de síntesis utópicas, el cual lleva por título “Otras utopías renacentistas”, Federico González reporta nuevas modalidades acuñadas durante el Renacimiento y sus epígonos sobre la expresión de esta realidad, que no ciñéndose ya a la simbólica de la polis se erigeron igualmente sobre los pilares del pensamiento divino del que hablábamos hace un momento, pero recurriendo al auxilio de otras ciencias herméticas como son el arte de la escritura, la matemática y la geometría, la música, la alquimia o la imagen como vehiculadora de influencias espirituales. El caleidoscopio al que comparamos nuestro libro sigue su juego, y además nos pone permanentemente a jugar, es decir, que no concibe al lector como un simple espectador pasivo, sino como un teúrgo que con su mano hace girar la rueda del artilugio mágico y promueve la aparición de composiciones geométricas multicolores que simbolizan los indefinidos matices de esa magna obra que es el universo con sus vastos mundos y planos coexistentes. Aquí se convoca a personajes tan destacados en la historia de las ideas (desde el primer Renacimiento al tardío y de distintos países) como Gemisto Pletón, León Hebreo, Luca Pacioli, Michael Maier y Robert Fludd, cada uno de los cuales aporta con singularidad, pero ligazón interna, su concepción y expresión de la utopía, tanto a través de sus vidas altamente simbólicas, extraordinarias, repletas de viajes y experiencias intelectuales, como por intermedio de sus respectivas producciones artísticas, ya fuesen escritas, pintadas o musicadas, y en todo caso siempre muy bellas y radiantes. Uno disfruta acompañando los recorridos existenciales de esos sabios herméticos que el investigador contemporáneo rescata inteligentemente del olvido, y sobre todo se goza cuando nos hace descubrir ese hilo sutil y conductor que religa entre sí todos esos tratados, grabados o partituras de un único discurso escrito con letras invisibles en el Libro de la Vida, otro de los símbolos de la utopía. El tratado de Las Leyes de Gemisto Pletón, Los Diálogos de Amor de León Hebreo, los estudios matemático-geométricos de Luca Pacioli (la Divina Proporción, Summa de Arithmética y otras), el Atalanta Fugiens de Michael Maier así como Utriusque Cosmi Historia de Robert Fludd son obras aquí presentadas (con nutridas y jugosas citas originales, así como con los dibujos que las iluminan en algunos casos) como excelsas construcciones simbólicas de carácter intelectual-espiritual que desvelan el código secreto del universo y las muy diversas formas de acceder e identificarse con ese ser único que es todo además de la posibilidad de habitarlo en la medida que se lo va conociendo. Por eso no hemos dudado ni un momento en leer y releer este capítulo, meditar en sus simbólicas, practicar con regla y compás las construcciones geométricas que se proponen, así como escuchar la sutil armonía que dimana de un discurso que entreteje constantemente los textos inéditos del autor con lo ya cristalizado por los sabios que nos han precedido, en un lenguaje que reconocemos arcano pero universal y liberador.

El broche a este libro excepcional lo pone el capítulo titulado “La mujer y las utopías del Renacimiento” en el que se expresa con nitidez y rotundidad -como no se proclama desde ningún otro lugar actualmente sin caer en análisis psico-sociales-historicistas siempre parciales, restringidos y simplones- la universalidad de la simbólica de la mujer en tanto que arquetipo de lo femenino (leer la inspirada página en la que desfilan las mujeres y diosas de la mitología) así como su identificación con una de las dos corrientes cósmicas (la otra es evidentemente la masculina) que se conjugan permanentemente y que signan todo lo manifestado. Además, por esas dos razones mencionadas, el director de SYMBOLOS destaca el papel de la hembra en el seno de la Tradición Hermética, donde siempre se la ha considerado apta para la realización espiritual y la experiencia metafísica, aunque las formas de llevar a cabo tales empresas hayan sido a veces distintas para hombres y mujeres, y hayan favorecido a unos u otras según las circunstancias espacio-temporales. En este sentido véase el repaso que realiza el autor sobre las funciones intelectuales y populares de señoras renombradas o anónimas, y tambien la evocación de los pasajes de las utopías renacentistas que se han estudiado en este libro en los que se relata el papel y la misión de la mujer, para percatarnos con todo ello de su presencia y valorización siempre constante en cuanto a la enseñanza y aprendizaje de la Ciencia Sagrada se refiere y a su transmisión. En estos tiempos actuales de gran protagonismo femenino en el ámbito socio-político-cultural-artístico, etc., el autor ubica todo en su justo lugar y se refiere a la igualdad de ambos sexos por lo más alto, “por ser ambos hijos del Dios y la Diosa primigenios (Urano y Gea por ejemplo, entre los griegos), y poseer ambos un reflejo, aunque fuera invertido, pero suficiente, de la chispa divina, para pasar ellas a ser candidatas al Conocimiento, es decir herederas de la Sabiduría para lo cual toda valoración profana e historicista es sólo un aspecto secundario del asunto” (p.281). El capítulo termina diciendo: “En todo caso y recordando los prejuicios que se tienen acerca de ellas, pensamos que quién o qué va a impedir a la hembra el Conocer, el encarnar el proceso iniciático y hacerlo efectivo por lo más alto. Para acceder finalmente a aquello que no tiene sexo, ni ninguna otra determinación, de lo cual emanan todos los colores, fenómenos y cosas del plano creacional, y aún sus posibilidades supracósmicas y supraindividuales presentes en el Ser (macrocosmos y microcosmos) que, no olvidemos, es el camino para el Conocimiento del No Ser, la Posibilidad Universal” (p.300).

Se completa el paseo por esta mansión con unos toques finales constituidos por dos apéndices: un esquema de la isla de Citera en la que se sella el matrimonio de Polífilo y Polia cedido por J. Godwin de su traducción a Hypnerotomachia Poliphili, y unas notas muy interesantes “Acerca de brujas, hechiceras y herejes en el Renacimiento español y la criminalidad de la Inquisición”, además de una extensa y fidedigna bibliografía y un índice de nombres, temas e ilustraciones, así como el general del libro. Han sido doce capítulos ensamblados cual las doce caras pentagonales del dodecaedro, quinto sólido regular y símbolo del cielo y de la quintaesencia alquímica, de la plenitud de toda la manifestación; un diseño que también sintetiza al castillo espiritual que este libro rescata y actualiza, y que nos hace penetrarlo y habitarlo en toda su amplitud, altitud y profundidad. En su interior se viven todas las muertes y renacimientos, se conoce el frío y el calor, la humedad y la sequía, los hallazgos y las pérdidas, la luna, el sol y los planetas, las estrellas del empíreo y el sol de medianoche, símbolos astrológicos de estados de la conciencia o del alma y centro de encuentro de todos los seres que los han transitado. Cuando uno se ha identificado totalmente con el Mago y su obra, no aspira sino a ser el Loco -personaje de la carta del Tarot que no está numerada, el alfa y el omega de este juego sagrado- que busca por la vertical la salida de la mansión utópica, trascenderla y acceder al Océano sin límites, a ese estado otro innombrable e infinito pero real. Mireia Valls 
 
 

Indice libro 

Otras reseñas

 
  1