Con su habitual dilección por un idioma cargado de silencios y secretos, de un tono cercano a la sordina en medio de una conversación que no por intranscendente deja de ser importante, Jorge Teillier (Victoria, 24 de Junio de 1935-Viña del Mar, 22 de Abril de 1996) nos entrega hoy -y gracias a la valiosa gestión de Francisco Véjar- el último de sus libros preparados y ordenados por él en vida, En el mudo corazón del bosque, título bajo el que se reúnen 31 poemas prácticamente inéditos que recorren gran parte de la biografía del autor, desde "Estación sumergida", escrito a los 17 años y cuyo original fue facilitado por el padre de Teillier poco antes de la muerte de éste último, hasta poemas escritos sólo meses antes de su fallecimiento, suceso que aún hoy día algunos se niegan a aceptar. Si nos remitimos a la teoría de Teillier, según la cual un poeta difícilmente escribía más de un libro en su vida, trasvasijado comúnmente en varios títulos publicados a lo largo del tiempo, podemos entonces reparar en la profunda coherencia que guarda este poemario -publicado por el Fondo de Cultura Económica en su colección Cuadernos de la Gaceta- con el conjunto de la obra teillieriana, con un racconto temático y estilístico que pone a algunos de los poemas de este libro en un lugar imprescindible dentro de la gran antología de Teillier que aún está por hacerse. De esta manera, y por dar sólo un ejemplo entre varios que podrían entregarse como pruebas de la causa, la recurrente presencia de la hermana muerta -muerta antes de que Teillier naciera- se repite desde Para un pueblo fantasma, pasando por Cartas para reinas de otras primaveras hasta adquirir una nítida presencia en el libro que ahora comentamos: "y la voz de la hermana cruza / entre las nubes / la hermana que no conocimos". Si el tema de la muerte fue uno de los que siempre rodeó la escritura teillieriana, lo interesante sería ahora desentrañar las distintas modulaciones de éste en el transcurso de una escritura que, aunque no lo parezca, sí se ve modificada por el paso inexorable de los días. Si en sus primeras obras la muerte era un componente natural de nuestra existencia, no la negación de la vida sino una parte más de ella, a partir de Cartas para reinas de otras primaveras -publicado en 1985, en pleno gobierno de Pinochet- se constituye como un ámbito más de lo poético la presencia indesmentible de una muerte violenta y exógena al transcurrir "normal" de cualquier sujeto: "Están más jóvenes quienes en la plaza hablan / de sus amigos desaparecidos o asesinados". Sin embargo, Teillier agrega un nuevo matiz a su relación con la muerte, sobre todo en sus dos últimos libros, Hotel nube y En el mudo corazón del bosque, donde nos encontramos ahora con un hablante cansado, tal vez más escéptico frente al asombro que le ofrece la vida, consciente del poco tiempo que media entre su presente y un final inminente, lo cual es posible de rastrear en poemas como "Detrás de mí", "Sé que pronto terminará el otoño" y "Si alguna vez", pertenecientes al segundo de los libros arriba mencionados. Pero lo que a mí parecer hace más peculiar a esta obra, lo que marca su distancia respecto del resto de la obra teillieriana y del resto de la poesía chilena -su circuito natural y espontáneo-, es su postura frente al poema mismo, su construcción a partir de un centro emotivo o verbal sobre el cual se desarrolla el resto del texto y, junto con ésto, la concepción del poeta como "simples cronistas, transeúntes o hermanos de los seres y las cosas", según las palabras del mismo Teillier en su ensayo "Los poetas de los lares", ésto es, una poesía de la comunicación que se reconoce en su lugar de origen y no se plantea la cuestión ni del desarraigo ni de la extrañeza del ser. En este sentido, En el mudo corazón del bosque marca de alguna manera un retorno hacia un mundo provinciano propio de los primeros libros de Teillier, siendo el paisaje un elemento abrigador y cercano para el poeta, llegando incluso a marcar los tiempos de la escritura: garzas, aromos, puentes y fogatas constituyen un mundo de ensueño, un paraíso perdido (y recuperado a través de la poesía) que la memoria insiste en recomponer: así, la escritura sería no sólo la descripción del mundo que rodea al hablante, sino también la creación de un tiempo diferente, imperturbable. La creación de una eternidad escrita. Así, al recrear el momento de origen, al volver atrás en el tiempo, estos poemas no hacen otra cosa que negar el tiempo. Como dice Gastón Bachelard en El aire y los sueños: " Gracias a la lentitud de la poesía escrita los verbos vuelven a encontrar el detalle de su movimiento original. En cada verbo vuelve, no ya el tiempo de su expresión, sino el tiempo justo de su acción". No se piense, sin embargo, que estos poemas tienen un afán escapista
o de evasión de su contexto. Por el contrario, la poesía
de Teillier es una respuesta al tan mentado desarraigo del hombre contemporáneo,
es una opción al fenómeno de sentirse extranjero de sí
mismo. Es, en definitiva, una reivindicación de la fe y de
la esperanza ¿en qué?, en descubrir por azar las huellas
de un carruaje en el barro. Como diría Char, ante el derrumbre
de todas las pruebas, el poeta responde con una salva por el porvenir.
Si alguna vez
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