LOS CATÓLICOS INTRANSIGENTES

 Félix Sardà y Salvany[1]

 El Liberalismo es pecado

 

            La corriente de pensamiento llamada “liberalismo” es fruto de un conjunto de ideas que en su origen muestran una continuidad con el movimiento filosófico conocido como la ilustración y que, en cada país, fue tomando características propias (Aufklärung en Alemania, Enlightenment en Inglaterra, Lumières en Francia, etc.)[2]. Tal vez el acontecimiento histórico que demostró de forma más patente el contenido y el alcance de las ideas liberales fue la Revolución Francesa de 1789[3].

            Ahora bien, ante las ideas y propuestas liberales ¿qué actitud debían tomar los católicos? Digamos que, pasados los tiempos inmediatamente posrevolucionarios, entre los miembros de la Iglesia Católica se fueron perfilando dos posturas básicas: Los llamados “católicos intransigentes” rechazaron en bloque todo lo que proviniera del liberalismo, y en general del mundo moderno; en el aspecto doctrinal podrían calificarse de integristas y políticamente hablando fueron en general legitimistas[4]; en la época se los motejaba también como clericales, ultramontanos, etc. En una actitud más conciliadora con el mundo moderno, estaban los llamados “católicos liberales”, quienes sin renunciar a su fe, pretendían conciliar la misma con ciertas propuestas del mundo moderno, quitándole su matiz irreligioso.

            El texto que presentamos a continuación, son fragmentos de una obra sumamente popular en el siglo XIX, y uno de los máximos exponentes del “catolicismo intransigente”: Se trata del libro El liberalismo es pecado del sacerdote catalán Félix Sardà y Salvany[5]. Conocido en su época como la Biblia de los intransigentes esta obra fue publicada por primera vez en 1884. Con una lógica sin concesiones y por momentos demoledora, intenta demostrar la intrínseca malicia de las ideas liberales.


CAPÍTULO II: ¿Qué es el Liberalismo?

 Al estudiar un objeto cualquiera, después de la pregunta: an sit? hacían los antiguos escolásticos la siguiente: quid sit? y ésta es la que nos va a ocupar en el presente capítulo.

¿Qué es el Liberalismo? En el orden de las ideas es un conjunto de ideas falsas; en el orden de los hechos es un conjunto de hechos criminales, consecuencia práctica de aquellas ideas.

En el orden de las ideas el Liberalismo es el conjunto de lo que se llaman principios liberales, con las consecuencias lógicas que de ellos se derivan. Principios liberales son: la absoluta soberanía del individuo con entera independencia de Dios y de su autoridad; soberanía de la sociedad con absoluta independencia de lo que no nazca de ella misma; soberanía nacional, es decir, el derecho del pueblo para legislar y gobernar con absoluta independencia de todo criterio que no sea el de su propia voluntad, expresada por el sufragio primero y por la mayoría parlamentaria después; libertad de pensamiento sin limitación alguna en política, en moral o en Religión; libertad de imprenta, asimismo absoluta o insuficientemente limitada; libertad de asociación con iguales anchuras. Estos son los llamados principios liberales en su más crudo radicalismo.

El fondo común de ellos es el racionalismo individual, el racionalismo político y el racionalismo social. Derívanse de ellos la libertad de cultos más o menos restringida; la supremacía del Estado en sus relaciones con la Iglesia; la enseñanza laica o independiente sin ningún lazo con la Religión; el matrimonio legalizado y sancionado por la intervención única del Estado: su última palabra, la que todo lo abarca y sintetiza, es la palabra secularización, es decir, la no intervención de la Religión en acto alguno de la vida pública, verdadero ateísmo social, que es la última consecuencia del Liberalismo.

En el orden de los hechos el Liberalismo es un conjunto de obras inspiradas por aquellos principios y reguladas por ellos. Como, por ejemplo, las leyes de desamortización; la expulsión de las órdenes religiosas, los atentados de todo género, oficiales y extraoficiales, contra la libertad de la Iglesia; la corrupción y el error públicamente autorizado en la tribuna, en la prensa, en las diversiones, en las costumbres; la guerra sistemática al Catolicismo, al que se apoda con los nombres de clericalismo, teocracia, ultramontanismo, etc., etc.

Es imposible enumerar y clasificar los hechos que constituyen el procedimiento práctico liberal, pues comprenden desde el ministro y el diplomático que legislan o intrigan, hasta el demagogo que perora en el club o asesina en la calle; desde el tratado internacional o la guerra inicua que usurpa al Papa su temporal principado, hasta la mano codiciosa que roba la dote de la monja o se incauta de la lámpara del altar; desde el libro profundo y sabihondo que se da de texto en la universidad o instituto, hasta la vil caricatura que regocija a los pilletes en la taberna. El Liberalismo práctico es un mundo completo de máximas, modas, artes, literatura, diplomacia, leyes, maquinaciones y atropellos enteramente suyos. Es el mundo de Luzbel, disfrazado hoy día con aquel nombre, y en radical oposición y lucha con la sociedad de los hijos de Dios, que es la Iglesia de Jesucristo.

He aquí, pues, retratado, como doctrina y como práctica, el Liberalismo.

 

CAPÍTULO III:  Si es pecado el Liberalismo, y qué pecado es.

 El Liberalismo es pecado, ya se le considere en el orden de las doctrinas, ya en el orden de los hechos.

En el orden de las doctrinas es pecado grave contra la fe, porque el conjunto de las doctrinas suyas es herejía, aunque no lo sea tal vez en alguna que otra de sus afirmaciones o negaciones aisladas. En el orden de los hechos es pecado contra los diversos Mandamientos de la ley de Dios y de su Iglesia, porque de todos es infracción. Más claro. En el orden de las doctrinas el Liberalismo es la herejía universal y radical, porque las comprende todas: en el orden de los hechos es la infracción radical y universal, porque todas las autoriza y sanciona.

Procedamos por parte en la demostración.

En el orden de las doctrinas el liberalismo es herejía. Herejía es toda doctrina que niega con negación formal y pertinaz un dogma de la fe cristiana. El liberalismo doctrina los niega primero todos en general y después cada uno en particular. Los niega todos en general, cuando afirma o supone la independencia absoluta de la razón individual en el individuo, y de la razón social o criterio público en la sociedad. Decimos afirma o supone, porque a veces en las consecuencias secundarias no se afirma el principio liberal, pero se le da por supuesto y admitido. Niega la jurisdicción absoluta de Cristo Dios sobre los individuos y las sociedades, y en consecuencia la jurisdicción delegada que sobre todos y cada uno de los fieles, de cualquier condición y dignidad que sean, recibió de Dios la Cabeza visible de la Iglesia. Niega la necesidad de la divina revelación, y la obligación que tiene el hombre de admitirla, si quiere alcanzar su último fin. Niega el motivo formal de la fe, esto es, la autoridad de Dios que revela, admitiendo de la doctrina revelada sólo aquellas verdades que alcanza su corto entendimiento. Niega el magisterio infalible de la Iglesia y del Papa, y en consecuencia todas las doctrinas por ellos definidas y enseñadas. Y después de esta negación general y en globo, niega cada uno de los dogmas, parcialmente o en concreto, a medida que, según las circunstancias, los encuentra opuestos a su criterio racionalista. Así niega la fe del Bautismo cuando admite o supone la igualdad de todos los cultos; niega la santidad del matrimonio cuando sienta la doctrina del llamado matrimonio civil; niega la infalibilidad del Pontífice Romano cuando rehúsa admitir como ley sus oficiales mandatos y enseñanzas, sujetándolos a su pase o exequátur, no como en su principio para asegurarse de la autenticidad, sino para juzgar del contenido.

En el orden de los hechos es radical inmoralidad. Lo es porque destruye el principio o regla fundamental de toda moralidad, que es la razón eterna de Dios imponiéndose a la humana; canoniza el absurdo principio de la moral independiente, que es en el fondo la moral sin ley, o lo que es lo mismo, la moral libre, o sea una moral que no es moral, pues la idea de moral, además de su condición directiva, encierra esencialmente la idea de enfrenamiento o limitación. Además, el Liberalismo es toda inmoralidad, porque en su proceso histórico ha cometido y sancionado como lícita la infracción de todos los mandamientos, desde el que manda el culto de un solo Dios, que es el primero del Decálogo, hasta el que prescribe el pago de los derechos temporales a la Iglesia, que es el último de los cinco de ella.

Por donde cabe decir que el Liberalismo, en el orden de las ideas, es el error absoluto, y en el orden de los hechos, es el absoluto desorden. Y por ambos conceptos es pecado, ex genere suo, gravísimo; es pecado mortal.

  

CAPÍTULO VI: Del llamado Liberalismo católico o Catolicismo liberal.

 De todas las inconsecuencias y antinomias que se encuentran en las gradaciones medias del Liberalismo, la más repugnante de todas y la más odiosa es la que pretende nada menos que la unión del Liberalismo con el Catolicismo, para formar lo que se conoce en la historia de los modernos desvaríos con el nombre de Liberalismo católico o Catolicismo liberal. Y no obstante han pagado tributo a este absurdo preclaras inteligencias y honradísimos corazones, que no podemos menos de creer bien intencionados. Ha tenido su época de moda y prestigio, que, gracias al cielo, va pasando o ha pasado ya.

Nació este funesto error de un deseo exagerado de poner conciliación y paz entre doctrinas que forzosamente y por su propia esencia son inconciliables enemigas. El Liberalismo es el dogma de la independencia absoluta de la razón individual y social; el Catolicismo es el dogma de la sujeción absoluta de la razón individual y social a la ley de Dios. ¿Cómo conciliar el sí y el no de tan opuestas doctrinas? A los fundadores del Liberalismo católico pareció cosa fácil. Discurrieron una razón individual ligada a la ley del Evangelio, pero coexistiendo con ella una razón pública o social libre de toda traba en este particular. Dijeron: “EI Estado como tal Estado no debe tener Religión, o debe tenerla solamente hasta cierto punto que no moleste a los demás que no quieran tenerla. Así, pues, el ciudadano particular debe sujetarse a la revelación de Jesucristo; pero el hombre público puede portarse como tal de la misma manera que si para él no existiese dicha revelación”. De esta suerte compaginaron la fórmula célebre de: La Iglesia libre en el Estado libre[6], fórmula para cuya propagación y defensa se juramentaron en Francia varios católicos insignes, y entre ellos un ilustre Prelado[7]; fórmula que debía ser sospechosa desde que la tomó Cavour para hacerla bandera de la revolución italiana contra el poder temporal de la Santa Sede; fórmula de la cual, a pesar de su evidente fracaso, no nos consta que ninguno de sus autores se haya retractado aún.

No echaron de ver estos esclarecidos sofistas, que si la razón individual venía obligada a someterse a la ley de Dios, no podía declararse exenta de ella la razón pública o social sin caer en un dualismo extravagante, que somete al hombre a la ley de dos criterios opuestos y de dos opuestas conciencias. Así que la distinción del hombre en particular y en ciudadano, obligándole a ser cristiano en el primer concepto, y permitiéndole ser ateo en el segundo, cayó inmediatamente por el suelo bajo la contundente maza de la lógica íntegramente católica. El Syllabus[8], del cual hablaremos luego, acabó de hundirla sin remisión. Queda todavía de esta brillante, pero funestísima escuela, alguno que otro discípulo rezagado, que ya no se atreve a sustentar paladinamente la teoría católico-liberal, de la que fue en otros tiempos fervoroso panegirista, pero a la que sigue obedeciendo aún en la práctica; tal vez sin darse cuenta a sí propio de que se propone pescar con redes que, por viejas y conocidas, el diablo ha mandado ya recoger.

  

CAPÍTULO VII: En qué consiste probablemente la esencia o intrínseca razón del llamado Catolicismo liberal.

 Si bien se considera, la íntima esencia del Liberalismo llamado católico, por otro nombre llamado comúnmente Catolicismo liberal, consiste probablemente tan sólo en un falso concepto del acto de fe. Parece, según dan razón de la suya los católico-liberales, que hacen estribar todo el motivo de su fe, no en la autoridad de Dios infinitamente veraz e infalible, que se ha dignado revelarnos el camino único que nos ha de conducir a la bienaventuranza sobrenatural, sino en la libre apreciación de su juicio individual que le dicta al hombre ser mejor esta creencia que otra cualquiera. No quieren reconocer el magisterio de la Iglesia, como único autorizado por Dios para proponer a los fieles la doctrina revelada y determinar su sentido genuino, sino que, haciéndose ellos jueces de la doctrina, admiten de ella lo que bien les parece, reservándose el derecho de creer la contraria, siempre que aparentes razones parezcan probables ser hoy falso lo que ayer creyeron como verdadero.

Para refutación de lo cual basta conocer la doctrina fundamental De fide[9], expuesta sobre esta materia por el santo Concilio Vaticano[10]. Por lo demás se llaman católicos, porque creen firmemente que el Catolicismo es la única verdadera revelación del Hijo de Dios; pero se llaman católicos liberales o católicos libres, porque juzgan que esta creencia suya no les debe ser impuesta a ellos ni a nadie por otro motivo superior que el de su libre apreciación. De suerte que, sin sentirlo ellos mismos, encuéntranse los tales con que el diablo les ha sustituido arteramente el principio sobrenatural de la fe por el principio naturalista del libre examen. Con lo cual, aunque juzgan tener fe de las verdades cristianas, no tiene tal fe de ellas, sino simple humana convicción, lo cual es esencialmente distinto.

Síguese de ahí que juzgan su inteligencia libre de creer o de no creer, y juzgan asimismo libre la de todos los demás. En la incredulidad, pues, no ven un vicio, o enfermedad, o ceguera voluntaria del entendimiento, y más aún del corazón, sino un acto lícito de la jurisdicción interna de cada uno, tan dueño en eso de creer, como en lo de no admitir creencia alguna. Por lo cual es muy ajustado a este principio el horror a toda presión moral o física que venga por fuera a castigar o prevenir la herejía, y de ahí su horror a las legislaciones civiles francamente católicas. De ahí el respeto sumo con que entienden deben ser tratadas siempre las convicciones ajenas, aun las más opuestas a la verdad revelada; pues para ellos son tan sagradas cuando son erróneas como cuando son verdaderas, ya que todas nacen de un mismo sagrado principio de libertad intelectual. Con lo cual se erige en dogma lo que se llama tolerancia, y se dicta para la polémica católica contra los herejes un nuevo código de leyes, que nunca conocieron en la antigüedad los grandes polemistas del Catolicismo.

Siendo esencialmente naturalista el concepto primario de la fe, síguese de eso que ha de ser naturalista todo el desarrollo de ella en el individuo y en la sociedad. De ahí el apreciar primaria, y a veces casi exclusivamente, a la Iglesia por las ventajas de cultura y de civilización que proporciona a los pueblos; olvidando y casi nunca citando para nada su fin primario sobrenatural, que es la glorificación de Dios y salvación de las almas. Del cual falso concepto aparecen enfermas varias de las apologías católicas que se escriben en la época presente. De suerte que, para los tales, si el Catolicismo por desdicha hubiese sido causa en algún punto de retraso material para los pueblos, ya no sería verdadera ni laudable en buena lógica tal Religión. Y cuenta que así podría ser, como indudablemente para algunos individuos y familias ha sido ocasión de verdadera material ruina el ser fieles a su Religión, sin que por eso dejase de ser ella cosa muy excelente y divina.

Este criterio es el que dirige la pluma de la mayor parte de los periódicos liberales, que si lamentan la demolición de un templo, sólo saben hacer notar en eso la profanación del arte; si abogan por las órdenes religiosas, no hacen más que ponderar los beneficios que prestaron a las letras; si ensalzan a la Hermana de la Caridad, no es sino en consideración a los humanitarios servicios con que suaviza los horrores de la guerra; si admiran el culto, no es sino en atención a su brillo exterior y poesía; si en la literatura católica respetan las Sagradas Escrituras, es fijándose tan sólo en su majestuosa sublimidad. De este modo de encarecer las cosas católicas únicamente por su grandeza, belleza, utilidad o material excelencia, síguese en recta lógica que merece iguales encarecimientos el error cuando tales condiciones reuniere, como sin duda las reúne aparentemente en más de una ocasión alguno de los falsos cultos.

Hasta a la piedad llega la maléfica acción de este principio naturalista, y la convierte en verdadero pietismo, es decir, en falsificación de la piedad verdadera. Así lo vemos en tantas personas que no buscan en las prácticas devotas más que la emoción, lo cual es puro sensualismo del alma y nada más. Así aparece hoy día en muchas almas enteramente desvirtuado el ascetismo cristiano, que es la purificación del corazón por medio del enfrenamiento de los apetitos, y desconocido el misticismo cristiano, que no es la emoción, ni el interior consuelo, ni otra alguna de esas humanas golosinas, sino la unión con Dios por medio de la sujeción a su voluntad santísima y por medio del amor sobrenatural.

Por eso es Catolicismo liberal, o mejor, Catolicismo falso, gran parte del Catolicismo que se usa hoy entre ciertas personas. No es Catolicismo, es mero Naturalismo, es Racionalismo puro; es Paganismo con lenguaje y formas católicas, si se nos permite la expresión.

 


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Notas

[1] Trascripción, introducción y notas de Fr. Ricardo W. Corleto OAR.

   Los fragmentos que aquí presentamos, los tomamos de la siguiente edición: Félix Sardà y Salvany, El Liberalismo es pecado. Cuestiones Candentes, Barcelona: Librería y Tipografía católica, 1887 (reimpresión Barcelona: Editorial Alta Fulla, 1999), 13-17; 25-29.

   N. B.: Hemos modificado la ortografía del texto, adaptándola a los usos modernos; la redacción, terminología y puntuación del autor han sido escrupulosamente respetadas. Algunos pequeños errores han sido corregidos, sólo cuando los mismos eran evidentes.


[2] Cf. José Ferrater Mora, voz Ilustración en Diccionario de filosofía, II, 3ª ed., Madrid: Alianza, 1981, 1623-1625.


[3] Con sus intuiciones positivas –muchas de ellas coincidentes con valores evangélicos–, y con sus consecuencias negativas (racionalismo exacerbado, individualismo, naturalismo, laicismo, amoralismo, etc.), la Revolución Francesa contribuyó a afirmar y difundir ideas que se habían ido desarrollando en la cultura occidental con el correr de los años, y que ponían como fundamento de la dignidad humana el valor de la “libertad”; libertad que, a veces, fue concebida de forma absoluta, sin límites y sin relación con un orden moral objetivo. Entre estas “libertades” que reclamaba la corriente liberal, se mezclaban frecuentemente elementos positivos con otros negativos: la libertad de prensa, el espíritu democrático, eran frecuentemente mezclados con principios racionalistas, la negación de la Revelación, una actitud anticlerical y, frecuentemente, anticristiana. En lo tocante a la relación entre la Iglesia y el Estado, el liberalismo planteó una situación de separación (a veces hostil, otras veces amistosa, y otras, finalmente, que podríamos calificar de “separatismo parcial”). Cf. Giacomo Martina, La Iglesia de Lutero a nuestros días, III (Época del liberalismo), Madrid: Cristiandad, 60-84.


[4] Partidarios de un príncipe o de una dinastía, por creer que tiene llamamiento legítimo para reinar. En este caso, abogaban por el regreso al trono de los monarcas absolutos depuestos por los regímenes revolucionarios.


[5] Félix Sardà y Salvany nació en Sabadell (Barcelona) el 21 de mayo de 1844, y murió en la misma ciudad el 2 de enero de 1916. Publicista y polemista sumamente popular en su tiempo, estudió en Barcelona, licenciándose luego en Teología en la Pontifica Universidad de Valencia. Ordenado sacerdote en 1865, se mostró como un pastor celoso y de espíritu apostólico. Su obra debe entenderse en el marco de la campaña soez y anticlerical que se produjo en España como consecuencia de la Revolución de 1868. Voz Sardà y Salvany Félix en Diccionario de Historia Eclesiástica de España [DHEE], dir. Quintín Aldea Vaquero etc., IV, Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1975, 2383-2384.

[6] Se ha discutido mucho sobre el origen de esta fórmula que, luego, asumiría Camilo Benzo, Conde de Cavour. Según algunos autores, debemos buscar su origen en Vinet; según otros, debe atribuirse a Montalamber; otros, por último, ven en ella influjos de tipo jansenista. Manual de Historia de la Iglesia, dir. H. Jedin, VII, Barcelona: Herder, 1978, 910 n. 7.


[7] El autor no consigna ninguna indicación acerca de a qué reunión de católicos liberales se refiere, los cuales se habrían “juramentado” en Francia, con la presencia de “un ilustre prelado”. Según Sardà y Salvany, los católicos liberales allí reunidos, se habrían congregado para propagar y defender la fórmula: “La Iglesia libre en el Estado libre”.

     Es probable que, en realidad, Félix Sardà y Salvany se esté refiriendo aquí al III Congreso Católico de Malinas, celebrado en 1863; en dicho congreso Montalambert hizo una calurosa defensa de la fórmula aludida y estaba presente en él Mons. Félix Dupanloup (1802-1878), obispo de Orleans desde 1854 (quien podría ser el “ilustre prelado” al que alude el autor). Una traducción al inglés del discurso que en Mons. Dupanloup pronunció en el Congreso de Malinas: Bishop Dupanloup’s speech at the Catholic Congres of Malines en The Catholic World 6 (1868) 587-594.


[8] Pío IX PP., Sílabo… o recopilación de errores que se proscribieron en diversas declaraciones de Pío IX, 8 de diciembre de 1864, en Heinrich Denzinger y Peter Hünermann, El Magisterio de la Iglesia. Enchridion Symbolorum Definitionum et Declarationum de rebus fidei et morum [en adelante: DH], versión castellana de la 38ª edición alemana, Barcelona: Herder, 1999, 2901-2980.


[9] Concilio Vaticano I, Constitutio dogmatica de fide catholica, en Conciliorum Oecumenicorum Decreta [en adelante COD], ed. Giuseppe Alberigo etc., Bolonia: Edizioni Dehoniane, 1991, 804-811.


[10] Se refiere al Concilio Vaticano I, celebrado en Roma, en la ciudad del Vaticano. Inaugurado el 8 de diciembre de 1869 fue suspendido sine die por el Papa Pío IX el 20 de octubre de 1870. Esta Constitución dogmática, llamada Dei Filius, ha sido publicada también en DH, 3000-3045.


© Ricardo Corleto 2003
© Pontificia Universidad Católica Argentina, 2003
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