TRES FLORES ARTIFICIALES

 

Tres flores artificiales al pie de los treinta y seis mil ignotos. El hielo en mi corazón. La certeza del amor. Ningún documento es tan válido como mi llanto. Ahí estás. Muerto. Solo. Huesos. Y no hay mas caricias. No hay mas postales. No hay mas uniformes. Sólo me queda una única foto pintarrajeada en mi infancia. Ahora el tiempo cuenta hacia atrás. Y veo tus treinta años asesinados. Tu esposa de mirada azul desamparada. Y esa florcita perfumada de amor, esa chiquita de cinco años, también asesinada por el dolor de tener que empezar a vivir sin vos. Siempre el recuerdo de ese abrazo que le diste esa última vez, ese abrazo que quiso mas que a nada en el mundo. Ese es el amor que heredé. Sin besos y sin manos. Lejano. La plazoleta que esta al bajar las escaleras de OSLAVIA. Me senté a llorar por los tres. Por vos, Luigi, una vida truncada, una historia de casi un siglo destrozada. Por ella, mi gran amor, mi único amor, mi azúcar.. Y por mí, por mi destino de soledades, de ausencias. Por la sentencia y por tanta muerte inútil. Es espantosa esta verdad. Después de años soñando tu huida. Nada me importaba. Ni el honor, ni la dignidad, ni la nobleza. Nada. Sólo tu vida. Tu risa. Tu sangre hirviendo. Treinta años son muy pocos para morir…

 

Allí, en el osario, tuve la sensación de estar abrazándote. Sentía que por fin había encontrado el sitio de donde provenían los gritos desesperados que me reclamaban en mis noches. Ese aliento en mis oídos que pronunciaba -No sigas. No sigas buscando. No va a gustarte la verdad- Cuanto daría por que me hubieras abrazado! Aunque con tu vida, la mía no sería. Yo no sería esta mujer sola que vaga por el mundo buscando quien sabe que respuestas.

 

Y por fin te encontré, y por fin supe que podía cambiar las cosas. Que era yo la única que sostenía esta historia. Y ellos creyendo en mi fortaleza y yo rompiéndome en mil partes la sangre. Lejos del mundo en que se confunden todos los que no pueden comprenderme.

 

Y tal vez es a ellos a quienes les escribo. A todos. A los que no pueden sentir. A los que piensan que la vida es sólo un número o un disfraz. Somos muchos los que morimos, como vos Luigi, asesinados por los que consienten, los que agachan la cabeza, los que miran hacia otro lado. Y también somos blanco de los que ignoran pero tienen poder. Ellos son el poder de los números y los disfraces. Nosotros, nosotros somos los condenados. Condenados por las palabras y la sangre.

 

Y ya ha pasado casi un siglo y yo sigo buscándote y buscándome.

 

Muchas historias de muertes absurdas giran en mi mente. Y entre todas ellas, está mi propia muerte. Sucedió cuando perdí la última gota de mi sangre, DE TU SANGRE y la última de mis lágrimas, sentada en la plazoleta que está al bajar las escaleras de OSLAVIA, entre viejos huesos y truncadas esperanzas. Morí asesinada por todas las verdades que me acechaban desde el pasado, desde tu aliento en mis oídos, en mis noches, en mi soledad.

 

Un soldado es una ínfima partícula de un ejército, es sólo una pequeña historia de vida y de muerte. Pero la realidad nos dice que hay cuatrocientos cuarenta y ocho mil cuatro soldados DESAPARECIDOS en las doce batallas del Isonzo. Cuatrocientas cuarenta y ocho mil cuatro heridas en mi corazón. Me pregunto: en nombre de qué porción de tierra o idea tan noble, esa muerte (que nos dio la vida) es un orgullo? Y esa pregunta me golpea en las noches, en la soledad, en las marcas que llevo, en la sentencia.

 

Y ahora estoy aquí, llorándote. Perdí tu amor como todos los amores que alguna vez quisieron ser en mí. Jamás tuve tus pipas, como las que guardo de Darío. No te compré tabaco ni te arreglé el audífono. Ni te corté las uñas, ni te cuidé cuando me necesitabas. Hubiera querido ser otra para quererte cara a cara. Y no a esta foto vieja y estas cartas de amor, de tus amores -SANTA Y EULALIA-, que me taladran el alma y me dejan tirada al costado de todos los caminos.

 

 

 

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