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HOMILÍA DE JUAN PABLO II
SANTA MISA PARA LOS
JÓVENES
Monte de las Bienaventuranzas Viernes 24 de
marzo
"¡Mirad, hermanos, vuestra
vocación!" (1 Co 1, 26).
1. Hoy estas palabras de san
Pablo se dirigen a todos los que hemos venido aquí, al monte de las
Bienaventuranzas. Estamos sentados en esta colina como los primeros
discípulos, y escuchamos a Jesús. En silencio escuchamos su voz amable y
apremiante, tan amable como esta tierra y tan apremiante como una
invitación a elegir entre la vida y la muerte.
¡Cuántas
generaciones antes que nosotros se han sentido conmovidas profundamente
por el sermón de la Montaña! ¡Cuántos jóvenes a lo largo de los siglos se
han reunido en torno a Jesús para aprender las palabras de vida eterna,
como vosotros estáis reunidos hoy aquí! ¡Cuántos jóvenes corazones se han
sentido impulsados por la fuerza de su personalidad y la verdad apremiante
de su mensaje! ¡Es maravilloso que estéis aquí!
Gracias, arzobispo
Butros Mouallem, por su amable acogida. Le ruego que transmita mis saludos
cordiales a toda la comunidad greco-melquita que usted preside. Extiendo
mi saludo fraterno a los numerosos cardenales, al patriarca Sabbah, así
como a los obispos y sacerdotes presentes aquí. Saludo a los miembros de
las comunidades latina, incluidos los fieles de lengua hebrea, maronita,
siria, armenia, caldea y a todos nuestros hermanos y hermanas de las demás
Iglesias cristianas y comunidades eclesiales. En particular, doy las
gracias a nuestros amigos musulmanes, a los miembros de fe judía, así como
a la comunidad drusa.
Este gran encuentro es como un ensayo general
de la Jornada mundial de la juventud que se celebrará en Roma en el
mes de agosto. El joven que ha hablado ha prometido que tendréis otra
montaña, el monte Sinaí.
2. Hace precisamente un mes, tuve la
gracia de ir allí, donde Dios habló a Moisés y le entregó la Ley, "escrita
por el dedo de Dios" (Ex 31, 18) en tablas de piedra. Estos dos
montes, el Sinaí y el de las Bienaventuranzas, nos ofrecen el mapa de
nuestra vida cristiana y una síntesis de nuestras responsabilidades ante
Dios y ante nuestro prójimo. La Ley y las bienaventuranzas señalan
juntas la senda del seguimiento de Cristo y el camino real hacia la
madurez y la libertad espiritual. Los diez mandamientos del Sinaí
pueden parecer negativos: "No habrá para ti otros dioses delante de
mí. (...) No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás
testimonio falso..." (Ex 20, 3. 13-16). Pero, de hecho,
son sumamente positivos. Yendo más allá del mal que mencionan, señalan el
camino hacia la ley del amor, que es el primero y el mayor de los
mandamientos: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu alma y con toda tu mente. (...) Amarás a tu prójimo como a ti
mismo" (Mt 22, 37. 39). Jesús mismo dice que no vino a abolir
la Ley, sino a cumplirla (cf. Mt 5, 17). Su mensaje es nuevo, pero
no cancela lo que había antes, sino que desarrolla al máximo sus
potencialidades. Jesús enseña que el camino del amor hace que la Ley
alcance su plenitud (cf. Ga 5, 14). Y enseñó esta verdad tan
importante aquí, en este monte de Galilea.
3. "Bienaventurados
-dice- los pobres de espíritu, los mansos, los misericordiosos, los que
lloráis, los que tenéis hambre y sed de justicia, los limpios de corazón,
los que trabajáis por la paz y los perseguidos". ¡Bienaventurados!
Pero las palabras de Jesús pueden resultar extrañas. Es raro que Jesús
exalte a quienes el mundo por lo general considera débiles. Les
dice: "Bienaventurados los que parecéis perdedores, porque sois los
verdaderos vencedores: es vuestro el reino de los cielos". Estas
palabras, pronunciadas por él, que es "manso y humilde de corazón"
(Mt 11, 29), plantean un desafío que exige una profunda y constante
metánoia del espíritu, un gran cambio del corazón.
Vosotros,
los jóvenes, comprendéis por qué es necesario este cambio del corazón. En
efecto, conocéis otra voz dentro de vosotros y en torno a vosotros, una
voz contradictoria. Es una voz que os dice: "Bienaventurados los
orgullosos y los violentos, los que prosperan a toda costa, los que no
tienen escrúpulos, los crueles, los inmorales, los que hacen la guerra en
lugar de la paz y persiguen a quienes constituyen un estorbo en su
camino". Y esta voz parece tener sentido en un mundo donde a menudo los
violentos triunfan y los inmorales tienen éxito. "Sí", dice la voz del
mal, "ellos son los que vencen. ¡Dichosos ellos!".
4. Jesús
presenta un mensaje muy diferente. No lejos de aquí, Jesús llamó a sus
primeros discípulos, como os llama ahora a vosotros. Su llamada ha exigido
siempre una elección entre las dos voces que compiten por conquistar
vuestro corazón, incluso ahora, en este monte: la elección entre
el bien y el mal, entre la vida y la muerte. ¿Qué voz elegirán
seguir los jóvenes del siglo XXI? Confiar en Jesús significa
elegir creer en lo que os dice, aunque pueda parecer raro, y
rechazar las seducciones del mal, aunque resulten deseables o
atractivas.
Además, Jesús no sólo proclama las bienaventuranzas;
también las vive. Él encarna las bienaventuranzas. Al
contemplarlo, veréis lo que significa ser pobres de espíritu, ser mansos y
misericordiosos, llorar, tener hambre y sed de justicia, ser limpios de
corazón, trabajar por la paz y ser perseguidos. Por eso tiene derecho a
afirmar: "¡Venid, seguidme!". No dice simplemente: "Haced lo
que os digo". Dice: "¡Venid, seguidme!".
Escucháis su voz en
este monte, y creéis en lo que os dice. Pero, como los primeros discípulos
en el mar de Galilea, debéis dejar vuestras barcas y vuestras redes, y
esto nunca es fácil, especialmente cuando afrontáis un futuro
incierto y sentís la tentación de perder la fe en vuestra herencia
cristiana. Ser buenos cristianos puede pareceros algo superior a vuestras
fuerzas en el mundo actual. Pero Jesús no está de brazos cruzados; no os
deja solos al afrontar este desafío. Está siempre
con vosotros para transformar vuestra
debilidad en fuerza. Confiad en él cuando os dice: "Mi gracia
te basta, pues mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza"
(2 Co 12, 9).
5. Los discípulos pasaron algún
tiempo con el Señor. Llegaron a conocerlo y amarlo profundamente.
Descubrieron el significado de lo que el apóstol san Pedro dijo una vez a
Jesús: "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida
eterna" (Jn 6, 68). Descubrieron que las palabras de vida eterna
son las palabras del Sinaí y las palabras de las bienaventuranzas.
Este es el mensaje que difundieron por todo el mundo.
En el momento
de su Ascensión, Jesús encomendó a sus discípulos una misión y les dio una
garantía: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes. (...) Y he aquí que yo
estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,
18-20). Desde hace dos mil años los seguidores de Cristo han cumplido esta
misión. Ahora, en el alba del tercer milenio, os toca a
vosotros. Toca a vosotros ir al mundo a predicar el mensaje de los
diez mandamientos y de las bienaventuranzas. Cuando Dios habla, habla
de cosas que son muy importantes para cada
persona, para todas las personas del
siglo XXI, del mismo modo que lo fueron para las del siglo I. Los diez
mandamientos y las bienaventuranzas hablan de verdad y bondad, de gracia y
libertad: de todo lo que es necesario para entrar en el reino de
Cristo. ¡Ahora os corresponde a vosotros ser apóstoles valientes de
este reino!
Jóvenes de Tierra Santa, jóvenes del mundo,
responded al Señor con un corazón dispuesto y abierto. Dispuesto y
abierto, como el corazón de la más grande de las hijas de Galilea, María,
la madre de Jesús. ¿Cómo respondió ella? Dijo: "He aquí la esclava
del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc
1, 38).
Oh, Señor Jesucristo, en este lugar que conociste y
amaste tanto, escucha a estos corazones jóvenes y generosos. Sigue
enseñando a estos jóvenes la verdad de los mandamientos y de las
bienaventuranzas. Haz que sean testigos gozosos de tu verdad y apóstoles
convencidos de tu reino. Permanece siempre junto a ellos, especialmente
cuando seguirte a ti y tu Evangelio sea difícil y exigente. Tú serás su
fuerza, tú serás su victoria.
Oh, Señor Jesús, tú has hecho de
estos jóvenes tus amigos: mantenlos siempre junto a
ti. Amén.
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