Siempre que el Espíritu hace germinar en la Iglesia impulsos de una mayor fidelidad al evangelio, florecen nuevos carismas que manifiestan tal realidad y nuevas instituciones que la ponen en práctica. Así ha sucedido después del concilio de Trento y después del concilio Vaticano II.
Entre las realidades suscitadas por el Espíritu en nuestros días figuran las comunidades neocatecumenales, iniciadas por el señor K. Argüello y por la señora C. Hernández (Madrid, España), cuya eficacia para la renovación de la vida cristiana era acogida por mi predecesor Pablo VI como fruto del Concilio: "Cuánta alegría y cuánta esperanza nos dáis con vuestra presencia y con vuestra actividad... Vivir y promover este despertar es lo que vosotros llamáis una forma de después del bautismo que podrá renovar, en las actuales comunidades cristianas, aquellos efectos de madurez y de profundización que en la Iglesia primitiva se realizaban gracias al período de preparación al bautismo" (Pablo VI a las comunidades neocatecumenales, audiencia general, 8 de mayo de 1974, en Notitiae 96 [1974] 230).
También yo, en los numerosos encuentros que he tenido como obispo de Roma, en las parroquias romanas, con las comunidades neocatecumenales y con sus pastores, y en mis viajes apostólicos a muchas naciones, he podido constatar copiosos frutos de conversión personal y un fecundo impulso misionero.
Tales comunidades hacen visible en las parroquias el signo de la Iglesia misionera y "se esfuerzan por abrir el camino a la evangelización de aquellos que casi han abandonado la vida cristiana, ofreciéndoles un itinerario de tipo catecumenal, que recorre todas aquellas fases que en la Iglesia primitiva recorrían los catecúmenos antes de recibir el sacramento del bautismo; les acerca de nuevo a la Iglesia y a Cristo" (cf Catecumenato postbattesimale en Notitiae 96 [1974] 229). Es el anuncio del evangelio, el testimonio en pequeñas comunidades y la celebración eucarística en grupos (cf Notificazione sulle celebrazioni nei gruppi del "Camino neocatecumenale" en L'Obsservatore Romano, 24 de diciembre de 1988) lo que permite a sus miembros ponerse al servicio de la renovación de la Iglesia.
Numerosos hermanos en el episcopado han reconocido los frutos de este Camino. Quiero limitarme a recordar al entonces arzobispo de Madrid, monseñor Casimiro Morcillo, en cuya diócesis y bajo cuyo gobierno han nacido, en el año 1964, las comunidades neocatecumenales que acogió con tanto amor.
Después de más de veinte años de vida de las comunidades, difundidas en los cinco continentes,
- teniendo en cuenta la nueva vitalidad que anima a las parroquias, el impulso misionero y los frutos de conversión que brotan del testimonio de los itinerantes y, últimamente, de la obra de las familias que evangelizan en zonas descristianizadas de Europa y del mundo entero;
- considerando las vocaciones a la vida religiosa y al presbiterado de este Camino y el nacimiento de colegios diocesanos de formación al presbiterado para la nueva evangelización, como el Redemptoris Mater de Roma;
- habiendo visto la documentación por Vd. presentada:
acogiendo a la petición que se me ha dirigido, reconozco el Camino neocatecumenal como un itinerario de formación católica, válida para la sociedad y para los tiempos de hoy.
Deseo vivamente, por tanto, que los hermanos en el episcopado valoricen y ayuden -junto con sus presbíteros- a esta obra para la nueva evangelización, para que se realice según las líneas propuestas por los iniciadores, en espíritu de servicio al Ordinario del lugar y en comunión con él, y en el contexto de la unidad de la Iglesia particular con la Iglesia universal.
En prenda de este vivo deseo, imparto a Vd. y a cuantos pertenecen a las comunidades neocatecumenales, mi bendición apostólica.
Desde el Vaticano, a 30 de agosto de 1990, XII de pontificado.
JUAN PABLO II