¡ Con melindres a mi !
(Retumba el aire)
Anda, Loquillo, vente a mi terreno.
(Cruje la luz, fulge la sal, restalla
el ronco son del mar entre las velas)
Era del año la estación florida...
-este verso salió a prueba de indoctos-
... en que el mentido robador ...
¿ Qué ocurre ?
¿ Os sorprende que un hombre logre asiento
en donde a todo un dios le falta el suyo ?
¡ Qué le vamos a hacer ! Para eso vine.
Y escribí como todos escribían,
hasta que un día me aburrí, y entonces
hice que el mundo se ordenara, nuevo.
Eso fui yo, Loquillo, don Francisco,
un hombre, humilde si se considera,
y soberbio en la baza con vosotros
émulos de un trabajo a mí debido,
por mí grabado con buril de oro.
Robé el latín, toscano, cordobés,
bruñí mi enojo y exalté el silencio.
Conduje el arte de los lapidarios
hasta el zafiro que, en las noches claras
de junio, por el cielo pace estrellas.
No me lo perdonaron.
Aguachirles
de lo trivial y el corazón desnudo,
-tema para los útiles barberos-
denuestos prodigaron, y era tarde.
Tres siglos esperé. La luz, alumbra.
Y hubo, por fin, quien comprendió que el hielo
es capaz de quemar, herir el frío.
Y aquí estoy, racionero pobre, ser
vulgar, buen jugador, aficionado
a la funciones de la Corredera,
-riesgo del toro que al artista exime-
atento a mi homenaje, y a vosotros
que aún en el siglo veinte sois poetas.
¡Salud, hermanos!
Lluvias ha caído,
mas es del año la estación florida
en la palabra, fundación del mundo,
verde verbo naciendo entre la música,
mientras el hombre en el placer se duela,
y haya quien menosprecie lo mal hecho.