Aborrecido

Las palabras del editor fueron amables; pero aún así, yo noté el sentimiento de repulsa que mi presencia le producía. No sé, como si la condición de autor neófito se hubiera interpuesto entre los dos a modo de barrera invisible.

Así que la entrevista derivó hacia un diálogo de sordos. Y se hizo presente el temido principio de rentabilidad que rige en toda empresa que se precie; vi, sí, a aquel ser escarpado que mi imaginación había construido en el pasado. Lo vi, claramente: le señalaba un mar vacío de billetes verdes.

Pese a todo me mantuve firme, aunque sólo por un momento. Luego, en la calle, las luces de neón me confesaron que nadie llega a ser alguien sin un buen padrino. La ausencia del tal valedor hizo que me fuera diluyendo. Y aquí estoy, en mi escondite, en la oscuridad de estas voces.

 

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