FRANCISCO LÓPEZ MARTÍNEZ
¡Ay mi hijo que me lo han matado!
¡Ay mi hijo! He visto gritar a una mujer
con el alma rota, en el entierro
de su hijo drogadicto.
Palabras como dardos que se clavan en el corazón.
En silencio, con la rabia y el dolor contenido,
murmuraba una oración, y con toda la fuerza de mi fe
suplicaba a Dios... ¿por qué Señor, no termina de una vez
esta lacra criminal de la droga,
esta trama revulsiva de víctimas y verdugos,
en la que los narcos salen indemnes porque pagan la fianza?
Nadie es tan desdichado como el esclavo de la droga.
Dicen que la curan, pero no encuentran
un remedio definitivo.
La única verdad de la droga es que no lleva a ninguna parte,
es terrible y te mata.
La droga destruye en los seres humanos
lo mejor que poseen:
la libertad.
Han existido esclavos que han muerto por liberarse,
pero los drogadictos no, su tiranía les humilla
sin que puedan hacer nada por su redención.
Sufren los más horribles y monstruosos martirios
que caben en el pensamiento.
Ese chico que en el hospital le dan una semana de vida,
esa muchacha que se prostituye como una autómata,
o esa madre que le da todo el dinero que tiene
para no verla enloquecer con el síndrome de abstinencia.
La tortura de los padres pensando que cayó
por descuido suyo.
Para qué seguir si el lamentarse no lleva a ninguna parte.
Lo último que me preguntaba, ¿Por qué, Señor,
si a los niños se les lleva al zoológico
y a tan temprana edad se les enseña sexualidad
y violencia, no se les alecciona lo que es la enfermedad de la droga?
Pobres drogadictos, que sólo consiguen liberarse
cuando en plena juventud, sus esqueléticos cuerpos
son cubiertos de tierra en el cementerio.
LAS VIEJAS TIJERAS
A la memoria del antiguo podador manchego.
Esta mañana las he visto en el trastero,
olvidadas, abandonadas.
Las tijeras de podar del abuelo...
Por unos momentos, mientras las contemplaba,
han revivido en mi mente
los entrañables eventos de mi niñez,
lejanos recuerdos de un drama
representado en el teatro de la vida,
en el que yo interpretaba un insignificante papel.
Insignificante, pero noble y digno
como lo fue el abuelo.
¡ Las viejas tijeras!
La herramienta preferida de aquel hombre, de aquel
viñero por los cuatro costados.
Él, las cuidaba con el máximo esmero,
al terminar la jornada las afilaba, limpiaba y echaba unas gotitas de aceite sobre la hoja.
Siempre estuvieron a punto.
" La poda es la operación más delicada,
- nos decía el abuelo-, en ella se equilibra la próxima cosecha y la vida de la viña "
" Los cortes limpios y de cuadro,las yemas, los pulgares justos,
que el verano es muy seco y largo ".
Para él, amante empedernido de las viñas, la poda era sagrada.
Pero el tiempo es implacable y llegó un día,
en que las tijeras se quedaron sin due6o.
1 Pobres tijeras !, ahí están en el trastero,
dormidas, tal vez soñando con viñas y labriegos,
mañanas de escarcha, niebla o lluvia, fríos y oscuros inviernos.
¡ Las viejas tijeras!,
que en aquellas encalladas manos fueron:
escultoras de hermosas cepas,
precursoras de ríos de savia nueva,
creadoras de la geometría del más bello paisaje manchego,
sembradoras de ilusión, esperanza
y amor por el trabajo bien hecho.
¡ Pobres tijeras!
Ya no podarán más vides, no cortarán más sarmientos,
no, no duermen, no sueñan...
también se murieron.