(fragmentos)
Omnipotente sempiterno Dios, que te has dignado elevar a tu siervo N. al vértice del Reino, concédele, te pedimos, que durante el decurso de este mundo, de tal manera disponga lo común para el provecho de todos, que no se aparte del camino de tu verdad. Por [Cristo...].
He aquí que envío mi ángel, para que te preceda y custodie siempre; observa y oye mi voz y seré enemigo de tus enemigos y afligiré a los que te aflijan. Y mi ángel te precederá[2].
Israel, si me oyeras, no habrá en ti un nuevo dios y no adorarás otro dios, pues yo soy el Señor. Y te precederá...
El Señor esté con vosotros.
Oremos
Dios, que sabes que el género humano no puede subsistir por sus propias fuerzas, concede propicio, que este siervo tuyo N. al que quisiste poner al frente de tu pueblo, de tal modo sea sostenido por [tu] ayuda, que en la medida que los pudo presidir, también pueda serles de provecho. Por [Cristo...]
participación de los distintos estamentos del Reino
9. Os solicitamos que nos otorguéis a nosotros y a nuestras iglesias el privilegio canónico, y que conservéis y defendáis la debida ley y la justicia.
Os prometo, que observaré en favor vuestro y de vuestras iglesias el privilegio canónico y la debida ley y justicia. Y defenderé, en cuanto esté en mi poder, con la ayuda de Dios, como un Rey debe hacer según la justicia en su Reino, a cada obispo y a las iglesias a ellos encomendadas.
12. Estas tres cosas prometo en el nombre de Cristo al pueblo cristiano a mí sometido: En primer lugar, que todo el pueblo cristiano conservará en todo tiempo, por nuestra voluntad, la verdadera paz de la Iglesia de Dios. En segundo lugar, que prohibiré todo tipo de rapacidad e iniquidad. En tercer lugar, que en todos los juicios observaré la equidad y la justicia. Todos digan: Amén.
14. Señor ten piedad...
¿Quieres retener la santa fe que te ha sido entregada por los santos
varones y observarla con obras justas? Respuesta del Rey: Quiero.
Nuevamente [pregunta] el metropolitano: ¿Quieres ser el protector
y defensor de las santas iglesias y de sus
ministros? Respuesta del Rey: Quiero.
Nuevamente [pregunta] el metropolitano: ¿Quieres regir y defender tu
Reino, concedido por Dios, según la justicia de tus padres? Respuesta del
Rey: Quiero. Y en cuanto gozare de la ayuda divina y contare con el consuelo
de todos los suyos, prometo fielmente que así lo haré en todas las cosas...
25. El Rey, de pie ante el altar, deja sus vestiduras, salvo la túnica de seda bien abierta por delante en el pecho y detrás en la espalda. Esto es, con las aberturas de la túnica entre los hombros unidas entre sí con pasadores de plata. Entonces, en primer lugar allí sea calzado el Rey con dichas sandalias por el gran Camarero de Francia. Y luego se le ciñan en los pies, y se le sujeten al punto las espuelas por el duque de Borgoña. Luego, el rey sea ceñido solo por el arzobispo con la espada con su vaina. Ceñida la cual, inmediatamente el arzobispo extrae la espada de la vaina, y puesta la vaina sobre el altar, le es dada [la espada] en sus manos por el arzobispo, la cual el Rey debe llevar humildemente al altar. Y a continuación retomarla de manos del obispo. Y darla seguidamente al Senescal[5] de Francia para que la lleve delante de sí, en la iglesia hasta el final de la misa, y después de la misa cuando va hacia el palacio.
27. Te unjo como rey con óleo santificado, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo[6]. Todos digan: Amén...
Recibe la espada a través de
las manos de los obispos, que aunque
indignas, están consagradas en lugar y con la autoridad de los apóstoles, y
que te es impuesta regiamente y con la bendición de nuestro oficio, divinamente
destinada a defender la Santa Iglesia de Dios. Y recuerda lo que profetizó el
salmista diciendo: “ciñe con poder la
espada sobre tu pierna”[8],
para que desempeñes tu función por la misma fuerza de la equidad, destruyas
potentemente la mole de la
iniquidad, y defiendas y protejas a la Santa Iglesia de Dios y a sus
fieles, y también para que abomines y destruyas guiado por la fe a los enemigos
falsos que se ocultan bajo el nombre de cristianos, para que ayudes y defiendas
con clemencia a las viudas y a los niños, restaures las cosas desoladas,
conserves las restauradas, castigues las cosas injustas, confirmes las cosas
bien dispuestas, hasta que, haciendo tales cosas, glorioso por el triunfo de la
virtud y como cultor egregio de la justicia, merezcas reinar sin fin con el
Salvador del mundo cuya imagen llevas en el nombre. El cual con el Padre etc.
Notas
[1] The Ordo of 1250 en Ordines Coronationis Franciae. Texts and Ordines for the coronation of Frankish and French Kings and Queens in the Middle Ages, II, Ed. Richard A. Jackson, Filadelfia: University of Pennsylvania Press, 2000, 341-366.
Traducción, introducción y notas de Fr. Ricardo W. Corleto OAR.
[2] Cf. Ex. 23, 20 ss.
[3] La “Sagrada Ampolla”jugaba un papel fundamental en la consagración y coronación de los reyes de Francia. Según una leyenda medieval, esta ampolla, cuyo contenido era mezclado con el Crisma que había de usarse en la unción real, había sido traída del Cielo por una paloma conteniendo el óleo consagrado que, mezclado con el agua, había servido para el bautismo de Clodoveo, primer rey franco convertido al Catolicismo. El uso de esta ampolla está atestiguado desde el siglo IX y sabemos que fue destruida en 1793 por un enviado de la Convención constituyente pos-revolucionaria. Alain Boureau, voz Sainte Ampoule en Dictionnaire Encyclopédique du Moyen Âge, II, París 1997, 1377-1378. La custodia de la Sagrada Ampolla era un privilegio especial del Abad del monasterio de San Remigio de Reims.
[4] La custodia de las “insignias reales” era un privilegio otorgado al Abad del Monasterio de San Dionisio de París.
[5] Del germ. siniskalk, criado antiguo. En algunos países, mayordomo mayor de la casa real. Jefe o cabeza principal de la nobleza, a la que gobernaba, especialmente en la guerra.
[6] La unción real por manos del Arzobispo de Reims (en el caso de los reyes de Francia), constituía uno de los momentos claves del rito de coronación. Por la unción, el rey era virtualmente consagrado por la Iglesia, para cumplir una misión igualmente sagrada.
[7] En este rito parece estar presente el concepto de que el poder (la espada) le llega al Rey de Dios, pero a través de la Iglesia, y debe esgrimirla de acuerdo a la ley de Dios, para defensa de la Iglesia, destrucción de todo tipo de iniquidad (particularmente de los enemigos de la Iglesia) y para defensa de los desvalidos.
[8] Sal. 44, 4.
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