Te invito a volar sobre mi isla
Cuando estés relajado, tranquilo, y tu imaginación dispuesta a soñar, cierra los ojos y sentirás cómo mi mano toma la tuya para llevarte a volar sobre mi isla. Nos elevaremos despacito, sintiendo la cálida brisa acariciarnos y el sonido de las olas rompiendo en los acantilados
Sobre un mar verde, transparente y limpio, los botes de los pescadores se van acercando a la isla para vender su pescado fresco, chicharros y viejas aun enganchados en las redes, que brincan sobre el suelo de las pequeñas embarcaciones.
Pasaremos sobre pueblos blancos que huelen a pan recién hecho y veremos a los labradores que, encorvados, trabajan sus vides o siembran papas y hortalizas. Al pasar por las plataneras algún perro guardián nos saludará con sus ladridos y la mujer del vigilante, que en el corral da de comer a las cabras y los conejos, lo callará a gritos para poder escuchar las folías que su hija canta mientras riega las flores del balcón.
Alejándonos de la costa, seguiremos subiendo para acercarnos a los pinares que cubren las medianías de las altas montañas. Volaremos bajito para poder disfrutar del aroma de los pinos, que se cimbrean cadenciosos al compás de la brisa y, en uno de los claros del bosque, cubierto por una alfombra de florecillas blancas y amarillas, podremos descansar unos minutos antes de remontar el vuelo hacia la cima de las montañas.
Marrones, negros, rojos, amarillos, blancos...... infinitos colores indescriptibles son los de la tierra que cubre las cumbres, apenas sin vegetación, desde donde majestuoso, a lo lejos, se divisa el padre Teide con alguna que otra cana que, del pasado invierno, aun conserva en esta época. Nos adentraremos por las cañadas entre ríos de lava petrificada y llanuras de arena blanca y, al fin, estaremos a los pies del Teide, rodeados de sus guardianes, inmensos monolitos que, sin intención, te hacen sentir pequeño.
Mientras se difumina la estela de colores rojos y naranja que, al caer la tarde, el sol ha dejado en el horizonte, esperaremos la llegada de la noche viendo cómo se va cubriendo de estrellas el cielo, tantas que parece no quedar lugar para una más y tan cerca que temeremos tropezar con ellas en nuestro vuelo.
El silencio, que en la cumbre es tan denso que puedes oír la respiración, se irá llenando de voces mientras descendemos. Son los cánticos de los grupos de amigos que, con sus guitarras y timples, se reúnen para cenar en alguno de los muchos bodegones. Este es un pueblo donde todos cantan, no importa la edad ni el estatus social, ni siquiera si lo hacen bien o mal. Aquí no se concibe una reunión, fiesta o celebración sin una guitarra y el canto de los asistentes. Sé que, esta gente acogedora y dulce hasta en la melodía de su acento, te hará sentir en casa, te invitará a que cantes con ellos y podrás sentir el escalofrío de las canciones sentimentales y la alegría de los estribillos bullangueros y pícaros.
Para terminar nuestro vuelo, llegaremos hasta mi terraza, sobre un acantilado junto al mar y (ya que estamos soñando) escogeremos la noche que más te guste, yo las he visto todas desde aquí. Noches negras de tormenta donde los relámpagos iluminan el contorno de la isla y el mar brama, con tal furia, que no se escucha nada más. Noches de luna rilando en un mar tranquilo y las luces de la costa reflejadas en él, como si de un espejo se tratase. Noches, sin luna, donde puedes contar las estrellas fugaces que cruzan el firmamento.
Después, te pediré que respires profundamente, para llevarte la última bocanada de aire puro de esta tierra y te iré soltando la mano, poco a poco, para que regreses a tu vida.
RIA...... (Mayte)
Actualizac.: 10 de mayo del 2000
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Santa Cruz de Tenerife