Psicología
Nos
referimos ahora a una nueva rama de las ciencias
con que no contaba la Antigüedad.
No haremos hincapié en lo que en términos generales se entiende
como psicoanálisis, o terapias
psicológicas. Creemos que estas técnicas, por más bien inspiradas
que se encuentren, se dedican exclusivamente a actuar sobre la psique, siempre
cambiante, y sujeta constantemente a
estímulos causa-efecto. Las posibilidades en este ámbito son indefinidas,
y sus formas innumerables,
igual que lo que acontece en el reino de los fenómenos físicos.
Por otro lado, el especialista define "la enfermedad", según
sus criterios personales, que no van más allá de la descripción
materialista
y positivista que tiene del mundo. Considera, pues, a su "paciente",
como un ser inadaptado a
esa descripción, que es la que sustenta el medio social y su cultura,
y que él considera válida y
universal como patrón para juzgar las conductas. Trata de adecuar las
psiques al modelo social que a él lo ha engendrado, y le ha dado su pretendida
autoridad, sin parar a considerar que ese organismo social puede ser el verdadero
enfermo, y él un cómplice del mismo. Esto, sin mencionar que en
este tipo de técnicas se trata de hacer aflorar los egos, o la "personalidad",
aunque ésta no sea sino un rol arbitrario, impuesto, o inventado, que
estimula la competencia con el medio social, al
que hay que ganar, para "triunfar" en la vida. Lo opuesto, lo invertido,
de lo que afirman
unánimemente las tradiciones, y lo que un psicólogo, como Jung,
pudo descubrir y concluir en el curso de sus investigaciones. Asimismo, lo opuesto
de lo que sostienen hoy en día otras escuelas de
psicología profunda y transpersonal. En efecto, la psique, y su capacidad
de simbolizar, son el
medio apto que el hombre tiene a su disposición para trabajar en la transmutación
(no sólo el cambio)
de sí mismo. La psique, dividida en dos mitades, superior e inferior,
es asimilada al alma, y
como ésta, une cuerpo y espíritu. Es la mediadora entre dos mundos,
y por lo tanto el paso imprescindible en la conquista del ser; depende del uso
que hagamos y del conocimiento que tengamos de nuestra psique, el que se nos
abran o no los caminos más sutiles del conocimiento. Para ello la psique
debe ser pura y virginal, pronta para ser fecundada por el Espíritu. La
Alquimia ha
sido comparada por C. G. Jung con la psicología, y ambas incluyen procedimientos
de
transmutación que las exceden, pues como ciencias sólo constituyen
medios o soportes de Conocimiento.
Queremos señalar un error muy frecuente entre los contemporáneos:
el de confundir el plano de
lo psicológico con el de lo espiritual. Esto se debe a que lo espiritual
ha sido negado, al hacerse
una diferencia tajante entre alma y cuerpo, otorgándosele entonces a todo
lo que no es material,
o corporal, una categoría espiritual, o pseudo espiritual.
El símbolo del laberinto
De entre los símbolos más importantes de la ciencia esotérica,
se destaca el del laberinto, sobre todo si lo consideramos en relación
con el proceso del Conocimiento, o Iniciación en los Misterios, y en
particular si lo vinculamos directamente con una etapa de la evolución,
y las pruebas que el alma tiene que enfrentar y sufrir en su reforma psicológica,
estrechamente ligada a su transmutación. De otro lado, este símbolo
del laberinto, donde el alma se pierde y tiene que encontrar desesperada y
necesariamente su salida, supone una idea imprescindible de orientación,
sin la cual no es posible el hallazgo de la puerta que nos libere de la confusión
y la reiteración, y de la sensación de encontrarnos irremisiblemente
perdidos en un mundo sin salida. Este rol, simbolizado en la tradición
griega por el hilo de Ariadna, del que ha de seguir Teseo la pista hasta sus
propias fuentes, es el que desempeña la Enseñanza, como reveladora
y salvadora. Es de particular interés destacar la asociación
del laberinto con el peregrinaje, a tal punto que en ciertas catedrales medioevales
(Chartres por ejemplo) existen laberintos dibujados en el suelo –en cierta
parte específica del templo– como símbolos para ser recorridos
por aquéllos que por su vida sedentaria, o por cualquier otra razón,
no pueden entregarse a la peregrinación física (a Santiago de
Compostela, por ejemplo). Ambas, el recorrido por el interior del templo, y
el cruce de campos y ciudades extranjeras infestados de peligros, son símbolos
a su vez de la búsqueda del alma y del encuentro del camino que la ha
de llevar al Conocimiento, a la reintegración del ser en sí mismo.
Es de hacer notar que en las catedrales este laberinto se halla después
del baptisterio, y antes del altar, en el recorrido del templo. Es decir, entre
el bautismo de agua y el de fuego. En el Arbol Sefirotico se
le asigna la zona del plano de Yetsirah, entre Yesod (luna)
y Tifereth (sol), equivalente al psiquismo grosero, y por lo
tanto al área más peligrosa y movida del ascenso que el aprendiz
realiza por los mundos del Arbol de la Vida. Debemos saber que todo el trabajo
que haremos con nosotros mismos, de acuerdo a la Enseñanza, comienza
por el despertar de la corriente sutil de energías sexuales que se halla
en el punto denominado luz, ubicado en la base de la columna vertebral
(en la tradición hindú, uno de los chakras que
se encuentran articulados y que rodea la serpiente kundalini) y que
va enrollándose espiralmente en torno al eje, imagen del Eje del Mundo.
Para finalizar, añadiremos
que en el Adam Kadmon microcósmico, o sea el hombre,
este laberinto ha de ser ubicado en la zona ventral, área que se destaca
tanto por sus combustiones y revoluciones, como por la analogía que
presentan los órganos internos con la representación general
del laberinto.
Cábala
Ofrecemos a continuación las 22 letras del alfabeto hebreo para
que el lector se vaya familiarizando con las mismas. Igualmente va el valor
numérico correspondiente a cada letra. En el hebreo antiguo las vocales
no se señalizaban, ni se punteaban, como se hace en el presente. Por
lo tanto, las palabras escritas sólo con consonantes podían ser
leídas de varias maneras, o con el auxilio de diferentes vocales, aumentando
así su poder evocativo y semántico en múltiples valoraciones
y sentidos. Las letras tienen vinculaciones también con otros símbolos,
muchos de ellos animales, y de distinta naturaleza e índole, lo que
se asocia con el alfabeto, la palabra y la metafísica del lenguaje.
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Alef
1 |
Beth
2 |
Guimel
3 |
Daleth
4 |
He
5 |
Vav
6 |
Zayin
7 |
Heth
8 |
Teth
9 |
Iod
10 |
Kaf
20 |
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Lamed
30 |
Mem
40 |
Nun
50 |
Samekh
60 |
Ayin
70 |
Fe
80 |
Tsade
90 |
Qof
100 |
Resh
200 |
Shin
300 |
Taw
400 |
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Recomendamos se copien
esmeradamente las letras del alfabeto hebreo. De esta manera no
sólo memorizaremos los nombres de las letras, los signos alfabéticos,
y sus valoraciones numéricas,
sino que trabajaremos con símbolos sagrados cargados de Ideas y energías
mágicas y teúrgicas.
Está claro que
si conocemos el valor esotérico de las letras, sus connotaciones numéricas,
y las transposiciones y permutaciones a que ellas pueden dar lugar en el
contexto de las palabras y las oraciones, la lectura de cualquier texto sagrado –en
particular La Biblia– en el que el alfabeto hebreo se encuentre presente,
pasará a tener otro sentido que el común, literal y exotérico,
y adquirirá un relieve y una profundidad tanto más rica cuanto
más amplia. Y es por estas asociaciones y correspondencias entre números
y letras, y las relaciones a que dan lugar, que se producen iluminaciones
sorprendentes en la raíz metafísica del lenguaje humano, las
que son llamadas por la Cábala "chispas divinas".
Hay cabalistas que
vinculan directamente a los veintidós Arcanos Mayores del Tarot con
las veintidós letras del alfabeto sagrado, haciendo corresponder
a la carta l, El Mago, con la letra Alef, y en sucesión
las que siguen. No todos proceden exactamente de la misma manera en la cuestión
de las equivalencias, y esto puede dar lugar a distintos diagramas sefiroticos en
que los senderos queden signados por cartas del Tarot distintas. A continuación
damos una versión, con el fin de que el lector pueda seguir tejiendo
relaciones y equivalencias.
El Sefer Yetsirah o
Libro de las Formaciones, es también conocido por el nombre de Libro
de
la Creación, pues allí están plasmadas las más antiguas
concepciones cosmogónicas judías, que han servido por generaciones
para fundamentar el pensamiento metafísico y esotérico del misticismo
hebreo y cristiano (especialmente durante la Edad Media y el Renacimiento) y
de la Cábala
en particular. En él se encuentran específicamente señalados
en forma de breve y apretada
síntesis, determinadas concepciones cabalísticas que ya hemos ido
ofreciendo a lo largo de este libro,
entre ellas, la "doctrina" de las diez Sefiroth, como
intermediarios entre el "Santo, bendito sea", y la Shekhinah (la
inmanente presencia divina, de la que próximamente hablaremos), y también
la de la
Creación Universal a través de las veintidós letras del
alfabeto hebreo, lo que equivale a considerar al cosmos entero como la escritura
divina. Esas letras se subdividen en tres grupos: las tres madres, asimiladas,
como ya hemos visto, a aire, agua y fuego; las siete dobles o redobladas, y las
doce simples, identificadas con posterioridad con los siete planetas y los doce
signos zodiacales,
respectivamente.
– Tres letras madres: Alef, Mem y Shin.
– Siete letras dobles
(o redobladas): Beth, Guimel, Daleth, Kaf, Fe, Resh y Taw.
– Doce letras simples: He, Vav, Zayin, Heth, Teth, Yod, Lamed, Nun, Samekh, Ayin, Tsade y Qof.
Una idea nueva es la
de la unión de las diez sefiroth, cifras, o números,
a las veintidós letras del alfabeto hebreo, que conjuntamente constituyen
los treinta y dos senderos de la sabiduría.
Alquimia
En su lenguaje simbólico, la Alquimia figura, con el oro metálico,
la incorruptibilidad, la inalterabilidad y la pureza, atributos que en el plano
natural igualmente le corresponden. En realidad se trata de fabricar "oro" a
partir de cualquier materia prima, el plomo incluido. Pero en el lenguaje de
los Adeptos todo hombre es un metal, que llevado a su perfección "metálica" es
llamado oro. El hombre, el ser más completo de la creación, posee
en él los gérmenes de esa perfección, que ha olvidado por
causa de la Caída; pero el Adepto, restaurando en él el Adán
Primordial (el Adam Kadmon microcósmico) implanta en sí el
estado de gracia, renovando además completamente sus energías
vitales, y haciendo posible el logro de realizaciones espirituales y materiales,
como los Sabios, Artistas y Filósofos de antaño, que vivenciaban
en su interior el disolver (solve) y coagular (coagula) alquímico.
A saber: espiritualizar la materia y materializar el espíritu.
Cábala
El Pentateuco y toda La Biblia, incluido el Nuevo Testamento, son textos
simbólicos cabalísticos, como bien lo comprendieron en el Renacimiento
los llamados cabalistas cristianos. Amén del Libro –que constituye
el fundamento, no sólo de Israel, sino igualmente del cristianismo y
el islamismo– sagrado por excelencia (ya que en la Torah está todo
y se la identifica con la shekhinah, o sea que se la considera
como la manifestación-revelación universal), y del Sefer Ha
Bahir, que se presenta bajo la forma de Midrash, comentando
y exaltando versículos de la Escritura, dos son los otros grandes textos
cabalísticos utilizados por todos los Adeptos de todos los tiempos: el Sefer
Ha Zohar, o Libro del Esplendor, y el Sefer Ha Yetsirah, que
se suele traducir por Libro de la Creación, o de la Formación.
Por otra parte señalaremos
dos cosas: por un lado, que las letras del alfabeto hebreo constituyen el soplo
de Dios, que ha dado lugar al mundo, es decir que son la manifestación
de la trascendencia divina, que en ellas se hace inmanente; y por el otro,
que la historia de Israel, narrada en La Biblia, describe un proceso, un ciclo,
que se encuentra dividido en subciclos, de análogas características,
que el Libro atestigua de modo literal y críptico, y que se reiteran
de forma indefinida, respondiendo al mismo arquetipo.
El símbolo del corazón
El corazón ha sido tomado siempre, y de manera unánime, como
símbolo del centro en el ser humano, y por extensión, como el
centro de cualquier cuerpo u organismo, o esencia de cualquier cosa vgr.: el
corazón de la montaña (= la caverna), el corazón del templo
(= el sagrario), etc.; imágenes todas ellas de un Centro Primordial y
Arquetípico, invisible, infinito y simultáneo, alrededor del cual
giran y se armonizan todas las cosas, constituyendo éste a la vez su
causa y su fin. Ese centro, siempre presente, es, en el plano, el reflejo de
un eje vertical, que atravesando todos los mundos, y conectándolos entre
sí, permite el pasaje de uno a otro, por medio de la manifestación
simbólica, de la cual el corazón es una síntesis unitaria
perfecta. El es, en efecto, el recipiente de los efluvios del más allá,
de otros mundos más sutiles que sólo él podrá recibir,
lo que se hace evidente en su esquema simbólico iconográfico,
el triángulo equilátero con su vértice hacia abajo.
Su misma situación
central sobre la vertical de la columna vertebral, así como su asimilación
en la Cábala a Tifereth y al Sol (centro y corazón
del firmamento) son notorias, y significativas. Es en el sagrado corazón,
donde se encuentra el núcleo de la inmortalidad en su estado más
sutil, oculto y patente, y en él se esconde el soplo o hálito
vital de la divinidad, la posibilidad de conexión con otros mundos o
planos de la Realidad del Ser Cósmico, o estados de la Conciencia Universal.
Y es igualmente allí donde ha de centrarse todo nuestro trabajo (no
en el cerebro dual), teniendo el cuidado de jamás confundirlo con la
interpretación contemporánea, en la cual se lo asocia con el
sentimentalismo, cuando no con la más cruda y elemental de las sensiblerías.
El corazón es el centro de la Cruz, y por lo tanto una imagen de la
quintaesencia, del número 5 (l+4), y del microcosmos.
Cábala
La letra Yod, primera letra del tetragramatón, YHVH,
nombre divino impronunciable, tiene la forma de un punto, símbolo de
la unidad indivisible, tal cual el centro geométrico de un plano cualquiera.
Su valor numeral es diez, y los cabalistas lo interpretan como la totalidad,
simbolizada por el Arbol Sefirotico y los diez dedos de la mano.
Esta totalidad es una unidad (10=1+0=1), pues comprende íntegra a la
serie numeral y significa el eterno retorno del comienzo y el fin. Por eso se
la coloca en primer lugar, pues por su pequeñez designa la esencia divina
en cuanto oculta e imperceptible. Asimismo se dice que el Alef está compuesto
por cuatro Yod. En ese caso su forma está emparentada
con el número cuarenta, aunque su valor numeral sea uno, pues es la primera
letra del alfabeto hebreo. En realidad 40=4+0=4 y 4=1+2+3+4=10= 1+0=1. Lo que
vincula directamente a la unidad, con el cuaternario y el denario, a los que
puede considerarse como aspectos de la unidad a distintos niveles. Por otra
parte se debe poner en relación todo esto con los cuatro ríos
del jardín del Paraíso (Pardés), que
se escribe P R D S, o sea con las cuatro letras que emanan de la fuente del
Arbol de Vida, alojado en su centro, y por lo tanto con la irradiación
de la unidad en el desplegarse de la manifestación. Asimismo se quiere
señalar la importancia del número cuarenta (las diez sefiroth en
los cuatro planos) en la Tradición Cabalística (particularmente
en el caso de los años que debió peregrinar Moisés en el
desierto) y destacar que esos "cuarenta años" significan un
ciclo simbólico atemporal, que por estar todos los niveles ligados entre
sí, también tienen una expresión cronológica. Para
los cabalistas pre-renacentistas, sólo a los cuarenta años se
podían comprender los misterios en su auténtica esencia, época
o ciclo que significaba la maduración necesaria para la realización
de las más altas y secretas verdades.
Música
Para los pitagóricos y los hermetistas medioevales y renacentistas,
el Universo entero es armonía que se traduce en la música de las
esferas celestes, y los movimientos ordenados de los planetas, y los ritmos
y ciclos de todo lo creado. Estas "proporciones", módulos,
cifras y numeraciones se expresan asimismo por el sonido, y conjuntamente entonan
un canto, que al interrelacionarse, oponerse y atraerse, conjuga la Sinfonía
Cósmica. En ese sentido el mundo entero es como un instrumento de música,
cuya caja de resonancia porta los intervalos, o las "medidas" antes
dichas, que mediante acordes, silencios y disonancias, produce constantemente
la armonía de la Manifestación Universal. La deidad hace vibrar
la cuerda, una de cuyas extremidades está atada a la tierra y regulada
con otros diapasones invisibles que unen a los mundos planetarios y angélicos,
y ligan a las distintas sefiroth, nombres, y atributos divinos, entre
sí. El Universo está construido con las leyes de la música,
y por lo tanto la música es mágica, y actúa de esa manera.
Por otra parte, el hombre, o sea el microcosmos, al estar construido análogamente
al macrocosmos, ha de ser necesariamente un pequeño instrumento musical,
en el que se encuentra toda la escala y la armonía en forma reducida,
incluidas las disonancias, los semitonos y también las concordancias.
Señalaremos que para la tradición griega, el descubridor de las
proporciones musicales fue Pitágoras, quien visitando una herrería,
y preocupado por este tema, las halló en el canto de cinco martillos
que producían una cierta consonancia. Inmediatamente los mandó pesar,
y excluyendo uno que era disonante con respecto a los otros, se obtuvieron los
números 12, 9, 8 y 6, y de estas cifras, correspondientes a los pesos,
nacen las consonancias que hacen la música. El propio Pitágoras
trasladó sus investigaciones a la percusión de las cuerdas tensadas,
y a la vibración universal que permite la resonancia de los planetas
del sistema solar, y la unión de todas las cosas, las que no son sino
la expresión de esa energía, o sea, determinados sonidos en la
Sinfonía Universal, y estableció la fórmula de que el sonido
de una cuerda vibrante es proporcional a su longitud, y a la raíz cuadrada
de su densidad, e inversamente proporcional a la raíz cuadrada de su
tensión.
Los números musicales
han de ser tomados como "pautas" para la investigación. En
lo que concierne a la correspondencia entre el denario y las sefiroth del
Arbol de la Vida, se advierte que esta relación no ha de ser considerada
de manera literal. Los números –y también las sefiroth– tienen
múltiples vinculaciones, y su modelo denario sirve para signar hartas
y diferentes relaciones, en distintas escalas, las que aparentemente no guardan
una correspondencia exacta, ni una estricta identidad, desde el punto de vista
del pensamiento racional y mecánico. No pretendamos encasillar lo inencasillable,
ni definir lo indefinible. Dejemos que el pensamiento analógico se vaya
haciendo en nosotros, pues en esa medida es que podremos ir comprendiendo,
sin forzarlas, a las secretas vinculaciones de los códigos y las escalas
universales, y a los números o soportes simbólicos de conocimiento,
en los que ellas se manifiestan.
Artes y artesanías
La Arquitectura, las artes visuales (escultura y pintura), las artesanías
en piedra u otros materiales, la orfebrería, la cerámica, la cestería
y el tejido, la ebanistería, la sastrería y el tapizado, son oficios
tradicionales que se aprenden de maestro a discípulo –muchas veces
de padres a hijos– mediante una iniciación, que comprende el conocimiento
de los secretos del arte en que se trabaja. Por sobre todas las cosas el artista
es el creador de lo que sale de sus manos. En donde antes no había nada,
o una simple masa informe, se va produciendo lo que su idea, o visión,
le dicta, hasta que ésta se plasma definitivamente en la obra. La realización
ritual y simbólica de la re-generación, mediante la re-producción
de los signos, los números y las proporciones, que conforman la Ley Armónica
del Universo, constituyen igualmente la transmisión de un mensaje por
intermediación de la concentración, la facilidad, el arte, y la
ciencia del creador, y asimismo la expresión de la energía sutil
que de él emana. Aprender a ver requiere un entrenamiento que las artes
tradicionales enseñan, constante y reiteradamente. Las proporciones del
cosmos se revelan en su propia forma, y los números que la rigen son
el reflejo de la Idea que continuamente lo conforma, tal cual el arte del Tarot
lo testimonia.
Cábala
El Zohar: Es la más importante obra cabalística,
quizá la que más profundamente arraigó en el alma de los
judíos de los siglos XIII a XVIII, y cimentó la flor de la espiritualidad
y el esoterismo hebreo, que ha subsistido hasta nuestros días. Fuente
de doctrina e inspiración, a la par de La Biblia y El Talmud,
El Zohar es un conjunto de escritos no concebido en forma unitaria, sino
múltiple, y diferentes unos de otros respecto a su forma y contenido.
No es posible enumerar aquí los distintos tratados teosóficos,
las historias simbólicas y noveladas, los números y asociaciones
ocultas, las homilías místicas, los comentarios de las Escrituras,
las descripciones cosmogónicas, gnósticas y filosóficas,
reveladas y contenidas en el Zohar. Esta obra extraordinaria fue escrita
en Castilla en el siglo XIII, por un inspirado judío español,
Moisés de León, el cual recoge enteramente la herencia y la raíz
del pueblo hebreo, y la presenta bajo una nueva forma revitalizada, adecuada
y accesible a su tiempo. Se dice que este maestro genial vendía los textos
que él mismo elaboraba, haciéndolos pasar por antiguos, es decir
que los enemigos de la Cábala lo intentan pintar como un estafador, cuando
no por un fraudulento. Esta sombra que se pretende extender sobre la figura
de un sabio, es propia de los elementos y energías que se embozan detrás
de las entidades o sujetos que encarnan el pensamiento antitradicional, a veces
sin saberlo. Esa mancha que se pretende inferir al autor de un libro de Sabiduría,
es propia de las oscuras y encontradas pasiones que provocan la Gracia y la
Justicia divinas, a las que lo más bajo del hombre niega. El descrédito
y la calumnia se han ejercitado y encarnecido sobre todos los Adeptos, por su
misma naturaleza de seres sagrados, y por lo tanto de objetos tabú, desde
la perspectiva de la ignorancia. Es conocida la atracción y el rechazo
que el tabú provoca en las sociedades profanas y en el hombre laicizado. Zohar quiere
decir en hebreo "esplendor", y de un versículo bíblico
de Daniel deriva el nombre del libro, el cual en verdad bien podría aplicarse
a Moisés de León. "Los sabios brillarán con el esplendor
del firmamento y los que enseñaron la justicia a la muchedumbre resplandecerán
para siempre, eternamente como las estrellas" (Daniel XII, 3).
Lo esotérico y lo exotérico
Se dice que lo esotérico y lo exotérico constituyen las dos
caras de una sola medalla: dos faces distintas y uno solo el material.
También se suele
comparar esta dualidad, única en su concepción, al simbolismo
del tapiz, donde el entrecruzamiento de la trama y la urdimbre, la estructura
del tejido, conforma el dibujo visible de la alfombra. Habría pues una
cara interna, oculta e invisible, gracias a la cual es posible la manifestación
externa del diseño, el color y la apariencia sensible del tapiz, al
que reconocemos como tal por estas características, aunque es obvio
que si no fuese por la disposición y entrecruzamiento de la trama y
la urdimbre, y por la inteligencia que ha ordenado su estructura, tal tapiz
no sería sino una confusión sin sentido, un caos, es decir, que
no sería.
Es evidente entonces
que hay una primacía entre una faz y otra de la alfombra, siendo la
interna anterior, y origen de la externa, la que tiene una razón de
ser subordinada a la primera, aunque complementaria con ella. A lo interno
y oculto obedece lo externo y evidente, así como a la palabra antecede
el pensamiento, y es la esencia de ese pensamiento lo que produce y justifica
la palabra. En cualquier cosa y en cualquier acción acontece lo mismo:
lo esotérico da lugar a lo exotérico, y al conformarlo le otorga
su validez.
Por cierto que esta doble
correspondencia es por lo tanto recíproca, y se expresa en forma simultánea,
lo que hace que una y otra se complementen en un todo, aunque debemos aclarar
que a los ojos de los sentidos lo que se observa primero es la cara brillante
y luminosa de cualquier expresión, la que nos lleva posteriormente a
descubrir el significado de la estructura oculta de la trama que se nos aparece
así como invisible e interna. Es decir, que lo que desde el punto de
vista del creador de la obra es lo primero y principal, se muestra desde la
perspectiva de la criatura que observa la obra –a la que considera como
la realidad– como una oscura causa secundaria con respecto a lo que es
capaz de ver en el tapiz. La relación de preeminencia está pues
invertida la una con respecto a la otra, aunque también pueda advertirse
que, más allá de esta oposición, ambas facetas se conjugan
en la unidad de la obra. La Tradición ha trabajado siempre con estos
dos conceptos, que no se excluyen, sino que por el contrario no son el uno
sin el otro, y los ha homologado unánimemente con los símbolos
del cielo y la tierra, a los que se visualiza como las dos mitades, superior
e inferior, de una esfera. Y por cierto, ambos son los que constituyen el cuerpo
de la esfera, aunque el cielo –con el Sol en su centro– es lo que
origina la vida en nuestro planeta.
Mientras lo interno,
o lo esotérico, casi no es perceptible, siendo esencial, lo externo
o exotérico se manifiesta de forma múltiple y notoria. Lo primero
está referido a la cualidad y a la síntesis, lo segundo a la
cantidad y a lo múltiple. Y mientras el hombre ordinario sumido en las
tinieblas de lo profano, admira y reverencia lo cuantitativo, que es lo único
que en su estado le es dado observar, el iniciado conoce y trabaja con lo cualitativo,
es decir lo sagrado.
¿Realidad o ficción?
Si la vida es ilusión para el hinduísmo, el budismo, y así los
maestros herméticos lo afirman, ¿qué será entonces
la realidad?, e igualmente ¿que será esta ficción? Si el
hombre es un extranjero en esta tierra, y como tal se vive cuando comienza un
trabajo interno ajeno a los otros, ¿cuál es el criterio de verdad
o mentira? ¿Qué umbral sutil se transpasa entre una forma de ver
y la otra? Pues si bien lo que resulta más extraño del hombre
contemporáneo (del que somos aún parte), es su manera de aferrarse
e identificarse con las cosas, los que se permiten esta actitud interna o extra-terrestre
resultan igualmente extraños para el medio. Si se abre una puerta y se
da un paso adelante, las cosas están bañadas de otra luz y otro
contenido. Si cerramos esa puerta y damos un paso hacia atrás, esas mismas
cosas aparecen familiares en su nivel rasante y cotidiano. ¿Realidad o
ficción? Permitirse ver es algo castigado por la sociedad que no aspira
a estos proyectos. Desde lo más íntimo del corazón uno
se pregunta quién tiene razón. Pero ¿será la razón
el instrumento adecuado, o la herramienta que nos permita dilucidar estas experiencias
personales? o ¿será que simplemente la experiencia justifique toda
nuestra acción?
Complementación de opuestos
Sin duda el símbolo gráfico más conocido de la dualidad,
o sea la división del círculo en un par de opuestos que se complementan,
es un pantáculo chino tradicional, hoy en día ampliamente difundido
en nuestras ciudades, inclusive en una serie de imágenes publicitarias
o como simple emblema –la mayor parte de las veces huérfano de sentido
verdaderamente simbólico– y que toma el conocido nombre del Yang y
el Yin. Este último es el aspecto femenino del símbolo –pintado
de color oscuro–, y el primero es el componente masculino, claro, o iluminado
a veces por un rojo brillante.
Este diagrama, cuyas
porciones exactamente iguales completan un círculo, como se ha dicho,
es a simple vista la conjunción de lo diurno y lo nocturno, de lo positivo
y lo negativo, de lo activo y lo pasivo, reunidos en un tercer elemento neutro,
el Tao, que los abarca a ambos, y que en sí no es ni el uno ni
el otro, ya que por el contrario ellos –el Yin y el Yang– no
son sino atributos de su ser indiferenciado.
Debemos aquí recordar,
en lo que hace a la Tradición Hermética, la concepción
pitagórica
y platónica de la perfección, equiparable a la forma geométrica
de la esfera –o al círculo en el
plano– y al hermafrodita alquímico medioeval o Rebis filosófico.
Esta complementación
del calor y el frío, el cielo y la tierra, y de toda oposición,
no sólo se equilibra y balancea en el Tao –el cual les da
tanto su razón de ser como asimismo su origen– sino que en numerosas
gráficas a estos elementos se los puede ver oponiéndose dos a
dos (como en otras simbólicas igualmente se complementan en forma cruciforme
entre dos opuestos verticales-horizontales), marcando de manera nítida
el motor dialéctico que los hace reproducirse de modo indefinido, ya
que cada Yin es capaz de albergar la semilla de un Yang, e inversamente
cada Yang contiene la potencialidad de un Yin, tal cual
lo expresa la figura reproducida anteriormente.
Mitología
Los diversos significados de los mitos –así como los de los
símbolos– no se contradicen, aunque se superpongan, o dicho de otro
modo: estos significados son polifacéticos y se refieren tanto a distintos
planos de la realidad como a diferentes aspectos de su manifestación.
El hecho es que un grado o tipo de lectura del mito (o del símbolo) no
tiene por qué necesariamente excluir a cualquier otro, sino que más
bien estos sentidos se complementan, pues muchas veces se refieren a aspectos
de la realidad que coexisten en ella intrínsecamente.
El hombre moderno está acostumbrado
a proceder en forma absolutamente binaria, o sea, por sí o por no (generalmente
por lo "bueno" –siempre distinto y cambiante–, lo que lleva
a negar el "mal" implícito en cualquier manifestación)
razón que caracteriza a su educación lógico-formal, que
en el siglo XVII desemboca necesariamente en el racionalismo. Es el producto
de su programación histórica y con estos parámetros cree
que está perfectamente capacitado para juzgarlo y valorarlo todo, sin
comprender que es una víctima de su condicionamiento bajo cuya ilusoria
ciencia se atreve a interpretar culturas y pensamientos que no sólo
no fueron acuñados bajo esas simplistas e ingenuas perspectivas, sino
que bien por el contrario, esos mismos pensadores y culturas se encargaron
de advertir los riesgos de tales actitudes desde los comienzos de su formulación,
puesto que los errores de la sociedad moderna ya están expresados en
forma embrionaria en los gérmenes de la Grecia clásica, o dicho
de otra manera, en los cimientos de todo organismo vivo (tal cual una civilización),
que en virtud de su crecimiento múltiple cada vez se encuentra más
alejado de su estado original, llevando en sí implícitos los
elementos disolutivos que lo precipitarán a su caída, degradación
y muerte final. Por lo que la errónea simplificación de positivo
o negativo (bueno o malo) excluyendo siempre lo uno en beneficio del otro,
no es otra cosa que un error claro y neto, ya que las calificaciones de que
se trata son válidas sólo desde un punto de vista –ignorando
el contrario– y están sujetas a la relatividad del tiempo, pues
hoy lo malo es lo bueno de ayer, y lo que hoy pudiera considerarse bueno, lo
malo de tiempos pasados.
El mito, en su ambivalencia,
aclara esta ignorancia de la que tanto se ufanan la mayor parte de nuestros
contemporáneos que tratan de ser "buenos", o aún de
manera más degenerada, "malos", sin comprender que en el conjunto
de las cosas del cosmos y la vida (es decir, en ellos mismos) estas valoraciones
arbitrarias están sujetas a las determinaciones individuales de sus
propios egos cuya conveniencia interesada, ya sea social o personal, es el
producto de sus deseos, que los sacuden en todas direcciones, como el viento
a la veleta.
Es este tipo de actitud,
a saber: el desconocimiento de las leyes de la cosmogonía –a la
que los mitos se refieren en primer lugar–, lo que les lleva a despreciar
el mito, a vivirlo como ignorancia, o al menos como fábulas o fantasías,
o intentar su clasificación mnemotécnica y erudita, o en el mejor
de los casos a interpretarlo con una chatura, literalidad y mediocridad digna
del pensamiento de la sociedad en que viven apartada diametralmente del significado
que los mitos encierran, pese al "post modernismo".
El I Ching, oráculo sagrado
La tradición china posee también un libro de oráculos
análogo al Tarot, cuyo origen se remonta a la noche de los tiempos. Su
legendario autor, Fo-hi, fue un rey-sacerdote, como Melkisedec, el iniciador
de Abraham, y al igual que los gobernantes-sabios mencionados por Platón.
Este Libro de las Mutaciones (I Ching) está formado por 64 caracteres
o hexagramas (ya que se componen de 6 trazos cada uno) que sintetizan la totalidad
de los cambios que afectan a la Unidad en su desarrollo evolutivo, y abarca
por tanto todas las posibilidades combinatorias que componen el universo (6
+ 4 = 10). La serie de hexagramas procede de la dualidad primigenia con que
se manifiesta el Ser Unico. Los dos principios se representan respectivamente
por un trazo continuo (yang) y por uno discontinuo (yin). Estos
principios se combinan en 8 figuras ternarias, o trigramas, que simbolizan los
tres reinos de la creación. Tales figuras, según refiere la leyenda,
fueron halladas por Fo-hi cuando éste contemplaba el caparazón
de una tortuga, símbolo del hombre universal, puesto que alberga el ser
vivo entre un techo abovedado y una base cuadrada. Dispuestos en círculo
en torno al símbolo de la triunidad suprema (T'ai Chi) los trigramas
componen la Rosa de los Vientos, llamada Pa-Kua.
He aquí los trigramas:
|
K'ien |
El cielo,
el padre, lo fuerte y creativo, la cabeza, el caballo. |
|
K'un |
La
tierra, la madre, lo dócil y receptivo, la barriga, el buey. |
|
Chen |
El
trueno, el primogénito, el movimiento, el pie, el dragón. |
|
Sun |
La
madera, el viento, la hija mayor, la penetración, el muslo, las aves
de corral. |
|
K'an |
El
agua, la luna, el denterogénito, el peligro, la oreja, el cerdo. |
|
Li |
El
fuego, el sol, la denterogénita, el esplendor, el ojo, el faisán. |
|
Ken |
La
montaña, el benjamín, la quietud, la mano, el perro. |
|
Tui |
El
lago, la hija menor, el placer, la boca, la oveja. |
|
|
|
Los hexagramas se componen
de dos trigramas superpuestos, y de ahí su número total de 64
(82, ó 43, ó 26). El saber contenido
en el Libro de las Mutaciones ha dado lugar a innumerables aplicaciones, desde
la invención de la escritura o la agricultura, a las ciencias y artes
sagradas, como
la consulta de oráculos, el arte de la guerra o la gimnasia sagrada T'ai
Chi.
Aunque provenientes de
tradiciones diferentes, el Tarot y el I Ching presentan afinidades y
similitudes importantes: ambos están fundamentados en una estructura
cuaternaria y hablan en un lenguaje mágico-simbólico, expresando,
cada uno a su manera, una cosmología; los dos son oráculos sagrados
y sus resultados se producen aparentemente al azar. El conocimiento del I
Ching y la práctica con este libro pueden ser de gran utilidad para
las personas que se interesen en jugar con el Tarot, pues sus ideogramas tienen
un texto constituido por los comentarios de sabios de diversas generaciones
que bien habrán de servirnos de ejemplo de cómo un símbolo
sintético puede ser objeto de multivalentes explicaciones y significados,
sobre todo cuando se lo pone en comunicación con otro signo. Las ideas
sagradas y reveladas que ambos oráculos contienen, al interrelacionarse,
generarán en el observador imágenes que lo conectarán
con lo arquetípico y espiritual.
Citaremos un párrafo
del hexagrama número 4, que nos indica el modo apropiado como debemos
tratar al maestro y al oráculo: "La respuesta que da el maestro
a las preguntas del discípulo ha de ser clara y concreta, como la respuesta
que desea obtener del oráculo un consultante. Siendo así, la
respuesta deberá aceptarse como solución de la duda, como decisión.
Una desconfiada o irreflexiva insistencia en la pregunta sólo sirve
para incomodar al maestro y lo mejor que éste podrá hacer es
pasarla por alto en silencio, de modo parecido a como también el oráculo
da una sola respuesta y se niega ante preguntas que denotan duda o que intentan
ponerlo a prueba".
La Mano
La mano, que como nadie ignora es la herramienta de la inteligencia, compendia
y manifiesta tanto al macro como al microcosmos.
Todo está en ella,
porque todo está en todo; pero la claridad de la mano sintetiza geométricamente
las posibilidades del ser universal a través del ser particular.
El diseño de la
mano expresa sensiblemente la energía de lo humano, y es a la vez un
producto y un intermediario de la grafía del cosmos, y de la de aquél
que diseñó este instrumento para diferenciar al hombre del resto
de las especies.
La Cábala ha utilizado
a la mano como un modelo universal, y como un pequeño todo, y se corresponden
con su estructura distintas letras y numeraciones, ligadas con las interrelaciones
de un mismo lenguaje universal.
Siendo
este pantáculo
por definición "un pequeño todo", es también
para ciertos cabalistas un talismán y un amuleto de poder universal.
Al barajar las cartas y al poner las tiradas la mano del maestro tarotista,
o artesano de lo imaginal, no es, como puede comprenderse, poca cosa.
La Victoria
Resulta irrisorio –o singularmente contradictorio, cuando no atroz,
en razón del punto de vista que se adopte– que nuestros contemporáneos
crean que la victoria sea el éxito logrado en sus vanas y temibles empresas.
El exterminar al enemigo, el aniquilar al contrario, son tomados como muestras
de triunfo que se trasladan a lo largo y ancho de sus "concepciones" y
a las que obedece ciegamente su existencia. No interesan de ningún modo
los objetivos, ya sea mediatos o inmediatos, si los hay, e inclusive éstos
pueden alterarse o cambiarse completamente en el tiempo; lo que interesa es
la ebriedad de la "victoria". Esta "visión" de las
cosas se hace patente en el Occidente actual, adoptando la forma legalizada
de la competencia (a la que se le otorga una cualidad por sí misma) en
la que siempre y necesariamente ha de haber un triunfador, el hombre de "éxito" en
cualquier plano, el cual, por el simple hecho de tenerlo, supone que es mejor
que los otros, a los que considera por debajo de él. Esta "fama" así adquirida
es envidiada por aquéllos que no la tienen, los que hipotéticamente
se sentirán estimulados por el deseo de poseerla, no importa a qué precio.
La chatura y peligrosidad de esos criterios son evidentes para los que ya saben
que lo más pequeño es lo más poderoso, han oído
de artes marciales, y conocen la potencia del Espíritu dentro de sí.
Por otra parte este tipo de actividades, ligadas al poder personal y a mediocres
pretensiones de carácter psicológico, son propias de aquéllos
que por una u otra razón no acceden al trabajo interno y confunden a
sus innumerables egos (continuamente cambiantes) con el Yo; al ficticio ser
particular (que hoy quiere una cosa y mañana otra y siempre sigue deseando)
con el Ser Universal, nunca y por nada condicionado.
No es vano recordar que
la traducción del nombre hebreo de la sefirah signada con la
numeración siete es Victoria y le cuadran todos los atributos que se
han ido explicando sobre ella, los que nada tienen que ver con las concepciones
modernas sobre el "éxito en la vida", sino más bien
con el auténtico triunfo sobre uno mismo (reiterado muchas veces en
el rito de la existencia) lo que es igual que la victoria sobre el adversario
(que pese a nuestra lucha continua a veces nos derrota) y que en la mayor parte
de los casos toma la forma de las concepciones del hombre viejo, que aún
sigue pensando en vencer en una competencia inexistente y sin ningún
sentido. Todo esto tiene particular importancia en la lectura de ciertas tiradas.
El tarotista perezoso
Empastado en sus fobias y manías aprendidas, que la televisión
reitera todos los días, el tarotista fracasado es el medio, la moda,
y acaso, el cálculo infinitesimal de sus módicas posibilidades;
perezoso, lento y amparado por la sociedad circundante –amén de
la seguridad de su grandeza–, el tarotista del poder mira siempre cosas
inmediatas como si fuesen esenciales, porque no se permite ver un poco más
allá por el hábito que lo imprime; por eso, el que pretende casi
exclusivamente un destino módico debe dedicarse a las artes maléficas
de la literalidad. Todo esto dicho como advertencia a los que por una o varias
circunstancias no han comprendido que "el que siembra vientos recoge tempestades".
El sentido del humor
Es importante indicar que en los arduos trabajos a que se ve ceñido
un alquimista, puede éste contar con un bálsamo catártico
a veces tan purificador como la penitencia. Nos referimos expresamente al "sentido
del humor" que es un auxilio y un refugio y más que eso aún:
una energía benéfica y también disolvente que viene a confortarle
y por sobre todo a auxiliarle en momentos en que es sumamente difícil
enfrentar determinadas concepciones y modos de actuar generalizados, los que
a veces tocan lo grotesco o rayan en un delirio estrafalario. Muchas situaciones
de la vida pueden ser llevadas más levemente con "sentido del humor",
y ese mismo sentido enmienda ciertos entuertos y gruesos laberintos en los que
podríamos perdernos. Dentro de la gravedad y solemnidad de los temas
y la realización que proponen los naipes del Tarot el no tomarse en "serio" en
determinados momentos, ni a nosotros ni a nuestra problemática, produce
una inmediata levedad que nos reubica en nuestro camino. Esta es una manera
sencilla y útil de poder sobrellevar determinados excesos y pesadeces
que al emanar de nosotros mismos pueden ser combatidos gracias a la liviandad
y ligereza de una actitud por momentos humorística. De otro lado es claro
que no se trata de ir ahogándose continuamente en buches de risa.
Pero a veces es sumamente reconfortante la alegre y sonora explosión
de unas carcajadas oportunas.
De hecho, muchos iniciados
toman las formas de verdaderos bromistas, como lo señala René Guénon
en "Initiation et Réalisation Spirituelle", aunque
este modo, de apariencia extraña para los prejuicios y aspiraciones
de la clase media y del mercado de consumo, no sea del todo bien recibido,
así como tampoco las concepciones de un mago y el comportamiento chamánico,
los que no suelen ser del gusto del mundo oficial.
El maestro del Tarot
hereda los alegres colores de los naipes y las actitudes despreocupadas, o
por ventura desenfadadas, de El Mago y El Loco, más mercuriales que
saturninas, gestos emparentados con los juglares y trovadores medioevales de
la Provenza –y también de Italia y España–, una de
cuyas ciudades más importantes, Marsella, nos legó la baraja
esotérica. |