CAPITULO IV
TAROT, VEHICULO MAGICO
Psicología 
Nos referimos ahora a una nueva rama de las ciencias con que no contaba la Antigüedad. No haremos hincapié en lo que en términos generales se entiende como psicoanálisis, o terapias psicológicas. Creemos que estas técnicas, por más bien inspiradas que se encuentren, se dedican exclusivamente a actuar sobre la psique, siempre cambiante, y sujeta constantemente a estímulos causa-efecto. Las posibilidades en este ámbito son indefinidas, y sus formas innumerables, igual que lo que acontece en el reino de los fenómenos físicos. Por otro lado, el especialista define "la enfermedad", según sus criterios personales, que no van más allá de la descripción materialista y positivista que tiene del mundo. Considera, pues, a su "paciente", como un ser inadaptado a esa descripción, que es la que sustenta el medio social y su cultura, y que él considera válida y universal como patrón para juzgar las conductas. Trata de adecuar las psiques al modelo social que a él lo ha engendrado, y le ha dado su pretendida autoridad, sin parar a considerar que ese organismo social puede ser el verdadero enfermo, y él un cómplice del mismo. Esto, sin mencionar que en este tipo de técnicas se trata de hacer aflorar los egos, o la "personalidad", aunque ésta no sea sino un rol arbitrario, impuesto, o inventado, que estimula la competencia con el medio social, al que hay que ganar, para "triunfar" en la vida. Lo opuesto, lo invertido, de lo que afirman unánimemente las tradiciones, y lo que un psicólogo, como Jung, pudo descubrir y concluir en el curso de sus investigaciones. Asimismo, lo opuesto de lo que sostienen hoy en día otras escuelas de psicología profunda y transpersonal. En efecto, la psique, y su capacidad de simbolizar, son el medio apto que el hombre tiene a su disposición para trabajar en la transmutación (no sólo el cambio) de sí mismo. La psique, dividida en dos mitades, superior e inferior, es asimilada al alma, y como ésta, une cuerpo y espíritu. Es la mediadora entre dos mundos, y por lo tanto el paso imprescindible en la conquista del ser; depende del uso que hagamos y del conocimiento que tengamos de nuestra psique, el que se nos abran o no los caminos más sutiles del conocimiento. Para ello la psique debe ser pura y virginal, pronta para ser fecundada por el Espíritu. La Alquimia ha sido comparada por C. G. Jung con la psicología, y ambas incluyen procedimientos de transmutación que las exceden, pues como ciencias sólo constituyen medios o soportes de Conocimiento. Queremos señalar un error muy frecuente entre los contemporáneos: el de confundir el plano de lo psicológico con el de lo espiritual. Esto se debe a que lo espiritual ha sido negado, al hacerse una diferencia tajante entre alma y cuerpo, otorgándosele entonces a todo lo que no es material, o corporal, una categoría espiritual, o pseudo espiritual.

El símbolo del laberinto
De entre los símbolos más importantes de la ciencia esotérica, se destaca el del laberinto, sobre todo si lo consideramos en relación con el proceso del Conocimiento, o Iniciación en los Misterios, y en particular si lo vinculamos directamente con una etapa de la evolución, y las pruebas que el alma tiene que enfrentar y sufrir en su reforma psicológica, estrechamente ligada a su transmutación. De otro lado, este símbolo del laberinto, donde el alma se pierde y tiene que encontrar desesperada y necesariamente su salida, supone una idea imprescindible de orientación, sin la cual no es posible el hallazgo de la puerta que nos libere de la confusión y la reiteración, y de la sensación de encontrarnos irremisiblemente perdidos en un mundo sin salida. Este rol, simbolizado en la tradición griega por el hilo de Ariadna, del que ha de seguir Teseo la pista hasta sus propias fuentes, es el que desempeña la Enseñanza, como reveladora y salvadora. Es de particular interés destacar la asociación del laberinto con el peregrinaje, a tal punto que en ciertas catedrales medioevales (Chartres por ejemplo) existen laberintos dibujados en el suelo –en cierta parte específica del templo– como símbolos para ser recorridos por aquéllos que por su vida sedentaria, o por cualquier otra razón, no pueden entregarse a la peregrinación física (a Santiago de Compostela, por ejemplo). Ambas, el recorrido por el interior del templo, y el cruce de campos y ciudades extranjeras infestados de peligros, son símbolos a su vez de la búsqueda del alma y del encuentro del camino que la ha de llevar al Conocimiento, a la reintegración del ser en sí mismo. Es de hacer notar que en las catedrales este laberinto se halla después del baptisterio, y antes del altar, en el recorrido del templo. Es decir, entre el bautismo de agua y el de fuego. En el Arbol Sefirotico se le asigna la zona del plano de Yetsirah, entre Yesod (luna) y Tifereth (sol), equivalente al psiquismo grosero, y por lo tanto al área más peligrosa y movida del ascenso que el aprendiz realiza por los mundos del Arbol de la Vida. Debemos saber que todo el trabajo que haremos con nosotros mismos, de acuerdo a la Enseñanza, comienza por el despertar de la corriente sutil de energías sexuales que se halla en el punto denominado luz, ubicado en la base de la columna vertebral (en la tradición hindú, uno de los chakras que se encuentran articulados y que rodea la serpiente kundalini) y que va enrollándose espiralmente en torno al eje, imagen del Eje del Mundo.

Para finalizar, añadiremos que en el Adam Kadmon microcósmico, o sea el hombre, este laberinto ha de ser ubicado en la zona ventral, área que se destaca tanto por sus combustiones y revoluciones, como por la analogía que presentan los órganos internos con la representación general del laberinto.

Cábala
Ofrecemos a continuación las 22 letras del alfabeto hebreo para que el lector se vaya familiarizando con las mismas. Igualmente va el valor numérico correspondiente a cada letra. En el hebreo antiguo las vocales no se señalizaban, ni se punteaban, como se hace en el presente. Por lo tanto, las palabras escritas sólo con consonantes podían ser leídas de varias maneras, o con el auxilio de diferentes vocales, aumentando así su poder evocativo y semántico en múltiples valoraciones y sentidos. Las letras tienen vinculaciones también con otros símbolos, muchos de ellos animales, y de distinta naturaleza e índole, lo que se asocia con el alfabeto, la palabra y la metafísica del lenguaje
.

 

Alef
1
Beth
2
Guimel
3
Daleth
4
He
5
Vav
6
Zayin
7
Heth
8
Teth
9
Iod
10
Kaf
20
                     
Lamed
30
Mem
40
Nun
50
Samekh
60
Ayin
70
Fe
80
Tsade
90
Qof
100
Resh
200
Shin
300
Taw
400
                     

Recomendamos se copien esmeradamente las letras del alfabeto hebreo. De esta manera no sólo memorizaremos los nombres de las letras, los signos alfabéticos, y sus valoraciones numéricas, sino que trabajaremos con símbolos sagrados cargados de Ideas y energías mágicas y teúrgicas.

Está claro que si conocemos el valor esotérico de las letras, sus connotaciones numéricas, y las transposiciones y permutaciones a que ellas pueden dar lugar en el contexto de las palabras y las oraciones, la lectura de cualquier texto sagrado –en particular La Biblia– en el que el alfabeto hebreo se encuentre presente, pasará a tener otro sentido que el común, literal y exotérico, y adquirirá un relieve y una profundidad tanto más rica cuanto más amplia. Y es por estas asociaciones y correspondencias entre números y letras, y las relaciones a que dan lugar, que se producen iluminaciones sorprendentes en la raíz metafísica del lenguaje humano, las que son llamadas por la Cábala "chispas divinas".

Hay cabalistas que vinculan directamente a los veintidós Arcanos Mayores del Tarot con las veintidós letras del alfabeto sagrado, haciendo corresponder a la carta l, El Mago, con la letra Alef, y en sucesión las que siguen. No todos proceden exactamente de la misma manera en la cuestión de las equivalencias, y esto puede dar lugar a distintos diagramas sefiroticos en que los senderos queden signados por cartas del Tarot distintas. A continuación damos una versión, con el fin de que el lector pueda seguir tejiendo relaciones y equivalencias. 

El Sefer Yetsirah o Libro de las Formaciones, es también conocido por el nombre de Libro de la Creación, pues allí están plasmadas las más antiguas concepciones cosmogónicas judías, que han servido por generaciones para fundamentar el pensamiento metafísico y esotérico del misticismo hebreo y cristiano (especialmente durante la Edad Media y el Renacimiento) y de la Cábala en particular. En él se encuentran específicamente señalados en forma de breve y apretada síntesis, determinadas concepciones cabalísticas que ya hemos ido ofreciendo a lo largo de este libro, entre ellas, la "doctrina" de las diez Sefiroth, como intermediarios entre el "Santo, bendito sea", y la Shekhinah (la inmanente presencia divina, de la que próximamente hablaremos), y también la de la Creación Universal a través de las veintidós letras del alfabeto hebreo, lo que equivale a considerar al cosmos entero como la escritura divina. Esas letras se subdividen en tres grupos: las tres madres, asimiladas, como ya hemos visto, a aire, agua y fuego; las siete dobles o redobladas, y las doce simples, identificadas con posterioridad con los siete planetas y los doce signos zodiacales, respectivamente.

– Tres letras madres: Alef, Mem y Shin.

– Siete letras dobles (o redobladas): Beth, Guimel, Daleth, Kaf, Fe, Resh y Taw.

– Doce letras simples: He, Vav, Zayin, Heth, Teth, Yod, Lamed, Nun, Samekh, Ayin, Tsade y Qof.

Una idea nueva es la de la unión de las diez sefiroth, cifras, o números, a las veintidós letras del alfabeto hebreo, que conjuntamente constituyen los treinta y dos senderos de la sabiduría.

Alquimia
En su lenguaje simbólico, la Alquimia figura, con el oro metálico, la incorruptibilidad, la inalterabilidad y la pureza, atributos que en el plano natural igualmente le corresponden. En realidad se trata de fabricar "oro" a partir de cualquier materia prima, el plomo incluido. Pero en el lenguaje de los Adeptos todo hombre es un metal, que llevado a su perfección "metálica" es llamado oro. El hombre, el ser más completo de la creación, posee en él los gérmenes de esa perfección, que ha olvidado por causa de la Caída; pero el Adepto, restaurando en él el Adán Primordial (el Adam Kadmon microcósmico) implanta en sí el estado de gracia, renovando además completamente sus energías vitales, y haciendo posible el logro de realizaciones espirituales y materiales, como los Sabios, Artistas y Filósofos de antaño, que vivenciaban en su interior el disolver (solve) y coagular (coagula) alquímico. A saber: espiritualizar la materia y materializar el espíritu.

Cábala
El Pentateuco y toda La Biblia, incluido el Nuevo Testamento, son textos simbólicos cabalísticos, como bien lo comprendieron en el Renacimiento los llamados cabalistas cristianos. Amén del Libro –que constituye el fundamento, no sólo de Israel, sino igualmente del cristianismo y el islamismo– sagrado por excelencia (ya que en la Torah está todo y se la identifica con la shekhinah, o sea que se la considera como la manifestación-revelación universal), y del Sefer Ha Bahir, que se presenta bajo la forma de Midrash, comentando y exaltando versículos de la Escritura, dos son los otros grandes textos cabalísticos utilizados por todos los Adeptos de todos los tiempos: el Sefer Ha Zohar, o Libro del Esplendor, y el Sefer Ha Yetsirah, que se suele traducir por Libro de la Creación, o de la Formación.

Por otra parte señalaremos dos cosas: por un lado, que las letras del alfabeto hebreo constituyen el soplo de Dios, que ha dado lugar al mundo, es decir que son la manifestación de la trascendencia divina, que en ellas se hace inmanente; y por el otro, que la historia de Israel, narrada en La Biblia, describe un proceso, un ciclo, que se encuentra dividido en subciclos, de análogas características, que el Libro atestigua de modo literal y críptico, y que se reiteran de forma indefinida, respondiendo al mismo arquetipo.

El símbolo del corazón
El corazón ha sido tomado siempre, y de manera unánime, como símbolo del centro en el ser humano, y por extensión, como el centro de cualquier cuerpo u organismo, o esencia de cualquier cosa vgr.: el corazón de la montaña (= la caverna), el corazón del templo (= el sagrario), etc.; imágenes todas ellas de un Centro Primordial y Arquetípico, invisible, infinito y simultáneo, alrededor del cual giran y se armonizan todas las cosas, constituyendo éste a la vez su causa y su fin. Ese centro, siempre presente, es, en el plano, el reflejo de un eje vertical, que atravesando todos los mundos, y conectándolos entre sí, permite el pasaje de uno a otro, por medio de la manifestación simbólica, de la cual el corazón es una síntesis unitaria perfecta. El es, en efecto, el recipiente de los efluvios del más allá, de otros mundos más sutiles que sólo él podrá recibir, lo que se hace evidente en su esquema simbólico iconográfico, el triángulo equilátero con su vértice hacia abajo.

Su misma situación central sobre la vertical de la columna vertebral, así como su asimilación en la Cábala a Tifereth y al Sol (centro y corazón del firmamento) son notorias, y significativas. Es en el sagrado corazón, donde se encuentra el núcleo de la inmortalidad en su estado más sutil, oculto y patente, y en él se esconde el soplo o hálito vital de la divinidad, la posibilidad de conexión con otros mundos o planos de la Realidad del Ser Cósmico, o estados de la Conciencia Universal. Y es igualmente allí donde ha de centrarse todo nuestro trabajo (no en el cerebro dual), teniendo el cuidado de jamás confundirlo con la interpretación contemporánea, en la cual se lo asocia con el sentimentalismo, cuando no con la más cruda y elemental de las sensiblerías. El corazón es el centro de la Cruz, y por lo tanto una imagen de la quintaesencia, del número 5 (l+4), y del microcosmos.

Cábala
La letra Yod, primera letra del tetragramatón, YHVH, nombre divino impronunciable, tiene la forma de un punto, símbolo de la unidad indivisible, tal cual el centro geométrico de un plano cualquiera. Su valor numeral es diez, y los cabalistas lo interpretan como la totalidad, simbolizada por el Arbol Sefirotico y los diez dedos de la mano. Esta totalidad es una unidad (10=1+0=1), pues comprende íntegra a la serie numeral y significa el eterno retorno del comienzo y el fin. Por eso se la coloca en primer lugar, pues por su pequeñez designa la esencia divina en cuanto oculta e imperceptible. Asimismo se dice que el Alef está compuesto por cuatro Yod. En ese caso su forma está emparentada con el número cuarenta, aunque su valor numeral sea uno, pues es la primera letra del alfabeto hebreo. En realidad 40=4+0=4 y 4=1+2+3+4=10= 1+0=1. Lo que vincula directamente a la unidad, con el cuaternario y el denario, a los que puede considerarse como aspectos de la unidad a distintos niveles. Por otra parte se debe poner en relación todo esto con los cuatro ríos del jardín del Paraíso (Pardés), que se escribe P R D S, o sea con las cuatro letras que emanan de la fuente del Arbol de Vida, alojado en su centro, y por lo tanto con la irradiación de la unidad en el desplegarse de la manifestación. Asimismo se quiere señalar la importancia del número cuarenta (las diez sefiroth en los cuatro planos) en la Tradición Cabalística (particularmente en el caso de los años que debió peregrinar Moisés en el desierto) y destacar que esos "cuarenta años" significan un ciclo simbólico atemporal, que por estar todos los niveles ligados entre sí, también tienen una expresión cronológica. Para los cabalistas pre-renacentistas, sólo a los cuarenta años se podían comprender los misterios en su auténtica esencia, época o ciclo que significaba la maduración necesaria para la realización de las más altas y secretas verdades.

Música
Para los pitagóricos y los hermetistas medioevales y renacentistas, el Universo entero es armonía que se traduce en la música de las esferas celestes, y los movimientos ordenados de los planetas, y los ritmos y ciclos de todo lo creado. Estas "proporciones", módulos, cifras y numeraciones se expresan asimismo por el sonido, y conjuntamente entonan un canto, que al interrelacionarse, oponerse y atraerse, conjuga la Sinfonía Cósmica. En ese sentido el mundo entero es como un instrumento de música, cuya caja de resonancia porta los intervalos, o las "medidas" antes dichas, que mediante acordes, silencios y disonancias, produce constantemente la armonía de la Manifestación Universal. La deidad hace vibrar la cuerda, una de cuyas extremidades está atada a la tierra y regulada con otros diapasones invisibles que unen a los mundos planetarios y angélicos, y ligan a las distintas sefiroth, nombres, y atributos divinos, entre sí. El Universo está construido con las leyes de la música, y por lo tanto la música es mágica, y actúa de esa manera. Por otra parte, el hombre, o sea el microcosmos, al estar construido análogamente al macrocosmos, ha de ser necesariamente un pequeño instrumento musical, en el que se encuentra toda la escala y la armonía en forma reducida, incluidas las disonancias, los semitonos y también las concordancias. Señalaremos que para la tradición griega, el descubridor de las proporciones musicales fue Pitágoras, quien visitando una herrería, y preocupado por este tema, las halló en el canto de cinco martillos que producían una cierta consonancia. Inmediatamente los mandó pesar, y excluyendo uno que era disonante con respecto a los otros, se obtuvieron los números 12, 9, 8 y 6, y de estas cifras, correspondientes a los pesos, nacen las consonancias que hacen la música. El propio Pitágoras trasladó sus investigaciones a la percusión de las cuerdas tensadas, y a la vibración universal que permite la resonancia de los planetas del sistema solar, y la unión de todas las cosas, las que no son sino la expresión de esa energía, o sea, determinados sonidos en la Sinfonía Universal, y estableció la fórmula de que el sonido de una cuerda vibrante es proporcional a su longitud, y a la raíz cuadrada de su densidad, e inversamente proporcional a la raíz cuadrada de su tensión.

Los números musicales han de ser tomados como "pautas" para la investigación. En lo que concierne a la correspondencia entre el denario y las sefiroth del Arbol de la Vida, se advierte que esta relación no ha de ser considerada de manera literal. Los números –y también las sefiroth– tienen múltiples vinculaciones, y su modelo denario sirve para signar hartas y diferentes relaciones, en distintas escalas, las que aparentemente no guardan una correspondencia exacta, ni una estricta identidad, desde el punto de vista del pensamiento racional y mecánico. No pretendamos encasillar lo inencasillable, ni definir lo indefinible. Dejemos que el pensamiento analógico se vaya haciendo en nosotros, pues en esa medida es que podremos ir comprendiendo, sin forzarlas, a las secretas vinculaciones de los códigos y las escalas universales, y a los números o soportes simbólicos de conocimiento, en los que ellas se manifiestan.

Artes y artesanías
La Arquitectura, las artes visuales (escultura y pintura), las artesanías en piedra u otros materiales, la orfebrería, la cerámica, la cestería y el tejido, la ebanistería, la sastrería y el tapizado, son oficios tradicionales que se aprenden de maestro a discípulo –muchas veces de padres a hijos– mediante una iniciación, que comprende el conocimiento de los secretos del arte en que se trabaja. Por sobre todas las cosas el artista es el creador de lo que sale de sus manos. En donde antes no había nada, o una simple masa informe, se va produciendo lo que su idea, o visión, le dicta, hasta que ésta se plasma definitivamente en la obra. La realización ritual y simbólica de la re-generación, mediante la re-producción de los signos, los números y las proporciones, que conforman la Ley Armónica del Universo, constituyen igualmente la transmisión de un mensaje por intermediación de la concentración, la facilidad, el arte, y la ciencia del creador, y asimismo la expresión de la energía sutil que de él emana. Aprender a ver requiere un entrenamiento que las artes tradicionales enseñan, constante y reiteradamente. Las proporciones del cosmos se revelan en su propia forma, y los números que la rigen son el reflejo de la Idea que continuamente lo conforma, tal cual el arte del Tarot lo testimonia.

Cábala
El Zohar: Es la más importante obra cabalística, quizá la que más profundamente arraigó en el alma de los judíos de los siglos XIII a XVIII, y cimentó la flor de la espiritualidad y el esoterismo hebreo, que ha subsistido hasta nuestros días. Fuente de doctrina e inspiración, a la par de La Biblia y El Talmud, El Zohar es un conjunto de escritos no concebido en forma unitaria, sino múltiple, y diferentes unos de otros respecto a su forma y contenido. No es posible enumerar aquí los distintos tratados teosóficos, las historias simbólicas y noveladas, los números y asociaciones ocultas, las homilías místicas, los comentarios de las Escrituras, las descripciones cosmogónicas, gnósticas y filosóficas, reveladas y contenidas en el Zohar. Esta obra extraordinaria fue escrita en Castilla en el siglo XIII, por un inspirado judío español, Moisés de León, el cual recoge enteramente la herencia y la raíz del pueblo hebreo, y la presenta bajo una nueva forma revitalizada, adecuada y accesible a su tiempo. Se dice que este maestro genial vendía los textos que él mismo elaboraba, haciéndolos pasar por antiguos, es decir que los enemigos de la Cábala lo intentan pintar como un estafador, cuando no por un fraudulento. Esta sombra que se pretende extender sobre la figura de un sabio, es propia de los elementos y energías que se embozan detrás de las entidades o sujetos que encarnan el pensamiento antitradicional, a veces sin saberlo. Esa mancha que se pretende inferir al autor de un libro de Sabiduría, es propia de las oscuras y encontradas pasiones que provocan la Gracia y la Justicia divinas, a las que lo más bajo del hombre niega. El descrédito y la calumnia se han ejercitado y encarnecido sobre todos los Adeptos, por su misma naturaleza de seres sagrados, y por lo tanto de objetos tabú, desde la perspectiva de la ignorancia. Es conocida la atracción y el rechazo que el tabú provoca en las sociedades profanas y en el hombre laicizado. Zohar quiere decir en hebreo "esplendor", y de un versículo bíblico de Daniel deriva el nombre del libro, el cual en verdad bien podría aplicarse a Moisés de León. "Los sabios brillarán con el esplendor del firmamento y los que enseñaron la justicia a la muchedumbre resplandecerán para siempre, eternamente como las estrellas" (Daniel XII, 3).

Lo esotérico y lo exotérico
Se dice que lo esotérico y lo exotérico constituyen las dos caras de una sola medalla: dos faces distintas y uno solo el material.

También se suele comparar esta dualidad, única en su concepción, al simbolismo del tapiz, donde el entrecruzamiento de la trama y la urdimbre, la estructura del tejido, conforma el dibujo visible de la alfombra. Habría pues una cara interna, oculta e invisible, gracias a la cual es posible la manifestación externa del diseño, el color y la apariencia sensible del tapiz, al que reconocemos como tal por estas características, aunque es obvio que si no fuese por la disposición y entrecruzamiento de la trama y la urdimbre, y por la inteligencia que ha ordenado su estructura, tal tapiz no sería sino una confusión sin sentido, un caos, es decir, que no sería.

Es evidente entonces que hay una primacía entre una faz y otra de la alfombra, siendo la interna anterior, y origen de la externa, la que tiene una razón de ser subordinada a la primera, aunque complementaria con ella. A lo interno y oculto obedece lo externo y evidente, así como a la palabra antecede el pensamiento, y es la esencia de ese pensamiento lo que produce y justifica la palabra. En cualquier cosa y en cualquier acción acontece lo mismo: lo esotérico da lugar a lo exotérico, y al conformarlo le otorga su validez.

Por cierto que esta doble correspondencia es por lo tanto recíproca, y se expresa en forma simultánea, lo que hace que una y otra se complementen en un todo, aunque debemos aclarar que a los ojos de los sentidos lo que se observa primero es la cara brillante y luminosa de cualquier expresión, la que nos lleva posteriormente a descubrir el significado de la estructura oculta de la trama que se nos aparece así como invisible e interna. Es decir, que lo que desde el punto de vista del creador de la obra es lo primero y principal, se muestra desde la perspectiva de la criatura que observa la obra –a la que considera como la realidad– como una oscura causa secundaria con respecto a lo que es capaz de ver en el tapiz. La relación de preeminencia está pues invertida la una con respecto a la otra, aunque también pueda advertirse que, más allá de esta oposición, ambas facetas se conjugan en la unidad de la obra. La Tradición ha trabajado siempre con estos dos conceptos, que no se excluyen, sino que por el contrario no son el uno sin el otro, y los ha homologado unánimemente con los símbolos del cielo y la tierra, a los que se visualiza como las dos mitades, superior e inferior, de una esfera. Y por cierto, ambos son los que constituyen el cuerpo de la esfera, aunque el cielo –con el Sol en su centro– es lo que origina la vida en nuestro planeta.

Mientras lo interno, o lo esotérico, casi no es perceptible, siendo esencial, lo externo o exotérico se manifiesta de forma múltiple y notoria. Lo primero está referido a la cualidad y a la síntesis, lo segundo a la cantidad y a lo múltiple. Y mientras el hombre ordinario sumido en las tinieblas de lo profano, admira y reverencia lo cuantitativo, que es lo único que en su estado le es dado observar, el iniciado conoce y trabaja con lo cualitativo, es decir lo sagrado.

¿Realidad o ficción?
Si la vida es ilusión para el hinduísmo, el budismo, y así los maestros herméticos lo afirman, ¿qué será entonces la realidad?, e igualmente ¿que será esta ficción? Si el hombre es un extranjero en esta tierra, y como tal se vive cuando comienza un trabajo interno ajeno a los otros, ¿cuál es el criterio de verdad o mentira? ¿Qué umbral sutil se transpasa entre una forma de ver y la otra? Pues si bien lo que resulta más extraño del hombre contemporáneo (del que somos aún parte), es su manera de aferrarse e identificarse con las cosas, los que se permiten esta actitud interna o extra-terrestre resultan igualmente extraños para el medio. Si se abre una puerta y se da un paso adelante, las cosas están bañadas de otra luz y otro contenido. Si cerramos esa puerta y damos un paso hacia atrás, esas mismas cosas aparecen familiares en su nivel rasante y cotidiano. ¿Realidad o ficción? Permitirse ver es algo castigado por la sociedad que no aspira a estos proyectos. Desde lo más íntimo del corazón uno se pregunta quién tiene razón. Pero ¿será la razón el instrumento adecuado, o la herramienta que nos permita dilucidar estas experiencias personales? o ¿será que simplemente la experiencia justifique toda nuestra acción?

Complementación de opuestos
Sin duda el símbolo gráfico más conocido de la dualidad, o sea la división del círculo en un par de opuestos que se complementan, es un pantáculo chino tradicional, hoy en día ampliamente difundido en nuestras ciudades, inclusive en una serie de imágenes publicitarias o como simple emblema –la mayor parte de las veces huérfano de sentido verdaderamente simbólico– y que toma el conocido nombre del Yang y el Yin. Este último es el aspecto femenino del símbolo –pintado de color oscuro–, y el primero es el componente masculino, claro, o iluminado a veces por un rojo brillante.

Este diagrama, cuyas porciones exactamente iguales completan un círculo, como se ha dicho, es a simple vista la conjunción de lo diurno y lo nocturno, de lo positivo y lo negativo, de lo activo y lo pasivo, reunidos en un tercer elemento neutro, el Tao, que los abarca a ambos, y que en sí no es ni el uno ni el otro, ya que por el contrario ellos –el Yin y el Yang– no son sino atributos de su ser indiferenciado. 

Debemos aquí recordar, en lo que hace a la Tradición Hermética, la concepción pitagórica y platónica de la perfección, equiparable a la forma geométrica de la esfera –o al círculo en el plano– y al hermafrodita alquímico medioeval o Rebis filosófico.

Esta complementación del calor y el frío, el cielo y la tierra, y de toda oposición, no sólo se equilibra y balancea en el Tao –el cual les da tanto su razón de ser como asimismo su origen– sino que en numerosas gráficas a estos elementos se los puede ver oponiéndose dos a dos (como en otras simbólicas igualmente se complementan en forma cruciforme entre dos opuestos verticales-horizontales), marcando de manera nítida el motor dialéctico que los hace reproducirse de modo indefinido, ya que cada Yin es capaz de albergar la semilla de un Yang, e inversamente cada Yang contiene la potencialidad de un Yin, tal cual lo expresa la figura reproducida anteriormente.

Mitología
Los diversos significados de los mitos –así como los de los símbolos– no se contradicen, aunque se superpongan, o dicho de otro modo: estos significados son polifacéticos y se refieren tanto a distintos planos de la realidad como a diferentes aspectos de su manifestación. El hecho es que un grado o tipo de lectura del mito (o del símbolo) no tiene por qué necesariamente excluir a cualquier otro, sino que más bien estos sentidos se complementan, pues muchas veces se refieren a aspectos de la realidad que coexisten en ella intrínsecamente.

El hombre moderno está acostumbrado a proceder en forma absolutamente binaria, o sea, por sí o por no (generalmente por lo "bueno" –siempre distinto y cambiante–, lo que lleva a negar el "mal" implícito en cualquier manifestación) razón que caracteriza a su educación lógico-formal, que en el siglo XVII desemboca necesariamente en el racionalismo. Es el producto de su programación histórica y con estos parámetros cree que está perfectamente capacitado para juzgarlo y valorarlo todo, sin comprender que es una víctima de su condicionamiento bajo cuya ilusoria ciencia se atreve a interpretar culturas y pensamientos que no sólo no fueron acuñados bajo esas simplistas e ingenuas perspectivas, sino que bien por el contrario, esos mismos pensadores y culturas se encargaron de advertir los riesgos de tales actitudes desde los comienzos de su formulación, puesto que los errores de la sociedad moderna ya están expresados en forma embrionaria en los gérmenes de la Grecia clásica, o dicho de otra manera, en los cimientos de todo organismo vivo (tal cual una civilización), que en virtud de su crecimiento múltiple cada vez se encuentra más alejado de su estado original, llevando en sí implícitos los elementos disolutivos que lo precipitarán a su caída, degradación y muerte final. Por lo que la errónea simplificación de positivo o negativo (bueno o malo) excluyendo siempre lo uno en beneficio del otro, no es otra cosa que un error claro y neto, ya que las calificaciones de que se trata son válidas sólo desde un punto de vista –ignorando el contrario– y están sujetas a la relatividad del tiempo, pues hoy lo malo es lo bueno de ayer, y lo que hoy pudiera considerarse bueno, lo malo de tiempos pasados.

El mito, en su ambivalencia, aclara esta ignorancia de la que tanto se ufanan la mayor parte de nuestros contemporáneos que tratan de ser "buenos", o aún de manera más degenerada, "malos", sin comprender que en el conjunto de las cosas del cosmos y la vida (es decir, en ellos mismos) estas valoraciones arbitrarias están sujetas a las determinaciones individuales de sus propios egos cuya conveniencia interesada, ya sea social o personal, es el producto de sus deseos, que los sacuden en todas direcciones, como el viento a la veleta.

Es este tipo de actitud, a saber: el desconocimiento de las leyes de la cosmogonía –a la que los mitos se refieren en primer lugar–, lo que les lleva a despreciar el mito, a vivirlo como ignorancia, o al menos como fábulas o fantasías, o intentar su clasificación mnemotécnica y erudita, o en el mejor de los casos a interpretarlo con una chatura, literalidad y mediocridad digna del pensamiento de la sociedad en que viven apartada diametralmente del significado que los mitos encierran, pese al "post modernismo".

El I Ching, oráculo sagrado
La tradición china posee también un libro de oráculos análogo al Tarot, cuyo origen se remonta a la noche de los tiempos. Su legendario autor, Fo-hi, fue un rey-sacerdote, como Melkisedec, el iniciador de Abraham, y al igual que los gobernantes-sabios mencionados por Platón. Este Libro de las Mutaciones (I Ching) está formado por 64 caracteres o hexagramas (ya que se componen de 6 trazos cada uno) que sintetizan la totalidad de los cambios que afectan a la Unidad en su desarrollo evolutivo, y abarca por tanto todas las posibilidades combinatorias que componen el universo (6 + 4 = 10). La serie de hexagramas procede de la dualidad primigenia con que se manifiesta el Ser Unico. Los dos principios se representan respectivamente por un trazo continuo (yang) y por uno discontinuo (yin). Estos principios se combinan en 8 figuras ternarias, o trigramas, que simbolizan los tres reinos de la creación. Tales figuras, según refiere la leyenda, fueron halladas por Fo-hi cuando éste contemplaba el caparazón de una tortuga, símbolo del hombre universal, puesto que alberga el ser vivo entre un techo abovedado y una base cuadrada. Dispuestos en círculo en torno al símbolo de la triunidad suprema (T'ai Chi) los trigramas componen la Rosa de los Vientos, llamada Pa-Kua.

 
He aquí los trigramas 
 
K'ien El cielo, el padre, lo fuerte y creativo, la cabeza, el caballo.
K'un La tierra, la madre, lo dócil y receptivo, la barriga, el buey.
Chen El trueno, el primogénito, el movimiento, el pie, el dragón. 
Sun  La madera, el viento, la hija mayor, la penetración, el muslo, las aves de corral.
K'an El agua, la luna, el denterogénito, el peligro, la oreja, el cerdo.  
Li El fuego, el sol, la denterogénita, el esplendor, el ojo, el faisán.
Ken La montaña, el benjamín, la quietud, la mano, el perro.
Tui El lago, la hija menor, el placer, la boca, la oveja.

Los hexagramas se componen de dos trigramas superpuestos, y de ahí su número total de 64 (82, ó 43, ó 26). El saber contenido en el Libro de las Mutaciones ha dado lugar a innumerables aplicaciones, desde la invención de la escritura o la agricultura, a las ciencias y artes sagradas, como la consulta de oráculos, el arte de la guerra o la gimnasia sagrada T'ai Chi.

Aunque provenientes de tradiciones diferentes, el Tarot y el I Ching presentan afinidades y similitudes importantes: ambos están fundamentados en una estructura cuaternaria y hablan en un lenguaje mágico-simbólico, expresando, cada uno a su manera, una cosmología; los dos son oráculos sagrados y sus resultados se producen aparentemente al azar. El conocimiento del I Ching y la práctica con este libro pueden ser de gran utilidad para las personas que se interesen en jugar con el Tarot, pues sus ideogramas tienen un texto constituido por los comentarios de sabios de diversas generaciones que bien habrán de servirnos de ejemplo de cómo un símbolo sintético puede ser objeto de multivalentes explicaciones y significados, sobre todo cuando se lo pone en comunicación con otro signo. Las ideas sagradas y reveladas que ambos oráculos contienen, al interrelacionarse, generarán en el observador imágenes que lo conectarán con lo arquetípico y espiritual.

Citaremos un párrafo del hexagrama número 4, que nos indica el modo apropiado como debemos tratar al maestro y al oráculo: "La respuesta que da el maestro a las preguntas del discípulo ha de ser clara y concreta, como la respuesta que desea obtener del oráculo un consultante. Siendo así, la respuesta deberá aceptarse como solución de la duda, como decisión. Una desconfiada o irreflexiva insistencia en la pregunta sólo sirve para incomodar al maestro y lo mejor que éste podrá hacer es pasarla por alto en silencio, de modo parecido a como también el oráculo da una sola respuesta y se niega ante preguntas que denotan duda o que intentan ponerlo a prueba".

La Mano
La mano, que como nadie ignora es la herramienta de la inteligencia, compendia y manifiesta tanto al macro como al microcosmos.

Todo está en ella, porque todo está en todo; pero la claridad de la mano sintetiza geométricamente las posibilidades del ser universal a través del ser particular.

El diseño de la mano expresa sensiblemente la energía de lo humano, y es a la vez un producto y un intermediario de la grafía del cosmos, y de la de aquél que diseñó este instrumento para diferenciar al hombre del resto de las especies.

La Cábala ha utilizado a la mano como un modelo universal, y como un pequeño todo, y se corresponden con su estructura distintas letras y numeraciones, ligadas con las interrelaciones de un mismo lenguaje universal.

Siendo este pantáculo por definición "un pequeño todo", es también para ciertos cabalistas un talismán y un amuleto de poder universal. Al barajar las cartas y al poner las tiradas la mano del maestro tarotista, o artesano de lo imaginal, no es, como puede comprenderse, poca cosa.

La Victoria
Resulta irrisorio –o singularmente contradictorio, cuando no atroz, en razón del punto de vista que se adopte– que nuestros contemporáneos crean que la victoria sea el éxito logrado en sus vanas y temibles empresas. El exterminar al enemigo, el aniquilar al contrario, son tomados como muestras de triunfo que se trasladan a lo largo y ancho de sus "concepciones" y a las que obedece ciegamente su existencia. No interesan de ningún modo los objetivos, ya sea mediatos o inmediatos, si los hay, e inclusive éstos pueden alterarse o cambiarse completamente en el tiempo; lo que interesa es la ebriedad de la "victoria". Esta "visión" de las cosas se hace patente en el Occidente actual, adoptando la forma legalizada de la competencia (a la que se le otorga una cualidad por sí misma) en la que siempre y necesariamente ha de haber un triunfador, el hombre de "éxito" en cualquier plano, el cual, por el simple hecho de tenerlo, supone que es mejor que los otros, a los que considera por debajo de él. Esta "fama" así adquirida es envidiada por aquéllos que no la tienen, los que hipotéticamente se sentirán estimulados por el deseo de poseerla, no importa a qué precio. La chatura y peligrosidad de esos criterios son evidentes para los que ya saben que lo más pequeño es lo más poderoso, han oído de artes marciales, y conocen la potencia del Espíritu dentro de sí. Por otra parte este tipo de actividades, ligadas al poder personal y a mediocres pretensiones de carácter psicológico, son propias de aquéllos que por una u otra razón no acceden al trabajo interno y confunden a sus innumerables egos (continuamente cambiantes) con el Yo; al ficticio ser particular (que hoy quiere una cosa y mañana otra y siempre sigue deseando) con el Ser Universal, nunca y por nada condicionado.

No es vano recordar que la traducción del nombre hebreo de la sefirah signada con la numeración siete es Victoria y le cuadran todos los atributos que se han ido explicando sobre ella, los que nada tienen que ver con las concepciones modernas sobre el "éxito en la vida", sino más bien con el auténtico triunfo sobre uno mismo (reiterado muchas veces en el rito de la existencia) lo que es igual que la victoria sobre el adversario (que pese a nuestra lucha continua a veces nos derrota) y que en la mayor parte de los casos toma la forma de las concepciones del hombre viejo, que aún sigue pensando en vencer en una competencia inexistente y sin ningún sentido. Todo esto tiene particular importancia en la lectura de ciertas tiradas.

El tarotista perezoso
Empastado en sus fobias y manías aprendidas, que la televisión reitera todos los días, el tarotista fracasado es el medio, la moda, y acaso, el cálculo infinitesimal de sus módicas posibilidades; perezoso, lento y amparado por la sociedad circundante –amén de la seguridad de su grandeza–, el tarotista del poder mira siempre cosas inmediatas como si fuesen esenciales, porque no se permite ver un poco más allá por el hábito que lo imprime; por eso, el que pretende casi exclusivamente un destino módico debe dedicarse a las artes maléficas de la literalidad. Todo esto dicho como advertencia a los que por una o varias circunstancias no han comprendido que "el que siembra vientos recoge tempestades".

El sentido del humor
Es importante indicar que en los arduos trabajos a que se ve ceñido un alquimista, puede éste contar con un bálsamo catártico a veces tan purificador como la penitencia. Nos referimos expresamente al "sentido del humor" que es un auxilio y un refugio y más que eso aún: una energía benéfica y también disolvente que viene a confortarle y por sobre todo a auxiliarle en momentos en que es sumamente difícil enfrentar determinadas concepciones y modos de actuar generalizados, los que a veces tocan lo grotesco o rayan en un delirio estrafalario. Muchas situaciones de la vida pueden ser llevadas más levemente con "sentido del humor", y ese mismo sentido enmienda ciertos entuertos y gruesos laberintos en los que podríamos perdernos. Dentro de la gravedad y solemnidad de los temas y la realización que proponen los naipes del Tarot el no tomarse en "serio" en determinados momentos, ni a nosotros ni a nuestra problemática, produce una inmediata levedad que nos reubica en nuestro camino. Esta es una manera sencilla y útil de poder sobrellevar determinados excesos y pesadeces que al emanar de nosotros mismos pueden ser combatidos gracias a la liviandad y ligereza de una actitud por momentos humorística. De otro lado es claro que no se trata de ir ahogándose continuamente en buches de risa. Pero a veces es sumamente reconfortante la alegre y sonora explosión de unas carcajadas oportunas.

De hecho, muchos iniciados toman las formas de verdaderos bromistas, como lo señala René Guénon en "Initiation et Réalisation Spirituelle", aunque este modo, de apariencia extraña para los prejuicios y aspiraciones de la clase media y del mercado de consumo, no sea del todo bien recibido, así como tampoco las concepciones de un mago y el comportamiento chamánico, los que no suelen ser del gusto del mundo oficial.

El maestro del Tarot hereda los alegres colores de los naipes y las actitudes despreocupadas, o por ventura desenfadadas, de El Mago y El Loco, más mercuriales que saturninas, gestos emparentados con los juglares y trovadores medioevales de la Provenza –y también de Italia y España–, una de cuyas ciudades más importantes, Marsella, nos legó la baraja esotérica.


 
 
Indice del LIbro
Indice

Capítulo V
 
Federico González. Pág. principal.
1