¿Que es la navidad?

 

 

- Pare, pare aquí, por favor.

- Señora, está segura que no quiere que la lleve un poco más adelante, es casi de noche y hace frío.

- Muchas gracias joven, es muy amable, pero prefiero ir caminando lo que me queda de camino.

- Como usted quiera señora.

- Tenga joven, quédese con el cambio.

- Gracias, y que pase una feliz Navidad.

Luisa bajó despacio del automóvil, cerró con cuidado la puerta y siguió con la vista el vehículo hasta que desapareció entre la niebla de la noche. Se colocó con cuidado el bajo de su ancho vestido y con pasos cortos y lentos comenzó a caminar. Miraba simulando indiferencia hacia las ventanas que, orgullosas mostraban tras ellas frondosos árboles navideños con gran variedad de adornos de colores alegres.

En la calle, las ramas desnudas de los árboles alineados a un lado de la acera sostenían luces de colores vistosos que despreocupadas la alegraban.

Unos niños salieron muy bien abrigados de un portal, se pararon a unos metros y comenzaron a sacar monedas de sus bolsillos contándolas lentamente y repartiéndoselas entre ellos. A uno de ellos se le escurrió de entre sus manoplas una pandereta roja que, se rompió al impactar contra el suelo.

- Me cachis.

- Tío es que eres un torpe.

- Callate.

- Y... ¿ ahora qué hacemos ?.

- Tú irte a tu casa. Sin pandereta no se hace nada.

- Pero puedo cantar.

- ¡ Eso !.

- Pues a mí no me parece bien, ¿ qué va decir mamá ?.

- ¡ Ahí va !, es verdad.

- Claro que lo es.

- Bueno, pero, ¿ qué hacemos ?.

Los chicos se quedaron pensativos mirando la pandereta destrozada en el suelo. Luisa se acercó y les tendió unas monedas.

- Tomar hijos, con esto podréis comprar una nueva.

- Lo siento señora, no nos deja aceptar dinero de extraños.

- ¿ En serio ?. Pues sabéis qué, me parece muy bien. Pero... ¿ a qué si me cantáis un villancico y yo os doy el aguinaldo sí podéis coger mi dinero ?. Y así, vuestra madre no se enfadará. Además, apuesto a que os podréis comprar una pandereta que no se rompa con tanta facilidad.

Los niños esbozaron una sonrisa, se miraron susurrando entre ellos y tímidamente comenzaron a canturrear un villancico. Luisa les escuchó atentamente sin dejar de sonreír. Cuando los niños finalizaron mostraron sus gorras y Luisa depositó en ellas las monedas que les había ofrecido anteriormente. Los chicos las miraron ansiosamente y tras agradecérselo se alejaron corriendo y riendo.

Luisa recogió del frío suelo uno de los platillos de la pandereta y sin dejar de manosearlo comenzó a caminar.

- Ay señor, quién me diría a mí que yo me iba a convertir en la ancianita que da un generoso aguinaldo, con lo tacaña que yo era de joven, hay que ver la de vueltas que da la vida. Claro, que para tacaña Mª José. ¡ Ay Virgen Santa !, ella si que era tacaña. En el dieciocho cumpleaños de Eulalio no puso ni una perra, ¿ o sí ?, sí, sí, al final sí, pero Dios lo que nos costó convencerla. El detalle que me agradó mucho fue cuando me regalaron aquel jersey rosa con lunares, me pregunto cuánto tendrían que ahorrar para comprármelo, porque económicamente la cosa nunca ha estado para caprichos, pero eso sí, fue todo un detalle, sabían que me encantaba, nunca lo olvidaré, aunque para lo que me queda... Como cuando era pequeña, siempre diciendo que yo quería vivir mucho para que cuando me fuera a morir tuviera muchos recuerdos, pero ay madrecita mía, quién tuviera ahora esas inocentes edades. Bah, el caso es no estar conforme con lo que se tiene. Eso le pasaba a Don Ignacio, nunca estaba conforme con nada, ese hombre me sacaba de mis casillas, no comprendo como le pudo aguantar su mujer, ¡ qué mujer !, eso sí que era paciencia, siempre tan tranquila y serena. Como cuando vino mi pobre Julio borracho perdido, todo el rato diciendo : “Mamá tranqui, que no pasa ná. Tranqui mamá que estoy de puta madre, no pasa ná” ; ay que no pasa ná, que no pasa ná... con la resaca que tuvo luego el pobre con los exámenes y todo, claro que como decía Zaca : “Déjale, que tiene que aprender, que nosotros ya le hemos avisado pero hay que dejarle” ; ¡ Cuánta razón !, bien se lo tenía merecido por no hacernos caso, pero no te bastó una vez, ¿ verdad hijo ?, tuviste que seguir bebiendo. ¡ Ay !¿Cómo pudiste ser tan tonto ?. Con lo lista e inteligente que era tu hermana, que con cinco añitos recuerdo que me decía que los padres teníamos que venir con un manual de instrucciones bajo el brazo para que los hijos nos pudieran comprender y saber como tratarnos. ¡ Ay que encanto de niña era !, nada más, mírala ahora, casada, con tres hijos, una carrera y una casa preciosa.

Luisa miró el platillo que estaba acariciando, sonrió y siguió caminando con él en la mano.

Se adentró en un frondoso parque que había visto pasar durante muchos años la evolución y los cambios de la pequeña ciudad en que estaba ubicado.

Había sido refugio de adolescentes que huían de sus responsabilidades, y gente que escapaba de la urbe buscando un espacio de naturaleza y libertad. No eran pocas las parejas que allí se daban cita o lo convertían en su sitio predilecto. Otros prefirieron pasear por sus arenosos caminos para olvidar sus penas o aclararse las ideas. E incluso hubo un tiempo en que magos, adivinas y malabaristas buscaron allí un sustento para sus vidas, y algún esperanzador cantante esperaba ser descubierto.

De pequeña a Luisa le gustaba escaparse de casa y escalar al árbol más grande y robusto, cuando creció un poco, prefirió pasarse las horas sentada sobre una rama, con la mirada en el infinito y absorta en sus pensamientos.

Pero esta vez, no paseó por donde tenía costumbre, le gustaba ir por los senderos más anchos, por los más despejados ; pero esta vez eligió ir por el sendero más estrecho y retorcido que conocía. Las ramas desnudas de los árboles se entretejían sobre su cabeza sirviendo de techo para esa arenoso camino que, tan solo unos pocos sabían a donde llevaba.

Antes de llegar al final del sendero, se metió entre unos árboles para llegar a un claro donde, un roble de tronco muy ancho era el soberano.

Luisa se detuvo ante él, con los ojos muy abiertos, y las manos en el corazón.

- Viejo roble, ves que pese a que soy vieja no he olvidado el camino. Y yo tengo el gusto de ver que tu magnificencia no ha disminuido. ¿ Qué tal está mi Zacarías ?. Confío en ti y se que lo estas cuidando y protegiendo. Le traigo un regalo.

Luisa se acercó hasta los pies del roble, guardó en su bolsillo en platillo y sacó de su bolso una pequeña caja roja con un lazo blanco.

Con cuidado se arrodilló y lo enterró bajo la tierra. Con un puñado de ésta en la mano los ojos se le nublaron y con lágrimas en ellos, dijo :

- Oh Zacarías, no ves que no te puedo olvidar, tampoco lo deseo, y bien lo sabes, más que con tu recuerdo tan cerca en la vida me siento tan sola...

El puñado de tierra se le escurrió de entre los dedos.

- Así, así de rápido me enamoraste, así de rápido tú me dejaste. La caprichosa muerte así lo quiso y de mí te alejó. Tan solo dos cosas me pudiste pedir, con temblorosa voz me pediste que aquí enterrara tus cenizas, y así lo hice, con tierna y muda mirada me rogaste que no te odiara por abandonarme, pues en tus entrañas notabas que la maldita muerte consigo te llevaba. A ella la odio, pues la envidio, porque es ella quien te tiene y no yo ; a ella la odio, a ti te amo y seguiré amando, pues ni el que tú estés en un mundo y yo en otro es razón suficiente para que deje de amarte. Entre estos árboles surgió nuestro amor ; aquí yo te conocí, y al pie de este roble todos los día te saludaba, pero nunca me despediré, ya que siempre volveré.

 

 

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