Las Sentencias de San Isidoro es tal vez la obra más leida durante la Edad Media. Lo atestiguan los miles de manuscritos copiados durante toda la época previa a la aparición de la imprenta. Se trata de un compendio de fe (libro I) y de moral (libro II). Por el aspecto sistemático preludia la escolástica. El libro I (De Summo bono) trata en 30 caps. los atributos divinos y el conoc. de Dios; su eternidad; la creación del mundo; el mal; los ángeles y la naturaleza humana; Cristo y los Santos; la Iglesia, las herejías y el paganismo; las diferencias entre el A.T. y el N.T.; sobre el Símbolo de la fe, el bautismo y los sacramentos; la Escatología. Los libros II y III sobre las virtudes teologales, la gracia y las virtudes en general. La obra en primera instancia parece destinada a la formación del clero. Fue escrita entre el 612 y el 615 en plena madurez intelectual y pastoral del santo.
El género literario de la sentencia tiene varios orígenes. Es probable que San Isidoro, asiduo lector de las Morales de San Gregorio Magno, hubiera recordado la siguiente afirmación: "... gusta hablar por sentencia el que no desea expresar solamente lo que sabe, sino sentir por experiencia lo que dice". Esto parece recoger en el libro II al definir la sentencia de la siguiente manera:
"Habla juiciosamente por sentencia quien siente la verdadera sabiduría, gustando su interno sabor. Porque sentencia deriva de sentir. Por ello, los presuntuosos, que hablan sin humildad, lo hacen basados en sola la ciencia, no en la experiencia vital." Sentencias, II, cap. 29,10.
Los textos que aquí presentamos tomados del libro II pueden darnos un marco de referencia del proceso seguido en la asimilación de los pueblos bárbaros a lo que será la españa visigótica cristiana.
CAPITULO IX
1. Todo converso que desee hollar pronto cualquier incentivo carnal y se esfuerce en ascender a la cumbre de las virtudes, no debe abatirse si acaso sufre todavía alguna contrariedad por las molestias de la carne, porque el dador de los bienes sabe contrarrestar la oposición del vicio con el antídoto de la virtud.
2. Entonces cada uno conoce que está más abrumado por la fuerza del vicio cuando ha llegado al conocimiento de Dios, a la manera como el pueblo de Israel era agobiado por los egipcios con un peso mayor cuando Moisés le descubría el conocimiento de Dios.
3. En efecto, los vicios, antes de la conversión, mantienen con el hombre una especie de alianza; mas, cuando se les extirpa, se alzan con una fuerza más impetuosa. Así, pues, resulta hostil al converso lo que dulcemente le lisonjeaba cuando era pecador; y, al contrario, resulta propicio al converso lo que, siendo pecador, le era contrario.
4. El siervo de Dios sufre numerosas dificultades por el recuerdo de las acciones pasadas; y muchos después de la conversión, contra su voluntad, tienen que soportar aún el incentivo de la pasión; mas esto no lo sufren para su condena, sino para su estímulo, a saber, para que tengan siempre, a fin de sacudir su inercia, un enemigo a quien resistir, con tal que no consientan. Por donde conocen los siervos de Dios que ellos ciertamente han sido purificados de sus pecados, pero que, no obstante, se ven todavía atormentados por las molestias de torpes pensamientos.
5. A la conversión precede la multitud de los pecados; tras la conversión sigue un gran número de tentaciones. Aquéllos se oponen a que nos convirtamos a Dios; éstas se interponen para que no contemplemos a Dios con la franca mirada del corazón. La perturbación originada de una y otra parte engendra en nosotros el desconcierto y a menudo impide nuestra atención con muy diversos engaños.
6. Es útil al siervo de Dios que sea tentado después de la conversión, a fin de que del abandono negligente, a impulso de los vicios, pase a disponer su ánimo para las virtudes mediante la lucha contra el pecado.
I. Una conversión defectuosa lleva a muchos a los errores pasados y les echa a perder para el resto de su vida. El ejemplo de éstos debe, pues, evitarlo todo converso, no sea que, por empezar con desidia el servicio de Dios, se halle de nuevo implicado en los extravíos mundanos.
2. El que es negligente en su conversión, no se da cuenta que las palabras ociosas y los pensamientos vanos son perjudiciales, porque, si vigilase su desidia espiritual, al punto temería como horrendo y atroz aquello que consideraba sin importancia.
3. En toda obra buena hay que temer el fraude y la desidia. Cometemos fraude con Dios cuantas veces, a causa de nuestras buenas obras, nos alabamos a nosotros mismos y no a Dios. Y practicamos la desidia siempre que por abandono realizamos negligentemente las obras de Dios.
4. Toda profesión de este mundo tiene cultivadores celosos y resueltos a ponerla en práctica; y esto es lógico que suceda porque tienen presente la recompensa de su trabajo. Mas el arte del divino servicio tiene muchos discípulos negligentes, tibios, endurecidos por la inercia de su pereza; y esto acontece por cuanto su labor no se ordena a una recompensa en esta vida, sino en la futura. Así, pues, dado que la retribución del salario no alcanza en seguida a su trabajo, languidecen casi perdida la esperanza. De ahí que una brillante gloria aguarde a aquellos que llevan a término, con un resultado más positivo, los principios de la conversión a una vida ejemplar y que con tanta mayor brillantez se disponen a merecer el premio cuanto con mayor firmeza comienzan y llevan a término los trabajos del arduo peregrinar.
5. Algunos, en el fervor primero de la conversión, se aplican a las virtudes; mas, cuando van progresando, se aplican con tanto exceso a los asuntos terrenos, que se ennegrecen con el polvo del apetito más vil; por lo que el Señor dice acerca de las simientes: El sembrado entre espinas es el que oye la palabra de Dios y, a causa de las preocupaciones mundanas o de la seducción de las riquezas, ahoga la palabra, y resulta infructuoso
6. Los recién convertidos no deben ocuparse de asuntos materiales. Porque, si se enredan con ellos, al punto, cual arbolillos plantados, que todavía no tienen solidez en su raíz, son sacudidos a la vez que aridecen
7. A veces aprovecha a los conversos, para la salud del alma, el cambio de lugar, pues a menudo, con el cambio de lugar, se muda también el afecto del alma. Por ello, es conveniente ser arrancado, incluso corporalmente del sitio donde uno se entregó a los placeres, ya que el lugar en que uno vivió disolutamente trae a la consideración de su mente todo aquello que en él continuamente pensó y realizó.
I. En orden a la conversión y enmienda de los mortales, aprovechan en gran manera los ejemplos de los santos, pues las costumbres de los incipientes no pueden perfeccionarse en el bien vivir de no ser modeladas a ejemplo de los maestros de la perfección.
2. Mas los réprobos no atienden las lecciones de los buenos para imitarlas en orden a mejorarse, sino que se proponen los ejemplos de los malos, que les sirven para empeorar en la corrupción de sus costumbres.
3. Las caídas y la penitencia de los santos se narran por esta finalidad: para que infundan a los hombres la confianza de la salvación, a fin de que nadie, después de la caída, desconfíe del perdón, si practica la penitencia, cuando ve que también la recuperación de los santos tuvo lugar después de la caída.
4. Deben conocer los que están entregados al vicio cuán útilmente para ellos se les proponen los ejemplo de los santos; a saber, o bien para que tengan modelos que imitar en orden a la enmienda, o por lo menos para que, al compararse con éstos, experimenten un castigo más duro por su desobediencia.
5. Dios ha propuesto las virtudes de los santos para ejemplo nuestro con este fin: para que de la misma manera que, si les imitamos, podemos conseguir los premios de la justicia, así también, si persistimos en el mal, tendremos castigos más dolorosos.
6. Porque, si faltasen, como estímulo para el bien, los preceptos divinos que nos lo muestran, nos bastarían como orientación los ejemplos de los santos. En cambio, puesto que Dios nos amonesta con sus preceptos y nos propone ejemplos de bella conducta en la vida de los santos, no tenemos ya excusa de nuestro pecado, puesto que todos los días la ley de Dios resuena en nuestros oídos y conmueven lo íntimo de nuestro corazón los testimonios de santas obras.
7. Y si a menudo hemos seguido los ejemplos de los malos, ¿por qué no hemos de imitar las acciones de los santos, encomiables y gratas a Dios? Y si fuimos capaces de imitar en el vicio a los perversos, ¿por qué somos negligentes en seguir a los justos por la senda del bien?
8. Hemos de suplicar a Dios, a fin de que las virtudes que preparó a los santos para su corona, nos sean ofrecidas para beneficio nuestro no para castigo. Mas aprovecharán para nuestro bien si nos decidimos a imitar tan grandes ejemplos de virtud. En cambio, si los rechazáramos en lugar de imitarlos, servirán para nuestra condena, porque, a pesar de conocerlos, rehusamos ponerlos en práctica.
9. Muchos imitan la vida de los santos, y (así) de la conducta de otro toman el modelo de virtud, como cuando se propone un retrato, y a semejanza de él se obtiene el dibujo. Así resulta parecido al modelo quien vive a semejanza de él.
10. Quien imita a un varón santo es como si contemplase un ejemplar y se mirase en él como en un espejo, con el fin de aportar cuanto de virtud reconoce que le falta. Porque el hombre se analiza peor cuando lo hace personalmente; pero, cuando contempla a otro, corrige el defecto de luz.
11. Es propio de varones ya perfectos obrar la justicia no a imitación de un santo cualquiera, sino contemplando la misma Verdad, a cuya imagen han sido creados. Esto indica la frase: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza 34, porque al conocerla imita la propia divinidad, a cuya imagen ha sido creado. Así, pues, este tal es tan perfecto, que no necesita del hombre como guía para la santidad, sino que, mediante su contemplación, imita la propia santidad.
12. Los ejemplos de los santos, que edifican al hombre, hacen que las distintas virtudes revistan un carácter sagrado: la humildad, por Cristo; la devoción, por Pedro; la caridad, por Juan; la obediencia, por Abraham; la paciencia, por Isaac; el sufrimiento, por Jacob; la mansedumbre, por Moisés; la constancia, por Josué; la benignidad, por Samuel; la misericordia, por David; la templanza, por Daniel; y así, en las restantes virtudes de los justos que nos precedieron, el varón santo considera, al imitarlas, el esfuerzo, la moderación, la rectitud y el espíritu de penitencia con que se practicaron.
1. La compunción del corazón es el sentimiento de humildad del alma acompañado de lágrimas que brota del recuerdo de los pecados y del temor al juicio.
2. El sentimiento de compunción más perfecto en los conversos es aquel que aparta de sí todo afecto a los deseos de la carne y que fija la atención, con toda la intensidad del alma, en la contemplación de Dios.
3. Doble es la compunción con que el ánimo de cualquier elegido se duele por amor a Dios; esto es: una, cuando reconoce la malicia de sus obras; otra, cuando suspira por el deseo de vida eterna.
4. De cuatro clases son los sentimientos que mueven a compunción el alma del justo con dolor saludable; a saber: la conciencia de los delitos pasados, el recuerdo de las penas futuras, el pensamiento de su peregrinar a lo largo de esta vida, el deseo de la patria celeste, con la decisión de llegar a ella cuanto antes.
5. Cualquiera que por el recuerdo de los pecados se aflige hasta lamentarse, debe saber que entonces le asiste la presencia de Dios cuando le avergüenza interiormente aquello que recuerda haber cometido, y, al arrepentirse, ya lo castiga en su conciencia. En efecto, Pedro lloró en el momento en que le miró Cristo. Por lo cual dice el salmo: Miró, y la tierra se conmovió y tembló.
6. El paso de Dios constituye una fuerza interior en el corazón del hombre merced a la cual brotan los buenos deseos a fin de destruir los malos. Así, pues, cuando surgen en el corazón humano estos deseos, hemos de saber que entonces Dios asiste con su gracia al corazón humano. Por tanto, entonces debe el hombre excitarse más a la compunción cuando se da cuenta que Dios opera en su interior.
7. De qué modo el alma del varón justo se vea afectada por la verdadera compunción y cuán debilitada vuelva 1 por la grandeza de la luz que contempló, puede saberlo aquel que experimentó ya algo de ello.
8. Los hay que se constituyen en sus acusadores no a causa de la verdadera compunción del corazón, sino tan sólo reconocen que son pecadores por este motivo: para encontrar un lugar en la santidad merced a la falsa humildad en confesarlo.
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Notas
1. El texto más accesible de las sentencias es: San Isidoro de Sevilla, Los tres libros de las Sentencias, Introducción, versión y notas de Julio Campos Ruiz e Ismael Roca Meliá, Santos Padres Españoles II, BAC (Madrid 1971). Volver al texto
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