Si Santiago de Chile tuviese más ríos. Si estos ríos se cruzaran en un acto de agresión, de violencia geográfica como un delta derruido por los puntapiés impotentes de un niño frente a la trampa, las derrotas. Si mejor fueran tres, cuatro, cinco, una constelación de afluentes, fluidos, fluyendo de las bocas abiertas entre los cerros, quebradas secas al recién amanecido lugar encerrado y desnudo a las puertas de la transformación poderosa de los climas, las capas, los magos, Superman. Si Santiago hiciera posible la posibilidad en cuestión, Santiago sería una mejor metáfora. Imagínate a Valdivia llegando. Después de caminar por todos los parajes del norte. Subir y subir montañas. Machucado por los indígenas, el sol y el hambre sexual. Llega, sube colinas y aparece nuestro valle: fermoso como natura no la ai. El río, cristalino, puro, traspasando las llanuras de los espinos, bajando de allá arriba la cordillera, de allá arriba las nubes, de allá la conquista, la nieve reposada a la tierra, eternidad. Pero es sólo uno, triste, solitario y final. Un valle, un río, un Valdivia encantado, un sol, una luna, una mujer, la unidad de una vez y para siempre. Un minuto más tarde un gesto único cruzando sus labios, el volumen del aire entrega nuestra palabra: Santiago a los hilos del universo en la Nueva Extremadura. Ríos, time, espacio, vetas, agua. Circulación, más tacos, masas apuradas al trabajo, al partido, altiro, al carrete, al lugar más seguro de los pacos. Las micros emergidas de la guerra, la negra cáscara del petróleo, la cáscara catalítica, etílica del chileno. Más ríos, un camuflado y apretado cinturón de miseria, la sonrisa se quiebra y el exit económico no es más que una excitación propia de las fábulas juveniles, las calenturas nadando encandiladas por la pasarela un poco hedionda por este jaguar inflado, desteñido, lleno de vendas, ventas y pomadas. Jaguar más tieso que zapato arriba del techo, más lento que el camión de la basura. Tan típico este jaguar como aquellos que duermen, mueren en el zoológico de Santiago. Tan típico como la típica chicha fermentada con calcetines podridos una hora antes del dieciocho. Tan típico como la típica chilena de brazos rechonchos y arito de perla de metal (o plata según la plata) en la nariz, bronceada en algún lugar de Centro América, de melena y trencitas rubias como herida del sol y raíces oscuras como herida de otoño. Recorrer y viajar es la costumbre, persona de mundo, el ser y la nada cultiva culto de cultura. Descubrir otras naciones, entonaciones lejanas, otras formas de vida, profundizar la membrana humana sembrando bites de información. Todo viaje es superficial, decía Sábato el anarquista cristiano. O bien, el típico chileno esperando abordar el vuelo no sé cuanto, que va para Chile y llega mañana. Con barba crecida de vacaciones, chalas, blue yeans schnstatt y pelo asqueroso de vacaciones; al hombro su botella, las mantas y los tarros de Bongó que tejieron la volá una noche de luz, llena de luna, luna vacía qué sólo llenó la hippie tequila de ojos hundidos en el agua. La hermosa y tú todo sucio dejaste incluso de fumar para decir, decidir y decirle algo del cielo, el hielo, sus manos, las estrellas. Regresabas así al paso nómade, para recolectar peces y piedras de múltiples colores; regresaste al camino, al viaje, a las líquidas cadenas de la ruta; pensaste algo así como... el destino no se entrega a la rosa de los vientos. La vida no es vertical ni horizontal. Apenas la base - si hay base- se deja ordenar de repente. Las astillas del deseo dirigiendo el movimiento de lo in(di)visible. Aquello no se deja ver, al cantar guías su presencia, salmos, canto, cantares, cantar. Como el guatón Neruda sufro de un Canto General, un grito al General: este anciano patudo, indolente, asesor y asesino de sí mismo, el As debajo de la manga, trampa, tramposo, te metiste, ahora allá en Valpo., te metiste, te lo metieron, porque nos contagiaste con tu juego de años, tu regla: esa persistencia en dañar y eliminar al enemigo. Triste lógica de un hardware militar, hardhand, viejo sin vergüenza, sin pudor, sin asco. Oj-Alá te contagie la imposibilidad dual o una vaca loca. Tu insignia de senador vital para una autopsia cojea, la marcha de años revela la cicatriz, la huella irreal de la verdad. Imagínate más ríos, chinos, Valdivia tapado de
corazas, tan nómade, tan hidalgo, buscando algo, un lago, otro río,
haciendo camino al galopar. Imagina ese tejido de aguas abriendo canales,
antenas, arterias de sales transparentes. Seríamos una mejor metáfora
de esos afluentes cruzándose infinitamente, entre las orillas
y la corriente tan inquieta como las travesuras del Niño. Niñito
más crecido que un matador a las puertas de una estocada, un golazo,
Abracadabra zurda araucana, puras brisas te cruzan también; dúo
de Marcelos, mar y cielo en el mismo violoncelo. La corriente haciendo
sinapsis catastróficas hasta quedar bajo el agua, el techo o el
barro, o mejor quedar bajo el sol, sin una nube sobre la cabeza, polarizado,
bailando la danza de todas las cosas. Para que todas las cosas pasen y
caigan de una vez y para siempre.
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