EL ORDO DE 1250: UN RITUAL DE CORONACIÓN ALTOMEDIEVAL[1]

(fragmentos)

  

El “despertar” del Rey y su introducción al lugar sagrado

 

1.      Comienza el ritual para la consagración y coronación del Rey.

2.      En primer lugar se prepara un solio en medio del coro. Cuando el Rey se levanta del lecho, la siguiente oración es dicha por uno de los obispos.

            Omnipotente sempiterno Dios, que te has dignado elevar a tu siervo N.  al vértice del Reino, concédele, te pedimos, que durante el decurso de este mundo, de tal manera disponga lo común para el provecho de todos,  que no se aparte del camino de tu verdad. Por [Cristo...].

3.      Luego es conducido procesionalmente a la iglesia, cantando este responsorio:

            He aquí que envío mi ángel, para que te preceda y custodie siempre; observa y oye mi voz y seré enemigo de tus enemigos y afligiré a los que te aflijan. Y mi ángel te precederá[2].

4.      Vers[ículo]

            Israel, si me oyeras, no habrá en ti un nuevo dios y no adorarás otro dios, pues yo soy el Señor. Y te precederá...

5.      Ante la puerta de la iglesia esperen el arzobispo y los obispos. Y el arzobispo diga la siguiente oración:

            El Señor esté con vosotros.

            Oremos

            Dios, que sabes que el género humano no puede subsistir por sus propias fuerzas, concede propicio, que este siervo tuyo N. al que quisiste poner al frente de tu pueblo, de tal modo sea sostenido por [tu] ayuda, que en la medida que los pudo presidir, también  pueda serles de provecho. Por [Cristo...]

 

Preparación del espacio y de los elementos “consecratorios”

participación de los distintos estamentos del Reino

8.      Después que se ha cantado [la hora] prima, el Rey debe ir a la iglesia antes de que se bendiga el agua, y deben prepararse sedes alrededor del altar, en las que se sentarán honoríficamente los arzobispos y obispos, y los pares del Reino se sentarán aparte, del otro lado del altar. Entre [la hora] prima y la tercia, el abad de San Remigio de Reims debe traer con suma reverencia la Sagrada Ampolla[3] procesionalmente con cruces y cirios, bajo un palio de seda con cuatro varas, sostenido por cuatro monjes revestidos con albas. Cuando el arzobispo llega al altar, él mismo o bien alguno de los obispos, en nombre de todos y de todas las iglesias que le están sujetas, debe solicitar al Rey que prometa y afirme bajo juramento que observará no sólo los derechos de los obispos, sino también el de las iglesias hablando de este modo:

 

Interrogatorio y juramento del Rey. Asentimiento del Pueblo

 

9.      Os solicitamos que nos otorguéis  a nosotros y a nuestras iglesias el privilegio canónico, y que conservéis y defendáis la debida ley y la justicia.

10.  Respuesta del Rey.

            Os prometo, que observaré en favor vuestro y de vuestras iglesias el privilegio canónico y la debida ley y justicia. Y defenderé, en cuanto esté en mi poder, con la ayuda de Dios, como un Rey debe hacer según la justicia en su Reino, a cada obispo y a las iglesias a ellos encomendadas.

11.  Después de esto dos obispos pidan en alta voz el asentimiento del Pueblo, obtenido el cual, canten el “Te Deum”. Y [el Rey] póstrese hasta el fin del “Te Deum”. Una vez cantado el “Te Deum laudamus”, el Rey sea levantado del suelo por los obispos y bajo promesa diga lo siguiente:

12.  Estas tres cosas prometo en el nombre de Cristo al pueblo cristiano a mí sometido: En primer lugar, que todo el pueblo cristiano conservará en todo tiempo, por nuestra voluntad, la verdadera paz de la Iglesia de Dios. En segundo lugar, que prohibiré todo tipo de rapacidad e iniquidad. En tercer lugar, que en todos los juicios observaré la equidad y la justicia. Todos digan: Amén.

13.  Luego, el Rey se postra humildemente por completo en forma de cruz con los obispos y presbíteros postrados aquí y allí. Mientras los demás brevemente cantan en el coro la letanía que sigue:

14.  Señor ten piedad...

20.  Terminada la letanía, pónganse de pie. Levantado el príncipe, sea interrogado de este modo por el señor metropolitano:

            ¿Quieres retener la santa fe que te ha sido entregada por los santos varones y observarla con obras justas? Respuesta del Rey: Quiero.

            Nuevamente [pregunta] el metropolitano: ¿Quieres ser el protector y defensor de las santas iglesias y de sus  ministros? Respuesta del Rey: Quiero.

            Nuevamente [pregunta] el metropolitano: ¿Quieres regir y defender tu Reino, concedido por Dios, según la justicia de tus padres? Respuesta del Rey: Quiero. Y en cuanto gozare de la ayuda divina y contare con el consuelo de todos los suyos, prometo fielmente que así lo haré en todas las cosas...

 

Entrega de las insignias regias y unción real

 

24.  Después, puestos sobre el altar la corona real, la espada en la vaina, las espuelas de oro, el cetro dorado y una vara de cuarenta y cinco centímetros o más, la cual tendrá encima una mano de marfil. Del mismo modo, sandalias de seda tejidas bordadas por completo con jacintos y lirios de oro, y una túnica del mismo color  obra, con la forma de la túnica que viste el subdiácono en la misa. También un manto enteramente hecho con el  mismo color y obra, el cual debe hacerse  casi a modo de una capa de seda sin capucha. Todo lo cual debe traer de su monasterio a Reims el abad de san Dionisio de París[4], y debe custodiarlas estando de pie junto al altar.

25.  El Rey, de pie ante el altar, deja sus vestiduras, salvo la túnica de seda bien abierta por delante en el pecho y detrás en la espalda. Esto es, con las aberturas de la túnica entre los hombros unidas entre sí con  pasadores de plata. Entonces, en primer lugar allí sea calzado el Rey con dichas sandalias por el gran Camarero de Francia. Y luego se le ciñan en los pies, y se le sujeten al punto las espuelas por el duque de Borgoña. Luego, el rey sea ceñido solo por el arzobispo con la espada con su vaina. Ceñida la cual, inmediatamente el arzobispo extrae la espada de la vaina, y puesta la vaina sobre el altar, le es dada [la espada] en sus manos por el arzobispo, la cual el Rey debe llevar humildemente al altar. Y a continuación retomarla de manos del obispo. Y darla seguidamente al Senescal[5] de Francia para que la lleve delante de sí, en la iglesia hasta el final de la misa, y después de la misa cuando va hacia el palacio.

26.  Hechas estas cosas, estando preparado sobre el altar el crisma sobre una patena consagrada, el arzobispo debe abrir sobre el altar la sacrosanta Ampolla, y de allí, con una aguja de oro sacar un poco del óleo enviado desde el cielo, y mezclarlo diligentemente con el crisma preparado para ungir al Rey, el cual es el único entre todos los reyes de la tierra que resplandece con este glorioso privilegio, de ser ungido de forma singular con un óleo enviado desde el cielo. Entonces desprendidos los pasadores de las aberturas de delante y de detrás, y puestas las rodillas en tierra, el arzobispo en primer lugar unge al Rey en la extremidad de la cabeza, en segundo lugar en el pecho, en tercer lugar entre las espaldas, en cuarto lugar en las espaldas, en quinto lugar en la articulación de los brazos, diciendo:

27.  Te unjo como rey con óleo santificado, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo[6]. Todos digan: Amén...

 

Entrega de la espada

 

39.  Luego reciba la espada de los obispos[7] y según las palabras antes dichas, sepa que con la espada se le confía todo el Reino para que lo rija fielmente, mientras el metropolitano dice:

Recibe la espada a través de las manos de los obispos, que  aunque indignas, están consagradas en lugar y con la autoridad de los apóstoles, y que te es impuesta regiamente y con la bendición de nuestro oficio, divinamente destinada a defender la Santa Iglesia de Dios. Y recuerda lo que profetizó el salmista diciendo: “ciñe con poder  la espada sobre tu pierna”[8], para que desempeñes tu función por la misma fuerza de la equidad, destruyas potentemente  la mole de la iniquidad, y defiendas y protejas a la Santa Iglesia de Dios y a sus  fieles, y también  para que abomines y destruyas guiado por la fe a los enemigos falsos que se ocultan bajo el nombre de cristianos, para que ayudes y defiendas con clemencia a las viudas y a los niños, restaures las cosas desoladas, conserves las restauradas, castigues las cosas injustas, confirmes las cosas bien dispuestas, hasta que, haciendo tales cosas, glorioso por el triunfo de la virtud y como cultor egregio de la justicia, merezcas reinar sin fin con el Salvador del mundo cuya imagen llevas en el nombre. El cual con el Padre etc.


Notas

[1] The Ordo of 1250 en Ordines Coronationis Franciae. Texts and Ordines for the coronation of Frankish and French Kings and Queens in the Middle Ages, II, Ed. Richard A. Jackson, Filadelfia: University of Pennsylvania Press, 2000, 341-366.

    Traducción, introducción  y notas de Fr. Ricardo W. Corleto OAR.

[2] Cf. Ex. 23, 20 ss.

[3] La “Sagrada Ampolla”jugaba un papel fundamental en la consagración y coronación de los reyes de Francia. Según una leyenda medieval, esta ampolla, cuyo contenido era mezclado con el Crisma que había de usarse en la unción real, había sido traída del Cielo  por una paloma conteniendo el óleo consagrado que, mezclado con el agua, había servido para el bautismo de Clodoveo, primer rey franco convertido al Catolicismo. El uso de esta ampolla está atestiguado desde el siglo IX y sabemos que fue destruida en 1793 por un enviado de la Convención constituyente pos-revolucionaria. Alain Boureau, voz Sainte Ampoule en Dictionnaire Encyclopédique du Moyen Âge, II, París 1997, 1377-1378. La custodia de la Sagrada Ampolla era un privilegio especial del Abad del monasterio de San Remigio de Reims.

[4] La custodia de las “insignias reales” era un privilegio otorgado al Abad del Monasterio de San Dionisio de París.

[5] Del germ. siniskalk, criado antiguo. En algunos países, mayordomo mayor de la casa real. Jefe o cabeza principal de la nobleza, a la que gobernaba, especialmente en la guerra.

[6] La unción real por manos del Arzobispo de Reims (en el caso de los reyes de Francia), constituía uno de los momentos claves del rito de coronación. Por la unción, el rey era virtualmente consagrado por la Iglesia, para cumplir una misión igualmente sagrada.

[7] En este rito parece estar presente el concepto de que el poder (la espada) le llega al Rey de Dios, pero a través de la Iglesia, y debe esgrimirla de acuerdo a la ley de Dios, para defensa de la Iglesia, destrucción de todo tipo de iniquidad (particularmente de los enemigos de la Iglesia) y para defensa de los desvalidos.

[8] Sal. 44, 4.

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