LA SANTA SEDE Y EL RÉGIMEN NACIONAL SOCIALISTA

PÍO XI

ENCÍCLICA MIT BRENNENDER SORGE (1937)[1]

(fragmento)

 

Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica

 Introducción  

El Tercer Reich alemán y el Papa

 1.    Angustiosa situación religiosa en Alemania

 Con viva angustia y estupor siempre creciente venimos observando la Iglesia y el progresivo exacerbarse ha largo tiempo el camino doloroso de la opresión de los fieles que le han permanecido leales en el espíritu y en la acción, en el país y en medio del pueblo al que SAN BONIFACIO llevó un día el luminoso y feliz mensaje de Cris­to y del Reino de Dios.

Esta Nuestra angustia no ha sido aliviada por los relatos concordantes con la realidad que nos hicieron, como es su deber, los Reverendísimos repre­sentantes del Episcopado, al visitarnos durante Nuestra enfermedad. Junto con muchas noticias que Nos proporciona­ron consuelo y esperanza acerca de la lucha sostenida por sus fieles con mo­tivo de la religión, no pudieron, no obstante el amor a su pueblo y a su patria y la solicitud de expresar un juicio bien ponderado, pasar en silen­cio otros innumerables sucesos tristes y reprobables. Cuando Nos hubimos oído sus informes, llenos de un profun­do agradecimiento a Dios, pudimos ex­clamar con el Apóstol del amor: No tengo dicha mayor que la que siento cuando oigo decir: Mis hijos caminan en la verdad[2]. Pero la franqueza que corresponde a la grave responsabilidad de Nuestro Ministerio Apostólico y la decisión de presentar ante vosotros y ante todo el mundo cristiano la realidad en toda su crudeza exigen que añada­mos: No tenemos mayor ansiedad ni más cruel aflicción pastoral que cuan­do oímos decir: muchos abandonan el camino de la verdad[3].

 2.    El Concordato

     Cuando Nos, Vene­rables Hermanos, en el verano de 1933, a pedido del Gobierno del Reich, acep­tamos reasumir las deliberaciones para un Concordato, fundado en un proyecto elaborado varios años antes, y llega­mos de este modo a un solemne acuer­do que fue satisfactorio para todos vos­otros, estuvimos inspirados por la in­dispensable solicitud de tutelar la liber­tad de la misión salvadora de la Iglesia en Alemania[4] y de asegurar la salvación de las almas a Ella confiadas, y al mismo tiempo por un leal deseo de prestar un servicio de capital interés al desenvolvimiento pacífico y al bien­estar del pueblo alemán.

 3.   Las intenciones del Papa

     No obs­tante muchas y graves preocupaciones llegamos, no sin esfuerzo, a la determi­nación de dar nuestro consentimiento. Queríamos evitar a nuestros fieles, a nuestros hijos y a nuestras hijas de Alemania, en lo humanamente posible, las tensiones y las tribulaciones que, en caso contrario, eran de esperarse con toda certidumbre, dadas las condi­ciones de los tiempos. Queríamos asi­mismo demostrar con los hechos a to­dos que Nos, buscando solamente a Jesucristo y lo que a él pertenece, a nadie rehusamos, a menos que él mis­mo lo rechace, la mano pacífica de la Madre Iglesia.

 4.    La culpa de la lucha no es de la Iglesia

     Si el árbol de la paz, plantado por Nos en tierra alemana con inten­ción pura, no ha producido los fru­tos que Nos esperábamos en interés de vuestro pueblo, no habrá nadie que ten­ga ojos para ver y oídos para oír, que pueda decir que la culpa es de la Iglesia y de su Supremo Jerarca. La experiencia de los años transcurridos pone en evidencia las responsabilidades y descubre maquinaciones que desde un principio sólo se propusieron una lucha hasta el aniquilamiento. En los surcos en que Nos hemos esforzado en arrojar la semilla de la verdadera paz, otros arrojaron –como el inimicus homo de la Sagrada Escritura[5]– la cizaña de la desconfianza, de la discordia, del odio, de la difamación y de una aver­sión profunda, oculta o manifiesta, con­tra Jesucristo y su Iglesia, desencadenando una lucha que se alimentó en mil diversas fuentes y se sirvió de todos los medios. Sobre ellos y solamente so­bre ellos y sus protectores ocultos o manifiestos recae la responsabilidad de que sobre el horizonte de Alemania no parezca el arco iris de la paz, sino el oscuro nubarrón precursor de destruc­toras luchas religiosas.

5.    El espíritu de conciliación de la Iglesia y de la mala fe de los adver­sarios

Venerables Hermanos, no Nos hemos cansado de manifestar a los dir­igentes responsables de los destinos de vuestra nación las consecuencias que habrían de derivarse necesariamente de la tolerancia, o lo que es peor aún, del fomento de esas corrientes. Todo lo hemos intentado en defensa de la san­tidad de la palabra dada solemnemente, de la inviolabilidad de las obligaciones libremente contraídas, contra teorías y prácticas que, oficialmente admitidas, harían perder toda confianza y menos­cabar intrínsecamente toda palabra pa­ra lo porvenir. Si llegare el momento de exponer a los ojos del mundo Nues­tros esfuerzos, todas las personas de conciencia sabrán dónde se han de bus­car los defensores de la paz y dónde sus perturbadores. Todo el que haya conservado en su alma un residuo de amor a la verdad y en su corazón una sombra del sentido de justicia deberá admitir que en los años difíciles y lle­nos de vicisitudes que siguieron al Con­cordato, todas Nuestras palabras y Nuestras acciones tuvieron por norma la fidelidad a las estipulaciones acep­tadas. Y deberá también reconocer, con estupor y con íntima repulsión, cómo de la otra parte se ha erigido como norma ordinaria desfigurar arbitraria­mente los pactos, eludirlos, quitarles su contenido y finalmente violarlos más o menos abiertamente.

 6.    La moderación es hija del amor pas­toral y no de la debilidad

         La modera­ción mostrada por Nos hasta ahora, no obstante todo esto, no Nos fue sugerida por interesados cálculos terrenales, ni mucho menos por debilidad, sino simplemente por la voluntad de no arran­car juntamente con la cizaña también alguna hierba buena, por la decisión de no pronunciar públicamente un juicio antes de que los ánimos estuviesen madu­ros para reconocer su necesidad, y por la determinación de no negar definiti­vamente la fidelidad de otros a la pala­bra dada, antes que el duro lenguaje de la realidad hubiese arrancado los velos con que se ha querido y se trata aún de ocultar, de acuerdo con un plan preestablecido, el ataque contra la Iglesia.

7.     Pese a los ataques, esperanza

Y aun en estos momentos en que la lucha abierta contra las escuelas confesiona­les tuteladas por el Concordato, y la denegación de la libertad de voto para los que tienen derecho a la educación católica manifiestan, en un campo par­ticularmente vital para la Iglesia, la trágica seriedad de la situación y una nunca vista opresión espiritual de los fieles, la paternal solicitud por el bien de las almas Nos aconseja tener cuenta de las escasas perspectivas, que pueden todavía existir, de un retorno a los pactos, a la fidelidad y a un acuerdo permitido por Nuestra conciencia.

8.    Defensa valerosa de los de los derechos de la Iglesia

Accediendo a las súplicas de los Reverendísimos Miembros del Episcopado, no Nos cansaremos tam­bién en el futuro de defender ante los dirigentes de vuestro pueblo el derecho violado, despreocupados del éxito o del fracaso del momento, obedeciendo solamente a Nuestra conciencia y a Nues­tro Ministerio Pastoral, no cesaremos de oponernos a una mentalidad que trata con violencias abiertas u ocultas de sofocar el derecho autenticado por los documentos[...]

 

I    Los fundamentos de la verdadera fe

(Fe genuina en Dios)

 10.    Rechazo del concepto panteístico y germánico de Dios

         Ante todo, Vene­rables Hermanos, procurad que la fe en Dios, primero e insustituible funda­mento de toda religión, se mantenga pura e íntegra en el territorio alemán. No puede ser considerado como cre­yente el que emplea el nombre de Dios sólo retóricamente, sino el que da a esta venerable palabra el contenido de una verdadera y digna noción de Dios.

Quien identifica con indeterminación panteística a Dios con el universo, ma­terializando a Dios en el mundo o dei­ficando el mundo en Dios, no pertenece a los verdaderos creyentes.

Ni tampoco es creyente quien, si­guiendo una así llamada doctrina pre­cristiana del antiguo germanismo, pone en lugar del Dios personal el hado cie­go e impersonal negando la sabiduría divina y su providencia que con fuerza y suavidad domina el mundo del uno hasta el otro confín[6] el que así pien­sa no puede pretender que sea conside­rado como un verdadero creyente.

Si es verdad que la raza o el pueblo, el Estado o una de sus formas deter­minadas, y los representantes del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana tienen en el orden natural un puesto esencial y dig­no de respeto; con todo, quienes sacán­dolos de la escala de los valores terre­nales los elevan a la categoría de su­prema norma de todo, aun de los valo­res religiosos, y divinizándolos con cul­to idolátrico, pervierten y falsifican el orden creado e impuesto por Dios, están lejos de la verdadera fe en Dios y de una concepción de la vida conforme con ella. [...]

 12. Reprobación de términos “Dios nacional” y “Religión nacional”

         Sola­mente espíritus superficiales pueden caer en el error de hablar de un dios nacional y de una religión nacional, e intentar la loca empresa de aprisionar en los límites de un solo pueblo y en la estrechez de una sola raza a Dios, Crea­dor del mundo, rey y legislador de los pueblos, ante cuya grandeza las nacio­nes son pequeñas como gotas de agua en un arcaduz.

 (Fe genuina en Jesucristo)

 16.   Jesucristo es la plenitud de la revelación divina

En Jesucristo Hijo de Dios encarnado, se manifestó la re­velación divina en toda su plenitud. De diversas maneras y en variadas formas en otros tiempos habló Dios a las ante­pasados por medio de los profetas. En la plenitud de los tiempos nos ha hablado a nosotros por medio del Hijo[7]. Los libros santos del Antiguo Testa­mento son palabra de Dios y parte orgánica de su revelación. Conforme con el desenvolvimiento gradual de la revelación, en ellos se contempla la aurora del tiempo que debía preparar el radiante mediodía de la redención. En algunas de sus partes se habla de la humana imperfección, de su debilidad y del pecado, como debía necesaria­mente ser al tratarse de libros de his­toria y de legislación. A más de cosas nobles y sublimes, hablan esos libros de la tendencia superficial y material que se manifestó en varias ocasiones en el pueblo de la antigua alianza, depo­sitario de la revelación y de las prome­sas de Dios. Pero la luz divina del ca­mino de la salvación que al fin triunfa de todas las debilidades y pecados, no obstante la debilidad humana de que habla la historia bíblica, no puede me­nos de resplandecer aun más luminosa­mente ante los ojos de toda persona no cegada por prejuicios y por la pasión.

Y justamente sobre este fondo a me­nudo oscuro, la pedagogía de la salva­ción eterna presenta perspectivas que al mismo tiempo dirigen, amonestan, sacuden, Levantan y tornan felices. 

17.    El valor del Antiguo Testamento

Solamente la ceguera y la terquedad pueden cerrar los ojos ante los tesoros de saludables enseñanzas escondidas en el Antiguo Testamento. Por tanto el que pretende que se expulsen de la Iglesia y de la escuela la historia bíbli­ca y las enseñanzas del Antiguo Testa­mento, blasfema de la palabra de Dios, blasfema del plan de salvación del Omnipotente y erige en juez de los pla­nes divinos un estrecho y restringido pensamiento humano. Niega la fe en Jesucristo, aparecido en la realidad de su carne, que tomó la naturaleza hu­mana en un pueblo que después había de crucificarlo. No comprende el drama universal del Hijo de Dios que al delito de sus verdugos opuso, a fuer de sumo sacerdote, la acción divina de la muerte redentora, con lo cual dio cum­plimiento al Antiguo Testamento, lo consumó y lo sublimó en el Nuevo Testamento. [...]

 18. Jesucristo es el verdadero y úni­co Salvador

         La revelación divina que culminó en el Evangelio de Jesucristo es definitiva y obligatoria para siempre, y no admite apéndices de origen humano y mucho menos sustitutos de revela­ciones arbitrarias que algunos publi­cistas modernos pretenden hacer deri­var del así llamado mito de la sangre y de la raza. Desde que Jesús, el Ungido del Señor, ha consumado la obra de redención, quebrantando el dominio del pecado y mereciéndonos la gracia de ser hijos de Dios, no ha sido dado a los hombres ningún otro nombre bajo el cielo para ser bienaventurados sino el nombre de Jesús[8]. Aun cuando un hombre llegara a acumular en sí todo el saber, todo el poder y toda la po­tencia material de la tierra, no puede colocar otros fundamentos que los que Jesucristo colocó[9]. Por tanto, el que con sacrílego desconocimiento de la diferencia esencial entre Dios y la crea­tura, entre el Hombre-Dios y el simple hombre, osare poner junto a Jesucris­to, Y lo que es peor aún, sobre Jesucristo o contra Él, a un simple mortal, aun cuando fuere el mayor de todos los tiempos, sepa que es un profeta de qui­meras al que se aplican terriblemente las palabras de la Escritura: el que ha­bita en tos cielos se ríe de ellos[10].

 (Fe genuina en la Iglesia)

 19.    La Iglesia una y universal

             La fe en Jesucristo no podrá mantenerse pu­ra e incontaminada si no está sostenida en la fe en la Iglesia, columna y funda­mento de la verdad[11] y defendida por ella. El mismo Jesucristo, Dios bendito por toda la eternidad, ha levantado esa columna de la fe, y su mandato de escu­char a la Iglesia[12] y de sentir de acuerdo con las palabras y los manda­mientos de la Iglesia, que son sus palabras y sus mandamientos[13] vale para todos los hombres de todos los tiempos y de todas las naciones. [...]

 (Fe genuina en el Primado)

 24.    El Primado, manantial de fuerza y de unidad católica

             La fe en la Iglesia no se mantendrá pura e incontami­nada si no se apoya en la fe en el Primado del Obispo de Roma. En el momento mismo en que Pedro, antici­pándose a los demás Apóstoles y discí­pulos, manifestó su fe en Cristo Hijo de Dios Viviente, el anuncio de la fun­dación de su Iglesia, de la única Iglesia, sobre Pedro, la piedra[14], fue la res­puesta de Cristo, que lo recompensó de su fe y de haberla profesado. Por con­siguiente, la fe en Cristo, en la Iglesia y en el Primado están unidas en un estrecho y sagrado vínculo de interdependencia.

En todas partes, una autoridad genui­na y legal es un manantial de fuerza, una defensa contra el resquebrajamien­to y la disgregación, una garantía para lo porvenir. Eso se verifica en el sen­tido más alto y noble cuando, como en el caso de la Iglesia, a tal autoridad ha sido prometida la asistencia sobrena­tural del Espíritu Santo y su invencible apoyo. Si personas que ni siquiera es­tán unidas por la fe en Cristo os atraen y halagan con la proposición de una“iglesia nacional alemana”, sabed que seguiríais no es más que renegar de la única Iglesia de Cristo, una apostasía manifiesta del mandato de Cristo de evangelizar a todo el mundo, lo que tan sólo una Iglesia universal puede cum­plir. El desarrollo histórico de otras iglesias nacionales, su aletargamiento espiritual, su ahogo y su sometimiento a los poderes laicos manifiestan la de­soladora esterilidad de que con certeza ineluctable está herido el sarmiento arrancado del tronco vivo de la Iglesia. Todo el que desde el principio opone su alerta e inconmovible no a tan equi­vocados intentos, presta un inapreciable servicio no solamente a la pureza de su fe, sino también a la vida sana y vigorosa de su pueblo.

 

III  Orientaciones y exhortaciones

A la juventud

 38.    Invitaciones falaces Y persecu­ciones

             Representantes de aquel Maes­tro que en el Evangelio dijo a un joven: si quieres entrar en la vida eter­na, observa los mandamientos[15] diri­gimos una palabra particularmente pa­ternal a los jóvenes.

Por mil medios se os está repitiendo hoy un evangelio que no ha sido revelado por el Padre celestial; millares de plumas escriben al servicio de un fan­tasma de cristianismo que no es el cristianismo de Jesucristo. La tipogra­fía y las radios os acosan diariamente con producciones de contenido contra­rio a la fe y a la Iglesia, y brutalmente y sin respeto atacan todo lo que para vosotros debe ser sagrado y santo. Sa­bemos que muchos de vosotros a causa de su adhesión a la fe y a la Iglesia y de su afiliación a asociaciones religiosas tuteladas por Concordato han debido y deben atravesar tristes períodos de des­conocimiento, de sospecha, de vitupe­rio, de acusaciones de antipatriotismo y de múltiples perjuicios en su vida profesional y social. Sabemos asimismo como mochos soldados ignotos de Jesu­cristo se hallan en vuestras filas que, con el corazón despedazado, pero erguidos, soportan su suerte y encuentran confortación tan sólo en el pensamien­to de que sufren contumelia por el nombre de Jesucristo[16].

 39.    La juventud “estatal” y los derechos personales.

             Hoy que amenazan nuevos peligros y nuevas di­ficultades decimos a estos jóvenes: Si alguien quiere anunciaros un evangelio distinto del que habéis recibido sobre las faldas de una piadosa madre, de los labios de un padre creyente, de la enseñanza de un educador fiel a Dios y a su Iglesia, que sea anatema[17]. Si el Estado organiza a la juventud en una asociación nacional obligatoria para to­dos[18], entonces, salvos siempre los dere­chos de las asociaciones religiosas, los jóvenes tienen el derecho obvio e inalie­nable, y con ellos los padres responsa­bles ante Dios, de exigir que esta asociación no tenga tendencias hostiles a la fe cristiana y a la Iglesia, tendencias que hasta hace poco y aun actualmente ponen a los padres creyentes en un insoluble conflicto de conciencia, por­que no pueden dar al Estado lo que se les pide en nombre del Estado sin qui­tar a Dios lo que a Dios pertenece[19].

 40.    La verdadera libertad y heroísmo genuino

             Nadie piensa en poner ante la juventud alemana tropiezos en el camino que debe conducir a una verdadera unidad nacional y fomentar un noble amor por la libertad y una indisoluble consagración a la patria. A lo que Nos oponemos y debemos opo­nernos es al conflicto querido y siste­máticamente exacerbado, con la sepa­ración de estas finalidades educativas de las religiosas. Por eso decimos a esos jóvenes: cantad vuestros himnos de libertad, pero no os olvidéis que la verdadera libertad es la libertad de los hijos de Dios. No permitáis que la no­bleza de esta libertad insustituible se pierda en los lazos serviles del pecado y de la concupiscencia. No es lícito al que canta el himno de fidelidad a la patria terrena convertirse en tránsfuga y traidor con la infidelidad a su Dios, a su Iglesia y a su patria eterna. Os hablan mucho de grandeza heroica, contraponiéndola intencionada y falsamente a la humildad y a la paciencia evangéli­cas, pero ¿por qué os ocultan que tam­bién se da un heroísmo en la lucha mo­ral y que la conservación de la pureza bautismal representa una acción heroica que debiera premiarse en el campo tan­to religioso como natural? Os hablan de fragilidades humanas en la historia de la Iglesia, y ¿por qué os esconden las grandes proezas que, en el correr de los siglos, consumaron los santos que ella produjo, y los beneficios que obtu­vo la cultura occidental por la unión vital entre la misma Iglesia y vuestro pueblo?

41. Robustecimiento corporal y san­tificación del Domingo

Mucho os hablan de gimnasia y de deporte, que usados en su justa medida dan gallardía física, lo cual no deja de ser un beneficio para la juventud, pero se asig­na hoy con frecuencia a los ejercicios físicos tanta importancia que no se tiene en cuenta ni la formación inte­gral y armónica del cuerpo y del espí­ritu, ni el conveniente cuidado de la vida de familia, ni el mandamiento de santificar el día del Señor. Con indiferencia que raya en desprecio, se des­poja al día del Señor del carácter de sagrado recogimiento cual corresponde a la mejor tradición alemana. Confiamos que los jóvenes católicos alemanes, en el difícil ambiente de las organiza­ciones obligatorias del Estado, sabrán reivindicar categóricamente su derecho a santificar cristianamente el día del Señor. Que el cuidado de robustecer el cuerpo no les haga echar en olvido su alma inmortal, que no se dejen dominar por el mal, sino que venzan el mal con el bien[20], y por último se propongan cuál nobilísima meta la de conquistar la corona de la victoria en el estadio de la vida eterna[21].

 Epílogo

 51. Dispuestos para la lucha y plegaria por todos. 

            Aquel que escudriña los corazones y las entrañas[22] nos es testigo de que Nos no tenemos aspiración más íntima que la del restableci­miento de una paz verdadera entre la Iglesia y el Estado en Alemania. Pero si, sin culpa de parte Nuestra, la paz no llega, la Iglesia de Dios defenderá sus derechos y sus libertades, en nom­bre del Omnipotente cuyo brazo tampo­co hoy se ha acortado. Llenos de confianza en el no cesamos de rogar y de invocar[23] por vosotros, hijos de la Iglesia, a fin de que los días de la tri­bulación sean acortados y permanezcáis fieles hasta el día de la prueba, y tam­bién a los perseguidores y opresores conceda el Padre de todas las luces y de toda misericordia la hora del arrepentimiento propio y el de todos los que con ellos erraron y yerran.

 52.    Bendición Apostólica

             Con esta plegaria en el corazón y sobre los labios, Nos impartimos, como prenda de divina ayuda, como apoyo en vuestras decisiones difíciles y llenas de respon­sabilidades, como sostenimiento en la lucha, como consuelo en el dolor, a vosotros, obispos, pastores de vuestro pueblo fiel, a los sacerdotes, a los reli­giosos, a las apóstoles laicos de la Acción Católica y a todos vuestros dio­cesanos y no en último lugar a las enfermos y a las presos, con amor pa­ternal, la Bendición Apostólica.

                                        Dado en el Vaticano en el Domingo de Pasión, el 14 de marzo de 1937.

PÍO PAPA XI.

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Notas

[1] Tomado de Colección Completa [de] Encíclicas pontificas. 1832-1965, 4ª edición, I, Buenos Aires Guadalupe, s. f., 1466-1481. Edición original en AAS 29 (1937) 145-167.

   Trascripción y selección: Fr. Ricardo W. Corleto OAR. Tomo de la edición castellana las referencias bíblicas y la división en párrafos temáticos.

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[2] 3 Jn. 4.

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[3] Cf. 2 Pe. 2, 2.

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[4] Las negritas son mías.

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[5] Mt. 13, 25.

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[6] Sab. 8, 1.

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[7] Feb. 1, 1-2.

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[8] Cf. Hch. 4, 12.

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[9] Cf. 1 Cor. 3, 11.

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[10] Sal. 2, 4.

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[11] 1 Tim. 3, 15.

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[12] Cf. Mt. 18, 17.

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[13] Cf. Lc. 10, 16.

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[14] Mt. 16, 18.

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[15] Mt. 19, 17.

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[16] Hch. 5, 41.

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[17] Gal. 1, 9.

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[18] Es evidente que el Papa se refiere a las Hitlerjugend o “juventudes hitlerianas”.

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[19] Cf. Mt. 22, 21; Mc. 12, 17; Lc. 20, 25.

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[20] Cf. Rm. 12, 21.

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[21] Cf. 1 Cor. 9, 24-25.

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[22] Sal. 7, 10.

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[23] Col. 1, 9.

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© Ricardo Corleto 2003
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