Francisco de la Torre y Díaz-Palacios

CONFESIÓN
 
He trabado las bridas de mi rabia
en el sobrio desván de la memoria,
porque es inane corregir la historia
con el látigo sólo de la labia.

He residido demasiado en Babia,
confiado en los festines de la gloria.
Ahora, en un hito de mi trayectoria,
advierto la ausencia de aquella savia

candorosa de mi entrañable infancia,
cuando la vida sabía a pan tierno
y no había pecado en mi ignorancia.

Hoy, fugado de estéril arrogancia,
desoigo los tambores del infierno
y rezumo fe en mi final estancia.


UN TROZO DE PAN
Un trozo de pan.
El niño lo ve lejos, como en el cielo.
Presiente su sabor
y tiene miedo
a soñarlo.

Posee el consuelo
de saber que el pan existe,
que es blanco,
que es tierno
y huele a mies.

En sus ojos flagelados
por la vida, tan breve,
y en el rictus de sus labios,
apenas abiertos por falta de uso,
se perfila tenue
la faz del adulto...
que nunca será.



 
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