ROMEO MURGA, UN NÁUFRAGO EN LA SOMBRA.
Aún se escuchan los pasos lentos de Murga en las desterradas tierras
de San Bernardo. Junto a la nostalgia que invade a este pueblo descansa
la memoria de uno de los más grandes adelantados de la generación
del 20: Romeo Murga, poeta y heraldo de la luz y la muerte.
Nacido un 18 de junio de 1904, en Copiapó, muere Romeo Murga
en la villa de San Bernardo el 22 de mayo de 1925 cuando aún no
cumplía 21 años. Este pequeño ángel caído
descansa junto a la imagen de Alberto Rojas Jiménez y Joaquín
Cifuentes Sepúlveda, poetas que de alguna manera llevaban escrito
la mala estrella en caracteres misteriosos en los repliegues de la frente
1.
Quizá lo mas acertado acerca de la personalidad de Murga lo encontramos
en esos personajes que Maurice Maeterlinck denomina como los advertidos
a quienes caracterizaba de la siguiente manera: “...los conocen la mayor
parte de los hombres y los han visto la mayoría de las madres. Son
indispensables como todos los dolores, y aquellos que se les han acercado
son menos dulces, menos tristes y menos buenos...”. Y más adelante:
“a menudo no tenemos tiempo de advertirlos, se van sin decir nada y permanecen
desconocidos para siempre. Otros se demoran un poco, nos miran sonriendo
atentamente, y hacia los veinte años se alejan con rapidez, como
si vinieran a descubrir que se equivocarían si permanecieran
pensando su vida entre hombres que no les conocían... Están
casi al otro extremo de la vida, y se siente que al fin tendrán
su hora de afirmar una cosa más grave, más humana, más
real y más profunda que la amistad, la piedad o el amor; una cosa
que aletea mortalmente en la garganta y que no ha sido jamás dicha,
y que ya no será posible decir, pues tantas vidas se pasan en silencio.”2
“Un visitante de un planeta de sueños que sólo ha descendido
a la tierra para caminar con los ojos vendados o perdidos”3, lo recuerda
Elías Ugarte Figueroa, quien fuera alumno suyo en el liceo de Quillota.
Es cuestionable eso sí, que su actitud fuera completamente instintiva.
Elías Ugarte, en su artículo ya citado, dice que Murga pensaba
en los consejos del místico alemán F.J.Alexander, al cual
leía: “si sientes maravillosos estados de espíritu, permanece
silencioso, no sea que por hablar les restes intensidad. Custodia tu sabiduría
y todas tus realizaciones, como el ladrón custodia sus posesiones.
Debes conservarte a ti mismo y cuando hayas practicado el silencio durante
algún tiempo, estando demasiado lleno, rebosará tu corazón
y te convertirás en un tesoro y en una fuerza para los hombres”.
Pero la muerte truncó toda su pequeña visión de
las cosas, sin dejar que el mensaje secreto brote después del período
de atesoramiento. Sin embargo, por una excepcional precocidad de concentración
expresiva, sus versos sobreviven. Y para quienes lo conocieron, también
su imagen terrestre, pues como dijo Eugenio González: “en
la persistente primavera de su recuerdo palpita, confundida, toda nuestra
juventud”.4
Romeo Murga nació en una época añorante de un pasado
de fábula, en medio de una tranquila decadencia; algo de aquello
debió haber impregnado sus primeros años de vida. Posteriormente
estudió en el liceo alemán de Copiapó para luego radicarse
en la capital en donde estudió francés en el viejo local
del Instituto Pedagógico.
Es aquí donde se desarrolla su obra, compartiendo minutos con
Eugenio González, Armando Ulloa, Ruben Azócar, Eusebio Ibar,
Víctor Barberis, Yolando Pino Saavedra, Pablo Neruda, entre otros.
Todos estudiantes, todos adolescentes. Así lo recuerda Neruda: “en
todas partes el poeta es un niño entristecido que no habla... Así
veo a mi amigo el poeta Romeo Murga en una casa blanca, la madre que cosía
y callaba... Y ese niño solitario y dormido atravesando en silencio
las piezas anochecidas.”5
En el lenguaje cursi (y encantador) de esos días, el prologuista
Norberto Pinilla expresa que a Romeo Murga “el dorado pájaro de
la gloria le cantó sus trinos”. Quizás uno de estos trinos
más notables fue el primer premio en el elogio a la Reina de la
Primavera que obtuvo en las fiestas de 1923 Romeo Murga, con su poema a
la fiesta6:
Hay un cielo sin nubes, de azul sonrisa inmensa
Ardiente y vasto cielo sobre la tierra ardiente.
En este luminoso cielo de dios, destella
La cabellera rubia de un sol adolescente.
En el santiago de la década del 20 paseaba Romeo Murga con sus
amigos poetas, compartiendo esa negra miseria “decente” de nuestra pequeña
burguesía.
Sobre la posición poética de Murga encontramos un artículo
suyo publicado en la revista claridad: “divagaciones sobre la poesía”.
Allí plantea su divergencia frente a las nuevas tendencias poéticas,
que asimila notoriamente al futurismo de Marinetti (al parecer, todavía
se desconocían las experiencias surrealistas nacientes, y la última
palabra de la vanguardia poética eran los postulados de Marinetti).
Murga no niega que pueda encontrarse la belleza desde el avión o
del automóvil, pero protesta ante la tendencia a englobar toda la
poesía en la exaltación de los progresos físicos del
nuevo siglo. Nombra como poeta cardinales a Baudelaire y a Verlaine, a
quienes considera los más altos representantes del verdadero espíritu
poético, que sobrepasa las épocas y las modas, expresando
los temas llamados eternos: el amor, los celos, el dolor, la muerte, etc.
Sólo la técnica poética hace también acotaciones
interesantes, señalando como paradigma a Verlaine de una poesía
aliada a la música de la palabra; y frente a las nuevas tendencias
que las destruyen con un extremado versolibrismo, protesta contra la disolución
de las formas.
La obra de Romeo Murga es, naturalmente, escasa. Los pocos años
de vida del poeta impidieron que llegara a realizar toda su tarea poética.
Su obra fundamental es el canto a la sombra, publicado por su hermana
Berta 21 años después de su muerte (1946). Es sin duda el
pilar de cualquier acercamiento al poeta. Por este motivo, al analizar
su obra, nos referimos en especial a este libro. Más que experiencias,
Romeo Murga tuvo sentimientos. En su obra, vida y poesía no se separan:
esta última es plasmación de la primera.
Se ha dicho por quienes lo conocieron que Romeo Murga era un hombre
sereno, silencioso. Su poesía responde a esta descripción:
casi toda ella escrita en verso solemne, digno y medido, que contrasta
con la soterrada pasión o exaltación que encierra.
En la vida de Romeo Murga el amor ocupó el primer lugar. El canto
de la amada o de las mujeres amadas se diluye de manera secreta y sensual
como era característico de la poesía hispanoamericana de
la época.
Se titula tras correctos estudios de profesor de estado en la asignatura
de francés y es nombrado profesor en el liceo de Quillota (1924).
Así nuestro poeta vuelve a la provincia, siendo el paisaje del pueblo
motivo de reflexiones y hermosas alusiones en su poesía.
En Quillota empieza ya a sentirse enfermo. Se traslada, cuidado por
su familia, a la tranquila San Bernardo. No se considera enfermo de una
simple tuberculosis (por lo demás el flagelo clásico de los
poetas) sino que se asimila al albatros cantado por su maestro Baudelaire.
Era grande y noble ave, espejo de la poesía, que con sus alas rotas
se asemeja al poeta que quiere abandonar un mundo en donde no tiene ninguna
opción (no nos imaginamos a Murga como un digno y correcto profesor)
y como un nuevo náufrago que por acercarse al sol termina por caer
al mar. En este caso “el mar de la muerte” que esperaba a Murga en la apacible
San Bernardo.
Cuidado sin descanso por su madre y por su hermana Berta, Romeo Murga
fue al encuentro de su muerte. No la deseaba, pero la aceptó.
En la pura, fría y simple luz de las últimas horas, su serenidad
se hizo mayor, se mostró aún más como él mismo.
Su hermana cuenta que esperó tranquilamente su fin, tomó
sus últimas disposiciones y dictó sus últimos versos.
Una muerte digna de un poeta en suma. Murió en un tibio día
de otoño, esa estación que tanto amaba, antes de llegar a
la mayoría civil de edad, igual a uno de “los advertidos” de Maeterlinck.
Su muerte apenas encontró eco en una pequeña nota necrológica
en “claridad”: “era un poeta y eso bastaba. ¿qué
más?”. Dicen así quizás con cierta razón. Teillier
pregunta: “¿a quién le pueden importar mucho también
los poetas y los versos en esta época, diríamos, cuando los
altos cohetes cruzan el espacio?”.
Se nos va Murga en el olvido. Considerado un adelantado por cuanto
se ubicada prometedóramente dentro de la vanguardia joven de la
época, desplazando incluso, al propio Neruda.
Se nos va Murga en el olvido cuando nos enteramos que la última
copia de El Canto a la Sombra fue robado de la imponente Biblioteca Nacional.
Se nos va Murga silencioso que, como dice el poeta Jorge Teillier,
nos parece el ángel guardián que llega a la casa de la poesía
por sólo un instante, la ilumina silenciosamente con una linterna,
y luego desaparece.7
1Baudelaire, en su prólogo a su traducción de los cuentos
de e. A. Poe.
2Maurice Maeterlinck, El Tesoro de los Humildes.
3E. Ugarte Figueroa, “Invocación al recuerdo de un gran poeta
muerto”, revista Atenea, sep/oct/1946.
4Del discurso de E. González en la romería a san Bernardo,
en homenaje a Romeo Murga. Zig-Zag, 1935, 7 de junio.
5Pablo Neruda, “Figura en la noche silenciosa. Infancia de los poetas”,
Zig-Zag, abril de 1923.
6Publicado en forma de libro junto a un poema de Víctor Barberis
con el titulo de “El libro de las fiestas”, 1923.
7Jorge Teillier, “Romeo Murga, poeta adolescente”, revista Atenea,
1962.
FRAGMENTOS DEL LIBRO "EL CANTO A LA SOMBRA
GRACIAS
Mujer, la de esos besos, la de esos besos largos
la de esos besos breves, húmedos y calientes,
la del regocijado sonreír en la sombra
que iluminó la vaga blancura de sus dientes;
la de la casa humilde, con ventanas humildes,
en la calleja oscura, soñolienta y callada;
la que entre beso y beso me lo decía todo,
aunque entre beso y beso no me decía nada;
la del mirar risueño, la del reir risueño,
la del querer ardiente, violento y extenuante;
la que vivió conmigo, con nosotros, con ella,
esa noche de amor, corta como un instante;
la que turbó el solemne silencio de esa noche
con las voces amargas y dulces del pecado;
la que dejó en mis brazos, en mi ser, en mi vida
eso que es el recuerdo de que nos han amado.
Gracias, mujer, la inquieta, la de este pueblo quieto,
la de esa noche alegre, porque tú la alegrabas;
gracias, la de los rojos besos interminables,
por esos besos rojos e interminables, gracias!
EL VIAJE
Poco a poco se apagan las tenues sensaciones.
me voy quedanddo solo, en doliente pereza,
bajo las frías sábanas y entre los almohadones,
en la negra y pesada soledad de mi pieza.
Pienso que en este día -que fue nublado y gris-
no he sentido tristeza ni alegría ninguna.
Me revuelvo en la cama, sin poderme dormir.
Afuera, se oye un perro que le ladra a la luna.
Pobre náufrago débil en el mar de la noche
mi alma está llena de tristeza taciturna.
(La calle se estremece con el rodar de un coche.
Un pitazo, a lo lejos, rompe la paz nocturna).
Yo le temo al silencio de estas noches heladas,
un silencio preñado de encono y de maldad,
de fantasmas oscuros y de almas embrujadas,
un silencio que pesa como una eternidad.
¡Quién me hará la limosna de un leve y breve ruido
que ahuyente mi funesto meditar en la nada;
un ruido que no sea ni voz ni el latido
siliente del reloj, en la noche callada.
Y las horas se arrastran, monótonas, tranquilas...
Voy a coger mañana, en divino derroche,
toda la luz y el oro del sol en mis pupilas
para borrar de mi alma el horror de la noche!
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