LA SANTA SEDE Y LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

BENEDICTO XV

NOTA DÈS LE DEBUT DE NOTRE PONTIFICAT[1]

 

             A los Jefes de los pueblos beligerantes.

1.      Desde el inicio de Nuestro Pontificado, en medio de los horrores de la terrible guerra desencadenada sobre Europa, Nos nos hemos propuesto tres cosas entre todas: conservar una perfecta imparcialidad con relación a todos los beligerantes, como conviene a Aquel que es el Padre común y que ama a todos sus hijos con un igual afecto; esforzarnos continuamente por hacer a todos el mayor bien posible, y esto sin acepción de personas, sin distinción de nacionalidad o de religión, tal como nos lo dicta tanto la ley universal de la caridad como el supremo cargo espiritual confiado a Nos por Cristo; por último, como lo requiere igualmente nuestra misión pacificadora, no omitir hacer nada, en la medida en que estaba en Nuestro poder, de aquello que pudiera contribuir a apresurar el fin de esta calamidad, intentando inducir a los pueblos y a sus Jefes a optar por soluciones más moderadas, por deliberaciones serenas a favor de la paz, de una paz “justa y duradera”.

2.      Quienquiera que haya seguido Nuestra obra durante estos tres dolorosos años, que acaban de transcurrir, fácilmente ha podido reconocer, que, si Nos hemos permanecido siempre fieles a Nuestra resolución de absoluta imparcialidad y a nuestra acción de beneficencia, Nos no hemos cesado jamás de exhortar a pueblos y Gobiernos  beligerantes a volver a ser hermanos, aunque no se haya dado publicidad a todo aquello que Nos hemos hecho por alcanzar ese noble objetivo.

3.      Hacia el final del primer año de guerra, Nos dirigíamos a las naciones en guerra las más vivas exhortaciones, y además indicábamos el camino a seguir para alcanzar una paz estable y honorable para todos. Lamentablemente Nuestro llamado no fue escuchado, y la guerra prosiguió, encarnizada, durante dos años más, con todos sus horrores; ella se hizo más cruel y se extendió sobre la tierra, el mar, y hasta en los aires; y hemos visto abatirse la desolación y la muerte sobre ciudades indefensas, sobre poblados tranquilos, sobre sus poblaciones inocentes. Y ahora nadie puede imaginar como se multiplicarían y se agravarían los sufrimientos de todos, si otro mes, o, peor aún, si otros años se agregasen a este sangriento trienio. ¿Será que el mundo civilizado no debe ser, pues, más que un campo de muerte? ¿Y será que Europa, tan gloriosa y floreciente, como arrastrada por una locura universal, va pues a correr hacia el abismo y se va a entregar a su propio suicidio?

4.      En una situación tan angustiante, ante una amenaza tan grave, Nos que no tenemos ningún interés político particular, que no prestamos atención a las sugerencias o intereses de ninguna de las partes beligerantes, sino empujados únicamente por el sentimiento de nuestro supremo deber de Padre común de los fieles, por los ruegos de nuestros hijos que imploran Nuestra intervención y Nuestra palabra pacificadora, por la voz misma de la humanidad y de la razón, lanzamos nuevamente un grito de paz y renovamos un urgente llamado a aquellos que tienen en sus manos los destinos de las naciones. Pero para no detenernos más en términos generales, como el pasado lo había aconsejado, queremos descender ahora a propuestas más concretas y prácticas, e invitar a los Gobiernos de los pueblos beligerantes a ponerse de acuerdo sobre los siguientes puntos, que parecen ser las bases de una paz justa y duradera, dejándoles el cuidado de precisarlos y completarlos.

5.      Ante todo, el punto fundamental debe ser, que la fuerza material de las armas sea substituida por la fuerza moral del derecho; de donde se sigue un justo acuerdo de todos tendiente a  la disminución simultánea y recíproca de los armamentos, según las reglas y garantías que se establezcan, en la medida necesaria y suficiente para el mantenimiento del orden público de cada estado; luego, en substitución de los ejércitos, la institución del arbitraje, con su alta función pacificadora, según normas a concertar y sanciones a determinar contra el Estado que rehusase someter las cuestiones internacionales al arbitraje o a aceptar las decisiones.

6.      Una vez que, de este modo, sea establecida la supremacía del derecho, deberá removerse todo obstáculo en las vías de comunicación de los pueblos, asegurando, a través de reglas que deberán fijarse del mismo modo, la verdadera libertad y comunidad de los mares, lo cual, por un a parte, eliminaría múltiples causas de conflicto, y por otra parte, abriría a todos nuevas fuentes de prosperidad y de progreso.

7.      En cuanto a la reparación de daños y a los gastos de guerra, Nos no vemos otro medio de resolver la cuestión, que la de poner, como principio general, una condonación total y recíproca, justificada además por los beneficios inmensos que se obtendrán del desarme; tanto más que no se comprendería la continuación de semejante carnicería únicamente por razones de tipo económico. Si, en ciertos casos, existiesen, en contra, razones particulares, que éstas sean sopesadas con justicia y equidad.

8.      Pero estos acuerdos pacíficos, con las inmensas ventajas que de ellos se derivan, no son posibles sin la restitución recíproca de los territorios actualmente ocupados. Por consiguiente, por parte de Alemania, se requiere la evacuación total de Bélgica, con la garantía de su plena independencia política, militar y económica, frente de cualquier Potencia; del mismo modo, evacuación del territorio francés; por parte de las otras partes beligerantes, semejante restitución de las colonias alemanas.

9.      Por lo que respecta a las cuestiones territoriales, como por ejemplo aquellas que son debatidas entre Italia y Austria, y entre Alemania y Francia, debe esperarse que en consideración de las ventajas inmensas de una paz duradera con desarme, las partes en conflicto querrán examinarlas con disposiciones conciliadoras, teniendo en cuenta, en la medida de lo justo y de lo posible, del mismo modo que Nos lo hemos dicho en otras ocasiones, las aspiraciones de los pueblos,  y coordinando según la oportunidad los intereses particulares con el bien general de la gran comunidad humana.

10.  El mismo espíritu de equidad y de justicia deberá dirigir el examen de las otras cuestiones territoriales y políticas, y particularmente aquellas relativas a Armenia, a los estados Balcánicos y a los territorios del antiguo Reino de Polonia, al cual, en particular sus nobles tradiciones históricas y los sufrimientos soportados, especialmente durante la guerra actual, deben justamente conciliar las simpatías de las naciones.

11.  Tales son las bases principales sobre las cuales Nos creemos que debe apoyarse la futura reorganización de los pueblos. Su naturaleza pretende tornar imposible la vuelta  a semejantes conflictos y preparar  la solución de la cuestión económica, tan importante para el futuro y el bienestar material de todos los Estados beligerantes. También, presentándolas a vosotros, a vosotros que dirigís en esta hora trágica los destinos de las naciones beligerantes, Nos estamos animados de una agradable esperanza, la de ver que se las acepta y ver también que se termina cuanto antes la lucha terrible, que cada vez más se muestra como una masacre inútil. Por otra parte, todo el mundo reconoce , que de un bando como del otro, el honor de las armas está a salvo. Escuchad pues Nuestra plegaria,  acoged la invitación paterna, que Nos os dirigimos en nombre del divino Redentor, Príncipe de la Paz. Reflexionad en vuestra gravísima responsabilidad delante de Dios y delante de los hombres; de vuestras resoluciones dependen la quietud y la alegría de incontables familias, la vida de miles de jóvenes, en una palabra, la felicidad de los pueblos de cuyo bienestar vosotros tenéis el deber absoluto de procurar. Que el Señor os inspire decisiones conformes a su santísima voluntad. Quiera Dios, que mereciendo por ellas el aplauso de vuestros contemporáneos, os aseguréis también, ante las generaciones futuras, el bello nombre de pacificadores.

12.  En cuanto a Nos,  estrechamente unidos en la plegaria y en la penitencia a todas las almas fieles que suspiran por la paz, imploramos para vosotros la luz y el consejo del Espíritu Divino.

            En el Vaticano, el primero de agosto de 1917.

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Notas

[1] En Acta Apostolica Sedis 9 (1917) 417-423. [original en francés, con versión oficial al italiano]. N. B. La numeración de los párrafos es nuestra.

   Traducción, introducción y notas de Fr. Ricardo W. Corleto OAR.

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