Citas de Jung
(Acerca del Inconsciente Colectivo)
"Todos mis escritos son, por así decirlo, encargos que proceden del interior; surgieron bajo la presión del destino. Dejo que se exprese el ánimo que me mueve. Nunca preví eco para mis escritos. Representan una compensación a mi mundo contemporáneo y tuve que decir lo que nadie quiere oír. Es por ello que me he sentido, particularmente al principio, tan a menudo perdido. Sabía que los hombre reaccionarían negativamente porque es difícil aceptar la compensación al mundo consciente. Hoy puedo decir: es incluso sorprendente el éxito que tuve, muy superior al que podía esperar. Pero para mí lo principal fue siempre que lo que debía decir lo he dicho. Tengo la sensación de haber hecho lo que me fue posible. Evidentemente podría ser más y mejor, pero no en razón de mis aptitudes."
De "Recuerdos, Sueños, Pensamientos" (1961), Editorial Seix Barral, Barcelona, 1996, página 229
De la psicología primitiva: "Cuanto más retrocedemos en la historia, tanto más vemos que la personalidad se desvanece bajo la capa de la colectividad. Y si descendemos hasta la psicología primitiva, encontramos que en ella no puede hablarse en absoluto del concepto de individuo. En vez de individualidad hallamos tan sólo dependencia colectiva o
participation mystique. Pero la actitud colectiva obstaculiza el conocimiento y apreciación de una psicología distinta del sujeto, pues justo el espíritu que tiene una actitud colectiva es incapaz de pensar y sentir de otra manera que proyectivamente. Lo que nosotros entendemos con el concepto de "individuo" es una conquista relativamente reciente de la historia del espíritu y la cultura humana. Por ello no es de extrañar que la antaño omnipotente actitud colectiva impidiese totalmente, por así decirlo, una apreciación psicológica objetiva de las diferencias individuales, así como, en general toda objetivación científica de los procesos psicológicos individuales. Precisamente esta falta de pensar psicológico hacía que el conocimiento estuviese "psicologizado", es decir, lleno de psicología proyectada. Los inicios de la explicación filosófica del mundo ofrecen ejemplos contundentes de ello. La despsicologización de la ciencia objetiva va paralela al desarrollo de la individualidad y al desarrollo, condicionado por aquél, de la diferenciación psicológica de los seres humanos. Estas consideraciones podrían explicar por qué en los materiales que se nos han transmitido de la antiguedad tienen una caudal muy escaso las fuentes de la psicología objetiva. La distinción de los cuatro temperamentos, que hemos tomado de la antiguedad, casi no es una tipificación psicológica, pues los temperamentos apenas son otra cosa que complexiones psicofisiológicas"
Tipos psicológicos (1920), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1994, página 33
El inconsciente colectivo como objeto de una verdadera psicología: "Sabemos que los individuos, por mucho que los separe la diversidad de los contenidos de su consciencia, se parecen tanto más cuanto se los considera desde el punto de vista de lo inconsciente. Todo psicoterapeuta experimenta una fuerte impresión el día en que advierte cuán uniformes son las imágenes inconscientes a pesar de toda su riqueza. Sólo la individuación produce diferencias. Es esto lo que confiere tan honda significación psicológica a una parte esencial de las filosofías de Schopenhauer, Carus y Hartmann. La notoria uniformidad de lo inconsciente sirve de fundamento psíquico a las concepciones de estos filósofos. Lo inconsciente consta, entre otros elementos, de los “residuos” de la psique arcaica, indiferenciada, con inclusión de sus fases preliminares. Las reacciones y productos de la psique animal son de una uniformidad y constancia tan universales como parecer sólo en parte podemos encontrar de nuevo en el hombre. Este se manifiesta mucho más individual que el animal. Es verdad que también esto podría ser una ilusión, dado que tenemos una útil tendencia a reconocer sobre todo la diversidad de las cosas que nos interesan. La adaptación psicológica lo exige: no sería posible sin una minuciosa diferenciación de las impresiones. Por el contrario, nos cuesta los mayores esfuerzos el conocer en sus relaciones generales las cosas de que nos ocupamos a diario. Este conocimiento nos resulta mucho más fácil con respecto a las cosas que se hallan lejos. Así, por ejemplo, a un europeo al principio le es casi imposible diferenciar los rostros en una multitud de chinos, a pesar de que éstos, al igual que los europeos, poseen rasgos faciales que los individualizan. Débese ello a que los caracteres comunes de sus rasgos exóticos impresionan al extranjero mucho más que las diferenciaas individuales. La individualidad es una de aquellas realidades condicionaless que se sobreestiman a causa de su importancia práctica; no es uno de esos hechos de asombrosa claridad (y que por ello se imponen de modo universal) en que tiene que fundarse principalmente la ciencia. Por lo tanto, el contenido de la conciencia individual es el objeto más impropio que pueda imaginarse para la psiclogía, porque precisamente ha diferenciado lo universal hasta hacerlo incognoscible. En efecto, lo que constituye la esencia de los procesos conscientes es la adaptación que se opera hasta en los detalles más minuciosos. Lo inconsciente, en cambio, es lo universal; une a los individuos no sólo en naciones, sino también con los hombres del pasado y su psicología. He aquí por qué lo inconsciente, en su generalidad que trasciende lo individual es, más que cualquier otra cosa, el objeto de una verdadera psicología que se niega a ser psicofísica."
Símbolos de Transformación (1949; versión corregida y ampliada de Transformaciones y Símbolos de la Líbido -1912-), Paidós, Buenos Aires, 1993, página 189
El hombre y el héroe: "Como individuo, el hombre es un fenómeno sospechoso cuyo derecho a la existencia cabe impugnar desde un punto de vista biológico, ya que biológicamente el individuo sólo tiene sentido como ser colectivo o como parte integrante de la masa. Pero el punto de vista cultural le otorga al hombre una significación que lo separa de la masa y que en el correr de los siglos condujo a la formación de la personalidad, con lo cual se desarrolló conjuntamente el culto del héroe. A esta tendencia corresponde el intento de la teología racionalista de conservar al Jesús personal como última y preciosa reliquia de una divinidad que va desapareciendo al no ser susceptible de representación. En este sentido, la Iglesia católica supo adaptarse mejor, puesto que tuvo en cuenta la necesidad universal de un héroe visible reconociéndole un representante sacerdotal en la tierra. La perceptibilidad sensible del personaje religioso apoya en cierto sentido la transmisión de la líbido al símbolo, suponiendo que la adoración no se detenga en el objeto visible. Pero aún en el último caso está enlazada por lo menos con el personaje humano representativo y se sustrae a su forma originaria primitiva aunque no adquiera la figura simbólica perseguida. Esta necesidad de realidad tangible se ha mantenido secretamente en cierta teología protestante y personalista que a todo precio quiere conservar un Jesús histórico. No porque los hombres amen al dios visible; no lo aman como aparece, como un hombre; si los piadosos quisieran amar al hombre podrían dirigirse a sus vecinos o a sus enemigos. El personaje religioso no puede ser meramente un hombre, puesto que tiene que representar lo que en verdad es: la totalidad de aquellas imágenes primigenias que en todas partes y en todas las épocas expresan lo “extraordinariamente poderoso”. En la forma humana visible en modo alguno se busca al hombre, sino al superhombre, al héroe o al dios, a la esencia semejante al hombre que expresa aquellas ideas, formas y fuerzas que se adueñan del alma y la configuran. Desde el punto de vista psicológico, esas ideas, formas y fuerzas son los contenidos arquetípicos de lo inconsciente (colectivo), aquellos restos de antiquísima humanidad iguales en todos los hombres, aquel patrimonio común legado con anterioridad a toda diferenciación y desarrollo ulteriores, que les fue dado a todos los hombres como la luz del sol y el aire. Ahora bien; al amar ese patrimonio hereditario, aman un bien común; vuelven así a la madre de los hombres, o sea a la psique, que existía antes de que hubiera consciencia, recuperando de esta suerte algo de esa solidaridad y fuerza secreta e irresistible que el sentimiento de comunidad con tl todo suele inspirar. Es el problema de Anteo, quien sólo mediante el contacto con la madre tierra conserva su fuerza de gigante. Ese temporario adentrarse en sí mismo parece ser, dentro de ciertos límites, de efecto favorable sobre el estado psíquico del individuo. En general, es de esperar que ambos mecanismos fundamentales de la psique, la extraversión y la introversión, sean también medios poderosos y adecuados de reacción normal contra los complejos: la extraversión, una manera de huir de un complejo hacia la realidad; la introversión, un modo de desprenderse de la realidad por medio de un complejo."
Símbolos de Transformación (1949; versión corregida y ampliada de Transformaciones y Símbolos de la Líbido -1912-), Paidós, Buenos Aires, 1993, página 190
Acerca de las formas del significado:
"Nuestras formas de otorgar significado son categorías históricas que se pierden en una oscura antiguedad, hecho este que habitualmente no se advierte como es debido. Las interpretaciones utlizan ciertas matrices linguísticas, que también provienen de imágenes arcaicas. Podemos tomar este problema en el punto en que queramos; siempre caemos en la historia del lenguaje y de los temas, lo que siempre nos hace volver directamente al mundo primitivo poblado de milagros. Tomemos, por ejemplo, la palabra idea. Tiene su origen en el concepto de eidoz de Platón, y las ideas eternas son imágenes primordiales, que se mantienen en uperouraniw topw (en un lugar supraceleste) como formas eternas trascendentes. El ojo del vidente las ve como imagines et lares o como imágenes del sueño y de la visión reveladora. O tomemos el concepto de energía, que se refiere a un acontecer físico. Anteriormente fue el fuego arcano de los alquimistas, el flogisto, la fuerza calórica inherente a la materia, o también el calor primordial de los estoicos o el heraclíteo pur aei zwon (el fuego eternamente viviente), que tan cerca está de la concepción primitiva de una fuerza viviente universalmente difundida, una fuerza que provoca el crecimiento y cura mágicamente, llamada por lo general mana.
No quiero acumular ejemplos innecesariamente. Basta con saber que no existe una sola idea o concepción esencial que no posea antecedentes históricos. Todas se basan en última instancia en formas primitivas arquetípicas, que se hicieron patentes en una época en que la conciencia todavía no pensaba sino que percibía. El pensamiento era objeto de la percepción interna; no era pensado sino experimentado como fenómeno, algo así como oído o visto. El pensamiento era esencialmente revelación, no era algo que se descubría sino algo que se imponía o que convencía por su facticidad inmediata. El pensar precede a la conciencia del yo primitiva, y éste es antes su objeto que su sujeto. Pero tampoco nosotros hemos llegado a la cima última de la conciencialidad y por lo tanto tenemos también un pensar preexistente, del cual no nos percatamos mientras nos protejan símbolos tradicionales, lo que traducido al lenguaje de los sueños equivale a decir: mientras el padre o el rey no hayan muerto."
Sobre los Arquetipos del Inconsciente Colectivo (1934), en Arquetipos e Inconsciente Colectivo, Paidós, Buenos Aires, 1994, página 39
Verdad psicológica y dogma:
"El dogma reemplaza lo inconsciente colectivo formulándolo con gran amplitud, por lo cual, en principio, la forma de vida católica no conoce en ese sentido una problemática psicológica. La vida de lo inconsciente colectivo ha sido captada casi íntegramente en las representaciones dogmáticas arquetípicas y fluye como una corriente encauzada y domada en el simbolismo del credo y del ritual. Su vida se manifiesta en la intimidad del alma católica. Lo inconsciente colectivo, como hoy lo llamamos, nunca fue psicológico, puesto que mucho antes de la iglesia católica, ya en los tiempos prehistóricos del neolítico, existieron misterios. Nunca le faltaron a la humanidad imágenes poderosas que le dieran protección contra la vida inquietante de las honduras del alma. Siempre fueron expresadas las figuras de lo inconsciente mediante imágenes protectoras o benéficas que permitían expulsar el drama anímico hacia el espacio cósmico, extraanímico.
La iconoclasia de la Reforma produjo literalmente una brecha en el muro de protección de las imágenes sagradas, que desde entonces fueron desintegrándose una tras otra. Resultaban molestas porque chocaban con la razón que despertaba. Por lo demás, hacía mucho que se había olvidado qué querían decir. ¿Tratábase realmente de un olvido? ¿O quizás nunca se había sabido qué significaban y sólo en la época moderna sintió el hombre protestante que en verdad se ignoraba en absoluto qué se quería decir con el parto virginal, la divinidad de Cristo o las complejidades de la Trinidad? Parecería como si esas imágenes hubiesen meramente vivido y su existencia viviente hubiera sido simplemente aceptada, sin duda y sin reflexión, del mismo modo como todas las personas adornan árboles de Navidad y ocultan huevos de Pascua sin saber cuál es el sentido de tales costumbres. Las imágenes arquetípicas son ya a priori tan significativas, que el hombre nunca pregunta qué podrían en rigor significar. Por eso mueren de tanto en tanto los dioses, porque de repente se descubre que no significan nada, que son inutilidades hechas de madera y de piedra, fabricadas por la mano del hombre. En realidad, en ese momento el hombre sólo descubre que antes nunca había pensado sobre sus imágenes. Y cuando comienza a pensar sobre ellas, lo hace con la asistencia de lo que él llama “razón”, que por cierto no es más que la suma de sus prejuicios y sus miopías."
Sobre los Arquetipos del Inconsciente Colectivo (1934), en Arquetipos e Inconsciente Colectivo, Paidós, Buenos Aires, 1994, página 18
Lo inconciente y nuestro tiempo:
El desarrollo psicológico moderno nos conduce a una mejor comprensión de aquello de que en verdad se compone el hombre. Primero, los dioses de poder y belleza sobrenaturales vivieron en las nevadas cumbres de las montañas o en lo hondo de los mares: más tarde, se fundieron en un solo Dios, que luego se hizo hombre. Pero en nuestra época parece que hasta el Dios hombre desciende de su trono para esfumarse en el hombre común. Por tal motivo, hállase vacía su sede. A causa de eso, el hombre moderno sufre una hybris de la conciencia que se está aproximando a lo patológico. A tal condición psíquica del individuo, corresponde, en gran escala, la hipertrofia y pretensión de totalidad de la idea de Estado. Así como el Estado trata de “captar” al individuo, también el individuo figúrase haber “captado” su alma; e inclusive hace de ello una ciencia, sobre la base de la absurda suposición de que el intelecto -mera parte y simple función de la psique- basta para comprender el todo anímico, muchísimo más grande. En verdad, la psique es madre, sujeto y posibilidad de la conciencia misma. Trasciende ampliamente los límites de la conciencia, siendo así lícito comparar a ésta con una isla en el océano. Al paso que la isla es pequeña y estrecha, el océano es infinitamente ancho y profundo y encierra una vida que sobrepasa en todos los aspectos la vida isleña, tanto en su índole cuanto en su extensión. Cabría objetar a esta imagen el no haber aducido prueba alguna de que la conciencia no tenga más importancia que la asignada a una pequeña isla en medio del océano. Mas por cierto tal demostración es de por sí imposible, pues frente a la conocida extensión de la conciencia, se yerge la desconocida “extensión” de lo inconciente, a cuyo respecto en rigor sólo sabemos que existe y que, en virtud de su existencia, opera sobre la conciencia y su libertad en un sentido restrictivo. Dondequiera señoree lo inconsciente se da también falta de libertad e incluso obsesión. La amplitud oceánica no es al fin sino un símil de la capacidad de lo inconsciente de limitar y de amenazar a la conciencia. Es verdad que hasta hace poco el empirismo psicológico gustaba explicar lo “inconsciente” -según lo indica también el propio término- por una mera ausencia de la conciencia; más o menos como se explica la sombra por la ausencia de luz. No sólo en épocas anteriores, también en el presente, la observación rigurosa de los procesos inscientes ha reconocido que lo insconsciente posee cierta autonomía creadora que jamás podría atribuirse a algo cuya naturaleza consistiese en una mera sombra. Cuando C. G. Carus, De. von Hartmann y en cierto sentido, igualmente Arturo Schopenhauer, equipararon lo inconsciente con el principio creador del mundo, no hicieron sino extraer la síntesis de todas las doctrinas del pasado que, sobre la base de la constante experiencia íntima, percibían lo que obraba misteriosamente como personificado en forma de dioses. A la moderna hipertrofia de la conciencia débese, precisamente, su mencionada hybris, y el hecho de que los hombres no reparen en esa peligrosa autonomía de lo inconsciente. El supuesto de la existencia de dioses o demonios invisibles constituye una formulación de lo inconsciente psicológicamente mucho más adecuada, aún cuando se trata de una proyección antropomórfica. Pues bien, como el desarrollo de la conciencia exige la renuncia a todas las proyecciones asequibles, tampoco es posible seguir sosteniendo ninguna mitología en el sentido de una existencia no psicológica. Si el proceso histórico de “des-animación” del mundo, o lo que es lo mismo, si el retiro de las proyecciones, continúa progresando como hasta el presente, todo cuanto se halle fuera, sea de carácter divino o demoníaco, habrá de volver al alma, al interior desconocido del hombre, de donde aparentemente partió."
Psicología y Religión (1939), Paidós, Buenos Aires, 1994, página 138
Acerca del hombre y sus dioses: "El "amor" demuestra ser la fuerza del destino por antonomasia, lo mismo si se presenta como baja concupiscencia que como pasión espiritual. Es uno de los más poderosos motores de las cosas humanas. Concibiéndolo como "divino", esa denominación le corresponde con perfecto derecho, puesto que lo absolutamente más poderoso de la psique se calificó siempre de "dios". Lo mismo da que se crea en dios o no, que se lo admire o maldiga, la palabra "dios" acude siempre a los labios. Siempre y en todas partes lo psíquicamente poderoso viene a significar algo así como "dios". Y de este modo "dios" se contrapone siempre a los hombres y se distingue expresamente de ellos. En todo caso, les es común el amor. Es propio del hombre en cuanto éste se apodera de él, y del demonio en cuanto el hombre es su objeto o su víctima. Desde el ángulo psicológico, eso significará que la líbido como fuerza del deseo y anhelo, y en el sentido más lato como energía psíquica, en parte está a disposición del yo pero en parte se comporta autónomamente con respecto a él, pudiendo darse el caso de que lo determine de tal modo que lo hunda en forzosa aflicción o bien le proporcione inesperada fuente de energía adicional."
Símbolos de Transformación (1949; versión corregida y ampliada de Transformaciones y Símbolos de la Líbido -1912-), Paidós, Buenos Aires, 1993, página 89
Los dominantes inconcientes y la posesión: "Por indudables y claramente comprensibles que sean tales sucesos o decisiones anímicas, igualmente nos llevan a la errónea y no psicológica conclusión de que -por así decirlo- queda librado al criterio del hombre el engendrar o no a su “Dios”. Lejos de ello, cada cual hállase con una disposición anímica que limita su libertad en alto grado y que incluso la torna casi ilusoria. La “libertad de la voluntad” no sólo constituye un serio problema desde el punto de vista filosófico sino también desde el práctico, pues rara vez se encuentran personas que no estén amplia y aun preponderantemente dominadas por sus inclinaciones, hábitos, impulsos, prejuicios, resentimientos y toda clase de complejos. La suma de esos hechos naturales funciona exactamente a la manera de un Olimpo poblado de dioses que reclaman ser propiciados, servidos, temidos, y venerados, no sólo por el propietario particular de esa compañía de dioses, sino también por quienes les rodean. Falta de libertad y posesión son sinónimos. Por eso, siempre hay algo en el alma que se apodera y limita o suprime la libertad moral. Para disimular por un lado esa verdadera pero desagradable realidad, y por el otro animarse a gozar la libertad, la gente se ha acostumbrado a usar el modismo -en el fondo apotropéyico- que reza: “Tengo la inclinación, o el hábito, o el resentimiento...”, en lugar de hacer constar, según corresponde a la verdad: “Tal inclinación, o tal costumbre, o tal resentimiento me tienen a mí”. Este último modo de expresarnos también nos costaría la ilusión de la libertad. Pero cabe preguntar si, al fin de cuentas -en un sentido más elevado-, no sería ello mejor que ofuscarse incluso con el lenguaje. De hecho y en verdad no gozamos ninguna libertad sin dueño, sino que de continuo nos hallamos amenazados por ciertos factores anímicos capaces de incautarse de nosotros bajo la forma de “hechos naturales”. La amplia renuncia a ciertas proyecciones metafísicas nos entrega poco menos que desamparados a tales hechos, por cuanto en seguida nos identificamos con todo impulso, en lugar de darle el nombre de “otro”, con lo cual lo mantendríamos alejado -aunque no fuese más que el largo de un brazo- y no podría adueñarse acto seguido de la ciudadela del yo. Los “dominios” y los “poderes” existen siempre; no nos es dable producirlos ni hace falta que lo hagamos. Sólo es de nuestra incumbencia la elección del “amo” al que deseamos servir para así protegernos contra el dominio de los “otros”, a los cuales no hemos elegido. “Dios” no es producido, sino elegido.
Nuestra elección designa y define a “Dios”. Pero nuestra elección es obra humana, y por ello la definición que la acompaña es finita e imperfecta. (Tampoco la idea de la perfección pone perfección alguna.) La definición es una imagen que no eleva la realidad desconocida indicada por la imagen a la esfera de la comprensibilidad. De otro modo sería lícito decir que se ha creado a un dios. El “amo” que hemos escogido no es idéntico a la imagen de él esbozada por nosotros en el tiempo y en el espacio. Al igual que siempre, actúa dentro de las profundidades anímicas como una magnitud no cognoscible. En realidad, ni conocemos cuál es la índole de un pensamiento sencillo, y mucho menos los principios últimos de lo psíquico en general. Tampoco podemos disponer, en manera alguna, de la vida íntima del alma. Pero como tal vida hállase sustraída a nuestro albedrío y a nuestras intenciones y se yergue libremente ante nosotros, puede darse el caso de que lo vivo elegido y designado por la definición, también contra nuestra voluntad desborde el marco de la imagen hecho por manos humanas. Entonces tal vez cabría decir con Nietzsche: “Dios ha muerto”. No obstante, más acertado sería afirmar: “Abandonó la imagen que habíamos hecho de El, ¿y dónde volveremos a encontrarle?” El interregno está erizado de peligros, pues los hechos naturales impondrán sus derechos bajo la forma de diversos “ismos”. De ello no surge sino el anarquismo y la destrucción, porque a causa de la inflación, la hybris humana elige al yo, en su más ridícula mezquindad, para que señoree sobre el universo."
Psicología y Religión (1939), Paidós, Buenos Aires, 1994, página 139
Del significado cosmogónico del hombre:"...El concepto de orden (en la creación) no es idéntico al de "sentido". Tampoco un ente orgánico tiene, pese a su adecuación en sí mismo, pleno sentido, no es significante de modo necesario en la relación total... Sin la conciencia reflexiva del hombre el mundo es un absurdo gigantesco, pues el hombre es, según nuestra experiencia, el único que puede en todas partes comprobar el "sentido".
No sabemos captar enteramente en qué consiste el factor constructivo del desarrollo biológico. Pero sabemos ciertamente que los animales de sangre caliente y de diferenciación cerebral eran necesarios para el surgimiento de la conciencia y con ello también para la manifestación de un sentido. Por medio de qué contingencias y riesgos se ha afirmado la construcción de un habitante de árboles lemúrico que se ha convertido a través de millones de años en hombre, no se puede soñar. En este caos contingente existieron fenómenos sincronizados que, frente a las conocidas leyes de la naturaleza y con ayuda de las mismas, pudieron realizarse en factores-síntesis arquetípicos que nos parecen milagrosos. Causalidad y teleología quedan aquí negadas, pues lo fenómenos sincronizados se comportan como contingentes.
Dado que la probabilidad de las leyes de la naturaleza no da punto alguno de constancia para sospechar que de lo contingente pudieran surgir síntesis superiores, como, por ejemplo, la psique, necesitamos la hipótesis de un sentido latente para explicar no sólo los fenómenos sincrónicos, sino también las síntesis superiores. El sentido parece fue en un principio inconciente y por ello sólo puede descubrirse
post hoc; por ello existe siempre el peligro de que el sentido se sitúe en donde no está. Necesitamos las experiencias sincronizadas para poder fundamentar la hipótesis de un sentido latente que depende de la conciencia.
Puesto que una creación sin la conciencia reflexiva del hombre no tiene ningún sentido
reconocible, se atribuye al hombre, con la hipótesis de un sentido
latente, una significación cosmogónica, una verdadera
raison d´etre. Por el contrario, si se atribuye el sentido latente al creador como plan de creación conciente, entonces surge la cuestión: ¿Por qué había de construir el creador todo este fenómeno del mundo, puesto que El ya sabe en qué podía reflejarse y por qué había de reflejarse si es ya conciente de Sí mismo? ¿Para qué había de crear una conciencia de menor valor junto a la suya que es
omniscientia? ¿Para qué millares de infieles espejos de los que El de antemano sabe cómo será la imagen que podrán dar?
Después de todas estas reflexiones he llegado a la conclusión de que la creación de imagen no sólo vale para los hombres, sino también para el creador: es semejante a los hombres, o idéntico a ellos, es decir, El es igualmente inconciente como el hombre o quizás todavía más inconciente, pues El, según el mito, siente la
incarnatio tan adecuada a sí que se hace hombre para ofrecerse como víctima del hombre..."
De una carta a un colega (1959) transcripta en "Recuerdos, Sueños, Pensamientos" (1961), Editorial Seix Barral, Barcelona, 1996, página 378
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